Artículos libres

Recepción: 07 Octubre 2023
Aprobación: 20 Diciembre 2023
Publicación: 31 Diciembre 2023
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.10447557
Resumen: En este trabajo se analizarán la Carta de Jamaica de Simón Bolívar; Nuestra América de José Martí; El problema de las razas en América Latina, la unidad de la América indoespañola, Punto de vista antimperialista, ¿Existe un pensamiento hispanoamericano? de José Carlos Mariátegui; La raza cósmica de José Vasconcelos; Casa grande y Senzela de Gilberto Freyre; Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz; Las Américas y la Civilización de Darcy Ribeiro; Nuestra América y el Occidente de Roberto Fernández Retamar; y Las Venas Abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, con la intención de identificar los encuentros y desencuentros en los planteamientos de estos autores latinoamericanistas.
Palabras clave: latinoamericanismo, pensamiento crítico, identidad cultural.
Resumo: Neste trabalho, serão analisadas a Carta de Jamaica de Simón Bolívar; Nuestra América de José Martí; O problema das raças na América Latina, a unidade da América indo-hispânica, Ponto de vista antimperialista, Existe um pensamento hispano-americano? de José Carlos Mariátegui; A raça cósmica de José Vasconcelos; Casa grande e Senzela de Gilberto Freyre; Contrapunteo cubano do tabaco e do açúcar de Fernando Ortiz; As Américas e a Civilização de Darcy Ribeiro; Nuestra América e o Ocidente de Roberto Fernández Retamar; e As Veias Abertas da América Latina de Eduardo Galeano, com a intenção de identificar os encontros e desencontros nas abordagens desses autores latino-americanistas.
Palavras-chave: latino-americanismo, pensamento crítico, identidade cultural.
Abstract: In this work, the Jamaica Letter by Simón Bolívar; Our America by José Martí; The issue of races in Latin America, the unity of the Indo-Spanish America, Antimperialist perspective, Is there a Hispano-American thought? by José Carlos Mariátegui; The Cosmic Race by José Vasconcelos; The Masters and the Slaves by Gilberto Freyre; Cuban Counterpoint of Tobacco and Sugar by Fernando Ortiz; The Americas and Civilization by Darcy Ribeiro; Our America and the West by Roberto Fernández Retamar; and Open Veins of Latin America by Eduardo Galeano will be analyzed with the intention of identifying the convergences and divergences in the approaches of these Latin Americanist authors.
Keywords: Latin Americanism, critical thinking, cultural identity.
Introducción
Para empezar, es importante señalar que, estos autores tienen como punto de encuentro, conocer lo propio, reconocerlo, estudiarlo y transformarlo. Se trata de un latinoamericanismo que busca su identidad a partir del planteamiento de la problemática reflexiva alrededor de su existencia misma, para dar sentido al mundo material con la intención de transformarlo (Ramos 1989), para que todos los nacidos en América Latina gocen «de la abundancia que la naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas» (Martí 2002).
Es necesario advertir que los nueve autores se pueden dividir en dos grupos. Por un lado, se encuentran Bolívar y Martí, quienes por medio de La Carta de Jamaica y Nuestra América, respectivamente, fijaron programas políticos revolucionarios. Y, por el otro, José Carlos Mariátegui, José Vasconcelos, Gilberto Freyre, Fernando Ortiz, Darcy Ribeiro, Roberto Fernández Retamar y Eduardo Galeano, quienes realizan diagnósticos sobre la situación latinoamericana con la intención de conocer las condiciones históricas, políticas, culturales y/o sociales a las que se ha enfrentado la región, de manera que se brinde un conocimiento para la toma de conciencia que conlleve a la transformación de la realidad.
A partir de La Carta de Jamaica, Bolívar organizó su programa político y estratégico libertario al considerar y señalar aspectos fundamentales de las nacientes repúblicas latinoamericanas. Allí, mientras respondía a las preguntas que le formuló Henry Cullen, Bolívar señaló la importancia de establecer relaciones recíprocas entre Europa y la región conocida hoy como América Latina. Del mismo modo, expresó la necesidad de perfeccionar los gobiernos de las repúblicas, ya fuera a partir de un gobierno federal o un gobierno centralista, de acuerdo con las características individuales y con las costumbres de cada república. Igualmente, Bolívar aspiraba a que América se convierta en la más grande nación del mundo, no sólo por su extensión y riquezas, sino por su libertad y su gloria. Para él, los nuevos Estados Americanos deberían mantener gobiernos paternales que curaran las plagas y las heridas del despotismo y la guerra; y garantizaran los intereses de una república: conservación, prosperidad y gloria.
Por su parte, en Nuestra América, José Martí llamaba la atención a los gobernantes de los países latinoamericanos frente a su desconocimiento sobre los elementos con los que éstos estaban hechos. Una tarea fundamental del gobernante era conocer las particularidades de su pueblo para poder gobernarlo y guiarlo de acuerdo con métodos e instituciones propias, y no con base en parámetros e ideologías extranjeros. De igual manera, era de suma importancia el conocimiento y reconocimiento entre los países latinoamericanos.
José Martí escribió Nuestra América al concluirse la primera Conferencia Panamericana en Washington en 1890, luego de comprender cómo el gobierno de Estados Unidos buscaba avanzar sobre América Latina con la intención de absorberla para su auto beneficio, consideraba que América Latina debía ser libre, lo cual lo llevaría a asumir el liderazgo por la independencia cubana en 1895. De este modo, Martí inició una guerra en la que actuó como ideólogo contra la élite cubana y rígido demandante de mayores reformas que beneficiaran a la población, expresando la necesidad de que Cuba obtuviera la absoluta independencia.
