MARCO A. GANDÁSEGUI, h. Y LAS CIENCIAS SOCIALES PANAMEÑAS
LA CRISIS DE HEGEMONÍA, EL MODELO NEOLIBERAL Y LA ESTRUCTURA DE PODER DE ESTADOS UNIDOS
LA CRISIS DE HEGEMONÍA, EL MODELO NEOLIBERAL Y LA ESTRUCTURA DE PODER DE ESTADOS UNIDOS
Tareas, núm. 166, pp. 109-128, 2020
Centro de Estudios Latinoamericanos "Justo Arosemena"
Resumen: La crisis de hegemonía de Estados Unidos es, en parte, económica y social, derivada del fracaso del neoliberalismo como alternativa a la crisis de acumulación y sus consecuencias sociales, pero sobre todo, resultado de los cambios generados en las estructuras de poder. Dicha crisis de hegemonía podría ser entendida como la pérdida o agotamiento de la estructura económica, la organización política y los instrumentos de orientación ideológica creados con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, necesarios para el mantenimiento de un orden mundial estable. De ahí que Gandásegui, líder fundador del Grupo de trabajo de CLACSO: “Estudios sobre Estados Unidos (GT), asumiera dicha crisis como resultado de un fenómeno que “es global”, pero enfatizara en sus determinaciones internas en relación con la estructura de poder estadounidense, sus cambios en el contexto de la “globalización neoliberal” y se interrogara sobre la capacidad o no de la clase capitalista o burguesía interna de dicho país para enfrentarla, en un contexto de desarticulación y debilitamiento de la clase trabajadora.
Palabras clave: Crisis de hegemonía, modelo neoliberal, estructura de poder, clase gobernante, clase obrera..
Introducción
La obra de Marco A. Gandásegui, sociólogo panameño, destaca por su amplitud, consistencia y erudición. Como pocos intelectuales de su época, a lo largo de su trayectoria de más de 50 años supo y pudo, con una solvencia inusual, involucrarse en el estudio de diversos temas y problemas referidos a Panamá, América Latina y el mundo. Fue un lector insaciable. Crítico incansable, riguroso y siempre informado. Conocedor de la estructura social y de sus actores. Un investigador con la sensibilidad, la visión, el compromiso y, sobre todo, el ímpetu necesario para articular sus preocupaciones académicas con su permanente militancia política. Como suele pasar con todo intelectual y pensador, fue influido por el contexto de origen y por el periodo histórico que vivió. Su obra habla de una época, el largo siglo XX y lo que va del actual, enfocada al análisis de las contradicciones y vicisitudes de la estructura social interna de la formación social panameña, determinadas por las condiciones de dependencia y sometimiento imperial impuestas desde su nacimiento como República. De ahí que las particularidades de la estructura social del país, marcadas por dicha condición de 'excepción', ocuparan un lugar central en su obra y, conectado a ello, el tema de la geopolítica de Estados Unidos y su relación con la región latinoamericana y el mundo formaran parte fundamental y permanente de sus preocupaciones académicas y políticas.
De lo anterior, se colige el tránsito necesario de Gandásegui del estudio de la sociedad nacional al del sistema capitalista mundial, y no resulta extraño ni circunstancial su enorme empeño por el estudio de Estados Unidos y la crisis del capitalismo global —al que se enfocó, por lo menos durante sus últimos tres lustros— y que su legado y obra intelectual más madura esté indefectiblemente ligada a la gestación, coordinación y producción académica en torno al Grupo de Trabajo de CLACSO: “Estudios sobre Estados Unidos” (GT). Un grupo amplio e interdisciplinario enfocado al análisis de la crisis del sistema capitalista mundial con énfasis en la tesis compartida de crisis de hegemonía de Estados Unidos, conformado por intelectuales latinoamericanos como Theotonio Dos Santos, Orlando Caputo, Carlos Eduardo Martins, Luis Suárez, John Saxe-Fernández, Jaime Zuluaga, Darío Salinas, Ángel Quintero, Gladys Hernández, Jorge Hernández, Leandro Morgenfeld, entre otros intelectuales latinoamericanos ampliamente conocidos, con la eventual participación de investigadores invitados de Estados Unidos, entre los que destacaron por su cercanía y apoyo académico decidido, Immanuel Wallerstein, Ricardo Dello Buono y Ronald Chilcote. La iniciativa formal de creación del grupo no provino directamente de Gandásegui, surgió a propuesta de Atilio Boron, durante la fase final de su gestión como Secretario Ejecutivo de CLACSO, pero fue bien recibida, acogida, ampliada y materializada por Gandásegui en 2004.Ya de por sí, la iniciativa formaba parte del ámbito de sus preocupaciones académicas y políticas, reflejada en varias de sus publicaciones previas.
