HOMENAJE A RICAURTE SOLER
Resumen: Presentamos un análisis del concepto de nación en Soler, como una tendencia histórica pugnando por realizarse, entre continuidades y discontinuidades que resurgen conflictivamente, en las luchas por la afirmación de la identidad panameña y latinoa-mericana. Tendencia que, en Soler, partiendo del marxismo, tiene una base material, en torno a la disputa por el dominio de la posición geográfica entre fuerzas nacionalizadoras y desnacionalizadoras, como expresiones de clases y fracciones de clases, y del latinoamericanismo, en la unión continental, una gran nación de naciones soberana que es condición de nuestro desarrollo y autodeterminación.
Palabras clave: Soler, nación, tendencia, autodeterminación, transitismo.
Autoconciencia del ser istmeño
“La historia es análisis del ayer para apropiarnos del mañana” (Soler, 1996: 13)
Ricaurte Soler fue un incorregible profeta del pasado, quien alumbró el porvenir disputando la memoria del ayer, embarcándose en una lucha por refundar nuestra historia para armarnos frente a los retos del futuro.
Para comprender a Soler, hay que comprender la razón de ser de su obra, razón no circunscrita a inquietudes meramente académicas o intelectuales, sino deliberadamente políticas. Su finalidad era intervenir en la gran batalla de ideas por la conciencia de nuestros pueblos, en la que se juega el futuro de Panamá y Nuestra América.
Soler nos legó armas invaluables para esa batalla, entre ellas una lectura contrahegemónica de nuestro ser histórico que, al depender de la acción consciente de los pueblos, desarma aquellas interpretaciones desmovilizadoras de la nacionalidad que nos hacen prisioneros del determinismo geográfico o títeres de las maquinaciones imperiales, haciendo de la utopía de la nación no un sueño inalcanzable, sino un ideal realizable aquí y ahora, siempre y cuando estamos dispuestos a luchar por ella.
Soler tiene como horizonte la nación, y la nación para Soler es destino. Más que un ser, es un deber ser, una potencialidad colectiva pugnando por realizarse en la superación de las contradicciones que obstaculizan su necesario desarrollo histórico. En función de ello, y como marxista consecuente, hurgó en lo más íntimo de las raíces históricas de la identidad panameña y latinoamericana en búsqueda de las claves para la victoria de la lucha liberadora; claves que debían expresarse en las tendencias de nuestro devenir hacia los destinos posibles de la nación.
Soler buscaba los elementos definitorios de nuestro ser nacional en aquellos ideales del pasado que en su terquedad se rehusaran a morir aunque languidecieran, reiterándose insistentemente a través de la historia en los conflictos en torno a la formación de la nación. Soler apuntaba a las tendencias históricas, porque es en las tendencias que se encuentran las victorias y derrotas y las aspiraciones y añoranzas, los elementos que necesariamente resurgirán una y otra vez para constituir el campo de batalla, generando un acumulado que va abriéndose paso poco a poco a través del tiempo, y que entre continuidades y discontinuidades (Soler, 2009: 274), va forjando una conciencia colectiva que lucha por realizarse.
Para Soler, esa tendencia se manifiesta en dos dimensiones. Primero, como la búsqueda incesante por realizarse de la nación panameña, el Istmo, a partir de un origen y desarrollo particular que evidencian una existencia histórica innegable, diferenciable de las demás naciones hispanoamericanas, y no reducible a ninguna coyuntura. Segundo, como el anhelo integrador de construir una gran nación de naciones, Nuestra América, fundada sobre una identidad común latinoamericana que ligue a todos nuestros pueblos en un proyecto continental compartido.
Ambos proyectos, nación panameña y nación latinoamericana, son uno y el mismo, al ser dos dimensiones de la misma tendencia hacia la autodeterminación de nuestros pueblos, con la nación panameña realizándose únicamente dentro de una unión latinoamericana.
Esa tendencia, sin embargo, solo se materializa en la medida en que cobramos conciencia de ella, por lo que si hoy nuestro pueblo asume la identidad panameña y latinoamericana, es porque la hemos ido constituyendo históricamente a través de las luchas que hemos librado y las utopías que hemos abanderado. En otras palabras, es debido a la autoconciencia de la panameñidad y la latinoamericanidad (Soler, 1971: 121), como resultado de una dialéctica histórica, necesaria y racional para la existencia misma de nuestros pueblos, que esa tendencia sigue presente como ideal que se niega a morir.
