TAREAS SOBRE LA MARCHA

UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS

José Martí

UNA CAMPAÑA PRESIDENCIAL EN ESTADOS UNIDOS

Tareas, núm. 165, pp. 107-112, 2020

Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena"

“De abajo arranca toda esta maquina publica, de la raiz, de la junta popular, de la asamblea local, de la agrupacion de los copartidarios politicos en cada caserio, en cada aldea, en cada barrio, de lo que aqui se llama caucus. Caucus es la junta libre de los electores del partido en cada localidad. Cada vez que el partido tiene que obrar, que declarar su opinion, que discutir cuestiones esenciales, que disponerse para las elecciones, se reune el caucus: En algunos lugares estan inscritos los votantes de la demarcacion electoral, y el que no esta inscrito, no puede asistir: en los mas no hay inscripcion previa: todos se conocen; cada faccion es la policia de la otra; cada cual cuida de que su oponente no tenga un voto mas; y en todo caucus hay por lo menos dos facciones: en los caucus nadie sabe quien fue Heraclito, pero todos creen como el, que la contienda es la sal de la vida, que el combate es "el rey y el padre de todas las cosas". Por eso al caucus no van todos los que deben ir, siendo como es la rueda que echa a andar las demas de la maquina politica: no van los que aman el debate pacifico, la exposicion doctrinaria, la politica de punos limpios: ¡Se viene tan cansado del trabajo! ¡son tan sabrosas las pantuflas, la taza de te, la risa de los ninos, la ultima novela, las noticias del diario de la tarde! Y no concurre a estas juntas primarias el ciudadano que se verá luego obligado, en virtud de las designaciones oficiales del partido, que tiene por base el caucus, a votar por los candidatos en cuya eleccion pudo y debio intervenir, por su bien y el de la República; pero ¡hacía tanto frío! ¡venía del trabajo, tan extenuado! ¡eran tan sabrosas las pantuflas, la taza de té, las noticias de la tarde!

En tanto, los que tienen en la politica un empeño personal; los que votan como quiere el cacique, para que luego los libre de los apuros de la contribución o el fallo de la justicia; los que auxilian al partido para que el partido los mantenga en sus empleos; los que a cambio de los votos que obtienen con promesas o dadivas en sus distritos, poseen, como nueva especie de capellanías, los más apetecibles empleos públicos; los que no ven en la politica el interés patrio sino el propio, ni conocen la ley que puede salvar, sino el candidato que puede vencer; los que más seguro tienen su puesto y adelanto mientras mas contribuyan a tener disciplinada la milicia del sufragio, y mas electores pueda llevar a las urnas o apartar de ellas, cultivan sin desmayo, como jardín propio, el caucus que abandonan en sus manos impuras el desinterés culpable o la desidia del ciudadano virtuoso.

Ya casi nunca se reune el caucus, fundamento y arranque de la fábrica política, sino cuando se necesita acorralar a los electores, cuando se acercan las elecciones del estado o las presidenciales. Ya no parte de abajo, como debiera en un pais verdaderamente democrático, la expresión libre y sana de la voluntad pública. Ya la política no consiste tanto en ganarse la opinión con ideas loables, como en tener contentos a los caciques de distrito, e ir costeando las ideas de modo que no choquen con los intereses de los que, si les ponen su provecho en el menor peligro, cerrarán a las más nobles ideas el paso. Ya el lugar del caucus, no es una especie de templo, como era antes, que hasta en el atrio partenoniano tenia algo de griego, sino la taberna, la esquina, la cervecería; de tal modo que, en un país donde el caucus lo decide todo, sucede, como en New York, que, de mil dos reuniones que hubo en las elecciones pasadas, setecientas diecinueve se celebraron en tabernas.