La crisis de hegemonía de Estados Unidos fue entendida como la pérdida o agotamiento de la estructura económica, la organización política y los instrumentos de orientación ideológica creados con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, necesarios para el mantenimiento de un orden mundial estable, con el país como epicentro de la dominación. El GT asumió los conceptos de crisis y hegemonía en sentido amplio: el primero, como momento de cambio marcado por la incertidumbre, y el segundo, apegado a la concepción gramsciana, desde “una perspectiva integral”, como capacidad de conducir, guiar, orientar, comandar, dirigir, liderar, gobernar, dominar o establecer alianzas sobre bases de consenso, que opera no sólo en los ámbitos económicos y políticos, sino también en el campo ideológico, intelectual y moral de las estructuras de poder y la sociedad civil, nacionales y globales. La noción de hegemonía, en dicha concepción, enlaza los conceptos de dominación y capacidad de legitimación. Se asume desde dos perspectivas o componentes complementarias, aunque no necesariamente coincidentes. La global, representada por el centro o imperio y su capacidad para imponer a las periferias su proyecto de dominación económico, cultural, político e ideológico, y la interna, que refiere a las condiciones nacionales, a la estructura de poder, las contradicciones de clases y grupos de intereses, así como la legitimidad con la que se configuray reproduce dicho orden interno de dominación social (Gandásegui, 2007a; Castillo y Gandásegui, 2010).
En términos de su operatividad, en congruencia con los intereses y alcances de la investigación desarrollada por el grupo, se adoptaron tres dimensiones de análisis: la que vincula la crisis de hegemonía de Estados Unidos con el entorno capitalista y la geopolítica mundial; la que otorga preeminencia a las contradicciones internas, en particular a la estructura de poder, a los actores sociales y políticos, así como al deterioro de las condiciones de bienestar surgidas del modelo impulsado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, degradadas en el contexto de la globalización neoliberal; y la enfocada a la caracterización de la nueva política exterior hacia América Latina, sus aspectos de continuidad o rupturas, y sus consecuencias de corto, mediano y largo plazo. La noción y el carácter de la crisis de hegemonía fueron asumidas y compartidas por el grupo sin mayores tensiones. No así los posicionamientos sobre sus causas y eventuales consecuencias inmediatas y de largo plazo para el mundo, pero especialmente para Estados Unidos y la región. Gandásegui, congruente con su perspectiva teórica y metodológica, y el espíritu de creación del grupo orientado al conocimiento de Estados Unidos, privilegió el estudio de sus condiciones internas, poniendo énfasis en la estructura de poder, en la composición de clases y en los cambios recientes de los actores y grupos dominantes.
La crisis de hegemonía y el modelo económico neoliberal
En la perspectiva de Gandásegui (2007a), la noción de hegemonía y, por consiguiente, la crisis de ésta, no puede desentenderse de los conceptos de globalización y neoliberalismo, como tampoco de la noción de imperialismo, necesarios para dar cuenta de los procesos sociales actuales. El contexto es la crisis de desarrollo capitalista mundial que se hizo sentir particularmente en Estados Unidos desde mediados de la década de 1970, con la drástica caída de la tasa de ganancia capitalista (Gandásegui, 2007a; Castillo, 2010 y 2012); resultado, por un lado, del agotamiento de las estructuras creadas por el sistema con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, orientadas a garantizar su hegemonía a escala planetaria y, por el otro, consecuencia del avance social y político alcanzado por la clase trabajadora en el país y el mundo. Gandásegui no avaló directa y explícitamente el concepto de globalización, con lo que dejó abierta la eventual utilidad de conceptos clásicos como el de imperialismo, según él “capaz de explicar la expansión del capitalismo” (Gandásegui, 2007a: 18). No obstante, el entorno del debate sobre el nuevo carácter de la sociedad global le sirvió de marco de referencia contextual de la crisis de hegemonía de Estados Unidos, en el contexto de la crisis del capitalismo global, definida por Wallerstein como crisis del sistema mundo capitalista.
Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en una potencia con capacidad de dominación, control e influencia a escala planetaria. Bell, antes que Wallerstein, inclusive, sostuvo que a partir de ese momento “Estados Unidos comenzó a ejercer una influencia predominante, si no la hegemonía”. Desde entonces, hasta mediados de la década de 1970, fue una potencia con total dominio y control sobre el mercado mundial, con una insuperable capacidad militar y una vasta influencia cultural con capacidad de imponer su cultura y valores sobre el resto de los países del mundo. De ahí que, según Bell, para cualquiera que hubiese examinado la situación de Estados Unidos a comienzos del decenio de 1960, una pregunta sobre las fuentes de la estabilidad política y social habría resultado fuera de lugar. “Estados Unidos parecía por entonces en la cima de su poder [...] El país parecía sereno, seguro de sí mismo y ansioso de promover las amplias, aunque triviales, concepciones del universalismo en asuntos extranjeros y del progreso en lo interno” (Bell, 1977: 191 y 171). No obstante, coincidentemente, la propia rapidez de los cambios generaba y hacía vislumbrar una “sensación de desorientación”.
