La vida cotidiana rural entre 1935 y 1985: aproximaciones a la identidad de ser mujer y hombre

Everyday rural life between 1935 & 1985: approximations on male and female identity

Carlos David Solorio Pérez
Universidad Iberoamericana, México

La vida cotidiana rural entre 1935 y 1985: aproximaciones a la identidad de ser mujer y hombre

Cuicuilco. Revista de Ciencias Antropológicas, vol. 23, núm. 67, 2016

Instituto Nacional de Antropología e Historia

Recepción: 20 Abril 2015

Aprobación: 13 Agosto 2015

Resumen: Investigar acerca de la vida cotidiana rural entre 1935 y 1985 y cómo mujeres y hombres vivieron ser mujeres, hombres, madres, padres, esposas y esposos, fue posible gracias a la metodología de la historia oral, con la cual se recuperaron narrativas que expusieron que la mujer se concebía a sí misma y fue considerada por los demás como ayuda del hombre, aunque su papel fue más protagónico, pues no solamente fue la madre y esposa, sino que también realizó labores no remuneradas fuera de su casa de las cuales se beneficiaba el hombre y sólo él tenía la titularidad del reconocimiento del trabajo fuera del ámbito del hogar. Los hombres, por su parte, adoptaron los roles de género establecidos y su vida giró en torno a ser proveedor y padre de familia.

Palabras clave: mujer rural, hombre rural, agencia, género, México.

Abstract: Researching about everyday rural life between 1935 & 1985, and how women and men experienced being women and men, mothers, fathers, wives and husbands, was possible thanks to the oral history methodology, through which we recovered narratives that exposed how women conceived themselves, and how they were considered by others as a helper of men, though her role was mainly as a protagonist, not just as mother and wife, because she also performed unrewarded activities out of the house from which the men benefitted, and only the man received the credit and acknowledgement for the work outside the home. Men, for their part, adopted the established gender roles, their lives revolving around being the supplier and the father of the family.

Keywords: Rural woman, Rural man, Agency, Gender, Mexico.

INTRODUCCIÓN

El presente texto trata de evidenciar la identidad de ser mujer y hombre en el occidente mexicano. La entrevista semiestructurada con la metodología de la historia oral fue la manera de recuperar narrativas que ayudaran al análisis acerca de cómo se configuraron como mujeres y hombres cuando las y los informantes fueron niños y cuando tuvieron sus propios hijos. Se examina cómo se construyó su identidad de ser mujeres, madres y esposas, hombres, padres y esposos. Se estudiaron ocho familias para realizar un trabajo cualitativo que permitiera explorar las diversas facetas de la vida de cada entrevistado. Se rescatan las narrativas que son útiles para la discusión de la conformación de su identidad.

Para cumplir con el objetivo, se presenta primero cómo las mujeres entrevistadas se conciben como mujeres, madres y esposas y luego se hace lo propio con los entrevistados.

Debido a la ausencia de información para este estudio, restricción que enfrenta todo investigador al aproximarse a los límites de la memoria como señala Hareven [1996], entrevisté a hermanos de los informantes (primera generación), así como a hermanos de los informantes ego[1] (segunda generación) para contar con mayores datos de los sujetos clave debido a que ya habían fallecido al momento de realizar el trabajo de campo.

La construcción y análisis de los datos estuvo basada en entrevistas a informantes que comprendió entrevistas a profundidad presenciales y entrevistas telefónicas[2] para quienes vivían fuera del estado de Colima y en el extranjero. Al igual que en el resto del linaje, para las entrevistas informales no grabadas tomé notas en el diario de campo.

Las familias estudiadas vivieron en los municipios de Colima y en la comunidad de Suchitlán, municipio de Comala, Colima; en Tonila, Jalisco; Tacámbaro, Michoacán, y en Santiago Ixcluintla, Nayarit. Las y los informantes de todos los hogares estudiados tuvieron un origen rural y articularon su vida en torno a “la agricultura (que) era el principal elemento que estructuraba la vida social y por tanto tenía una fuerte influencia en estructurar la vida familiar” [Esteinou 2008: 153].

Las mujeres y hombres entrevistados evidenciaron un aprendizaje y reforzamiento de su sexo construido en la cotidianidad, y circunscrito especialmente al ámbito familiar y comunitario. A continuación muestro cómo se visibilizaron las representaciones de identidad y género.

SER MUJER, MADRE Y ESPOSA

Ser mujer rural representó lo que nosotros conocemos como las actividades sexuadas diferenciadas por los roles de género, estereotipos asignados al hombre y a la mujer en función de su diferencia biológica o genital, lo cual determinó sus actividades tanto en lo público como en lo privado. Sin embargo, no es una imagen única donde la mujer madre se queda en casa y realiza labores domésticas y cuida a niños y enfermos, mientras que el hombre trabaja fuera de casa en busca del sustento; división y estereotipo que propone el capitalismo moderno.

La dinámica y papel de las mujeres rurales estudiadas estuvo centrada predominantemente en las actividades del campo, que son parte de sus labores como mujer y madre rural, desde donde contribuyeron de manera importante para el sostenimiento de la familia junto con su pareja, ya sea llevando comida, sembrando y cosechando, en el cuidado del ganado, la colecta de leña y como ayudante para reparaciones varias en la casa.

