PRESENTACIÓN
PANAMÁ, DE LA CINTA COSTERA A LOS MALLS: UNA 'CIUDAD-MUNDO'
PANAMÁ, DE LA CINTA COSTERA A LOS MALLS: UNA 'CIUDAD-MUNDO'
Tareas, núm. 161, pp. 15-37, 2019
Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena"
Resumen: El concepto de ‘ciudad-mundo’ se refiere a la conectividad de una gran urbe con las movilidades e intercambios a nivel mundial, tanto financieros como humanos. En general, la primera condición (relación con el mercado global) está privilegiada, olvidando la segunda. Proponemos restablecer este desequilibrio apoyándonos en el caso de Panamá, con migrantes y pueblos originarios que fueron determinantes en la construcción de esa Nación. La ciudad de Panamá, entre comunidades afrodescendientes o indígenas, asiáticos y ex-tranjeros occidentales o del Medio Oriente, con su increíble malecón (Cinta Costera) y sus inmensos centros comerciales cubiertos (mall), ofrece un escenario pertinente para replantear en nuestra época posmoderna hasta los mismos conceptos de ciudad e interculturalidad.
Palabras clave: ciudad-mundo, interculturalidades, posmo-dernidad, soberanía, mercado.
La historia, la geopolítica, la mundialización económica (globalización) nos ayudan a discernir cómo hemos llegado a nuestra actual ciudad de Panamá y hasta dónde vamos. Fernand Braudel (1979) formuló el concepto de Ville-Monde (Ciudad-Mundo) para caracterizar a las grandes ciudades que ejercen una influencia determinante en la economía, donde llegan y salen los hombres, la información, las decisiones y los capitales.
Si la ciudad de Panamá se destaca por su centro financiero y su economía ‘conectada’, pretendemos mostrar que los habitantes que componen la diversidad cultural de la capital panameña, entre lo local y lo global, constituyen definitivamente la originalidad de esta ‘ciudad-mundo’. Estudiar entonces las interculturalidades en acción hoy en día en esta ciudad implica relacionarlas con las migraciones internacionales en las últimas décadas. En Nuestra América estas movilidades son sin duda una temática bastante compleja, y a la vez indispensable para pretender entender la evolución de nuestras sociedades globalizadas, construidas históricamente ‘a fuerza’ entre europeos colonialistas-esclavistas, pueblos originarios y esclavos africanos.
Todos conocemos el tremendo y continuo flujo de jóvenes mesoamericanos en búsqueda del sueño estadounidense, sueño cada día más inalcanzable por la crisis socioeconómica mundial pero también ‘identitaria’ que viven los ciudadanos del Norte y su consecuencia en las urnas, en un mercado que explota a las poblaciones más vulnerables y las confrontan para proteger e incrementar sus beneficios.
Mucho se ha escrito sobre esta relación norte-sur en nuestro continente, principalmente entre el ‘gigante norteamericano’ y los países latinoamericanos y caribeños. En este esquema, las migraciones internas a América Latina y el Caribe casi siempre han sido consideradas secundarias. Sin embargo, en las recientes etapas de nuestra economía mundializada, con el desarrollo de los países emergentes, las movilidades han ido aumentando en el sentido sur-norte y sobre todo sur-sur. Nuestra región ya no concentra sólo “países de origen, sino también – y cada vez más – países de tránsito y de destino” (OIM, 2014:1). En este contexto el concepto de ciudad-mundo se aplica más y más al Sur, cuando antes estaba limitado al Norte.
Entre las décadas de 1960 y 1980, anglosajones como Hall (1966) o Friedman (1986) plantearon que esas ‘ciudades -mundo’ ejercían una influencia desproporcionada sobre el resto del planeta, principalmente en el ámbito económico o financiero (Sassen propuso la noción de ‘ciudad global’), limitando ese ‘poder’ solo a las megalópolis del Norte, en una época en la que los países del Sur todavía no rivalizaban en términos competitivos a nivel mundial en la economía de mercado.
Ahora, con la crisis en las naciones occidentales y un crecimiento económico más dinámico en los países emergentes desde los últimos treinta años, el concepto de ciudad- mundo sobre todo desarrollado en el Norte tiene que ser repensado desde el Sur y en particular desde América Latina. Pero esta reconsideración en este contexto reciente, se debe hacer desde nuestra ‘profunda riqueza’ latinoamericana, que no se mide solamente en términos financieros, sino humanos, con una diversidad cultural construida históricamente, de la época colonial y la esclavitud, hacia las independencias y el desarrollo de los nuevos Estados-nación.
Así, la ciudad-mundo es la nueva centralidad de los conflictos o encuentros culturales y sociales, dimensiones subrayadas por Ghorra-Gobin (1991) y Bertho (2005) a diferencia de otros enfoques más economicistas para analizar este concepto. Proponemos enfocarnos en espacios claves ubicados entre tradición y modernidad, como lo son los malls, fenómenos recientes de consumo de masas, o la Cinta Costera, espacio público de tipo malecón1 donde se encuentra también el Mercado de Mariscos. En este cuadro seguiremos las resistencias que los sujetos intentan desarrollar, en un modelo de sociedades de control que parece ser más imponente que nunca.
Dominar económicamente y geoestratégicamente al mundo: Panamá y su Canal
Primero, la Zona del Canal antes de ser así denominada por la ocupación estadounidense, fue un punto estratégico, un cruce, para los imperios:
- Las dos “grandes civilizaciones” en América, los aztecas y los incas, se tocaban ahí.
- El Camino Real entre el Pacífico y el Atlántico para luego enviar las riquezas del Perú a Europa, pasaba por esta ‘zona’, antes del Canal.
