HOMENAJE
Había regresado a Panamá desde Nueva York en el verano de 1996. Ya en mayo había nacido mi segundo hijo y me encontraba con algunos proyectos de arquitectura que me permitían dedicar parte del tiempo al trabajo voluntario en la ciudad de Colón, donde se había formado un movimiento social contra la destrucción de sus más importantes espacios públicos costaneros. Al frente del movimiento estaba, entre otros, el Padre Alan MacLellan, un experimentado luchador social del ala izquierdo de la Iglesia católica. También era neoyorkino, de Brooklyn para ser preciso, por tanto, nos entendíamos muy bien. La humilde oficina de Alan en la casa cural de Avenida Meléndez era el reflejo del hombre: bajo la mirada de una rudimentaria imagen en madera del Cristo crucificado, un par de escritorios con una computadora, varias impresoras, un viejo aparato de imprenta manual, y un montón de panfletos y afiches llamando a la movilización contra la codicia y especulación urbana rampante. No era la oficina de un cura que uno pudiera haber esperado, si no el taller de un cura-militante cuyo trabajo se extendía mucho más allá de administrar asuntos litúrgicos y parroquiales; Alan abrazaba y acompañaba activamente a un movimiento popular urbano que luchaba por una ciudad más justa y equitativa, en este mundo y en ese momento.
El trabajo con Alan en Colón me llevó a conocer, en un encuentro de fin del año en el barrio de Perejil, a Janio Castillo, un joven estudiante de sociología de la Universidad de Panamá. Resulta que Janio había conocido al Padre Alan cuando éste se encargaba de la parroquia de Volcán, donde se había fundado el Centro de Formación Héctor Gallego. Al saber de la situación en Colón, Janio me invitó a conocer a un grupo de investigadores sociales y a un profesor en particular, que seguramente tendrían algo que aportar al movimiento. Pocas semanas después, en enero de 1997, me llamó Janio para invitarme a una reunión del CELA, en esos tiempos ubicado en la planta baja de una casa de apartamentos en la Calle F del barrio El Cangrejo. Recuerdo lo extraordinario que fue para mí, sentarme a conversar sobre Colón, los movimientos sociales y ‘la cuestión urbana’ con Marco Gandásegui, Carmen Miró, Manuel Zárate, Alvaro Uribe, Janio y otros; en especial, recuerdo la impresionante agudeza de las contribuciones de cada uno y la manera fluida en que corrieron diversas perspectivas y aportes críticos. Al terminar el encuentro, habíamos acordado sumar al CELA al proyecto de Colón e ir trabajando juntos en futuros proyectos. Debo admitir que, al caminar de regreso a mi oficina en la José Martí, con unas ediciones de la revista Tareas bajo el hombro, sentí el sublime placer de haber salido de una especie de jardín filosófico; de haber conocido, en carne propia, un evento intelectual excepcional.
Efectivamente, la colaboración con el CELA siguió su curso, hasta que me sumé como investigador asociado al final del año. En ese espacio, tuve la oportunidad de conocer el cuerpo de trabajo investigativo, ya bastante desarrollado, por cierto, de mis compañeros; el de Marco sobresalió por una visión panorámica de la sociedad panameña y su complicada relación con la democracia. Si bien Ricaurte Soler ofreció el primer acercamiento crítico a la idea de nación inscrito en el liberalismo de Justo Arosemena, problematizándolo dentro de la realidad de una oligarquía subordinada al imperialismo, Marco lo extendió mediante el análisis de las relaciones sociales y el poder en la era poscolonial. Sus estudios sobre la concentración del poder económico, la fuerza del trabajo en el agro y otros aspectos de la realidad nacional se desarrollaban desde una sólida base teórica, utilizando la investigación empírica para su articulación. La precisión de sus observaciones sobre la estructura social del país desde principios de la década de 1980 todavía mantiene su validez. Igualmente, su muy criticada pero bien informada oposición al proyecto de expansión del Canal de Panamá en 2006, pareciera ser vindicada frente a los hoy evidentemente erróneos escenarios institucionales, ambientales y geopolíticos promovidos por sus promotores. La relación comercial construida entre Panamá y el mundo también obligó al estudio de la dinámica internacional y la competencia entre intereses hegemónicos a nivel de estados. De hecho, quedó reflejado en sus recientes estudios sobre la problemática China-Estados Unidos.