Soler nos entrega ese anhelo por la plena soberanía como arma contra los enemigos históricos de la nación: la oligarquía y el imperio, en su empeño por desnacionalizarnos borrando nuestra memoria colectiva y sepultando nuestra conciencia nacional y popular, como medio para facilitar el dominio y despojo de nuestros pueblos y territorios. Ante ellos, Soler legitima la existencia de una nación panameña y latinoamericana, lo cual a su vez legitima las luchas de afirmación nacional y popular, permitiéndonos así reconocernos en nuestro común origen y destino como los sujetos revolucionarios, constituidos y constituyentes de la nación panameña (Soler, 1999: 151), convocados para librar hasta el final la batalla por nuestra autodeterminación.
La lucha por la organización nacional
Soler era marxista y latinoamericanista, ambas corrientes atravesando el todo de su obra y sentando las premisas de sus argumentos centrales. Ello le permite apropiarse del método marxista, pero alimentando sus categorías con un contenido estrictamente latinoamericano, sensible a las particularidades de nuestra realidad. Marxista y latinoamericanista, Soler se sitúa en su realidad para pensarla dialécticamente. Por ello, para Soler como para Marx, el hombre, bajo circunstancias históricas que no son de su elección, hace la historia a través de la lucha de clases.
Pensar la realidad situándose dentro de unas determinadas circunstancias, y comprender el desenvolvimiento de esas circunstancias a través de la lucha por el control sobre la vida, es lo que define para Soler quiénes somos y podemos ser como colectividad. Soler, ajeno a cualquier tipo de esencialismo o determinismo, ve en la búsqueda, siempre necesariamente conflictiva, por la realización material y espiritual común, la realidad de toda nación.
¿Qué es la nación para Soler? En una primera acepción, Soler parte de la definición generalmente aceptada por el materialismo histórico, la de Stalin, donde por nación nos referimos a una comunidad de seres humanos que comparten lazos económicos, políticos, culturales, territoriales y lingüísticos. Pero esta definición es insuficiente para Soler, puesto que él piensa la nación, con Marx, como una comunidad que produce y reproduce las condiciones mismas de su vida a través del tiempo. ¿Y cómo produce vida la comunidad? A través de la participación activa de las clases sociales en el hecho nacional, inscribiendo la existencia de la nación dentro de la lucha permanente de las clases, las cuales van conformando las demarcaciones reales de esas dimensiones económicas, políticas, culturales, lingüísticas y territoriales (Soler, 2009: 118).
La nación es una permanente disputa histórica sobre la forma de una comunidad realmente existente en sus múltiples dimensiones. En síntesis, la nación para Soler es “la lucha por la organización nacional” (Soler, 2009: 119).
Fuerzas nacionalizadoras y desnacionalizadoras
Esto implica un abordaje situado de la lucha de clases, donde las clases y fracciones de clases deben pensarse no en función de definiciones atemporales establecidas a priori, sino a partir del lugar que ocupan en un momento determinado en relación a la construcción de la nación. Por eso, el contenido o carácter de las clases en Latinoamérica es muy distinto al europeo, debido a que está definido no solo por el lugar que ocupan las clases dentro de sus países, sino también por el papel que ocupan sus países en la división internacional del trabajo y poder.
Al situarnos en Latinoamérica, como periferia colonial y dependiente, es el papel que juega una clase en torno a esa sujeción imperial-colonial lo que determina el papel que está jugando dentro del país, dado que las estructuras económicas internas de un país dependiente necesariamente están ligadas a la potencia que lo mantiene en la dependencia. En el tercer mundo, las luchas de clases son necesariamente luchas por la soberanía nacional.
Esto nos lleva a clasificar a las clases en el tercer mundo como fuerzas nacionalizadoras o desnacionalizadoras.
