AGUA Y AMBIENTE EN PANAMA
AGUA Y AMBIENTE EN PANAMA
Tareas, núm. 152, pp. 107-117, 2016
Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena"
Antes de adentrarnos en el tema, permítanme agradecer la invitación que nos hacen para tratar uno de los complejos problemas de nuestra sociedad, que toca resolverlo con cierta urgencia por lo inmersa como está en varias crisis juntas, afectando la propia estructura del Estado. Felicito a los compañeros trabajadores por la iniciativa; una iniciativa que sin duda alguna tiene que ver mucho con los asuntos del desarrollo de nuestro país, con nuestras políticas públicas, con la calidad de vida del panameño y con la integración e independencia nacional en el marco de los fenómenos nuevos de la globalidad.
¿Qué representa el agua en Panamá?
Al revisar nuestra historia, nos encontramos que el agua, como recurso natural, jugó un papel de primer orden desde el más temprano período de los pobladores del istmo, siendo el factor natural determinante del orden socio-ambiental, dado el precario nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas. Está documentado hoy, que fue un atributo ambiental que afirmó estructuras e hizo organizar el territorio a través de las cuencas,1 bajo el paraguas de los “pisos ecológicos”2 característicos de nuestra geografía natural. En éstos, nuestros aborígenes encontraron todos los suministros vitales y lograron ejercer las funciones correspondientes a sus necesidades, aflorando siempre como regularidad una gran compatibilidad entre el orden social y político, y el orden natural.
Luego vinieron los tiempos de la colonia hispánica y jun- to, el primer proceso de globalización del mundo, poniendo al istmo, como cintura de América, en el centro del trasiego de la plata y el oro suramericano que garantizaron en gran medida la extensión de los imperios europeos hasta Asia. En este afán, es bien conocido el extraordinario rol que jugó el río Chagres.
Pasada la colonia, el país quedó atado al segundo proceso de globalización que se da con el expansionismo capitalista, lo cual realiza de la mano norteamericana con la implantación del ferrocarril entre Panamá y Colón, para participar después de la globalización dirigida por el capital imperialista -expresada aquí con la monumental obra de la vía acuática interoceánica- y desembocar finalmente en la actual globalización corporatista neoliberal, originada por la intensa socialización mundial de la producción e interdependencia económica, que nos asigna en particular nuevas funciones como nodo logístico del mapa geoeconómico terráqueo.
Subrayamos que en cada uno de estos eslabones históricos, es perceptible el “agua” como factor ineludible del desarrollo de la sociedad panameña, incluso de las estructuras socioeconómicas bajo las cuales se implanta, hecho que la define como un recurso estratégico de la nación.
¿Cómo caracterizar todo esto?
De estar atrapados -debido a la abundancia del agua y su excelente distribución territorial- en una organización económico-social desarrollada alrededor de la producción ‘pluvio-agrícola’, sellada por una cultura de ‘aguas libres’ (muy propia de nuestros originarios) que aprovecha los bajos valles para dominar las zonas de mejor clima; que aprovecha los recursos de la naturaleza fluvial como son sus terrazas inundables, estuarios, flora y fauna para extraer sus suministros, y los ríos, tomados como avenidas que organizan su conectividad, incluso en varias rutas entre el Caribe y el Pacífico, se pasa a una organización territorial con la colonia, determinada por las funciones regionales que asume el istmo para la corona, con lo cual se implanta una división política artificial del espacio nacional.
Castillero Calvo, historiador nacional, nos dice que “la geografía panameña quedó organizada en torno a dos ciudades terminales en cada mar [Nombre de Dios y Panamá], y un interior apendicular que le serviría como proveedor de alimentos”… Se pierde así la dimensión de la ‘cuenca’ como espacio de vida, pues se transversaliza, y se simplifica la red transístmica múltiple de la población prehispánica en una sola ruta alrededor del Chagres, la cual plasmó la interoceanidad istmeña que aún vemos en nuestros días.
En este “interior apendicular” se produce algo singular. La distinción acertada entre el agua natural y la tierra como medios de producción, con valor de uso, muy bien manejada por los aborígenes, se deshace para quedar los dos componentes simplificados en un solo valor mercantil: la tierra. Así, el pastoreo extensivo articulado mediante la deforestación, el acaparamiento indiscriminado de tierras y la pluvicultura del suelo, diezmaron intensamente el sistema ambiental y particularmente, los cursos de cuerpos de aguas naturales. Al mismo tiempo, el despojo colonial de tierras, para incorporarlas a la propiedad privada o estatal de la corona, desplazó hacia las altas cordilleras y macizos a los pueblos originarios rebelados contra el sistema, transformándose en custodios del medio ambiente de las cuencas medias y altas, hecho que permitió conservar especialmente las grandes fuentes de aguas del país, pues se replegaron hacia las zonas de recarga de los acuíferos conservando su esquema de sostenibilidad de las cuencas.
