Ciencias Humanas y Sociales – Foro "José María Cagigal"

Lenguaje metafórico en el mundo del fútbol

Metaphorical Language in the World of Soccer

JAVIER ARRANZ ALBÓ
Universidad Ramon Llull, España
CESH. Comité Europeo de la Historia del Deporte

Lenguaje metafórico en el mundo del fútbol

Apunts Educación Física y Deportes, vol. 33, núm. 129, pp. 26-43, 2017

Institut Nacional d'Educació Física de Catalunya

Recepción: 10/09/2015

Aprobación: 18/05/2016

Resumen: El propósito de este estudio es demostrar que el fútbol actual se ha convertido en un sustituto de la religión. No solo como un hecho trascendente sino como un hecho real. La dimensión planetaria que este ha adquirido en los últimos años, nos puede hacer pensar que el hombre contemporáneo ha depositado su objeto de culto, sus creencias y su anhelo de felicidad en un equipo de fútbol, en su equipo, apropiándose de términos que eran exclusivos de la semántica religiosa. Este trabajo también tiene como objetivo hacerse eco de la existencia, dentro de este ámbito, de todo un conjunto de símbolos y ritos más propios de un lenguaje sacro que del lenguaje profano futbolístico. Para la obtención de resultados utilizaremos una metodología de tipo hermenéutico y lo fundamentaremos en el análisis de fuentes secundarias. Intentamos demostrar cómo la fe, una de las principales características en que se sustenta la religión, ha cambiado su objeto de culto. Es decir, ha pasado de concebirse como un concepto metafísico y trascendente a reducirse y depositarse en un ser humano terrenal, o bien en un colectivo de seres humanos, como puede ser un equipo de fútbol.

Palabras clave: fútbol, religión, sagrado, mitos, ritos.

Abstract: The purpose of this study is to demonstrate that soccer today has become a replacement for religion, not only as a transcendent deed but also as a real fact. The planet-wide scope that soccer has achieved in recent years leads us to believe that contemporary man has made soccer teams his object of worship, beliefs and yearning for happiness, appropriating terms that used to have exclusively religious semantics. Another purpose of this study is to report on the existence, within this field, of an entire set of symbols and rites more common to a sacred language than to the profane language of soccer. To find our results, we use a hermeneutic methodology grounded upon the analysis of secondary sources. We shall try to demonstrate how faith, one of the main features upon which religion is upheld, has changed its object of worship. That is, it has gone from being viewed as a metaphysical, transcendent concept to being reduced to and placed within an earthly human, or a group of human beings, namely soccer teams.

Keywords: soccer, religion, sacred, myths, rites.

Introducción

El fútbol es un fenómeno que ha sido objeto de investigación desde su aparición a mediados de siglo XIX lo que se debe a todo el conjunto de disciplinas humanísticas que este abraza, como pueden ser la sociología y la antropología. En primer lugar, las conclusiones de este estudio nos tendrían que permitir afirmar que el fútbol, desde una perspectiva antropológica, se ha convertido en un marco idóneo para la aparición y el desarrollo de todo un conjunto de rituales, signos y símbolos propios de un contexto religioso, y que reflejan los rasgos más característicos de las sociedades. Por lo tanto, podemos considerar el fútbol como un acontecimiento cultural. Tal como dice Lévi-Strauss “Toda cultura puede considerarse como un conjunto de sistemas simbólicos en cuyo primer plano se sitúan el lenguaje y la religión” (Augé, 1996, p. 47).

El fútbol, en los últimos años, ha adquirido un gran significado social y cultural. Tal como comenta Augé, “Ningún cosmonauta alcanza hoy día la popularidad de un gran deportista” (Augé, 1996, p. 70).

Ignasi Ramonet, nos quería concienciar de su dimensión holística afirmando lo siguiente: “No solo constituye un juego sino un hecho social total” (Ramonet, 2005, p. 17). Por lo tanto, todo aquello que traspasa los umbrales deportivos es algo más que un juego. Actualmente, en el mundo del fútbol, es importante analizar el por qué del uso de una semántica más propia de contextos religiosos que del mundo profano de este. Sin embargo, queremos destacar en este estudio como el interés por el fútbol ha llegado a día de hoy a unos límites insospechados, usurpando, como decíamos, espacios propios de otras disciplinas. Ya no hablamos solo de un lenguaje sino que pretendemos ir más allá y estudiar como el hombre contemporáneo, en su dimensión trascendente, ha cambiado el objeto de culto; ya no hablamos de una fe sustentada en símbolos y signos metafísicos, sino que lo ha depositado en el mismo ser humano, concretamente en la figura de un determinado jugador de fútbol o en un determinado equipo.

En el periodo de modernidad en el que estamos inmersos se está produciendo una pérdida gradual de relevancia sociocultural del fenómeno religioso, pero esta pérdida de protagonismo de la religión en la sociedad occidental contrasta con la aparición de elementos propios del ámbito religioso en otras instituciones culturales, como es el caso del deporte (Osúa, 2010, p. 322)

Así pues, podemos concluir que el fútbol ha sacralizado espacios profanos y lo ha hecho, entre muchas formas posibles, apropiándose de una semántica teológica, más propia de contextos religiosos. Este aspecto semántico ha propiciado convertir los estadios en templos, donde se llevan a cabo rituales en que hay implícitos, como comenta Natalia Goltenboth “Valores típicos de las sociedades actuales” (Goltenboth, 2006, p. 52). En las graderías de los estadios de fútbol, las relaciones sociales se densifican y el entusiasmo desborda los límites de aquello meramente individual. En los encuentros importantes se acostumbra a producir una trascendencia hacia lo sagrado, como si se asistiera a una celebración profana.