Si bien se han agrupado a José Vasconcelos, Gilberto Freyre, Fernando Ortiz, José Carlos Mariátegui, Darcy Ribeiro, Roberto Fernández Retamar y Eduardo Galeano en un segundo grupo, de acuerdo con las características que presentan sus ensayos, en la medida en que se caracterizan por realizar diagnósticos regionales o nacionales, , en ellos se presenta una subdivisión. Por un lado, se encuentran Vasconcelos, Freyre y Ortiz quienes, en su interés por entender las dinámicas raciales y el mestizaje en la construcción de la república y los nacientes Estados-Nacionales, enaltecen el mestizaje producido desde la colonia; y por el otro, se encuentra Mariátegui, Ribeyro, Fernández Retamar y Galeano, quienes se interesan por entender las dinámicas coloniales y su prolongación neocolonial.
Así, mientras Gilberto Freyre en su obra Casa-Grande y Senzala, realiza una crítica activa a las visiones del determinismo ambiental y emplea sus argumentos con el fin de forjar la nacionalidad brasilera por medio de la grandeza que encierra el mestizaje cultural y fisiológico que se llevó a cabo durante la colonia; para José Vasconcelos en La raza cósmica, aquello que en ese momento aparecía como la más grande dificultad de América latina para sobresalir, era el elemento esperanzador para que se convirtiera en el territorio elegido para el futuro plasma de la humanidad: el mestizaje entre blancos, indios y negros.
Por su parte, Fernando Ortiz mediante la personificación que realizó del tabaco —hombre moreno— y el azúcar —mujer blanca—, mostrando sus contradicciones económicas y sociales, propuso el concepto de transculturación para entender la relación entre raza, nación e intercambio comercial en Cuba. Este término, según lo expresó el mismo autor en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, buscaba sustituir el término aculturación, empleado por los estadounidenses y acogido por sociólogos en general para explicar «el proceso de tránsito de una cultura a otra y sus repercusiones sociales de todo género» (Ortiz 2002, 254). A partir de este término, Ortiz expuso cómo en Cuba se originaron variadísimos fenómenos por las complejísimas trasmutaciones de culturas para entender la evolución del pueblo cubano en toda su dimensión.
El vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra porque éste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor indica la voz angloamericana acculturation, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturación y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse de neoculturación. (Ortiz 2002, 260)
Por otra parte, tanto Mariátegui como Darcy Ribeiro, Roberto Fernández Retamar y Eduardo Galeano se interesan por las relaciones coloniales que se han mantenido en la región. Distanciado aproximadamente treinta años el primero de los otros tres, y fundamentado en el marxismo y en la concepción indigenista en la que discurrió, Mariátegui propuso un análisis de la economía capitalista en América latina, expresando que, las burguesías criollas y la pequeña burguesías no eran solidarias con el pueblo común, lo que permitía que la política imperialista lograra mantener los sentimientos y formalidades en los que se habían mantenido estos estados: exportadores de materias primas y servidores para su beneficio.
En su interés por comprender la realidad indígena peruana, Mariátegui señaló como centro del problema al que se enfrentaba la población indígena a la miseria, el atraso y la ignorancia. Para él, éstas eran las consecuencias de la servidumbre a la que habían sido sometidos desde la conquista, mantenida por los latifundistas, al despojarlos de sus tierras y absorberlos para explotarlos en sus propiedades. Para él, este era el motivo por el cual las burguesías nacionales de América Latina utilizaron diferentes disfraces para argumentar la supuesta inferioridad y primitivismo de los pueblos indígenas. En este sentido, según el autor, el factor reivindicativo indígena debía ser la demanda por la tierra (Mariátegui 2008).
Por su parte, Darcy Ribeiro señaló que, el Desarrollo y el Subdesarrollo devienen de los mismos procesos históricos, en la medida en que hacen parte de las mismas etapas evolutivas y formas complementarias (Ribeiro 1973). Para él, el subdesarrollo que experimentaba América Latina fue el resultado de procesos históricos de dominación externa y de opresión por parte de las clases dominantes de cada país, al ser éstos los dos elementos que deformaron el proceso de renovación y convirtieron la experiencia en un trauma paralizador (Ribeiro 1985).
Eduardo Galeano estudió cómo las dinámicas históricas que ocasionaron las condiciones del saqueo a América Latina, han favorecido significativamente el progreso ajeno, pues las regiones con mayor pobreza son aquellas que han mantenido vínculos más estrechos con la metrópoli, abandonas al finalizarse la bonaza económica.
En lo referente a Roberto Fernández Retamar, analizó a autores que se interesaron por encontrar un mecanismo que permitiera zafarse de las cadenas con que Europa y Estados Unidos habían mantenido a América para su servicio desde el descubrimiento.
Punto cero
El punto de partida o punto cero de estos autores es la conquista o la invasión de lo que hoy se conoce como América latina, por parte de los españoles o los portugueses. Se podría decir que, en una línea temporal, basada en una concepción matemática, los pensadores han ubicado un tiempo cero que corresponde a la conquista, desde donde se sitúo el pasado (período prehispánico) a la izquierda, y el futuro (el período republicano) a la derecha.
No obstante, el tiempo cero no fue empleado de la misma manera en todos los autores. Por un lado, están aquellos que consideraron que la conquista significó el inicio del gran proceso de mestizaje que hizo de América Latina una región con un baluarte sin igual. Y, el segundo grupo, que considera que la conquista significó el inicio del ultraje y saqueo regional.
José Martí consideró que el orgullo de las repúblicas latinoamericanas se debía al forjarse «entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los abrazos sangrientos de una centena de apóstoles. De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas» (Martí 2002, 16).