Las fuerzas nacionalizadoras son aquellas que intentan afirmar la nación, como una comunidad unida y cohesionada, que determina su propio destino obedeciendo sus intereses materiales y espirituales comunes. Las desnacionalizadoras serian aquellas que conspiran contra la formación de la comunidad y que, respondiendo a intereses externos, buscan fragmentarla y estratificarla, generando fisuras que separan a las distintas partes entre sí, obstaculizando una auténtica unidad nacional, dando pie al concepto de Lenin de dos naciones dentro de una.
Las fuerzas nacionales unen a la comunidad en función de sus propios intereses, las desnacionalizadoras la fragmentan en función de intereses exógenos.
Soler aplica esta clasificación al analizar la confrontación entre liberales y conservadores durante el siglo XIX. Comprende a los conservadores como antinacionales, al representar sectores que no permitían el desarrollo de una economía capitalista, aupando la conservación de pequeños enclaves de formas de producción precapitalistas, con relaciones serviles o esclavistas, escasamente conectados al mercado mundial. Estos sectores conservadores proponían además mantener o establecer vínculos de subordinación a las principales potencias coloniales.
Lo antinacional en Soler tiene esa doble dimensión, que se traduce en una doble enajenación, negando la nación primero al no permitir la integración de los intereses económicos de la comunidad, y negándola también al mantener lealtades hacia una potencia externa. Por ello es que Soler afirma que las clases articuladas en torno al liberalismo, que proponían un modelo de nación moderna, independiente y capitalista, representaban en el siglo XIX una fuerza nacionalista y progresista.
El antagonismo fundamental entonces, para Soler, es en torno al carácter nacional o antinacional de las clases o fracciones de clases, y por ende, ese es el criterio que nos permite identificar las posibles conformaciones de los bloques pluriclasistas (Soler, 2009: 96) que luchan por la organización de la comunidad.
Para Soler el conflicto social no se reduce a dos clases confrontándose una a la otra, sino a una correlación de fuerzas complejas, diversas y dinámicas, de clases y fracciones de clases, que pactan entre sí en torno a sus cambiantes intereses, los cuales inevitablemente giran en torno a la afirmación o negación de la nación. Soler, rechazando cualquier noción de sujeto revolucionario preestablecido, nos indica que un bloque de clases y fracciones de clases ha sustituido, con frecuencia, a sectores de la sociedad llamados naturalmente a realizar determinadas tareas históricas. Esto, nos dice Soler, es posible porque “la historia social no es natural”, es política (Soler, 2009: 138).
Bonapartismo permanente
Para imponer su proyecto de organización nacional, esos bloques pluriclasistas buscan construir y controlar un Estado, como instrumento de dominio que permite establecer formas de producción y reproducción cónson con los intereses de esas clases.
Aquí, Soler invierte una concepción genérica en torno al origen de los Estados ya que, al ubicarse en el tercer mundo, no piensa al Estado formándose de abajo hacia arriba, como expresión y producto de la burguesía, dado que en Latinoamérica se daban “revoluciones burguesas sin burguesía”, sino al contrario, de arriba hacia abajo, donde se estructuraban los Estados nacionales como premisa para el surgimiento de las relaciones de producción capitalistas (Soler, 1989: 115). Las clases con pretensiones burguesas, para consolidar su dominio, “debían hacer alianzas y compromisos de naturaleza político-ideológica con otras clases o capas no burguesas de la nación” (Soler, 1989: 115). En otras palabras, las luchas de los bloques pluriclasistas son por constituir Estados que les permitan cimentar un proyecto de nación.
Por ello arguye Soler que los Estados, en particular en el tercer mundo, tienen un alto grado de autonomía, un carácter bonapartista permanente, al ser un poder estatal relativamente autónomo frente a las clases y sus luchas (Soler, 1975: 98). Dada la relativa autonomía del Estado en el mundo subdesarrollado, este puede orientar el proceso económico, asumiendo un rol arbitral en los conflictos de las clases sociales, conciliando entre las clases explotadas y explotadoras, poseyendo el poder para conservar o liquidar los modos de producir y formas de propiedad.
Construir un Estado es el objetivo de las clases, puesto que es la única manera de imponer sus intereses concretos, que asumen la forma de una nación con sus particulares modos de organizar la producción y reproducción de la vida de la comunidad.
