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Los miedos de las personas jóvenes universitarias: estudios empíricos recientes (2013-2022)
Fears of Young College Students: Recent Empirical Studies (2013-2022)
Millcayac, vol. XI, núm. 21, 2024
Universidad Nacional de Cuyo

Dossier



Recepción: 01 Diciembre 2024

Aprobación: 28 Febrero 2025

Resumen: El presente artículo se enmarca en una investigación más extensa que explora las narrativas del miedo en jóvenes universitarios de Costa Rica, analizando cómo estas emociones afectan su vida, relaciones sociales y su capacidad para ejercer la ciudadanía. A través de una revisión exhaustiva de la literatura, se identifican varias dimensiones del miedo, incluyendo su relación con la ansiedad, el estrés, el insomnio, y la percepción de inseguridad. Los estudios revisados destacan la importancia de factores como el tiempo y el espacio en la experiencia del miedo, especialmente en el contexto de la pandemia de COVID-19. Además, se examinan las correlaciones significativas entre el miedo y variables como la exposición a noticias sobre criminalidad, el uso de redes sociales, y la ansiedad, revelando un impacto significativo en la toma de decisiones y el bienestar de la personas estudiantes. La investigación también subraya cómo el género juega un papel crucial. Sin embargo, se señalan limitaciones metodológicas en los estudios revisados, particularmente en el uso del muestreo no probabilístico, lo que restringe la generalización de los resultados. A lo largo de este artículo los resultados se ponen en diálogo con la perspectiva de la justicia social.

Palabras clave: personas jóvenes, miedo, justicia social.

Abstract: This article is part of a broader investigation that explores the narratives of fear among university students in Costa Rica, analyzing how these emotions affect their lives, social relationships, and their ability to exercise citizenship. Through a comprehensive literature review, various dimensions of fear are identified, including its relationship with anxiety, stress, insomnia, and the perception of insecurity. The reviewed studies highlight the importance of factors such as time and space in the experience of fear, especially in the context of the COVID-19 pandemic. Additionally, significant correlations between fear and variables such as exposure to crime-related news, social media use, and anxiety are examined, revealing a substantial impact on students' decision-making and well-being. The research also underscores the crucial role of gender. However, methodological limitations in the reviewed studies are noted, particularly concerning the use of non-probabilistic sampling, which restricts the generalizability of the findings. Throughout this article, the identified results are put into dialogue with the perspective of social justice.

Keywords: young people, fear, social justice.

1. Presentación

¿Por qué es necesario investigar -desde la academia latinoamericana- el miedo que experimentan las personas jóvenes? Por un lado porque vivimos en un mundo centralmente emocional (Illouz, 2011). Además porque el miedo, la ansiedad y la angustia son emociones muy presentes actualmente en las personas jóvenes[1], tanto a nivel nacional (Costa Rica) como regional (Latinoamérica) y mundial.

En Costa Rica, según un estudio realizado, a finales de 2020, por el Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP-UCR) y el Centro de Investigación en Biología Celular y Molecular (CIBCM), un 58% de las personas reportaron problemas de concentración, 55,6% miedo al futuro, 51,6% mucha inquietud y 45,9% se sentían solas. Además un 70,3% de las personas encuestadas reportó tristeza, ansiedad o enojo, el 65,7% cansancio y fatiga, el 65,6% dolor y el 62,4% trastornos del sueño (Cordero, 2021).

En relación con la ansiedad, cabe indicar que según el estudio sobre trastornos depresivos y de ansiedad en 204 países y territorios, en 2020, Costa Rica incrementó en un 35,2% el reporte de trastornos depresivos y en un 35,6% los trastornos de ansiedad (Cordero, 2021).

En este contexto cabe preguntarse ¿cuáles son los miedos de las personas jóvenes universitarias y cómo han sido estudiados? Nos interesa esta población por múltiples razones: por un lado porque ha nacido y crecido en un entorno cuyas brechas en materia de riqueza e ingresos se han ampliado sistemáticamente, transformando este contexto en uno profundamente desigual (Dubet, 2014; Krozer y Estrada, 2024).

Pero los que hoy son jóvenes además, desde su infancia, han escuchado y observado (en vivo y a todo color) las consecuencias de la crisis climática: inundaciones, terremotos, incendios, tsunamis, maremotos, erupciones volcánicas; que han sucedido a lo largo y ancho del globo y cuyos efectos e impactos están directamente vinculados con la desigualdad social antes comentada.

Adicionalmente, constituyen uno de los grupos de fans de las series apocalípticas, post- apocalípticas y distópicas (Espinoza y Méndez, 2015). Las personas jóvenes también han sido testigas de las crisis económica y de la política, especialmente participando activamente del descrédito de esta última y sufriendo en carne propia las consecuencias de la primera: nos referimos a la sobresaturación de algunos mercados, la informalidad y precarización laborales, la pérdida progresiva de condiciones de trabajo dignas y de organizaciones que otrora se dedicaron a su defensa (como los sindicatos). Todos estos procesos, que retratan el escenario en que la juventud actual se ha desarrollado, están estructuralmente vinculados con la (in)justicia social, eje temático al que volveremos sistemáticamente a lo largo de este texto.

Este artículo además, es uno de los productos académicos del proyecto de investigación denominado De las narrativas del miedo a las habilidades para la vida y la ciudadanía, inscrito en el Programa de Investigación Narrativas, Género y Comunicación, del Centro de Investigación en Comunicación (CICOM), de la Universidad de Costa Rica. El proyecto es acreedor del Fondo de Estímulo a la Investigación (2022) otorgado por la Vicerrectoría de Investigación de dicha casa de estudios[2].

Narrativas del miedo aborda el miedo que experimentan las personas estudiantes que ingresaron a la Universidad de Costa Rica en los años 2023 y 2024, separando muestras representativas de primer año de ingreso a las sedes regionales (2023) y a la sede central (2024). El estudio se propone caracterizar las narrativas del miedo en términos de sus fuentes, objetos y su relación con el ecosistema mediático. Interesa especialmente describir la influencia de dichas narrativas en la construcción de los proyectos de vida y las posibilidades de generar

vínculos interpersonales; así como identificar la relación entre las narrativas del miedo, las habilidades para la vida y el ejercicio ciudadano. Todo ello con la meta final de construir guías orientadoras en salud integral a partir de los resultados.