No pretende ocupar el de la religión y si bien no pretende encontrar respuestas que den sentido a la vida consigue por unos instantes disfrutar de un orden superior donde desaparecen los problemas cotidianos y donde no hay espacio para cuestiones existenciales, ya que las celebraciones rituales son alegorías con un componente simbólico (Nadal & Mas, 2010, p. 22).

Desmond Morris, en cambio, cree que el fútbol se está apropiando de un espacio y que difumina otros acontecimientos culturales como el hecho religioso. Sobre este aspecto, comenta: “Es indudable la significación religiosa de los eventos futbolísticos; un amplio sector de la población ha sustituido por el fútbol las funciones religiosas” (Morris, 1982, p. 19).

Metodología

La metodología utilizada para la elaboración de esta investigación o lo que vendría a ser lo mismo, el camino recorrido para darle forma, teniendo en cuenta la naturaleza de la temática tratada, nos hace seguir una perspectiva metodológica hermenéutica que nos puede ayudar a una correcta interpretación de las citas del artículo. Además, para la configuración y el análisis de este estudio se han utilizado básicamente fuentes secundarias, textos basados en hechos reales. Estos se apoyan en estudios de aspecto sociológico, antropológico y religioso. Para Turró, se consideran fuentes “todo aquello que nos da noticia de una determinada realidad” (Turró, 2010, p. 17). Las fuentes son un nexo de unión entre el investigador y el ámbito que trata de estudiar, un medio para ayudar a la comprensión de lo que se quiere estudiar; un material que dará forma a nuestro estudio y por lo tanto, que intentará responder a las expectativas teóricas.

Asumimos, de facto, que la base epistemológica del estudio está basada en un modelo hermenéutico, los textos que citamos se convierten en un intento de extraer un sentido compatible y coherente. Estos versan básicamente sobre hechos y creencias documentadas históricamente. El texto es un laboratorio del imaginario mediante el que se forma nuestra personalidad. También tenemos que tomar conciencia de que nuestra comprensión de la realidad debe surgir del círculo hermenéutico, lo que nos proporcionará una apertura de significados. Debemos ser capaces de interpretar correctamente los acontecimientos de la vida y de la sociedad y analizar sus carencias, una característica que podremos alcanzar mediante el proceso de interpretación histórica. Como apunta Heidegger, en Mèlich (2010), siempre “Comprendemos a partir de una comprensión” (p. 180), un rasgo que hace de la precomprensión un presupuesto indispensable, y que viene determinada por nuestra comprensión del mundo. La tradición hermenéutica, entendida como disciplina que versa sobre la técnica de interpretar textos, dará cuerpo a nuestra investigación.

La hermenéutica se presenta como un método de descubrimiento que debe complementar la investigación empírica, de forma que la reconstrucción de una situación histórica o social, como es nuestro caso, nos exija revivir las experiencias humanas. El pensamiento hermenéutico de Ricoeur nos obliga a poner de relieve la función de la distancia como un preámbulo necesario para una justa apropiación del texto.

Una primera distancia existe entre el texto y su autor, porque una vez producido, el texto adquiere una cierta autonomía en relación con su autor, se inicia una carrera de sentido. Otra distancia existirá entre el texto y lectores sucesivos. Estos deben respetar el mundo del texto en su alteridad (Pontifícia Comissió Bíblica, 1994, p. 415).

La praxis hermenéutica nos obligará a interpretar manifestaciones y objetivaciones de la vida humana, dado que el pasado y el presente se pueden vincular mediante un relato escrito en esta clave. Comprender los textos del pasado nos puede ayudar a comprender el presente, para velar o para mejorar la formación integral de la persona, y, así, proteger los valores de la cultura y de la humanidad.

Por último, hay que destacar que en el análisis de los textos escogidos para elaborar este estudio, se ha partido de un modelo teórico compuesto por dos tipos de saberes: el explicativo y el comprensivo. El saber explicativo se refiere a la formulación de la cuestión de qué es explicar, exponer manifestaciones particulares y asociarlas a leyes universales. El saber comprensivo nos obligará a captar lo que es particular en su sentido, su significación previa. Todo conocimiento es creación de sentido y la verdad hermenéutica es subjetiva porque tiene que ser interpretada y reflexionada desde nuestra posición. Dilthey (Arranz, 2012) comenta: “Son las captadas por las vivencias” (p. 77), es decir, se tiene que respetar el texto en su alteridad. Por lo tanto, los métodos de análisis literario e histórico son necesarios para la interpretación. Lo que Dilthey nos quería comunicar es que el sentido de los textos no se puede dar plenamente si estos no son actualizados en la vivencia de los lectores que se los apropian. Según el autor, estos textos nos pueden introducir en el mundo de las relaciones entre los individuos y todos aquellos hechos que giran en torno al ser humano, lo que nos obligará a una comprensión de las objetivaciones del espíritu. Por lo tanto, la hermenéutica tendrá sentido en la medida en que tenga que fomentar la relación entre la totalidad y la individualidad, o lo que es lo mismo, entre el texto y el contexto, intentando no tender a posturas subjetivas. Tal como comenta Marqués: “La relación vital con lo que trata el texto toma la forma de una precomprensión” (Pontifícia Comissió Bíblica, 1994, p. 412).