El hombre gozó de mayor tiempo libre que la mujer, pues él cumplió con su trabajo remunerado, mientras que ella invirtió más tiempo para llevar a cabo las actividades no remuneradas y las consideradas de ayuda al hombre en su papel de esposa. De esta forma, como Millán observó [2005: 76]: “La cantidad y responsabilidad de la tarea doméstica no disminuye proporcionalmente a la cantidad de trabajo que la mujer realiza cuando genera ingresos”, ni se reduce cuando ella no genera ingresos y trabaja sin remuneración cuando ayuda[3] al hombre a mantener el hogar.

Las mujeres estudiadas realizaron tanto labores domésticas como extradomésticas, pues así lo requería la división interna y externa del trabajo. Las mujeres, al igual que los niños, fueron fuerza de trabajo para el hombre y, por lo tanto, “debían guardar obediencia hacia ellos” de acuerdo con lo que ha notado Esteinou [2008: 166].

Las madres estudiadas realizaron trabajo doméstico y no remunerado para contribuir con la reproducción económica del hogar. En sólo uno de los casos una madre trabajó con remuneración fuera de casa, así como sin remuneración en su hogar. En otro caso, a la mujer la ayudaron otras mujeres para efectuar el trabajo doméstico, hacer la comida, lavar ropa, cuidar de los niños y limpiar la casa, pues ella y su esposo atendieron una tienda de abarrotes, de venta de ropa y de comida.

El sacrificio y abnegación de las madres mexicanas observado por varios autores [Muñiz 1997; Michael 1976 y Redfield 1944, citados en Esteinou 2008] no fueron característicos de las mujeres estudiadas. Su actitud hacia los hijos y parejas no fueron definidoras de su identidad de género, pues su papel como ayudantes y apoyo en la casa en las labores domésticas dominaron su tiempo. Como hijos fueron auxiliares de los adultos tanto para tareas domésticas como extradomésticas.

Las actividades de las mujeres en el hogar y fuera de éste no fueron consideradas por ellas como algo que deberían hacer, mencionaron que les gustaba llevarlo a cabo, es decir, no hay abnegación en su actuar, ninguna comentó que su voluntad fuera suprimida, sino que hubo plena conciencia de que ése era su papel como mujeres; un rol establecido e inamovible, incorporado a su trayectoria de vida por medio de la observación y de la práctica, desde la infancia, en su proceso de aprender a ser mujeres.

Como menciona Kabeer [1998], ser parte de una comunidad de consenso y homogénea en torno a las prácticas culturales que se espera de un hombre y una mujer invisibiliza las múltiples formas de poder de las mujeres. Es una identidad de género aprendida que fluye espontáneamente cuando se necesita, pues está tan bien aprendida que no se cuestiona.

Reproduce el orden social vigente, nada lo altera, no en estas informantes. No pudieron ser otro tipo de mujer si no conocieron cómo serlo, y en ellas la norma fue que las mujeres ayudaron al hombre y no se problematizaron por ello.

Los casos de Luz[4] y Juana,[5] ambas madres solteras, estuvieron en una dinámica de mayor desventaja ante las demás familias, un motivo de estigma [Cuevas y Solorio 2009]. La situación familiar de Luz fue aminorada por el apoyo de su sistema familiar mesoamericano. En el caso de Juana, ella percibió una visión de fatalidad ante su condición de madre soltera, pues no fue esperada, aceptada ni deseada debido a las condiciones de pobreza en que quedó su familia luego de la salida del único proveedor económico. A este tipo de hogares corresponde lo que en un inicio dirigió las investigaciones de hogares monomaternales, es decir, tendían a ser los más pobres entre los pobres, ya que “tienen menos ingresos que aquellos cuyos jefes de familia son hombres” [Urrutia 2005: 24].

Sin embargo, en perspectiva, mencionaron que lo que hicieron fue la única opción para mantener a su familia. Su situación de madres solteras no cambió la manera en que se pensaron como mujeres, su interés práctico de trabajar fuera de casa y obtener una remuneración no se convirtió en un interés estratégico que las dotó de mayor poder en su hogar. Juana señaló que se sintió desesperanzada ante su nueva situación, abandonada por el padre de sus hijos debido a las precarias condiciones económicas en que vivían, con nueve hijos por mantener, sin ayuda de la familia, sin apoyos institucionales y con la carga emocional y social de ser madre soltera, en palabras de ella: “Una mujer que le falta un hombre para mantener la familia”, se autoempleó como trabajadora doméstica.

Ser madre representó serlo en relación con los hijos. Hablar de la vida conyugal remitió a lo que Esteinou ya había hecho evidente al estudiar la familia nuclear en México: “La tarea principal de la vida en pareja era la reproducción, no la búsqueda del afecto, de la sexualidad y de la intimidad” [2008: 167]. Ese mismo precepto se aplicó a los hijos, pocas veces las muestras de afecto fueron abiertas. Los padres mencionaron que demostraban querer a sus hijos cuando les llamaban la atención, “porque de esa forma los educaban y los hacían personas de bien”. Las madres estudiadas querían tener hijos, pero al principio no tuvieron control de cuándo o cuántos tener, patrón típico de mujeres de baja escolaridad y pobres que dieron a luz más hijos de los deseados. Comentaron que tener hijos fue parte de su vida en pareja, aunque después no supieran cómo mantenerlos, fenómeno asociado a la pobreza y bajos índices de escolaridad reportado por García y De Oliveira [2006]. Al respecto, María Luisa mencionó que:

Uno no se preguntaba si podía mantenerlos, sino que ya una vez que los tenía (a los hijos), ya uno andaba buscando cómo mantenerlos y darles más o menos pa’ comer.[6]

Si bien ella se dedicó al hogar y su esposo tuvo un empleo seguro, la situación económica paupérrima fue una constante en siete de las ocho familias estudiadas. Cuidar a los hijos no fue la única actividad que realizaron las mujeres madres, sino que fue una de tantas tareas que efectuaron en el hogar y fuera de éste.