Wallerstein (2002), planteó como punto de inflexión a finales de la década de 1970, como el momento a partir del cual la hegemonía de Estados Unidos inició un proceso de franco desmoronamiento, que sólo mantuvo en el ámbito de la geopolítica, en circunstancias limitadas en las que pudo imponer sus decisiones estratégicas globales. Su hegemonía había entrado en un estado de degradación, colapso y decadencia. En un claro intento por acotar las consecuencias futuras de la actual dominación capitalista liderada por Estados Unidos, sostuvo que dicha hegemonía “se inició en 1945 y terminó en 1990” —paradójicamente, justo en el momento del fin de la Guerra Fría— y que “en ese periodo, exactamente y no después, Estados Unidos fue la potencia hegemónica de nuestro sistema mundial” (Wallerstein, 2003: 177). Sobre ello, hay casi un total consenso, no así sobre las causas que conllevaron a dicha degradación y, menos aún, sobre su eventual salida. En la perspectiva de Bell (1994), en el futuro previsible, Estados Unidos podría mantener su condición de poder principal, pero no de “poder hegemónico”, ni desde el punto de vista altruista ni como “policía del mundo”. Es decir que, como diría Arrighi, podría “dominar pero sin hegemonía”.
Gandásegui acogió en particular el planteamiento de Wallerstein, pero sólo en su formulación formal, en cuanto al carácter global de la crisis de hegemonía. No así —o por lo menos, no de manera explícita— sobre las causas y contradicciones de fondo y sobre su posible desenlace. El “mito de la omnipotencia” de Estados Unidos ya había sido puesto en cuestión con la derrota en Vietnam, a mediados de la década de 1970, un acontecimiento, en el ámbito geopolítico, señal de su decadencia. Wallerstein entendía que el sistema mundo capitalista que emergió en determinadas circunstancias, cumplidas dichas etapas, está necesariamente condenado a perecer o, más concretamente, destinado a su extinción, en circunstancias similares y coincidentes con la crisis de legitimidad y dominación. Estados Unidos tuvo una verdadera hegemonía cuando era una única potencia globalmente reconocida. Cuando, a pesar de la Guerra Fría, podía ejercer dicho poder, influencia y dominio sin tener que recurrir al uso de la fuerza activa, a la imposición económica y política o, incluso, recurrir a su poderío militar. Dominaba en el mercado mundial y ejercía con solvencia una política exterior de carácter bilateral. Para Wallerstein, el origen, la consecuencia y el signo de la hegemonía “fue la prosperidad” creciente (Wallerstein, 2003: 177); la situación actual, de decadencia estructural; su futuro, al igual que el del sistema mundo, será un colapso final. ¿Qué lo reemplazará? Wallerstein, al no hacer referencia clara en cuanto a los actores y a las fuerzas sociales y políticas internas y externas involucradas, percibió un futuro lejos de lo inevitable y carente de alternativa, pero “determinado en esta transición”, cuyo resultado no es previsible, sino más bien “extremadamente incierto” (Wallerstein, 2003: 49 y 2002). Esta postura fue sólo medianamente compartida por Arrighi (2007a), para quien la crisis del capitalismo no es una crisis terminal y la crisis de hegemonía de Estados Unidos tampoco implicaba el fin de una hegemonía unipolar, sino por el contrario, su desplazamiento de Washington hacia Pekín.
La crisis del desarrollo capitalista, que impactó especialmente en Estados Unidos a mediados de la década de 1970, impuso medidas de ajuste económico de alcance global, orientadas a contener y, en lo posible, revertir la caída acelerada de la tasa de ganancia en el país y el mundo (Gandásegui, 2007a). Fue con la emergencia del modelo de globalización neoliberal a comienzos de la década de 1980, que la estructura económica transitó de una economía productiva a otra basada en la financiarización económica, y extracción de ganancias por medio de la circulación y especulación y menos de la producción, con la que el país empezó a exhibir debilidad y signos de decadencia. Los capitalistas se vieron orillados a buscar en cualquier lugar del mundo las condiciones idóneas para generar ganancias y atenuar la caída manifiesta de la tasa de beneficios. No obstante, Estados Unidos, a pesar de ser el país más imperialista del mundo, en cierto modo, pareció no ser apto para la globalización, en particular, en lo que refiere a una nueva lógica de competencia económica mundializada y al proceso de asimilación social y cultural, dada su excentricidad y particularismo interno (Castillo, 2018; Rifkin, 2004). En lo económico, en la apreciación de Bell (1994), Estados Unidos, a pesar de su vocación expansiva y 'temperamento' fuerte e individualista, nunca dominó totalmente “el arte de las soluciones colectivas”. La globalización neoliberal introdujo un elemento nuevo para el que nunca ha estado preparado. La lógica imperial es la 'negociación' bilateral o imposición, y no de la competencia abierta. Gandásegui, en congruencia con esta tesis, planteó que “la competencia económica mundial le hacía cada vez más difícil a Estados Unidos conservar su posición hegemónica sobre los demás países, tanto desarrollados como ‘emergentes’” (Gandásegui, 2012: 137).