Lograda la independencia de España, el país cae bajo la férula del poder centralista bogotano y sus guerras. Durante este período Panamá no consigue madurar un proceso de integración nacional, encaminado a la implantación territorial de las relaciones capitalistas de producción, sino que mantiene las formas feudales de explotación del campo junto al desarrollo intenso de una economía de servicios, dominada especialmente por el comercio de la zona capitalina. De esta manera nuestra sociedad se caracterizó por una fragmentada disposición espacial, feudos extensos y burgos rurales dispersos cuyo nodo fundamental de intercambio fue la ciudad de Panamá. En tales circunstancias la explotación de las aguas superficiales mantuvieron los patrones coloniales.
Esta estructura se agrava con el sistema originado por la incursión del capitalismo foráneo expansionista norteamericano, con la construcción del ferrocarril transístmico. Tal injerto -en esencia un canal seco interoceánico- para resolver un problema de integración y soberanía nacional de EEUU, no de Panamá, trae transformaciones sustanciales en el ordenamiento ambiental nacional. Comenzando por la transformación de la Bahía de Limón a causa de la creación de una nueva ciudad Atlántica (Colón); siguiendo por la conquista de la cúspide más baja de la divisoria continental de Las Américas (Culebra) mediante la ingeniería civil, y terminando por el rediseño de la ciudad capital y sus implicaciones logísticas. También se dan en el campo las primeras iniciativas agroindustriales, que simplifican el uso del suelo con mono-cultivos intensivos, aunque manteniendo todavía el agua oculta en el recurso tierra, sin individualizarla como ‘objeto de trabajo’. No obstante, asomarán ya las primeras obras hidráulicas importantes del país y el uso de algunos agroquímicos.
Finalmente llegamos a la separación de Colombia (1903), un compromiso semicolonial soldado alrededor de la obra del Canal de Panamá y singularmente marcado por los intereses geopolíticos norteamericanos. Es el momento ya, de la fase imperialista del capitalismo en el mundo.
El Canal de Panamá y las dos caras de un mismo país
Qué significa esta monumental obra desde el punto de vista de lo socioeconómico, ambiental y político?
Al producirle dos desembocaduras al río Chagres, una al Atlántico y otra al Pacífico, mediante la retención de sus aguas en el embalse del Gatún, se introdujo en la naciente República un patrón de relaciones ambientales, sociales, económicas y políticas que no había madurado en la agenda de la conciencia nacional. El Canal de Panamá produjo una ‘sociedad hidráulica’ de hecho, sobrepuesta a la ‘pluvicultural’ que había presidido el proceso de desarrollo de la nación hasta ese momento; incongruencia que domina todo el siglo XX y reordena al país de la forma singular en que aún hoy se nos presenta.3
No está de más citar en este marco el criterio de K. A. Wittfogel, en su obra Las civilizaciones hidráulicas, cuando plantea que “allí donde la agricultura requirió de trabajos sustanciales y centralizados para el control del agua, los representantes del gobierno monopolizaron el poder y el liderazgo político, y dominaron la economía de sus países”, con lo cual se gestaron Estados caracterizados por una estructura política vertical, autoritaria y despótica. En éstos –agregaba– “los mecanismos de gestión estatal y control social hidráulicos eran tan fuertes, que operaban con éxito en áreas marginales, carentes de las grandes obras hidráulicas que persistían en las áreas nucleares del régimen”. La primera gran transformación política visible fue la de haber hecho de una provincia colombiana, una República dependiente -por el carácter de los lazos establecidos con la potencia imperial norteamericana-, bajo la fórmula de un Estado bicéfalo, que hace de la zona colonial un ‘primer mundo’ sustentable, incrustado en un ‘tercer mundo’ insustentable cual es el resto del país.
Esto sencillamente porque el agua de la vía acuática y su territorio se diseñó para incrementar la rentabilidad de la mercancía producida y transportada del mundo industrializado, mediante la reducción de sus tiempos de retorno, pero no para intensificar la rentabilidad de la tierra nacional, elevando la producción agrícola a sistemas intensivos y de escala,4 vía el desarrollo tecnológico y sostenible. Sin embargo, vale observar que la obra separa nuevamente -si bien de forma local- el recurso agua del recurso tierra, aunque no para asumirla limitadamente como ‘objeto de trabajo’, sino para tratarla como mercancía. El canal interoceánico hizo por primera vez del agua, una mercancía de escala que nunca pagó como materia prima.
