RESUMEN: El presente ensayo tiene por objeto realizar una somera valoración crítica de los denominados fenómenos "pan", en particular los que conciernen al continente americano ("panamericanismo") y al europeo ("paneuropeísmo"). Con ese ánimo, y sobre la base de distintas voces autorizadas en lo atinente a esta cuestión, repararemos en determinados factores que, a lo largo de la historia, han coadyuvado a la constitución de estos procesos identitarios (o macrocomunitarios). En tal sentido e ilustrativamente es de observar lo que acontece con la noción del Estado-nación, elemento este que, en definitiva, nos permitirá advertir las limitaciones y contradicciones que reflejarían los movimientos regionales bajo estudio, a fin de determinar su grado de perdurabilidad en nuestros días, si es que lo tienen.
Palabras clave: Estado-nación, inconvenientes, panamericanismo, paneuropeísmo.
ABSTRACT: The present essay aims to provide a brief critical assessment of the so-called "pan" phenomena, particularly those related to the American continent ("Pan-Americanism") and the European continent ("Pan-Europeanism"). With this in mind, and based on various authoritative voices regarding this matter, we will examine certain factors that have contributed to the formation of these "identity" processes (or "macro-communitarian") throughout history. In this regard, it is illustrative to observe what happens with the notion of the "nation-state", an element that will ultimately allow us to identify the "limitations" and "contradictions" that these regional movements under study may reflect, and thus to determine their degree of durability, if any, in our present times.
Key words: Nation-state, drawbacks, Pan-Americanism, Pan-Europeanism.
Ensayo
Análisis crítico de los procesos de integración regional "panamericanista" y "paneuropeista"
Criticai Analysis of the Regional Integration Processes of "Pan-Americanism" and "Pan-Europeanism"
Received: 21 November 2023
Revised document received: 13 February 2024
Accepted: 19 February 2024
Al tiempo de concebir la identidad de una sociedad, deviene inexorable su interrelación con un conjunto de rasgos que pueden considerarse fundamentales, como acaece, por ejemplo, con la lengua.
En ese sentido, el historiador británico Eric Hobsbawm (2012, pp. 102-109), explica cómo, para el caso del imperio de los Habsburgo a fines del siglo XIX, el hilo conductor entre todas las comunidades -eventualmente percibidas como naciones- era la lealtad a la Corona, mas no las particularidades regionales, lingüísticas o religiosas. Paradójicamente, según comenta Hobsbawm, fueron los Habsburgo quienes incentivaron el descubrimiento de la lengua como factor identificador potencialmente político al postular el idioma como variable para la organización de censos.
Por su parte, el politólogo asiático Benedict Anderson (2006, pp. 58-61) afirma que una de las piedras angulares de los nacionalismo era la prensa, ya que, al dotar a las comunidades idiomáticas de un objeto físico, el periódico sirvió, por aquel entonces (siglos XV y XVI), para amalgamar regiones antes no autopercibidas como pertenecientes a la misma esfera1.
De igual modo, en su célebre conferencia, el intelectual francés Ernest Renan (1882) se expidió sobre la cuestión. De esta manera, al indagar sobre el concepto de nación, reparó -con un sentido crítico- en determinados factores, tales como la "unidad idiomática-territorial", la "pertenencia a una misma "tradición', "historia' y "Estado'". Con base en esos elementos, Renan dedujo cómo los mismos, interrelacionándose entre sí, daban forma a un tipo de organización social "cohesionado" y "específico" distinto a otros.
Habida cuenta de estas someras referencias, cabe preguntarnos, por tanto, ¿hasta qué punto un elemento puede servir para fundar los aspectos identitarios de una sociedad, por más extensa que sea esta? Es decir, de entre toda la gama de manifestaciones de la experiencia humana (tierra, lengua, etnia, burocracia, entre otras), ¿cuál de todas ellas tiene la potencialidad para construir identidad más eficazmente que otras, o bien, de qué modo una conjunción de estas permite hacerlo? Y acaso, ¿uno de esos elementos tiene que fundar todo o, en realidad, hay "afinidades efectivas"? Colegimos, a ese respecto, que las discusiones que se ciñen a la constitución de una nación -como las que anteceden- resultan una herramienta cardinal a los efectos de sopesar los problemas que presentan las "ideologías pan".
De tal suerte, Tilman Lüdke (2012) pone de resalto una situación que reflejaría un cierto grado de incongruencia en esta materia. Y es que, según sostiene, las "ideologías pan" han sido rechazadas por los Estados-nación, siendo que estas últimas no podrían haber existido sin las primeras, ya que -subraya- su concepción de la superación de la nación o la organización de una comunidad "supraestatal" presupone que existan Estados que superar o naciones que aglutinar2. En paralelo, el especialista alemán asevera que este tipo de ideologías tienden a ser funcionales a los discursos imperialistas de distinto cuño, lo que explica la pertenencia de estos movimientos a fenómenos sociales y políticos situados entre los siglos XIX y XX.
Así entonces, podemos decir que las denominadas "ideologías pan" surgen como un corolario del nacionalismo en perspectiva supranacional, tensión que no deja de ser, al mismo tiempo, funcional a algunas de esas naciones que, por distintas razones, se perciben llamadas a conducir a otras naciones, o bien, a disolver ante el "empuje" de identidades que las exceden y ponen en entredicho.
En atención a ello es que esbozamos estas someras líneas, con el ánimo de aportar -o al menos intentar- a la discusión sobre "pan ideologías" ciertas herramientas que coadyuven a ponderar las condiciones históricas en que estas pudieron haberse desarrollado en otras partes del mundo a través de fenómenos filosóficamente no europeos.