Resultados

Marco contextual

Una de las causas del desarrollo considerable de los deportes en general y del fútbol en particular, se debe, simultáneamente, a una preocupación generalizada por el control del cuerpo, como una respuesta estética, y también a la resonancia que ha tenido cada vez más fuerte y con mayor protagonismo en los medios de comunicación. No se deben olvidar los beneficios económicos y el prestigio que se deriva de la práctica profesional del fútbol a propósito del impacto social de las retransmisiones televisadas de los partidos:

Por primera vez, a intervalos regulares, y en horarios fijos, millones de individuos se instalan frente a su altar doméstico para participar de un mismo ritual. Asisten al drama jugado en un lugar por veintitrés oficiantes ante una masa de miles de fieles que se levantan, gritan según las peripecias del juego (Augé, 1982, p. 23).

Este impacto no es un hecho reciente. El antropólogo Jordi Salvador Duch recoge en su obra textos que lo explican: “Los domingos, de la misma manera que había misa de doce, las tardes de los hombres quedaban consagradas a escuchar el fútbol por la radio” (Duch, 2005, p. 33). Así pues, podemos aceptar que el análisis de las prácticas religiosas pueden ser comparables con la realidad social del fútbol. La reunión de una multitud de individuos experimentando los mismos sentimientos y expresándolos con los rituales de los cantos, generan las condiciones apropiadas para crear estados de trascendencia de estos fieles. La religión nos habla de la existencia de seres fantásticos nombrados dioses, espíritus y demonios, todos ellos dotados de unos poderes prodigiosos. Émile Durkheim, consideraba su presencia como un elemento clave que dio origen a los mitos:

Una vez estuvieron fijadas las palabras para designar los seres espirituales que la imaginación popular había colocado detrás de las cosas, la reflexión se volvió hacia estas palabras en sí mismas, planteaban toda clase de enigmas y fue para resolver estos problemas que se inventaron los mitos (Durkheim, 1982, p. 136).

Desde la sociología de la religión, debemos atender sus funciones sociales. Las religiones son grandes sistemas simbólicos que procuran un sentido último a la vida humana, individual y colectiva, proporcionando coherencia a las sociedades. Las religiones, como apunta Jordi Osúa, también tienen que ver con lo absoluto y lo trascendente, aquello sobrenatural y aquello misterioso. Actualmente se está produciendo el fenómeno de la sacralización de las realidades sociales: “El sagrado inmanente” (Osúa, 2009, p. 6).

Las sociedades engendran la sacralidad a través de la fiesta, y esta supone un espacio adecuado para el desarrollo de los ritos. La cultura contemporánea ha desplazado el significado de la fiesta característica y está llena de connotaciones religiosas en otros ambientes culturales, el fútbol por ejemplo. Por lo tanto, se puede decir que se ha producido una alteración, ya que hemos dejado de hablar de la fiesta del Corpus Christi y ahora la llamamos la Champions League. Tampoco hablamos de la Santísima Trinidad como un concepto teológico, sino que la trasladamos al ámbito futbolístico. El periódico La Vanguardia, en una crónica de Rafael Ramos (5.5.2011), se hacía eco de una noticia aparecida en el diario francés L’Équipe que publicaba, a raíz de la calidad de los futbolistas del FC Barcelona, estas palabras: “El Barça, amo y señor, considera a Iniesta un pasador de ensueño y su combinación con Xavi y Messi es la Santa Trinidad”.

El mundo del fútbol también nos habla de seguidores, de discípulos y de otros términos que son más propios de un contexto y de un lenguaje sagrado. Es, sin duda alguna, una manera de sacralizar los aspectos profanos para otorgarles el estatus de religión. En este caso, el aspecto profano vendría representado por el fútbol. Los medios de comunicación a menudo utilizan aspectos semánticos y lingüísticos que nos acercan el fútbol al mundo de la religión.

En ciertos ámbitos “se considera el fútbol un sustituto moderno de la religión cristiana” (Osúa, 2010, p. 346). Verdaderamente, el fútbol llena los vacíos provocados por el retroceso del cristianismo. Las sociedades laicas se han apropiado de este deporte y para conseguirlo, lo han convertido en un elemento propio de la cultura contemporánea con un gran poder de atracción sobre millones de seres humanos de todo el planeta.

La secularización ha sido uno de los elementos y se ha convertido en uno de los pilares de las sociedades modernas. La usurpación de términos más propios de la religión que han pasado a formar parte importante de la semántica futbolística es uno de sus efectos. Tal como define Ángel Castiñeira: “La secularización ha adquirido una dimensión inmanente de la condición humana” (Castiñeira, 1991, p. 101). La condición moderna implica un componente liberador, el deseo de supresión del yugo del destino y la redefinición de la vida como proyecto abierto y múltiple. Por eso mismo, como autoreapropiación inmanente de la condición humana, como rechazo de toda dimensión trascendente vista como impuesta o como adherente al propio proyecto humano, es al fin y al cabo la negación de todo origen ajeno al hombre y pretende fundamentar su existencia. En este punto es, sin duda, donde radica el fundamento de esta sustitución del fútbol, como valor trascendente, en lugar de la religión. La obsesión del ciudadano contemporáneo por este entretenimiento deportivo se ha convertido en una pasión planetaria, un referente universal y uno de los elementos de la cultura masculina. El eminente sociólogo francés Christian Bromberger (2000), planteó la cuestión de comprender si el placer por este deporte era debido a la incertidumbre del marcador final o bien, si se debía solo a un interés por la propia seducción del juego debido a esta obsesión por el deporte del fútbol.