Gandásegui asumió la legitimidad e importancia del debate en torno al concepto de globalización —reiterada en sus escritos sobre la crisis capitalista mundial—, como referente necesario para la comprensión de la dinámica y contradic-ciones del capitalismo en la fase tardía. Fue poco proclive a la etiquetación o reformulación de conceptos y más propenso a la caracterización y análisis de los procesos sociales implicados en su desarrollo, así como los alcances y las consecuencias teóricas y políticas de los distintos posicionamientos, propuestas y formulaciones teóricas. En todo caso, priorizó el análisis de la crisis capitalista mundial con repercusiones especialmente en Estados Unidos a mediados de la década de 1970, la cual conllevó a la aplicación de medidas de ajuste a escala global, dirigidas a contener y en lo posible revertir la tendencia de caída sistemática de la ganancia capitalista. El neoliberalismo lo entendió, como tal, como el modelo estratégico de transferencia de riqueza que buscaba solventar dicha contradicción a fin de maximizar la ganancia capitalista a expensas de la sobreexplotación del trabajo y la apropiación de riquezas acumuladas vía la desposesión y el despojo de bienes (Gandásegui, 2007a; Harvey, 2005; Castillo, 2010 y 2012). En este sentido, desde la perspectiva de Gandásegui, “la crisis del capitalismo no es igual a la crisis del neoliberalismo” (Gandásegui, 2012: 143).
Según él:
El neoliberalismo es una estrategia política para mitigar la crisis del capitalismo que, a partir de los años setenta, dejó de generar las ganancias necesarias para reproducir el sistema de acumulación de riquezas. El neoliberalismo pretendió contribuir a la mitigación de la crisis mediante tres acciones concretas: la globalización, la desregulación y la flexibilización (Gandásegui, 2012: 143).
Los reajustes económicos promovidos en la década de 1970 y profundizados en las siguientes dos décadas (Gandásegui, 2010: 206) estuvieron orientados al restablecimiento de la acumulación y reversión de la tasa de ganancia capitalista, en un esfuerzo de expansión global y profundización de los mecanismos de sobreexplotación de trabajo, con los que acentuaba las contradicciones de clase internas. Gandásegui y Castillo coincidieron en que el éxito o el fracaso de dicho modelo económico y político neoliberal, puede ser visto en función de sus objetivos perseguidos y de la capacidad o no de la fracción de la clase social dominante para imponer su proyecto económico, social y político o en relación con las consecuencias adversas generadas sobre la clase trabajadora y las condiciones generales de bienestar social de la población (Gandásegui, 2007a; Castillo, 2007a; 2010 y 2019). Gandásegui sostuvo, al respecto, que “cuando se habla de éxito o fracaso de las políticas neoliberales, se está haciendo referencia a su capacidad para frenar la caída de la tasa de ganancia de los capitalistas” (Gandásegui, 2007a: 17). El neoliberalismo, como política concebida para debilitar y desarticular a la clase obrera, “aparentemente tuvo todo el éxito esperado entre sus arquitectos”, pero, según él, coincidiendo con la tesis de Wallerstein, “no resucitó al capitalismo como sistema” (Gandásegui, 2012: 156). En la concepción de Gandásegui, la paradoja es inevitable e insalvable: la derrota de la clase obrera, por un lado, entrañó por consecuencia el fin de las altas tasas de ganancia capitalista, por el otro, acentuó la tendencia hacia la pauperización de la clase trabajadora (Gandásegui, 2012).
La crisis de hegemonía de Estados Unidos es, en gran parte, económica y social, derivada del fracaso del neoliberalismo como alternativa a la crisis de acumulación y sus consecuencias sociales, pero sobre todo, el resultado de los cambios en las estructuras de poder. Bell argumenta que el sostén supremo de todo orden social descansa en su capacidad de adaptación, lo que implica la “aceptación por parte de la población” de la justificación moral de su autoridad y dominio; es decir, en la legitimidad del sistema político (Bell, 1977: 82-83). Ubica en dicho ámbito la debilidad del capitalismo estadounidense. La crisis de hegemonía es, en este sentido, también el quiebre o ruptura del pacto social o, lo que es igual, el resultado de la incapacidad para recobrar el consenso social y político que surgió y prevaleció después de la Segunda Guerra Mundial y que, en términos políticos y geopolíticos, cobró fuerza en el contexto de la Guerra Fría. La amenaza externa no sólo operaba como un factor de legitimación en los límites de las estrategias de control promovidas fuera de las fronteras, sino particularmente como un elemento de cohesión social, al que se podía recurrir cuando la legitimidad “interna” diera signos de debilitamiento. De ahí que el fin de la Guerra Fría, contrario a lo esperado en términos de la consolidación de un sistema internacional “unipolar”, que pudiera repercutir en el restablecimiento de la hegemonía erosionada, por el contrario, en el ámbito interno dejó de servir como factor de legitimación y cohesión nacional al que se pudiera apelar, más allá de las contradicciones sociales y políticas generadas por el sistema económico.
