Reseña
The Pleasure in Drawing de Jean-Luc Nancy
The Pleasure in Drawing de Jean-Luc Nancy
El Ornitorrinco Tachado. Revista de Artes Visuales, núm. 7, 2018
Universidad Autónoma del Estado de México

![]() | . 2013. New York. Fordham Univesity Press. 136pp. |
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El filósofo Jean-Luc Nancy nos presenta un libro sobre la importancia y vitalidad del dibujo. En The pleasure in drawing, reconoce que dibujar es una clarificación del razonamiento y que por tanto, es una acción que separa las formas del fondo, al igual que un pensamiento lo hace con elementos de un paisaje mayor. El dibujo designa la idea de la cosa: la forma es el juicio sobre ella, su reformación o transformación en verdad, por tanto, dibujar es la manera de ver la forma, es decir un ejercicio de elección y discernimiento. El placer del dibujante es el placer de aquellos que no reconocen las formas dadas, es decir que desconfían de su propia percepción y de los preceptos de pensamiento que fincan cualquier ideología.
El dibujo, aquí, se presenta como el diseño de la verdad. El dibujo quiere mostrarla, no como lo que ha aparecido o su aparición sino, como algo que “entra en apariencia”, tal y como si las cosas subieran de repente a un escenario y se hicieran presentes. Aunque eso no quiere decir que los objetos no opongan resistencia, ellos no ceden, ni tampoco se dejan. Nancy admite que el dibujo es lo que hay de arte en todo arte, así lo encontramos como raíz neutral de todas ellas, pues la forma es la idea, como Platón designa a los modelos inteligibles de lo real. El dibujo es delatar la disposición de las cosas en-mediante-hacia una superficie, la manera en que todo en el mundo es susceptible de hacerse luz, incluso lo invisible. La luz en el ojo del que dibuja se traspone a la luz del objeto que le devuelve la mirada. El dibujante la hace perdurar a través de la contemplación, que no se consume en el contemplar, sino que, cada vez, renueva su hambre y su avidez. En la interpretación de un evento, hablemos aquí de la realidad cotidiana, no hay nada monótono ni repetitivo, porque la diversidad de cosas y eventos en el mundo es inmensa, su eterna renovación es también prescrita como la ley de lo que nunca es idéntico a sí mismo. ¿Pero qué hay de embrujo en el dibujar? Hacer aparecer, reunir, ensamblar, jugar a seguir los puntos, hacer emerger por medio de una línea, una que es capaz de acoplar y conectar lo posible. La línea fluctuante nos expande, como una ola se extiende en ondas a través de la superficie del agua, dice Nancy, “una línea continua, es la progresiva exposición de la libertad y el placer sensual de esta libertad” (Nancy, 2013: 14) Y es que no hay arte sin placer. Esto no quiere decir que el arte sea extraño a la tensión, ansiedad o dolor, o a todos los valores de esa palabra, significa que siempre procede de una tensión que se busca a sí misma, que disfruta el llegar, no en función de alcanzar una meta de relajación, sino para renovar la tensión infinitamente, una asíntota, una letra M, una mujer. Este placer inconcluso es, en esencia, el placer del comienzo, de la apertura, el placer de un deseo que se dirige menos hacia el objeto que hacia su inicio, su impulso, y la indeterminada posibilidad de lo que es posible. Potencialidad de existir, energeia de dunamis en palabras de Aristóteles, la realidad de un ímpetu, de todo nacimiento. “Todo placer es corporal”, como Kant repite siguiendo a Epicuro, todo el placer se dirige hacia la reunión de un fuera y de un dentro, cuya distinción y relación se abren por el sentimiento, es decir por lo experimentado y lo sentido. Sístole y diástole en Deleuze, rítmicos espasmos de una vibración perene.
El libro ronda la pregunta ¿qué es exactamente el contacto entre lápiz y papel? Un intercambio de gentileza, una caricia, “es el trazo de este suave vuelo de abejas lo que crea la línea” afirma Jean-Pierre Richard (Citado en Nancy, 2013: 35). En cualquier forma de arte, algo se juega: el placer gestual. El dibujo en su modo más expansivo es, sin duda, algo gráfico, pero también “algo” vocal o colorido, táctil o verbal, por lo tanto es un hacer que abre y no se cierra; una participación física (corporal, emocional, responsiva) involucrada en el esbozo de rayar, incidir, inscribir, y escribir; puntos que unidos responden con el mismo fin, a un sinfín, a un gesto modulado que se abre al infinito. En voz del propio Nancy, el trazo de una línea no es nada más que el infinito en su actualidad. Su deseo renace en mí y para mí.
Dibujar una línea no es hacer una marca, es seguir el deseo que se anuncia a sí mismo y toma forma, es complicarse uno mismo, dividirse uno mismo, no hay diferencia entre el objeto y el sujeto, pues las formas que éste encuentra en el primero, son él mismo. El sujeto es una marca que se estira y envuelve diferentes cuerpos, se agencia con sus desvíos, contornos y quiebres. En el dibujo se manifiesta un deseo interminable, el deseo de hacer sensible lo que sólo puede escapar a los sentidos, de empujar directo al límite, de ceder al mandato que impele a los cuerpos a los límites de sus propias formas. Dibujémoslas con el cuerpo del otro y de la otra, intentemos representar lo irrepresentable.