CIENCIAS SOCIALES
LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ ANTE LA CRISIS DE LAS CIENCIAS SOCIALES Y LAS HUMANIDADES
Quiero comenzar estas palabras agradeciendo la presencia de todos ustedes en esta solemne ceremonia académica, a la vez que expreso mi gratitud a los miembros del Consejo Académico que me confirieron el gran honor de distinguirme con el Premio Universidad 2018. Igualmente, le estoy sumamente agradecido a los apreciados colegas de la Junta Representativa de la Facultad de Humanidades que apoyaron solidariamente mi postulación y a los profesores Miguel Ángel Candanedo, Margarita Vásquez y Roberto Pinnock, integrantes de la comisión encargada de evaluar y entregar mis ejecutorias ante la Secretaría General. Así mismo, agradezco al Decano Dr. Olmedo García Chavarría que tomó la iniciativa para que se me hiciera este reconocimiento, tras cuarenta y dos años de servicio docente y muchas horas dedicadas a la investigación en esta Casa de Estudios Superiores. También manifiesto mi gratitud a todos aquellos amigos, docentes, administrativos, estudiantes y autoridades que me dieron su respaldo para hacerme merecedor a tan prestigioso galardón académico. Igualmente, doy las gracias a mi esposa Patricia y a nuestras hijas María Agustina, María Belén y María Sofía por su permanente ayuda y sus voces de aliento en mis labores intelectuales. En verdad, Patricia es parte fundamental de este premio. Muchos de mis libros los escribí en colaboración con ella. Cabe mencionar las series de fascículos sobre historia de Panamá e historia de las relaciones entre Panamá y Estados Unidos publicados inicialmente en los periódicos La Prensa y el Panamá América que dieron origen a los libros: El Panamá Hispano (1821 – 1903); El Panamá Colombiano (1821 – 1903), Estudios sobre el Panamá Republicano (1903 – 1989); Relaciones entre Panamá y los Estados Unidos del siglo XVI hasta 1903; Un siglo de relaciones entre Panamá y los Estados Unidos 1903 – 2003 (3 volúmenes), entre otros.
Honestamente, considero que este triunfo académico no es solo mío, sino de toda la Facultad de Humanidades.
Hace ochenta y tres años, la administración de Harmodio Arias fundó la Universidad Nacional de Panamá, como se denominó en 1935 esta institución, en medio de los embates devastadores de la depresión mundial que sobrevino tras la caída de la Bolsa de Wall Street en 1929 y haciendo frente a una gran oposición interna que argumentaba que el país no tenía recursos para adquirir tal compromiso.
Surgió como una Universidad pensada para la clase trabajadora que no podía acceder a las universidades extranjeras. Por esa razón y por la falta de edificios propios, su sede sería el Instituto Nacional. Por ende, fue una universidad nocturna hasta los años 50. Fueron inicios modestos. Ni los tiempos ni las circunstancias permitían ostentaciones ni derroches.
Comenzó con un presupuesto de apenas veinte mil balboas para cubrir los tres primeros semestres que poco después se aumentó aproximadamente al doble. Se le asignó una partida de cinco mil balboas para la adquisición de libros y 1400 volúmenes de la Biblioteca “Eusebio A. Morales” del Instituto Nacional. Recibió el obsequio del gobierno de España consistente en 500 tomos de Clásicos Castellanos y otras significativas donaciones bibliográficas en el ámbito nacional. Su matrícula inicial fue tan solo de 175 alumnos. El Colegio Central de Artes y Ciencias fue la base central de la nueva institución y se ofrecieron las siguientes carreras: a) Licenciatura en Artes con especialización en Filosofía y Letras; b) Licenciatura en Artes con especialización en Ciencias Políticas y Economía; c) Licenciatura en Leyes; d) Licenciatura en Comercio; e) Licenciatura en Farmacia; f) un curso de tres años preparatorio para el ingreso de una Escuela de Medicina; g) un curso de tres años en preparación a los estudios de Ingeniería Civil; h) un curso de dos años de perfeccionamiento de los estudios de Educación Primaria para obtener el Certificado de Educación Superior y que daría derecho a los puestos de director, ayudante e inspector de escuela primaria. Así, la naciente Universidad contó con las Facultades de Filosofía y Letras, Leyes, Ciencias Sociales y Economía, Comercio, Farmacia, Ciencias Naturales, Ingeniería Civil hasta el segundo año y Educación Superior. (Patricia Pizzurno: “Harmodio Arias y la Universidad”, Revista Lotería, N°s 354 – 355, sept. – oct. 1985: 51 – 52).