La crisis interna es quizá menos económica que social y política. La cuestión externa unía a la sociedad nacional, atenuando y diluyendo las contradicciones internas. Ello explica, en cierto modo, la paradoja de la pérdida de hegemonía justo cuando parecía inminente la posibilidad de imponerse un orden unipolar con posterioridad a la caída de la Unión Soviética. El colapso soviético tuvo dos efectos contradictorios: por un lado, dejó a Estados Unidos sin un enemigo que le permitiera mantener y desarrollar su “economía de guerra” (Gandásegui, 2012: 145), y por el otro, perdió un “recurso” político al que podía apelar en aras de asegurar la legitimidad interna del sistema económico y político. Este factor inédito de cohesión, a diferencia de otros países en los que, por ejemplo, la oposición a un gobierno no necesariamente compromete el interés y lealtad a la nación, en el caso de Estados Unidos los conjugaba, por lo que, por lo menos hasta el fin de la Guerra Fría, esta distinción no fue necesaria, resultado del vasto consenso generado por el entorno geopolítico, al que se incitaba cuando así se requiriera dadas las “presiones” internas.
La pérdida de hegemonía de Estados Unidos no se comprende sino es en el contexto global, pero su agudización se produce “dentro de sus propias fronteras” (Castillo y Gandasegui, 2012: 24). No es casual que Gandásegui, quien privilegiara el estudio de las condiciones internas, así como la comprensión y el carácter particular de la sociedad estadounidense, haya puesto especial interés en la estructura de poder, en la composición de clases y en los cambios recientes de los actores y grupos dominantes, así como en el lugar que pasó a ocupar la clase trabajadora en el contexto del modelo neoliberal. No obstante, Gandásegui fue enfático en esta consideración, sobre la manera en que la correlación de fuerzas sociales a escala mundial cambió aceleradamente con la crisis capitalista e instauración del modelo neoliberal, planteado como posible salida, por lo que precisó: “no es un problema de competencia entre naciones o Estados”, al mismo tiempo que señaló como en gran parte de los estudios y posicionamiento al respecto “faltan los actores sociales” (Gandásegui, 2017: 68).
La estructura de poder. La ruptura del pacto social y las nuevas condiciones de bienestar social
Gandásegui, contrario a Wallerstein e incluso a Arrighi, con quienes compartió la tesis sobre el carácter de la crisis de hegemonía como resultado de la “crisis del desarrollo capitalista” y sus contradicciones globales inherentes, se planteó la interrogante respecto de la capacidad de la clase capitalista tradicional estadounidense para enfrentar dicha crisis en el ámbito de la producción y restablecer el control y dominio en los ámbitos sociales y políticos (Gandásegui, 2007a; 2010 y 2012). No asumió la crisis de hegemonía, o por lo menos no en primera instancia, como resultado de la confrontación “abstracta” entre países o naciones, sino que, por el contrario, privilegió la centralidad de la estructura de poder y el análisis de clases, la constitución de los actores y sus proyectos implícitos y explícitos, así como su capacidad de influencia interna y sus proyecciones y consecuencias globales. Para Gandásegui, “la pérdida de hegemonía de Estados Unidos” tiene su origen y agudización social y política “dentro de sus propias fronteras” (Castillo y Gandásegui, 2012: 24). La crisis de hegemonía no es sólo externa en el sentido restringido que le confiere la dimensión geopolítica, sino por el contrario, el resultado de la pérdida de liderazgo, credibilidad y legitimación de la clase dominante y de sus posibilidades de poder ejercer y mantener su dominación en la esfera mundial.