Vasconcelos, Freyre y Ortiz consideraron que el mestizaje fue la gran característica de América Latina. No obstante, cada uno realizó sus consideraciones desde diferentes ángulos. Para Vasconcelos, los españoles que conquistaron el Nuevo Mundo (Cortés, Pizarro, Albarazo y Belalcázar) eran grandes capitanes que al ímpetu destructivo adunaban el genio creador, al alcanzar la victoria, establecer nuevas ciudades y redactar estatutos para su fundación. Sin embargo, durante la colonia, sus descendientes continuaron con actitudes degeneradas, humillantes y opresoras contra el nativo, pero sumisos frente al poder real.
Freyre consideró que los portugueses realizaron un proceso de colonización fenomenal en el Brasil, al fundamentar su economía en la agricultura latifundista y en el trabajo esclavistas de africanos, así como por instalar la familia patriarcal y aristócrata como modelo institucional, en el que el rol de la mujer como dadora de vida y cuidadora había sido fundamental en el proceso de la colonización de la población a la sombra de las grandes plantaciones de caña en casas-grandes de adobes o de cal y piedra.
Si bien Ortiz se interesa por comprender cómo el mestizaje y elementos económicos —mercancías como la caña de azúcar y el tabaco— marcaron las características nacionales cubanas, se distancia de los tres autores mencionados anteriormente, en la medida en que no sobrepone una raza o elemento cultural ante otro. Ortiz no consideró que lo portugués o lo español fuera mejor a lo indígena o lo negro y que se debería buscar el mestizaje para borrar elementos atrasados, bochornosos o de poca inteligencia por medio de las tradiciones blancas. Para él las tres culturas tenían elementos significativos y merecedores de atención y propuso el término transculturación. No se trata de mejoramiento de razas, sino de combinaciones culturales y políticas de acuerdo con las características propias de cada período histórico.
Aquella personificación que se encuentra en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar sobre el tabaco —hombre moreno— y el azúcar —mujer blanca—, apuntó al estudio histórico sobre los contrastes que estos productos económicos presentaban, centrándose en sus características biológicas, sus orígenes, modo de producción y fuerza de trabajo, su utilización, el afecto y efecto que han tenido en diferentes grupos sociales. Mientras que el tabaco fue producto autóctono, la caña de azúcar fue importada por los europeos a América. A partir de estas dos plantas, Ortiz se interesa por analizar la historia nacional y la identidad cubana.
Por otra parte, para los demás autores, el curso de América Latina se transformó desde la conquista, al quedar a merced de las metrópolis europeas. Para Bolívar, la situación de los americanos durante la colonia había sido pasiva, al haberse situado un grado más por debajo de la servidumbre y al habérselos privado de los derechos que le correspondían; asemejaba esta situación a una especie de infancia permanente, con respeto a las transacciones públicas, pues los americanos no manejaron sus asuntos domésticos, dedicándose tan sólo a saciar los deseos de España, a la que llama nación avarienta, al haber obedecido sus órdenes de criar ganados, cazar bestias feroces, excavar oro y cultivar añil, grana, café, caña, cacao y algodón para ellos.
Estos argumentos los mantendrían Mariátegui, Ribeiro, Fernández Retamar y Galeano. Sin embargo, estos se inscribirían, por supuesto, en las discusiones de su época, las cuales fueron llevando a la discusión de si América Latina era una región dependiente o, por el contrario, se trataba de una región que había impulsado y nutrido el desarrollo capitalista y el desarrollo de los países autoproclamados como AVANZADOS.
Para este grupo de pensadores, los pueblos que hicieron parte de la América española y portuguesa se mueven en una misma dirección y son hermanos debido a la historia que han compartido desde la conquista española. Cada uno centra su interés por demostrar cómo la conquista, término igualmente discutible para ellos, destruyó culturas y agrupaciones autóctonas y uniformó la fisonomía étnica, política y moral de la América Hispana, al imponer su religiosidad y su feudalidad (Mariátegui 2008).
Para ellos, se trató de un período de aniquilamiento hacia la población aborigen latinoamericana que encontró justificación en Europa, so pretexto de mantener esclavizadas a las poblaciones (Mariátegui 2008). Dando origen a tres configuraciones histórico-culturales, según lo expresó Darcy Ribeiro. La primera, fueron los Pueblos Nuevos, es decir, aquellos «pueblos americanos plasmados en los últimos siglos como un subproducto de la expansión europea por la fusión y aculturación de matrices indígenas, negras y europeas» (Ribeiro 1985, 80). Estos se configuraron por dispares características raciales, culturales y lingüísticas, como subproducto de los proyectos coloniales europeos. Especialmente los lugares en los que se configuraron los Pueblos Nuevos en América fueron las plantaciones tropicales y las minas, zonas en las que se reunieron negros, blancos e indios.
La segunda, fue la configuración Pueblos trasplantados, la cual corresponde a las naciones modernas creadas por la migración de poblaciones europeas hacia espacios en donde procuraron reconstruir formas idénticas a su lugar de origen. Manteniendo una homogeneidad cultural. «Cada una de estas poblaciones se estructuró de acuerdo con los modelos económicos y sociales proporcionados por la nación de que provenía y llevó adelante en las tierras adoptivas procesos de renovación ya existentes en el ámbito europeo» (Ribeiro 1985, 86). Conformándose por europeos disidentes en materia religiosa e inadaptados que las metrópolis condenaban al destierro. Los pueblos que presentan estas características, según el autor, son Estados Unidos, Canadá, Uruguay y Argentina.
Por último, se encuentran los Pueblos Testimonio, se caracterizan por ser sobrevivientes de altas civilizaciones autónomas que sufrieron el impacto de la expansión europea. Son el resultado de la expansión traumatizante y de sus esfuerzos por reconstruirse étnicamente: México, América Central, Bolivia, Perú y Ecuador.
