Dossier Abierto

De distancias y acercamientos entre el análisis de luchas ambientales y la perspectiva clasista sobre la constitución de sujetos políticos

Distances and approaches between the analysis from the environmental struggles and the classicist perspective about the politic subject’s constitution

Candela de la Vega
Universidad Católica de Córdoba, Argentina

De distancias y acercamientos entre el análisis de luchas ambientales y la perspectiva clasista sobre la constitución de sujetos políticos

RevIISE - Revista de Ciencias Sociales y Humanas, vol. 10, núm. 10, pp. 205-218, 2017

Universidad Nacional de San Juan

Recepción: 30 Junio 2017

Aprobación: 25 Julio 2017

Resumen: Este artículo se centra en los numerosos aportes empíricos sobre el mapa de sujetos colectivos surgidos durante el ciclo de conflictos ambientales de los últimos 15 años, especialmente en Argentina. Este artículo parte de resaltar la infrecuencia con la que los análisis de organizaciones y colectivos ambientales en Argentina optan por sostener una perspectiva explícitamente marxista para explicar la emergencia y constitución de sujetos políticos, esto es, un enfoque de clase. Una de las consecuencia más preocupante de esta orientación teórica es la incandescente preocupación por los particularismos que definen a estas luchas como tipos o casos específicos, antes que una urgencia por identificar los problemas que las unen a otros sujetos en conflicto y lucha. Con ello, la tesis principal del artículo sostiene que una base clasista de análisis puede ofrecer importantes nuevos cauces a los temas y dimensiones sobre la emergencia y desarrollo de colectivos ambientalistas, especialmente cuando lo que importa a una investigación social y políticamente dispuesta es el aporte que este tipo de luchas hacen a los procesos más amplios de transformación social. Con este objetivo en mente, el artículo transita por dos dimensiones que actualmente tienen justificado peso en los abordajes y análisis de los actores colectivos que protagonizan luchas ambientales en Argentina, y que pueden constituirse en puente para integrar desde allí una mirada clasista de estas luchas: la primera, refiere a los nuevos sentidos que emergen en las luchas ambientales; la segunda, se enfoca en las articulaciones y redes que entablan estas organizaciones.

Palabras clave: Conflictos ambientales, clase, movimientos sociales, proyectos políticos, solidaridades.

Abstract: This article focuses on the large empirical contributions about the map of collective subjects raised during the cycle of environmental conflicts within the past 15 years, especially in Argentina. This article highlights the lack of frequency with which the analysis of organizations and environmental groups in Argentina choose to support an explicitly marxist perspective -that is, a class approach- to explain the emergence and constitution of political subjects. One of the most disturbing consequences of this theoretical orientation is an incandescent preocupation about the particular characteristics that define these struggles as specific types or cases; rather than an urgency to identify the problems that unite them to other subjects in conflict and struggle. Facing this, the main thesis of this article maintains that a class analysis can offer important new ways to subjects and dimensions about the emergence and development of environmental groups, especially when what matters to a socially and politically prepared research is the contribution that this type of struggles makes to the broader processes of social transformation. With this objective in mind, the article reviews two dimensions that currently have a justified weight in the approaches and analysis of the collective actors involved in environmental struggles in Argentina, dimension that can be a bridge to integrate a classist view of these struggles: the first dimension, refers to the new meanings that emerge in environmental struggles; the second focuses on the articulations and networks that environmental organizations create.

Keywords: Environmental conflicts, class, social movements, political projects, solidarity.

Introducción1

Este artículo se estructura a partir de una revisión de los trabajos empíricos sobre los actores colectivos que emergieron en Argentina a la luz de conflictos ambientales durante los últimos 15 años. Nos referimos las asambleas, grupos auto-convocados, organizaciones o colectivos ambientales que surgieron en resistencia u oposición la minería a cielo abierto o a la extracción de gas y petróleo mediante la técnica del fracking; a las movilizaciones y debates en torno a la protección de bosques nativos o glaciares; a la oposición a las instalaciones de rellenos sanitarios en algunas ciudades; a las denuncias por contaminación por desecho de químicos en cursos de agua (el caso Riachuelo en Buenos Aires, por ejemplo), o por el uso de agroquímicos (conocido por conformar una red de “pueblos fumigados”) o la instalación de industrias de esa rama (el caso Monsanto, por ejemplo). Los análisis de este tipo de conflictos constituyen un importante acervo sobre los lugares y momentos de emergencia de estos colectivos, sobre las maneras en que configuran sus identidades, demandas y objetivos, o sobre los repertorios de organización y protesta de este tipo de organizaciones. En tal sentido, han sido muy valiosos para comprender las particularidades y especificidades de estos sujetos en el escenario político del país.

Ahora bien, resulta sintomática la infrecuencia con la que estos análisis optan por sostener una perspectiva explícitamente marxista para explicar la emergencia de organizaciones y colectivos ambientales, esto es, un enfoque de clase. Decimos que resulta sintomático justamente porque son estos mismos análisis los que han mostrado con gran suficiencia dos cuestiones centrales:

Con esto en mente, el presente artículo se organiza en tres apartados. En el primero, ofrecemos una breve exposición de los motivos que pueden explicar la escasa presencia de una perspectiva clasista en Argentina para analizar la emergencia y constitución de sujetos en las luchas ambientales, y los consecuentes puntos ciegos que ello contribuye a crear. En el segundo y en el tercer apartado, proponemos revisar respectivamente dos dimensiones que, a nuestro juicio, son resaltadas por una gran parte de las investigaciones y discusiones disponibles y que pueden constituirse en puente para retomar el problema de la constitución de la subjetividad de estas luchas en clave de un análisis clasista: la primera, refiere al tratamiento sobre los nuevos sentidos que hacen emerger en su lucha; la segunda, se enfoca en las articulaciones y redes que entablan estas organizaciones.

