En la revista cultural Lotería de mayo-junio de 1986, Jaime García Saucedo, escritor e investigador panameño de literatura y cine residente en Bogotá,1 publicó una Cronología de la novela panameña (1849-1985)2 en la que menciona ocho novelas publicadas en Panamá entre La virtud triunfante (1849), del poeta Gil Colunje Menéndez, y Josefina (1903), de Julio Ardila Aizpuru. Esta ha sido señalada por los maestros Rodrigo Miró Grimaldo y Franz García de Paredes como la “primera novela que asume las formas de la novela moderna en Panamá”.
Vale decir, una forma literaria de la narración que se ha despojado de sus semejanzas con las otras formas narrativas y ha enfatizado sus diferencias. De la lista hallada por García Saucedo solamente aparece Josefina en el catálogo en línea de la Biblioteca Nacional Ernesto Castillero R., y en el Sistema de Bibliotecas de la Universidad de Panamá (SIBIUP) hay un solo trabajo de graduación, de 1977, cuyo tema es esta novela. Sobre los otros libros mencionados por García Saucedo no hay nada, de modo que parece que mantenemos completamente desconocidas las otras obras de las que se nos dio indicio hace treinta años.3
El autor de Josefina
Julio Augusto Ardila Aizpuru fue abogado y escritor. Nació en Panamá el 2 de mayo de 1865. Fue hijo de Francisco Ardila y de Carolina Aizpuru de Ardila, hermana del presidente del Estado Soberano de Panamá, General Rafael Aizpuru. Por lo tanto, Julio Augusto pertenecía a una clase social panameña que se caracterizó por utilizar sus recursos económicos para darles a sus herederos la mejor educación, como el narrador-personaje de Josefina. Ardila estudió en Europa, en donde estuvo al tanto de las corrientes filosóficas, literarias y artísticas de su época.
De regreso a Panamá, Ardila brindó su cooperación para la organización del benemérito Cuerpo de Bomberos de Panamá (1887), institución muy apreciada en la región, a la que ingresó en 1889 como Tesorero y luego como Secretario. Tomó parte en las gestiones separatistas del Istmo en el año de 1903. Posteriormente fue asignado como Cónsul General de Panamá en Kingston, Jamaica, aproximadamente en octubre de 1907. Existe un documento de 1908 en el que se queja al Gobierno panameño de la falta de retribución al trabajo ad honorem realizado por los cónsules. Se mantuvo viviendo en esa ciudad, según parece, hasta su muerte en Kingston el 2 de febrero de 1918, a los 53 años de edad.
Su producción literaria no es abundante. En el Heraldo del Istmo, periódico panameño del siglo XIX, fue publicado el cuento “En alta mar”, el 23 de enero de 1905. Posteriormente fue incluido este cuento en la Antología panameña (Verso y prosa) publicada por la editorial La Moderna, S. A., en 1926. También fue publicado en el Heraldo del Istmo No. 4, el día 5 de marzo de 1904, un artículo periodístico: “Las libertades”.
Expone allí sus puntos de vista sobre la libertad de pensamiento y el respeto a la opinión ajena.
Argumento y punto de vista3
Si se me pidiera que sintetizara el argumento de Josefina, diría:
La búsqueda de la salud física origina un viaje de Ricardo Corredor a la isla de Taboga, acompañado por su amigo Joaquín, en donde conoce a las hermanas Cecilia y Josefina Martínez. Ricardo cae prendado de Josefina, la menor. Es de una familia trabajadora que se sostiene ofreciendo hospedaje a los visitantes. Así, Josefina no es un buen partido para Ricardo porque no pertenece a la misma clase social de su enamorado. Sin embargo, la presencia de uno y otro teje con las emociones una fuerte atracción mutua. Sabiendo que existe esta diferencia social, indecisa y sujeta a las disposiciones paternas, Ricardo se muere de celos cada vez que algún caballero muestra interés en Josefina. Sometido a la voluntad paterna, decide regresar a Panamá y buscar la cura de este mal de amores en dos viajes: primero a Guatemala y después a París. Está dispuesto a abandonar la idea de casarse. En París, se entrega a los placeres con una española que lo acompaña. Solamente la voz amiga de Carmen Urquillas lo hace regresar al seno familiar. Recibe el perdón paterno y se prepara para el matrimonio con Josefina. Viajan a Taboga para recuperar los recuerdos de sus primeros encuentros y regresan a Panamá para casarse, pero cae una tormenta en el trayecto y la novia adquiere una pulmonía que le causa la muerte.