A lo largo del artículo procuramos dialogar con la noción de justicia social sistematizada por Murillo y Hernández (2011), aludiendo especialmente al enfoque de capacidades y la noción de justicia propuestos por Nussbaum (2018) y trayendo reflexiones de Dubet (2014).

Para la investigación cuyo nombre abreviaremos Narrativas del miedo, es de gran interés entender los espacios geográficos, los enfoques y metodologías desde los cuales se ha estudiado previamente el miedo en la población universitaria. Por ello se efectuó una revisión bibliográfica de publicaciones realizadas en el período de 2013 a 2022, la cual compartimos en el presente artículo. Fue necesario, no obstante, eliminar algunas secciones del texto original por cuestiones de espacio.

Los criterios de selección de las fuentes, además del período indicado, son: tratarse de estudios empíricos que trabajaran con población universitaria, priorizando lo indagado en el contexto Latinoamericano y considerando la pandemia por COVID-19; también se buscó representar la diversidad de áreas del conocimiento desde las cuales se estudia actualmente la emoción del miedo en las juventudes y contar con variedad de enfoques de investigación. Las bases de datos consultadas fueron Google Scholar, Redalyc, Jstor, ProQuest; así como el Sistema de Bibliotecas, Documentación e Información (SIBDI) de la Universidad de Costa Rica. La búsqueda se realizó durante el mes de mayo del 2023 en ella, las palabras clave utilizadas fueron “miedo”, “población universitaria”, “universitarios”, “estudiantes” y “ansiedad”.

Cabe recalcar que la mayor limitante para encontrar estos antecedentes recayó en que no hay un repertorio extenso de investigaciones que aborden el miedo en población universitaria. Se indagó en dos contextos: pre-pandemia por COVID-19 y durante o post/pandemia. Esto dado que de las 25 fuentes seleccionadas, sólo 9 de ellas se publicaron previo a la pandemia, mientras que las 16 restantes se publicaron entre 2020 y 2022[3].

Como se indicó, también se tomó en cuenta el contexto latinoamericano en el que se enmarca la investigación sobre Narrativas del miedo[4], por lo que se priorizaron trabajos realizados en nuestra región. Bajo este criterio, se hallaron publicaciones de colegas en Argentina, Brasil, Colombia, Cuba, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Venezuela. Sin embargo, se encontraron algunos aportes valiosos provenientes del continente europeo.

Las áreas de conocimiento desde las cuales se extendieron estos análisis fueron tan variadas como su espacio geográfico. El miedo en la población universitaria ha sido de interés para profesionales en Psicología, Sociología, Ciencias del Movimiento Humano, Educación, Ciencias Empresariales, Trabajo Social, Humanidades, Ciencias de la Salud, Relaciones Internacionales y Políticas Públicas.

Asimismo, las disciplinas son tan variadas como los enfoques de investigación aplicados. Si bien 9 de las referencias no explicitan el tipo de enfoque, otras 8 resultaron ser cuantitativas (Chumacero, 2022; Gonçalves et al., 2021; Jacobo, Maynez y Cavazos, 2021; Nava y García, 2021; Ramos, García y Serpa, 2021; Suárez, Núñez y Castro, 2021; Orozco et al., 2020; Rosales et al., 2019) y otras 2 son cualitativas (Cerbino, Panchi y Angulo, 2023; Marín et al.,2020).

Se identificaron una serie de estudios con muestreo probabilístico (Chumacero, 2022; Mingo, 2020; Mondragon, Landeros y Pérez, 2020; Nava y García, 2021; Rosales et al.,2019). Otro punto de referencia relevante es el tipo de recolección de datos utilizado, que se trató mayoritariamente de cuestionarios (Aguayo et al., 2022; Chumacero, 2022; Franco y Hervias, 2022; Maldonado y Reich, 2013; Nava y García, 2021; Reyes-Pérez et al., 2017; Rosales et al., 2019) y encuestas (Gonçalves et al., 2021; Jacobo, Maynez y Cavazos, 2021; Martins et al., 2018; Orozco et al., 2020; Ramos, García y Serpa, 2021; Rodríguez y Quinde, 2016; Suárez, Núñez y Castro, 2021; Varchetta, Fraschetti y Giannini, 2020). También se ubicó, con menor representación, el uso de grupos focales (Cerbino, Panchi y Angulo, 2020; Mondragon, Landeros y Pérez, 2020) y entrevistas (Marín et al. 2020, Mingo, 2020; Torres, Peña y Almarales, 2021).

Con fortuna, múltiples de las referencias citadas presentaron como parte de sus hallazgos correlaciones estadísticamente significativas. Tal es el caso de Aguayo et al. (2022), Chumacero (2022), Gonçalves et al. (2021), Maldonado y Reich (2013), Mondragon, Landeros y Pérez (2020), Nava y García (2021), Ramos, García y Serpa (2021), Rodríguez y Quinde (2016), Rosales et al. (2019), Reyes-Pérez et al. (2017); y Varchetta, Fraschetti y Giannini (2020).

En estos acercamientos, el miedo se vincula con uno o varios de los siguientes ejes temáticos, a través de los cuales se articula la investigación revisada: la pandemia por COVID-19; las redes sociales y los dispositivos móviles (que llamamos ecosistema mediático de modo genérico), la inseguridad ciudadana, las violencias[5] y la criminalidad que tipificamos como una dimensión política del miedo.

2. Miedo y pandemia por COVID-19

Como es sabido la pandemia por COVID-19 exacerbó muchas de las situaciones críticas que vivíamos como humanidad (desigualdad, pobreza, aprietos de los sistemas de salud y del empleo, etc.); al tiempo que hizo posible experimentar intensamente una serie de emociones, entre ellas, de modo privilegiado, el miedo.

En seis de las fuentes consultadas se plantea el miedo generado a raíz de la pandemia por COVID-19. Evento mundial que ciertamente marcó un antes y un después en la historia moderna. Desde Ecuador, Cerbino, Panchi y Angulo, (2020) evaluaron los efectos que la pandemia tuvo sobre jóvenes ecuatorianos. Para ello consultaron a 28 estudiantes universitarios por medio de grupos focales en línea. Bajo un enfoque cualitativo, se llevó a cabo una discusión que partió de dos ejes, uno vinculado con el espacio y otro con el tiempo. Como parte de las conclusiones, se vinculó el miedo en esta población con la incertidumbre sobre qué les deparará el futuro en términos académicos y laborales[6].