Con tal fin, pues, detectamos diversos comportamientos que, en última instancia, nos permitirán elaborar algunas hipótesis relativas, por ejemplo, al concepto las "ideologías pan", como, a su vez, a la utilidad de dicho concepto.
Con este marco propedéutico, resulta cardinal comprender que los procesos de integración no se encuentran ajenos a tensiones y "problemas potenciales"3, tal como podemos concebir desde las ópticas de la sociología clásica, la política internacional como, a su vez, de la teoría de la política internacional.
Respecto a la primera de ellas (sociología clásica), entendemos que sería posible objetar -si nos ceñimos al pensamiento del intelectual alemán (de origen judío), Karl Marx- las "estructuras de poder y desigualdad"4 que estos movimientos (pan) generarían (i. e., favoreciendo a las élites económicas y políticas, perpetuando, en consecuencia, estructuras de poder desiguales en lugar de abordarlas), o bien -en caso de circunscribirnos a los postulados del sociólogo y jurista alemán, Max Weber- del fenómeno de la burocratización5 y racionalización6 que, en sí, aparejarían los mentados procesos de integración -más precisamente, las instituciones creadas como consecuencia de dicho movimiento- y, con ello, a la "pérdida" de conexión con los valores culturales y sociales de las sociedades locales. En paralelo, y siendo -junto a los dos intelectuales citados- una de las figuras más influyentes en esta rama de las ciencias sociales, podríamos atender a los lineamientos de sociólogo y filósofo francés Émile Durkheim, de modo tal que, bajo esa comprensión y en orden a los interrogantes que se desprenderían con los procesos de integración regional, advertiríamos una suerte de "puja" entre la "solidaridad mecánica"7 y la "solidaridad orgánica"8, ya que, al enfocarse -a través de la interdependencia económica- en la creación de una solidaridad orgánica, estos movimientos (pan) podrían desafiar o debilitar la llamada solidaridad mecánica, cuyos cimientos son la "identidad cultural y social" compartida.
Por su lado, de atenernos a la segunda de las ópticas aludidas (política internacional), resultaría factible esbozar algunas críticas a estos movimientos vinculadas: a) a la "exclusión y marginalización" en cuanto los procesos de integración regional excluirían a ciertos países o regiones, creando divisiones y acentuando la desigualdad en el sistema internacional; b) a la "competencia", ya que la intensificación de estos movimientos integracionistas aumentaría la competencia entre bloques regionales, contribuyendo -en algunos casos- a conflictos interregionales; c) a la "pérdida de soberanía"9, dado que, a menudo, la integración regional implica la transferencia de determinados aspectos de la soberanía nacional a instituciones supranacionales, circunstancia esta que podría socavar la autonomía de los Estados miembros; y, por último, d) a la "falta de representatividad" que expondría el funcionamiento de dichas instituciones regionales, lo que comportaría que los intereses de algunos Estados sean priorizados sobre otros (Malamud, 2011)10.
Finalmente, en lo que hace a la enunciación de estos argumentos, es menester reparar en aquellos pertenecientes a la teoría de la política internacional. Ciertamente, en ese tenor y sopesando la posición del "realismo político"11, podríamos referirnos a la competencia que los movimientos integracionistas generarían entre los Estados que forman parte del bloque regional, reflejando ello que los fenómenos regionales no estarían motivados necesariamente por la búsqueda del bienestar común. A la vez, pero ya con base en las teorías del " juego"12 y de la "cooperación"13, sería válido poner énfasis en los problemas de coordinación que traerían aparejados los movimientos integracionistas, especialmente dadas las asimetrías de poder o diferencias significativas de interés que se podrían generar entre los miembros del respectivo bloque regional, cabiendo, por ende, la posibilidad de que tal situación -además de otras14- pudiera causar un resquebrajamiento en el ámbito de la cooperación (Copeland, 2000)15.
Ahora bien, en dirección a las premisas someramente mencionadas, reputamos el carácter ambivalente que aparejarían los "procesos pan", donde, por un lado, su impacto político sería problemático, mientras que, por el otro, serían periféricos o nulos.
En idéntico sentido (crítico) -y también en sintonía con cuestionamientos esbozados precedentemente-, advertimos que otro de los inconvenientes que exhibirían estas ideologías sería el pretender caracterizar de manera genérica diversos movimientos, dado que postulan directrices entre experiencias culturales, sociales y políticas que comparten solo el hecho de expresarse como identidades expansionistas o amalgamadoras, sin ser posible constatar, exhaustivamente, mayores conexiones entre ellas. Es decir, argumentaremos que si bien es posible vislumbrar similitudes entre procesos que, de manera extensiva y genérica, se denominan "ideologías pan", los mismos (procesos) ostentan entre sí pocas o, en algunas experiencias, ninguna similitud, pese a algún "puente" epistemológico.
Así, por ejemplo, el denominado "panislamismo" pregona una unión entre los/ as creyentes islámicos/as en rechazo a las identidades nacionales. En otras palabras, el/la creyente se distingue de los/as infieles por su lealtad al Corán y al profeta, no admitiendo, consecuentemente, supremacías étnicas, pero sí las de tipo lingüístico16. De modo que, en vista de las características presentes en la cultura islámica -específicamente referidas a la Umma17 (comunidad de todos/as los/as creyentes)-, sería más apropiado concebir a la misma como un "pueblo elegido" -no una "nación"-, tal como surge del Antiguo Testamento, en el cual una comunidad se convierte en el centro de un esquema ecuménico religioso.