La más formidable fuerza productiva
Sin embargo, para Soler, partiendo de Marx en los Grundrisse, la comunidad nacional no es solo una condición para el desarrollo de las fuerzas productivas, con el Estado imponiendo esas condiciones a la fuerza de manera externa, sino que esa comunidad es en sí una fuerza productiva, afirmando que “las comunidades nacionales que se han formado durante la época moderna y contemporánea constituyen la más extraordinaria fuerza productiva, material y espiritual, creada por el hombre a través de su historia” (Soler, 1999: 178).
No estamos, como ya se estableció, hablando de la nación meramente como una identidad cultural, o del Estado como una fuerza estrictamente coercitiva, sino como una comunidad con un carácter productivo, pues ese espacio que es el Estadonación moderno es una relación humana y social que se desarrolla y desenvuelve productivamente. Para Soler, “la homogeneización nacional da lugar a la más formidable fuerza productiva creada en la historia”: el Estado nacional moderno (Soler, 1999: 150).
Vemos una vez más, a Soler apartarse de un marxismo ortodoxo, al no considerar al Estado mero reflejo superestructural, sino como ya observamos anteriormente, un ente con la autonomía para incidir en la construcción de la estructura, pero a su vez, como una fuerza productiva, evidenciado por el hecho que la productividad no es la misma con una forma estatal u otra (Soler, 2009: 106).
Hay una ruptura con la idea de una división artificial entre la estructura y la superestructura, y un acercamiento a una concepción amplia del Estado, como totalidad, que encuentra su unidad en la acción humana organizadora y equilibradora de ese todo.
Soler reconoce en la acción concreta del hombre, en la praxis, la realidad de toda la historia, identificando a ese mismo hombre como la fuerza productiva fundamental, que articula entonces la estructura a la superestructura en la estabilidad de un orden determinado; y que es el propio hombre, en las contradicciones de clase y en la lucha por el Estado, quien constantemente reformula la dirección y sentido de aquel orden (Soler, 2009:107).
Si el hombre es una fuerza productiva, y el capitalismo y el Estado son relaciones sociales, entonces en la época moderna, es el hombre asociado en el Estado-nacional la principal fuerza productora. El Estado nacional es no solo la viva expresión de la fuerza productiva del hombre sino, además, del dominio necesario para consolidar esa producción, haciendo del Estado, simultáneamente instrumento de dominación y poderosa fuerza productiva (Soler, 1989: 37).
El mito geográfico
El Estado-nación, teniendo la producción y reproducción de la vida de la comunidad como premisa, se estructura asumiendo una forma particular a partir de los recursos que posee y decide explotar. La naturaleza de las luchas por el Estado-nación depende de cuáles son esos recursos.
En Panamá, para Soler, ese recurso es la posición geográfica, constituyéndose históricamente el Istmo como zona de tránsito. Señala Soler cómo, desde la época precolombina, se utilizó a Panamá para el tránsito entre los dos grandes imperios de ese tiempo, el Perú incaico y el náhuatl-azteca de México, y posteriormente en la época colonial, con las rutas transístmicas Panamá-Nombre de Dios y Panamá-Portobelo para conectar las colonias con el imperio español (Soler, 1989: 12-13). Para Soler, esto no se da por un determinismo geográfico, sino debido a una serie de coyunturas fundacionales específicas a nuestro territorio, que fueron condicionando el posterior modelo de nación que se desarrolló en el Istmo.
Confluyeron para afirmar esa vocación transitista una serie de circunstancias entre las que están que el fundador de la ciudad de Panamá era un conquistador funcionario y no un conquistador encomendero, el no afianzamiento de relaciones de producción de carácter feudal, con la temprana desaparición de las encomiendas mineras, la inexistencia de mayorazgos y menor importancia del agro, y la especificidad política del Istmo al no ser sujetado a la Capitanía General de Guatemala (Soler, 1989: 12-13). Estas circunstancias fueron contribuyendo a crear en el Istmo una institucionalidad política y económica directamente dependiente de la metrópoli, lo que generó desde la época colonial “las condiciones económicas y sociales que espontáneamente inducia a sus pobladores la convicción de un proyecto político que haría posible la explotación del principal recurso natural: la posición geográfica” (Soler, 1975: 83).
El destino de Panamá fue definiéndose en función de su valor geopolítico, geoeconómico y geoestratégico, dando pie a lo que hoy llamamos transitismo.