Probablemente la sentencia que Jordi Osúa (2009) nos ofrece cuando comenta lo siguiente: “Es posible que Occidente esté a la vanguardia de una religión, y no lo sepa” (p. 29), nos hace tomar conciencia de la importancia y del peso social que repercute de esta práctica deportiva. La recuperación del espíritu agonístico como la lucha, el esfuerzo personal y el espíritu colectivo, se ha fusionado con rasgos engendrados por las sociedades contemporáneas como la competitividad. El afán de triunfos y la pasión desmesurada de las masas que se han visto representados en la liturgia del partido de fútbol por toda una serie de rituales que conviven con otros aspectos más próximos a concepciones sociales darwinistas, han dado lugar a una categorización social, no solo entre los jugadores, sino también entre los asistentes al acontecimiento, ahora considerado un espectáculo. Hablar de la suerte, la fortuna, los rápidos aumentos y las pérdidas de la presión mediática, del ostracismo del futbolista de élite, la dependencia de rituales mágicos y supersticiosos..., nos acerca mediante algunos rituales a la parte más oscura de este deporte.

La liturgia del fútbol

La liturgia del partido de fútbol es parecido a un acto de fe y como tal, puede llevar a la colectividad a establecer unos lazos emocionales intensos, fenómeno que Michael Maffessoli denominó “Proxemia” (Osúa, 2009, p. 29). La individualidad del ciudadano contemporáneo queda sustituida, durante el rato que dura el partido, por una serie de rituales colectivos que quieren expresar un sentimiento de solidaridad común. Cualquier persona que puede ser anónima durante la semana encuentra a un confidente y un cómplice el domingo en el estadio a través de este supuesto apasionamiento, y, en este momento, se forma un espacio de encuentro emocional que supone la asistencia a la liturgia del partido. El cíclico retorno de los rituales del fútbol y los partidos llenos de emociones, generan toda una simbología que nos recuerdan las tradiciones solemnes de los grandes rituales religiosos. Bruner apunta: “El equipo esencia aparece como un traje prêtà- porter de la identidad colectiva, simbolizado por la camiseta y los colores del club que visten los hinchas, en un afán de reconocimiento personal y social para sentir que existen” (Brune, 1999, p. 21). Los estados de efervescencia y de éxtasis colectivos que alcanzan los fieles, han convertido el fútbol en un espectáculo de masas que engendra una serie de rituales. Christian Bromberger, nos comenta que el fútbol es capaz “De dar forma concreta a los sentimientos más profundos del público” (Bromberger, 2000, p. 257). Es lícito, pues, sugerir que un partido de fútbol es similar a una ceremonia sagrada. Las definiciones de ritos necesitan una serie de combinaciones que Bromberger (2000) llama “propiedades sustantivas” (p. 258), que lo hacen diferente de unos comportamientos regulares más triviales. En primer lugar, es necesaria una ruptura con la rutina diaria. En segundo lugar, un marco específico y temporal. Por último, se debería contemplar un plan cuidadosamente programado de ceremonias reiteradas dentro de un círculo regular, consistente en toda una serie de palabras pronunciadas, de gestos y de hechos. Para considerarlo un ritual, también hace falta una configuración simbólica que prepare el terreno para la práctica ritual y que pueda garantizar su observación.

En este estudio se defiende la tesis que hay una tendencia bastante extendida y consistente a comparar el fútbol con un orden religioso. Se han caricaturizado los seguidores de los equipos como una entidad parecida a los fanáticos de la religión. Habitualmente, se habla del césped del estadio como el césped sagrado y el estadio se convierte en un recinto que a menudo recibe el nombre de “santuario”, como se cita anteriormente haciendo referencia a Desmond Morris. Además, los mejores jugadores son idolatrados y considerados seres divinos. Las juntas directivas actualmente accionistas del club, se han convertido en un sanctasanctórum. Luis Suñen comenta a raíz de esta transformación lo siguiente:

La transformación de los clubs en sociedades anónimas y la pérdida de romanticismo deportivo nos ha llevado no a una metáfora de la vida sino a la vida misma vuelta del revés, con la llegada de los presidentes que también son hombres de negocios, y, por lo que se ve, muy malos hombres de negocios (Suñen, 2003, p. 66).

Las supersticiones y las prácticas mágicas son prácticas comunes en las gradas. Los fanáticos cantan canciones y aunque su letra es algunas veces obscena, tiene un paralelismo con el himnario propio de la religión. Por lo tanto, comparar un partido de fútbol con un oficio eclesiástico, creemos que no es una idea tan atrevida. Es un hecho que Desmond Morris observó: “Entre los acontecimientos futbolísticos, y la significación religiosa se podía establecer una comparación basándose en los aspectos más significativos de ambos fenómenos” (Morris, 1982, p. 65).