El lector recoge esta historia del ánimo impresionado de Ricardo. No se entra nunca en el mundo interior de Josefina ni de ningún otro personaje, sino que Ricardo cuenta cómo reaccionan todos tras los sucesos narrados. Es su punto de vista. La juvenil Josefina es dulce, inteligente, tranquila, mesurada, transparente en ciertos momentos; otras veces parece que encarna un modelo de belleza que puede estar manchado por intenciones ocultas o por una formación cultural mediocre. Lo cierto es que, frente a ella, Ricardo se encuentra indefenso y lleno de dudas por su situación particular de hijo de familia que debe escoger a una compañera bella, fina, cultivada, de su propio nivel social, y Josefina no lo es. Es un argumento romántico amoroso, encerrado en sí mismo, aunque sus rasgos y estilo no lo sean.
Fecha de publicación
La obra fue publicada por entregas en El Cronista, periódico de la capital panameña, entre el 3 de junio y el 17 de julio de 1903. Pero también salió a la luz pública de la Tipografía de Manuel de la Torre e hijos en ese mismo año en un volumen de 200 páginas. El período de publicación está enclavado muy cerca del 15 de mayo, cuando ocurrió el fusilamiento de Victoriano Lorenzo que remarcaba la finalización de la Guerra de los Mil Días, y de la separación de Panamá de Colombia el 3 de noviembre de 1903. Aunque Rodrigo Miró Grimaldo advierte que la novela tuvo que haber sido escrita antes de ese 3 de junio, me parece prudente mencionar los sucesos que se vivían en el Istmo cuando salió a la luz, para justipreciar en qué momento fue recibida la novela por sus primeros lectores.
Segunda edición
Cien años después, en el 2003, Josefina fue incluida en la Edición Conmemorativa del Centenario de la República (1903-2003), una serie de publicaciones patrocinada por la Asamblea Nacional de Panamá, particularmente por la Comisión de Educación y Cultura. El editor fue el poeta Aristides Martínez Ortega, a la sazón miembro del Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panamá. Josefina aparece en las páginas 131 a 300 de un libro compartido con La política del mundo, tragedia en versos del siglo XIX, del penonomeño Víctor de la Guardia y Ayala.
En el prólogo de esta edición, el académico Franz García de Paredes expresa la idea de que la única aportación de Josefina es ser el punto de partida, la primera muestra de la novela panameña. Esta apreciación de García de Paredes niega que La virtud triunfante, de Gil Colunje, publicada por entregas en 1849 en el órgano de la sociedad “Los Deseosos de Instrucción”, sea una novela en todo el sentido de la palabra, porque no reúne las mínimas características del género novela, entre ellas, un fecundo desarrollo del asunto y profundización del tema. Considérese que (según se informa, pues nunca la he tenido entre mis manos) La virtud triunfante apareció completa en 1901 en una edición de solamente treinta y seis páginas, título que sí pudiera calificarse como un esquema, un primer boceto de novela en Panamá. Rodrigo Miró también afirma que Josefina significa el arribo cabal en Panamá a la fórmula novelesca.
Además, estima García de Paredes, con cierto tono riguroso, que en Josefina resuena la tónica del realismo costumbrista y de los amores contrariados propios del romanticismo al estilo de María, de Jorge Isaacs, con la que mantiene un diálogo manifiesto. Pienso que a partir de los títulos, que son nombres femeninos, también dialoga, en cierto sentido, con Amalia (José Mármol, 1851), de carácter histórico; con Manuela (Eugenio Díaz Castro, 1858), que presenta el contraste entre la cultura oral en la que ha sido formada la mujer, y la cultura escrita dentro de la que se ubica el hombre; Cecilia Valdés (1839, revisada en 1882), que presenta el problema de parecer blanca aunque la madre sea negra; de María (Jorge Isaacs, 1867), que es una mujer no apta para el amor porque sufre una enfermedad oscura, encerrada en el desconocimiento y el misterio. Josefina, como todas ellas, documenta, describe y pinta los usos y costumbres de los grupos sociales contrastantes. Aunque no puede negarse que sus procedimientos argumentales están cuajados en un romanticismo tardío, quisiera añadir que después de su llegada a esta región, el romanticismo quizás nunca ha desaparecido del todo. De algún modo ha dejado una larga estela en la memoria cultural y, por supuesto, se ha transformado.4 Ahora añado: Josefina responde al canon realista pero el estilo es impresionista como alguna corriente musical y pictórica de la época.