En este punto, cabe precisar la dimensión del agua como patrimonio nacional y sobre todo lo que significa su uso por el Canal. Quizás seamos poco conscientes de que en los 77,000 km2 de extensión, sobre Panamá se derraman alrededor de 223 700 000 000 m3/año de agua pluvial. Esto brinda un potencial per cápita de 50 136 m3/habitante/año de aguas dulces,5 que corren por sus 52 cuencas, equivalente a un ingreso anual per cápita de US $10 027,00 al precio mínimo promedio mundial del agua residencial. De este potencial, se usan hoy unos 2 604 m3/habitante/año, incluyendo el Canal, es decir el 5,1 por ciento.
Del total precipitado, un 4,3 por ciento cae sobre la cuenca hidrográfica del Canal de Panamá, cuenca que abarca 3 315 km2 de territorio continental panameño, lo que hace que un río corto como el Chagres tenga un caudal promedio anual de 162 m3/s a la altura de la Represa Gatún y un potencial energético envidiable por la geomorfología del cauce.
Desde el punto de vista de la ingeniería, el Canal es ni más ni menos una obra hidráulica que administra por gravedad las aguas de dos cuencas, la del río Chagres en el litoral Atlántico y la del río Grande en el litoral Pacífico, con el fin principal de producir el cruce de barcos de un océano a otro. En esta operación se utiliza en promedio 2 809 000 000 m3/ año de agua, representando un uso per cápita equivalente a 966 m3/habitante/año; esto es un 25,8 por ciento más que todo el uso consuntivo per cápita nacional, estimado en 768 m3/habitantes/año y el 27,1 por ciento del uso no consuntivo.6 Pero la operación de barcos no representa toda el agua utilizada por la entidad que administra actualmente el Canal, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP). El conjunto de actividades productivas de la ACP usa un total aproximado de 5 508 000 000 m3/año de agua, distribuidas entre la operación de tránsito de barcos (aproximadamente 51 por ciento), producción de electricidad, consumo humano residencial (7 por ciento), otros consumos y descargas preventivas.
Para el transporte acuático propiamente dicho, a las aguas naturales se les extrae la energía potencial acumulada en los lagos durante la operación de esclusaje; y es mediante cada una de las naves que dicha energía se incorpora como valor a la economía mundial, al redimirse la carga mercantil fuera de las fronteras panameñas con el ahorro fruto del menor consumo energético -por la menor distancia- y del menor tiempo. Este valor, estrechamente relacionado con la masa hídrica de uso no se conoce aún con exactitud en nuestros días, porque se encuentra diluido dentro del valor de “flete” que paga el usuario.
¿Qué tenemos hoy respecto al agua y el ambiente?
Finalizados los Tratados Torrijos Carter y liquidada la zona colonial (año 2000), el vacío de la dependencia dejado por este desenlace lo ocupa plenamente la relación neocolonial, hecho que se fortalece con la invasión norteamericana de diciembre 1989. La senda democrática nacional progresista surgida de la lucha contra el colonialismo fue en lo fundamental derrotada, dominando nuevamente las formas presidencialistas y autoritarias de poder, esta vez de la mano de una burguesía financiera nacional especuladora y rentista, que impone el neoliberalismo como política económica y la autocracia como forma de gestión política.
Dos aspectos destacamos de esta evolución nacional en el tema que nos ocupa. El primero es que, para dar garantías al usuario internacional del canal de una administración eficiente y eficaz de la vía, al margen de los embates corruptos de la política criolla, la casta política criolla segrega de la nación la entidad administradora y la cuenca de sostén, mediante un título constitucional. Se creó así un gobierno autónomo integrado por once personajes, casi en su totalidad designados por el Poder Ejecutivo y sin ninguna representatividad del conjunto de las fuerzas patrióticas y sociales que componen a la nación panameña. Lo segundo es que se privatizan las principales empresas estatales y se desregulariza el mercado del capital natural como parte de las políticas neoliberales, abriendo las puertas a la acumulación por desposesión, de los bienes y servicios ambientales que son patrimonio de todos.
Esto se produce cuando el istmo entra en el camino de una nueva función internacional geopolítica y geoeconómica, de la cual nace el reto de la ampliación del Canal y del desarrollo en tanto que nodo importante de la logística mundial.
¿Algunos resultados concretos?
El Canal se maneja hoy al margen de la Nación, desfasado con el proceso del desarrollo nacional, lo cual mantiene e incluso profundiza el desarrollo desigual y combinado que ha presidido los destinos de la nación. En cuanto al cuadro urbano de las ciudades de Panamá y Colón, no se sabe si el Canal es un apéndice de estas ciudades, o ellas son un apéndice del Canal. La ampliación del complejo ha sido indiscutiblemente necesidad de la nueva función global del país: pero veamos… A pesar de que las nuevas esclusas post-panamax economizan con sus tinas de re-uso un 60 por ciento del volumen del agua utilizada, no es menos cierto que el 40 por ciento restante, formado de aguas frescas del Gatún, representa solamente un 7 por ciento menos que el de las esclusas tradicionales, significando esto 193 600 m3 de agua adicional al gasto actual, por tránsito de barco y se espera para el año 2025 un total de 15 000 tránsitos anuales, 3 000 de éstos realizados por buques ‘post-panamax’. Hay señales entonces de riesgo de ‘stress hídrico’, por la inclinación a un descenso de las precipitaciones pluviales en Centroamérica y Panamá, a consecuencia del cambio climático7 y por el crecimiento vertiginoso poblacional del eje Panamá-Colón, que bajo las actuales políticas promete concentrar a futuro dos tercios de la población nacional. El hecho es que ya sea que se produzca una merma a favor del consumo urbano o del tránsito de barcos, debido a la racionalización, la afectación a la economía nacional es indudable.
