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Entrevista con Erick Torrico Villanueva
Maria Aparecida Ferrari; Raquel Cabral
Maria Aparecida Ferrari; Raquel Cabral
Entrevista con Erick Torrico Villanueva
Interview with Erick Torrico Villanueva
Millcayac, vol. XI, núm. 21, 2024
Universidad Nacional de Cuyo
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Dossier

Entrevista con Erick Torrico Villanueva

Interview with Erick Torrico Villanueva

Maria Aparecida Ferrari
Universidad de São Paulo (USP), Brasil
Raquel Cabral
Universidad Estadual Paulista (Unesp), Brasil
Millcayac, vol. XI, núm. 21, 2024
Universidad Nacional de Cuyo

Recepción: 01 Octubre 2024

Aprobación: 03 Febrero 2025

ENTREVISTA CON ERICK TORRICO VILLANUEVA

Erick Torrico Villanueva es un reconocido profesor e investigador boliviano. Se formó en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica Boliviana “San Pablo”, en La Paz. Posteriormente realizó una maestría en Ciencias Sociales, con mención en Análisis Político en el Programa Bolivia de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Más tarde cursó otra en Sociedad de la Información y el Conocimiento en la Universitat Oberta de Catalunya y obtuvo el doctorado en Comunicación y Sociología en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid. A la fecha se encuentra preparando una tesis para la maestría en Filosofía de la Universidad Nacional de Quilmes, en Argentina.

Trabajó en Bolivia en medios periodísticos y en comunicación institucional, así como en asesoría comunicacional, pero ante todo se dedicó a la docencia universitaria y a la investigación académica.

Actualmente se desempeña como docente-investigador del Instituto de Investigación, Posgrado e Interacción Social en Comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz; dirige el área de Comunicación y Periodismo en el posgrado de la Universidad Andina Simón Bolívar y coordina el proyecto de Comunicación Democrática en la Fundación UNIR Bolivia.

Erick Torrico fundó y dirigió el Centro Interdisciplinario Boliviano de Estudios de la Comunicación y el Observatorio Nacional de Medios. Presidió la Asociación Boliviana de Investigadores de la Comunicación y la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación, institución en la que es miembro del Consejo Consultivo y co-coordinador del Grupo temático “Comunicación-Decolonialidad”.

Su labor investigativa se orienta a las áreas de teorías comunicacionales, pensamiento crítico comunicacional latinoamericano, comunicación y democracia y, con cada vez mayor énfasis, comunicación y decolonialidad.

En sus textos, usted afirma que la decolonialidad se propone remontar los límites de la dominación colonial del “Nuevo Mundo”. ¿Podría ahondar sobre esa propuesta y cuál es el espacio que ocupa la comunicación en ese contexto, principalmente en América Latina?

La colonización del llamado “Nuevo Mundo” tuvo, como bien se sabe, una dimensión cultural fundamental que, tras el proceso independentista, quedó instalada como resabio en las estructuras institucionales, los imaginarios y las subjetividades de las nuevas repúblicas. Eso es lo que desde la perspectiva decolonial se considera la “colonialidad”, es decir, el operador ideológico de la inferiorización de las poblaciones víctimas de los procesos de multi-dominación, el cual se reproduce y hasta diversifica a lo largo del tiempo, inter-generacionalmente.

Con la decolonialidad se trata, por tanto, de que ese viejo lastre que continúa funcionando como sustrato de la deshumanización, al igual que como clasificador social e incluso societal, sea no sólo puesto en evidencia sino paulatinamente desmontado en los diferentes ámbitos en que actúa.

En el plano del conocimiento, tal elemento se expresa en la concepción prevaleciente de la ciencia y en los modos de hacerla y de validarla que, por un efecto de la subordinación colonial, se asumen con la pretensión de una naturaleza universal inapelable. Así, existe y se aplica un modelo epistémico al cual la tradición occidental –léase euro-estadounidense– le atribuye en exclusiva la capacidad autorizada y autorizadora del saber científico.

Se comprenderá, entonces, que la comunicación como proceso social intencional de (inter)relación significante y también como área especializada del conocimiento de lo social (en este caso, la Comunicación) ocupa un lugar y desempeña un papel central en el mantenimiento de esa colonialidad. Las formas predominantes de la práctica comunicacional se orientan a la sujeción de la otredad, en particular en las experiencias tecnológicamente mediadas que, en el mejor, de los casos sustituyen la participación por cierta interactividad condicionada. Y lo propio sucede con las principales formulaciones teóricas desarrolladas al respecto desde hace casi un siglo, incluidas las de más reciente factura relativas a los modos digitalizados de comunicar, que en los hechos son presentadas como descripciones y explicaciones normativas, de índole casi canónica.