El tiempo del discurso
Aunque no se dan fechas exactas dentro de la nove- la, se cuenta primero la búsqueda de trabajo por parte de Joaquín en la Empresa del Canal y, más tarde, el anuncio de la suspensión de los trabajos canaleros; el cierre del Sanitarium5 de Taboga, institución fundada en 1885 por los franceses para la convalecencia de las personas aquejadas por algún mal. La presencia de franceses, ingleses y angloamericanos en la isla de Taboga nos sitúa en los alrededores de 1889, año del fracaso de la construcción francesa del canal.
Por otra parte, la inclusión de un período parisino en la vida de Ricardo, quien llega “a la soberbia capital de la más simpática de las naciones de Europa” señala cuáles eran las inclinaciones de la época, marcadas en la toponimia de la ciudad de París, de la región francesa en que se encuentra el personaje y en el léxico: rue, chezmoi, boulevares, habitué, argot, demi monde, sansfacon, parterre, mailresse, eh bien, Monsieur, trousseau. Y para confirmar la mirada hacia afuera de la isla, hay también intromisiones del inglés en el discurso narrativo cuando Mr. Hudson le dice a Ricardo para hacerlo rabiar: “The Captain seems to be very fond of Josefina” “I bet she likes him too. What a lovely match they would make.”
Hay que anotar, sin embargo, que la narración introduce un léxico propio: Una panga, un vaporcito, un silbato, las marves del ferrocarril de Panamá, frases discursivas como “mal te pese”; y una gran cantidad de toponímicos que anclan el paisaje a la realidad y arman en la memoria del lector que conoce aquel espacio o que ha leído sobre él, un mundo muy distinto y, sin embargo, semejante al de hoy: El Sanitarium, el Taller, el Hotel de la Marina, el Mercado, la playa de Trujillo, Peña Pietra, Flamenco, el arenal de Paitilla, la torre de Panamá Viejo, Pacora y Chepo, las Monjas, las Bóvedas, el Hospital Central, el Ancón, la punta de Calafate, el Matadero,6 la playa de Barraza, el islote de Tacho, la entrada del Canal y La Boca.
Puede suponerse en 1889 un período cargado de confrontaciones, contrastes, silencios políticos y escenarios beligerantes, aunque estas discrepancias no actúan en la obra más que en los encuentros de Mr. Hudson, esposo de Cecilia, y su amigo Mr. Hoggs (los dos gringos) con Ricardo. Según este, una cena de la familia y amigos de Josefina no es más que uno de los actos de una comedia planeada por Mr. Hudson para separarlo del todo de Josefina. La novela deja este panorama, que no es simple, a la interpretación del lector.
Estructura
La estructura novelesca de Josefina se sostiene en los modos de pensar la vida como una obra de teatro en la que cuentan los espacios: en general se piensa que los lugares, ambientes, atmósferas, que originan cambios favorables o desfavorables en la salud física y sentimental de los personajes.7 Conjeturo que la búsqueda de la cura en Taboga también persiguiera ahogar el problema vital silenciado en la novela, que se manifiesta en la política: el fracaso del Canal francés, la inmediatez de la Guerra de los Mil Días. En fin, que el silencio en que se mantuvo por cincuenta años la muerte de Victoriano Lorenzo es un indicio de cuán hondo calaban en las conciencias de los panameños los hechos vividos. (Ya en el siglo XX, con la invasión a Panamá en 1989 ha pasado algo semejante).
El escenario, importante figura semántica de la obra. Territorio y tejido de los personajes
El encuentro de los personajes ocurre en la isla de Taboga, que es objeto de descripciones minuciosas. Es un espacio rural al que llegan influencias externas, según ya se ha dicho. Unos individuos son taboganos autóctonos; otros son de la capital; otros son inmigrantes o personas que están de paso. A estos últimos, el narrador los juzga con recelo.
De Taboga, el narrador parte a París:
París, la ciudad por excelencia, la ciudad gigante con sus teatros, sus paseos, sus diversos espectáculos y sus provocadoras e incomparables mujeres…
Hasta cierto punto, la ciudad de Panamá, Guatemala, Nueva York permanecen en un plano debilitado no comparable al de Taboga o, incluso, París.