Cuando usamos el prisma de la justicia social para analizar el miedo, específicamente los datos obtenidos por Cerbino, Panchi y Angulo, (2020), podemos reflexionar sobre los cambios en las dinámicas labores y de mercado, pues, pasamos en un período muy corto de tiempo (4 o 5 generaciones), de mercados estables en los que las personas ingresaban en puestos en los que permanecerían hasta su jubilación, o bien en trabajos en empresas o instituciones con ascensos sistemáticos, a mercados altamente fluctuantes caracterizados por la fusión y la transnacionalización, la reducción sistemática de las plazas en la función pública y su pauperización y la creciente informalidad, es decir, lo que Abílio (2017) teorizó como la uberización del trabajo. Una proporción del mercado actual no ofrece a las personas jóvenes condiciones de seguridad, dignidad y estabilidad labores[7].

Cerbino, Panchi y Angulo, (2020) además de los miedos laborales y la incertidumbre por el futuro; identificaron en los estudiantes universitarios ecuatorianos que participaron del estudio en el contexto de la pandemia por COVID-19, una serie de prácticas de culpabilización, al responsabilizarse por el potencial contagio de sus familiares. La culpabilización por contagio se vincula con el discurso construido por los medios de comunicación al afirmar que las personas jóvenes son fuente de riesgo y peligro para los demás grupos etarios, dentro del contexto en estudio.

Los colegas peruanos Ramos, García y Serpa (2021) ofrecen una definición del miedo como una emoción natural ante una amenaza real o percibida que desencadena síntomas estresantes como el insomnio. A partir de este concepto, evaluaron el rol mediador del estrés percibido entre el miedo al COVID-19 y el insomnio durante la pandemia, trabajando con 479 universitarios peruanos de ciencias de la salud, a través de un estudio observacional, cuantitativo y predictivo.

De esta manera, aplicaron herramientas como Fear of COVID-19 Scale, Perceived Stress Scale, usaron el Modelamiento de Ecuaciones Estructurales y las Correlaciones de Pearson. Finalmente, se concluyó que el estrés percibido no fue solo un resultado del miedo pandémico, sino también un catalizador para el insomnio[8].

Desde Brasil, Gonçalves et al. (2020) estudian bajo un enfoque cuantitativo el miedo y la ansiedad producidos por el COVID-19 mediados por la resiliencia. Por lo que se trabaja bajo la definición que hace la disciplina de la psicología del término de resiliencia, refiriéndose al positivismo con que se enfrentan las adversidades, como lo exponen Chen & Boanno (2020).

Gonçalves et al. (2020) obtuvieron una muestra por conveniencia de 261 estudiantes universitarios brasileños que respondieron un cuestionario en Google Forms que usó la Escala de miedo Covid-19 (FC-19S), la Escala de resiliencia breve, el Inventario de rasgos de ansiedad e incluyeron preguntas sobre datos sociodemográficos.

El análisis de datos se llevó a cabo a través del programa SPSS (Statistical Package for the Social Sciences) para estadísticas descriptivas, correlaciones y regresiones. El modelo de mediación se evaluó utilizando Mplus y 5000 Bootstrap, que eventualmente confirmó la hipótesis de este grupo de investigación brasileño, ya que “hubo un efecto de mediación estadísticamente significativo donde la variable resiliencia medió aproximadamente el 35% de la relación entre el rasgo de ansiedad y el miedo al Covid-19.” (p.10)

Para algunos segmentos de las juventudes contemporáneas el estrés, la angustia y la ansiedad se han vuelto cotidianas. En una medida podemos analizar estas emociones y estados, como una consecuencia de los cambios culturales acaecidos en las últimas décadas; cambios que demandan de las personas la felicidad permanente (Vaz, 2010; Freire-Filho, 2010); en un contexto de positivismo exacerbado (Han, 2017, Ehrenreich, 2018) que rechaza la vulnerabilidad y la fragilidad humanas (y sus emociones asociadas como la tristeza y el miedo), y entroniza el mérito, el éxito, el self-made man y la voluntad (Dubet, 2014; Gaulejac, 2017); negando en consecuencia las condiciones reales de posibilidad.

Esta lectura culturalista puede incluirse en la concepción de la justicia social que la comprende como distribución (también llamada justicia distributiva) pues se centra en “la distribución de bienes, recursos materiales, culturales y capacidades” (Murillo y Hernández, 2011, p.12, el subrayado es nuestro). Amaryta Sen, unos de los autores cuyos postulados sobre justicia social se ubican en el enfoque de las capacidades, afirma que las libertades están realmente representadas por las capacidades que tienen las personas para elegir entre formas de estar y de hacer (Sen 1992, 2009 citado en Murillo y Hernández, 2011, p.14). Las demandas culturales que acabamos de dibujar ofrecen poco margen para el estar y el hacer de las personas jóvenes. Esta interpretación se puede extender a los estudios sobre el Burnout que se relatan más adelante.

Pero volvamos a las investigaciones que analizaron la emoción del miedo en el marco del COVID-19. En Cuba, Torres, Peña y Almarales (2021) abordaron cualitativamente la percepción de 12 personas docentes de educación superior sobre los miedos que identificaron en estudiantes universitarios durante la pandemia por COVID-19. Al igual que Ramos, García y Serpa (2021) categorizan el miedo como una reacción natural ante estímulos biológicos o culturales. Las personas autoras afirman que en el contexto académico, el miedo afecta procesos cognitivos (el subrayado es nuestro). En esa investigación, se vinculó el miedo a las relaciones interpersonales con pares y profesores, a la posible afectación de salud ocasionada por el virus, al futuro desempeño profesional y a su actual desempeño académico.