Según Eduardo Galeano, la conquista rompió con las bases de los pueblos aborígenes, más que por el fuego y la sangre que derramó, por la implantación de la economía minera basada en la mita y la encomienda, pues ésta exigía que la población se desplazara, desarticulando las unidades agrícolas comunitarias. Galeano enfatiza en que los españoles y criollos que obligaron a la población a ir a la mina no hicieron distinción entre los diferentes indígenas, pues al interior de sus sociedades había ingenieros, arquitectos, escultores, sacerdotes y astrónomos, obligados a trabajar allí.
A la economía minera se sumaron las bacterias y los virus que traían los conquistadores: la viruela y el tétano, las enfermedades pulmonares, intestinales y venéreas; la caries, el tifus, la lepra, el tracoma, las cuales contribuyeron significativamente al aniquilamiento de la población aborigen.
América apareció ante los ojos de los europeos como una invención más comparable a la imprenta, el papel, la brújula o la pólvora. Para el autor el desnivel de desarrollo de ambos mundos explica la facilidad con que los españoles, ingleses y portugueses dominaron el continente, ninguna de las culturas amerindias conocía la pólvora, el vidrio, el hierro, el arado, o la rueda, sumándose las disputas que había al interior de los imperios.
Para Fernández Retamar, es en este sentido que cobra gran importancia la discusión en torno a los orígenes del término Occidente o mundo occidental. Siguiendo a José Luis Romero, el autor apunta que, se desconoce cuándo se empezaron a acuñar los términos «cultura occidental», «civilización occidental» y «Occidente», aun cuando se tiene claro que Occidente es un término que remite indiscutiblemente a Europa «sobre la base de obvias alusiones geográficas, a imperios políticos y cimas religiosos, pero el contenido moderno del término es otro» (Fernádez Retamar 1982, 10).
Fernández expresa que Leopoldo Zea ofreció una definición de los conceptos de mundo occidental para agrupar a los pueblos de Europa y Estados Unidos que han materializado los ideales culturales de la Modernidad, los cuales emergieron a partir del Siglo XVI. Inmediatamente, el autor señala que ya Marx en el primer tomo de El Capital (1867) había escrito que: «Aunque los primeros indicios de producción capitalista se presentan esporádicamente en algunas ciudades del Mediterráneo durante los siglos XIV y XV, la era capitalista sólo data, en realidad, del siglo XVI» (Fernádez Retamar 1982, 11), para volver a la idea planteada por Zea, en 1957, acerca de que el capitalismo es el mundo occidental, y expresar que precisamente aquellos países de Europa en donde se desarrolló el capitalismo, es lo que se entiende como «mundo occidental». A saber, Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania, principalmente.
Con este punto de partida, Fernández Retamar (1982) señala que entre otros factores fundamentales de la acumulación originaria del capital se encuentra: «el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros» (Fernádez Retamar 1982, 11). Todos estos aspectos permitieron el crecimiento vertiginoso de Europa a expensas del resto del planeta ya que sin la explotación de los diferentes pueblos de África, Asia y América no hubiese sido posible el desarrollo económico de Europa. Paradójicamente, España y Portugal, las metrópolis que más se enriquecieron durante los siglos XVI, XVII y XVIII mediante la explotación de las poblaciones y los ecosistemas en territorio americano, no conocerían el mismo desarrollo que sus vecinos europeos, quedándose ambos países en la periferia de Occidente.
Si bien América Latina corrió la misma suerte que sus metrópolis —son parte de la periferia occidental—, sería el primer territorio occidentalizado metódicamente, como lo señaló José Luis Romero, no sólo por los múltiples elementos culturales de Europa que se fundirían con otros elementos americanos y africanos en territorio americano, sino porque América se encuentra unida irremediablemente desde los inicios mismos del capitalismo al mundo occidental, porque contribuyó decisivamente al desarrollo europeo mediante la rapaz y múltiple explotación (Colonial primero y neocolonial después) que los países, en su gran mayoría, no han dejado de padecer.
Lo que le lleva a afirmar a Fernández Retamar que, si bien la América Latina se encuentra excluida de Occidente, no quiere decir que no se encuentre desvinculada de la historia común del capitalismo, pues esos lazos han sido dialécticamente esenciales y permanentes desde el siglo XVI, al estar presente la relación metrópoli-colonia en cada etapa de desarrollo de la formación socioeconómica de los países latinoamericanos. Permaneciendo como una constante en su historia, pero no en su historia per se, pues los diferentes factores internos de cada una de las colonias imprimieron su devenir histórico particular.
Se trata, para Eduardo Galeano, de una relación en la que desde entonces América Latina se ha dedicado a perder trabajando para el imperio o región dominante del momento, de acuerdo con sus necesidades, aunque el oro fue el motor central de la conquista, éste no impidió obtener beneficios de otros productos. Cada país se integró al mercado mundial con un producto dinámico, en la mayoría de los casos fugaz para las economías nacionales, pues cuando éste se agotaba, ya fuera por la aparición de otras zonas con mejores condiciones o el agotamiento de la tierra, se buscaba otro que lo remplazara. Con Colón llegó la caña de azúcar, el producto agrícola más codiciado del momento por los europeos, el cual generó la misma prosperidad mortal como la plata y el oro.
“Tiempo axial”
Siguiendo al historiador colombiano Germán Colmenares, en este ensayo se ha planteado el Tiempo axial, una categoría cronológica que ha organizado los episodios históricos a partir del período independentista, hacia atrás y hacia adelante, como una categoría de análisis a los textos que se han venido trabajando. «La elección de la independencia como momento axial debía afectar las vidas de las generaciones por venir, ubicándolas en una sucesión temporal que había sido marcada por un nuevo comienzo» (Colmenares 1987, 97) . Así, para los autores que se han venido analizando, la independencia debió haber construido mejores condiciones de acuerdo con las dinámicas internas de cada república.
