Eje Tematico
¿Son formativos los cursos de capacitación continua? La perspectiva de los directores y docentes de escuelas primarias
Are Regular Capacity Building Courses Formative? Perspective of School Directors and Educators
¿Son formativos los cursos de capacitación continua? La perspectiva de los directores y docentes de escuelas primarias
Diálogos sobre educación. Temas actuales en investigación educativa, vol. 7, núm. 12, pp. 1-20, 2016
Universidad de Guadalajara
Recepción: 30 Septiembre 2015
Revisado: 19 Abril 2016
Corregido: 19 Abril 2016
Aprobación: 02 Mayo 2016
Resumen: La presente investigación surge de la necesidad de comprender cómo impactan los cursos de formación continua que ofrecen las instancias formadoras de docentes en la práctica cotidiana y la subjetividad de los actores que han recibido este tipo de formación. Este aspecto es analizado desde la opinión de la propia comunidad escolar y de los directores que han sido formados en dichos cursos. Se parte de concebir la formación como un trayecto que le brinda al sujeto un sentido de comunidad en el oficio y de identidad en la acción. El propósito es valorar las percepciones de directores sobre su capacitación y conocer si ésta contribuye a su formación desde la valoración que nos ofrece la comunidad docente conformada por veintitrés escuelas básicas de educación primaria que concluyeron en el año 2013 un curso de formación continua (sej, 2006). Palabras clave: formación, directores, capacitación.
Palabras clave: formación, directores, capacitación.
Abstract: This article arises from the need to visualize the impact of regular capacity building courses offered by the different educator forming organizations in the everyday practice and the subjectivity of the actors who have received this kind of formation. The analysis is based on the opinion of the members of the school community itself and the objective is toThe point of departure is the idea of formation as a journey which gives the subject a sense community in the profession and of identity in action.
Keywords: capacity building, formation as community, identity.
Nuevas demandas, nuevos retos de formación
Los directivos escolares fueron considerados a partir de los años noventa del siglo veinte, actores estratégicos en la transformación escolar y en el logro de la calidad educativa, ya que se inicia una serie de cambios sociales propiciados por el advenimiento de un estado evaluador ante la crisis del modelo benefactor heredado de las economías de la posguerra de los años cuarenta y, en el caso mexicano, de la postrevolución mexicana del siglo veinte, así como del proceso de descentralización administrativa, económica y el arribo de nuevas formas de ciudadanía y democracia participativa.
Lo anterior implicó nuevos imperativos a la tarea docente, a la gestión de las escuelas llevada a cabo por los directores escolares, a los propósitos de la escolarización, a los sistemas educativos y a las políticas educativas en su conjunto (Braslavsky y Acosta, 2001).
Desde esa década se dio la necesidad de lograr la calidad educativa centrada en mejorar los resultados educacionales, bajar la tasa de reprobación, deserción y rezago educativo y lograr una mayor equidad en la distribución de la oferta educativa entre distintos grupos sociales. Dichas acciones obedecieron entre otras cosas a las tendencias de las economías de mercado que demandaban mayor competitividad en el contexto de la globalización y a las nuevas exigencias de formación del capital humano. En este escenario se inician procesos reformistas en diversos países de América Latina y México no es la excepción.
Ante estos procesos de reformas educativas y de reforma de los sistemas educativos1 quedó clara la tesis de que no es posible lograr esos cambios necesarios si no se parte del corazón de cambioque es la escuela.
Los antecedentes de esta tesis son los aportes de las escuelas eficaces, movimiento iniciado en Inglaterra que afirma que la escuela puede obtener buenos logros si se accede a una comunidad de aprendizaje desde los actores, donde se involucre la sociedad y el contexto desde lógicas centradas en aprendizajes relevantes. Dicho movimiento centra la atención en la dirección de las escuelas como clave para el logro de los aprendizajes relevantes o aprendizajes para la vida; porque de la gestión de un director de escuela depende que se den los cambios esperados o bien que se frenen las posibilidades de mejora escolar, como señala Schmelkes:
Ni duda cabe que una buena escuela empieza por un buen director, ya que el directivo adquiere una relevancia que quizá antes se había ignorado. En manos del director, de hecho, se encuentra el poder –o bien de obstaculizar– [para] que se dé un proceso comprometido (Schmelkes, 1998: 190).