Todos estos espacios están supeditados a criterios relacionados con el modo de resolver los avatares de la vida. Por ejemplo, cuando las personas enferman del cuerpo o del alma deben buscar mejores aires, conocer otros lugares, otras personas. Esos son los motivos de los viajes de Ricardo a Taboga, a Centroamérica y a Europa. En sentido opuesto, cuando la familia Jackson (la madre de Josefina) ve descender sus ingresos por falta de clientela en la hospedería que regenta en Taboga, regresa a la ciudad de Panamá para sobrevivir con un negocio parecido en otro espacio menos favorecedor:
Había caído el telón y se había vuelto a levantar representando, ahora el teatro una angosta y oscura callejuela en donde por todas partes tropieza la mirada con viejos muros cubiertos de polvo y telas de araña. Es una calle de Panamá. Véase, de trecho en trecho, asquerosos postes de madera que sostienen en lo alto los alambres del telégrafo y la luz eléctrica, de los cuales cuelgan residuos de las cometas que vuelan los muchachos a toda hora del día. Allá, al final de la calle, se descubre el sucio balcón de una casa de alquiler, con paredes amarillentas y puertas y ventanas verdes. Es la casa donde habita la familia Jackson. 8
Pero hay un encanto en la novela. Es el cambio del punto de vista para la observación del paisaje: el ojo presta atención desde la lancha que sale de Panamá y llega a Taboga; desde el balcón de la casa tabogana hacia la ciudad lejana; desde el otro lado de la isla hacia el litoral oeste de la provincia de Panamá. Los parajes naturales, la vegetación, los recodos, el mar, la noche, el día, el pueblo; también los ámbitos internos de las casas con sus muebles, cuadros y balcones. Asimismo, desde un punto de vista etnográfico son notables la fiesta, incluidos los toros, la chicha, las relaciones de familia, el intercambio social, las diferencias socia- les, incluidos los toros, la chicha, las relaciones de familia, el intercambio social, las diferencias sociales reconocidas en los bailes: el baile de salón, la mazurka, el valse, que remarca sus diferencias con el tamborito y sus movimientos.
Con respecto a estas apariciones en la novela, vale la pena ampliar la perspectiva de este análisis. Como apunta Aura Yolanda Peñalba Ortiz, autora del trabajo graduación titulado “Análisis literario de Josefina”.9 hay en la obra la asimilación de las corrientes literarias europeas en boga: remanentes del romanticismo, realismo y novela ‘confidencial’ francesa: el autor introduce estados de ánimo, inquietudes y experiencias del personaje mediante monólogos que dejan al descubierto el conflicto interior y las complicaciones internas de Ricardo, que no siempre encuentra que lo que ve es bello, según ya lo hemos comentado. Obsérvese lo que dice sobre el pueblo de Taboga.
Taboga me produjo todo el efecto de esas famosas decoraciones de teatro con que se engaña la vista de los espectadores. A cierta distancia y de noche el efecto que producen es soberbio, completa la ilusión... En el interior, dentro de bastidores, el espectáculo es bien distinto. Gruesas telas con groseros dibujos, sillas rotas, sogas, cadenas, maquinarias, todo un infierno para representar quizás el cielo mismo. Tal es Taboga.10
Otro tanto, sostiene Cecilia, la hermana de Josefina cuando, tras el primer paseo de Ricardo, le pregunta:
¿No es ver dad que (el pueblo) es muy feo? me dijo. Por el contrario, la repliqué, he quedado encantado con él. Mentía, pero mi educación no me permitía decir la verdad. Fue mi primera impresión de Taboga de lo más desagradable que darse pueda. Después modifiqué mucho mi opinión a este respecto, pero debo confesar que a ello contribuyó poderosamente Josefina.11
Más adelante, conversan Ricardo y Josefina:
Pronto llegamos al segundo grupo de piedras negras donde van a tomar agua los vaporcitos del ferrocarril y allí tuvimos que trepar las escaleras casi naturales, que de la playa conducen al mal paso, pequeño paraje oscuro, sombreado por espeso follaje, y entramos en un delicioso lugar, completamente plano, sembrado de coposos árboles de tamarindo.
¡Qué precioso es eso! dije a Josefina.
-Sí, es más bonito; pero no tan sano como aquel, agregó -pero, después de tanta piedra, sorprende encontrar un lugar tan plano.