- En el siglo XIX Europa, en declive con la pérdida de sus colonias latinoamericanas, y EEUU en pleno auge, midieron su poder en nuestra región. En efecto la Doctrina Monroe, “América para los americanos” estaba pensada en contra de la presencia europea y a favor de todos los americanos, pero terminó por evolucionar hacia “América para Estados Unidos”, expandiéndose entre otros a México, Cuba, Puerto Rico, Haití y Santo Domingo, América Central y, en espe-cífico, Panamá durante todo el siglo XX.
No es por casualidad que ahora China, la potencia económica número uno del siglo XXI, y EEUU que todavía no admite haber perdido su liderazgo consolidado durante los dos siglos anteriores, estén peleando bajo las aguas su influencia sobre el Canal. La hegemonía estadounidense en la región está bastante afectada por la reciente reapertura de las relaciones diplomáticas entre China y Panamá, con proyectos de un ‘tren chino’ que, según diferentes fuentes, no solamente atravesaría todo el país sino que podría juntar Bogotá con San José, luego seguir hacia Nicaragua y por qué no, terminar en México donde el presidente electo en julio 2018 prometió durante la campaña un tren para gran parte del territorio, muy probablemente financiado con inversión china… ¿que podría terminar en la frontera con EEUU?
Regresando al momento clave de finales del siglo XIX y principios del XX, no es de extrañarse que la ‘batalla’ para la construcción del Canal se diera entre Francia y EEUU, entre una potencia en su atardecer y otra con viento en popa. Si los grandes imperios europeos fueron derrotados en América en la primera mitad del siglo XIX, dos de ellos, Francia e Inglaterra, intentaron reubicarse sin tardar en el mapa geoestratégico mundial, penetrando tierra adentro el continente negro y girando hacia el Medio Oriente. En esa perspectiva, el Canal de Suez se construyó entre 1859 y 1869 para dominar la ruta Asia- Medio Oriente-África-Mediterráneo hacia precisamente, Francia e Inglaterra. La invasión del Canal de Suez en 1956 por Israel apoyado por estos aliados europeos ilusionados aún sobre su peso geopolítico en la segunda mitad del siglo XX, provocó amenazas serias de las dos principales potencias mundiales de la postguerra, económicas por parte de EEUU y nucleares por la URSS. De un canal a otro, de Suez a Panamá, los imperios buscaron siempre entrometerse en los países situados en esas vías decisivas para el control del mercado global.
Con el Canal de Panamá, Francia tal vez por su convicción de superioridad inherente al imperialismo, presumió replicar ahí el mismo tipo de estructura que le funcionó en Egipto, sin considerar unas sustanciales diferencias:
- El Canal de Suez junta dos mares sin cambiar de altitud, en tanto el lago interno Gatún en Panamá alcanza 26 metros sobre el mar.
- En la cuarta etapa de construcción, Francia quiso pasar, pero ya muy tarde, de un sistema a nivel hacia uno con esclusas, equivocándose otra vez de prioridad cuando demasiado obreros seguían muriendo de fiebre amarilla, incluso los encargados de la obra y sus familiares.
El problema entonces no era solamente tecnológico sino, ante todo, médico. Las innovaciones de Louis Pasteur tuvieron más aplicación concreta en la expansión estadounidense que francesa. Un general bacteriólogo, Walter Reed, logró producir en la guerra con Cuba una vacuna contra la terrible enfermedad tropical, que cambió luego el destino de Panamá, abriendo por un siglo el país a la ocupación estadounidense. Tecnología con investigación médica, fueron las dos piernas de un mismo cuerpo, él del Tío Sam avanzando en sus perspec-tivas de hegemonía económica al amanecer el siglo XX.
Pero, si para entender la ciudad de Panamá es recomendable hacerlo a la luz de las confrontaciones entre grandes potencias para dominar la globalización, no se puede analizar solamente desde este ángulo economicista. La diversidad étnica, migratoria, social, cultural y espacial, nos obliga a reconsiderar hasta el mismo concepto de ciudad- mundo en una era de movilidades aceleradas, con y desde la gente ubicada al centro del proceso.
De ‘la ciudad’ hacia las sociedades controladas: los malls
El concepto de espacio público – central en la definición de La ciudad por Weber (1921) donde todas las clases sociales tenían la posibilidad de convivir – ha ido evolucionando, en la era del consumismo con inmensos centros comerciales postmodernos de ocio y consumo (Gómez, 2008), que representan nuevas ágoras, cubiertas. Los malls, espacios desterritorializados donde se redefinen nuestras sociedades exploradas por Augé en su concepto de ‘no lugar’ (1992) a la hora de la sobremodernidad, han desplazado los mercados del centro urbano hacia las periferias. Están encerrados y nosotros también bajo una sociedad de control digna de Foucault (1975) y Deleuze (1995, inspirado en Burroughs, 1970) el cual considera que ni siquiera se necesitan cárceles porque los que velan por nuestro bienestar ya no las requieren.
En la ciudad de Panamá, estudiamos a cuatro malls de ‘categorías’ diferentes, sabiendo que estos espacios acentúan la segmentación socio-económica que divide a nuestras sociedades:
- Albrook, que atrae a la clase popular y media (hasta media alta en algunos casos),
- Los Andes, también para las clases popular y media
- Multiplaza, que seduce a la clase media alta y alta
- Soho, diseñado exclusivamente para la clase alta.