De ahí que consolidar al directivo como una autoridad con liderazgo resulte una de las intenciones fundamentales de la formación bajo el modelo reformista, cuyo propósito es impulsar el desarrollo de competencias para que éstos sean capaces de implementar procesos de formación permanente en el logro de la calidad desde las escuelas pues, como señala Zorrilla y Pérez: “Al director le corresponde realizar el tejido fino que permita unir la dimensión pedagógica con la gestión escolar” (Zorrilla y Pérez, 2006: 115).
Desde esta perspectiva se generan cambios en las estructuras económicas, políticas y culturales que conllevarían a nuevas demandas y exigencias educativas y a distintas formas de interpelación del trabajo docente y de la dirección escolar, dado que las nuevas tareas directivas ya no se limitarían a responder a las lógicas de un modelo de administración centralista, sino a crear condiciones en la escuela para generar aprendizajes de calidad, fortalecer los proyectos de mejora escolar desde la participación comunitaria y movilizar a distintas agencias y actores estratégicos articulados en el logro de las metas escolares desde procesos comunicativos y de transparencia (Zorrilla y Pérez, 2006).
Se parte de la necesidad de formar a los directivos y supervisores escolares, situación que se reconoce a través de los diagnósticos tanto nacionales como internacionales, que señalan:
Existe una necesidad de formación que puede denominarse básica para la gestión y la política educativa que debe alcanzar a todos los actores que intervienen en educación. Esa formación básica consiste en el desarrollo de ciertas competencias que, por otra parte, es conveniente que desarrollen todos los ciudadanos: la detección de necesidades; la concertación de alianzas; la negociación de conflictos; la anticipación de problemas; el planteo de alternativas a partir de un sólido conocimiento de las existentes y de los debates que existen en torno a ellas; la discusión de las alternativas entre los actores involucrados, su puesta en práctica y seguimiento, y la rendición de cuentas públicas respecto de los resultados (Braslavsky y Acosta, 2001: 14).
En el caso concreto de México esta tendencia inicia a partir de la década de los años noventa con el advenimiento de tres documentos fundacionales de la política educativa que son el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica (1992), la Ley General de Educación (1993) y el Programa de Desarrollo Educativo (1995-2000); éstos generan nuevas demandas de formación de directivos e implementación de programas de formación continua destinados a promover las competencias exigidas en el naciente campo de la gestión escolar, lo que habrá de generar una nueva ruta en los procesos formativos de directores escolares y supervisores.
En este sentido, Aguilar y Schmelkes señalan que:
La necesidad de conocimiento ante los cambios acusados y las nuevas funciones emergentes del cargo constituyen otra vía que condujo a sectores de personal directivo hacia programas de formación. En este contexto surge la oferta académica en gestión, que… se concentra en las instituciones formadoras del magisterio de educación básica y normal (Aguilar y Scmelkes, 2001: 204).2
En el contexto de estos nuevos escenarios se va generando una oferta que exige una formación que responda a estos desafíos. De ahí que una prioridad de la política educativa sea el que las secretarías de educación de los estados desarrollen proyectos de formación tendientes a formar competencias de gestión en los directivos con la finalidad de responder a las exigencias de las tendencias reformistas,3 en el caso concreto del estado de Jalisco, se implementó en el 2006 un proyecto de formación de directivos basado en un modelo por competencias, el Programa de Formación de Directivos por Competencias (PFDC, 2006, en delante),4 que reconoce como parte su diagnóstico la necesidad de formar a los directores ya que éstos han llegado al cargo sin una formación específica que les permita el desempeño de sus nuevas funciones, en el mejor de los casos han arribado al nombramiento pasando del aula donde fungieron como profesores a una dirección escolar que les exige el manejo de nuevas competencias propias de la función:
Hasta ahora el Sistema Educativo Estatal ha aceptado que la sola formación inicial como profesor de grupo y el ascenso al puesto sean elementos suficientes para que el director cuente con el perfil y las competencias necesarias para desarrollar una tarea tan compleja (SEJ/PFDC, 2006:3-4).