En consecuencia, la decolonización del campo comunicacional se presenta como una tarea social y académica necesaria, algo en lo que se está trabajando desde distintas latitudes en América Latina desde hace ya varios años. El desafío básico consiste en pluralizar la epistemología de este campo a partir de la re-ontologización de su objeto, con el fin de promover el entendimiento y la realización de la comunicación en términos de (re)humanización.

El tema de este dossier es Comunicación y justicia social en tiempos de intensificación de la violencia y el odio digitales. ¿Cuál es su opinión acerca del momento actual en América Latina, en que la ‘polarización’ de la política, el populismo, la debilidad de las identidades, han afectado a casi todas las poblaciones de nuestros países?

Latinoamérica parece estar viviendo hoy un lapso de recomposición de sus posiciones y fuerzas políticas. Hasta hace no mucho, la dinámica de la región estaba más o menos estructurada por la pugna entre “neoliberales” y “progresistas”, pero tanto las medidas que fueron adoptadas en ambos polos como sus respectivos representantes, si se evalúa los resultados sociales y económicos que obtuvieron, han dado ya suficientes muestras de falta de pertinencia cuando no de fracaso.

Producto de ello, en función del carácter de sus gobiernos, ahora se hace posible agrupar a los países del área en tres grandes vertientes: la de izquierda democrática, con Chile y Brasil como ejemplos; la de derecha conservadora, con Argentina y Ecuador, y la de izquierda autoritaria, con Nicaragua, Venezuela y Cuba. Las otras naciones podrían ser ubicadas en alguno de esos bloques en función de la afinidad de sus dirigentes con las ideas y/o los caudillos de cada caso.

La distancia entre discurso y acción política que se advierte como un factor común en la actualidad latinoamericana, esto es, la presencia en ascenso de la demagogia y el populismo, así como de la violencia estatal, son otros ingredientes que contribuyen a la incertidumbre reinante y a la creciente fragmentación social, todo lo cual tensiona la vida de lo que se tiene como democracias en la zona e impide poder hacer apreciaciones valederas respecto a los horizontes y las probables salidas de mediano plazo.

Se han perdido las antiguas certezas y aquellas que estaban siendo forjadas en tiempos más recientes; los proyectos que las abanderaban en las últimas dos décadas no prosperaron o simplemente fueron desvirtuados e inclusive traicionados. Y todo esto sucede en el seno de una confrontación más amplia en que las potencias globales y los nuevos imperios se disputan –ahora mismo en campos de batalla reales y virtuales– el control y el direccionamiento del orden internacional que sigue en reconfiguración desde casi finales del siglo pasado.

En su artículo “Comunicación organizacional y decolonialidad: desafíos para una intersección factible”, publicado en 2021 en la Revista Organicom (*) de Brasil, Usted afirma que “el pensamiento comunicacional latino-americano hace parte de ese espectro occidentalizado y occidentalizador al desenvolverse dentro de los márgenes de permisividad sistémicos y por no haber terminado de trazar una ruta efectivamente libertaria –que subvierta la estructura de poder prevaleciente– sino otra de búsqueda de inclusión y participación en los esquemas tradicionales predominantes”. ¿Podría comentar esa reflexión?

El pensamiento crítico latinoamericano de la Comunicación, que se desarrolló ante todo durante las “décadas rebeldes” de 1960 y 1970, cuestionó duramente las estructuras de control transnacionales, nacionales y locales de los llamados “medios de comunicación masiva” y, con ello, la unilateralidad de los procesos de difusión junto al carácter foráneo, alienante y mercantilista de los contenidos transmitidos. Asimismo, puso bajo su mirada inquisitiva regional los supuestos teóricos y los procedimientos investigativos empleados en la especialidad, además de las finalidades comerciales o políticas de los emisores y la canalización comunicacional de modelos de vida ajenos a la circunstancia regional.

Ese accionar intelectual no se redujo a un examen implacable de las maneras de comprender y llevar a cabo la comunicación, las que fueron enfáticamente denunciadas, sino que aportó un importante nivel propositivo que hizo surgir, entre otros planteamientos y experiencias, la comunicación alternativa y popular, la comunicación horizontal o las políticas nacionales de comunicación para el desarrollo.

Toda esa batería de propuestas e intervenciones condujo a la comunicación modernizadora occidental hacia el banquillo de los acusados, tanto en su variante empírico-pragmática estadounidense como en la crítico-política europea. No obstante, las respuestas latinoamericanas que fueron pergeñadas a partir de los más bien certeros diagnósticos efectuados, con la salvedad de las que incidieron en el debate y la formulación del Nuevo Orden Internacional de la Información y la Comunicación, se movieron entre el aliento de la resistencia periférica asentada en las estrategias de micro-medios y la demanda de reconocimiento y participación de la voz propia en el interior del sistema sometido a juicio.