Y más allá de esa estratificación de la sociedad reforzada con los malls, hemos a la vez observado comunidades en dinámicas bastante relevantes de inclusión/interacciones, que vienen a consumir, captadas por el mercado, pero también que se mezclan culturalmente fuera de la lógica mercantil, animando relaciones sociales más humanas y ajenas al Dios dólar.
Albrook y Los Andes
Albrook es, sin duda, el mall más accesible y popular de toda la ciudad. La terminal del metro interurbano, pero también las líneas de transporte hacia las provincias se juntan ahí, donde la mayoría de la población – clase popular y media – se entrega al reino del consumismo. Pero si a primera vista domina en Albrook la esencia del mercado, “consumes o no eres nadie”, detrás de esta impresión parece que los potenciales compradores en este mall se salvan en parte de esta condena, gracias a las alternativas que logramos descubrir. Por esa ‘mezcla social exitosa’, este mall es probablemente el más incluyente. Albrook es todo un universo:
- Al entrar, uno siente haber penetrado en un imperio encerrado, pero sin fin, dado que las avenidas cubiertas parecen nunca terminar. La misma arquitectura de la obra ha permitido agregar con el tiempo más y más sectores, haciendo que lejos de ser un ‘monstro fijo’, no deja de crecer y renovarse para ingerir aún más clientes.
- Ahora, una vez adentro, cada quien podrá dejarse llevar por el propósito con el cual llegó o a pasear sin objetivo predefinido, pero siempre bajo control de las videocámaras de vigilancia y de los agentes de seguridad incluso hasta de los otros clientes. Solo que, por la cantidad y densidad de gente que suma este espacio, se da más la posibilidad de escaparse de esa vigilancia, lo que cada uno puede aprovechar desapareciendo en la multitud. De hecho, por ejemplo, al tomar fotos en Albrook, se puede constatar que es el mall donde gozamos de más permisividad porque nadie nos hizo caso, a diferencia de otros.
¡Y con razón! Albrook ofrece un espectáculo intencional, en vivo, dirigido especialmente hacia los niños, con estatuas de animales gigantescas que son marcadores para andar y dan su nombre a los sectores del mall: el pasillo del Koala, la entrada del Hipopótamo, etc.
También hay un carrusel muy céntrico, desde donde parte un tren ‘fabuloso’ para los niños porque pueden transitar en un circuito bastante amplio, lo que no proponen otros malls. Así, un señor con su hijo pequeño viene mínimo una o dos veces a la semana en la tarde después de su trabajo, a regalarle una vuelta en el tren de Albrook o comprarle una pelota para que le dé su rebote en los pisos… y casi nunca gasta para otro propósito que el de divertir a su chico, en un ambiente agradable, fresco y seguro a diferencia del centro como él nos aclaró.
Otros clientes están totalmente guiados por tours organizados desde los países vecinos, como unos costarricen-ses vestidos con su playera marcada ‘Tico’ en toda la espalda, un día de futbol en Panamá. Su viaje para apoyar a su equipo los llevó a varios malls de la ciudad, pero éste es el que más les gustó, porque ahí encontraron de todo (y con precios más atractivos). Lejos de ser un espacio de confron-tación entre naciones, al revés, Albrook sabe recibir “con los brazos abiertos” muchos aficionados, para que gasten.
Y más allá de esta postura de inclusión dictada por el mercado hacia la gente de clase media alta, Albrook sigue la marcha de los nuevos malls, muchos de lujo, como reflejo de un país supuestamente prospero bajo el pretexto de poseer el crecimiento económico más alto de América Latina. Así, al final de Albrook, se abrió en un nivel superior un espacio muy distinto del resto por su ‘riqueza’ (al entrar en este sector ya no son animales como abajo sobre un suelo de color vivo, sino estatuas romanas y piso de mármol blancos, más fríos). Un hotel de prestigio sirve de referente atractivo para esta zona ‘nice’ con almacenes de marcas lujosas. Pero si el pobre o el todavía sobreviviente de la clase media no va a comprar en estas tiendas, por lo menos, a diferencia de los otros malls ‘exclusivos’ (para gente de la clase alta) como Soho donde nunca irá por no sentirse bienvenido, ahí en Albrook, podrá pasar al nivel superior soñando que, algún día, él también tendrá la ropa o joyería más finas y caras. Entonces, en este caso, Albrook desde adentro, expresa esta segmentación socioeconómica de la sociedad, pero a diferencia de otros malls que están a propósito ‘restringidos’ (menos accesibles en transporte público, en barrios muy exclusivos), éste ofrece a los sectores de abajo el sueño de acceder, tal vez, a un mundo de riquezas.
En Los Andes Mall, como en Albrook, la accesibilidad es perfecta porque el metro llega directamente ahí, así como varias rutas de buses. Es también de clase popular y media, con sus grandes almacenes a precios relativamente bajos. Pero ciertas diferencias notables aparecen entre estos dos malls similares:
- Para acceder a Los Andes Mall, se tiene que cruzar un centro comercial más antiguo, cosa no obligatoria para el consumista de Albrook que puede pasar directamente al mall sin necesidad de atravesar el corredor de tiendas dispuestas a lo largo de la terminal de buses.
- Entre el centro comercial y Los Andes Mall, existe un sector de tiendas dispuestas afuera, pegadas a los grandes almacenes populares, lo que recuerda la estructura del centro de la ciudad en su zona peatonal. De hecho, la gente en esa parte de Los Andes desde la calle puede elegir la ropa que se le antoja, dispuesta en cajas ubicadas entre el espacio privado y el público. En Los Andes existe entonces este espacio intermedio de transición, entre un modelo de urbe y sus mercados con estructuras ‘tradicionales’, y un tipo de nueva ciudad encerrada que propone los malls.