Lo que parece claro, es que un amplio sector de la población ha sustituido las funciones religiosas por el fútbol a medida que las iglesias, sobre todo de Europa Occidental, se han ido vaciando con el debilitamiento de la fe cristiana, un factor que ha provocado que las comunidades de las grandes ciudades hayan perdido un importante acontecimiento social. Las reuniones eucarísticas suponían alguna cosa más que una plegaria comunitaria: representaban una afirmación de la identidad de grupo, otorgando a sus miembros un sentido de pertenencia a este. Por lo tanto, era tanto un acontecimiento social como teológico. De la misma manera que en una reunión religiosa, el acontecimiento de la liturgia del partido de fútbol no solo supone una congregación de fieles, sino algo más profundo en la medida en que reafirma el sentido de la colectividad, pero no para creer en una convicción religiosa sino para creer en un equipo, para dar fidelidad a unos colores determinados. La liturgia del partido proporciona a los hombres contemporáneos un marco adecuado donde poder expresar y canalizar las frustraciones y el malestar típico de las sociedades capitalistas y competitivas, un hecho más agravado en tiempo de crisis. Gerhard Vinnai, teórico político alemán, comenta:

La insatisfacción producida por las condiciones sociales bajo el capitalismo avanzado exige algún tipo de descarga emocional para que no conduzca al derribo de la sociedad burguesa, tiene que ser canalizada por canales seguros; el fútbol proporciona una ocasión para la liberación emocional de este tipo (Morris, 1982, p. 20).

No podemos obviar que el fútbol contextualizado como espectáculo deportivo, funciona como un espacio de conmemoración social, tiene la fuerza del ritual, de aquello magnífico y lo rodea una aureola capaz de transformar la vida cotidiana a este efecto.

López (1997) explica que todos los espectáculos deportivos funcionan como “Espacios de conmemoración social” (p. 13), ya que tienen la fuerza del ritual, de aquello magnífico y son vividos con un cierto delirio de grandeza que puede transformar la vida cotidiana. El estadio, la luminosidad, la tecnología y el misterio de lo imprevisible son elementos que generan un ambiente festivo, que rodea todo el sistema de nuestra cultura y que ha sido interpretado de diversas formas. La gente reza y recita oraciones del misal de la iglesia maradoniana y compone plegarias de todo tipo con el objetivo de santificar alguno de los jugadores importantes, pero solo los aficionados tienen la potestad de santificar y divinizar a sus ídolos, también de rechazarlos en forma de indiferencia y utilizar el ostracismo como una manera de ejecutar el castigo. Marc Augé afirma que “El fútbol es un hecho social complejo, pues abarca todos los elementos de la sociedad y permite otros puntos de vista de diversas disciplinas” (Augé, 1999, p. 58). Se trata, pues, de un fenómeno social que no es reduccionista, ya que está abierto a todo el mundo, a diferencia del cristianismo en sus orígenes.

Probablemente, la visión de Durkheim plasmada en su obra Las formas elementales de la vida religiosa parte de un axioma que acaba concluyendo que hay hechos similares entre ciertos acontecimientos sociales y religiosos. De esta manera, se formula la siguiente reflexión: “¿qué diferencia esencial hay entre una reunión de cristianos celebrando sus actos litúrgicos o una reunión de judíos festejando la huida de Egipto, con una reunión de ciudadanos celebrando algún gran acontecimiento?” (Durkheim, 1982, p. 397). Como consecuencia, Durkheim, entiende que no puede haber sociedad que no sienta la necesidad de conservar y reafirmar a intervalos regulares los sentimientos y las ideas colectivas que les proporciona su unidad y personalidad. En un partido de fútbol encontramos, de la misma manera que en las etnografías de Durkheim, una asamblea enardecida por una pasión común, lo que el llamó “Un ritual mimético” (Durkheim, 1982, p. 136). Este aspecto suscitará la noción de unidad y de realidad de una colectividad. Sin duda, las reuniones eucarísticas de culto propias de la religión cristiana, con sus signos, rituales y símbolos, tienen una función análoga a la que ocurre en un grupo de aficionados que fervorosamente acuden a un estadio de fútbol unidos por la misma devoción que hacia su equipo de fútbol. En ambos ejemplos, el componente emocional ayuda a potenciar el sentimiento de pertenencia de grupo. Hay también otro hecho homólogo, ya que tanto en el fútbol como en el caso de la religión cristiana, este rasgo de no segregación común fue fruto de un proceso difícil y costoso puesto que los inicios fueron difíciles en ambos casos.

El incierto destino del hombre contemporáneo encuentra en las manifestaciones masivas, que tienen lugar en el estadio, un fiel reflejo social. De aquí, que se celebre el mérito fervorosamente. El rendimiento y la competitividad entre iguales ponen de relieve la incertidumbre y el carácter cambiante de la condición individual y colectiva.

El fútbol, una religión profana

En los dos hechos, el religioso y el futbolístico, triunfaron las posiciones y las posturas no segregantes, dando libertad de pertenencia al grupo religioso a los unos y libertad de práctica deportiva a los otros. Tal como apunta Jordi Salvador Duch: “El espectáculo del fútbol actualmente se ha convertido en objeto de todos y no va destinado a ningún grupo social en concreto; es por este motivo que el fútbol funciona como un fenómeno religioso” (Duch, 2005, p. 64). Mediante el fútbol, se produce una recuperación y una revalorización del ritual. Por lo tanto, podemos hablar de un desplazamiento del campo del ritual, que va del dominio religioso al secular. El estadio, los equipos de fútbol y la tecnología, añadidos al misterio de lo imprevisible de este deporte, generan un ambiente festivo lleno de simbolismos, que van de lo puramente mágico y supersticioso hasta todo un conjunto de rituales específicos. El fútbol actúa socialmente como una máquina de catarsis y se puede convertir en un adiestrador de la agresividad del individuo que encuentra un escape y una canalización a su cotidianidad. El fútbol se ha convertido en todo un acto ceremonial.