Si de fotografía se tratara, diría yo que esta escena anterior tiene un color sepia. Pero de inmediato, la impresión del paisaje y de la reunión social se llena de colores y movimiento. Desde el lugar en donde estábamos antójeseme ver en esas casitas bajas, pintadas de diversos colores, agrupadas en una sola hilera y medio escondidas detrás de los árboles de tamarindo, una abultada imitación de esos casuchitos que se colocan en los nacimientos de nochebuena, tras arbolitos de madera
El hombre ‘folk’. Tradiciones y costumbres.
Surge de inmediato una escena de hombres vestidos de blanco con los pies descalzos entretenidos en un juego de bolos (desconocido por el narrador), grupos de hombres que charlaban, fumaban, tocaban acordeón, sentados en taburetes de cuero o sillas de paja recostados a la pared, frente a las casitas.
Unas páginas más adelante, Ricardo describe el tamborito,12 que no es considerado por Josefina como un baile decente, así:
Unas cuantas jóvenes, todas de polleras, formando círculo alrededor de una pareja que bailaba en el centro. A uno de los lados de la rueda unos llamados músicos golpeaban, con los dedos, varios instrumentos de palo hueco forrados por una de sus extremidades con pies de res. Estos eran tres.
Luego había uno más ancho, la tambora, forrada por ambos lados con piel más delgada. Esta la tocaban como los tambores militares; con un par de baguetas y, de cuando en cuando, el tocador echaba su repique. Las mujeres cantaban y palmoteaban al son de los tambores.
Era un canto árido y desabrido, sin ritmo ni compás, un mismo refrán repetido un sinnúmero de veces al acorde de una misma música infernal. Esto no podía tener atractivo alguno para mí Pero hiciéronme mucha gracia los bailadores que ocupaban el centro de la rueda. Al compás de la misma música indescriptible hacía el hombre toda clase de contorsiones y movimientos, más o menos grotescos y hasta indecentes algunos Tan pronto se agachaba y soplaba, con su sombrero de paja, los pies de su compañera, como se erguía, cuan largo era y, extendiendo los brazos hacía ademanes de querer abrazarla; luego daba una vuelta repentina, se paraba en un pie, inclinaba el cuerpo hacia adelante y hacía toda clase de muecas a cuál más estrambótica.
Menos ridículos y groseros eran los movimientos de la mujer. Mecía esta con pasmosa habilidad sus anchas caderas al tiempo que arrastraba suavemente los pies en el piso de arena dando ligeros impulsos a su cuerpo y brincos casi imperceptibles. Poníase con gracia las manos en la cintura y hacía oscilar su busto tentador, con cierto donaire y elegancia, y movía su cabeza coronada de peinetas, tembleques y flores artificiales, al compás de la música y el canto. Todos aquellos movimientos, sueltos y ágiles tenían cierta gracia, cierta elasticidad y algo así como una mezcla de indolencia y voluptuosidad que a veces encantaba y otras chocaba.
Al concluir la lovada los hombres arrojaron sus sombreros a los pies de los danzantes, quienes los recogieron y los colocaron en sus cabezas, unos sobre otros, formando como una torre vacilante.13
En la conversación, Josefina interviene para juzgar que en París, seguramente no se permitiría el baile del tamborito. La siguiente es la respuesta de Ricardo:
-ver los transportaran al escenario de la Ópera de París y los hicieran allí bailar con esos mismos trajes, se vendría el teatro abajo. Hay en París, agregué, lugares en donde se baila el cancán que es el baile más indecente del mundo. Por supuesto que esos lugares no los frecuentan las señoras; pero, en cambio, asisten hombres de todas clases y edades.14
Ricardo aclara de inmediato:
Mire, Josefina, le dije con seriedad, no crea usted que porque a veces critico las costumbres de mi país, me haya extranjerizado y solo me guste lo que tenga sabor a yanqui o europeo. Nosotros tenemos muy buenas cosas, algunas quizás sean mejores que las de ellos. Y lo que me hace echar peste contra mi tierra y mis compatriotas es el deseo que tengo de ver a Panamá colocado a la altura de los países más civilizados del orbe.
Así, hacia dentro de la vida isleña, se pellizcan descripciones de esas tradiciones y costumbres festivas, musicales, comidas o bebidas fermentadas (como la chicha de maíz) apreciadas en las celebraciones del 20 de julio y del 28 de noviembre, fechas patrias según el tiempo de la narración.