Sospechas sobre una ausencia

Es particularmente notable como cada época y cada sociedad se entiende y dice a sí misma a partir de determinados conceptos que le permiten explicar cómo es que las cosas suceden, cuáles y en qué consisten sus problemas, y qué tipo de transformaciones pueden o no suceder. Es quizá por ello que cada momento tiene un repertorio de categorías que se vuelven comunes -esto es, compartidas y corrientes-, cuyo uso y reiteración parece casi una moda. Quizá se puede pensar que la extensión y publicidad de determinados conceptos dicen de la validez o acuerdo respecto de su potencia para explicar el presente, pero son también esas circunstancias las que habilitan la sospecha; una sospecha que, en deuda con una vieja tradición filosófica, aquí creemos que constituye un refugio para la crítica del conocimiento y su producción2.

En este sentido, nuestra sospecha recae sobre la importante influencia que tienen los paradigmas teóricos dominantes de la acción colectiva y los movimientos sociales: el paradigma de la Movilización de Recursos3, el paradigma de las Estructuras de Oportunidades Políticas4, y las perspectivas sobre los Nuevos Movimientos Sociales (NMS)5. Surgidos entre los años 60 y 70 en Europa y los EEUU, tales perspectivas significaron una renovación teórica en el campo de estudio de los movimientos sociales, por lo que, no es de extrañar que conceptos como repertorios de acción, ciclos de protesta, formas de organización, identidad, oportunidades políticas, se introduzcan -de manera más o menos reflexiva sobre su estatus epistemológicos- en las investigaciones empíricas sobre luchas y colectivos ambientales. Si a ellas se le suma la propuesta teórica y analítica de Laclau y Mouffe6, tenemos ya una gran parte de la paleta conceptual que en Argentina estructura los análisis sobre la acción colectiva y las luchas sociales de los últimos 20 años en la región7.

En tanto herramientas teóricas, tales perspectivas han contribuido a la comprensión de aspectos centrales en relación al surgimiento y aparición en los movimientos sociales. En esta tendencia más amplia, los estudios de sujetos colectivos en luchas ambientales reactualizan los conceptos o líneas analíticas de estas corrientes, proponiendo aportes que, muchas veces, rebasan la capacidad explicativa de estos marcos teóricos dominantes8. Ejemplo de ello es la amplísima aceptación y uso de la noción de territorio para resaltar lo que aparece como particularidades de estas luchas y definirlas específicamente como luchas por el territorio, o luchas socio-territoriales (Zibechi, 2003; Ceceña, 2012; Svampa, 2010). Desde la reconocida influencia de una línea de la geografía brasilera9, en general, el territorio aparece asociado a algo mucho más que una reivindicación de protesta o una identidad de un grupo social: el territorio es recuperado por los análisis como una categoría de denuncia de relaciones sociales expropiatorias sobre los sujetos y sobre la naturaleza; como una forma de resistencia ante las gigantes desigualdades; y como vehículo de la reapropiación, resignificación y creación de nuevas relaciones sociales.

Si bien este tipo de entrada conceptual se muestra más abierta a una perspectiva clasista para dar cuenta de los vigentes procesos de movilización social y política -al menos por fuera de sus expresiones obreras o sindicales-, la importante penetración de las propuestas analíticas de la “acción colectiva” y de los “nuevos movimientos sociales” no ha dejado de reproducir un alejamiento -si no es que un rechazo explícito- de la teoría marxista como referente teórico. Los motivos de este alejamiento pueden ser resumidos en dos vertientes: en una primera vertiente teórico-metodológica, Modonesi (2010), Gómez (2014) y Pérez (2014) coinciden en señalar la acusación realizada al marxismo por su supuesta desatención o su simplificación para explicar la emergencia de la acción colectiva. Frente al relativamente escaso desarrollo, sistematización o difusión de herramientas operativas para hacer aprehensible la constitución clasista en estudios empíricos10, esta acusación se difundió y aceptó en el mundo académico sin mayores cuestionamientos y contribuyó a hacer relativamente escasa la investigación empírica. Para una segunda variante de motivos que podríamos llamar político-teóricos, es necesario considerar que, en el marco de las crisis políticas del mundo socialista post 89 y del consenso sobre el fin de cualquier proyecto anticapitalista, el “fracaso” de la clase obrera y su proyecto transformador se tradujo en el entierro automático de la noción de clase social y del conflicto de clase como base de la reflexión académica -o al menos como una parte fundamental-11.