Rebolledo [2005] asegura que las múltiples tareas que las mujeres realizan desde niñas van conformando la idea de que la mujer lleva a cabo actividades rutinarias, simultáneas y de corta duración consideradas de ayuda, pero limitadas al ámbito doméstico, y agrego, dichas tareas aprendidas las limitan cuando buscan trabajo remunerado. Al respecto, Arias [2009: 235] observó que:

El trabajo femenino rural ha estado tan encubierto, reprimido y controlado por los grupos domésticos y las familias que ha sido difícil y arduo para las propias mujeres reconocer y valorar su participación laboral, su contribución económica y exigir derechos que rediseñen sus obligaciones domésticas tradicionales. Pero además, se puede decir que la agenda femenina de demandas y conquistas es muy distinta y parte de situaciones muy diferentes a las masculinas. En muchos estudios se filtra la idea de que los usos del dinero deben servir para lo que nosotros creemos que debe servir. Pero no es necesariamente así.

Cuando entrevisté a las mujeres, el tiempo dedicado al hogar no fue algo de lo cual ellas fueron conscientes, tampoco lo estuvieron del impacto en su vida familiar. Su “rol” fue asumido por completo y esto hizo que se autoexcluyeran como actores importantes de la organización y administración del hogar y, la mayoría de las veces, de su participación no reconocida fuera de ese ámbito. Sin embargo, su actuar reflejó agencia[7] a través de intereses prácticos, es decir, reestructuraron su papel como mujeres no sólo vinculado al espacio privado, sino que también influye en lo público, aunque no reconocido socialmente. Las informantes no externaron dicho proceso debido a la predominancia en el imaginario social de que las mujeres fueran de ayuda al hombre y no fueron reconocidas como mujer trabajadora y pilar económico de la familia.

Como lo aseveran Robichaux y Méndez [2007], las niñas y las adolescentes no fueron simple ayuda en la casa, sino que fueron parte de la organización del hogar; mencionan como ejemplo el tiempo invertido en la preparación de alimentos, en especial el de las tortillas cuando no había molinos. El control de la vida de hijas e hijos giraba en torno a su sexualidad, al trabajo y al cuidado de los padres cuando fueran adultos.

Respecto a las actividades femeninas remuneradas, las entrevistadas no expresaron haber ayudado al hombre en sus actividades, invisibilizaron su trabajo, aunque sí se desarrollaron como peones, ayudantes, aprendices o mandaderas de su pareja en el terreno laboral. Ellas reconocen el papel del hombre como el único proveedor y jefe de familia, como administrador y tomador de decisiones por el bien de la familia, además de quien cuida la moral de su familia, en especial de las hijas, lo cual fue también observado por Sarti [2005: 60-61]:

De la responsabilidad de la pareja depende la respetabilidad de la familia. Pero el hombre y la mujer no tienen el mismo estatus moral. La autoridad asignada al hombre lo hace el representante de esta moralidad, el que define los límites dentro de los cuales se actúa. Si la mujer tiene una conducta condenable se desmoraliza al hombre que no supo frenarla. Lo inverso no es necesariamente verdadero. La mujer y el hombre son vetados cuando sus hijos transgreden las normas. En este caso, los papeles de madre y padre se cuestionan indistintamente.

La importancia del hombre en la familia como jefe de familia y vigilante de la conducta de su mujer e hijos no fue cuestionada, pues el núcleo familiar entendía que esta norma afectaría a su padre y a ellos si su comportamiento alteraba el orden social del grupo. La obediencia de hijos y esposa fue otro factor que determinó que éste se mantuviera.

En el caso de Juana,[8] ella fue proveedora, jefa, administradora y tomadora de decisiones para el bienestar de su familia. Permitió que los hijos trabajaran para ayudar, al ser sostén económico del hogar. Al respecto Sarti [2005: 62-63] reflexiona que:

El hecho de que la mujer sea la que sostiene económicamente el hogar, no cambia necesariamente el estatus de la autoridad masculina, porque esta autoridad no se fundamenta exclusivamente en el papel de proveedor, sino que tiene como soporte un código moral sexual donde la mujer, por su condición de género, está ubicada de antemano en una posición secundaria. Cuando la mujer asume un papel masculino, como el de proveedora, lo hace en condiciones distintas de las del hombre, por su ubicación social de género.