Julio Ardila, Roberto Lewis y Narciso Garay: un mismo ojo selecciona
Me he detenido en la transcripción de estas escenas por- que, desde el punto de vista etnográfico y sociológico, la obra literaria puede adquirir un valor agregado cuando son observadas en ella las apreciaciones y los gustos. Y desde el punto de vista educativo, la lectura de la literatura en general, y de nuestra literatura en particular, flexibiliza la percepción, respeto y aprecio del mundo que actualizamos mientras vivimos.15 Por otro lado, este esfuerzo de Julio Ardila por dejar plasmada con palabras la rueda del tamborito en época tan temprana como 1903, es notable. ¿Por qué se interesó por estos aspectos folclóricos?
Propongo que para ubicarnos en el medio panameño de aquellos años, se tome en cuenta también cuáles eran las corrientes artísticas que se movían entre los artistas a finales y principios de 1900 en Panamá, no solamente en la literatura, sino también en la pintura y en la música. Me ha invitado a ello tanto la alusión a los cuadros naturales encontrados en la novela como a la música, a los instrumentos musicales y a la ropa de uso frecuente por el hombre y la mujer del pueblo.
Para ello, a la par de Julio Ardila (1865-1918), hay que mencionar a los reconocidos e ilustres panameños Roberto Lewis García de Paredes (1874-1949), pintor; y Narciso Garay (1876-1953), musicólogo y diplomático. Los tres coinciden en este período y participan en el desarrollo del conocimiento de lo panameño antes de que ocurriera una pérdida fatal de lo propio y dejan constancia a la posteridad de los usos y costumbres de las personas que vivían en la isla de Taboga (y en el resto del Istmo), y de la comunicación que tenían con el exterior. Se suma la reconstrucción literaria del espacio, ya mencionada: la conformación toponímica y descriptiva de la ensenada, la bahía y oeste del golfo de Panamá e incluso de la isla, sus alrededores y del pueblo de Taboga en el encuentro de los siglos XIX y XX. También en la ciudad de Panamá, como una ráfaga, una mirada pasa sobre las casas de madera con sus balcones, que crecieron extramuros.
Dice en el registro de Roberto Lewis García de Paredes en la Enciclopedia digital de historia y cultura EnCaribe: 16
Como paisajista, el maestro Lewis se concentró en los centenarios árboles de tamarindo de la costa isleña de Taboga. Fueron veinticinco años invertidos -1921 hasta 1949- en aquella observación del movimiento o quietud de los árboles plantados en La restinga, en los alrededores del fenecido Hotel Taboga. Al estilo de los impresionistas, en especial de Monet, según los entendidos, esta labor que realizaba sin las exigencias de los encargos gubernamentales, le permitieron, alejarse del retrato, del exigente oficio, de la entrega perentoria.17
Pero, también, entre sus óleos aparece el hombre nativo de Taboga.
Precisamente en la novela Josefina, hay una repetida mención del bosque de tamarindos que, finalmente, quedan plasmados en “el juego de mesa, todo de fina porcelana con orillas celeste y en el fondo los nombres de Josefina y Ricardo, enlazados entre un verdadero bosque de tamarindos” para recordarles eternamente que la isla fue testigo de sus amores. Hago notar lo anterior porque me parece que el ojo observador del artista de este período capta los mismos elementos de la realidad para plasmarlos artísticamente en el lienzo o en el texto.
Rápido análisis del estilo impresionista en Josefina
Según el Diccionario de la Lengua Española el impresionismo es el estilo literario o musical que pretende expresar las impresiones subjetivas que una determinada experiencia provoca en el artista.
Puede decirse que el punto de vista de la narración en Josefina es impresionista. Los hechos básico de la vida de Julio Ardila y de Ricardo Corredor son coincidentes. Se podría afirmar (como en María) que la novela tiene cierto carácter autobiográfico: Ardila y Corredor pertenecen a familias de buen origen, ambos son jóvenes cultos, ambos están vinculados con París. En ese caso, la novela toda es la visión unitaria de las impresiones provocadas por una etapa de la vida del escritor.