A pesar de que la tradición marxista nunca ha dejado de estar presente en el pensamiento latinoamericano, la atracción que operaron los enfoques sobre la “acción colectiva” y los “movimientos sociales” abrió en una tendencia al desclasamiento del análisis empírico de los procesos de movilización histórico-políticos12. Entre los efectos que incumben a nuestro objeto de interés, ello ha colaborado a reproducir la asunción acrítica respecto de la “probada distancia” de los “nuevos” sujetos protagonistas de la conflictividad social en América Latina, con los “viejos” –por ejemplo, los sindicatos u organizaciones de trabajadores. El análisis de los conflictos y luchas ambientales inscripto en esta mirada se dispone, casi por obviedad, a diferenciarse con lo que se entienden son luchas “propiamente de clase”: aquí pesa fuerte el consenso respecto de la cuestión ambiental o ecológica –junto con las cuestiones de género– como una de las temáticas sobre la que más se ha aceptado su “diversidad” respecto de las luchas clasistas –lo que, por supuesto, no significa que este tipo de luchas inhiba las relaciones o el conflicto se clases13. En un contexto de “novedosa” emergencia de actores colectivos, Seoane, Taddei y Algranati (2011), Avalle (2014) y Ciuffolini (2015) coinciden en advertir que es alto el riesgo de un sesgo relativista que tiende a desdibujar las posibles articulaciones entre las luchas, en parte por causa de la exaltación permanentemente de los particularismos que las definen, antes que los problemas y sentidos comunes que las atraviesan y organizan.

Un síntoma de esta mirada obsesionada con aquello que hace “nuevo” a las luchas ambientales es la asignación no solamente del carácter “ambiental” sino también de su carácter “ciudadano” o “vecinal”. En general, ambas categorías son retomadas por los análisis que consideran al “barrio” o al “pueblo” como “nueva” base de socialización política común, confirmando de esta forma la disponibilidad y arraigamiento de esta categoría política en la cultura política argentina. Nuestros trabajos previos (de la Vega, Villegas Guzmán, Vera, y Reyes Tejada, 2012; de la Vega, 2014 y 2015) registran que la condición de vecinos o pobladores está asociada al reconocimiento de un espacio común y vital, donde toma legitimidad el vivir o habitar el territorio en conflicto; ello es, en general, la base de los cuestionamientos sobre la falta de consulta ante una intervención que los afecta, especialmente cuando se trata de escalas locales. Análisis como los que compila Merlinski (2013) también advierten que, en un contexto de asignación de valores asociados a la corrupción, el descredito y a la desconfianza del mundo de la política partidaria y estatal, la condición de vecino -más si se le suma el adjetivo “autoconvocados”- resalta la honestidad asociada a la proximidad, al momento de calificar los criterios de organización y participación política. Otros análisis14 advierten que la “ciudadanía” ha sido reflotada por estas luchas como una categoría que lejos de buscar una identificación con el ciudadano de los textos constitucionales, o con identidades pres-tablecidas por determinadas relaciones sociales, permite rastrear la constitución de sujetos políticos a partir de visualizar el intervalo que los separa de esos ciudadanos y de esos derechos reconocidos institucionalmente.

Ciertamente, ciudadanos y/o vecinos son formas de auto-reconocimiento que dieron base a la constitución de determinadas identidades políticas, favoreciendo así la visibilización de específicos sujetos colectivos. No obstante, han tendido a ocultar el interrogante sobre las relaciones que los unen y diferencian respecto a otros sujetos en lucha, pasados o contemporáneos. Aquí, el riesgo más grande de la reproducción acrítica de estos nombres en los análisis o la literatura académica es la instalación -a priori- de nuevas fronteras o miradas esencialistas y estigmatizadoras entre los distintos modelos de lucha y sus expresiones identitarias y organizativas15.

Ahora bien, cuando la interpretación clasista busca instalarse en los análisis de organizaciones o colectivos ambientales, esta se presenta desde una impronta más bien descriptiva basada en una elemental constatación de los espacios geográficos y sociales o de las características socio-económicas y ocupacionales de los miembros de los grupos movilizados. Así, la clase es asociada a la forma social grupal o colectiva que asume una coerción estructural -y por ende, relativamente estática– sobre los lugares, posiciones o formas coercitivas de emplazamiento y distribución de los sujetos y de bienes materiales y simbólicos.

En este tipo de tratamiento, es comprensible que exista un interés por la composición social de estas organizaciones que atienda especialmente a las trayectorias o filiaciones culturales, étnicas, sociales, económicas, militantes y políticas de los miembros individuales. La constatación de la diversidad de trayectorias de vida de sus integrantes ha llevado a confirmar la dimensión plebeya (Svampa, 2010) de estos colectivos, enfatizando la condición de pobladores, vecinos o habitantes de una localidad o zona (Seoane, 2013; Korol, 2012). A su vez, coexisten, por un lado, visiones que insisten en el carácter “policlasista” o “multisectorial” de los lugares y espacios sociales que ocupan los individuos que participan de las asambleas ambientales o espacios de coordinación interasambleario; y por otro, miradas que leen estos conflictos y sus protagonistas en una clave ciertamente obtusa de la difundida perspectiva sobre el ecologismo de los pobres -representada por Guha y Martínez Alier-, para quienes son, entonces, “los pobres” quienes protagonizarían este tipo conflictos16.