Aunado al elemento educativo, Jacobo, Máynez y Cavazos (2021) plantean el miedo como consecuencia de la pandemia por Covid-19 y como causa del síndrome de Burnout y la intención de abandono por parte de personas estudiantes universitarias en México. Se teoriza el concepto del miedo desde lo planteado previamente por Pakpuor y Griffiths (2020), como un estado emocional no placentero que responde como un mecanismo de defensa ante estímulos que se perciben como amenazantes. Según aparecen citados en Jacobo, Máynez y Cavazos (2021) estos autores utilizan las teorías de Burtscher et al (2020), Ornell et al (2020) y Odriozola-González et al (2020) para ahondar en la especificidad de estímulos dentro del contexto pandémico, como el aislamiento, protocolos en establecimientos públicos, cambios laborales y académicos.

Otro elemento sumamente importante de esta publicación es el Síndrome de Burnout que Schaufeli et al (2002) y este último con Bakker (2004) teorizaron (con muchos años de anterioridad) como un agotamiento físico, psicológico y emocional generado por las condiciones estresoras del ámbito académico, que impacta negativamente el rendimiento del estudiantado. Si leemos estas condiciones estresoras desde el análisis que realiza Dubet (2014, p.82) en una medida pueden explicarse por el cambio en los imperativos morales, pues junto la universalización de la responsabilidad individual encontramos la moral de los deportistas de alto nivel, porque la sociedad contemporánea cambió la dignidad y el honor que otrora se aducía al trabajo y a los trabajadores, por el jugar y el ganar, la competencia y el éxito permanentes; moral aplicada a todos los ámbitos de la vida, también el rendimiento académico de las personas jóvenes.

Jacobo, Máynez y Cavazos (2021), como decíamos, realizaron una investigación cuantitativa, empírica, no experimental y transversal, con 478 estudiantes durante el apogeo del virus. Al igual que los colegas Ramos, García y Serpa (2021) mencionados anteriormente, utilizaron un modelo de ecuaciones estructurales. Por medio de esa metodología, se confirma que el miedo al Covid-19, el cinismo y el agotamiento influyen directa e indirectamente sobre la intención de abandono de los estudios en esa población mexicana.

3. Ecosistema mediático

Cuando hablamos de juventudes y medios, debemos recordar que entre tecnología y jóvenes existe una estrecha relación. Como afirman en su estudio Rubén Ramos-Antón y David Pac- Salas (2019, p.24) esa conexión “ha dado lugar a conceptos como el de digital natives (nativos digitales), generación net, generación@ o #generación, entre otros”. Las personas jóvenes suelen ser quienes más rápida y masivamente adoptan los cambios tecnológicos (early adopters) y por ello son los primeros en apropiar dispositivos, aplicaciones y según los autores, se convierten en marcadores de tendencias (trendsetters) dentro de la sociedad.

Desde el continente europeo, Varchetta et al. (2020) se aproximan al miedo que experimentan las personas universitarias como consecuencia del uso de dispositivos móviles. Específicamente, el miedo encapsulado en el concepto de “Fear of Missing Out” (FOMO, por sus siglas en inglés) o miedo a perderse experiencias. Se basa en lo teorizado por Przybylski, Murayama, DeHann & Gladwell (2013) como la inquietud que siente una persona a raíz de la preocupación de que amistades experimenten momentos gratificantes sin su presencia. Según estos autores, podría considerarse como un tipo de ansiedad social, ya que es una sensación constante de estarse perdiendo de “algo”. (2020, p.3)

Este concepto emana de lo propuesto por Davidson & Martellozzo (2012) como la “vulnerabilidad en línea” o la tendencia de las personas a experimentar perjuicios tanto físicos como psicológicos, como consecuencia de su interacción en internet. Ambos se atan con la Teoría de la autodeterminación de Deci y Ryan (1985 citados en Davidson & Martellozzo (2012)), una macro-teoría de la motivación humana, que plantea que:

“...la autorregulación y la salud psicológica se basan en la satisfacción de tres necesidades psicológicas básicas: Competencia, o sea la capacidad de actuar eficazmente en el mundo; Autonomía, es decir autoría o iniciativa personal; Apoyo, es decir cercanía o conexión con los demás.” (2020, p.3)

Tomando estos tres elementos como punto de partida, Varchetta et al. (2020) investigan las actitudes y comportamientos vinculados con el uso de las redes sociales por estudiantes universitarios.

A nivel metodológico, se realizó un cuestionario en línea a 306 jóvenes que abordó la frecuencia y el tiempo invertido en el uso de estas plataformas. Además, se utilizaron numerosas escalas, como: Social Media Engagement Scale (Przybylski, Murayama, DeHann & Gladwell, 2013); Bergen Social Media Addiction Scale (Andreassen, Billieux, Griffiths, Kuss, Demetrovics, Mazzoni & Pallesen, 2017) Online Vulnerability Scale (Buglass, Binder, Betts & Underwood, 2017) entre muchas otras.

Para el análisis estadístico se implementó el software SPSS versión 25, así como un análisis de correlaciones a través del cual se reflejó una relación positiva entre el FOMO, la vulnerabilidad en línea y la adicción a redes sociales. Asimismo, el análisis de regresión mostró que el FOMO es el mejor predictor de la adicción a redes sociales.

Otro miedo identificado en la población universitaria es la nomofobia. Este término se utilizó por primera vez en la Oficina de Correos de Reino Unido (2012) y proviene precisamente de su abreviatura en inglés “No Mobile Phobia”. Se trata de la ansiedad que se experimenta al no poder utilizar el celular, independientemente de la causa.

Tanto este antecedente como la conceptualización e instrumento desarrollados por Yildirim y Correia (2015), son puntos de partida para investigaciones como la de los peruanos Rosales- Huamani et al. (2019), Franco-Guanila y Hervias-Guerra (2022) y Chumacero (2022).

En el caso de Rosales-Huamani et al. (2019), aplicaron una metodología transversal, correlacional y factorial para identificar síntomas de la nomofobia en estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería. Se diseñó un cuestionario que se aplicó a una muestra total de 461 estudiantes. De esta manera, se identificaron tres factores sintomáticos de la nomofobia: sentimientos de ansiedad, uso compulsivo de teléfonos inteligentes y sentimientos de pánico.