Pues bien, en concordancia con este último caso (panislamismo), podríamos preguntarnos si el mismo encuentra un nexo con los llamados procesos "pan mongólico" o "pan turco". Y es que, ciertamente, en un momento histórico en el cual el paradigma del Estado-nación había echado raíces en el mundo islámico, la antigua tradición oriental, cimentada en la "unión de todos/ as los/as creyentes", adquirió caracteres de naturaleza antinacionalista y, consiguientemente, "pan". Empero, con el correr del tiempo, vale decir, el universalismo de la monarquía otomana, ha ido cediendo lugar ante el firme avance del nacionalismo turco, modelado bajo sólidos parámetros occidentales. Por tal motivo, estimamos que la dificultad en la constitución de los movimientos "pan" o supranacionales se encontraría en la carencia de una plena eficacia por parte de los Estados, las naciones o los Estados-nación en asentarse.
Se sigue de ello -o por lo menos así lo inferimos- los inconvenientes que supondría el arraigamiento a una forma de nación -como a su superación- en aquellas zonas del mundo donde, con el devenir de los siglos, la preexistencia de discursos ecuménicos de unión continental ya han esculpido la identidad de diversas culturas. Esto así, aunque logremos encontrar algunos "puentes" vinculados ya no en el contenido de aquello que se torna en "pan", sino en las modalidades de construcción de poder político trascendente.
Con ese panorama es dable resaltar, además, que las "ideologías pan" en el mundo islámico adquieren -en la medida que nos acercamos al presente- características tanto modernas como occidentales, tal como acontece con el radicalismo islámico ISIS, cuya idea de la restauración de un "califato" por parte de grupos extremistas no estuvo exenta de peculiaridades sirias o específicamente árabes, ni más ni menos en el llamado a la reconstrucción de un Estado musulmán medieval que, justamente, tuvo su epicentro histórico en la zona del Levante. A ello, además, cabe añadir las primeras manifestaciones públicas de la organización terrorista islámica de Al-Qaeda en Afganistán que, en el año 2001, dinamitó antiguas esculturas budistas (El País, 2001) por considerar -según la creencia islámica- que la representación de rostros está prohibida. Este último episodio, vale decir -en línea con el politólogo estadounidense, Samuel Phillips Huntington (2001) -, podría ser interpretado como una de las modalidades del "choque de culturas" que confluyen en el Asia Central.
De lo hasta aquí expuesto, entonces, es plausible arribar a una de las primeras conclusiones, esta es que todo análisis que se quiera llevar a cabo vinculado al surgimiento de las distintas modalidades de "ideologías pan" no puede omitir una ponderación paralela atinente a las singularidades de su respectiva historia regional, ligada -en determinados casos- a lazos socioculturales que atraviesan territorios dominados por la imposición de una ley moderna (pax).
Por su parte, en la dirección argumental planteada, también interesa señalar el caso de América Latina, cuyo punto de partida -históricamente hablando- ha sido coetáneo al del imperio Habsburgo, viéndose ello plasmado en la conformación de una unidad política, lingüística y religiosa que, en aquella época, se encontraba ligada por los vínculos de lealtad a la Corona borbónica. Sin embargo, cabe recordar que, una vez iniciado el siglo XIX, los cuatro virreinatos que componían las colonias americanas (Virreinato de Nueva España, del Perú, de Nueva Granada y del Río de la Plata) se fragmentaron en más de veinte Estados independientes, de modo tal que la "identidad" de esas nacientes repúblicas hispanoparlantes comenzaba a interrelacionarse con la concepción de "Estado nacional" y "soberanía territorial".
En ese entendimiento e ilustrativamente es menester reparar en uno de los documentos políticos más trascendentes de la región, estamos hablando de la Carta de Jamaica de 1815 escrita por el Libertador venezolano, Simón Bolívar, mediante la cual se reflejaba la contraposición de la identidad "americana-criolla" respecto de la española18, siendo esta la razón cardinal para que, ulteriormente, se concertara el Congreso de Panamá19 de 18 2 620. Es decir, en el escenario proyectado por Bolívar, los parámetros que gobiernan la propuesta de una Gran Colombia (nombre que adoptaría el Estado bolivariano como heredero del Virreinato de Nueva Granada) se cimientan -primordialmente- sobre la gran variable unificadora como lo era la etnia. Efectivamente, el alegato bolivariano no incluía una reflexión geopolítica compleja, así como tampoco una formulación económica, sino, antes bien, un propuesta de identidad étnica superadora. De esta manera, y de acuerdo con el Libertador venezolano, el "americano" no era ni europeo ni nativo, sino una mezcla de ambos (mestizo) que, como tal, era capaz de superar -podríamos decir dialécticamente- a los dos primeros grupos.
A raíz de las premisas aludidas con antelación, ¿sería válido aseverar que aquella primera definición bolivariana del "americano" configuraba una "pan ideología"? Cavilamos, a ese respecto, una respuesta negativa, puesto que el programa de unión continental bolivariano no fue esencialmente apoyado, dando como resultado la división de Latinoamérica en múltiples nuevos Estados independientes. Ello fue así pues, colegimos, el rasgo observado por Bolívar (la nueva "etnia" americana) no se erigía como un argumento lo suficientemente sólido para proponer una unión continental viable, primando, por ende, otras razones como la geográfica o el mayor/menor peso de la herencia colonial.