Para este caso, los hijos varones debieron ser proveedores también. A pesar de que los hijos reconocieran en su madre una persona invaluable por haberlos sacado adelante, consideraban que ese tipo de arreglo familiar no era común ni deseable, por la condición de la mujer en esa época, pues ella menciona que fue difícil ser madre soltera, enfrentó la incredulidad de su familia respecto al sostenimiento económico y educación de valores a sus hijos. Fue difícil ser madre soltera para esta informante, porque no contaba con el apoyo de un hombre-esposo que fuera su respaldo moral y económico en su hogar y ante la opinión de los demás.

Ser esposa representó serlo en correspondencia con el hombre, ella fue esposa con relación a sus hijos a quienes atendía como si fueran sus esposos, pues ella seguía siendo madresposa en ausencia de su pareja, papel que ella reprodujo con sus hijos, además de los roles de género que le fueron asignados y definidos en relación con los hombres, sean esposo o hijos.

En otro caso, Luz[9] se mudó a Manzanillo, Colima, para trabajar y fue el pretexto para dejar el contexto opresor vivido en la casa de sus padres, estrategia que fue evidenciada por Arias [2009] en lugares rurales en la misma época. Luz, por necesidad económica, trabajó en la ciudad a donde emigró junto con dos amigas de su comunidad. Las condiciones de pobreza de la familia obligaron a trasladarse a otro municipio del estado, dejar a su hija al cuidado de los abuelos y visitarlos eventualmente para maximizar sus ingresos.

Esteinou [2008] encontró evidencia similar a la de mi estudio y en torno al papel de las mujeres en estas condiciones señala que “la necesidad económica de trabajar estuvo acompañada por un cambio en los códigos sociales y culturales que permitieron que las mujeres salieran al mundo del trabajo sin ser objeto de juicios y sanciones negativas” [2008: 201]. Aunque también la migración de las mujeres del ámbito rural es por deseo personal, o interés práctico, de acuerdo con la evidencia reportada por las investigaciones de Arias [2009: 256].

Arias [2009] menciona que las mujeres aprendieron a desarrollar cuatro habilidades que se han convertido en características de la condición laboral femenina: diversidad, flexibilidad, adaptación y combinación de actividades intra y extra hogar. Lo que ella indagó representa una puntual precisión de lo poco que conocemos acerca de las actividades de las mujeres, además contribuye a problematizar y entender lo que ellas mismas, como sujetos de estudio, reportan. La evidencia sugiere que ellas no reconocieron lo que realizaron dentro y fuera de su hogar ni lo percibieron como crucial para la reproducción y organización familiar y económica. Lo anterior fue corroborado por esta investigación, pues las informantes no se consideraron relevantes en la producción económica en los diferentes ciclos de la familia.

Las narrativas de las y los informantes en el ámbito rural nos ofrecen evidencia de que las tareas asignadas cultural y socialmente a hombres y mujeres no son inamovibles, sino que obedecen a estrategias particulares o generales en torno a una dinámica interior de la familia y de la sociedad. Las familias analizadas nos indican que las niñas fueron consideradas como madresposas en potencia, pues hacían las mismas actividades que la madre. Las mujeres fueron la ayuda del hombre en sus tareas remuneradas, pero no recibieron ninguna remuneración ni reconocimiento por su labor, aunque realizaran el mismo trabajo. Al respecto se muestra la siguiente fotografía donde se observó a un hombre y una mujer que arrastraban ramas mientras llovía y ambos efectuaban la misma actividad; las ramas de ambos son prácticamente del mismo tamaño. Es una práctica de nuestros días, la mujer ayuda al hombre y, sin duda, representó también la vida cotidiana de muchas mujeres.

Hombre
y mujer arrastran ramas bajo la lluvia. La mujer ayuda al hombre
Hombre y mujer arrastran ramas bajo la lluvia. La mujer ayuda al hombre

Foto: Solorio Pérez.

SER HOMBRE, PADRE Y ESPOSO

Para los hombres entrevistados, la masculinidad o ser hombres rurales estuvo estrechamente asociado con el hablar poco de sí mismos y más relacionada con el actuar, en particular cómo ser padre y cómo dar el ejemplo ante los demás, a los hijos. Para los informantes ser un hombre exitoso equivalió a tener trabajo y mantener a la familia, así como a ser respetado por ellos y la esposa ante cualquier decisión que tomaran.

Ser hombre estuvo y está profundamente relacionado con su capacidad de proveer, sólo eso. Ser proveedor se relacionó con el poder que tuvieron dentro de su hogar. Una forma de poder y control utilizado por los padres reflejado mediante castigos físicos y reprimendas verbales. Él fue la autoridad máxima de la familia y en su casa. Asimismo, los niños estuvieron a disposición de los adultos y formaron parte de la fuerza de trabajo de la familia como ayudantes en las distintas tareas domésticas y agrícolas. Su futuro estuvo mediado por lo que los padres esperaron y desearon para ellos. Ser esposo estuvo construido con tener pareja y ser padre.