En definitiva, desde sus modestos orígenes, tanto la variada composición de sus facultades como las distintas asignaturas que se impartieron en la Universidad Nacional de Panamá, demuestran la presencia de Ciencias Sociales como la Filosofía, la Sociología, la Economía, la Historia, en sus variantes de Civilización, Historia de América, Historia de Grecia, Oriente y Roma, Historia de la Edad Media y el Renacimiento, Historia Moderna y Contemporánea, la Geografía en sus distintas especializaciones, así como el Derecho y sus diversas ramas. Todo ello, además de las carreras donde las Ciencias Naturales y Exactas prevalecían, tales como Biología, Botánica, Zoología, Química, Bioquímica, Física Atómica, entre muchas otras. (Universidad de Panamá. Boletín Informativo: Panamá, 1938).
Como bien señaló el primer Rector de esta institución, el Dr. Octavio Méndez Pereira, en el discurso que pronunció en el acto inaugural del 7 de octubre de 1935: “Solo una enseñanza que, sin descuidar las profesionales y la investigación científica, sea esencialmente enseñanza cultural, puede formar hombres enteros. Por eso la nuestra ha hecho de lo que hemos llamado Colegio Central de Artes y Ciencias el núcleo de todas las disciplinas, que han de ser como lo quieren hoy los más altos avizores del porvenir, las que den aquella imagen física del mundo, de la vida orgánica, del proceso histórico, de la vida social y del plano general del universo. En otras palabras, Física, Geología, Historia, Sociología, Filosofía” (Revista Lotería: N° 354 -315, sept. – oct. 245 – 246.)
Por esta gama de saberes científicos que ofrecía, gracias a la presencia de connotados catedráticos extranjeros y nacionales, fue que los fundadores de la Universidad Nacional de Panamá visualizaron que este Centro de Estudios Superiores sería un pilar fundamental para la democratización de la enseñanza al más alto nivel, a la vez que fomentaba la libertad del pensamiento y provocaba el desarrollo material. Al mismo tiempo, que coadyuvaba al afianzamiento de la personalidad internacional de nuestro país sensiblemente disminuida por la hegemonía de Estados Unidos de América en diversos órdenes del acaecer republicano, también amparaba, “consolidaba y reafirmaba los atributos espirituales de la nacionalidad panameña” e impulsaba la cultura en sus distintas y enriquecedoras manifestaciones.
Después de poco más de ocho décadas de existencia nadie puede dudar de los logros y aportes de esta Universidad a la república, mediante la formación profesional de recursos humanos, investigaciones científicas en diversas disciplinas y su contribución al desarrollo de un pensamiento crítico que influyó grandemente para la recuperación de la soberanía nacional. Pero en la actualidad, al igual que el país y el mundo entero, la Universidad y no sólo la nuestra, está inmersa en un escenario de crisis, incierto, complejo y multidimensional, lleno de desafíos que alteran constantemente todos los órdenes de la vida, de la academia y que nos exponen a cambios difíciles de descifrar y, por ende, de enfrentar.
En las últimas tres décadas, los efectos del neoliberalismo, especialmente de la economía de mercado, han sido adversos a las Humanidades y las Ciencias Sociales y a la academia entendida como un conocimiento. El predominio de una educación utilitaria volcada a la economía globalizada con el uso de la tecnología y la plataforma de los medios de comunicación e información masivos, tiene un extraordinario impacto en la redefinición de los objetivos de la academia. La Filosofía, la Historia, la Sociología, la Geografía, la Antropología, la Psicología Social y hasta las lenguas madres, en nuestro caso el español, se han transformado en las cenicientas de los planes de estudios. Sus contribuciones a la formación del profesional se consideran accesorios cuando no arcaicos porque parecen no encajar en un mundo que comienza a transitar por la cuarta revolución industrial, la robótica y la nanotecnología.