De igual manera, vale recordar que uno de los argumentos esgrimidos en torno a la frustración de la unidad continental anhelada por Bolívar fue aquel referido a la "balcanización", es decir, a la "fragmentación de territorios o comunidades" (Piou y Fuente de Val, 2023, p. 5). Con todo, y en sintonía con el catedrático colombiano, Pastrana Buelvas, y su par paraguayo, Castro Alegría (2015), cavilamos que, justamente, ese desenlace se debió al proceso de consolidación de sistemas federales o de Estados centralizados con diverso grado de concentración. De allí que la representación (léase también percepción) de una América Latina "balcanizada", tan común en la historiografía de izquierda del continente21, presupondría la existencia de una unión "traicionada" por espurios intereses de las burguesías capitalinas latinoamericanas22.
Sobre la base de lo expuesto, cabe señalar, por un lado, que mientras los citados doctores peruanos, Piou y Fuente de Val, parecen elaborar una categoría que es meramente observacional -señalando el aumento de Estados (de 4 a 20) que experimentó la "América española"-, por el otro, la izquierda latinoamericana atribuye a esa fragmentación motivos vinculados a la "pérdida de destino continental" y "deber ser"23.
Frente a ese escenario, ¿podríamos afirmar que el éxito real del Estado aparejó la disminución de fórmulas políticas en su potencial práctico? Y, en su caso, ¿qué es lo que hace que una comunidad decante por una u otra forma organizacional? O, aún más, ¿qué condiciones deben darse para que una modalidad se imponga por encima de las otras?
A la luz de tales cuestionamientos, entonces, reputamos que las tesituras "exitosas" -o al menos así podríamos denominarlas en el tenor esbozado en estas líneas- son aquellas que proveen a una sociedad de un marco real de control sobre su territorio, sus recursos y su organización social. Y es que, entendemos, la evidente perdurabilidad del Estado como unidad básica del sistema mundial -o aun como condición para su existencia- se debe a esa capacidad de articular identidades y control, axioma este que los "movimientos pan" dan por sentado o, en todo caso, lo toman como punto de partida, a pesar de ser puesto en duda en el plano discursivo.
Pues bien, esto último -también concebimos- se deduce del "panamericanismo"24, tal como acontece, por ejemplo, con determinadas definiciones de la Doctrina Monroe (1823), por medio de la cual Estados Unidos25 proclamaba -bajo el halo de "América para los americanos"- la no tolerancia a las intervenciones europeas en el continente americano, directriz esta que, a principios del siglo XX (1902-1903), se materializó con la crítica del bloqueo británico al Puerto de Caracas26.
De modo semejante colegimos que a pesar de que este fenómeno (panamericanismo) no adquiere necesariamente una formulación teórica -esto, desde luego, más allá de actitudes y agendas diplomáticas-, lo cierto es que, como advierte Tulio Halperin
Donghi (2005, pp. 289-302), en el caso, por ejemplo, del llamado "neocolonialismo" de Estados Unidos en América Latina se desprende la difusión de una pedagogía política de raíz puritana, que ya ponía el acento en la autopercepción norteamericana como una comunidad de "puros valores democráticos", y sobre la que recaía un deber de conducción como lo era "llevar a tierras sometidas a tiranías e imperios". En ese orden, según añade el historiador argentino (2005), la política anglosajona en el continente ha estado acompañada de recomendaciones y programas políticos de naturaleza liberal, republicana, ética y moral. De allí es que se seguiría la estrecha relación entre el expansionismo de países centrales y los discursos "pan", conjuntamente con la necesaria existencia de Estados para la concreción de identidades o comunidades que se posicionaran por encima de aquellos. Esta presencia norteamericana, agrega el intelectual sudamericano (2005), supuso una innovación respecto del anterior expansionismo británico, en vista de que el Imperio británico nunca intentó imponer motivos éticos ni morales referidos a su presencia en territorio americano.
Adicionalmente a las reflexiones de Halperin Doghi, cabe sopesar las dificultades que acarreaba para Gran Bretaña el propagar -y sostener- un discurso homogéneo en todos aquellos territorios donde su presencia se encontraba latente (v. gr., en la India o Canadá). En ese sentido, es dable subrayar que, además de ya contar con un sistema jurídico propio (el common law), la estructura del Imperio británico estaba cimentada sobre la base de entidades diversas, entre las cuales se encontraban -y destacaban- los llamados "dominios", es decir, colonias de primer orden en las que se hallaba un gran número de población blanca.
Por su parte, y en contraposición a la compleja y heterogénea arquitectura británica, el "panamericanismo" se singularizó por una relevante impronta ética y moral que, primero desde una faz doctrinal y luego como una realidad política, se desarrolló rápidamente en Estados Unidos. Tal fue así, por ejemplo, con la mentada Doctrina Monroe, la cual dotó a la unión de potestad moral sobre el hemisferio occidental, al tiempo que se estaba iniciando -de forma reciente- la expansión territorial hacia el oeste. Por tal motivo es de resaltar cómo un país (Estados Unidos) que, a comienzos del siglo XIX, no estaba en condiciones materiales de reclamar hegemonía sobre medio globo terráqueo, tuviera la capacidad, un siglo después (siglo XX), de elaborar un programa como la institucionalización de la OEA.
Habida cuenta de ello cabe repreguntarnos, entonces, ¿qué es lo que determina que un sistema funcione o tenga éxito? Y, seguidamente, para el caso particular de la OEA, cuestionarnos también, y en línea con la tesitura bolivariana de unión latinoamericana, si existe algún rasgo en el continente americano que otorgue a sus Estados el aliciente de participar en esa organización regional (OEA).