Paralelamente a la investigación, Marco dirigió con una constante destreza organizativa el CELA y me impresionó la serenidad en que balanceaba las múltiples tareas del centro con sus responsabilidades académicas, políticas y familiares. Por cierto, en el CELA Marco dependía de la excelente labor de su querida compañera Valeria Neumann, encargada de asegurar la publicación de la revista Tareas, así como de los dos secretarios generales que yo he conocido, Janio Castillo y Azael Carrera. Tanto Janio como Azael habían sido estudiantes de Marco en el Departamento de Sociología de la Universidad de Panamá; hasta hoy y a pesar de su siempre humilde estado financiero, el CELA ha podido atraer a excelentes estudiantes de la Facultad de Humanidades, sea como investigadores asociados o asistentes administrativos. Eso es gracias al respeto, confianza y cariño que Marco había ganado de sus alumnos en el salón de clases. Al CELA le queda un esfuerzo titánico, seguir adelante sin la mano de Marco en el timón; sin embargo, nos ha dejado una tripulación de jóvenes altamente capacitados y comprometidos que seguramente mantendrán el buen curso de la nave.
La característica serenidad de Marco en el plano académico-investigativo se replicaba en el ámbito informal de la amistad. Es que Marco era un tipo elegante, y esa elegancia siempre lució más brillante en presencia de Valeria. No me refiero a la pseudo-elegancia superficial, si no de la expresión sincera de una harmonía interna. Para Beatriz y yo, fue siempre un momento feliz el ser recibido en la puerta del nítido apartamento en la calle Alberto Navarro por Marco y Valeria, para luego compartir de una sabrosísima cena y de largas y divertidas conversaciones entre amigos en el balcón, con la ciudad iluminada de trasfondo. Sin embargo, en la esfera pública, a Marco no le temía la polémica, ya que la naturaleza de su trabajo como intelectual y activista lo exigía. En los debates, era un crítico feroz del establishment político-económico y un apasionado defensor de la justicia social; en el escenario tenía un estilo pugilístico que lo hizo un formidable opositor, y por supuesto a él no le faltaban opositores. Mas parecido a un Alí que a un Durán, Marco era bien adiestrado en sus movimientos; evadiendo los embates más furiosos, con un jab constante y el contra-golpe sorprendente, llevaba a sus opositores a la derrota por cansancio o, si fuera necesario, a la lona con un poderoso golpe contundente.
En mi último encuentro con Marco, Valeria y su hijo Marco Antonio, hablábamos de sus años en la ciudad de Nueva York, cuando su padre era representante de Panamá en las Naciones Unidas. Creo que esa experiencia le sirvió para dotar su personalidad con lo mejor del neoyorkino; un espíritu luchador tolerante de la diversidad y un sentido de humor marcado por la ironía y la perseverancia frente a los obstáculos. Así como su buen amigo George Priestley, panameño-neoyorkino y uno de los más destacados investigadores sociales asociados al CELA, Marco supo aprovechar sus experiencias en diversos ámbitos para desarrollar un sofisticado acercamiento a la conflictiva naturaleza de las relaciones sociales e internacionales. Como estudiantes de doctorado en Nueva York, Marco y George frecuentaban las oficinas de la revista Monthly Review en Calle 14 en Manhattan, donde de costumbre era posible participar en conversaciones sobre la actualidad socio-política con Paul Sweezy, Harry Magdoff y otros luminarios del marxismo norteamericano. De esta manera Marco enriquecía sus estudios formales de doctorado en el Departamento de Sociología en SUNY-Binghampton, otro excelente ámbito intelectual dirigido por Terence Hopkins, Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi, y otros. A Marco le gustaba recordarme que, hasta hoy, el mejor análisis del surgimiento de China como potencia global había venido de la pluma de Arrighi, cuyo “Adam Smith en Pekín” (2007) sigue siendo por cierto la referencia sine qua non de la historia política-económica moderna de ese país.
La formación de un intelectual es un proceso arduo, pero increíblemente enriquecedor, desarrollado a través de años, tanto en la academia como en ‘la calle’. La historia nos dice que los mejores intelectuales son estos que, como decía Bertolt Brecht de su amigo el compositor Hanns Eisler, esperan ‘con gran gusto’ la posibilidad de una lucha, en cualquier escenario, a favor de la justicia social. Así era Marco, cuya intelectualidad se iba nutriendo constantemente en el escenario de las luchas populares y a plena vista. Marco, el amigo que me extendió la mano para acompañarlo en ese difícil camino al conocimiento, en un mundo que pensamos puede ser cambiado para mejor. Desde la tristeza que sigue a la sorpresa de una muerte repentina e imprevista, he realizado que conociendo a Marco ha significado conocer a una comunidad de personas excepcionales que de alguna manera va formando el perfil de cada uno de nosotros, que nuestro valor como personas proviene de esa comunidad que vamos construyendo. Y el camino sigue, la comunidad crece, y allí está Marco a nuestro lado.
Nueva Suiza, Tierras Altas
5 de mayo de 2020