Gilles Lipovetsky y Hervé Juvin señalan: “Estamos en un momento en que todos los ingredientes de la vida están en crisis, desestabilizados, faltos de coordenadas estructuradoras. Iglesia, familia, ideologías, política, relaciones entre los sexos, consumo, arte, educación; ya no hay un solo dominio que no escape al proceso de desterritorialización y desorientación. La cultura mundo o planetaria hace estallar todos los sistemas de referencia (…) (El Occidente globalizado. Un debate sobre la cultura planetaria, 2011:16).
Todo esto es el resultado de la postmodernidad o hipermodernidad en su máxima expresión, que se contrapone al racionalismo ilustrado. Transitamos en un universo ecléctico carente de ideologías y de compromiso social, que practica un culto desorbitado al individualismo y que está sediento de nuevas formas de experiencias. Aunque aún no acertamos a ensayar una definición universalmente aceptada de postmodernidad, porque no se trata de un sistema coherente y ordenado, ya abrimos la puerta de la posverdad en este mundo de los inciertos.
Prevalece el consumismo fomentado por los mercados de circulación rápida, en medio de la cultura de lo desechable, mientras somos testigos, más que actores del ocaso del pensamiento crítico, de las certezas de la modernidad. George A. Akerlof y Robert J. Schiller hablan de la economía de la manipulación engañosa de la mano de la tecnología. (La economía de la manipulación. Cómo caemos los incautos en las trampas del mercado, 2016: 111 – 131 – 216 – 223). Vicente Verdú recrea El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (2003), mientras Zigmunt Bauman bautiza esta época como los ‘tiempos líquidos’ sumidos en escenarios de incertidumbres y lo que él denomina: La vida de consumo (2007). Frederic Martel va más lejos aún y nos introduce en la geopolítica del capitalismo cultural contemporáneo a través de las ‘industrias del entretenimiento’ que se inició en Estados Unidos y se extendió a todo el planeta mediante el cine, la música, la televisión, el libro, sobre todo aquel que es un superventas o best seller, el teatro comercial, los parques de atracciones, los videojuegos y otros ‘entretenimientos’ y sus rápidas mutaciones. (La cultura Mainstream. Como nacen los fenómenos de masas (2010). Finalmente, siguiendo este modelo, Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo (2013), se ocupa de la cultura contemporánea caracterizada por el entretenimiento de las masas que define como la ‘era poscultural’ o sea la banalización de la cultura marcada por la vacuidad, la frivolidad y la superficialidad, así como por la alienación del sujeto a los mecanismos del mercado. “Afecta, en suma, a la Filosofía, las Bellas Artes, la religión y a otras manifestaciones del espíritu, sustituidas por el espectáculo en el que interviene la revolución audiovisual de nuestro tiempo”.
Entre los muchos autores que se han ocupado de la crisis de las Ciencias Sociales y las Humanidades, cabe destacar a la ensayista y filósofa estadounidense Martha C. Nussbaum. Hace un llamado de alerta ante la publicidad engañosa que induce a convertirnos en productores de bienes monetarios mediante técnicas y conocimientos propios de los mercados y los consumidores, en detrimento de las sociedades democráticas.
Nussbaum no se opone a que se ofrezca la educación científica y técnica. Su preocupación es “que otras capacidades (las humanidades) igualmente fundamentales, corran riesgo de perderse en el trajín de la competitividad, pues se trata de capacidades vitales para la salud de cualquier democracia y para la creación de una cultura internacional digna que pueda afrontar de manera constructiva los problemas más acuciantes del mundo”. Esas habilidades personales, sociales y políticas están asociadas a una educación basada en las humanidades. “La ciencia, si se le práctica de manera adecuada, no es enemiga sino más bien amiga de las humanidades”.
Pero, según esta reconocida autora, “lo más grave de la crisis actual es que en casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario”: Son consideradas como ‘ornamentos inútiles’ porque no son ‘competitivas en el mercado global’. Advierte que las materias humanísticas están perdiendo terreno “en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas aptas para generar renta”. Además, “la práctica más idónea de esas otras disciplinas se encuentra impregnada por aquello que podríamos llamar ‘El espíritu de las humanidades’ que aparece en la búsqueda del pensamiento crítico y los desafíos a la imaginación, así como con la comprensión empática de experiencias humanas y de la complejidad que caracteriza a nuestro mundo”. (Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades, Argentina – España, 2010: 20, 25, 26. 27).