Bajo esa comprensión, tampoco podemos dejar de traer -nuevamente- a colación uno de los rasgos característicos de estos movimientos (panamericanistas) en tierras latinoamericanas como lo es la apelación a una concepción antiimperialista, antinorteamericana y de origen populista (Romero, 2014, pp. 206-207)27. En otras palabras, la invocación a un enemigo externo se erige como un elemento amalgamador útil, tal como da cuenta el "panafricanismo", cuyo sustrato histórico se edifica -al igual que lo hace el "latinoamericanismo"- sobre la base de una unión de excolonias que batallan por su "dignificación internacional" aunque, vale decir, de una forma más débil, en razón de las realidades regionales (económicas, étnicas) que lo atañen.
El escenario hasta aquí esbozado, claro está, no puede prescindir de lo acaecido en Europa con el movimiento "paneuropeísta".
En ese aspecto, y a los fines de una mejor comprensión en lo relativo al fenómeno europeo, Lüdke (2012) evoca al expansionismo nazi como expresión de la asimilación continental bajo el signo de una homogeneidad total -en el caso, de índole racista, esencialista y militarista-.
En esa inteligencia, y en lo tocante a los procesos políticos que en los últimos doscientos años manifestaron una vocación de "unidad continental europea", cabe, a su vez, traer a colación los postulados de la Revolución Francesa (1789) como otro ejemplo de identidad europea, al constituir -por lo menos durante la fase robespierrana y napoleónica- intentos de "exportar" la revolución a los países vecinos, juntamente con la efectiva implantación de repúblicas satélites al Imperio napoleónico28.
En sí, la "unión" de Europa se predicaba desde múltiples fuentes, tales como, por ejemplo, la expansión de las ideas contenidas en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano29, la imposición del Código Civil Francés30 (también conocido como Código Napoleónico) como expresión de un nuevo orden legal y social que aspiraba a colocarse como estándar de cultura y civilización31.
Cabe aclarar, sin embargo, y en línea con lo comentado, que ambos casos (nazismo y Revolución Francesa) exhiben ostensibles diferencias (de contenido)32 entre sí, por cuanto, mientras en el primero de ellos se apela a un paradigma antiliberal y racista, el segundo lo hace en torno a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789).
Asimismo, bajo esa tesitura, cabe poner de relieve que las utopías europeas fueron el ámbito ideal de expresión de las "ideologías pan", cuyas raíces -como ya adelantáramos- se vislumbran a partir del Iluminismo33.
En ese orden de consideraciones, estimamos que, en la actualidad, la Unión Europea pareciera retomar -al decir de Immanuel Kant- sus antiguos ideales de "paz perpetua", circunstancia esta que, en esencia, coadyuvaría a una mayor integración continental económica. Precisamente, siguiendo las reflexiones del filósofo prusiano en su célebre obra Sobre la paz perpetua (Zum Ewigen Frieden), es de destacar el planteamiento allí propuesto por él en cuanto elabora un programa de armonización interna del Estado para, más luego, proceder a la imaginación de una "Federación de Estados Libres" que, por puro proceso racional, conformaría -a su entender- un escenario ideal de "encuentro" y "fraternidad" internacional (Santiago, 2004, p. 26). Es, pues, con base en esa línea de razonamiento, que sería válido preguntarse si esa formulación de Kant deviene una suerte de imagen estándar de todos los enunciados por venir.
Habiendo dicho esto, consideramos, a su vez, que el nazismo fue el único movimiento que propugnó por una unión continental basada en la explícita supremacía racial de una nación por encima de todas. De este modo, y juntamente a las referencias precedentes, atisbamos, por tanto, dos enfoques políticos que podrían ser encuadrados en las "ideologías pan", de un lado, aquellos postulados derivados del Iluminismo y, del otro, los provenientes de la corriente romanticista34.
Ahora bien, en este marco europeo, tampoco podemos soslayar lo que acontece con los llamados movimientos de "salida" (también conocidos como exit), los cuales -asiduamente- conllevan un escenario de incertidumbre que desafía a aquel ideal de un "consenso de pertenencia" a la comunidad supranacional (Unión Europea), tal como se viene reflejando -entre otros- con los proyectos Nexit (en Países Bajos), Swexit (en Suecia) u Oexit (en Austria), impulsados -fundamentalmente- a partir de la actitud que adoptara, el 31 de enero de 2020, el gobierno británico con el Brexit35.
A propósito de los referidos movimientos (exit), interesa señalar que los mismos pueden ser entendidos -en esencia- como "expresiones coyunturales actuales, vinculadas a procesos de larga duración". En efecto, ello se puede observar a partir del siglo XVIII con el Tratado de Utrecht (o Tratado de Paz de Utrecht, entre otras de sus denominaciones)36, donde el principal actor fue -sin hesitación alguna- Gran Bretaña que, durante el siglo XIX, logró construir una infraestructura político-económica (el Imperio y luego la Mancomunidad Británica de Naciones- Commonwealth of Nations37), logrando así conquistar bases territoriales extraeuropeas que la alejaron de la necesidad de participar de los procesos continentales.