- Para los niños, Los Andes Mall dispone también de un carrusel como en Albrook en la parte de comida, pero con la diferencia que muchas veces no funciona y está menos central por estar ubicado en los niveles superiores.
- Los juegos para adolescentes parecen más numerosos en Los Andes, como el baseball, encerrado en una jaula ligera con mallas, o salones para festejar sus cumpleaños que ofrecen maquinas con sonidos y luces agresivos, diseñados exactamente como los casinos en toda la ciudad. Sutil manera de preparar a estos jóvenes desde temprano, para el principio y fin existencial de nuestra sociedad, el dinero, quitándole la parte desinteresada del ocio, porque uno ya no juega solo para divertirse sino para gastar y esperar ganar más (en este caso los juegos recompensan a los mejores con dinero virtual, créditos o partidas extra).
Multiplaza Mall y Soho Mall
En Multiplaza o, peor aún, en Soho al sacar su cámara, uno se siente observado por todos lados, ansiedad reforzada por el hecho que no hay casi nada para ‘esconderse’. Estos dos malls no están conectados con el metro, lo que limita la llegada de gente que no cuadra con el lugar. Además, Soho en su entrada exhibe carros de lujo de millonarios, tan limpios que brillan de noche, y estacionados de tal manera que uno entiende antes de aventurarse ahí, que este lugar está reservado solamente para la gente ultra rica. Una cadena de cine mexicana se adueñó hace poco de Soho por la ‘humilde’ cantidad de 350 millones de dólares, cuando el propietario de este mall estuvo bajo sospecha de lavado de dinero.2 Aquí, los hombres pudientes llevan del brazo a sus mujeres vestidas con ropa sexy y carísima (si uno se sienta en las bancas de los corredores, algunas muchachas envían miradas inte-resadas), y a excepción de estos furtivos clientes, los pasilos están absolutamente vacíos. Una impresión de soledad se apodera de uno, literalmente perdido en este espacio casi desierto al que no pertenece.
En Multiplaza, lo que llama la atención son las mesas de los restaurantes dispuestas al medio de todos los corredores, que realmente no invitan sino ‘obligan’ al peatón a sentarse, para consumir. De hecho, el que no se sienta a comer en este mall está casi fuera de lugar. Es como estar en una réplica de los centros históricos de las grandes ciudades-mundo –París, Roma – donde se come en el medio de las antiguas calles. No es por casualidad que, en Multiplaza, muchos restaurantes son italianos o franceses, como una ‘marca de fábrica’ de este mall, para gente de ‘buen gusto’ y dinero. Estamos indudablemente frente a un intento de recrear una sociedad urbana abierta, pero la realidad en este caso es que no es más que una copia cubierta, encerrada física y socialmente, y orientada exclusivamente al consumo.
La Cinta Costera: un ‘pequeño Miami’ para vivir, pero no para todos
Otro lugar emblemático de la ciudad de Panamá donde los diferentes estratos sociales, económicos y ‘étnicos’ se juntan sin necesariamente encontrarse, es la Cinta Costera, que conecta el área bancaria con el Mercado de Mariscos, el Casco Antiguo y los barrios afroantillanos como El Chorrillo y sigue hacia la Calzada de Amador (antiguamente llamada Causeway).
La Cinta Costera se construyó con la tierra del Canal generada por la ampliación, así como la Calzada de Amador (Causeway) cien años atrás se elaboró con la tierra excavada para la construcción del Canal, conectando las islas Naos, Flamenco y Perico, con una función a la vez de rompeolas y de protección estratégica.
La Cinta Costera en la parte II que va del Mercado de Mariscos a la Torre Trump (rebautizada Bahía Grand Panama en 2018), ha sido pensada para transformar Panamá en una ciudad que se asemeje a Miami con sus rascacielos y conexión al mercado internacional, su malecón a la orilla del mar para ir a caminar o hacer deporte.
Esta nueva área de decenas de hectáreas, al ganar terreno sobre el mar, permitió abrir nuevas avenidas para pretender desbloquear el tráfico urbano interno y buscó difundir otra imagen de la ciudad, más globalizada y conectada al mundo lo que implicó tener una oferta mínima de espacios públicos. A la vez, esta modernidad tuvo que lidiar con la parte colonial y patrimonial de Panamá, el Casco Antiguo.
En un primer paso, la Unesco al reconocer el Casco Antiguo como Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1997, favoreció la remodelación de sus edificios desesperadamente insalubres por años y el pavimento de sus calles, con inversión multimillonaria, revalorizando este centro histórico tal vez más que como estuvo en el pasado. Por otro lado, eso se acompañó de un fenómeno de gentrificación, caracterizado por el aumento de la venta o renta, la salida de los sectores populares, de los intelectuales y artistas, y su reemplazo por las grandes familias nacionales y extranjeros adinerados. En una segunda etapa, la introducción del metrobus y la construcción del metro en la presente década, 2010, fue motor en esa translación de ‘los de abajo’ hacia las periferias. Al mismo tiempo, estos modos de movilidad recientes y modernos compensaron levemente esta injusticia vivida por tantos sectores populares, facilitándoles el regreso al centro como la Cinta Costera I y II o la zona peatonal… pero eso solo de manera puntual, para ir de día al trabajo3 o de ocio los fines de semana.