Considero oportuno recordar que, del 6 al 12 de agosto de 2017 se realizó en Lieja, Bélgica, la Conferencia Mundial de las Humanidades”, bajo el título: "Desafíos y responsabilidades para un planeta en transición". Este evento fue coorganizado por la UNESCO, el Consejo Internacional para la Filosofía y las Ciencias Humanas y la Fundación "Conferencia Internacional de las Humanidades" con la participación de CLACSO. Contó con más de 1800 participantes y en la nota explicativa reproducida por el Consejo Consultivo de la UNESCO, se decía:
1º Los conocimientos científicos, el saber y la solidaridad humana siguen siendo fundamentales para que los seres humanos pueden hacer frente a desafíos que no son solo problemas, sino dilemas complejos que requieren decisiones basadas en la participación ciudadana, la coexistencia pacífica y la creatividad que permitan a todos creer en la posibilidad de un futuro caracterizado por la igualdad y la sostenibilidad” y “2º En este contexto, las humanidades cumplen una función histórica. Deben seguir siendo el baluarte contra la xenofobia, la intolerancia y los fundamentalismos. Sus contribuciones no deben quedar en los libros, sino integrarse en el conocimiento de la historia, el pensamiento crítico y los análisis matizados de las ideas humanas y los valores que éstas vinculan, a fin de comprender la complejidad de nuestro mundo cada vez más globalizado…”
También se indica:
3º Partiendo de la reflexión crítica sobre las disciplinas de la esfera de las humanidades, esto es de las lenguas y la Literatura, la Historia, la Filosofía y las Artes se deberá definir y reformular el perfil que estas pueden y deben desempeñar en las sociedades contemporáneas, en particular en el contexto de la crisis actual que más que financiera o económica, es en realidad social, cultural y humana...
Por todo ello, la cuestión central de la conferencia consistió en “debatir acerca del papel de las humanidades en el siglo XXI”, cuyas características fundamentales son la diversidad cultural, “el fracaso de las distintas formas de pensamiento único y la necesidad de reincorporar en el razonamiento cotidiano la dimensión del mediano y largo plazo”. Los cambios mundiales, las migraciones constantes y tensiones sociales y económicas, afectan a este siglo y su “resolución depende en gran medida de las competencias interculturales, la comprensión de la unidad de la humanidad en una diversidad y la necesidad de afianzar los lazos de las ciencias, tanto en sus distintas disciplinas como en las artes y las tecnologías”. (Unesdoc.Unesco.org>images)
En Panamá la crisis de las Ciencias Sociales y las Humanidades es actualmente una realidad innegable. Se arrastra desde hace muchos años y tiende cada vez más a agravarse. En la Universidad de Panamá es un hecho de sobra conocido la drástica disminución de la matrícula en carreras tales como: Filosofía, Historia, Geografía, Cartografía, Antropología, Sociología y Español. Influyen en ello, un cierto temor a las trasformaciones y hasta un envejecimiento del pensamiento, tanto como los efectos externos dimanados del neoliberalismo, así como también factores internos estructurales propios de la economía terciaria y el afán de lucro, con la mirada siempre atenta a la obtención de beneficios económicos en la costumbre del juego vivo, muy distante del anhelo de desarrollo cultural del país.
Resulta casi innecesario mencionar lo que todos ya sabemos: que el patrimonio cultural yace en el abandono. Sólo por mencionar dos de los casos más patéticos, ahí está como ejemplo el lamentable estado del conjunto monumental San Lorenzo del Chagres - Portobelo, declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por la UNESCO, actualmente en peligro. Otra muestra fehaciente es el Museo Antropológico Reina Torres de Araúz cerrado desde hace décadas. Los artefactos con más de mil años de antigüedad fueron guardados en cajas, almacenados en depósitos sometidos a altas temperaturas y humedad, trasladados de la Plaza 5 de Mayo al Museo del Tucán en Albrook, para después de un tiempo retomar el camino de regreso a la mencionada Plaza donde los problemas estructurales del edificio siguen sin resolverse.