Ser padre fue similar a ser hombre, sólo que esto último tuvo mayor referencia al actuar ante la sociedad y los demás, y ser padre fue sólo ante la familia. Los informantes mencionaron que los padres pueden comportarse de manera severa con sus hijos y esposa delante de los demás, pero que en la casa pueden, a veces, explicar por qué actuaron de esa forma. Ser hombre fue un papel social que ellos cuidaron, mientras que ser padre fue un papel realizado en la esfera familiar y ejercido en la intimidad del hogar. El comportamiento como padre implicó ser autoritario, y cuando los hijos fueron adultos presentaron rasgos de estilos de crianza más democráticos, pues se pudo discutir sobre la crianza recibida y estar en posibilidad de llegar a acuerdos. Las madres, mayormente, actuaron como personas a las que se les permitió que las personas dialogaran y estuvieran en posibilidad de consensuar temas en los cuales los hijos, como niños, no tuvieron voz ni voto. El valor del hombre como proveedor subordinó todos los rasgos de carácter, como lo observó Arias [2009: 254] en investigaciones similares de familias rurales en México.

Ser esposo adquirió sentido y vida ante la pareja. Fue el compañero de vida, pero tuvo mayores privilegios que la esposa. Ser esposo fue dejarse consentir por la esposa, ser atendido y cuidado por ella. Ser esposo fue pocas veces ser amoroso con la mujer y atender sus necesidades sexuales. Ser hijo fue entendido con ser obediente y no involucrarse con los asuntos de los adultos, cualquier desobediencia podría ser merecedora de una medida punitiva por parte de un adulto. Se valoró la obediencia de los hijos y, por ende, no se les permitió discutir las decisiones de los adultos, como lo menciona Robichaux [2006]. Se espera que los niños sean responsables en su trabajo como apoyo de los padres, pues de ello depende que el padre le haya enseñado valores que le sirvieran en su vida como futuro adulto, “esa distancia física y emocional, con la que pretendieron asegurar el respeto y la subordinación a su autoridad”, también fue documentada por Rojas [2006: 115].

La ayuda que los informantes dieron a sus padres fue parte de su rutina cotidiana y de la formación de su niñez. La mayoría de los informantes trabajaron cuando fueron niños como una forma de ayuda económica al hogar y como la principal actividad de aprendizaje doméstico, laboral y de género. Los padres enseñaron a sus hijos a trabajar para hacerlos responsables y concientizarlos de que ello conlleva al goce de la comida, el descanso o el juego. A los niños se les enseñó a trabajar en actividades remuneradas como las del padre, a las niñas en actividades no remuneradas como las de sus madres. Si consideramos que el ámbito de acción de las mujeres y los niños se limitaba a lo doméstico y a la esfera pública ayudando al hombre, entonces se puede hipotetizar que las experiencias que los hicieran pensar en otras formas de conducirse los limitaba en sus intereses estratégicos, el sentido de comunidad alentaba a los individuos a una mera transmisión de creencias y acciones homogéneas que invisibilizaban y restringían actuar o pensar de manera diferente a la mayoría.

Los informantes no problematizaron respecto a su trabajo en la niñez, lo vieron como parte de ella. Sólo una persona cuestionó la manera en que lo educó su padre, mas no del trabajo que hacía como niño. En ese sentido, el proceso de adquisición de una identidad de género y los mundos posibles que ello desplegó para cada generación fueron técnicamente idénticos para los informantes y para sus hijas e hijos. Lo mismo se observó en el caso de las mujeres, ellas no reconocieron que su ayuda fue primordial dentro y fuera del hogar, sino que se concibieron como complemento del hombre. Lo anterior como una manera de aceptar las actividades que les naturalizaron, en primer lugar, como mujeres, y en segundo, como niñas.

Los procesos de agencia de los hombres entrevistados estuvieron mediados por su posición de poder dentro del hogar, control de las actividades de su esposa y sus hijos y ser el principal sostén económico y moral para su familia. El hombre gozó de su poder en su familia y comunidad, y permitir que la mujer le ayudara no le restó poder, su dinámica estuvo basada en invisibilizar el aporte de su esposa en su familia, en su vida diaria y en la misma manera de pensar de la mujer y los hijos.

Los procesos de agencia estuvieron constreñidos por un contexto homogéneo de consenso en torno a lo que debe hacer un hombre y una mujer, por estructuras que reforzaron dicha idea y que no le permitieron al hombre acercarse a experiencias que lo concientizaran sobre su manera de actuar, por lo tanto, se alejaron y los alejaron del “proceso feminizado de la paternidad” [Salguero 2006: 79].

La posición del hombre al interior de la familia y fuera de ella fue reproducir el orden social vigente y patriarcal, posición que todos esperaban que fuera, y así acataron su papel. El hombre no realizó labores domésticas. El hombre necesitó de la mujer para hacer eficiente su trabajo remunerado, pero no le reconoció importancia al trabajo de su mujer en el campo, pues él fue el responsable social de esa actividad. En los casos en que el hombre laboró lejos del hogar, la mujer no tuvo injerencia en la participación en actividades fuera del ámbito doméstico, en dos casos la mujer y el hombre tuvieron papeles diferenciados y reflejaron estar de acuerdo con las actividades que llevaron a cabo, explicada en razón de las estructuras sociales y culturales.

De acuerdo con los informantes, se vivió una división de género tajante, sin embargo, lo analizado en las entrevistas y observaciones realizadas hace pensar que la exclusividad de actividades para hombres y mujeres no se cumplió, sobre todo de parte de la mujer, pues fue quien invirtió mayor tiempo en actividades que permitieron la reproducción económica y social del grupo tanto dentro como fuera de su hogar.