Luego, la parte más controversial de la Cinta Costera III (tramo marino) que rodeó el Casco Antiguo hasta “encerrarlo”, simboliza este intento de desaparecer lo de antes, ‘lo viejo’. Otros al contrario pueden argumentar que esta vía sobre el mar ofrece una vista imprescindible entre las partes antigua y moderna, juntándolas para vender la imagen de una ciudad entre tradición y futuro. De todos modos, no faltan las justificaciones a favor o en contra, pero lo que sí es indiscutible, es que las clases menos favorecidas han sido brutalmente expulsadas de ahí por el sector inmobiliario financiero, mientras varios habitantes se resisten todavía a salir, como los afropanameños de El Chorrillo, que mantienen firme su presencia histórica en esa parte céntrica de la ciudad, ¿pero por cuánto tiempo?
Y no son gente cualquiera; esta comunidad de origen antillano4 fue determinante en el desarrollo del país: desde la construcción del ferrocarril a mitad del siglo XIX, o durante la época del canal francés en la que surgieron barrios de inquilinato (Osorio, 2010) como Guachapalí, Calidonia y El Chorillo, con casas de madera, hasta con el canal norteamericano que trajo otra oleada de migrantes antillanos concluida justo antes de la segunda guerra mundial.
Entonces, 'tocar' a estos barrios ¡es pegar al corazón mismo de Panamá!
Se pudo comprobar durante esa investigación que la Cinta Costera III frente a El Chorrillo no cuenta con buen acceso para los peatones que salen de este barrio popular. En cambio, la Cinta Costera I y parte de la II goza de innumerables puentes que permiten a los privilegiados habitantes de los rascacielos lujosos, caminar desde su casa hacia la orilla del mar. En cuanto a la seguridad –patrullas policiales, luz, etc. – se nota igualmente la terrible desigualdad que sufre la Cinta Costera III (varios informantes nos reportaron asaltos). Por lo menos, unos políticos de buena fe y sectores económicos dieron seguimiento a la movilización de la comunidad afroantillana de El Chorrillo que buscaba también gozar del desarrollo del malecón frente a su barrio. Se abrió entonces un espacio de comida al inaugurar la Cinta Costera III conocido como los “Sabores del Chorrillo”, con restaurantes organizados en cooperativa por los mismos habitantes afroantillanos, eso con la intención de integrarlos al mercado (consumo nacional y turismo internacional).
Esos locales se pueden alcanzar casi solo en automóvil. Cuando llega la noche, el cliente que quisiera dar un paseo en este malecón prefiere regresar a su vehículo, debido al sentimiento de inseguridad que se siente en la zona. Eso refleja que la Cinta Costera promovida como un gran espacio público, de todos para todos, tiene en realidad sectores bastante diferentes que refuerzan la segmentación socioeconómica, urbana hasta cultural de la ciudad de Panamá:
- Ha sido mejor concebida en sus partes I y II destinadas a atraer elites, como el Club de Yates y Pesca o la Yatch Club Tower perfectamente ligados por un puente peatonal a la multitud y a los habitantes de rascacielos lujosos, siempre bajo buena vigilancia (aparte de poder andar en toda tranquilidad en esta zona, se dan también festivales de cine, foros culinarios, megaconciertos).
- La Cinta Costera III pareciera haber sido concebida para castigar a ‘los de abajo’ tanto del Casco Antiguo, empujados lejos del centro por la gentrificación, como a los de El Chorrillo encerrados en sus barrios por las nuevas vías vehiculares de alta velocidad, para que no puedan ‘mezclarse’ en el malecón frente a su barrio con el resto de la sociedad, por la seguridad no garantizada que limita las visitas al sitio.
Ahora con este escenario planteado, vamos a descubrir a los que se mueven en este decorum, los anónimos en acción, quienes lejos de dejarse vencer, resisten, insistiendo en ser actores de su propio destino.
Una interculturalidad en acción: ¡esa es nuestra Ciudad Mundo!
Los kioscos en la Cinta Costera: sacar a la gente de sus problemas cotidianos
En la Cinta Costera I y II hay varios kioscos apropiados por colectivos que proponen actividades deportivas (aeróbicos) y/o artísticas (baile).
Una mujer venezolana, cuarentona, en excelente condición física, aprovecha este espacio con su socio para ofrecer ‘gratis’ desde las 7 de la mañana, clases de fitness. Terminada la sesión ella lleva a los interesados en comprar un producto energético, hasta el estacionamiento donde tiene su auto y lejos de las miradas curiosas les entrega la mercancía. Este tipo de venta está prohibido porque el uso de los kioscos debe de ser sin fines de lucro.
Si estas clases son una manera indirecta para ganar algo de dinero, desviando la función primaria de los kioscos, tenemos que reconocer también su gran aporte social. La gran mayoría de los asistentes son mujeres de más de 40 años. Seguramente no tienen el dinero para asistir a un gimnasio porque son costosos. Sin embargo, ante la ‘gratuidad’ de estas clases, se iniciaron en esta actividad de fitness para probarla (también hay prácticas de zumba en los kioscos). Así, sin buscarlo, socializaron, hicieron amigas, además de recuperar su autoestima al ejercitarse físicamente. Conocimos a mujeres de Santo Domingo, de Venezuela, de la India. Estas últimas, que no salían nunca de su casa, ni hablaban bien el castellano, lograron perder peso, volver a sonreír, a reír, y a salir con sus nuevas amigas latinoamericanas, no solamente para las clases de fitness, sino también después, mejorando así su integración a Panamá.
De noche, los kioscos reciben a bailarines de estilo hip hop, que preparan concursos nacionales e internacionales. Un maestro nos informó que su grupo ha ganado varios premios, y que por haber crecido según sus palabras en la ‘zona roja’, quiere ayudar a estos jóvenes principalmente afroantillanos como él, para que logren igualmente seguir un mejor camino. Su meta se resume así: salir de la espiral de violencia, transformando las energías negativas en positivas, ¡gracias al baile!