Esto sin embargo genera una aparente paradoja sobre el surgimiento de la nación panameña. Para Soler, el principal obstáculo para la consolidación de la nación en la mayoría de los países hispanoamericanos era la existencia de fuerzas precapitalistas, aquel entramado de instituciones políticas, económicas, sociales y culturales de carácter colonial aupadas por clases desnacionalizadoras que conspiraban contra la unidad nacional. Pero dado que en Panamá no existían fuertes fuerzas precapitalistas, debido a la temprana preeminencia del modelo transitista, ¿implica esto que con mayor facilidad se formaría la nación panameña?
Soler resuelve esta paradoja aduciendo que, a pesar de que no había un poder social antinacional como en el resto de Hispanoamérica, y aunque la posición geográfica efectivamente legitimaba un proyecto de nación, “esa misma posición geográfica desencadenaba fuerzas absorbentes que podrían desnaturalizarlo” (Soler, 1975: 84).
Esa desnaturalización se fundamenta en las pretensiones de poderes imperiales por hacerse con la posición geográfica, que podía inducir a las clases oligárquicas, guiadas por el mito geográfico, como fe desmesurada en la zona de tránsito como panacea, a entregarlo todo a cambio de réditos derivados de la explotación imperial de la posición geográfica (Soler, 1971: 100). Las fuerzas antinacionales panameñas lo son por su entreguismo al imperio, en función de su ceguera por el mito geográfico.
Esa fe desmesurada en el mito geográfico está vinculada para Soler a “una psicología de esperanza y desaliento […] a partir de un movimiento pendular de la actividad socioeconómica […] que anula o suma en breve letargo la conciencia nacional” (Soler, 1971: 8).
El transitismo es un modelo altamente sensible a dinámicas externas, que implica tiempos de bonanza y opulencia extrema que debilitan la conciencia nacional, y de decadencia y precariedad aguda que la fortalecen, lo que explica la continuidad y discontinuidad de las grandes tendencias que identifica Soler, entre la afirmación y la negación de la nación panameña. Es el estado de la fe en el mito geográfico a partir del movimiento del péndulo, lo que hace a Panamá gravitar entre el orgullo nacionalista y el entreguismo colonial.
Las condiciones y fuerzas históricas que diferencian históricamente al Istmo están siempre presentes, pero languidecen por momentos, precisamente por ese movimiento pendular que va entre la esperanza y el desaliento, entre la afirmación de la soberanía y el sometimiento colonial.
La gran tendencia
Para Soler, esas condiciones y fuerzas históricas conducen al Istmo hacia el ideal del Estado soberano, el Panamá Estado federal autónomo de Justo Arosemena dentro de una gran unión continental latinoamericana, como “fórmula ideológica que asume la aspiración panameña a la autodeterminación” (Soler, 1989: 18). En torno a la afirmación y negación de ese ideal se configura una clara diferenciación de Panamá con el resto de la Nueva Granada, después Colombia, que se constituye en tendencia histórica definitoria de la nación panameña.
Es un ideal afirmado por las fuerzas autonomistas e independentistas que a largo del siglo XIX pugnaron por conquistar el autogobierno y desarrollar la función transitista, pero también reconocido implícitamente en los esfuerzos colombianos por negar esa autonomía y truncar el aprovechamiento panameño de la posición geográfica. Es la tendencia autonomista e independentista en función de la búsqueda del control de la zona de tránsito la que define y diferencia históricamente a la nación panameña.
Esta tendencia se mantiene en el siglo XX, pero ahora dentro de la coyuntura del emergente del imperialismo de EEUU, tomando la forma de aspiración a la soberanía sobre el territorio ocupado y el Canal de Panamá.
El imperialismo estadounidense es la confirmación en el siglo XX de la continuidad de esa tendencia, ya que si las formaciones nacionales latinoamericanas emergieron enfrentando simultáneamente al colonialismo externo y a las fuerzas disociadoras del precapitalismo interno (Soler, 2009: 29), ahora debían enfrentar al imperialismo estadounidense y a la fragmentación del territorio en enclaves económicos subordinados a Estados Unidos.