Esta perspectiva estatal coincide con el diagnóstico del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación (IIPE) que señala:
De ahí que desarrollar procesos formativos que incrementen o coadyuven la capacidad de gestión de los actores educativos sea cuestión de no poca importancia. El acceso a cargos directivos de diversa jerarquía tanto en el sistema de educación básica como en el de educación media superior y superior, se da fundamentalmente mediante una carrera al interior de cada estructura, fincada de modo parcial o total en relaciones políticas o político-académicas. Es decir, los estudios y las certificaciones académicas no son un criterio definitorio en el acceso a los cargos directivos (Aguilar y Schmelkes, en Braslavsky y Acosta, 2001: 269).
Las competencias a desarrollar en los directivos y que demandarían una formación específica para este profesional, de acuerdo con Braslavsky y Acosta, serían: “la gestión estratégica, el liderazgo, la comunicación, la delegación, la negociación, la resolución de problemas, la anticipación, el trabajo en equipo, el discernimiento ético” (Braslavsky y Acosta, 2001: 15).
Estas competencias responden a la necesidad de fortalecer en los directores la capacidad de gestión, esto es, de reconvertir un modelo centralista fundado en la administración y planeación educativa hacia un ejercicio cotidiano que coloca en el centro a la escuela y provee a través de proyectos estratégicos planes de mejora desde la participación comunitaria. Por ello, se demandan programas formativos que:
Fortalezcan la capacidad de los actores educativos de diagnosticar la situación local (escuela, zona escolar, sector educativo, municipio, estado, región, país, etc.) en favor de una visión democrática, y en función de ello diseñar, realizar y evaluar proyectos. Asimismo, para favorecer una visión democrática es necesario indagar en el significado local que dicha visión puede tener. Conocer las redes institucionales, los mecanismos locales de gestión y las tradiciones en las formas de relación institucionales permite tener una visión del horizonte real y posible de participación de los actores, así como de las vías para incentivarla (Aguilar y Schmelkes, en Braslavsky y Acosta, 2001: 269).
De acuerdo a este diagnóstico elaborado desde instancias internacionales, en el país se inicia desde la década de los años noventa el crecimiento en la oferta curricular para la formación continua en el ámbito de la gestión. Sin embargo, a pesar de la recurrencia de las instancias oficiales, de las universidades tanto públicas como privadas de formar en este ámbito, poco conocimiento se tiene de cómo impactan o interpelan estos modelos de formación a los actores que la reciben, lo que implicaría conocer cómo desde las condiciones situacionales o contextuales del trabajo cotidiano los actores encuentran significaciones que le atribuyan nuevos sentidos a su práctica. Tampoco se sabe qué condiciones permiten lograr las transferencias del nivel discursivo al nivel práctico en caso de que éstas se concretaran, ni cómo influyen otros factores del contexto situacional o personal de los profesionales en dichos procesos.
La formación desde los sujetos
La formación es ante todo un proceso de subjetivación, donde el sujeto en interacción se forma a sí mismo (Anzaldúa, 2009). Sin embargo, el sujeto está frecuentemente olvidado, como lo señala Ducoing:
Ese sujeto frecuentemente olvidado en todo aquello que de él es inasible, incierto, incontrolable e impredecible; ese sujeto cuya formación le ha sido reducida a indicadores, variables, productos y resultados controlables, mesurables, perceptibles; ese sujeto del que lo humano es frecuentemente evadido (Ducoing, 2005: 164).