Un análisis individualizado puede mostrar particularidades del estilo:
La mañana se presentaba risueña. El sol ocupaba ya cierta altura en la bóveda celeste y nos calentaba con sus rayos oblicuos. Y, a medida que el vaporcito corría por el mar en calma, desaparecían, detrás de los muros y casas viejas de la ciudad, el “Hotel de la Marina”, cuyo letrero negro con fondo blanco se lee de lejos, y los muelles y techados de zinc del Marcado que, a la clara luz del sol matutino, semejan inmensas cascadas de plata. Ocultáronse luego los edificios y grandes marves del ferrocarril de Panamá, tras los cuales aparecían, para volverse también a esconder más tarde, la playa de Trujillo y las casas, con rojizos techos, de los pescadores chinos, cuyas pequeñas embarcaciones secaban al aire sus velas color de chocolate. A Peña Prieta tocó su turno después y, hasta llegar a Flamenco, seguí con- templando el arenal de Paitilla y allá lejos, bien lejos, la torre de Panamá Viejo y algunas casas de campo medio ocultas en el verde boscaje.18
Si se toma un ejemplo específico como el fragmento anterior, da la impresión de que un cuadro impresionista del paisaje se vale de la luz, del color, del movimiento e incluso, de la toponimia para mezclar, como hace el impresionismo pictórico, elementos naturales (sol, bóveda celeste, rayos, mar) con elementos arquitectónicos (muros, casas viejas, ciudad, Hotel de la Marina, muelles, techados de zinc, edificios, ferrocarril), con elementos de la navegación (vaporcito, embarcaciones). Seleccionados, el narrador los mueve ante nuestros ojos mediante el uso de verbos que indican desplazamiento, separación imprecisa (corría, desaparecían detrás, ocultáronse luego, aparecían, para volverse también a esconder más tarde).
Además, como los impresionistas, el escritor se vale de a luz y el color: sol, celeste, negro con fondo blanco, clara luz del sol matutino, inmensas cascadas de plata, rojizos techos, velas color chocolate, verde boscaje.
Finalmente la lejanía (se lee de lejos, allá lejos, bien lejos) destaca la cercanía de los elementos que pasan, de modo que la totalidad del paisaje que se oculta, que aparece para volverse a esconder, se difumina como un verdadero cuadro de Monet.
Ironía y contraste
Pero también se identifica una imagen irónica contrastante propia del cambio de época: la naturaleza y la máquina:
Pronto llegamos a pocas brazas del Duquesne, buque de guerra de la escuadra francesa, fondeado hacía días en la bahía. La inmensa construcción naval, con sus grandes bocas de fuego, que parecía sentada en el mar, es una de esas máquinas monstruosas que los hombres inventan para destruirse unos a otros. Y a estos destructores inventos es a lo que llaman, las naciones que se dicen civilizadas, adelantos de la ciencia. ¡Qué sarcasmo!
Se oponen dos ideas: invento para la destrucción y adelanto de la ciencia:
Y, más adelante, sigue la línea contrastante entre trabajo material y holganza.
En Naos es en donde tiene establecidos sus talleres la Pacific Maill S.S.Co. Sus blancas casas y su dorada playita presentan un aspecto de lo más risueño y coqueto. Bello paraje para pasar una luna de miel, que sería delicioso nido amoroso si el baho de la brea y el alquitrán y el ruido de los martillos y las cadenas no os recordaran que es un lugar de puro trabajo material.
Pero dejo constancia de que ha sido la reiterada mención de los tamarindos de Taboga la que me ha inclinado a la observación de un vínculo futivo entre la impresión que ofrecen estos árboles a la narrativa de Julio Ardila y a la pintura de Roberto Lewis.
Por otro lado, Narciso Garay Díaz, en esos años, identifica en el hombre 'folk' -el que disfruta diariamente su cultura nativa- cantidad de elementos de los cuales se dan indicios en la novela. Veamos quién es Narciso Garay Díaz, de quien dice la Enciclopedia Digital Encaribe20 que se licenció en Derecho en la Universidad de la Sorbona, en París, pero que también estudió con Gabriel Fauré, que entonces regentaba un curso superior de composición musical en el Conservatorio de París. Tras la muerte de su padre, ocurrida en Bogotá en 1903 -poco antes de la secesión de Panamá de Colombia, el 3 de noviembre de ese año- regresó con su familia a Panamá. La nueva república llamaba a todos los panameños ilustres a forjar la patria nueva, y Garay se entregó con ahínco a esa labor. En 1925, empezó el Dr. Garay a escribir su libro Tradiciones y cantares de Panamá, que fue publicado en 1930, con el subtítulo de Ensayo Folclórico. Es una investigación científica llevada a cabo in situ, hilvanada entre el relato de la sublevación indígena de los gunas en 1925; también constituye un esbozo del lenguaje panameño; finalmente, es un llamado al Gobierno de Panamá para no dejar perder el patrimonio histórico panameño. “Narciso Garay escribió una obra sobre etnomusicología, disciplina emergente entonces, cuando aún estaban trabajando en sus estudios Bela Bartok y Kodály, transcribiendo ejemplos del pueblo húngaro y rumano, y Heitor Villa-Lobos cruzaba el Amazonas en busca del canto indígena".