Este descenso tiene otras aristas preocupantes; y es que la región del canal está sometida a una marcada estacionalidad climática entre periodos seco y lluvioso, y que actualmente, agravada por la presión antropogénica, el 59 por ciento de las escorrentías alcanzan los lagos y sólo el 32 por ciento se filtra al subsuelo y percola o se queda en las copas de los árboles, cuando en las zonas de bosques tropicales lo regular es que sólo un 25 por ciento baje en escorrentías superficiales y un 60 por ciento se quede en la vegetación o vaya a los acuíferos, reservas hídricas de la estación seca. De hecho, en la actualidad el Canal está vertiendo excedentes por casi un 12 por ciento de sus aguas, cuando 25 años atrás botaba alrededor de un 3 por ciento.
Lo otro es que las necesidades de infraestructuras, de viviendas y de energía, están representando un asalto por el capital nacional privado y transnacional, de forma intensa e irracional, de todos los recursos naturales, en particular las aguas, causando serias degradaciones al medio. El país tenía a comienzos del año 2000 una ‘huella ecológica’ de 1,89 hag/habitante contra una capacidad ecológica 3,1 hag/habitante; en el 2007 solamente le quedaba un crédito de 0,2 hag/habitante, y hoy ya tenemos déficit.
Más a la vista, cabe mencionar que la nación tiene instaladas a la fecha 24 hidroeléctricas en operación y 71 en proyecto, todas ellas sin una ley actualizada del agua8 y las últimas, sin una planificación de sus cuencas. Si acercamos el lente clínico al fenómeno nos daremos cuenta además, que de las 71 en proyecto sólo 17 están por encima de los 10 mw de capacidad instalada y con posibilidades de regulación alguna de las aguas, que garantice su eficiencia; sin embargo unas y otras producen prácticamente el mismo daño al sistema ambiental, porque el impacto fundamental en estos proyectos lo produce la administración masiva de los cuerpos de aguas y no la capacidad de generación. Y aquí no se cierra todo; pues más inquietante resulta esta telaraña cuando abordamos el cuadro de la formación del capital humano. Nuestra red de universidades no produce a estas alturas ni hidrólogos, ni ingenieros hidráulicos, ni meteorólogos; y con más de 3000 km de costas tampoco produce oceanólogos.
Por último corresponde señalar que, a pesar de la voluminosa oferta de agua que hemos mencionada, somos importadores netos de ‘agua virtual’9 por encima del promedio global y esto por la baja producción industrial y agraria, dependiendo como estamos del mercado externo para el consumo nacional. Nos restaría nada más agregar, como línea final, la crítica situación del agua potable, que se ha venido privatizando en botella a un precio superior al diesel, mientras el sistema de distribución de nuestra metrópolis desperdicia un 40 por ciento de su producción por fugas y conexiones indebidas.
En fin, por este camino es fácil explicarse las múltiples explosiones sociales que día a día se toman nuestras calles, nada más que por las irregularidades en el terreno ambiental.
Conclusión
Todo esto nos lleva sin pestañear a una sola conclusión: Para lograr un ambiente distinto, tenemos que crear una sociedad diferente, en la que el desarrollo pueda ser sostenible por lo humano que llegue a ser. Esto se dijo con mucho énfasis y gran consenso en un reciente cónclave internacional celebrado en la Ciudad del Saber sobre la Ecología Política.
Enfrentar el gran desafío que se nos presenta significa en realidad la transformación profunda del Estado Nacional, la transformación de las estructuras económico-sociales del país así como la formulación y ejecución de una estrategia nacional para el desarrollo sostenible, que asuma en particular al agua y los bienes y servicios ambientales de nuestro patrimonio natural, como recursos estratégicos. Son tres asuntos estrechamente relacionados, cuyas soluciones no pueden postergarse porque, de lo contrario, la turbulenta historia de las luchas anticoloniales nos habrá cambiado sencillamente una colonia por otra. Y esto es responsabilidad de todos; pero muy particularmente del movimiento nacional organizado de los trabajadores, que debe asumir la vanguardia de los cambios inscritos en la agenda actual de la nación.
Notas