De igual manera, en la sintonía histórica delineada, no podemos omitir el bloqueo continental38 que sufrió Gran Bretaña el 21 de noviembre de 1806, medida esta que fuera decretada por Napoleón Bonaparte y que motivó a que el país anglosajón abandonara la búsqueda de mercados europeos y, consiguientemente, hiciera lo propio mediante vías alternativas ultramarinas en el resto del mundo. Ello así, contrariamente a lo que ocurría en países como Francia y Alemania -especialmente esta última-, que permanecieron "atados" a la lógica continental, en razón de que era allí (en Europa) donde, naturalmente, obtenían la hegemonía que les permitía delinear proyectos de unión, como así también, de conquista.
Así las cosas, frente al panorama expuesto, es posible reconsiderar la vigencia, o no, de las propuestas de raíz kantiana atinentes a la "paz perpetua", máxime si tomamos en cuenta la "amplificación" que, con los años, dicho movimiento (exit) viene teniendo en la región.
A raíz de lo comentado, y en sintonía con la línea de razonamiento del historiador francés Fernand Braudel, es menester sopesar los distintos contornos -en términos de larga duración, de acuerdo con el intelectual galo (Declercq, 2004)- que asume el "paneuropeísmo" y, con ello, divisar las fluctuantes posturas (de acercamiento y alejamiento) que, con el correr del tiempo, ha ido adoptando Gran Bretaña en los procesos continentales. De tal suerte, entonces, es dable subrayar que el Imperio británico haya mantenido una línea de acción en relación con Europa, que alternase entre el acercamiento y el alejamiento, aún más si lo comparamos con el resto de Europa, donde, por ejemplo, el doble juego de Francia y Alemania -en particular esta última, a través de las diversas formas que asumió su hegemonía (desde el rol de Prusia y Austria hasta el Tercer Reich)- reflejan cabalmente la existencia de un "concierto europeo".
Siguiendo el caso particular de Gran Bretaña y su pertenencia al movimiento paneuropeísta, no podemos soslayar los aportes de uno de los defensores -e impulsores- de la integración europea (o "Europa unida"), como lo fue el político austro-japonés, Richard Coudenhobe-Kalergi39. Precisamente, en su trascendental obra titulada Pan-Europa de 1923, Coudenhobe -sin negar en absoluto que el Reino Unido formaba parte de Europa y que la cultura británica resultaba ser un factor esencial en la cultura europea- argumentaba que "Paneuropa debía de constituirse sin los británicos, aunque no contra ellos", dado que "la lengua, la sangre y la cultura empujaban al Reino Unido más hacia América del Norte que al continente europeo" (Rubio Plo, 2023).
Igualmente, en análogo sentido al de Coudenhobe, se orientó uno de los padres fundadores de la Unión Europea40, como lo fue el político y estadista francés Robert Schuman, quien, luego de su histórica declaración (conocida como "Declaración Schuman")41 pronunciada el 9 de mayo de 195042, ya pronosticaba, en su libro Pour L'Europe (Por Europa)43 de 196344, el actual desenlace de Gran Bretaña con el Brexit. Para así hacerlo, aducía motivos de distinta índole (psicológicos, culturales y políticos) por los cuales, a su entender, el Reino Unido "no se identificaba plenamente con el nuevo proyecto de integración europeo" (Domingo Oslé, 2023), de modo tal que calificaba de "inconcebible que el gobierno británico concediera a un organismo europeo más autoridad que a la propia CommonWealth" (Domingo Oslé, 2023).
Dicho esto, y en lo que hace a este racconto de acontecimientos regionales europeos, interesa traer a colación el concepto de "sistema-mundo", elaborado por el sociólogo y científico estadounidense, Immanuel Wallerstein, quien explica que hay una zona del planeta donde se consolida una modalidad de organización política y económica que, por sus habitantes, asume la forma o alcance de una "totalidad", siendo precisamente allí, en esa totalidad, que se desarrolla -en determinados momentos históricos- un conjunto de procesos sociales, económicos, políticos y, en lo medular, de tipo geopolíticos y geoeconómicos (Osorio, 2015). Así, sobre esa premisa, es que el investigador norteamericano sostiene que, a lo largo de la historia, han existido "sistemas-mundos", viéndose ello plasmado -según refiere- alrededor del planeta (p. ej., en los imperios romano, inca y chinos, en el mundo islámico y en Europa) (Osorio, 2015). Sin embargo, también afirma que, mientras en gran parte del mundo los "sistemas" se constituyeron como "Estados totales" (en la antigua China45 o en el Imperio inca46), el "sistema europeo" -en contraposición con los ejemplos citados- se caracterizaba -desde la caída del Imperio romano de occidente en el año 476 - por su fragmentación política en Estados rivales y aliados. Finalmente, en la tesitura propuesta, el intelectual estadounidense pone de relieve que: 1) la mencionada rivalidad entre los Estados europeos habría dotado de dinamicidad al "sistema-mundo" de aquel continente -caracterizado por la centralidad del Estado como agente dinámico47-, a contrario sensu de lo acontecido en otras partes del mundo, como en China que, al ser una totalidad, tal circunstancia no habría contribuido al estímulo del desarrollo competitivo del Estado, y 2) en el otro extremo del continente euroasiático, la lucha, competencia y alianza habrían sido el impulso necesario para que cada Estado adoptara, en distintos momentos de la historia, acciones o actitudes competitivas, como se infiere -remarca dicho autor- de la colonización de América para España, del expansionismo continental francés y alemán, así como del imperio ultramarino británico en el continente europeo (Osorio, 2015).