Pero esa expansión imperial estadounidense transmutó la función nacional - antinacional de las clases en Latinoamérica, dando pie a fuerzas desnacionalizadoras de una naturaleza distinta, y por ende, alterando la configuración de las clases que luchan por la organización de la comunidad nacional (Soler, 1975: 105).
La reconfiguración de las clases nacionales y antinacionales
Si durante el siglo XIX las clases burguesas agrupadas en torno al proyecto liberal cumplieron un papel nacionalizador, a partir de 1903 y, en especial desde 1925, estas clases enfrentan conflictos crecientes con las clases populares, principalmente obreros y campesinos, que no pueden prohijar su ideología o concepto de nación, debido a diferencias irreconciliables de intereses (Soler, 2002: 105).
Aquí surge la principal contradicción dentro de los países latinoamericanos en el siglo XX, donde ante el cambio de las condiciones materiales internas y una nueva modalidad de imperialismo, los intereses y lealtades de las clases cambiaron necesariamente también. “La emergencia del imperialismo modifico la base social del liberalismo, convirtiéndola en fuerza reaccionaria” (Soler, 1999: 19).
La reconfiguración de la lucha de clases, con el surgimiento de nuevas clases populares, hace que la burguesía comercial y casateniente vinculada al liberalismo vea en el imperialismo la única garantía de su existencia ante la amenaza creciente que representan esos sectores populares a sus intereses. La expansión de la base material de las clases dominantes depende ahora de la sujeción imperial, en desmedro de los intereses de las clases populares, quienes sufren dicha sujeción. A partir de ese momento, “la oligarquía no tiene nacionalidad” (Soler, 2002: 105).
La reconfiguración de intereses y lealtades hizo patente “la colusión inevitable y profunda de la oligarquía, esencial e irremediablemente antipatria, con el imperialismo” (Soler, 1989: 56).
Esto permite que Soler, a partir de la emergencia y consolidación del imperialismo a finales del siglo XIX, identifique a las fuerzas antinacionales como todas aquellas “quienes por su posición en la estructura social tiene inescindibles lazos con el principal enemigo histórico de nuestra nacionalidad y también de las naciones de nuestra América: el expansionismo y el imperialismo de Estados Unidos” (Soler, 1999: 139). Soler las define como la oligarquía, y esta oligarquía constituye el bloque pluriclasista que detenta el poder internamente, bajo la protección y al servicio del poder imperial.
La cuestión nacional y social
Con este cambio de las condiciones internas y externas son ahora las clases populares los portadores del proyecto nacional, coincidiendo los intereses populares con los nacionales, generando un escenario donde cada vez más “la cuestión social era indesligable de la cuestión nacional” (Soler, 1975: 86). La traición a Victoriano Lorenzo para silenciar la reivindicación económica y social en el marco de la lucha por la autonomía política y el pedido de intervención a las tropas estadounidenses ante el movimiento inquilinario, son muestras fehacientes de como dentro de la nueva coyuntura los intereses sociales y populares coinciden con el interés nacional por la autodeterminación.
Si autodeterminación significa un desarrollo de las fuerzas productivas en función de la voluntad e intereses de la nación, ello implica que, dentro de un orden de sujeción neocolonial e imperial, la realización de la nación está representada por las luchas de las clases excluidas y explotadas, quienes tienen un interés material directo en lograr la plena soberanía. En contraposición a estas, están las clases oligárquicas quienes, al ser los principales beneficiarios del orden de sujeción imperial, ya que derivan sus principales fuentes de riqueza del control que ejercen sobre los enclaves económicos ligados a la potencia imperial, son naturalmente los principales interesados en mantener ese orden.
Por eso en los países subdesarrollados la expoliación es doble, pues en estos las clases populares son explotadas por sus empresarios connacionales en los enclaves, los que a su vez están subordinados a las grandes transnacionales de la potencia. De ahí la sentencia de Soler que “toda lucha social en el tercer mundo es necesariamente antimperial” (Soler, 1999: 150).
Esa doble expoliación se traduce en una doble enajenación, de la soberanía del pueblo y de la soberanía nacional […] con la soberanía del pueblo a favor de la oligarquía y la soberanía nacional a favor del imperio (Soler, 1999: 179).
Aquí vemos que ante la mancuerna desnacionalizadora oligarquía-imperialismo, se yergue la simbiosis de las luchas populares y nacionales.