Bolívar, al reflexionar sobre lo que significaba la independencia de América y su reconquista por parte de España, expresó que la independencia fijó irrevocablemente el destino de América al cortar el lazo que la unía con España. Señaló que, aunque había sido el odio el que inspiró su separación, no sería difícil unir a los dos continentes para reconciliar sus espíritus. Sin embargo, para Bolívar era de suma importancia que las relaciones que se llegasen a establecer con Europa no significaran volver a las cadenas que esclavizaron el continente.
De esta manera, reseñó brevemente la situación de las provincias del Río de la Plata, el Reino de Chile, el Virreinato del Perú, la Nueva Granada, Venezuela, Nueva España, Guatemala, México, las islas de Puerto Rico y Cuba; cuestionando fuertemente a la Europa civilizada, comerciante y amante de la libertad, al querer mantener sus intereses sin importar el clamor y la justicia de estos pueblos. Consideró absurdo que España pretendiera reconquistar la América sin marina, tesoros ni suficientes soldados.
Bolívar se interesó por hacer un llamado a las naciones cultas a auxiliar a América con la intención de establecer relaciones recíprocas entre ambos hemisferios; Señalando que ese anhelo, hasta el momento en que dicta la carta, había sido frustrado, no sólo por los europeos, sino también por los hermanos de norte América, a quienes Bolívar consideraba inmóviles espectadores frente a esa contienda.
Por su parte, Martí, aunque no se centró en la independencia de los virreinatos de América, aludió a ella con la intención de advertir que, si bien el pensamiento libertador de la primera independencia fue producto de la lectura de los pensadores liberales franceses, éste debía ser apropiado para beneficio de América. No se trataba de desprestigiar el pensamiento libertario francés, era necesario apropiar sus elementos, de acuerdo con la necesidad de cada república, para conservar su soberanía.
Vasconcelos se refirió al período independentista como un punto culminante en la historia regional, considerando que América latina perdió la mayor batalla cuando se conformaron repúblicas independientes y cada una quiso desligarse de las demás, al concertar tratados y recibir falsos beneficios, sin atender a los intereses comunes de la raza. Aspecto, dice el autor, que tan sólo vislumbró Simón Bolívar.
Si bien Vasconcelos no desconocía las dificultades que enfrentaba la región al estar compuesta por una geografía que obstaculizaba su unión política, señalaba que cada independentista se preocupó no más que por la suerte inmediata de su propio pueblo.
Aspecto que también señalaría Mariátegui, al considerar que la generación libertadora organizó un movimiento de poblaciones criollas siguiendo los idearios de la Revolución francesa para oponerse a España e instaurar un ideal americanista. Sin embargo, este posicionamiento de los libertadores criollos no fue continuado por la misma vía. Por el contrario, al emanciparse de España, las antiguas colonias quedaron bajo la presión de las necesidades de un trabajo de formación nacional y el ideal americanista fue abandonado por pleitos y guerras que desgarraron la búsqueda por la unidad de la América indoespañola.
Al no concertarse ni articularse un sistema o conglomerado internacional que permitiera establecer significativos vínculos económicos o de cooperación, Hispanoamérica se fraccionó, aun cuando la mayoría eran productores de materias primas y productos alimenticios para distribuirlos en los mercados europeos y estadounidense, en donde a cambio recibían máquinas o manufacturas. Por el contrario, lo que sí se presentó y se continuo fue la frecuente concurrencia de país a país.
Roberto Fernández Retamar expresó que durante la colonia surgió una burguesía latinoamericana que se alimentó de su autorreconocimiento como criollo y que a partir de esta condición marcó su distinción con la demás población latinoamericana, endureciéndose a fínales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en su preocupación por marcar su diferenciación, también, de las metrópolis europeas —España y Portugal—.
Esta primera ruptura, y la adopción ideológica-práctica de la Revolución francesa, y la revolución de las trece colonias que se organizarían bajo Estados Unidos, lo que permitió encarar las guerras de independencia latinoamericana.
En lo que respecta a Darcy Ribeyro y Eduardo Galeano, la independencia de los cuatro virreinatos de América Latina, convertidos en múltiples países, no significó de ninguna manera el mejoramiento de la calidad de vida de la mayoría de la población hispanoamericana. Por el contrario, con la independencia y la conformación de las repúblicas, el lastre del monocultivo y la dependencia continuaron, premiando a los grandes mercaderes y dueños de la tierra, quienes se aprovecharon del trabajo de los desposeídos para su beneficio.
Aquellos lazos rotos con las metrópolis colonizadoras se modificarían y se transformarían bajo el discurso del libre comercio empleado primero por Inglaterra y luego por Estados Unidos. América Latina continúo siendo la región que satisfacía necesidades lejanas mientras descuidaba las necesidades de las grandes mayorías. El tan proclamado libre comercio, durante la época, sirvió para que una minoría pudiera vivir a la moda, mientras los gobiernos conseguían deudas que generaban deudas sucesivas, hipotecando y enajenando de antemano el futuro económico y la soberanía política nacional.
Análisis de los autores en relación con el desarrollo histórico de los Estados Unidos
En 1815 Bolívar expresaba su sentimiento respecto a Estados Unidos. Para él la actitud de la naciente república del norte frente a la reconquista española de sus hermanos del sur era condenable; desaprobó su actitud, al considerar que se comportaban como inmóviles espectadores frente a esa contienda, y era reprochable tal comportamiento de una república que había logrado desligarse de Inglaterra para trabajar por el desarrollo de su país.