La sociedad en general ha tenido diferentes sistemas de organización familiar, en América Latina, Robichaux [2007] evidenció lo anterior al afirmar que existían familias que respondían a diferentes necesidades e influencias a nivel micro y macro. En general, los informantes representaron sus papeles de género asociados al sexo, una visión normativa de sus prácticas que legitimaron su imaginario. Además, las condiciones socioeconómicas de las familias y del país perfilaron al trabajo remunerado como la principal actividad que rigió sus vidas, dejó de lado el incipiente auge que se le otorgaba a la educación escolarizada; ningún informante mencionó a ésta como un elemento que fuera parte importante de su identidad.

La decisión de matricularse en la escuela dependió de la disponibilidad de escuelas y del costo económico que implicaba desplazarse hasta dicho lugar. La mayor parte de las familias no contaron con los recursos económicos para invertir en la educación escolarizada de sus hijas e hijos, unos la sacrificaron en bien del sostén familiar e inscribieron en la escuela a los hijos más pequeños, cuando la situación económica lo permitió, como lo menciona Luz:

Ya cuando más o menos sabíamos hacer cuentas y leer, nos sacaban de la escuela porque decían [sus padres] que eso era todo lo que debía de saber. Me ocupaban para ayudar de hacer de comer a mis primos y para otras cosas de la casa o para llevar la comida o a veces también me iba a trabajar con ellos.[10]

Los trabajos remunerados de las y los informantes no requirieron de credenciales que los acreditaran ni para acceder a un empleo ni para mantenerse vigentes o actualizados para aumentar su percepción económica. El oficio fue aprendido en el hogar y transferido por los padres, en una lógica de transmisión de herencia cultural familiar como lo reportan Bertaux y Bertaux-Wiame [1994]. Se practicaba al lado de ellos, ya fuera como ayudante en el hogar, como aprendices, con personas que los alquilaban[11] o como trabajadores formales. En cualquier caso, la percepción monetaria, en especie o como favor producto del trabajo de los hijos, fue de gran ayuda a la economía familiar.

Para las y los informantes, a excepción de un caso, que los hijos estuvieran en la escuela representó una pérdida de tiempo para los padres, pues dejaban de percibir ese ingreso por medio de su ayuda. Los padres de los informantes entrevistados no veían beneficio en que sus hijos estudiaran y optaron por retirarlos de la escuela y ponerlos a trabajar y, con ello, educarlos y enseñarlos a ganarse la vida.

En el caso de las y los informantes estudiados se privilegió a los hombres como estudiantes; fenómeno que visto a distancia y a través de la evidencia generada por esta investigación y la de otros autores [González 2005b], se ha modificado, lo cual muestra un aumento en la presencia de las mujeres en las matrículas actuales en México en casi todos los niveles educativos.

Los padres de todos los informantes fueron analfabetas. Cuatro informantes asistieron descalzos y sucios a la escuela la mayoría de las veces; sin embargo, fue una constante en otras partes del país, como lo muestran los trabajos de Robichaux y Méndez [2007]. Además, pocas veces fueron a la escuela, pues para sus familias fue más importante su apoyo en el campo que estudiar, ya que perdían mano de obra cuando los hijos estudiaban, fenómeno también observado por Rothstein [2007].

Al asistir a la escuela los niños llevaban lo mínimo para estudiar. Ellos borraban lo escrito en sus pizarras para realizar otras lecciones; dicha práctica no fue aislada, pues también la reportan Robichaux y Méndez [2007] en el centro de México, lo cual indica que fue una práctica generalizada producto de la pobreza en que vivían las familias y la escasez de recursos destinados a la educación en zonas rurales. Además, los útiles escolares y los libros no eran gratuitos como en la actualidad.

La excepción fue José, quien cursó la primaria completa y como no hubo escuela secundaria cercana a la localidad, siguió asistiendo a la primaria como una forma de mantenerse educado, actividad alentada por sus padres:

Pues no había dónde estudiar así que dos veces hice la primaria, porque pues no había [más].[12]

El factor más importante para que los informantes asistieran a la escuela fue que sus padres consideraran que el hijo o la hija se beneficiaría y a los padres también les redituaría en el corto, mediano o largo plazo, ya sea como recurso humano en el interior o fuera del hogar o mediante una retribución económica por parte del trabajo de sus descendientes.

Gerardo[13] mencionó que él no obtuvo ayuda del gobierno y que lo dado a sus hijos fue producto de su trabajo. Las mujeres entrevistadas compararon la época en la que ellas vivieron con la que hoy viven sus nietos, y creen que hay muchos apoyos para la familia en la actualidad.

La ausencia de políticas públicas para adultos mayores en zonas rurales refuerza la dependencia en las redes familiares. Al respecto Aceves [2007: 372] señaló:

El 75 por ciento de la población mexicana de 60 años o más no recibe pensión y la gran mayoría vive de lo que le dan sus familiares, pero el 25 por ciento de la población de 60 años o más todavía trabaja (…) Más del 90 por ciento de los trabajadores del campo mayores de 60 años carece de pensión, y en las áreas urbanas sólo el 83.6 por ciento de la población goza de este beneficio.