A partir de análisis más cualitativos, estudios como los de Renauld (2013) intentan encontrar algunas características en común entre los “militantes ambientalistas”, y señalan ciertos rasgos predominantes como su condición etaria joven, niveles educativos relativamente altos y su inscripción como trabajadores de las áreas de salud y de la educación. En lo que hace a experiencias individuales de militancia previas, nuestros trabajos sobre resistencias mineras en las provincias argentinas de Córdoba, La Rioja y Catamarca también registran vinculación y/o implicación de los militantes ambientalistas en otro tipo de luchas: docentes, en comunidades de base religiosas, y en partidos de izquierda (Autor 2012, 2014).

Codificar estas observaciones en términos de la incorporación de una dimensión clasista vuelve explicita una dificultad para entender justamente la naturaleza teórica de la clase, su emergencia y su condición. Este tipo de lecturas está lejos de una lectura marxista que reclama entender la emergencia de la clase como proceso y como relación. Lo anterior implica dos grandes orientaciones. Por un lado, que los términos “clase” y “relación de clase” son intercambiables, y “una” clase es algún tipo particular de relación de clases (Gunn, 2004:20). Entonces, las formas de distribución de recursos, cuerpos, lugares o trayectorias que se revelan en la experiencia compartida de un grupo de sujetos no son otra cosa que la sedimentación histórica de relaciones de producción capitalista; tales experiencias crean condiciones de lucha porque llevan consigo -potencial o actualmente- antagonismos y conflictos de intereses. Por otro lado, implica enfatizar el carácter procesual y móvil: la clase siempre es algo que va siendo17. No es un punto de partida ni una cualidad o atributo ya dado de ciertos sujetos -y no de otros, se podría decir-, sino más bien el resultado de la forma en que se experimenten relaciones antagónicas de producción de la vida material. Este “resultado”, dirá Thompson (1989), no tiene ley, en el sentido que la forma y el momento exacto de su constitución no puede nunca predecirse o anticiparse de manera exacta sino a costa de comprender de manera errada la naturaleza del sujeto clasista. De ahí que la constitución de clase no es un a priori a la lucha ni tampoco se alcanza a través de ella: al contrario, es en la lucha misma donde y cuando las clases se constituyen.

Es central la recuperación de este tipo de abordaje relacional y procesual de la constitución de clase, que amplíe y desarrolle metodológicamente estas brevísimas claves de lectura, si lo que interesa es el juego complejo de las continuidades/discontinuidades y de potencialidades/limitaciones de las experiencias de lucha ambiental en términos de cambios en un horizonte de emancipación social18. Con ello, sin mayores demoras, planteamos el desafío de una investigación crítica con la empresa teórica-política de no esquivar un decir -nunca externo ni con pretensiones de neutralidad, pero no por ello menos riguroso en su construcción- sobre la fuerza de estas luchas y sus protagonistas para motorizar un movimiento de transformación (gradual, parcial o totalmente) sobre las relaciones del orden capitalista.

Si el pensar y el conocimiento son también prácticas en condiciones dadas, la primera tarea es recuperar los valiosos aportes de la bibliografía disponible e integrarlos en una perspectiva clasista. Por lo tanto, no se trata de meramente suplantar o excluir el instrumental de las perspectivas más difundidas sobre movimientos sociales, sino que exige un ejercicio reflexivo y creativo que nos permita medir y ponderar el potencial de sus categorías para observar la orientación que los resultados y efectos que las luchas ambientales tienen respecto al cambio y a la transformación social del sistema de dominación capitalista, asumiendo la centralidad que esta dimensión tiene para interpretar un proceso de lucha social -y no sólo un elemento más de la larga serie de características-.

En este camino, avanzamos a continuación en dos dimensiones o ejes temáticos que son frecuentemente tratados en los análisis actuales, y que pueden perfectamente ser la punta de inicio para desovillar un análisis clasista para las luchas ambientales. Y no sólo para este tipo de luchas: pensamos podría extenderse para luchas que, con amplía legitimidad, también son nominadas por su especificidad o singularidad: luchas de género, raciales, etc.

Los sentidos nuevos o alternativos: un puente hacia los proyectos políticos

Existe una serie de estudios en el país que han dado cuenta de lo que podríamos delimitar como una dimensión simbólica o ideológica en el estudio de las organizaciones ambientales: en general, resaltan las construcciones y disputas de sentidos en las que éstas intervienen, producen e introducen en el espacio público. Para dar cuenta de estos nuevos sentidos, los análisis introduce categorías como lenguajes de valoración -consagrada por Martínez Allier (2006; 2007)19-, o refieren a marcos de interpretación -más cercanos a las propuestas sobre la acción colectiva20-, o suponen códigos culturales de la acción -término central en la propuesta melucciana-. Aquí, se vuelve la central la constitución social de sentidos y problemas ambientales a través de procesos de constitución colectiva que, sin estar exentos de disputas técnicas y políticas, tienen la importancia de permitir localizar, percibir e identificar eventos y situaciones, en vista a organizar la experiencia y orientar la acción.

En este plano, se han elaborado diversos análisis que señalan nuevos discursos que adscriben a un giro ecoterritorial (Svampa 2010), a un giro biocéntrico (Gudynas 2009), o a una apuesta por el postdesarrollo (Escobar 2005). Otros estudios constatan la introducción de sentidos asociados al buen vivir o vivir bien (Ceceña 2012), asociados a matrices indigenistas. O señalan la importancia de nuevas nociones sobre los bienes comunes, la soberanía alimentaria, el desarrollo, o la comunidad. Ahora bien, estos procesos de producción de sentidos representan maneras heterogéneas -y no necesariamente coherentes entre ellas- de entender la relación histórica entre ambiente, sociedad, mercado y Estado; o, en términos más amplios, de intervenir en la formación o transformación de las pautas estructuración del orden social. Es decir, los sujetos articulan o hacen coexistir distintos sentidos sobre lo que pretenden sea la vida en sociedad o sobre la forma de organizarla.