A finales de siglo XIX, para Martí sería claro, cómo Estados Unidos quería anteponer su ideario político para su beneficio, a costa de las nacientes repúblicas latinoamericanas. Juzgó profundamente a los gobernantes de los países latinoamericanos por no tener el carácter necesario para construir sus repúblicas de acuerdo con sus necesidades; por haber puesto los ojos en modelos ajenos desconociendo las características de sus países y no enorgullecerse de haberse levantado «entre las masas mudas de indos, al ruido de pelea del libro con el crial, sobre los abrazos sangrientos de una centena de apóstoles. De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas» (Martí 2002, 16).
Para Martí, la incapacidad de estas repúblicas no se encontraba en el país naciente «que pide formas que se le acomoden y grandeza útil» (Martí 2002, 16) sino en gobernantes carentes de espíritu y de capacidad renovadora. Empleando la metáfora del tigre que utiliza garras de terciopelo de manera silenciosa para apoderarse de la presa adormilada, Martí se refirió a las nuevas relaciones que se estaban estableciendo entre las repúblicas latinoamericanas y Estados Unidos. Relaciones a las que catalogó como herederas de los vínculos que se mantuvieron con las metrópolis en tiempos coloniales, concluyendo que «cuando la presa despierta, tiene al tigre encima» (Martí 2002, 19). Es por ello, según Martí, que «sobre algunas repúblicas está durmiendo el pulpo» (Martí 2002, 21). Lo que se debía, decía Martí, a la importación excesiva de ideas y fórmulas ajenas y al desdén de los gobernantes.
Para la década de 1920, Vasconcelos discurría sobre la necesidad de superar las discusiones acerca de la latinidad contra el «sajonismo» y centrarse en cómo salir del desaliento para no perder más soberanía geográfica ni poderío moral. Para él, uno de los grandes errores que se presentaban era buscar la distinción entre España y América Latina ya que, al igual que los ingleses, establecieron alianzas con Estados Unidos y Australia en aras de mantener su cultura, América latina podría hacer lo mismo.
En este sentido, a diferencia de América Latina, Nueva Inglaterra y Virgina se separaron de Inglaterra con el objetivo de mejorar y fortalecerse. Sin embargo, decía el autor, si bien Inglaterra, a diferencia de España, destruyó las razas nativas de norte América, su independencia política no significó una ruptura étnica entre ellos como si sucedió con la América latina, que desde su emancipación empezó a renegar de sus tradiciones y quería romper con su pasado, anhelando que Inglaterra los hubiese conquistado. Por ello, para Vasconcelos, el triunfo de la civilización latinoamericana debía tener en cuenta la secular preparación y depuración de elementos que se transitaban y se combinaban a lo largo de su historia.
Estas dos corrientes de pensamiento representadas por Martí y Vasconcelos serían reunidas, de cierta manera, por Mariátegui, Ribeyro, Fernández Retamar y Galeano en su interés por comprender las dinámicas históricas de América Latina y cómo el imperialismo funcionaba en Hispanoamérica.
En la década de 1920, Mariátegui se interesó por indagar acerca de la existencia de un pensamiento hispanoamericano, señalando que la producción intelectual del continente carecía de rasgos propios ya que todos sus pensadores se habían formado en escuelas europeas y no se preocuparon por expresar el espíritu de su raza en sus obras. Para él, el espíritu hispanoamericano se encontraba en elaboración, mediante dos posturas antagónicos: el ideal iberoamericano y el ideal panamericano.
Para Mariátegui, aunque se presentaba el ibero-americanismo como un debate intelectual entre los pensadores de la raza, sus discusiones se centraban entre cuáles eran los elementos que se mantenían de España y cuáles de la América indoamericana. En esta corriente intelectual, la identidad indígena se encontraba totalmente extraña al proceso de formación del sentimiento nacionalista pues los valores que se enaltecían eran los evangelios imperialistas de Europa.
Por el contrario, Mariátegui señalaba que, aunque el panamericanismo no encontraba eco entre los intelectuales latinoamericanos, este era «un ideal natural del imperio yanqui» (Mariátegui 2008, 110), al influir fuertemente en la América Indo íbera mediante «su propaganda sobre una sólida malla de intereses», invadiendo a América Latina con el tráfico comercial y la expansión de éste. Por tanto, esta ideología buscaba establecer el modelo yanqui en América Latina.
Por otra parte, Eduardo Galeano, seguidor de los planteamientos y argumentos de Darcy Ribeyro, comparó las colonias españolas y portuguesas con las inglesas, concluyendo que los dos sistemas de colonización fueron opuestos. Mientras los ingleses desembarcaron en el Nuevo Mundo para establecerse con sus familias, reproducir el sistema de vida y de trabajo que practicaban en Europa y trabajar para su propio desarrollo, los españoles y portugueses buscaban sólo tesoros, aunque contaran con una abundante mano de obra servil —desde indígenas hasta negros africanos—.
Fernández Retamar consideró que Estados Unidos había iniciado una guerra anticolonialista y revolucionaria en el XVIII dando origen a la unión de trece estados. Hito histórico que tuvo gran repercusión a lo largo y ancho del continente, entre las capas más avanzadas de nuestra América. No obstante, estas no serían capaces de establecer Estados soberanos, sino que, por el contrario, se estancarían en relaciones semifeudales y esclavistas, como sucedió en el sur de los Estados Unidos. Lo que permitiría, décadas después, ser combatidos y vencidos por el vecino del norte, mientras, al mismo tiempo, Estados Unidos se incorporaría al mundo occidental, al engullirse la mitad del territorio mexicano y consolidarse como nación capitalista monopolista para abrir paso a las primeras aventuras imperialistas para influir directa y poderosamente en los países latinoamericanos.