Definitivamente, estos kioscos, además de los espectáculos artísticos y deportivos que comparten con el público, son unos puntos de encuentro determinantes para la inclusión social y cultural en la ciudad.
El comercio ambulatorio: una interculturalidad de negocio
Muchos comerciantes informales y artistas venden sus productos para los turistas o los simples paseantes: comida y bebidas, juegos fluorescentes para los niños, gorras o tatuajes temporales, música en vivo, etc.
Las gunas, en su estrategia de resistencia histórica a Colón y sus descendientes, como cualquier otro grupo originario de América Latina, no se comunican de inmediato con los que no forman parte de su comunidad. Los únicos con quienes pudimos hablar son los que trabajan regularmente con el turista, desde su provincia, o en la capital. Así, entrevistamos a un señor guna que vende artesanía en la Cinta Costera y en el Casco Antiguo con su mujer e hijos. Con las ganancias dice poder pagar las universidades a sus hijos y ‘mantener’ a su familia en un apartamento de 275 balboas al mes en el barrio Calidonia, y así vivir cerca de la Cinta Costera donde trabaja lo que agiliza bastante su negocio. Va una o dos veces por mes al Darién a vender sus mercancías, made in china (electrónica y ropa), todo sobre pedido. Un socio tiene su tienda allá en el Darién ¡y en un día de ida y vuelta saca ganancias de 500 dólares! En cambio, cuando el socio necesita surtir de manera significativa su tienda del Darién, esta comerciante guna lo recibe en su apartamento en Calidonia para ir de compras ‘con los chinos’ de la capital.
Una mujer afroantillana también de Calidonia, que goza de una distancia trabajo-casa ideal por vivir entonces cerca de la Cinta Costera, vende ahí jugos, agua, maní, tajadas, alquilando un carrito por 1 balboa al día, al dueño de un negocio del barrio chino. Otro comerciante ambulante, originario de República Dominicana, está apoyado por su mujer panameña que pone su puesto cerca. Cuando la policía viene a controlarlo y presionarlo, la señora como nos dimos cuenta, lo defiende energéticamente y con argumentos sólidos. La ley se está endureciendo para este tipo de comercios y en especial hacia los extranjeros, pero en este caso, asistimos a una unión fuerte entre panameños y migrantes como en el caso de esa pareja, para hacer frente juntos a la autoridad.
Un colombiano que dibuja tatuajes temporales va regularmente a su país para comprar los ingredientes ‘milagrosos’ (no nos quiso decir cuáles) que le sirven para obtener su tinte ‘excepcional’ según él, llevando también mercancía de Panamá para venderla allá. Así él mantiene el vínculo con su comunidad de origen y favorece el desarrollo económico entre los dos lados de la frontera.
Otras realidades vividas en la Cinta Costera
Un judío, militar veterano estadounidense de 60 años, muy musculoso, nos recordó que en la ciudad de Panamá, tiene varios amigos árabes. De hecho, esa migración ‘semita’ (judíos y árabes son primos) en la ciudad de Panamá, es anterior a 1930, al nazismo, a la segunda guerra mundial y al conflicto árabe-israelí. Muchos han prosperado económicamente en esta ciudad, viven en los mismos barrios, comparten los mismos hoteles, con tiendas vecinas, privilegiando los negocios a la guerra. Este señor viene regularmente a la Cinta Costera andar en bicicleta y renunció a los gimnasios porque dice “ahí van los gays y aunque no tengo nada en contra, no me gusta verlos y que me vengan a buscar”. Este punto de vista incluyente con los árabes y discriminante con los gays – aunque desde su postura este señor se siente “una minoría victima” en los gimnasios – nos deja ver que existe en la ciudad de Panamá una amplia variedad de espacios de convivencia o de confrontación, la Cinta Costera ofreciendo la oportunidad de no estar encerrado uno con el otro y así evitar conflictos.
Otros extranjeros también de clase media alta pero que no viven en Panamá, de paseo solo por unos días, nos dijeron lo que sienten y opinan de la Cinta Costera. Un alemán con su novia – ella no nos quiso hablar, parece que tenía miedo de relacionarse con gente de origen latino (y eso lo pudimos comprobar en la Cinta Costera con muchos otros extranjeros anglosajones aparentemente ricos establecidos en Panamá) – nos comentó que le gustaba este malecón, pero que para llegar tuvieron que caminar por la ciudad pisando banquetas destrozadas y saltando basuras en la calle. Concluyó que, por esas últimas razones, esta “pequeña Miami” no estaba a la altura de lo que pretendía ser.
En la Calzada de Amador, anteriormente conocida como Causeway, una mujer con su esposo mirando el mar, sentados en sus sillas personales traídas en bus cada viernes a ese mismo lugar, nos explicaron que fueron excluidos durante toda su juventud de esta antigua Zona del Canal a pesar de vivir cerquita y que, desde la reversión de las tierras, pudieron reapropiarse de “lo que le pertenece al pueblo”.
El metrobus desde Albrook y los restaurantes o puestos de comida de diferentes costos permiten que todos niveles socio-económicos y comunidades se encuentren en esa parte de la Cinta Costera, haciendo deporte, paseando con los niños o los más ancianos. Amador y tantos otros espacios que dejaron de ser mencionados por su nombre anglosajón (La Ciudad del Saber reemplazó a Clayton que era una base militar estadounidense), simbolizan el sentido de orgullo y de lucha nacional, culminada en los tratados Torrijos-Carter firmados en 1977 y la reversión de la antigua Zona del Canal concluida con la transferencia de la vía acuática en 1999.