El problema y la preocupación de los análisis empíricos sobre los alcances y límites de los cambios que proponen o defienden estos colectivos, ha sido recogida a partir de diversas maneras. Por ejemplo, a partir de la necesidad de reconocer orientaciones nacionalistas21, conservacionistas22 o autonomistas23 que subyacen a la variedad de reclamos o demandas de las organizaciones ambientales. Muy impregnada de las perspectivas del proceso político y la estructura de oportunidades, otra manifestación de esta preocupación es la mirada sobre lo que consideran “encrucijadas” de estas organizaciones colectivas: o su lucha desemboca en un proceso de institucionalización política (por medio de la formación o incorporación en partidos políticos, o por medio de la incorporación a algún nivel de gestión estatal); o deviene en un proceso de auto-rreferencialidad y estancamiento en torno a sus demandas específicas o “corporativas”24. Otros estudios, caracterizan las demandas de estos colectivos en términos de cierta “flexibilidad discursiva (Weinstock; 2009, p.106) o desde el carácter híbrido (Renauld; 2013) de los marcos discursivos que sostienen, por caso, las asambleas en contra de la minería en Argentina.

Una forma más interesante al puente que tratamos de transitar en esta sección es la pregunta por la coincidencia o no de la crítica ambientalista con la crítica anticapitalista: para algunos análisis importa si los cambios que proponen este tipo de sujetos representan reformas más o menos profundas sobre el actual sistema de explotación, producción o distribución, o si postulan más bien una transformación total del orden constituido y de la vida en él (Franci Álvarez y Dehatri Miranda, 2013; Polastri, 2013; Mazzeo, 2014). Ciuffolini (2012), más determinante, afirma que la hibridación de lenguajes que articulan las asambleas ambientales es lo que explica que, has-ta ahora, estos procesos de resistencias no logren aun constituirse como lugares desde los que se piensa y decide un proyecto de vida social en común; más bien, la imaginación política de estos colectivos se ha articulado contingentemente en un proyecto y destino inmediato de detener el avance del capital expropiador y depredador.

Todas estas formas de abordaje evidencian las disputas y contradicciones que se dirimen entre proyectos políticos de estos sujetos colectivos. Poner en el centro del análisis a los proyectos políticos que subyacen a las demandas, narrativas y discursos de las asambleas, y especialmente, en los alcances que tienen para reformar, compensar, transformar o reproducir el orden social vigente; es un componente central para un análisis clasista de su contitución como sujetos políticos. Desde esta perspectiva, no es suficiente abordar estas construcciones ideológicas simplemente desde la necesidad de comprender su papel en la orientación de la acción y motivación de la participación de los integrantes de las organizaciones sociales -por ejemplo, a través de los enfoques de framming propios de la sociología interpretativa-; o en la constatación que estos proyectos no son un a priori de la lucha o la acción; o desde el examen del carácter “diferente” o alternativo al orden social y global vigente -por ejemplo, desde enfoques sobre los modelos locales de naturaleza que defienden las perspectivas sobre la ecología política de la diferencia25-. Además de ello, resulta urgente observar cómo esos sentidos innovadores se articulan integral o parcialmente en un proyecto de vida común que piense y decida respecto del sentido y dirección en el que debe darse la transformación social, y en el modo de implementarlo.

El estudio de proyectos políticos en un análisis clasista de la constitución de sujetos políticos es consecuencias del carácter determinante que adquiere la capacidad de tales colectivos para aportar una respuesta a una crisis global de las relaciones sociales, y por ende, para ejercer un papel de dirección en el seno de un nuevo bloque histórico. Para ello, útil será revisitar y explorar el concepto de hegemonía de Gramsci, que lejos está de suponer la clasificación jerárquica en contradicciones principales y secundarias, como tampoco la subordinación de ciertas luchas sociales a la lucha obrera (Bensaïd, 2013). En el análisis de las luchas sociales, y especialmente de luchas ambientales, lo anterior implica superar al menos los magros usos de la noción de hegemonía como cadena de equivalencias que la diluye en un inventario de pertenencias identitarias o comunitarias; así como también la des-equilibrada concentración sobre el momento destituyente o de ruptura, para mirar y ponderar su momento más instituyente, constituyente o prefigurativo26.

De redes y vínculos hacia solidaridades de clase

En parte por el conjunto de las diferencias en términos de proyectos políticos sostenidos, se hace difícil hablar de un movimiento ambientalista coordinado y estructurado orgánicamente en los diferentes países del subcontinente, a pesar de que la conflictividad socioambiental cada vez es más relevante a escala regional. Pero además, identificar los tipos de proyectos políticos -o su ausencia- a partir de las demandas de estos colectivos es una vía para comprender las formas de vinculación -o su ausencia, nueva-mente- de las organizaciones ambientales con otros sujetos políticos, entre ellos, aquellos considerados más clásicos o tradicionales del escenario regional y, a su vez, o de aquellos considerados más “puramente” como sujetos clasistas: los partidos políticos o sindicatos. En este plano, el desafío analítico de una perspectiva clasista de constitución de los sujetos políticos apunta a elaborar una mirada que dé cuenta tanto de las continuidades como de las rupturas que atraviesan al conjunto total de luchas en un determinado ciclo de conflictos y movilización.