Así, sobre la base de lo comentado, resulta válido preguntarnos -como uno de los cuestionamientos cardinales de estas líneas- si sería factible pensar una "ideología pan" en un continente como el europeo, en el cual la división se constituyó en un rasgo estructural y estructurante del sistema. Dicho con otras palabras, ¿hasta qué punto podría serlo? Para más, ¿de qué modo la formulación de la "paz perpetua kantiana" podría sortear las actuales tormentas que azotan a la Unión Europea?
Frente a tales interrogantes, una posible respuesta sería concebir los lineamientos de las ideologías pan como un punto de equilibrio, capaz de asimilar las contradicciones fundacionales del sistema europeo, al tiempo de orientarlas hacia un fin en común, siendo ese proceso -vale recordar- uno de los objetivos de Bruselas desde la conformación formal de la Unión Europea en los años noventa. A propósito de ello, interesa recordar las cavilaciones del filósofo y sociólogo alemán, Jürgen Habermas (2002) quien, por aquel entonces (año 2002), ponía de resalto que la necesidad de una "Constitución europea" era una de tipo histórico que, ciertamente, hundía sus problemáticas en los viejos imperios, debiéndose -concluye- ponderar el difícil camino intermedio, el cual contemple los intereses colectivos del continente, a la par de hacerlo, por un lado, con los particulares de las naciones y, por el otro, de los racionales como de los argumentos sentimentales, de inescindible arraigo.
Bajo la comprensión de Habermas, pues, ¿sería posible considerar el análisis por él planteado como una forma actualizada de la que por entonces realizara Kant? En este aspecto, reputamos la posibilidad de arribar a una respuesta afirmativa, ello, desde luego, si tomamos el recaudo de circunscribir los postulados habermasianos a un contexto histórico de adquisición de conciencia creciente, aunque también es cierto -cabe decir- que el pensamiento del intelectual alemán exhibe las inconsistencias propias del optimismo racional48 aplicado a una región cuyo rasgo fundacional -según Wallerstein- ha sido la división.
Siendo así entonces, cabría preguntarse, ¿a quién corresponde la "hegemonía" en la Unión Europea? Y, seguidamente a ello, ¿de qué modo los distintos movimientos exit interpretan esa posible hegemonía en dicha organización regional? ¿Podría el Brexit constituirse en una nueva versión del enfrentamiento entre Gran Bretaña y la Europa de Napoleón, mediante la cual los primeros se descubren aislados o constreñidos por los segundos?
En suma, y habida cuenta del panorama regional esbozado, se advierten algunas de las singularidades que plasma el continente europeo en lo tocante a la cuestión bajo análisis, por ejemplo, que se encuentra cimentado por la disgregación, característica esta que, paradójicamente, conlleva una tendencia amalgamadora, ya sea a través postulaciones de uniones racionales -como las que se desprenden de las reflexiones de Kant- o bien, de supremacías territoriales de algunos Estados respecto de otros. En sí, y a diferencia de lo acaecido con el panamericanismo, donde existe una base epistemológica equivalente en la mayoría de los Estados americanos (el liberalismo político), en Europa advertimos proyectos sustancial-mente diversos, que parten del iluminismo hasta el racismo inclusive. No obstante, esta heterogeneidad de formulaciones y metodologías son propicias para el surgimiento de "ideologías pan", en la medida en que estas son la expresión política de un Estado por la consecución del poder en el marco de un "sistema mundo" caracterizado por la competencia continua. De todo esto da cuenta la actual Unión Europea, conformando un eslabón más en la larga historia de proyectos continentales, ciertamente más refinado filosóficamente, pero no necesariamente más sólido en su faz política.
De lo hasta aquí expuesto inferimos que las denominadas "panideologías" son expresiones expansionistas o de asimilación de determinadas sociedades que asumen una titularidad, paternidad, supremacía o sentido de guía (léase también de control) por encima de otras ya existentes, en cuyo proceso de integración se plasman sus características propias (de determinadas sociedades), resultando, por ende, difícilmente asimilables a una categoría general.
Por tal virtud, las modalidades históricas de su surgimiento nos conducen a pensar que todo movimiento encuadrado dentro de esta categoría (ideologías pan) resulte complejo y variado, siendo así discutible la utilidad de dicha categorización en espacios geográficos como los de Europa o América, donde la figura del Estado" ha sido tan exitosa como problemática, fundamentalmente en vista de su distinta raíz filosófica. En ese orden, no podemos soslayar lo acontecido en Asia, por cuanto en aquel continente -como hemos podido vislumbrar-, si bien la existencia de antiguas culturales (i. e., la china, la islámica, las mongolas y turcas) aparejaría que la referida categorización (pan ideologías) sea asimilable a discursos ecuménicos o "sistema-mundo" de tipo regional, lo cierto es que, por su densidad filosófica -más cercana a la religiosa que a la política-, el uso directo del término "pan" resulte débil.
Frente a ese contexto, entonces, cabe preguntarnos si el concepto de "ideología pan" tiene un valor intelectual o heurístico.
De un lado, en el caso de Hispanoamérica, se puede divisar una zona del mundo que reúne todos los requisitos enunciados por Renan, es decir, "unidad idiomática-territorial" y la "pertenencia a una misma tradición, historia y Estado". Pese a esto, y como consecuencia del aludido proceso de "balcanización" del siglo XIX, se avizoran en la actualidad proyectos de transferencia de poder político a instancias supranacionales que carecen de solidez, más allá de que no falten utopías o corrientes filosóficas que las propongan.