El fútbol de hoy en día nos ha llevado al concepto de moral universal. Ha nacido un nuevo tipo de heroísmo que la sociedad futbolística mitifica. Ha aparecido una nueva ideología, la del superhombre, que con sus jugadas se convierte en un mito, fomentando en las masas y en los espectadores una devoción y una adoración que sustituye las que siempre habían sido características del culto religioso. Cualquier figura mediática deportiva ha conseguido situarse al mismo nivel que los santos de la iglesia cristiana y ha encontrado una fuerte competencia con todos los elementos simbólicos. Consecuentemente, el credo cristiano se ha visto sustituido por las plegarias dirigidas al portero del Porto y de la selección española, Iker Casillas, o ha generado la aparición de iglesias dedicadas al culto de jugadores. Tenemos un ejemplo en el caso de la iglesia maradoniana dedicada al culto al exfutbolista argentino, Diego Maradona, y por extensión, cada vez con más frecuencia surgen entidades enfocadas a los cultos hacia cualquier futbolista mediático. Esta nueva configuración religiosa nos ha llevado a considerar el fútbol como uno de los fenómenos de la cultura contemporánea en que se manifiestan con más frecuencia algunas cualidades de lo sagrado.

Teniendo en cuenta la influencia que en los últimos lustros ha tomado el fútbol, no podemos olvidar que el hombre posmoderno desea todo aquello tangible y que pueda satisfacer sus necesidades de manera inmediata. La paciencia como valor ha dejado paso a la inmediatez. La espera y la escucha se han convertido en signos de debilidad. La era del carpe diem ha calado fondo en el contexto social actual. Por este motivo, surgen en este mundo profano acepciones tan frecuentemente utilizadas con las que se califican los grandes jugadores de “nuevos dioses” o “dioses del estadio”. Estas son debidas al sentido religioso sustitutivo de esta manifestación de la religiosidad deportiva, que coinciden con la afirmación de Duch cuando comenta: “Las funciones principales que llevan a cabo las religiones son reforzar y mantener los valores culturales” (Duch, 2001, p. 149).

Una pregunta que hay que plantearse a partir de estos continuados surgimientos de entidades de culto en relación con el fútbol radica en averiguar su esencia. Por lo tanto, hay que formularse la cuestión de considerar si realmente este fenómeno social hace falta entenderlo como una religión profana. Otra pregunta nos lleva a cuestionarnos si realmente el fútbol se ha convertido en una religión que ha sustituido la religión cristiana. En este caso, el fútbol habría supuesto la desaparición del culto cristiano o, cuando menos, lo habría obligado a pasar a ocupar un segundo término, o simplemente, el fútbol se habría convertido en una religión con más fieles que el cristianismo, sin que este hecho implique la desaparición de este último. Estamos en condiciones de afirmar que se está produciendo un desplazamiento de las cualidades de los elementos propios de lo sagrado hacia realidades profanas. En cambio, hay voces que no lo entienden así, como José Mª Mardones, quien no ve en estas formas de religión una degradación de la religión institucional cristiana sino que más bien las entiende como: “Manifestaciones de una supuesta modernización religiosa presente en todos los ámbitos sociales” (Mardones, 1994, p. 42).

Manifestaciones rituales en el fútbol

¿Hay manifestaciones rituales en el fútbol? He ahí una cuestión que nos puede servir de introducción en el mundo del simbolismo, de los mitos y de los ritos, en el segundo apartado de este trabajo se ha llevado a cabo un apunte pero sin estudiarlos desde una perspectiva religiosa sino como una derivación mimética, y que el mundo del fútbol actual ha convertido en parte de su esencia, apropiándose no solo de términos y del lenguaje específico religioso (que el cristianismo utiliza para explicar sus ritos y creencias) sino entrando a formar parte del mundo del deporte, concretamente del fútbol. La palabra símbolo de la palabra griega symbolon nos acerca al significado de reunión, pacto. El símbolo:

Es una forma de expresión, una manera de lenguaje, una forma de entrar en relación; el símbolo es, por lo que significa, por lo que dice. Sin embargo, propiamente, el símbolo no dice, quiere decir, y lo que quiere decir no lo puede decir, por eso el símbolo evoca, convoca (Mèlich, 2010, p. 109).

Las prácticas religiosas que pretendían acercar el hombre a lo sagrado han dejado paso a todo un abanico de prácticas rituales, que el hombre actual sigue con devoción. Los fieles que se congregaban en los templos, en las iglesias, catedrales y otros lugares de culto, han cambiado estos escenarios por los grandes estadios, convertidos ahora en nuevos espacios sagrados y en centro de culto. Las divinidades y los objetos sagrados a quienes se dirigía el culto religioso, estaban siempre orientados a la esperanza de una vida futura. El apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios lo había llamado como “La meta o la corona de la vida”. Solo se pedía una fidelidad por parte del cristiano para conseguirla. En la sociedad contemporánea, gracias al fútbol, se ha alimentado una nueva cultura religiosa en la que el rasgo más característico es la sustitución de los elementos propiamente sacros y la fe en la esperanza de la consecución de una vida supraterrenal, la divinización y el culto idolátrico hacia unos nuevos dioses de aspecto humano y terrenal. La trascendencia vital y la obtención de la vida futura se ha visto sustituida por algo más tangible y próximo: el triunfo de un equipo de fútbol, con todas las connotaciones simbólicas que lleva añadidas la práctica de este deporte. Es un hecho retroactivo en el tiempo, un retorno al pensamiento y las creencias que habían surgido en la antigua Grecia, donde los dioses y los hombres compartían espacio, y se establecían entre ellos relaciones, que tanto podían ser de amor como de odio, por lo tanto la convivencia entre estos dos sentimientos era algo normal.