Considerar las articulaciones o alianzas (o las faltas de ellas) importa tener en cuenta, en primer lugar, que la cuestión de las diferencias entre los “viejos” y los “nuevos” actores sociales en el escenario político latinoamericano no tienen que ver con la oposición entre demandas “culturales o identitarias” y demandas “materiales o económicas”, sino que involucran posiciones divergentes sobre cuestiones más bien relacionadas a los modelos de desarrollo interno, la dependencia económica o los procesos de liberación nacional (Avalle, 2014), es decir, en términos de los tipos de proyectos políticos que sostienen. Esto acompaña la necesidad de un análisis clasista qué responda qué tan centrales son, para los procesos de cambio o transformación social, la competencia o confrontación entre diferentes proyectos políticos -preexistentes o contemporáneos- que buscan construir o expandir nuevos u otros mundos.

Ciertamente, la distancia o brecha entre proyectos políticos de las organizaciones ambientales y la de los partidos y sindicatos se inscribe en una tradición histórica en Argentina en la que éstos últimos se han mostrado refractarios a la incorporación o apropiación de narrativas o discursos ambientalistas. Para gran parte de la izquierda latinoamericana, -partidaria y sindical- las “cuestiones ambientales” hasta no hace mucho tiempo eran consideradas exógenas o importadas, privilegiando en muchas ocasiones una mirada que exaltaba un imaginario desarrollista asociado a la expansión de las fuerzas productivas (Svampa, 2010; Mazzeo, 2013). Y por si fuera poco, la inexistencia de “partidos verdes” en el país también suma a la evidente desconexión con el frente ambiental (Acosta y Machado, 2012; Dachary y Arnaiz Burne, 2014)27.

En un plano espacial o geográfico, Svampa (2013) y Giarraca y Mariotti (2012) agregan que la desconexión entre las redes y organizaciones que critican las actividades intensamente extractivas de recursos naturales están más ligadas al ámbito rural y a las pequeñas localidades, mientras que los partidos o sindicatos han sido protagonistas de los escenarios de contestación en la ciudad o en los ámbitos urbanos; la lejanía geográfica respecto de los grandes nodos urbanos ha contribuido a reforzar las fronteras entre campo y ciudad y entre las luchas que han emergido desde esos espacios. Por su parte, Berger (2014) también registra la ausencia o bien la directa hostilidad desde sindicatos y ciertos partidos políticos hacia las organizaciones y colectivos ambientales, o inclusive, desde movimientos sociales cuyas estructuras ya burocratizadas (sea por su integración a las estructuras de gobierno o por la demora en procesar los nuevos problemas y los reclamos de los afectados por la contaminación) parecieran permanecer ajenos a las situaciones de injusticias ambientales, o bien se acoplan a las alternativas del llamado ambientalismo de mercado y de las nuevas herramientas del capitalismo verde o ecocapitalismo.

Cuando se registran relaciones o articulaciones de las asambleas ambientales con otros sujetos cuyo “carácter clasista” ha sido menos cuestionado, tales registros adquieren un carácter descriptivo, acompañada de una escasa profundidad explicativa o interpretativa. Nos referimos a sectores en lucha por la cuestión de la tierra y del trabajo: sectores campesinos e indígenas organizados por la lucha por la tierra28; sectores representantes de la lucha obrera y sindical29; y sectores representantes de trabajadores informales o de desocupados30. En relación a estos otros sujetos en conflicto, ha sido más bien concentrado el esfuerzo por mostrar los “contenidos ambientales” en otros sectores movilizados y en conflicto -el contenido “verde” de las luchas-, mientras que son escasos los estudios que realizan el camino contrario, esto es, analizar los contenidos “clasistas” en las resistencias ambientales.

Por el contrario, los análisis muestran que es más frecuente la relación de las asambleas ambientales con sectores académicos o profesionales, con los medios de comunicación, con personalidades mediáticas o sujetos individuales, incluso con ONG u organizaciones culturales y religiosas31. Muchos de estos vínculos son descriptos a partir de procesos de conformación de espacios de red, de plataformas de acción conjunta, de espacios de coordinación regional, nacional e, incluso, internacional (Taddei, 2013; Ciuffolini, 2012; Berger y Carrizo, 2014). En el país, expresión de esta tendencia es la concentrada atención analítica sobre la conformación en 2006 de la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC), aunque también se pueden incluir en esta lista otras experiencias de coordinación como la Red CAMA (Comunidades Afectadas por la Minería en Argentina), la red Pueblos Fumigados; la Acción Global en Defensa de la Madre Tierra o el Día de Acción contra Monsanto32.