En Estados Unidos existe una estructura de poder muy particular representada por una clase nacional superior, realmente gobernante o élite, conocida como el establishment, surgida del proceso de expansión y desarrollo capitalista en el país. Como señala Bell, “lo importante con respecto a Estados Unidos en la década y media siguiente a la Segunda Guerra Mundial fue que surgió una élite política más o menos coherente, que proporcionó un liderazgo firme en el campo de la política exterior” (Bell, 1994: 192). La emergencia como país hegemónico en la geopolítica mundial tuvo como correlato el surgimiento de una nueva élite política interna, una clase con liderazgo y hegemonía plena. Esta clase superior nacional en términos económicos, conformada por grupos de empresarios vinculados a grandes negocios, una forma particular de aristocracia muy acaudalada y desproporcionadamente rica, también lo fue en términos políticos, caracterizada por sus vínculos o lazos de parentescos y familiares, con capacidad reconocida de cooptación e influencia en las decisiones políticas internas. Esta clase se distingue de las oligarquías tradicionales de otros países, al tener un origen y desarrollo muy particular; no surgida ni ligada a la subsistencia de formas precapitalistas de dominación. Nació y se hizo nacional en la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con el auge del capitalismo industrial y se fortaleció un siglo después en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En la perspectiva de Bell, es un hecho que “en las últimas décadas, la influencia de esa importante élite política ha estado esfumándose” (Bell, 1994: 192), y que no ha surgido ninguna otra con la capacidad y autoridad política interna y externa capaz de restablecer la pérdida de liderazgo, el control y la hegemonía. El cambio estriba no sólo en la cantidad de riqueza que concentra, en un contexto de enorme desigualdad social, sino particularmente diferenciada por el proyecto de clase que la vincula al capital financiero, ante su abandono del proyecto de desarrollo industrial al que originalmente estuvo ligada. La disputa, en este sentido, no es trivial. El cambio en la estructura económica tiene consecuencias directas sobre la estructura de poder y sobre el carácter que define a dicha clase o élite económica, en el ámbito político. De ahí que parte del debate, al respecto, coloque de un lado a quienes asumen que dicha “clase superior” o el establishment sigue siendo esa clase gobernante y, del otro lado, en particular para los más pluralistas, que sostienen que ésta “ya no es una ‘clase gobernante’” (Domhoff, 2003: 201). En uno u otro sentido, lo que parece real es el hecho de haber perdido poder en el contexto del desarrollo del modelo neoliberal, con el giro y predominio del capital financiero, dando lugar a la crisis de credibilidad, legitimidad y consenso interno en el país.
La disputa entre los dos sectores de la clase dominante y sus proyectos económicos y sociales se ha hecho cada vez más patente: uno globalizador, partidario de un “nuevo orden”, orientado a la disolución de las fronteras nacionales en aras de la conformación de un sistema mundial en competencia y, el otro, enfocado en el fortalecimiento del Estado-nación, ligado a la clase capitalista nacional y al rescate del sector industrial desplazado con la instauración del modelo neoliberal. Se trata, según Gandásegui, de la pugna entre dos proyectos alternativos de país vinculados a la dinámica capitalista mundial: uno, representado, promovido e impulsado por el establishment, quizá más moderno y más consolidado, que pudo imponerse desde mediados de la década de 1970, con la instauración del modelo neoliberal, hasta la gestión de Obama, que postula un “nuevo orden” global, defendido por los partidarios de la globalización neoliberal y, el otro proyecto, conservador, conformado por un sector de la clase oligarca estadounidense promotora de la llamada “política de equilibrio”, que plantea el restablecimiento de un orden global mundial estable, resultado del concurso del sistema de naciones y Estados en lucha por la dominación global (Gandásegui, 2018). La elección de Trump en 2016 puso en evidencia esta disputa interna, pero a la vez, exhibió el desgaste y debilitamiento del proyecto supuestamente hegemónico, en evidente crisis de legitimidad y pérdida de apoyo social, ante el planteamiento de Trump de rechazo a la ideología de la globalización y defensa del proteccionismo económico, el rescate del sector industrial y “volver a ser grande a Estados Unidos”. Dicha proclama hizo eco entre un sector amplio de la clase media pero, sobre todo, en la clase trabajadora, sensiblemente afectada por la política neoliberal a lo largo de más de tres décadas.
Quizá el factor que más ha contribuido a dicho debilitamiento deriva de las consecuencias del paso de una economía productora de bienes a una de servicios. El neoliberalismo, como “proyecto de clase” (Harvey, 2013), no sólo desplazó la hegemonía del capital industrial nacional por la del capital financiero y sectores ligados a ésta; sino que, en lo fundamental conllevó la desarticulación de la clase obrera, al relegarla de la fábrica a actividades de servicio, en muchos casos, en condiciones de informalidad, así como de su organización política natural en torno a los sindicatos y, a través de ello, a la pérdida de las conquistas logradas durante la fase anterior, mediante el pacto social entre las tres fuerzas sociales: capital-Estado-trabajadores alcanzado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. El neoliberalismo no funda la acumulación sólo en la explotación ampliada del trabajo, sino también recreando mecanismos propios de la fase de acumulación originaria, en lo que Harvey (2005) define como “acumulación por despojo” o desposesión; es decir, en la apropiación deliberada, el saqueo, la rapiña o el robo. El sistema puede, como en efecto lo hace, recurrir al acaparamiento de las riquezas acumuladas, pero, en el mediano y largo plazo, necesariamente requiere para su subsistencia y ampliación de la generación permanente de ella o, de lo contrario, profundiza sus contradicciones. Gandásegui, al respecto, advierte con total acierto que “el sistema capitalista funciona cuando genera ganancias que se extraen del trabajo” (Gandásegui, 2017b: 67).