Un hecho normal dentro de las sociedades contemporáneas y lo que ha ayudado a fomentar esta nueva religión, ha sido la presencia y la influencia de los medios de comunicación. Estos, con un alto componente de abstracción, están presentes en las vidas de los hombres modernos como un hecho normal. Como apuntaba Ángel Castiñeira: “han sustituido los relatos épicos de Homero y de Píndaro, unos relatos metafóricos que acercaban las gestas de los héroes y de las divinidades al pobre” (Castiñeira, 1991, p. 109). Son los llamados mass-media, que entre otros objetivos, quieren hacer creer que todo comportamiento repetitivo es un ritual. Este concepto se ha convertido en un elemento de análisis y objeto de estudio en las sociedades contemporáneas, aunque un sector más intelectual de la población crea que el pensamiento racional no ha sabido generar ritos serios comparables con los ritos asociados a las creencias, como pasaba en la antigüedad. Es frecuente decir y argumentar, como apunta Segalen: “La llegada del hombre a la sociedad de la comunicación es la culpable del hecho de que cada vez con más frecuencia las manifestaciones rituales tiendan al espectáculo” (Segalen, 2005, p. 340).

Esta tergiversación del deporte, transformado ahora en espectáculo, es una revelación de la decadencia de la sociedad actual, alimentada y manipulada por la presencia de elementos fetichistas que generan imágenes engañosas. Este montaje del deporte espectáculo actúa como una máquina de catarsis, como una domesticación de la agresividad del individuo.

Lo que sí parece cierto es que el concepto de esperanza de salvación, que fundamentó la religión cristiana, ha dejado paso a una esperanza centrada en la consecución de un campeonato de triunfos deportivos, una idea que nos puede llevar a la afirmación que las sociedades en general y la sociedad futbolística en concreto tienen una gran necesidad de simbolización.

Augé lo describe de una manera bastante comprensible:

Vivimos en una época en Occidente en que el sentido de la existencia se construye de forma empírica como cualquier hecho cotidiano sin que el problema del destino preocupe obsesivamente al individuo (Augé, 1999, p. 64).

Esta forma de pensar se ha convertido en un hecho común en el pensamiento contemporáneo; se ha producido un trastorno por el hecho que el hombre busque el sentido de su existencia mediante prácticas de sacralidad laica. Consideramos el fútbol como un juego lleno de rituales y tendríamos que aceptar el hecho de que se está produciendo un desplazamiento de la función social de la iglesia cristiana. Es evidente que el fútbol goza de una capacidad de convocatoria global a todos los niveles, tanto de conciencia como de expresión, y que es capaz de unificar series de rituales ante una sociedad diversificada. También engloba diferentes campos de la naturaleza humana y contribuye a la construcción social. El fútbol, considerado como juego, asume el deber estratégico de ofrecer una estructura lúdica que conecte parte del “yo” con los hechos sociales. Tampoco podemos obviar que este deporte es un escaparate en que las diferentes culturas pueden mostrar todos sus valores y, de paso, conocer otras con el objetivo de enriquecerse culturalmente.

El hombre pasa de realizar las actividades racionales de su trabajo al estadio, donde respira una fuerte intensidad emocional. El fútbol llena el espacio contemporáneo de signos rituales. Así, se convierte en una válvula de escape de las rígidas exigencias cotidianas, porque los ritos del fútbol otorgan al cuerpo un uso que ya no tiene en la vida laboral. Por lo tanto, también podemos afirmar que el fútbol se ha convertido en una herramienta sensorial. Pascal Boniface entendía que “El fútbol es uno de los medios de los que disponen los actores de la vida internacional para pelearse o acercarse” (Boniface, 1999, p. 96). En efecto, permite que se abran nuevos campos de integración y ofrece a la imaginación del aficionado, y también a los que no lo son tanto, un escape, una vía de canalización por sus simbolizaciones. Posibilita también el hecho de poder expresar unas formas rituales que participan directamente en la construcción de sus identidades, mitigando en parte los efectos de la globalización.

El aspecto de cohesión social se convirtió en una de las manifestaciones propias del cristianismo. Las manifestaciones públicas de pertenencia al grupo o las manifestaciones que a menudo acompañaban a Jesús en sus actos, pueden tener un punto de analogía con las experiencias comunitarias vividas durante la liturgia del partido de fútbol. Los cantos, las plegarias y los gestos se parecen a la realización de un sacramento cristiano y hacen que se configure un solo cuerpo y una sola alma. La proxemia generada en torno a estos agrupamientos se convierte en un vínculo social que mantiene unidos aquellos que comparten la misma afición y les hace sentirse miembros de un grupo.