Ante esta situación se pretende que esta investigación parta de los sujetos en contextos situados de su práctica una vez que concluyen su proceso de formación. No pretende evaluar un programa de formación, intenta comprender los sentidos que los sujetos le atribuyen a su práctica desde sus valoraciones y concepciones particulares.5
Se entiende por sentidos la relación de atributos, valoraciones e ideas dentro de un contexto de significantes mediados por metarrelaciones asignados a una situación o experiencia; un ejemplo de sentido sería el atribuir a la experiencia de formación un mejor desempeño o una mayor capacidad en la toma de decisiones.
Ambos atributos: 1. Mejor desempeño, y 2. Mayor capacidad, son dos tipos de sentidos que los actores designan como parte de una experiencia propia o bien de un discurso que ellos quieren incorporar a un ethos de la profesión.
Desde esta mirada, es importante comprender los sentidos que los sujetos poseen una vez que concluyen su formación en relación con la experiencia de su gestión situada. En los apartados siguientes se intenta dar cuenta de este cometido.
El concepto de formación, sus implicaciones en la vida profesional
La formación es una vivencia que implica procesos de heteroformación, autoformación y coformación, entendidos como escenarios donde se aprende en contextos de pares que comparten saberes, conocimientos, habilidades, centrados en vivencias, experiencias, problemas, visiones y dilemas de la práctica profesional. Estos escenarios pueden ser los espacios formales e informales, presenciales o en redes, en comunidades que permiten desarrollar un ethos o código que orienta la acción propia del oficio. Yuren define el ethos como: “un sistema disposicional que se configura para resolver los problemas sociomorales que surgen en el campo de la profesión que se ejerce” (Yuren, 2007: 3)
Siguiendo esta lógica, el ethos es un elemento fundamental de la formación porque constituye un ámbito diferenciado de acción y reflexión de acuerdo a los problemas propios de la profesión, es un engranaje y motor de diversos elementos que configuran los procesos formativos (Yuren, 2007).
Los cursos de formación continua que los directivos toman en su trayecto a través de procesos de capacitación y actualización pueden ser formativos siempre y cuando los incorporen a sus saberes, los transfieran a su práctica cotidiana, a los estilos de resolución de conflictos, a las acciones que realizan en su hacer, a las actitudes y reflexiones que acompañan la práctica y que dan sentido propio al ejercicio de la gestión cotidiana.
La formación institucional que se ofrece a los docentes y directivos por parte del sistema educativo se concibe como inicial y continua. La formación inicial generalmente se adquiere en las escuelas normales y la formación continua se ofrece a través de cursos de actualización, de talleres breves de actualización y de posgrados profesionalizantes, ofrecidos tanto por las secretarías de educación de los estados del país, así como por instituciones de educación superior tanto públicas como privadas.
Desde esta dimensión, la formación continua es entendida como un conjunto de acciones intencionadas orientadas a la conformación de aprendizajes profesionales que se desarrollan durante el trayecto del desempeño con el objetivo de mejorar la práctica, de actualizar los conocimientos o de adquirir nuevas competencias orientadas a satisfacer las demandas educativas de los actores situados en una realidad educativa (Ferry, 1990: 52).
Un modelo de formación continua implica un proceso de adquisición sistemática de actitudes, conceptos, conocimientos, reglas o destrezas que se verán reflejados en la cotidianidad del profesional y que conllevan a transferencias de lo aprendido a situaciones concretas de la vida profesional, lo que también se verá reflejado en concepciones y creencias distintas sobre el ser y el hacer.
Como lo ha señalado Yurén (2007), la formación profesional no se puede circunscribir a procesos heteroformativos, como los que ofrecen los cursos formales e instituidos, sino a la autoformación y coformación que se da a través de procesos vivenciales e instituyentes implicados en la misma heteroformación; en este trabajo nos centraremos en el sentido que adquiere para los actores la formación proveniente de instancias oficiales, pero que toma nuevas significaciones en el espacio de intersubjetividad porque interesa valorar el sentido de la formación continua en el hacer y ser de los directivos que concluyen su proceso de actualización desde la opinión de los propios directivos y la comunidad escolar.