Fuera del caucus quedan como agentes políticos, el periódico, el hombre de Estado, el elector culto. Pero como el caucus es el que designa todos los candidatos a los empleos de voto popular, el que contribuye a lo activo del partido, el que acumula los fondos y los reparte, el que favorece a los diarios o los excomulga, resulta que ni los hombres públicos, ni los periodicos que pudieran oponerse al caucus osan desafiarlo: ni el ciudadano culto, activo solo en las crisis ocasionadas a la larga por su falta de vigilancia, por su arrogancia o su pereza, halla a la hora de votar medio eficaz de combatir las candidaturas en cuya designación pudo intervenir previamente en la hora propia, si no hubiera cedido en la noche fría al encanto de las pantuflas.

¡En la vida moderna no hay tiempo para quitarse los zapatos de trabajo! Cada hora de descanso es una hora de peligro. No hay derecho para reposar, hasta que no recobre su imperio la justicia primitiva. Ni puede llamarse reposo a aquella dejadez del ejercicio de nuestros derechos, a cuyo favor adelanta la tirania como una arana en la sombra. Al caucus deben ir todos los ciudadanos: codearse, para entenderse: combatirse, para respetarse: precaver, para no tener que revolucionar: exponer los vicios, que es todo lo que se necesita para exterminarlos: ¿Con qué menos se ha de pagar la libertad augusta, fuente de los goces mas durables de la vida, que con la asistencia puntual a las asambleas donde se regula su ejercicio? El que deje de vigilarla, merece perderla.

De ahí arranca la organización de los partidos, de esas reuniones locales. Por ahí empieza la campaña electoral, por esas juntas primarias. Ahí nace la Convencion Nacional, en el caucus. La misma Convencion Nacional, la de los estadosque la preparan, las de cada un condado en el Estado, las de cada una ciudad en el condado, la de cada un barrio en la ciudad, no son mas que formas graduadas, escalonadas, ordenadas, del caucus. Cada grupo elemental del partido nombra sus delegados a la Convencion del Condado. La Convencion del Condado elige delegados para la del Estado. La del Estado designa delegados para la Nacional. La Nacional, el candidato a la presidencia. Y cada partido por sí y sin intervencion oficial, se reune en Convencion Nacional de esta manera al acercarse la campaña. Y todo espontáneo, privado, extra-oficial, dispuesto por el partido, aparte del gobierno y sin su intervención, a lo menos sin su intervención visible. Porque intervención siempre hay, puesto que con los dos partidos gobiernan a la vez, uno desde la presidencia y algunos de los estados, el otro desde ciertos estados, jamás se llega en lo real al divorcio ideal del poder y del voto. Ni puede ser, cuando los gobernantes son a la vez que los empleados de la nación, los cabezas de su partido.

La vida nacional, mientras tanto, no cesa. Los hechos se van cuajando. Los males van sugiriendo con el propio exceso su remedio. Cada interés vigila para que no lo absorba el interés contrario. Asi que, al llegar las elecciones, que son como tahonas de ideas, hay siempre en el aire dos programas opuestos, los dos programas constantes, el del poseedor y el del desposeido. Los partidos contendientes inscriben en su bandera, aunque no sea con ánimo de servirles, aquellos principios que parecen ser de más justicia y popularidad en la hora de la lucha, cuidando de ajustarlos como el pabellón al asta, al cuerpo de doctrina que a cada uno sirve de sostén. Y como por mucha que sea la corrupción de la máquina política, y mucha la indiferencia de los electores cultos, nunca pueden los que se sirven de la opinión, prescindir por completo de ella, no se reúnen solo las convenciones para escoger de entre los aspirantes a la candidatura aquel que probablemente haya de obtener más votos, sino para dar al partido bandera de combate, para ofrecer al país las reformas que más apetece, para declarar los propósitos del partido y marcar las vías por donde, si triunfa, ha de llevar al país. Las ideas esenciales no son nunca muchas. Ni cada idea se encarna con igual poder en más de un hombre. La prensa las debate. El Congreso las proclama. Los intereses locales las confirman u obstruyen. Y cuando llegada la epoca de elecciones se reúne el caucus, no solo nombra el delegado y lo provee de la credencial que lo acredita representante, en la asamblea superior, de cierto número de electores del partido, sino acompaña el nombramiento con una declaración de principios, donde los generales que en aquel momento imperan van modificados conforme al interés y opinión de la localidad del declarante. Si éstas modificaciones se toman en cuenta, la localidad batallará en las elecciones con un brío que suele disminuir, si no parar en abandono o traición, cuando los vencen en los altos consejos del partido los intereses contrarios.