Asimismo, Franco-Guanila y Hervias-Guerra (2022), en Perú, se propusieron determinar la estructura factorial, la validez y confiabilidad de la Escala del Nomofobia de Yildirim y Correia (2015), la cual finalmente confirmaron como un instrumento válido y confiable para medir esta fobia. Para ello realizaron un análisis factorial exploratorio y de componentes principales de datos de 300 estudiantes en la Universidad Estatal de Lima Metropolitana, recolectados a través de formularios de Google Forms durante el primer cuatrimestre del 2022. Al igual que Varchetta et al. (2020) usaron el SPSS 26.0 para el procesamiento de los datos. Además se empleó Amos 22.0, el método de estimación de máxima verosimilitud y el Coeficiente del Alfa de Cronbach, el Omega y la confiabilidad compuesta.

En los meses de mayo y junio del mismo año, en la localidad de Piura, Chumacero (2022) también se examinaron los factores asociados con la nomofobia, pero en estudiantes de medicina de la Universidad Nacional de Piura. Se trata de un estudio cuantitativo, observacional, transversal y correlacional. En él una muestra probabilística de 208 estudiantes respondieron un cuestionario sobre el uso del celular. Dentro de las prácticas identificadas asociadas a la nomofobia se hallan: invertir desde 3 y hasta 10 horas en este dispositivo, una frecuencia de revisión de 20 minutos, un uso de más de 5 aplicaciones al día y durante las clases académicas.

Dentro de los riesgos propios del uso de dispositivos móviles y redes sociales, se encuentra el cyberbullying. Según Yudes-Gómez et al. (2018), citada por Marín et al. (2020), este fenómeno consta de agresiones dirigidas y repetitivas que se realizan a través de dispositivos móviles y sus plataformas sociales. Esta interacción no se reduce únicamente a agresor y víctima, también puede haber espectadores. Es precisamente esta población la que Marín et al. (2020) investigaron de forma cualitativa con un método fenomenológico-hermenéutico.

Específicamente, indagaron en los sentimientos de miedo y tristeza en 31 adolescentes entre 12 y 17 años de edad. Los hallazgos muestran que a pesar de que los espectadores sienten empatía por las víctimas, no intervienen porque tienen miedo de convertirse en un nuevo blanco de agresiones. Este miedo al rechazo convive con otras consecuencias mencionadas por Brean & Li (2005), citados en Marín (2020), como: baja autoestima, baja motivación, vergüenza y culpa.

Además de la clara relación entre juventudes, cambios técnicos y adopción temprana de tecnologías, FOMO, nomofobia y cyberbullying; también se ha documentado la relación entre el uso de las redes sociales y la autoestima o el autoconcepto. En la investigación de Davey y Berrospi (2022) se analiza, desde la perspectiva cuantitativa (en un estudio de alcance correlacional), la asociación entre adicción a las redes sociales y autoestima en un grupo de jóvenes estudiantes de una universidad privada en Lima, Perú.

Los resultados arrojan que el lugar desde el cual se utilizan más estas plataformas es el hogar y el dispositivo de preferencia es el celular. Asimismo, más del 50% de las personas consultadas admitieron utilizar las redes sociales entre 7 y 12 veces al día o, todo el tiempo. Sus hábitos de consumo denotan cierto nivel de adicción, pues 48,5% de los encuestados afirma un alto uso de las redes, y también un nivel de obsesión, en este caso preponderando el nivel medio con un 46,9%. Al llevar a cabo un análisis correlacional entre el uso de redes sociales y los niveles de autoestima, se identificó una correlación negativa -a mayor uso menor autoestima- significativa, aunque baja y entre la adicción a las redes sociales y autoestima -a mayor autoestima, menor adicción a las redes sociales- (Davey y Berrospi, 2022, p.43).

4. Dimensión política del miedo: inseguridad ciudadana, violencia y criminalidad

El uso de los dispositivos móviles no se reduce únicamente a interactuar por medio de redes sociales, sino también a acceder a información difundida por medios de comunicación masiva, pues es sabido que -en general- las personas jóvenes consumen poco los medios de comunicación tradicionales (radio, televisión y prensa escrita). En este espectro se introducen Nava y García (2021), para analizar las consecuencias de la socialización de información respecto al delito y el miedo al crimen en población universitaria de Culiacán, Sinaloa, México. Más específicamente, se preguntan cómo les inhibe a la hora de ser partícipes de la economía nocturna de esa zona.

Serrano y Vázquez (2007), citados por Nava y García, lo describen como “el temor del individuo a ser víctima de la delincuencia”. (p.121) Además, se contextualiza en el ámbito nocturno, ya que como explican Boessen et al. (2017) y Doran y Lees (2015) este miedo se acentúa en la economía de la noche.

Aunque, México es uno de los países en los que la inseguridad ciudadana es un tema preponderante, esta es una problemática que se puede generalizar, ya que, en el contexto latinoamericano, ha ido en aumento en las últimas décadas. Si miramos la delincuencia a través del cristal de la justicia social es indispensable recordar el contexto. Como sabemos vivimos en un mundo altamente desigual, como nos muestran Krozer y Estrada (2024) el pequeño grupo de super ricos que hace dos décadas controlaba el 3,2% de la riqueza mundial, hoy maneja el 6.4%. La autora y el autor apuntan que en Latinoamérica la desigualdad tanto en la distribución de la riqueza como del ingreso, se ensancharon con la pandemia por COVID-19, fenómeno que discutimos anteriormente. Krozer y Estrada (2024) también afirman que la desigualdad hoy se caracteriza por carecer de movilidad social, quien nació pobre, probablemente permanezca pobre.

En el estudio realizado en el contexto mexicano, se obtuvo una muestra representativa de 318 estudiantes de la Facultad de Estudios Internacionales y Políticas Públicas de la Universidad Autónoma de Sinaloa, a quienes se les aplicó una encuesta. A través de ese instrumento se identificaron las formas en que la población estudiantil se informa y responde a la criminalidad.

Esa investigación identificó que ese público joven no renuncia a la vida nocturna, aunque el 64.6% de las personas encuestadas sí se informa sobre el crimen en las zonas que frecuentan. Como alternativa a no frecuentar estos lugares, las personas jóvenes adoptan hábitos que les permitan disfrutar de forma segura. Estos comportamientos de prevención difieren según el género de la persona. Por ejemplo, las mujeres son las que implementan estrategias de evasión. Y en general, las personas prefieren participar de la economía nocturna en grupos.