Camino al socialismo
La sinergia entre los intereses populares y nacionales es el camino a la superación de la contradicción nacida de la doble enajenación a la que están sujetos nuestros países, superación a partir de la lucha de las clases populares por imponer una nueva organización nacional.
Esta lucha permite articular un bloque revolucionario con el poder suficiente para construir un nuevo Estado, análogo a como en las guerras de independencia fue necesaria una estrategia social anticolonial, fundada en la liberación de los esclavos y siervos, como precondición para adquirir las fuerzas con las cuales conquistar la autodeterminación (Soler, 2009: 219).
Pero además del factor estratégico, esa lucha es la única forma de crear una nueva base material que permita suplantar la base del orden neocolonial. Al ser el Estado-nación una fuerza productiva en sí misma, eso implica que un nuevo Estado estará asentado sobre una organización distinta del poder, que permita la realización plena de las clases que llevan adelante la lucha, lo que exige la socialización de los medios de producción y reproducción de la vida, como fórmula para poner el poder sobre esos medios en manos de aquellos que habían sido excluidos y explotados en el orden anterior.
Soler entiende por socialismo “la primera experiencia en la historia de la humanidad en que el hombre asume, con los alcances de su conciencia, la responsabilidad de estructurar la sociedad al margen de los parámetros inexorables creados por la propia actividad de producción y reproducción de su vida material” (Soler, 1996: 11). Para Soler, el socialismo, es el control absoluto del hombre sobre su propia vida, la forma más elevada que asume la autodeterminación de los pueblos.
Por ende, socializar los medios de producción y reproducción de la vida y alcanzar la plena autodeterminación, produce la ruptura con el imperialismo garante de la base material capitalista.
El único camino a la autodeterminación, como auténtica soberanía popular y nacional, es el socialismo. Como nos dice Soler, “superar esas contradicciones y alcanzar nuevos procesos cualitativos, democratizadores y nacionalizadores implica la ruptura de la dependencia imperial mediante la socialización de los medios de producción y cambio” (Soler, 1989: 94).
La socialización de los medios de producción es, por ende, camino y destino de la autodeterminación. Toda otra alternativa no es más que una independencia ficticia, donde inevitablemente seguiremos presos de las dinámicas coloniales-imperiales al no haberse constituido un nuevo Estado con una nueva base material. Las clases populares tienen la socialización de los medios para la producción y reproducción de la vida como condición para su plena realización, lo cual implica romper con el imperialismo y sus aliados oligárquicos y la base material capitalista que niega esa realización.
Horizonte nacional latinoamericano
Ese deseo de realizarnos plenamente como comunidad, que no es más que la voluntad para vivir que mueve a todos los seres humanos, aunque se encuentre atrofiado por la doble enajenación oligárquica-imperial que busca suprimir nuestra existencia, es la fuerza motriz de la tendencia histórica que inevitablemente hace resurgir una y otra vez las luchas revolucionarias. Tendencia que nos empuja siempre a luchar para conquistar el poder sobre la vida.
Adquirir conciencia de la tendencia significa reconocer el más importante de los derechos para Soler, que más que un derecho es la condición de todo derecho, que es el derecho a la vida, a la existencia misma de los pueblos (Soler, 1999: 151). Y para conquistar ese derecho a la vida, es necesaria la autodeterminación nacional, como el poder para controlar y garantizar esa existencia común mediante la socialización de los medios para la producción y reproducción de la vida.
Pero es claro que la autodeterminación nacional es una imposibilidad mientras sigamos bajo el dominio del imperialismo estadounidense. El imperialismo se sostiene sobre la fragmentación de Latinoamérica en neocolonias capitalistas dependientes y débiles, por lo que ningún país latinoamericano podrá consolidarse como nación de manera aislada, sino solo a través de la unidad continental.
El más elevado estadio de conciencia entonces es el que reconoce en la autodeterminación latinoamericana la condición de posibilidad para la autodeterminación nacional, como única forma de garantizar el derecho a la vida de todos nuestros pueblos. Es la realización de la tendencia histórica que conduce a la afirmación de nuestra identidad nacional en función de la afirmación de la identidad latinoamericana. Al igual que durante las guerras de independencia, el horizonte nacional latinoamericano debe estar en la conciencia de todas las clases revolucionarias (Soler, 2009: 96).