Para Ribeyro y Galeano, mientras el imperio británico contribuía a dividir a los países latinoamericanos durante el siglo XIX, Estados Unidos contaban ya con la segunda flota mercante del mundo, fábricas textiles y siderúrgicas, y adicionalmente, no necesitaban comprar sus bienes de capital en el extranjero. Siendo ya, a finales del siglo XIX, la primera potencia industrial; a partir de la segunda guerra mundial, exportaban la doctrina del libre cambio, el comercio libre y la libre competencia para su beneficio. Con la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se buscaba negar el derecho de los países subdesarrollados a proteger sus industrias y desalentar la acción del Estado, atribuyéndole propiedades curativas a la iniciativa privada. «A partir de la segunda guerra mundial, se consolida en América Latina el repliegue de los intereses europeos, en beneficio del arrollador avance de las inversiones norteamericanas y se asiste, desde entonces, a un cambio importante en el destino de las inversiones» (Galeano 1979, 338), a cambio de inversiones irrisorias las filiales de las grandes corporaciones saltaban a las aduanas latinoamericanas, apoderándose de los procesos internos de industrialización, acorralando y devorando a las fábricas nacionales existentes
¿Qué hacer en América Latina?
Bolívar en 1815 mostraba su preocupación por el rumbo que tomarían las nacientes repúblicas, pues consideraba que América no estaba preparada para desprenderse de la Metrópoli, en la medida en que los americanos no poseían conocimientos previos en negocios públicos para representar sus repúblicas en la escena del Mundo. Preguntándose: «¿Seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una República? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Ícaro, se le desgana las alas y recaiga en el aviso?» (Bolívar 2015, 24). Para él era muy importante que las relaciones que se establecieran con Europa no significaran volver a las cadenas que esclavizaron el continente.
Desde entonces, es la sensación de los autores analizados. Su preocupación se basará en cómo hacer de las repúblicas hispanoamericanas lugares soberanos. Martí hizo especial énfasis en el conocimiento de las características propias, mediante su crítica a los gobernantes de América Latina que consideraban que podían gobernar sus repúblicas como lo hacían los franceses o los alemanes con las suyas, expresó la necesidad de que los gobernantes de los países latinoamericanos conocieran los elementos de los que estaban hechos sus países para gobernarlos y, así, guiarlos con métodos e instituciones propias que permitieran a todos los nacidos allí gozar. De igual manera, manifestaba la necesidad de que estos pueblos hermanos se conocieran entre sí.
Martí, al considerar al gobernante como un creador, criticaba fuertemente a los hombres que no tenían fe en su tierra, que se avergonzaba de ella, que eran incapaces de trabajar por ella, de emanciparla de gamonales famosos e importar ideas que se esperaban superadas con la independencia —las cuales habían sido vencidas por el hombre natural—. Los denomina sietemesinos y los considera soberbios. Se trata de una batalla entre la falsa erudición y la naturaleza, en la medida en que percibe al hombre natural como bueno al acatar y premiar la inteligencia superior sin sometimiento alguno. «Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas» (Martí 2002, 17).
Así, Martí consideraba que las repúblicas latinoamericanas se encontraban compuestas por elementos cultos e incultos y que, si los cultos no aprendían el arte del buen gobierno, gobernarían los incultos «la masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella» (Martí 2002, 17). Para ello, Martí llamaba a la creación de universidades en donde se enseñara el arte del gobierno de acuerdo con los elementos peculiares de los pueblos de América para librar las repúblicas de la tiranía.
Por su parte, Vasconcelos, en su intención de depurar ideas y ordenar el espíritu para corregir los conceptos y servir al propósito de la raza latinoamericana, era necesario tener en cuenta las diferencias al interior de las razas que conformaban la región para encontrar el camino, sin imitar ni perder, para descubrirse, crearse y obtener el triunfo.
Con esta disertación, Vasconcelos planteaba que los días de los blancos puros estaban contados por el período de la fusión y la mezcla de todos los pueblos. Proceso histórico en el que contribuyeron como opresores, pero del que no saldrán victoriosos. Para él resultaba ilógico exterminar a los indígenas para renovar el continente con blancos puros en la medida en que, además de caer en la repetición de los procesos colonizadores que realizaron los ingleses en Nueva Inglaterra, tampoco resolvía el problema humano. La predestinación de América obedecía al designio de construir la cuna de la quinta raza en la que se fundirían todos los pueblos y que remplazaría a las cuatro que aisladamente habían construido la historia. «En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la separación de todas las estirpes» (Vasconcelos 1948, 27). Y por ello se debía trabajar: la idiosincrasia iberoamericana.
En la quinta raza no se excluiría a los blancos ni a otro pueblo porque precisamente es el aprovechamiento de las capacidades de todas las razas la que le daría su poder. A lo que añadiría, que se aceptarían los ideales superiores del blanco más no su arrogancia, pues la cuarta raza buscaría la libertad.
En este sentido, la quinta raza requería depurar y superar los apetitos bajos, la ilusión y llegar a las aspiraciones más altas y edificar las leyes de la emoción, la belleza y la alegría como punto de partida para elegir pareja. La nueva raza debía ser hermosa. Poco a poco la fealdad iría desapareciendo de la estirpe humana, en la medida en que la pobreza, la educación defectuosa, la escasez de tipos bellos y la miseria que vuelve a la gente fea desaparecerían del futuro de la humanidad. Así, se impondría la buena educación y el bienestar que permitirían el cambio físico y de temperamento, llevando a prevalecer instituciones superiores para que perduren los elementos de la hermosura repartidos en los distintos pueblos.