Los dispositivos móviles que facilitan el acceso a redes sociales también son uno de los instrumentos a través de los cuales se puede consumir noticias publicadas por medios de comunicación masivos. Uno de los ejes de contenido que se cubre es el de delitos o sucesos, que está ligado directamente con la seguridad ciudadana. Por eso, los investigadores Rodríguez y Quinde (2016) proponen analizar el miedo al delito en universitarios venezolanos, a raíz de la exposición a medios de comunicación tradicionales.

En dicha investigación no se parte de una conceptualización comúnmente aceptada del miedo al delito, ya que no hay un acuerdo sobre la manera de medir este fenómeno (Cornelli, 2012). Sin embargo, en el contexto de este debate, se plantea la distinción entre el temor al delito abstracto y el temor al delito concreto. El primero se refiere a la preocupación general o inquietud que provoca la existencia de altos niveles de inseguridad y delincuencia en una región, lo cual se considera un problema social (Serrano y Vázquez, 2007).

En lo que sí llegan a estar de acuerdo los investigadores consultados por Rodríguez y Quinde (2016) es que a mayor exposición a este tipo de contenido, más grande es el miedo a este fenómeno. En ello coinciden desde estudios más antiguos como el de Heath y Petraitis en 1987, hasta la propuesta teórica de Farral et al. (2008) llamada la victimización imaginada y la psicología del riesgo; ambos textos citados en Rodríguez y Quinde (2016).

Otra disciplina en la que se apoya la investigación citada es en las ciencias de la comunicación, en este sentido vale la pena citar a Rincón y Rey (2008, p. 35) quienes afirman que “Una sociedad es más insegura por lo que se dice que por la realidad que habita”. Esto es particularmente importante cuando lo que se dice refiere al miedo, o lo provoca, o lo estimula. En múltiples contextos y desde diversas miradas los estudios de varias personas investigadoras como Rossana Reguillo (2000) en México; Omar Rincón y Germán Rey (2008) en Colombia; Sebastian Huhn (2012), Johan Espinoza y Josué Méndez (2015) en Costa Rica; concuerdan con la idea de que los medios funcionan como un megáfono para la emoción del miedo.

Pensemos por un momento en la cantidad de inundaciones, terremotos, incendios, tsunamis, maremotos, y erupciones volcánicas, sucedidas en los más diversos contextos del mundo, que los jóvenes actuales han presenciado en vivo y en directo, en la pantalla de sus celulares, a lo largo de sus vidas. Nos referimos evidentemente a los miedos vinculados con la emergencia climática, la cual afecta de forma diversa los distintos contextos del globo y sus poblaciones, en atención a las capacidades de los Estados para responder ante ellas, y al mismo tiempo, impacta en las vidas de quienes los observan en sus pantallas.

En esta misma línea que relaciona miedos y medios, Rodríguez y Quinde (2016) proponen un estudio exploratorio con una muestra por conveniencia de 199 estudiantes de la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela. A través de la encuesta de victimización, que ha sido ampliamente usada en la investigación criminológica, se evaluaron los niveles de consumo de noticias relacionadas con inseguridad y delincuencia, los niveles de preocupación por ser víctima de delito y la asociación entre estas dos.

Los hallazgos muestran que los estudiantes universitarios obtienen información sobre eventos relacionados con el crimen principalmente a través de la televisión y los periódicos. Además,

revelan que existe un considerable nivel de temor al delito y que hay una correlación positiva y significativa entre este temor y el consumo de noticias sobre inseguridad y delincuencia.

Más allá del uso de dispositivos móviles, la inseguridad ciudadana es parte de la realidad de personas habitantes en países latinoamericanos, como Colombia, donde Gamboa, Prada y Avendaño (2021) efectuaron un estudio cuantitativo descriptivo transversal “que buscó identificar las percepciones que tienen jóvenes universitarios en una ciudad fronteriza sobre la seguridad ciudadana” (p.880).

Teóricamente se habla del miedo como consecuencia de la inseguridad ciudadana, la cual se define como la sensación de ser posible víctima de un evento que atente contra su seguridad, según lo planteado por la Encuesta Nacional de Programas Estratégicos, citada por estos autores.

En el estudio se encuestó a 216 estudiantes de una universidad pública. Para el análisis, los datos fueron procesados mediante el software SPSS v25, con ayuda del cual se obtuvieron los siguientes resultados: un gran porcentaje de las personas encuestadas ha sido víctima de algún delito (52,8%), entre los que predomina el abuso de autoridad, el hurto y la intimidación con armas. E irónicamente, esto no se limita a criminales, sino que incluye a las figuras de autoridad, es decir a la fuerza pública. Asimismo, casi la mitad de las personas encuestadas siente miedo en la zona en la que vive (46%).

Nuevamente desde México, Orozco-Ramírez et al. (2020) realizaron una investigación empírica y cuantitativa para identificar los tipos de victimización que viven los estudiantes universitarios ante la violencia comunitaria, así como determinar los síntomas del Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) que presentaban, e identificar la relación entre los tipos de victimización y los síntomas del TEPT.

Dicha investigación se basa en el concepto global de violencia establecido por la Organización Mundial de la Salud, definida como el uso intencional de la fuerza física o el poder como amenaza contra sí mismo u otras personas, cuyo producto sean lesiones físicas y/o mentales e inclusive la muerte. Orozco-Ramírez et al. (2020) van más allá y se centran en un tipo específico de violencia, la comunitaria, que es “impuesta por otro individuo o un número pequeño de individuos que se produce entre personas que no guardan parentesco y que pueden conocerse o no, y que sucede por lo general fuera del hogar”[9] (p.302)

Asimismo, el Trastorno de Estrés Postraumático es una de las posibles consecuencias de la violencia y según la American Psychiatric Association (2014) “se diagnostica cuando una persona ha desarrollado síntomas específicos tras la exposición a uno o más eventos traumáticos, y cuando la reacción emocional experimentada ante el evento traumático implica una respuesta intensa de miedo, impotencia y horror.” (p.303) Es decir, en el estudio citado el miedo se presenta como una consecuencia de un evento traumático, aunque no se conceptualiza en detalle.