De manera concreta se aborda una variable consistente en destacar los sentidos de relevancia de los cursos en la práctica cotidiana de los propios directivos, esto es, si tienen algún sentido en su formación profesional y qué tanto son útiles en su práctica de gestión cotidiana. Esta variable se liga a la necesidad de concebir la formación desde un espacio dialógico y de interexperiencia, lo que constituye “el suelo, el centro de gravedad de la formación, cualquiera que sea su forma” (Honoré: 1980: 26), ya que desde la mirada de este autor la formación no implica un saber entendido como objeto que se pueda capitalizar, darse o imponerse, sino una comprensión, una relación del saber en situación.
De ahí la relevancia de la formación en el sentido de comprender los procesos de apropiación como una manera de reflexión propia desde lo aprendido, con nuevas significaciones a la acción cotidiana. No se trata de traducir la formación en una experiencia evaluable desde un dispositivo técnico que mida el logro en la práctica, sino de comprender los sentidos que apropia el sujeto y que incorpora a un ethos de su profesión (Yurén, 2007).
Por esta razón se considera importante, para los propósitos de este estudio, centrar la mirada en los sujetos desde sus formas de subjetivación, esto es, de maneras de interpelar la formación desde la acción. No pretende evaluar un programa, ni tomar como categorías analíticas los propósitos de un programa, porque eso implicaría ir a la realidad de los sujetos con un prejuicio fundado en la verificabilidad de indicadores prescritos de antemano. Por el contrario, se pretende desde el imperativo fenomenológico comprender el fenómeno desde el actor.
La recuperación de los sentidos se infirió de las respuestas que nos ofrecieron los sujetos, a quienes se les aplicó una entrevista de cuyas preguntas se rescataron tres para este análisis: ¿Considera que la tarea del directivo se puede realizar sin necesidad de tomar este curso?6 ¿Cree que el curso es suficiente para que un director tenga una mejor gestión? ¿Existe diferencia entre lo que se aprende en el curso y la realidad de su escuela?
En el análisis se integra una interpretación de los sentidos inferidos de sus respuestas, que permiten comprender las implicaciones del dispositivo de formación.
La necesidad de comprender los sentidos de los directores que han concluido su proceso formativo nos lleva a mirar no sólo a la experiencia que dicen les ha dejado el proceso de actualización, sino a comprender “las estructuras profundas” (Flick, 2007) que le dan sentido a sus opiniones al estar investidas de significados. La metodología consistió en la aplicación de entrevistas estructuradas a 23 directivos y 92 docentes de 23 escuelas primarias ubicadas en seis regiones del estado de Jalisco, las cuales fueron seleccionadas dada la concentración de directores capacitados en el curso mencionado (PFDC, 2006). Estas seis regiones son las siguiente: Altos Norte (AN), Altos Sur (AS), Centro (C), Costa Norte (CN), Costa Sur (CS) y La Ciénega (LC). Se eligieron las escuelas bajo el procedimiento del muestreo aleatorio simple. A continuación, se muestra el cuadro 1 de las escuelas, directivos y docentes entrevistados:
La presentación de los resultados del análisis pondera respuestas de las cuales se infirieron sentidos comprendidos como atributos asignados desde la valoración de los sujetos. A continuación se analizan cada uno de los sentidos inferidos de dichas respuestas.
Los cursos proveen de certidumbre en la práctica
En este apartado se concentran las perspectivas de los directivos inferidos a partir de las respuestas que ofrecieron:
El curso nos ofreció mayores conocimientos acerca de la gestión, lo que nos permitió conocer y tomar decisiones sobre asuntos relacionados con la gestión.