Una de las características propias del sistema capitalista es el fetichismo de los objetos sagrados, como el simbolizado en las camisetas de los futbolistas u otras partes de su indumentaria, consideradas a veces auténticas reliquias y objetos de coleccionistas. Una perspectiva dibujada por el escritor Vicente Verdú nos lleva al fútbol estudiado desde una perspectiva cronológica con un carácter comparable a mitos y aspectos religiosos. Un mundo que, según comenta Verdú, respeta el pensamiento consciente. El fútbol es entendido desde esta perspectiva como un fenómeno no histórico, por su correspondencia con un sistema de ceremonia y de acontecimientos. Se produce una intervención del factor tiempo no cronológico, sino mítico, un espacio parecido a cualquier escena tribal, dotado con una energía que Verdú denomina “líbido”, representativa de la vida y la muerte con un destinatario muy claro: “El seguidor fanático, el apasionado caliente” (Verdú, 1980, p. 89). Así, de esta forma, la adhesión al fútbol está impregnada de elementos míticos, tribales y religiosos que multiplican el suceso, lo hacen trascendental y, al mismo tiempo, simbolizan el individualismo. El equipo de fútbol suele actuar de figura totémica de sus comunidades; se gana o se pierde a nivel tribal y colectivo.

Conclusiones

El idioma del fútbol actual es internacional. Creemos que puede ayudar al entendimiento entre las personas de diferentes culturas, religiones y edades. Este estudio intenta demostrar que el fútbol moderno ha usurpado un lenguaje propio del mundo sagrado y se ha convertido en una nueva religión. El hecho religioso, como apuntaba Lluís Duch, se convierte en una forma de civilización, “Forma un todo orgánico con la cultura en la que se ha formado y dado a conocer” (Duch, 2001, p. 42). No pretendemos ser atrevidos al afirmar que en ciertos contextos incluso podríamos hablar de un sustituto de la religión. Queremos constatar, como conclusión del estudio, que el fútbol es, también, un reflejo de la sociedad contemporánea y que se ha convertido en una manifestación ritual, en un espejo simbólico de la estructura social de nuestra cultura.

Hemos querido hacernos eco de como en los últimos años se ha producido un aumento del culto hacia el fútbol y sus protagonistas, como también, de los aspectos que lo rodean; un culto comparable al que se profesa en el fenómeno religioso. En este sentido, hemos destacado que solo faltaría la fe en los seres sobrenaturales, aunque, a menudo, tal como hemos visto, los protagonistas de este deporte son considerados como tales por sus acciones en el terreno de juego.

Una segunda conclusión sería la de afirmar que los ritos, los mitos y los símbolos están presentes en el lenguaje propio del fútbol. Actualmente, ya no solo es una actividad deportiva sino que representa la necesidad de una sociedad inmersa en una crisis generalizada de valores, que pide más espacios de ocio. Podríamos asegurar metafóricamente que el mundo se mueve al ritmo de la pelota, desde el patio de la escuela en los barrios marginales hasta los grandes estadios. Así pues, podemos considerar sinónimos fútbol y satisfacción. Los cánticos, las modas, la pasión, los sentimientos de culpa, de odio, la agonía de los grandes campeonatos y de partidos épicos, la lucha, el negocio, la guerra, el amor, la política, y por encima de todos los factores, el objetivo de nuestro trabajo: el fenómeno religioso. En el año 1898, Émile Durkheim afirmó que los hechos religiosos “Eran aquellos fenómenos que contienen formas obligatorias de la fe asociadas a formas definidas de acción” (Duch, 2001, p. 96). Así, fomentan en el individuo una situación de dependencia que dentro de su entorno da lugar a una veneración religiosa.

Uno de los aspectos que hemos mencionado en relación con el simbolismo religioso es el del ritual; de todo ritual se espera que se cumpla. En el ritual del fútbol la culminación máxima consiste en encontrar, en la celebración de la liturgia del partido, un factor que suponga una pequeña porción de tiempo y que permita que: “El hombre contemporáneo puede experimentar la felicidad, sin olvidar que la historia del fútbol contiene una verdadera antología de la superstición, plagada de amuletos, talismanes, y de gestos rituales que el jugador utiliza como muletas donde poder apoyar sus inseguridades” (Valdano, 2002, p. 248).

Finalmente, podemos concluir que el fútbol se ha convertido en un pilar en el proceso de humanización. Es un fenómeno antropológico único, a causa de la simbiosis con la cultura de los pueblos, de su historia, tradición y costumbres; de la simbiosis con aquello mágico y sagrado. En este trabajo se ha querido transmitir como el fútbol ha servido de vínculo de comunicación entre todos estos factores, convirtiéndose en un elemento clave para su interacción. Actualmente, se puede considerar un deporte que ayuda al equilibrio ritual, a la realización personal y social. También creemos que puede suponer un buen camino para el desarrollo y la transformación personal, un atajo hacia la felicidad, tal como ya lo apuntaba el filósofo Albert Camus, afirmando que el lugar que le producía más felicidad era un estadio lleno de público (Pérez, 2006, p. 44). Hemos querido destacar en este trabajo la certeza de que el fútbol se ha convertido, sin duda, en un fenómeno social y universal con muchas connotaciones religiosas. Como juego se ha convertido en un hecho global que cubre la necesidad lúdica que tiene el ser humano durante su vida. El fútbol representa la incertidumbre del destino del hombre contemporáneo.

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Notas de autor

Correspondencia: Javier Arranz Albó (javieraa@blanquerna.url.edu)

Información adicional

Conflicto de intereses: Ninguno.

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