En este plano, recuperando perspectivas sobre los nuevos movimientos sociales, el estudio de Giarraca y Mariotti elije nominar este tipo de vínculos en tanto apoyos y colaboraciones de terceros” constituyendo así una red o espacio de movimiento social, es decir, un conjunto de redes de interacción informales entre una pluralidad de individuos, grupos y organizaciones, comprometidas en conflictos de naturaleza política o cultural, sobre la base de una específica identidad colectiva (Diani, en Giarraca y Mariotti, 2012:97). En una línea similar, Berger (2014) también habla de una reapropiación de la forma red que les permite a las asamblea y colectivos ambientales ensayar distintas formas de autogobierno33.Articulando con ciertas perspectivas sobre la multitud, este último autor sugiere la emergencia de una nueva subjetividad política múltiple, diversa y dispersa, en donde lo común de las redes no es una promesa sino una premisa.

Nuevamente, estos ejemplos de abordajes sobre las articulaciones de las asambleas ambientales son maneras típicas de concentrarse en los vínculos con otros sujetos políticos que, aun en el caso de ofrecerlas desde lecturas conceptuales más expresamente reivindicadoras de la perspectiva marxista, rehúsan a inscribirlos desde una mirada clasista de la conformación de la subjetividad. Lo contrario implicaría, por ejemplo, asumir la creación y profundazación de estos vínculos como parte de un proceso de solidaridad de clase.

Aquí, la solidaridad es un componente crucial de toda constitución de subjetividad clasista: la constitución como clase no es sólo una experiencia de enfrentamiento y de oposición; es, además, un “relajamiento” de ese enfrentamiento al interior del campo de los oprimidos, una coalición que hace que disminuya la competencia entre los obreros entre sí (Cavaletti, 2013, p.82)34. Desde este tipo de noción de solidaridad puede entonces tomar otro matiz la constitución diversas constelación de redes y alianzas y resituar en otro código el viejo problema de la unidad: ante la infinita variedad de fenómenos de rebelión o resistencia, colectiva e internamente diferentes o no homogéneos, el problema de la unidad es un problema estratégico y político, es más bien el resultado político de una práctica política, no su condición de posibilidad o su fundamento (Revel, 2013)35.

Si el enorme acervo de bibliografía respecto de las luchas ambientales insiste en observarlas como un caso específico y particular de acción colectiva, y desde esa perspectiva nos ofrecen valiosos análisis sobre su dinámica y novedad; a nuestro entender, tales miradas refuerzan la fragmentación de las luchas que desde distintos espacios y alrededor de una multiplicidad de problemas se despliegan en nuestro país y toda Latinoamérica. Es por ello que insistimos en la pertinencia de un abordaje clasista que complejice su estudio a fin de dar cuenta tanto de las continuidades como de las rupturas que atraviesan al conjunto total de luchas en un determinado ciclo de conflictos y movilización; a fin de dar cuenta de las combinaciones y superposiciones que históricamente caracterizan a los procesos de politización de los sectores subalternos en su conjunto.

Reflexiones finales

Con preocupación respecto de los resquemores para un abordaje clasista de las luchas ambientales, en este artículo propusimos repasar dos dimensiones que actualmente tienen justificado peso en los abordajes y análisis de los actores colectivos que protagonizan luchas ambientales en Argentina, y que pueden constituirse en puente para integrar desde allí una mirada clasista de estas luchas. A su vez, si bien este artículo revisó los antecedentes de estudios empíricos sobre asambleas y colectivos ambientales en Argentina, creemos que no resultaría descabellado encontrar tales dimensiones igualmente presentes en estudios sobre este tipo de sujetos colectivos en otros países de la región.

Evaluar la posible recodificación de los nuevos sentidosy horizontes posibles de estas luchas en términos de proyectos políticos de cambio social, por un lado; y las redes y articulaciones·, en términos de solidaridades, puede ser un primer trabajo en pos de abrir paso a un abordaje clasista de estas luchas, que contribuya a pensar explícitamente las tensiones, problemas y potencialidades que en el presente definen o limitan el pensamiento y la acción en la configuración de sujetos políticos en Argentina y América Latina. Especialmente, lo anterior resuena más intensamente cuando lo que nos interesa es la contribución que los procesos de lucha ambiental hacen respecto de un horizonte más amplio de emancipación social.

Con todo ello, el ejercicio de revisión que transitamos en este artículo nos ubica ante la urgente pregunta sobre nuestros marcos de análisis, sus implicancias y responsabilidades en relación al entendimiento de procesos de manera que profundizan la fragmentación, sin dar a los agentes involucrados y al pensamiento en general, nuevos códigos de interpretación y acción a favor de transformaciones de las relaciones sociales y políticas desiguales y excluyentes que caracterizan a nuestras sociedades. El compromiso del pensamiento académico e intelectuales es ampliar de manera conjunta con los agentes en conflictos, la potencialidad y radicalidad de tales acciones en relación a horizontes emancipatorios e igualitarios. Asumir tal desafío exige una revisión crítica de los presupuestos desde los que encaramos la tarea de conocer: es que difícilmente se pueda contribuir con las luchas si las miramos con categorías viejas y/o atrapados en la seguridad de los marcos teóricos legitimados. Darnos la libertad de pensar teóricamente, de ensayar lecturas del presente comprometidas con los colectivos y con un hacer político, es quizá el reto más exigente para el pensamiento emancipador.