Los temas abordados en el curso no se habían considerado o analizado, ni habíamos tenido la oportunidad de revisar y valorar sus implicaciones.
La participación de los formadores fue importante.
Los veintitrés afirman que el curso resultó de utilidad.
El sentido de utilidad es ponderado de acuerdo a valoraciones, ya que nueve directores ponen énfasis en el aprendizaje de propuestas para la intervención y la mejora en el campo de la dirección escolar; expresan que el curso fue bueno en el sentido de que ofreció conocimientos teóricos para orientar sus acciones y a la vez les permitió un mayor acercamiento a propuestas para la mejora de su práctica y el manejo de reglamentos y normatividades para intervenir y resolver conflictos a los que algunos de ellos ya se enfrentaban, como se podrá evidenciar en su propia narración:
Trece de los directores entrevistados valoran el curso en cuanto a que éste les dio elementos para tener mayor seguridad en su desempeño como directores nuevos o con pocos años de haber adquirido el cargo; ante ello reconocen que su capacitación les dejó experiencias nuevas que podrán incorporar a su práctica, como podemos ver en las siguientes viñetas narrativas:
En términos generales, los directores entrevistados consideran que el curso fue un elemento importante en su formación, aunque no suficiente ya que señalan otras situaciones que deben completar la capacitación como serían: la vocación y la inclinación hacia la función directiva, el seguimiento, la tutoría, ofrecer más tiempo para las actividades, entre otros aspectos.
Al respecto ellos señalan situaciones que deberían implementarse en el curso para que éste tuviera mayor impacto en las prácticas, y que a continuación señalaremos.
Se demanda mayor acompañamiento tutorial
Los directivos reconocen que una de las fortalezas más importantes del curso fue precisamente el acompañamiento encarnado en la figura del tutor. En muchos de los casos, esta fortaleza sólo se dio al inicio en seis visitas en promedio, pero los directivos consideran que el acompañamiento tutorial que incluye el PFDC (2006), y que se entiende como una fase de formación situada incluida en el propio proceso de formación, debe ampliar su radio de acción y ser un ejercicio permanente, ya que el tutor representa una presencia formativa y horizontal, aunque con mayor experiencia, conocimientos y una actitud cooperativa hacia la mejora, que permite la reflexión, el análisis, la autoevaluación in situ, ya que éste: recomienda, sugiere, amplía perspectivas, problematiza y ofrece alternativas de solución en algunos casos.
La valoración que los directivos hacen de 22 tutores fue positiva, reconociendo en esta figura un apoyo y un aprendizaje en la formación; sólo en uno de los casos se reportaron comentarios insatisfactorios del tutor por parte de un directivo, quien lo vio como una figura amenazante e intimidatoria.
Las evidencias de la formación que reconoce la comunidad escolar
Del universo de 92 profesores de las 23 escuelas, ochenta reconocieron que a partir de que su director tomó el curso por competencias éste ha procurado un mayor número de reuniones y de trabajo colegiado.
El resto, constituido por 12 profesores, señaló que las reuniones que se organizan son las ya establecidas por el calendario y la agenda escolar.
Ahora bien, los profesores valoraron que, si bien hay más reuniones de trabajo colegiado, en estos encuentros a veces no se dan acuerdos y en algunos casos reportan que los acuerdos tomados ya no tienen seguimiento porque el director toma otras decisiones y deja de lado dichos acuerdos. Ante esto cabe reflexionar sobre las condiciones propias de cada contexto, en el sentido de que la rigurosidad en el manejo de los tiempos sigue dependiendo, en la mayoría de las escuelas, de la hegemonía de una agenda centralizada en la figura de la autoridad externa y que por ello se vuelve regulador de la administración escolar.
De acuerdo con las apreciaciones de los docentes y directivos podemos considerar que el modelo administrativo centrado en la escuela aún vive las tensiones generadas por las tendencias externo reguladoras provenientes de la organización de la secretaría de educación, concretada en la figura de la supervisión escolar.