Esta pareja, al sentarse libremente frente al mar, reafirma el sueño hecho realidad del general Torrijos y del pueblo panameño: “No quiero entrar en la historia, sino en la Zona del Canal”.
En este contexto entre imperialismo e identidad nacional, un arquitecto y amigo, originario de El Chorrillo, que logró estudiar gracias a su voluntad y la de sus padres viviendo en este barrio pobre, nos comentó que, durante su juventud, los niños poco iban a caminar a la orilla del mar o echarse un clavado, por la basura y aguas negras desechadas ahí por el resto de la ciudad. Las casas sobre la Avenida de los Poetas no tenían sus ventanas abiertas hacia el Pacífico. Pero a la vez en estos barrios, las unidades habitacionales concebidas con cocina, ducha y baño compartidos, donde desde el dormitorio a la calle todos se hablaban, impulsaron una vida colectiva, con conflictos y solidaridades.
Esa convivencia sin duda fue desapareciendo con el tiempo (aunque persiste de cierta forma en El Chorrillo) al ritmo de los incendios que afectaron esta zona o por la invasión en 1989 que destruyó una parte significativa de los barrios afroantillanos, dejando miles de muertos todavía no contabilizados oficialmente5.
El Mercado de Mariscos
Tuvimos la suerte de conversar con diferentes personajes claves en este lugar altamente intercultural y popular. Un vendedor de limones, afropanameño, logró tener su puesto por ‘herencia’ (era de su suegro), función importante en el mercado, porque todos necesitan llevar este cítrico para preparar el pescado, recién comprado, o echar jugo de limón para consumirlo en el momento (ceviche). Observamos que los chinos, al fondo, dominaban la refrigeración con el único almacén de hielo. Los que ‘preparan’ el pescado (cortan, limpian) – indígenas, afroantillanos – tuvieron que ganarse la confianza de los dueños para que les reserven un espacio pegado a sus puestos de venta (al vendedor le conviene tener alguien cerca que acondicione el pescado para los clientes). Pudimos ver mestizos, blancos, hasta mujeres gunas que llegaban a comprar a buen precio y a primera hora el pescado para luego llevarlo a sus restaurantes en la ciudad. Los puestos de comida que colindan la zona dedicada a la venta de pescados y mariscos, están en manos de venezolanos o de afrodescendientes panameños.
En los puestos atendidos por venezolanos, se venden “platos típicos de Panamá” (ceviche, patacones, etc.), desapareciendo el origen del dueño para vender el producto típico panameño en un lugar representativo de esa cultura a nivel nacional e internacional como lo es el Mercado de Mariscos. La insalubridad del edificio utilizado por estos restaurantes y los puestos de venta de pescado obligó a las autoridades a cerrarlo a finales de 2017 con el fin de renovarlo, preparando a la ciudad para la celebración de sus 500 años y la llegada del Papa, en 2019. Solo se quedaron abiertos los restaurantes en la parte más moderna del mercado, construida hace poco tiempo.
En esa parte ‘moderna’ de comida del Mercado de Mariscos, donde están dispuestas mesas inmensas ligadas a cada restaurante, bajo un techo alto común y ventiladores gigantescos, conversamos con una pareja de jóvenes que apreciaban consumir su ceviche, patacones y pescado en la Cinta Costera, frente al mar, viendo la preparación del Mundial 2018 en un televisor al aire libre. Este ‘acto’ de comer platos típicamente panameños, en un lugar representativo de su cultura, un día de confrontación futbolística con otro país, lo interiorizaban como una manera de reivindicar su pertenencia a la nación. Además de tener los dos una playera del equipo nacional, el joven se hizo también un tatuaje del escudo de la selección en el brazo, para afirmar más su orgullo de ser panameño.
Afuera de esa zona de comida, a la altura del muelle que está justo al frente, muchos ‘saloneros’ jalan al potencial cliente, para luego servirle. Así pudimos conocer a tres meseros, un venezolano, una guna y un afroantillano originario de Antigua (Antillas Menores) que trabajaban en un mismo restaurante de dueños afropanameños.
El salonero venezolano sabia de todo: construcción, mecánica, plomería, etc. Por eso se hizo famoso y querido por sus patrones, atribuyéndole el apodo de ‘Mac Gyver’, héroe de una serie estadounidense que reciclaba cualquier tipo de material para salvarse de situaciones comprometidas. En Venezuela tenía su taller mecánico, pero cuando le robaron su carro por tercera vez en menos de 6 meses, y la última con pistola, decidió dejar al país. Se alojó con sus hermanas en Panamá, ganando el salario mínimo nacional de 600 dólares al mes en este restaurante de la Cinta Costera, pero por sus capacidades, no dejó de buscar fuera mejores condiciones laborales, con seguro, vacaciones pagadas, derechos y buen salario… lo que finalmente logró gracias a sus talentos y voluntad, con una empresa en expansión. Decidió entonces dejar sus proyectos de migrar hacia México donde otra hermana lo esperaba, para quedarse en Panamá.
Esa oportunidad exitosa de Mac Gyver, “él que se salva siempre”, la comentó un amigo y (ex)colega suyo, guna. Este otro ‘personaje’ digno también de una serie TV, era muy listo como salonero, porque pudo forjar su experiencia con los turistas durante décadas en San Blas de donde es originario, llevando como guía a los extranjeros a las islas. Al jubilarse, se pasó a la capital para “no aburrirse” y seguir afirmando sus capacidades. Sus habilidades desarrolladas por años con el turismo, eran muy bien aprovechadas por sus jefes, porque tenía el don para convencer con sonrisa y humor al extranjero para que se sentara en la “buena mesa” (hay cantidades de saloneros que batallan duro entre ellos para conquistar al cliente).