En 1903 todavía no había sido escrito el libro Tradiciones cantares de Panamá, pero me parece que debe considerarse que Ardila veía en su espacio inmediato el fluir de las tradiciones y costumbres de una vida rural cercana a la ciudad, y dejó indicios veintidós años antes de que se iniciara la investigación científica sobre el floclore panameño.
Interiores y exteriores
Es de notar que se manifiestan contrastes cuando Julio Ardila percibe que la gente que vivía en la isla tenía contacto con el exterior, porque llegaban marineros de todas las nacionalidades, especialmente ingleses y franceses, así que es la salita de la casa de hospedaje de la madre de Josefina, varios adornos se refieren a ese contacto entre las interioridades de la vida de la vida tabogana y el mundo: en artística confusión, conchas y caracoles de la palya sobre mesitas de mármol blanco, un álbum de fotografías de cuero de Rusia, espejos, dos cuadros, uno de los cuales representaba el desembarco de Cristóbal Colón en el Nuevo Mundo, y el otro el Golden Gate de San Francisco de California. Las comparaciones, los cotejos, los balances para luego detenerse en los ambientes, en los escenarios, originan explicaciones visiuales o pintan situaciones particulares de las costumbres, de las relaciones sociales, del espacio. Me queda claro que el argumento le sirve al espacio, y se vale de las formas descriptivas para dejar constancia de un mundo que se extinguía a las puertas de otra época: la republicana.
Final
Para terminar, además de ser Josefina la primera novela panameña, es un documento que ilustra, con agilidad y movimiento una cara rápida (que se desvanece en el tiempo) de Taboga, de la ciudad de Panamá y su relación con el mundo, observada por un escritor de la época. Rogelio Sinán y Ricardo J. Bermúdes extenderían después el significado del mismo espacio. Consecuentemente, tanto esta novela, Josefina, como autor, Julio Ardila, deben ser situados en el nivel destacado que les corresponde en la Historia de la Novela Panameña.
De Julio Ardila:
Josefina, Tipografía de M. R. de la Torre e hijos, Panamá, 1903, 2ª. ed. Asamblea Legislativa, Edición Conmemorativa del Centenario de la República, Panamá, 2003.
“Las libertades. La libertad de pensamiento”, El Heraldo del Istmo, Nº 4, 5 de marzo de 1904.
“En la mar”, El Heraldo del Istmo, Panamá, 23 de enero de 1905, p.3. “En alta mar”. Antología panameña.
Sobre Julio Ardila:
García, Ismael, Historia de la literatura panameña, México: UNAM, 1964.
King ,Charles A., "Apuntes para una bibliografía de Panamá", (En Revista Interamericana de Bibliografía, XIV, Washington, 1964, pp. 262- 302).
Lotería, 2a. época, vol. 6, Nº66 (mayo 1961), Panamá, Lotería Nacional de Beneficencia. Incluye pequeña foto.
Lotería, "Centenario de tres panameños ilustres", 2a. época, vol.10, Nº 114 (mayo 1965), Panamá, Lotería Nacional de Beneficencia, 1965, p.3-5.
Méndez Pereira, Octavio, Parnaso panameño, Tipografía El Istmo, Panamá, 1916, 392 pp.
Miró, Rodrigo, El cuento en Panamá, Talleres de la Academia, Panamá, 1950.
Quijano, Manuel de Jesús, Antología panameña: Verso y prosa, Editorial “La Moderna” Quijano y Hernández, Panamá, 1926.
Bibliografía sobre Josefina:
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García Olivito, Sidia, "Análisis literario de las novelas: Las noches de Babel y Flor de María de Ricardo Miró y Escenas de la vida tropical de Demetrio Korsi", tesis para optar por el título de Magister en Literatura Hispanoamericana, Centro Regional Universitario "Bernardo Lombardo" de Coclé, Universidad de Panamá, Penonomé, 2010.
Peñalba Ortiz, Aura Yolanda, “Análisis literario de Josefina”. Tesis para optar al título de Licenciada en Filosofía, Letras y Educación, Universidad de Panamá, Panamá, 1977.
Notas
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