En total, participaron 500 jóvenes de una universidad pública de Ciudad Victoria a quienes se les aplicó la Escala de Victimización (Ruíz, 2007) y la Escala Breve del Desorden del Estrés Postraumático (Breslau, Peterson, Kessler & Schultz, 1999). Cabe resaltar que se trata de un muestreo no probabilístico, que se analizó con la prueba no paramétrica de correlación Rho de Spearman y un análisis de regresión logística con el método por pasos hacia adelante condicional.

Como resultados, se reportó un promedio de siete sucesos de victimización tanto directa como indirecta, siendo más frecuente la indirecta. Y aunque se observa una relación directa e indirecta entre la victimización y la presencia de síntomas del TEPT, solo la victimización indirecta resultó ser una variable predictora de síntomas del TEPT.

Un recurso para afrontar esta serie de sentimientos es formar parte de grupos de personas que han pasado, o actualmente pasan, por una situación similar. Este es el caso de un colectivo de estudiantes feministas que denunciaron la violencia machista que ocurre dentro del campus de su universidad en México. Mingo (2020), se dio a la tarea de realizar una investigación cualitativa y entrevistar en profundidad a 11 participantes de dicho grupo.

En ese caso, no se parte de un concepto de miedo, sino que se presenta como una emoción que surge como consecuencia de ser víctima de violencia machista y que además tiene un efecto inhibidor a la hora de plantearse efectuar una denuncia de lo sucedido (p.7). Mingo (2020) basándose en lo teorizado por Taylor y Whittier (1995), afirma que los colectivos feministas abren un espacio para canalizar este sentimiento, junto con otras sensaciones como la vergüenza o la depresión.

Articulando, como nos hemos propuesto, la revisión de literatura que analiza el miedo en personas estudiantes universitarias, con la perspectiva de la justicia social distributiva (con énfasis en la perspectiva de capacidades), nos resulta indispensable reflexionar sobre el papel de los colectivos como espacios tanto protectores como terapéuticos (en el amplio sentido del término). Martha Nussbaum, una de las teóricas más importantes de esta perspectiva de las capacidades, afirma la relevancia de la confianza en las relaciones íntimas. La autora (Nussbaum, 2018, p. 268) sostiene que estas últimas solo prosperan cuando las partes están dispuestas a ser muy vulnerables ante la otra, a “permitir que elementos cruciales de la prosperidad de ambos descansen en las manos de los dos”. Si a esta reflexión le suma la noción de Rossana Reguillo (2000 p.7) sobre las sociabilidades del miedo, podemos observar los "efectos" políticos del miedo” en la medida en que puede ser una emoción que nos separa, nos coloca en alerta y defensa, nos habilita para la suspicacia, nos recluye tras los muros de la discreción o la comedimiento, del egoísmo o el personalismo.

En la reflexión anterior se conjugan varios de los elementos que hemos subrayado: vulnerabilidad y fragilidad humanas (altamente rechazadas en las sociedades contemporáneas), dependencia (negada y subvalorada) y vínculos. Sobre estos últimos, concordando con Nussbaum (2006, 2018) afirmamos que la posibilidad de crear relaciones estables, seguras, de larga data y de compromiso, está directamente relacionada con poder mostrarse frágil ante y con los otros, y permitirse la dependencia y el cuidado.

De hecho, en su teoría sobre las capacidades Nussbaum (2006, citada en Murillo y Hernández, 2011, p.15) genera una lista de las que define como las diez capacidades funcionales humanas centrales, en la que incluye las emociones y los vínculos: “Emociones. Capacidad de amar, de estar agradecido en las diversas formas de asociación humana. Tener vínculos afectivos con cosas y personas ajenas a nosotros mismos. Supone la capacidad de desarrollarse emocionalmente”.

5. Síntesis de hallazgos y reflexiones finales

En resumen, la literatura existente y desarrollada durante el periodo consultado, sobre el miedo en población universitaria, revela una presencia de este sentimiento y otros asociados en espacios sociales en general y académicos en particular, tanto físicos como virtuales. Asimismo, esta condición puede venir acompañada de ansiedad, insomnio y estrés; ya sea como causa o como consecuencia. Cuando se trata de consecuencia, el miedo puede surgir a partir de situaciones de peligro percibido, evaluación académica e interacciones sociales.

Los estudios que analizaron el miedo en el apogeo de la pandemia por COVID-19: reflexionan sobre las variables tiempo (incertidumbre que depara el futuro en términos académicos y laborales) y espacio (prácticas de culpabilización por ser fuente potencial de contagio); otros evalúan el estrés percibido entre el miedo al COVID-19 y el insomnio (Ramos, García y Serpa, 2021); también se relaciona el miedo y la ansiedad producidos por el COVID-19 con la mediación que aporta la resiliencia (Gonçalves et al., 2020). Por otra parte Torres, Peña y Almarales (2021) se abocaron a consultar la percepción de personas docentes de educación superior sobre los miedos que identificaron en estudiantes universitarios durante la pandemia por COVID-19.

También existen investigaciones que analizan la relación entre diversas dimensiones del miedo y el Burnout como Schaufeli et al (2002); Schaufeli y Bakker (2004); Jacobo, Máynez y Cavazos (2021) y Aguayo-Estremera, R. et al (2022).

En la dimensión de miedo-tecnologías y plataformas digitales, se identifican cuatro grandes ejes de estudio: FOMO (Varchetta et al, 2020); nomofobia (Rosales-Huamani et al. 2019; Franco-Guanila y Hervias-Guerra, 2022; y Chumacero, 2022) y cyberbullying (Marín et al, 2020) este último enfocado especialmente en los sentimientos de miedo y tristeza. También se ha estudiado la relación entre redes sociales y la autoestima o el autoconcepto (Davey y Berrospi, 2022).

En otro eje se investiga el miedo de la población universitaria al delito y al crimen (Rodríguez y Quinde, 2016; Nava y García, 2021) vinculándolo con el consumo de información sobre criminalidad, sea en medios tradicionales o digitales; también se estudian la percepción sobre la seguridad ciudadana (Gamboa, Prada y Avendaño, 2021); los tipos de victimización frente a la violencia comunitaria (Orozco-Ramírez et al, 2020) y el papel de los colectivos de víctimas para enfrentar la violencia machista (Mingo, 2020).