De la suma de intereses dominantes, conciliados en cuanto es posible con las opiniones que parecen llevar mejor al triunfo, se elaboran las declaraciones sucesivas, las de los condados, primero, las de los estados, luego, y por fin la reunión nacional. Cada convencion va declarando a la vez, en sus 'resoluciones', el candidato que favorece, y los dogmas y reformas que aprueba. La proclamación de persona va basada en una promulgación de ideas.

Vienen a ser, pues, en realidad, estas convenciones preparatorias como una constante transacción entre los intereses públicos, que ejercen de afuera del partido su influjo inevitable, y los intereses particulares del partido, de 'la organización'. La organizacion, la máquina activa del partido, la pirámide de asambleas, el caucus graduado que empieza, como en base anchísima, en las aldeas y barrios, y acaba, como en pico eminente, en la Presidencia de la República, tiene por sobre todo interés el de conservarse en el goce de los empleos de que derivan sus miembros un bienestar cómodo y un poder grato.

Constituída la organización en este fin y abandonada por los ciudadanos desinteresados, el principal empeño de éstos es que los asuntos públicos vayan de manera que el poder no se les escape de las manos. Cuánto tiende a devolver al país su acción directa, a colocar en los puestos públicos a personas probas, a rescatar las ideas y el tesoro de los traficantes en política, a poner a la cabeza del partido un hombre que lo guíe para el bien nacional, no para el de los cómplices que lo encumbran,—halla naturalmente resistencia formidable en estas enormes organizaciones, mantenidas en cuanto a idea por el estímulo, y en cuanto a fondo, por la explotación de los beneficios mutuos. Pero como, a pesar de estos vicios visibles, los partidos solo existen ante la opinión desinteresada, que al fin es la mayoría, como cuerpos de doctrinas y organismos compuestos para hacerlas triunfar; como, por mucho que la prensa vendida y los políticos maniatados defiendan con hábiles embozos el interés impuro de estas 'organizaciones', siempre halla la idea nacional, fruto de hechos notorios, modo de revelarse con imperio,—viene a suceder que nunca es absolutamente libre la liga de los políticos de oficio, y que para mantenerse en el goce de sus provechos, o en la esperanza de recobrarlos, necesita, aunque de paso y con el puñal escondido, hacer como que acata la voluntad de la nación, y solo vive para obedecerla y salvarla.

Y en esa presión exterior de las ideas, a que se encorva el traficante político como ante el fuego de Otelo, la rabia de Iago, entra por mucho, a manera de constante levadura de verdad, el interés general de las localidades que, por supuesto, negarían sus votos a los caciques, si estos no tuvieran en cuenta las simpatías de los que los mantienen con el poder de sus sufragios en influjo. En política no hay idea viva si no tiene debajo un interés. La virtud es estéril, en política, hasta que los negociantes no toman en ella acciones.

Así resulta que, aun cuando por el descuido con que los ciudadanos miran las asambleas primarias, no son ya estas las que envían arriba su opinion, sino meros instrumentos de votar lo que de arriba se les impone y manda propuesto y declarado,—aun cuando el caucus que designa, en su última expresión de Convencion Nacional, el candidato a la presidencia, no sea hoy más sobre todo en las ciudades que una reunion de rufianes y logreros, a los que el cacique del distrito hace declarar y nombrar, entre dos vasos de cerveza de convite, lo que la junta del estado del partido le ordena que se declare y nombre,—siempre ejerce la opinión exterior, la opinión libre, la opinion que por bochorno, miedo o incuria no asiste al caucus, un influjo real en las juntas superiores y a veces, como ahora en esta elección de Cleveland, imperante y decisivo. Porque la opinión es como el león, y los políticos de oficio son como los perros. Solo que no hay que dejarlos crecer tanto que pueda más que el rey del bosque la jauría.“

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