Otro salonero del mismo restaurante nos contó que salió de la isla Antigua con el plan de establecerse en EEUU. Pero en su viaje, al tener un día de escala en Panamá, mirando los rascacielos y el flujo de la economía, decidió quedarse, al interpretar que el dólar y la riqueza se podían alcanzar también en este país incluso menos discriminante que EEUU según él. Al darse cuenta que estuvo conversando un rato con nosotros, su patrón se le acercó para regañarlo, exigiéndole regresar de inmediato a trabajar, para “no perder más tiempo”. Es posible también que, conociendo nuestra función de investigador, quiso evitar que su mesero hablará sobre sus duras condiciones laborales.
Esos perfiles nos enseñan mucho entonces sobre la dialéctica entre empleados mal pagados – varios son migrantes del interior o de otro país – y los dueños, en general afropanameños o venezolanos, que también se supone han sufrido antes de subir a esa mejor posición, pero que no dudan en explotar a los demás:
- Los migrantes recién llegados a Panamá, necesitan trabajar para sobrevivir. No pueden rechazar las ofertas ni las peor pagadas, porque tienen que comer y pagar renta. Y no se quejan mucho, porque son conscientes de su situación tanto migratoria como socioeconómica en el país.
- Eso lo saben muy bien los dueños de restaurantes del Mercado de Mariscos, explotando esa multitud de gente necesitada. Pero a la vez, al contratarlos los incluyen en el mundo laboral que les facilita su integración al país, permitiéndoles ganar algo de dinero en espera de encontrar algo mejor.
Para concluir: ¿hacia una cultura-mundo?
En los últimos 20 años la capital se ha modernizado de manera vertiginosa, obedeciendo a la marcha de un mundo que busca más entretenimiento, seguridad y movilidad, desafío prioritario al cual la ciudad de Panamá tuvo que hacer frente, por la congestión vehicular y el subdesarrollo de su sistema de transporte que padecía al entrar en el siglo XXI. Aprovechando el registro del Casco Antiguo en el Patrimonio Mundial de la Unesco en 1997, la transferencia del Canal en 1999 y luego su ampliación (2007-2016), en una economía de alto rendimiento, se planteó mover Panamá de país dominado durante todo el siglo XX por EEUU, a una nación capaz de abrazar su propio destino. Pero la costumbre de seguir dependiendo del exterior para avanzar, persistió, a tal punto que los estándares de vida del ‘mundo desarrollado’ conllevaron nuevas injusticias: con la inversión extranjera, las viviendas subieron a 100,000 dólares hasta el millón en la parte antigua de Panamá, condenando a la gente común a salir de la ciudad hacia la periferia, para poder pagar rentas.
Si está modernización ofreció un metro de gran calidad, conectando varios barrios y puntos claves de la ciudad, o recreando vías de comunicación peatonal entre parques, comercios, viviendas (Uribe, 2017), y así tender hacia un modelo de urbe más abierta, internamente conectada e incluyente, por otra parte, este sistema de transporte tan esperado no tardó ni tres años desde su inauguración en llegar a su saturación. Y es previsible que siga siempre con ‘un tren de retraso’, porque a pesar de la pronta apertura de una segunda línea y otras más después, el metro difícilmente podrá responder a este flujo incesante que se ha generado, por la presión inmobiliaria que desplazó aún más lejos a los sectores populares.
Esta ‘expulsión’ de las clases popular y media del centro, impulsada por el sector financiero, resalta la imagen de ‘pequeña Miami’ que está enviando la ciudad de Panamá globalizada al mundo, con su malecón (Cinta Costera) y su metro moderno, su capitalismo dinámico, etc., respondiendo a los estándares internacionales de una vida cómoda con “pura gente exitosa”. Detrás, la realidad es más asombrosa, con una juventud optando por la delincuencia al ver sus perspectivas de ascenso social reducirse y sus ganas de consumismo aumentar, con habitantes obligados a irse fuera de la ciudad para encontrar oportunidades de alojamiento, sin oferta de trabajo en su nuevo lugar de residencia, y extranjeros que compran con mucho gusto su vista al mar a precios que incrementan las desigualdades.
La nota tal vez positiva en este escenario, es que a pesar de ir a los malls como principal salida de ocio o intentar entrar al metro lleno con el fin de llegar a su trabajo, las mujeres y los hombres que viven en la ciudad de Panamá, aunque ya menos en el centro, no han abandonado todavía su capacidad de adaptación al mundo en evolución, resistiendo con su humor y sus intercambios culturales como casi en ningún otro país. ¡Esa es la gran lección que Panamá y esta ciudad en particular, pueden enviar al planeta! Pero ojo, cuando adaptación ya no rima con resistencia sino sumisión, cuando la crítica constructiva y colectiva para defender a su barrio6 desaparece en el WhatsApping pasivo, cuando la xenofobia manipulada por los poderosos se expande a los otros sectores, echando la culpa al extranjero para mejor explotarlo a él y a los panameños, esta sociedad heroica no tardará en decaer rudamente.
¡Ojalá los que son la profunda riqueza humana de esta ciudad y este grandioso país, reaccionen todavía a tiempo, con su costumbre del compartir entre individuos de orígenes diversos, que ha atraído a tanta gente de fuera… hacia esta ejemplar cultura-mundo!
Referencias
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Notas