En este sentido, desde la mirada de los directivos, la supervisión resulta una instancia ajena a las demandas y prioridades escolares; ante ello los directores demandan un diálogo entre ambas agendas y un mayor acercamiento de la supervisión en asuntos de índole escolar y no sólo de administración burocrática, centralizada en las instancias externas.
Las carencias que los actores reportan desde su formación
La mejor manera de evaluar los efectos de la formación es la valoración de lo que los sujetos logran en la propia práctica, puesto que ahí se palpan con mayor claridad los logros y, fundamentalmente, los problemas para aplicar lo que se aprende en los espacios formales de la capacitación y con base en ello generar propuestas para mejorar dichos procesos de formación. Por ello, las dificultades para aplicar las competencias en las escuelas son evidenciadas desde la práctica de los directivos y son las siguientes:
Hay un problema interesante que los directivos reportan y que tiene que ver, como ellos mismos lo revelan, con aspectos de la tradición formativa, que es la disociación y asimetría entre la teoría y la práctica. Así, ellos revelan en su entrevista aspectos como:
El curso en algunos momentos fue muy teórico y la teoría no era aplicable a los contextos de las escuelas.
Hubo un exceso de ejercicios que no eran aplicables a la realidad.
No partía de situaciones que ocurren realmente en la gestión cotidiana, por tanto, había disociación entre la realidad vivida en las escuelas y los ejercicios que nos propuso el curso
Aunque el propósito no es analizar la naturaleza o la génesis de estas problemáticas, sí surge la necesidad de abordar la problematicidad de la tradición formativa basada en la concepción de que el conocimiento se debe aplicar en la realidad, pero sin una claridad de las mediaciones necesarias entre la práctica y la teoría; en algunos casos la noción mediacional se aproxima a una concepción mecánica y lineal basada en el ideal de que lo aprendido se tiene que aplicar. El modelo de formación dentro de esta experiencia carece de elementos mediacionales e integradores entre lo aprendido y lo vivido; y, finalmente, le apuesta al voluntarismo y a la pericia del sujeto en situación. El mismo programa de formación de directivos refiere una modalidad en alternancia en el sentido siguiente:
La modalidad que se propone para la formación del director de escuela de Educación Básica se basa en la alternancia, esto es, la sucesión de actividades teóricas y prácticas. Se conforma como un esquema a través del cual el director recibe información e inducción teórica, los cuales pondrá en práctica. Esta aplicación de la teoría en su práctica, le permitirá aprender, continuar o redefinir la forma en que conducirá su escuela (Esquivel et al., 2011: 179).8
Como podemos ver, el mismo modelo favorece una formación basada en la adquisición de conocimientos, porque, como lo señala la cita anterior, el director recibe información teórica que luego pondrá en práctica; pero no refiere un factor mediacional entre ambas dimensiones y se aleja de un modelo situacional que postula que:
quien se forma emprende y prosigue, a lo largo de su carrera, un trabajo sobre sí mismo, que consiste en la desestructuración y reestructuración del conocimiento de su realidad, con lo cual concibe proyectos de acción adaptados a su contexto y a sus propias posibilidades. Implica, por tanto, investir su práctica y formarse (Ferry, 1997: 140).
Sin embargo, es necesario reconocer a partir de algunas reflexiones que los mismos directivos hacen, que la relación entre la teoría aprendida y la vivencia práctica no puede ser mecánica ni simple, puesto que involucra, por una parte, al sujeto en formación en su plena totalidad: desde sus valores, actitudes, relaciones, emociones, afectos, rechazos, identidades, rupturas, dificultades o conflictos; por otra parte, también involucra las condiciones de los contextos de aplicación en la práctica.