Consiguientemente, y pese a que hubo análisis de fondo sobre la parcial y condicionadora capacidad del mediacentrismo para dar cuenta del proceso comunicacional, o de los intereses que estaban y están por detrás de la persistente búsqueda de efectos, la crítica comunicacional de América Latina no alcanzó a visualizar el modelo epistémico que subyace a la concepción predominante de la comunicación y su estudio, razón por la cual tampoco llegó a develar la naturaleza y trayectoria del proyecto histórico a que ese diseño se adscribe.

Así, pues, el pensamiento crítico comunicacional latinoamericano permaneció dentro de los confines del occidento-centrismo. Por eso, el desafío a los fundamentos de ese trasfondo viene a ser una de las contribuciones primordiales de la decolonialidad y marca una diferencia de fondo de esta perspectiva en relación con la tradición crítica regional.

Si el campo de la Comunicación, tal como quedó configurado desde hace casi un siglo, puede ser considerado un subproducto de ese diseño civilizatorio, ¿cómo decolonizar? O sea, ¿cómo restituir la condición humanizante al proceso comunicacional?

La comunicación entendida como la (inter)relación codificada entre personas es, sin duda alguna, un factor determinante de la índole propia de éstas junto al empleo de la racionalidad y a la capacidad laboral transformadora. En este sentido, la comunicación es un elemento constitutivo de la humanidad de cada persona. Solamente el ser humano tiene la posibilidad de producir, intercambiar y gestionar significados abstractos aptos para un sinfín de combinaciones, privilegio que le permite expresar las distintas realidades, expresarse, comprender y ser comprendido.

Sin comunicación la humanidad entra en déficit. Y esto conlleva que deba haber condiciones de reconocimiento recíproco equivalente entre quienes participan en un proceso comunicacional, pues la presencia, provocación o aprovechamiento de asimetrías de cualquier tipo desvirtúa tal proceso y, lo que es peor, atenta contra su naturaleza y su potencial humanizante.

Bajo esta concepción del hecho comunicacional puede advertirse que en los diferentes niveles de la vida diaria no siempre se tiene comunicación en sí; al contrario, lo que parece predominar son los remedos de la comunicación, es decir, las imposiciones y las manipulaciones calculadas.

¿De dónde viene este problema? De una triple distorsión ontológica. En primer lugar, no se asume ni acepta que la comunicación supone un vínculo entre personas iguales; luego, se convierte a la comunicación en una mera cuestión técnica desconociendo su socialidad e historicidad y, por último, se la reduce a un instrumento beneficioso para los fines de quienes se hacen con el control del proceso.

Esto es, por ejemplo, lo que aconteció con la experiencia colonial, que se estableció en torno a una voz de autoridad centralizada e in-comunicó a los pueblos, grupos e individuos que fueron sojuzgados en su transcurso, ya que no sólo les negó el derecho a la palabra propia, sino que desestructuró sus sistemas y códigos de organización e interrelación y emborronó su memoria cultural e histórica.

La configuración del campo comunicacional como área de conocimiento desde el primer tercio del siglo veinte, se fundó en la noción moderna de la ciencia positiva, recogió y legitimó en el espacio del saber la falsificación ontológica arriba anotada, la tradujo en formulaciones teóricas y modélicas distribuidas como patrón universal, además de que se alzó sobre los cimientos de una epistemología atravesada por la colonialidad.

Por ende, lo que corresponde hacer en la línea de la justicia cognitiva y la decolonización es re-ontologizar el sentido y la práctica de la comunicación desde el reconocimiento de su condición constitutiva de lo humano.

Desde su visión, ¿cómo entiende y reflexiona sobre la intensificación de los discursos de odio en las redes digitales en la actualidad? ¿Se trata de un movimiento global o cree que son manifestaciones más localizadas o dirigidas a algunos grupos o comunidades específicas?

La Internet ha abierto un nuevo y extenso espacio para el ejercicio o la vulneración de los derechos de las personas, individuales y colectivas. Y, al ser un medio para la interrelación interpersonal, grupal y masiva, es poseedora de un inmenso potencial para la puesta en circulación de los más diversos contenidos con los más variados propósitos. Uno de ellos, lamentablemente, es la incitación al odio y la violencia.

De ese modo, las plataformas y redes digitales sostenidas en la Internet son hace ya algunos años el lugar preferido para la publicación de mensajes violentos por la instantaneidad que ofrece ese soporte tecnológico, el alcance posible de su llegada, el anonimato que brinda, la ausencia de supervisión ética que le distingue y la consiguiente impunidad que facilita.

Ese tipo de mensajes, los violentos, son reflejo de mentalidades, creencias y posiciones intolerantes y autoritarias que se traducen en expresiones prejuiciosas negativas contra personas específicas, grupos, colectivos, pueblos o regiones, todas con el objetivo de causar daño que inclusive puede llegar a materializarse en la realidad física.