De ahí que el reto que impone la crisis de hegemonía y su eventual salida sea doble: no sólo para la clase capitalista que intenta maximizar sus beneficios a costa de la intensificación de la explotación del trabajo dentro y fuera de las fronteras, e incrementar sus beneficios por otras vías alternas; sino también para la clase trabajadora y para una parte importante de las clases medias que, ante el debilitamiento de sus organizaciones políticas tradicionales, han sido sistemáticamente despojadas de sus beneficios sociales (Castillo y Gandásegui, 2012; Castillo, 2007, 2012 y 2018). En dicho entorno, el segmento de los más ricos ha aumentado estrepitosamente sus riquezas, en circunstancias en que las clases medias y, particularmente el sector de los trabajadores de “cuello azul” y, entre ellos, los jóvenes y, en general, las minorías étnicas y migrantes han sido mayoritariamente relegadas al desempleo, a la informalidad y al empleo precario. En este contexto, Estados Unidos dejó de ser la máquina generadora de empleo característica de la fase del modelo industrializador, instaurado posterior a la Segunda Guerra Mundial, manteniendo actualmente indicadores de desarrollo humano muy por debajo de algunos países desarrollados integrantes de la OCDE, con uno de los mayores índices de desigualdad y pobreza (Castillo, 2007 y 2020).
La nueva pirámide social que emerge de la crisis de hegemonía no se parece a la estructura social prevaleciente en Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX. La crisis no sólo representa un reto para la clase tradicional dominante, también un desafío para la clase obrera que ha sido arrinconada. La clase capitalista quiere regresar a la tasa de ganancia del siglo pasado. A su vez, los trabajadores añoran la estabilidad de sus empleos. Los capitalistas buscarán en cualquier parte del mundo las condiciones para generar ganancias (Castillo y Gandásegui, 2012: 24-25; Gandásegui, 2017: 26).
La derrota de la clase obrera puso fin al “pacto social” instaurado con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, la cual marcó el desenlace de la recesión de finales de la década de 1920 y consolidó la alianza populista conformada por la tríada capital-Estado-trabajadores, con base en un modelo de Estado de bienestar, aunque con alcances limitados. El neoliberalismo implicó su ruptura política, con el cual no sólo desarticuló el trabajo, sino también se erosionaron los fundamentos propios de la estructura política, con consecuencias sobre el sistema de partidos, en cierto modo “anómalo” por su carácter bipartidista, muy particular de Estados Unidos, con la pérdida de oportunidades y el incremento de las desigualdades de ingreso “los ideales de la democracia se estancaron” (Skocpol, 2005, citada por Gandásegui, 2010: 189). En el país, según la misma autora, el debilitamiento creciente de la participación política es mucho más sentido en los estratos sociales más bajos de la estructura social, precisamente en los sectores más afectados por la política neoliberal, con lo que la capacidad de los partidos para movilizar sus antiguas bases sociales ha disminuido. El vínculo con las “viejas bases” democráticas, como los sindicatos, clubes y otros, “se han debilitado y, en muchos casos, han desaparecido” (Gandásegui, 2010: 193).
De ahí que la derrota política de la clase obrera de Estados Unidos no sólo erosionó las fuentes de sustentación económica, con consecuencias adversas sobre los mecanismos que sustentan el proceso de acumulación y recuperación y mantenimiento de la tasa de beneficios capitalistas en el mediano y largo plazo, sino también sobre sus organizaciones sociales y políticas. La organización sindical, jugó un papel central en el proceso de politización de sus miembros entre las décadas de 1930 y 1970, pero con el debilitamiento de los sindicatos y la pérdida de participación política propia de dicha democracia, también se ha puesto en juego la legitimidad y viabilidad de la estructura de poder. En dicho periodo, la clase trabajadora fue diferencialmente cooptada por los dos partidos hegemónicos, el Partido Republicano y el Partido Demócrata. La crisis de hegemonía introdujo una contradicción “insalvable” propia del modelo económico y político, en relación con la caída de “las altas tasas de ganancia” capitalistas (Gandásegui, 2017: 69). De ahí que, según Gandásegui, dado el carácter estructural de la crisis de hegemonía, los cambios en la estructura de poder y, particularmente, la desarticulación de la clase trabajadora, su salida no sólo dependerá del restablecimiento del crecimiento económico y de los cambios de orientación en la estrategia geopolítica, sino, sobre todo, en las instancias de legitimación política interna, por lo que “cualquier salida de la actual crisis arrojará como resultado una nueva organización social y espacial de la sociedad y una correlación de fuerzas distinta entre las clases sociales” (Gandásegui, 2012: 137).