No menos atroz es lo que ocurre con nuestro patrimonio natural, cuyo caso es más crítico porque su destrucción se debe a la voracidad sin límites de los intereses lucrativos nacionales y extranjeros. Basta mencionar el Parque Nacional Darién, el más grande de Panamá y Centroamérica en peligro de desaparecer y lo mismo podemos decir del Parque Nacional Coiba, Patrimonio de la Humanidad.
De la mano de esta barbarie, campea la corrupción que todo lo invade y lo desvirtúa: política, instituciones, sociedad, finanzas, ética, moral; mientras la educación, la salud, el transporte, el acceso al agua potable y la seguridad parecen ser lujos inaccesibles en este siglo XXI.
En este incierto panorama la Universidad está llamada a coadyuvar al surgimiento de una sociedad más justa. Panamá es el sexto país con peor distribución de la riqueza en el mundo, porque un sistema educativo colapsado y perverso así lo determina. Ya en 1935, Harmodio Arias escribió:
Nuestra Universidad no debe ser una fábrica de profesionales egoístas, imbuidos de un estrecho, falso y desintegrado concepto de la vida. Debe ser más bien un núcleo de fuerzas espirituales en franca dirección social que contribuya a formar hombres justos, comprensivos y sumamente fuertes en las lides del pensamiento y del trabajo.(Revista Lotería N° 5 354 – 355, sept. – oct. 1985: 238).
Es más, en la Declaración hecha en Córdoba el 14 de junio de este año, al recordar el manifiesto liminar de 1918, se señaló:
El postulado de la Educación superior como un bien público social, (es) un derecho humano y universal y un deber de los Estados. Estos principios se fundan en la convicción profunda de que el acceso, el uso y la democratización del conocimiento es un bien social, colectivo y estratégico esencial para garantizar los derechos humanos básicos e imprescindibles para el buen vivir de los pueblos en la construcción de una ciudadanía plena, la emancipación social y la integración regional solidaria latinoamericana y caribeña… (CRES 2018 UNESCO Org. Ve).
Está claro que ante los grandes y graves desafíos planteados por el modelo neoliberal, la Universidad necesita demoler la ‘muralla china’ que la constriñe y reorientar y ampliar su inserción en la sociedad, a través del aporte de estudios e investigaciones que ayuden en forma práctica a los panameños a vivir mejor. La crisis generada por el neoliberalismo exige cambios en profundidad en los enfoques teóricos y metodológicos hasta ahora utilizados por las Ciencias Sociales y las Humanidades. La reciente celebración del II Congreso de Extensión Universitaria bajo el título: “Hacia una Extensión Universitaria para el Desarrollo Humano Sostenible”, demuestra que la articulación con la sociedad se torna imprescindible.
No obstante, en este punto, conviene advertir que en diversas entidades académicas la extensión está presente, si bien requiere reestructurarse y ampliarse. Así, en la actualidad, diez mil estudiantes universitarios ofrecen a las empresas públicas y privadas 120 horas de servicio social c/ u brindado por la Facultad de Humanidades. Y en cuanto al tiempo, doscientos estudiantes brindan su práctica profesional por semestre. Debemos tener en cuenta, además, que de las treinta y cinco universidades existentes en el país, la Universidad de Panamá tiene el 52 por ciento de la población estudiantil. Sin embargo, este año, nuestra Casa de Estudios Superiores ha sufrido un recorte sustancial de millones de balboas de su presupuesto para el próximo año fiscal, lo que obviamente incide de manera negativa en sus labores administrativas, docentes, de investigación y de extensión.
Hace 20 años Jonathan Franzen escribió “Por cada lector que muere, nace un espectador y pareciera que asistimos a la ruptura final de un equilibrio”. Por eso, mi propuesta hoy es recuperar el equilibrio y no propiciar más fracturas. La Universidad debe hallar el justo medio entre el mercado y la academia, las ciencias exactas y las ciencias sociales para comprender la multidimensionalidad y complejidad de los fenómenos humanos y sociales y saber que no estamos solos y que existe un espacio que debemos aprender a compartir. (Manuel Arias Maldonado: “Humanidades muertas”. Revista de Libros. Segunda época, octubre, 2018).