Que los hijos menores cuiden de los padres va más allá de una tradición rural, es una estrategia para que los adultos mayores sean cuidados y atendidos por no tener seguridad social. Si la situación es difícil para los adultos mayores que viven en la ciudad y su correspondiente pensión, lo es aún más para quienes han trabajado en el campo y no cuentan con ese apoyo. Al respecto González [2005a: 179] enfatiza que en la década de los setenta:

La política agraria visualizó a las mujeres agrarias como productoras de ingresos complementarios a los de los varones, desde una perspectiva que asumía que las mujeres previamente no tenían una participación activa ni en la producción económica ni en la vida política.

La visión del Estado respecto a la mujer y los grupos marginados no es propia de décadas pasadas, ese discurso patriarcal asistencialista de superación paliativa de la pobreza no ha sido repensado; 40 años después este discurso no es ajeno, pues el Estado focaliza ayuda en los hogares más pobres para legitimarse, mas no como una estrategia para superar la pobreza en la que se encuentran. El candidato a la gubernatura del estado de Colima en 2009, Mario Anguiano,[14] reconoció haber vivido en un hogar monomaternal y que por ello sabía las complicaciones que la mujer pasaba para sostener económicamente el hogar, por lo cual ideó el Programa Jefas de Familia.

Por ejemplo, en Colima, desde noviembre de 2011, el Programa Jefas de Familia depende de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) Colima bajo la Dirección General de Mercados Sociales. A dos años de anunciar ese programa y a más de un año de operarlo, sólo se ha llevado a cabo una acción que ya estaba considerada por Sedesol Colima para todo tipo de familias, cambiar el piso de tierra por uno de cemento. Esta acción la realizó la administración pasada y benefició no sólo a las jefas de familia, sino a todas las familias en condiciones de pobreza patrimonial.

El ejemplo anterior nos ilustra cómo son concebidos los destinatarios o beneficiaros de programas sociales. Por tanto, más allá de brindar oportunidades para que las personas tengan acceso a mejores servicios y salgan de la pobreza, se propicia que se mantengan en las mismas condiciones.

Otro ejemplo no previsto en esta investigación fue la vida de los adultos mayores del ámbito rural y la relación con programas sociales. Quienes trabajaron en el campo no accedieron a pensiones, las mujeres tuvieron y tienen una posición social desmejorada en comparación con los hombres.

El Programa 70 y Más[15] apoya económicamente a los beneficiarios; que los hijos vivan cerca de los padres y contribuyan a la casa paterna/materna son estrategias que han servido para proveerles de lo indispensable para sobrevivir.

REFLEXIONES FINALES

La mujer, por voluntad o por interés práctico o estratégico, fue quien más aportó al bienestar de la familia, a la organización, a la administración y a su sobrevivencia. Lo anterior no fue reconocido por ninguna de las mujeres en sus narraciones, sin embargo, en la vida cotidiana de sus familias fueron importantes por las actividades que realizaron. A los hombres se les ha conferido la primera y última palabra en su familia, no se les ha exigido más. Los niños y adolescentes son objeto de órdenes y exigencias de los adultos: trabajo remunerado y no remunerado. La propia mujer desconoce su papel central en la organización familiar, también minimiza su aporte y no reconoce que las habilidades repetitivas, de corta duración y diversas le facilitan su incorporación al mercado laboral, por lo cual tienden a adaptarse más que los hombres. Las mujeres ya tenían trabajos diversificados remunerados y no remunerados, el hombre sólo ha trabajado de forma remunerada y en espacios acotados.

La comunidad, en relación con las redes de apoyo, también ayuda a que las creencias y tradiciones sean respetadas, de modo que la conformidad con la cual se actúa no deviene de una carencia de acción, sino que no la hace con los intereses estratégicos, pues el sistema cultural mantiene su visión de cómo se es mujer y hombre. Lo anterior me permite reafirmar que la agencia como proceso se vincula con experiencias y estructuras; se constató que las condiciones económicas, sociales y culturales constriñeron la agencia de los sujetos de mi investigación en intereses prácticos.

Actualmente los hijos apoyan a los padres, lo cual evidencia la ausencia de políticas públicas para asistir a los adultos mayores, en especial a los del ámbito rural. Sin embargo, lo anterior también pone de manifiesto las estrategias para darles cabida en una familia trigeneracional.

La educación escolarizada no fue importante, hubo otras prioridades antes de preocuparse por ello, pues analizamos desde realidades diferentes a las que vivimos hoy. No todos somos para la escuela, aunque se cree que la escuela es universal.

En ocasiones la agencia de mis informantes puede desplegarse a partir de intereses prácticos o estratégicos. La presencia de la agencia no es exclusiva de generaciones más jóvenes, se ha presentado también en generaciones anteriores, sólo que no había virado hacia estudios generacionales que permitieran identificarla de la misma forma; la memoria generacional fue una forma desde la cual se pudo documentar lo reportado. Concebir que los hombres hagan uso de la agencia es reconocer que ellos también están en una lucha constante, al igual que las mujeres, por ingresar a campos de acción no naturalizados para ellos, como lo es la familia.

En el caso de las familias del ámbito rural, las cuales obedecen a un tipo de organización denominada familias mesoamericanas,[16] tejieron relaciones de género en el seno de los hogares monomaternales que reforzaron la idea de que la mujer está ligada y limitada a labores domésticas y a la reproducción biológica. Inercias patriarcales difíciles de superar en cualquier ámbito, me atrevería a decir.