Con ese panorama es menester, a su vez, hacer hincapié en el caso del "panamericanismo", el cual podría sintetizarse -con sus más y sus menos- en aquella idea de que todas las repúblicas del continente americano comparten rasgos discursivos, filosóficos y conceptuales de lo que debería ser un Estado-nación, motivo por el cual - en principio- no habría mayores conflictos a la hora de establecer un diálogo diplomático de pares. A ello, además, y como otro elemento amalgamador de la región, cabe añadir la presencia "tutelar" de Estados Unidos en la economía de gran parte del territorio americano.
Ahora bien, de su lado, el denominado "paneuropeísmo" refleja la dificultad conceptual de homologar -al menos desde la perspectiva filosófica- experiencias radicalmente disímiles. Y es que, en sí, el continente europeo ha sido durante los últimos siglos una zona del mundo con una alta intensidad de conflictos políticos entre Estados, incluso hasta el punto en que tales desencuentros resultaban ser "estructurales" y "estructurantes" respecto a la existencia de Europa como hoy la conocemos. Por esa razón, las ideologías "pan europeas" no podrían ser sino aspiraciones unilaterales de control de un país por encima de otros, a pesar de que su paradigma contemporáneo (el de la Unión Europea) pareciera reflejar una suerte de superación de las viejas rivalidades decimonónicas entre Alemania y Francia.
Ante este horizonte regional-europeo, pues, cavilamos que la concepción del movimiento "paneuropeísta" como aquella "unión de Estados europeos" debería -en esencia- comprenderse como una idea, imagen o representación vinculada al funcionamiento (estructura política) de Europa. Así es que, sobre la base de lo referido, podríamos aseverar que la Unión Europea se encontraría situada en un punto intermedio entre lo "posible" y lo "deseable", ello con los desafíos que comporta la presencia de los movimientos exit en dicho continente49.
A tenor de lo comentado, podrían erigirse interrogantes como ¿qué tan lejos puede ir un Estado, siendo que forma parte orgánica de una estructura histórica que lo contiene y le da forma? O, dicho en otros términos, ¿hasta qué punto podría avanzar una "balcanización" de Europa o de alguno de sus Estados, como España o Gran Bretaña, sin que estos nuevos Estados manifiesten una dependencia explícita en relación con la pertenencia de un "todo" que ya de por sí se encuentra integrado? Y acaso, ¿podríamos considerar a los movimientos exit como una parte orgánica de este "sistema-mundo" que realiza movimientos de ajuste de sus equilibrios de poder? Por lo demás, ¿no es la proliferación casi simultánea de movimientos similares hasta su denominación común (exit) una expresión del carácter mínimo problemático de una "salida de Europa"? Siendo así, ¿no se estaría delineando el contorno de un organismo que realmente estructura a las naciones en un juego supranacional?
Habida cuenta de ello es plausible concluir que la idea de la mera pluralidad, combinación o agregados de comunidades en una "macro-comunidad" pareciera tener sentido únicamente en un escenario histórico, a través del cual se refuerza y consolida el lugar del Estado en el sistema mundial, de modo que en el supuesto de que los movimientos pan hayan tenido un grado de perdurabilidad en el devenir de la historia, este habría sido más bien desde un plano intelectual y filosófico antes que práctico.
Este lugar que ocuparían los movimientos pan, sin embargo, no resulta en modo alguno desdeñable, máxime si reparamos en la importancia del debate y la producción cultural e intelectual que, siempre latente, impulsa al contexto político que se trate, más allá de que el "sistema" u "orden" que propone no siempre emerja o colapse por su aparente inviabilidad. De ahí que podamos reputar a las "ideologías pan" como un instrumento intelectual que, en última instancia, nos permite vislumbrar los diversos escenarios y modalidades de acción (u omisión) de un Estado o conjunto de Estados en un momento determinado.
Sentado lo anterior, y reparando en la idea de "ideología pan" como una herramienta de observación, mas no como una realidad efectiva del mundo, es dable advertir, entonces, una multiplicidad de esta clase de ideologías a lo largo de la historia, aunque -en cada caso- con sus respectivas reservas epistemológicas. Así, el valor analítico de las "ideologías pan" consiste en darle entidad al movimiento de ideas que apunten a superar lo regional o lo estatal hacia formas globales o generales de representación política. Precisamente este alcance analítico-observacional permite encontrar similitudes, definir problemáticas, delinear escenarios y postular hipótesis de movimiento como de desenvolvimiento de las complejidades históricas, sociales y geográficas de cada país o región. Por tanto, concebir a las "ideologías pan" como una categoría las torna en una herramienta con basamento epistemológico real, en la medida que coadyuva a la unificación -desde una óptica estructurante- de realidades que atañen a zonas del mundo caracterizadas por un alto grado de cohesión de Estados definidos con una alta dinamicidad política, todo lo cual -en definitiva- requiere de un conocimiento pormenorizado en lo relativo a las producciones intelectuales del país o región que se pretenda analizar.
Finalmente, en ese orden de consideraciones, cabe puntualizar en el hecho de que si bien las "ideologías pan" ostentan entre sí distintos elementos -con un mayor grado de preponderancia unos respecto de los otros-, deviene de una importancia capital -colegimos- reparar en el proceso en sí, ello con el ánimo de descubrir las claves del éxito, o no, de la "ideología pan" que se trate. Y es que, justamente, ese marco de convergencia material y plausibilidad discursiva es el que da pie a estas ideologías como una realidad, a la vez de hacerlo como posibilidad de observación de la "tendencia a lo supra" que, con sus claroscuros, puede, o no, convertirse en una realidad desde una zona observable para el análisis.