Es cuando esos mensajes se acumulan, son frecuentes y se focalizan en determinadas víctimas que cabe hablar de discursos, dado que es entonces que forman una suerte de corrientes de opinión, destinadas a inducir el despliegue de otras afines.

Las prácticas de insulto, descalificación, estigmatización, amenaza y apología de la violencia o de incitación a ella que nutren esa clase de contenidos en el mundo digital han proliferado en el último tiempo y están presentes incluso en el plano de algunas relaciones interpersonales. Sin embargo, es claro que hay determinados grupos –como los migrantes y refugiados, las poblaciones marginales, las comunidades LGTBI+, las personas con discapacidades o los creyentes de una fe dada– que son tomados como objeto primario de ciertos mensajes violentos.

En consecuencia, puede decirse que el “ciberodio” es un factor de alcance global y tan pernicioso como la desinformación con el que las sociedades contemporáneas coexisten. Pero se trata de un fenómeno que guarda estrecha relación con las condiciones e intereses del contexto sociopolítico, económico y cultural, al igual que con fijaciones de la memoria histórica y, cómo no, con la colonialidad.

¿Cómo ve el avance del uso de la Inteligencia Artificial en los medios de comunicación en la actualidad? ¿La ve como un instrumento colonizador homogeneizador o hay posibilidades de un uso alternativo y emancipatorio para las poblaciones de América Latina?

Como toda otra herramienta tecnológica, la Inteligencia Artificial tiene potencialmente la posibilidad de ser utilizada para bien o para mal. Lo que debe buscarse, por tanto, es aprovecharla para fines constructivos. Esto significa tanto que los proyectos latinoamericanos liberadores puedan inscribir sus usos en objetivos de concientización, movilización y desarrollo de alternativas democratizadoras y decoloniales, como que se aseguren –y esto es fundamental– de que la conducción de sus aplicaciones estará siempre a cargo y al servicio de la inteligencia humana.

¿Desde la perspectiva decolonial, crees que los movimientos sociales pueden influenciar las agendas de los medios de comunicación y proponer cambios estructurales significativos en políticas mediáticas, tecnologías de información y comunicación o en dinámicas o rutinas de trabajo para la producción en comunicación? ¿Cómo?

La incidencia es una meta insoslayable de todo movimiento social y más aún de todo aquel que esté inspirado por o vinculado a la perspectiva decolonial. Pero, aparte de ser un “deber”, ese accionar inductor de alguna transformación es una posibilidad cierta en materia de generación de agenda pública que ofrezca un temario pertinente y atractivo para los medios informativos, pues se trata de empalmar las necesidades, demandas, propuestas y voces de las colectividades con los intereses mediáticos noticiosos, algo que es perfectamente realizable.

De igual manera, mediante diferentes estrategias de proposición, debate, alianzas, negociación y presión es factible que un movimiento social pueda influir en la estructuración o ajuste de los diseños, los encuadres y las maneras de trabajar de las organizaciones dedicadas a la información y la comunicación, así como en el análisis y la aplicación, garantía, protección, reforma o creación de políticas y normativas que aseguren un cada vez más amplio espectro de derechos, siendo clave para ello el Derecho a la Comunicación y los múltiples subderechos que lo componen (derechos a las libertades de pensamiento, expresión, publicación, asociación, reunión, participación, disidencia, protesta, etc.).

La decolonialidad no significa echar todo lo existente por la borda ni caer en esencialismos de ninguna clase. Consiste más bien en explorar pluralmente realidades y alternativas contracoloniales desde la mirada subalternizada y con la (re)humanización como principio guía. Cualquier iniciativa en pro de la incidencia debiera tener eso presente.

¿Te gustaría añadir un mensaje a los investigadores y estudiantes de comunicación de los países que pasaron por procesos históricos de colonización? ¿Cómo romper con la colonización de la ciencia occidental y de la producción del conocimiento científico?

Considero que es de suma importancia que investigadores, docentes, profesionales y estudiantes de Comunicación en nuestra región latinoamericana se interesen por conocer y cultivar el pensamiento filosófico y científico situado, así como la teorización crítica que se ha generado y que se produce hoy mismo en el campo de la especialidad en este subcontinente.

Y esa es una vía prioritaria para examinar decolonialmente los fundamentos, antecedentes, características y propósitos del territorio general de las ciencias, a la vez que el de la Comunicación “occidental” en particular.

Hace falta, pues, que el pluralismo epistemológico, la justicia cognitiva, la crítica de la crítica, además del horizonte analítico y el modelo epistémico decolonizadores, sean incorporados en el bagaje intelectual, el instrumental investigativo y la actividad profesional cotidiana de quienes tienen un compromiso militante con la comunicación que libere de los constreñimientos modernizadores.

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