Para efectos de Narrativas del miedo, se prestó especial atención a la metodología aplicada por los estudios cuantitativos. Como punto de referencia, se percibe un uso popular del modelo de ecuaciones estructurales. Así como el aprovechamiento de instrumentos desarrollados y validados por otros colegas, como escalas y cuestionarios para la medición del miedo, la ansiedad o sentimientos y emociones asociadas. Cabe mencionar que muchas de estas herramientas se desarrollaron bajo la escala de Likert (1932).

Para el análisis de los datos, se hace uso del programa SPSS en sus diferentes versiones, según disponibilidad de las y los investigadores. Asimismo, en la mayoría de los casos se aplica un procedimiento para identificar correlaciones y sus tipologías, con ayuda de procedimientos como Spearman, el coeficiente de Pearson o la correlación Tau-b de Kendall (en atención a los niveles de medición de las variables y la distribución de los datos, en cada caso).

En términos de limitaciones que comparten los estudios revisados, en pocos casos aprovechan las bondades del muestreo probabilístico, a pesar de que se trabaja con poblaciones numerosos, ya sea a nivel micro desde la institución en la que se ejecute como a nivel macro en términos del país en el que se desarrolla, lo cual limita el alcance de los resultados de la investigación.

La variable género se destaca en algunos de los estudios (Maldonado y Reich, 2013; Nava y García, 2021) y en nuestra propia investigación, Narrativas del miedo, también son las mujeres las que más miedo enfrentan (en todos los lugares) y, especialmente aquellas que se forman en Ciencias Sociales, Derecho y Artes. Desde el análisis de la justicia social es claro que las mujeres enfrentamos la mayor cantidad y diversidad de violencias, nos referimos tanto a la histórica desigualdad en el acceso a los mejores empleos y a recibir los menores salarios, como a ser contratadas en los puestos más inestables y menos calificados (Dubet, 2014, p.76), a llevar la carga del trabajo reproductivo y de los cuidados[10] (Federici, 2018); pero también señalamos tanto la inseguridad como la sensación de inseguridad y miedo generalizado desde el cual se nos impele a habitar este mundo.

Analizando los estudios que han investigado la emoción del miedo en personas universitarias desde la perspectiva de la justicia social, podemos identificar el claro papel que la lógica de la igualdad de oportunidades ha tenido al anular las condiciones reales de posibilidad, negando las absurdas y abismales desigualdades en las que las personas jóvenes latinoamericanas han nacido y crecido, segregando a un segundo plano, las discusiones de fondo sobre la desigualdad en los debates sobre las políticas públicas.

Pero también se identifica el papel de dicha lógica (de la igualdad de oportunidades) como aliada en la entronización de la meritocracia, el éxito, la autoestima, el alto desempeño y el autocontrol como normas morales que rigen los comportamientos de las juventudes actuales y los valores que la sociedad actual privilegia. En este sentido sigue totalmente vigente la pregunta que formulara Amaryta Sen (1992, 2009 citado en Murillo y Hernández, 2011, p.14) sobre las capacidades que tienen las personas para elegir entre formas de estar y de hacer en el mundo contemporáneo y sus desafíos. De tales desafíos hemos subrayado los cambios en las condiciones dignas de trabajo (uberización del empleo, precarización labora, informalidad) y la pérdida de la movilidad social que otrora asegurara la educación, la cual dejó de ser un servicio público para transformarse en otra mercancía, la crisis climática.

Además hemos incluido en estas reflexiones los efectos políticos del miedo, analizando la dependencia y la vulnerabilidad como un factor indispensable para crear vínculos de confianza; porque el miedo nos retrae sobre nosotros mismos, y nos dificulta la sociabilidad y en consecuencia, afirmamos, la participación ciudadana activa. Pese a que es innegable que masas de jóvenes abrazan la apatía, el descrédito y la desesperanza; también es evidente (históricamente comprobable), que las personas jóvenes han conformado los movimientos sociales que disputan los sentidos en la esfera pública, sea desde los ecologismos, los feminismos, el anti-especismo, las luchas por la defensa de los territorios y la autonomía indígenas. Parece posible afirmar que la lucha por la justicia social, sea esta entendida en términos de distribución o de capacidades, depende de una lectura crítica de la realidad y de la superación de los miedos que pueden paralizarnos, para que sea posible accionar desde la esperanza y en colectivo.

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Notas

[1] Elegimos el término persona por sus atributos inclusivos.
[2] El equipo de investigación está integrado por las siguientes personas: Dra. Lisbeth Araya, CICOM-UCR, investigadora principal. Dra. Jacqueline García Fallas, INIE-UCR, investigadora colaboradora. M.Sc. Cynthia Córdoba López, OBS-UCR, investigadora asociada. M.Sc. Ana Yanci Zúñiga Bermúdez, OBS-UCR, investigadora asociada. M.Sc. Oscar Valverde Cerros, director ejecutivo de la Fundación PANIAMOR; investigador colaborador. Bach. Mariana Cajina Rojas asistente de investigación.
[3] En este artículo no se incluyen las referencias relativas al miedo a la muerte, a la salud mental, tampoco aquellas vinculadas con estrategias de afrontamiento o formación académica.
[4] Tanto en su perspectiva teórica, como empírica -que recolectó datos en Costa Rica-, la investigación se afirma como latinoamericanista.
[5] Incluida una referencia a las experiencias propias de los cuerpos feminizados.
[6] En el cuestionario de Narrativas del miedo, se incluyeron preguntas vinculadas con estas temáticas.
[7] En esta comprensión justicia social se asocia con contrarrestar las injusticias económicas (generadas por el sistema mundo capitalista-neoliberal), tal como se pensó en los orígenes del concepto y sus derivaciones en la era industrial (Murillo y Hernández, 2011).
[8] En la investigación sobre Narrativas del miedo incluimos, entre muchos otros, el concepto de miedo orgánico

(biología), para decantarlo en el constructo respuestas neurovegetativas y medirlo a través del indicador:

sensaciones corporales.

[9] A partir de estas investigaciones se incluyó en la encuesta usada en Narrativas del miedo, una pregunta sobre los lugares del miedo y otras sobre seguridad ciudadana, narcotráfico y corrupción.
[10] Especialmente, como es sabido, de las y los niños, personas adultas mayores y de aquellas en condición de discapacidad.


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