Aunque Mariátegui no menciona a Vasconcelos en su ensayo ¿Existe un pensamiento hispanoamericano?, se puede deducir que se encuentra en contraposición de sus planteamientos, al considerar que las proposiciones de aquellos latinoamericanos que esbozaban como solución la creación de una nueva cultura americana desde las fuerzas raciales autóctonas resultaba ingenua y caía en un absurdo misticismo. Para él, se trataba de una argumentación insensata y peligrosa al superestimar al indio «con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano» (Mariátegui 2008, 63).
De igual modo, Mariátegui criticó fuertemente a quienes argumentaban con la intención de demostrar la supuesta inferioridad de la raza indígena. Admitía que el problema de las razas no era común ni presentaba los mismos caracteres en todos los países de América Latina: «en algunos países latinoamericanos tiene una localización regional y no influye apreciablemente en el proceso social y económico. Pero en países como el Perú y Bolivia, y algo menos el Ecuador, donde la mayor parte de la población es indígena, la reivindicación del indio es la reivindicación popular y social dominante» (Mariátegui 2008, 65).
Mariátegui propuso como solución al problema que enfrenta el indígena —atraso y miseria— transformar las condiciones económico-sociales a las que se enfrentaba. Al considerar que el atraso no se encontraba determinado por la raza sino por la economía y la política, expresaba que la raza por sí sola no es un factor emancipador, sino por el contrario, el dinamismo económico y cultural son los elementos que aportan a engendrar el socialismo.
De igual modo, para él era de suma urgencia arraigar a la doctrina socialista a las masas indígenas, pues consideraba que su organización social les permitía asimilarla rápidamente. Expresando que lo que había faltado era preparación sistemática de los propagandistas. Según lo expresó, el indio alfabeto era corrompido por la ciudad y regularmente colaboraba con los explotadores de la raza. Sin embargo, el indio en el ambiente obrero revolucionario asimilaba y se apropiaba de la idea revolucionara como instrumento de emancipación de su raza, «oprimida por la misma clase que explota en la fábrica al obrero» (Mariátegui 2008, 65), descubriendo a su hermano de clase.
Mariátegui también señaló la importancia de que «la nueva generación hispanoamericana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos» (Mariátegui 2008, 111), y que el iberoamericanismo debía trabajar por los nuevos ideales de la América indoibérica, insertándose en la realidad histórica de sus pueblos. Expresando que, si el panamericanismo respaldaba los intereses del orden burgués, el iberoamericanismo «debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo» (Mariátegui 2008, 113).
Así, Ribeyro, Galeano y Fernández Retamar, retomaron los planteamientos de Martí y Mariátegui en la urgencia de establecer un pensamiento latinoamericano propio que llevara a la soberanía nacional. Por ejemplo, para Galeano uno de los fenómenos que más contribuían al atraso de América Latina era la inexistencia de un conocimiento propio, de la falta de inversión en la investigación científica y tecnológica, pues vivía al regazo del adelanto científico de Estados Unidos o de Europa. Señalando que una cultura auténtica y autónoma requería y promovía profundos cambios en todas las estructuras vigentes. Por lo contrario, se estaba copiando los adelantos de la tecnología moderna que las corporaciones difundían.
Para Ribeyro y Galeano, las clases dominantes no habían establecido una ruta para el crecimiento nacional, se preocuparon para saciar los deseos y las necesidades ajenas, intensificando la brecha social y económica entre ricos y pobres. Por ello, era necesario una revolución en manos y a nombre de los oprimidos.
Biodata
Tania Camila Bonilla Riveros
Antropóloga e historiadora de la Universidad de los Andes (Colombia) con maestría en Comunicación y Derechos Humanos de la Universidad Nacional de la Plata (Argentina). Trabaja en proyectos de investigación en el campo de las ciencias sociales, así como en procesos pedagógicos desde la perspectiva de la educación popular. Tiene una amplia experiencia trabajando con comunidades afrocolombianas, indígenas y campesinas en Colombia; en el desarrollo de talleres de derechos humanos, caracterizaciones y seguimiento de proyectos de desarrollos. Estos últimos también se han extendido a diferentes continentes, siendo el más reciente en Siem Reap, Camboya, en donde Igualmente trabajó alrededor de la equidad de género utilizando la exploración corporal a través de la salsa para el empoderamiento de las mujeres.
Notas
Colmenares, Germán. 1987. Las convenciones contra la cultura. Bogotá: Tercer Mundo editores.
Fernádez Retamar, Roberto. 1982. Nuestra América y el Occidente. Bogotá: Editorial El Búho.
Freyre, Gilberto. 1983[1933]. Casa-Grande e Senzala. Rio de Janeiro: Livraria José Olympio Editora.
Galeano, Eduardo. 1979. Las venas abiertas de América Latina. Colombia: Siglo veintiuno editores.
Mariátegui, José Carlos. 2008. Escritos fundamentales de José Carlos Mariátegui. Buenos Aires: Acercándonos Ediciones.
Martí, José. 2002. Nuestra América. Guadalajara: Centro de Estudios Martinianos. Edición Crítica. Universidad de Guadalajara.
Ortiz, Fernando. 2002. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Ediciones Cátedra: Madrid.
Ramos, Julio. 1989. «Nuestra América: Arte del Buen Gobierno.» En Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, 229-43. México: Fondo de Cultura Económica.
Ribeiro, Darcy. 1973. El dilema de América Latina. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores.
Ribeiro, Darcy. 1985. Las Américas y la civilización. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
Vasconcelos, José. 1948[1925]. La raza cósmica. México: Espasa-Calpe mexicana. https://enriquedussel.com/txt/Textos_200_Obras/Filosofos_Mexico/Raza_cosmica-Jose_Vasconcelos.pdf