Consideraciones finales
Aunque quizá Gandásegui no lo hizo con la amplitud suficiente, se deduce de su planteamiento haber interpretado la globalización no sólo como una “etapa” del capitalismo en la fase tardía, definida por su carácter global y expansivo, sino, en todo caso, como consecuencia de su crisis, y la emergencia de un modelo estratégico con el que se intentó solventar la situación de crisis del sistema capitalista global, perceptible particularmente en Estados Unidos, desde mediados de la década de 1970. La globalización es la “globalización neoliberal”, el neoliberalismo; en este sentido, caracterizada por la expansión y colonización de nuevos espacios, con la que se recrean viejos mecanismos de apropiación e introduce nuevas formas de explotación y gestión del trabajo. La crisis es la crisis de acumulación, resultado del agotamiento de las estructuras creadas por la clase capitalista dominante en el siglo XIX y principio del XX, y del control y liderazgo de Estados Unidos con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial. En el nuevo entorno, este país pasó a ser el centro de la crisis capitalista mundial (Gandásegui, 2012). De ahí que Gandásegui, por un lado planteara la crisis de hegemonía de Estados Unidos como un fenómeno que “es global”, pero por el otro, enfatizara en el análisis de la estructura y formación social estadounidense; y se interrogara sobre la capacidad o no de la clase capitalista o burguesía interna de dicho país para “enfrentar la crisis de hegemonía” (Gandásegui, 2007a: 16).
La crisis de hegemonía es la crisis de legitimación, como t al de credibilidad sobre la que inciden incluso factores económicos, sociales, demográficos, ideológicos, políticos e, incluso, étnicos. La amenaza externa como factor de cohesión fue trasladada al interior del país. La movilidad social y la capacidad para ella ofrecida por el sistema es una de sus características sustantivas, por lo menos desde la fase abierta con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial hasta adentrado el modelo neoliberal, en las décadas de 1980 y 1990. En cierto modo, con el modelo neoliberal Estados Unidos se “tercermundializó”, al trasladar aspectos propios de las condiciones de dependencias y explotación del trabajo de los países periféricos dentro de sus fronteras. Hizo depender el proceso de acumulación cada vez menos de su capacidad productiva y cada vez más de la sobrexplotación r elativa o intensificada de su fuerza de trabajo. La caída recurrente de su productividad, aunada a la flexibilización y desregulación de la producción, incrementaron la precariedad laboral (Castillo, 2020: 3). El incremento de las desigualdades económicas repercutió en la tendencia cada vez más notoria de debilitamiento y disminución de la democracia, ligada a la transformación de los partidos políticos hegemónicos en Estados Unidos.
Finalmente, cabe indicar que cualquier intento de caracterización, ubicación, interpretación, síntesis o periodización de la obra de Gandásegui podría enfrentar el riesgo de caer en excesivas simplificaciones. La importancia del conocimiento de la sociedad estadounidense y su estructura social, se mantienen, lo que no amerita ninguna justificación adicional. América Latina, en la perspectiva de Atilio Boron, “fue la primera región del mundo para la cual Estados Unidos diseñó explícitamente una política exterior” (Boron, 2007: 7), en referencia a la doctrina Monroe, creada en 1823; casi coincidente con la culminación de los procesos de independencia de las colonias de América de la corona española; augurando los designios de intromisión y dominación imperial sobre la región y la precoz importancia otorgada sobre su conocimiento, necesario e indispensable para el logro de dichos objetivos. Gandásegui, al respecto, pareció aún más radical al plantear que dicho país “desde su independencia, y quizá antes, nunca consideró a la América al sur de sus fronteras como región que debería considerar parte de su política exterior”, ya que, por el contrario, “siempre la ha considerado como una parte integral de su política interior” (Gandásegui, 2018: 132).
En el marco del GT, caracterizado por el permanente intercambio de ideas y el debate con sentido crítico, Gandásegui no sólo sobresalió por sus aportaciones siempre oportunas, audaces y propositivas, sino también por su notable influencia, liderazgo reconocido, entereza, empeño, motivación y dedicación a las actividades e iniciativas promovidas por el grupo, con lo que le imprimía un constante dinamismo a la reflexión colectiva al interior del grupo y en las redes académicas vinculadas a la temática en la región, en Estados Unidos y más allá del continente. No obstante, los énfasis, enfoques y posicionamientos divergentes en el GT, las discrepancias no resultaron ser un obstáculo para el desarrollo, la consolidación y materialización de sus aportaciones, sino, por el contrario, sirvieron —y lo siguen siendo— como motivo de aliento que fomenta y enriquece el debate crítico en el seno del colectivo.
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Notas de autor
A Marco A. Gandásegui, h.
Fundador, líder incansable y referente permanente del Grupo de trabajo CLACSO: "Estudios sobre Estados Unidos".