La relación entre teoría-práctica tiene que ver con procesos de apropiación, más que de interiorización. La apropiación se conforma desde situaciones dialógicas e intersubjetivas involucrando un nivel de adquisición de conciencia práctica. Lo segundo, la interiorización, implica el nivel que cada sujeto logra al incorporar el saber a un esquema cognitivo. Por lo cual, el concepto de apropiación nos permite ir más allá de la noción de interiorización, y con ello destacar el proceso por el cual los directores participan en tanto agentes en contextos concretos.
Este supuesto lo podemos constatar con las respuestas que nos dieron a la pregunta: ¿Existe mucha diferencia entre lo que se aprende en el diplomado y la realidad de la escuela donde trabaja? Las respuestas ofrecidas por parte de los directivos se pudieron clasificar en tres niveles, los que consideran que sí hay diferencias entre lo aprendido y la realidad, por ello se requiere hacer una adaptación entre ambas dimensiones; quienes consideraron que sí hay diferencias entre ambas, pero que existen cosas que no son aplicables; y finalmente quienes consideraron que no hay diferencia entre ambas, por tanto todo es aplicable.
Obviamente los tres tipos de respuesta no se pueden clasificar de manera tajante o maniquea puesto que revelan la dinámica del directivo al concretar lo aprendido al ámbito de aplicación de sus competencias. En ese sentido, los puntos de vista reflejan el juicio prudencial9 del directivo de acuerdo con los contextos de aplicación y los sentidos que el propio sujeto le da al saber frente a la realidad, a los problemas y a la comunidad, como podemos verlo en el siguiente cuadro 2 de análisis que se desprende de la pregunta: ¿existe diferencia entre lo que se aprende en el curso y la realidad de su escuela?
Referencias
Acosta y Braslavsky (2001). El estado de la enseñanza de la formación en gestión y política educativa en América Latina. Buenos Aires: IIPE-UNESCO.
Aguilar, C. y S. Schmelkes (2001). “El estado de la enseñanza de la formación en gestión y política educativa en México”. En: Acosta y Braslavsky (2001). El estado de la enseñanza de la formación en gestión y política educativa en América Latina. Buenos Aires: IIPE-UNESCO.
Anzaldúa, A.R.E (2009) La formación, una mirada desde el sujeto. Ponencia X Congreso Nacional de Investigación Educativa. Área 15 procesos de formación. Veracruz, México.
Esquivel, M. et al. (2011). “El Programa de Formación de Directivos por Competencias”. En: V. Ponce. Nuevos estilos de gestión de políticas educativas. Comunidades y redes de la Secreta- ría de Educación Jalisco. Guadalajara: SEJ.
Deleuze, G. (1999). “¿Qué es un dispositivo?”. En: Balbier et al. Michel Foucault, filósofo. Barcelona: Gedisa.
Ducoing, P. (Coord.). (2005). Sujetos, actores y procesos de formación, México: COMIE.
Ferry, G. (1991). El trayecto de la formación. México: Paidós.
Ferry, G. (1997). Pedagogía de la formación. Serie Los Documentos 6. Buenos Aires: Novedades Educativas-UBA.
Honoré, B. (1980). Para una teoría de la formación. Madrid: Narcea.
Loya, H. (2008). “Los modelos pedagógicos en la formación de profesores”. En: Revista Iberoamericana de Educación, núm. 46/3, 25 de mayo. Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI).
Secretaría de Educación Jalisco (2006). Programa de Formación de Directivos por Competencias.Guadalajara: Secretaría de Educación Jalisco.
Schmelkes, S. (1998). “La educación básica”. En Latapí Pablo. Un siglo de educación en México.Vol. I. México: CONACULTA/FCE.
Yurén, T. y C. Romero (2007). “Ethos profesional, dispositivo universitario y coformación”. En: Revista Reencuentro. Análisis de problemas universitarios, núm. 49. Valores en las profesiones universitarias. México: Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, pp. 22-29.
Zorrilla, M. y M. G. Pérez (2006) Los directores escolares frente al dilema de las reformas educativas en el caso de México. Vol. 4. México: REICE.
Notas
Notas de autor