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Notas

[1] Los y las informantes ego no son los informantes de los que hablo en este texto. La investigación mayor estuvo conformada por tres generaciones de cada familia: informantes ego (segunda generación), madres y padres de los informantes ego (primera generación) e hijas e hijos de los informantes ego (tercera generación). En este texto se usan las narraciones y discursos de los informantes de la primera generación. Por lo anterior, se especifica el rango de años en los que se hace alusión a la investigación, pues reflejan la vida de los informantes, cómo fueron educados por sus padres, cómo vivieron su niñez y adultez y cómo ejercieron lo asimilado con su propia descendencia. Debido a que la edad de los informantes no es parte de una cohorte, la extensión de los años es mayor a lo pensado para una generación cuando se estudia desde la sociología o en estudios generacionales más tradicionales.
[2] El contacto y las entrevistas con los informantes ego de cada familia fueron la pauta con la cual se establecieron entrevistas telefónicas previamente acordadas por el o la informante ego, por lo tanto, la calidad de la información estuvo mediada por la empatía que se generó previamente con la familia estudiada. Los informantes ego fueron quienes informaron a los informantes de la primera generación de lo que trataría y acordaron fecha y horario en el cual pudieran hablar sin que otras personas los escucharan y sólo dedicaran ese tiempo a la entrevista, condiciones similares a las establecidas con los informantes cara a cara. La entrevista telefónica es tan válida como la entrevista presencial, pues implican trabajo de campo igual de azaroso y constante como cualquier otra técnica cualitativa.
[3] Cuando se habla de “ayuda” se referencia una forma invisibilizada de la presencia e importancia que tuvo y tiene la mujer en dinámicas familiares biparentales. Se retoma dicha palabra porque fue una constante en las narrativas de las y los informantes, sin embargo, requiere de mayor espacio para problematizar su uso cotidiano en relación con el significado académico y potencial de análisis para los estudios de género.
[4] Luz, 64 años, analfabeta, ama de casa, una hija, familia 2, ámbito rural, entrevista 1, 21 de julio de 2009.
[5] Juana, 75 años, analfabeta, trabajadora doméstica, nueve hijos, familia 8, ámbito rural, entrevista 1, 30 de enero de 2010.
[6] María Luisa, 74 años, sabe leer y escribir, ama de casa, ocho hijos, familia 7, ámbito rural, entrevista 1, 30 de enero de 2010, entrevista telefónica.
[7] El concepto de agencia de Butler [2006] y Scott [2001] me permitió aproximarme a los ciclos vitales de mujeres y hombres y de la unidad doméstica, pues la agencia es un proceso de resignificación y conciencia del lugar y posición que se tiene en torno a aquello que subordina, limita o constriñe y, por tanto, se pretende modificar. Al respecto, Butler [2006] sostiene que la agencia tiene como fin legitimar un poder alternativo. Agencia no significa oponerse, sino darle otros significados a lo legítimo con otras prácticas.
[8] Juana, 75 años, analfabeta, trabajadora doméstica, nueve hijos, familia 8, ámbito rural, entrevista 1, 30 de enero de 2010.
[9] Luz, 64 años, analfabeta, ama de casa, una hija, familia 2, ámbito rural, entrevista 1, 21 de julio de 2009.
[10] Luz, 64 años, analfabeta, ama de casa, una hija, familia 2, ámbito rural.
[11] Alquilar a los hijos significa que los padres percibían el salario ganado por ellos por el trabajo realizado, ya fuera dinero o especie. Generalmente se alquilaba a las hijas como trabajadoras domésticas y a los hijos como ayudantes en el comercio o en el trabajo de campo.
[12] José, 65 años, primaria, comerciante, ocho hijos, familia 6, ámbito rural, entrevista 3, 18 de diciembre de 2009, entrevista telefónica.
[13] Gerardo, 67 años, analfabeta, campesino, diez hijos, familia 1 y 3, ámbito rural, diario de campo, 12 de agosto de 2009.
[14] Gobernador del estado de Colima para el periodo 2009-2015.
[15] Beneficio monetario de 500 pesos mensuales destinado a los adultos mayores de más de setenta años que vivan en localidades con una población menor de 30 000 habitantes y no sean beneficiados por el Programa de Desarrollo Humano Oportunidades [Sedesol 2013].
[16] La estrategia de “gasto aparte” y la expresión “estamos juntos, pero estamos aparte” investigadas en Tlaxcala, México, por Nutini [1968] y Regehr [2003 y 2005] [citados en Robichaux 2006: 501] son arreglos propios de esta “gran familia”, las cuales fueron una constante en el ámbito rural estudiado. En la familia mesoamericana o “gran familia”, las estrategias documentadas fueron y siguen siendo viables, aceptadas y funcionales. Son estrategias respaldadas por generaciones, la familia nuclear no es la panacea, sino que existen otras formas con características precisas de las cuales necesitamos conocer aún más, pues tratamos de clasificarlas con los tipos de hogares que conocemos, sin embargo, no podemos perder de vista una forma de familia mesoamericana que tiene como principal elemento la cooperación con sentido de comunidad. Esta investigación se une a la voz de Robichaux para alentar investigaciones hacia una forma de familia mesoamericana que ha sido difuminada y alineada a clasificaciones que no dan cuenta de su amplitud y de su importancia entre las familias rurales mexicanas como las que he estudiado.
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