Por ello, para Soler, siguiendo a Martí, es el pueblo con conciencia de la latinoamericanidad, el pueblo-nación, quien asume el papel de agente del proceso revolucionario, siendo el único que, a escala de Nuestra América, esta históricamente convocado para la realización de la utopía nacional y latinoamericana (Soler, 2009: 265).
El imperio lo sabe, y por eso desde las gestas independentistas hasta nuestros días vienen conspirado en contra de la unidad continental, tratando de obstaculizar el desarrollo de esa conciencia nacional y latinoamericana. Hecho ejemplificado en la invasión a Panamá, donde para Soler “el verdadero objetivo no era remover a Noriega sino la liquidación de toda posibilidad de autodeterminación nacional” (Soler, 1999: 90), estableciendo un régimen de ocupación que “siente las premisas culturales e ideológicas de nuestra desnacionalización” (Soler, 1999: 101).
Dialéctica inédita
Las consecuencias de ese proceso desnacionalizador las sufre Panamá hoy por lo que, ante el intento de borrar violentamente la memoria colectiva del pueblo panameño, se hace urgente escuchar las palabras de Soler, quien nos conminó a volver al pasado, como una de las mejores maneras de armarnos frente a los retos del futuro (Soler, 1996: 35), para emprender cuanto antes la batalla por recuperar, desarrollar y elevar la autoconciencia de nuestro derecho a existir como nación.
Estando en juego nuestra existencia, no podemos seguir siendo víctimas del péndulo, esperando inertes a que surjan por factores exógenos las condiciones favorables para el resurgimiento de las luchas por la identidad nacional.
Hemos de ser nosotros por encima de las fluctuaciones del transitismo, constituidos como el actor revolucionario de pueblo-nación, quienes afirmemos nuestro derecho histórico a existir, persistiendo con terquedad en continuar el legado de los panameños y latinoamericanos que han luchado por una autodeterminación planteada a escala continental, como “la idea no realizada, pero ya probada históricamente en la materialidad de la lucha de clases” (Soler, 2009:274).
Esta idea, por ende, no es de la autoría exclusiva de Soler, sino un producto de las múltiples generaciones de panameños que han ido construyendo con su praxis un puente de continuidad entre distintas concepciones de la nacionalidad, que Soler se dio a la tarea de desentrañar, articular y explicitar como utopía conquistable.
Ser o no ser, queda en nuestras manos la resolución de esta trama existencial, y las formas que esa resolución tomen serán propias a nuestros pueblos, expresiones originales de una utopía inédita que se “busca en el pasado, se crea en el presente, y se proyecta para el porvenir” (Soler, 1971: 44), lo cual constituye la esencia del proyecto soleriano por la autodeterminación nacional.
Solo una dialéctica inédita, presagia Soler, de reformas radicales o revolucionarias, llevada a cabo por la praxis de un pueblo con autoconciencia de su derecho a ser, ha de superar la contradicción histórica que plaga a Latinoamérica, para conducir a esa resolución decisiva que nos permitirá afirmarnos plenamente como nación panameña y nación de naciones latinoamericana. Resolución que dependerá del resultado de la batalla por la conciencia de nuestros pueblos.
Ser o no ser, o la utopía o el exterminio.
Referencias
- Soler, Ricaurte, 1971, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX , Panamá, Librería Cultural Panameña.
- Soler, Ricaurte, 1975, “Panamá, nación y oligarquía” en Gandásegui, Marco, 2002, Las clases sociales en Panamá , Panamá, CELA.
- Soler, Ricaurte, 1989, Panamá: Historia de una crisis, México, Siglo XXI Editores.
- Soler, Ricaurte, 1996, “Cuasimodo: Alba de la Utopía” en Tareas N°94, Panamá.
- Soler, Ricaurte, 1999, La invasión de Estados Unidos a Panamá: Neocolonialismo en la posguerra fría, México, Siglo XXI Editores.
- Soler, Ricaurte, 2009, Idea y cuestión nacional latinoamericanas: de la independencia a la emergencia del imperialismo, México, Siglo XXI Editores.