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Notas

1 Este artículo se inscribe en el marco de la investigación de tesis doctoral de la autora, y tiene como principal antecedente los resultados de la investigación de maestría. No obstante, muchas de las reflexiones teóricas encuentran maduración en más de 10 años de trabajo colectivo en el marco de diversos proyectos de investigación sobre luchas sociales en diversas temas y zonas de Argentina, bajo ejecución del Colectivo de Investigación El llano en llamas (www.llanocordoba.com.ar).
2 El trasfondo “filosófico” de esa lógica es lo que Paul Ricoeur (1987) ha llamado la hermenéutica de la sospecha colocando bajo esa rúbrica a Marx, Freud y Nietzsche.
3 Esta perspectiva, recupera los principios neoutilitaristas de la lógica estratégica y los cálculos coste-beneficio para aplicarlos a los procesos de movilización, enfatizando la dinámica interna del movimiento, esto es, su capacidad de captar y movilizar recursos para presionar a las autoridades en pro de una demanda específica.
4 También llamado enfoque del “proceso político” o enfoque de la “política contenciosa”; constituye un esfuerzo de corte tanto histórico como estructural por comprender el desarrollo de la acción colectiva, y los factores que facilitan o inhiben la ocurrencia de eventos de protesta, en estrecha interdependencia con el papel del Estado.
5 Conocida por sus siglas NMS, enfatiza las dimensiones de ruptura de los nuevos movimientos sociales frente al movimiento obrero, en relación con las formas de organización y de acción, los valores y la identidad de los actores respecto de reivindicaciones fundamentalmente culturales, de “reconocimiento”. Dentro de la corriente de los NMS, Modonesi e Iglesias (2016) encuentran varias “escuelas”: la francesa, de Touraine, la alemana de Offe y Habermas, la italiana de Melucci, y la holandesa, de Klandermas.
6 En su libro Hegemonía y estrategia socialista, Laclau y Mouffe (1987) desarrollan una crítica a lo que consideran un esencialismo de la teoría marxista, esto es, elegir una clase particular y elevar sus intereses a todo el conjunto social. Para romper con este esencialismo, explican que la sociedad se compone de una pluralidad de demandas particulares y que sólo hay sujeto de emancipación global en la medida en que se dé una equivalencia entre estas demandas. Estas demandas, una vez construida la cadena de equivalencias, no permanecen cerradas a sus propios intereses sino que esta cadena universaliza sus reclamos, es decir, produce un efecto universalizante. Laclau plantea que en la relación hegemónica lo particular representa lo universal mediante la producción de significantes vacíos. Esta representación es constitutiva de la hegemonía ya que se necesita que los objetivos de un sector actúen como nombre de una universalidad que los trasciende. Esta compleja dialéctica entre universal y particular estructura la identidad de los agentes que componen el campo hegemónico.
7 A modo de intuición, seguramente este panorama es una clave importante para reconstruir y sopesar el estado de la investigación empírica al respecto en el resto de América Latina.
8 En general, las investigaciones combinan en diferente medida los conceptos provenientes de estas distintas propuestas. Los estudios de Hadad y Gómez (2007), Marín (2009), Wagner (2010), Christel (2013), Wahren (2011), Bottaro y Sola Álvarez (2011), Giarraca y Mariotti (2012) Bárzola (2013); son ejemplo de este uso combinado.
9 Esta influencia de la geografía brasilera es evidente a partir de la recuperación, por ejemplo, del clásico estudio de Santos sobre la Metamorfosis del espacio habitado (1995); y de sus actualizaciones en los trabajos de Oslender (2002), Fernándes (2005) o Porto-Gonçalves (2009). Para trabajos como los de Wharen (2011) o de Hadad y Gómez (2007), la recuperación del concepto de territorio es el puente para introducir perspectivas poscoloniales (como las de Leff o las de Sousa Santos) o la línea de estudios culturales (García Canclini).
10 Excepción es la propuesta de operacionalización del concepto de conciencia de clase, por Mann (1973), con escasa difusión en Argentina.
11 Sobre este aspecto se refieren los textos de Parra (2005), Galafassi (2006), Svampa (2010), Bensaid (2013), Meiksins Wood (2013), Zibechi y Hardt (2013),
12 Así lo enuncian los trabajos más amplios de Tischler (2004), Galafassi (2006); Cortes (2011), Modonesi (2010), Gómez (2014), Nievas (2016). Recuperando a Gohn, el trabajo de Wagner (2010) señala incluso que las reflexiones teóricas europeas fueron más aceptadas por ser más críticas y articuladas a presupuestos de una naciente nueva izquierda, opacando una extensa producción norteamericana por ser considerada funcionalista.
13 En trabajos sobre otros países de América Latina, esta distancia es reproducida con igual énfasis. Por ejemplo, el trabajo de Guimarães (2002) asume que “socialismo” y “ambientalismo” constituyen dos tipos de resistencia anti-sistémicas -y es este su punto de coincidencia-, aunque con trayectorias históricas distintas. Por su parte, la propuesta de Soto Fernández et.al. (2007), también considera la “naturaleza distinta” entre el “conflicto ambiental” y el “conflicto de clases”, y critica aquellas miradas que suponen a priori una superioridad ontológica y performativa del conflicto protagonizado por clases sociales.
14 Cfr. Ciuffolini y de la Vega (2009); Delamata (2009, 2013), Wagner (2010), Carrizo y Berger (2012), Quevedo (2013), Carrizo, Berger y Ferreyra (2014).
15 Quizás este interés por buscar las “particularidades” de las luchas y conflictos ambientales fuera más comprensible al momento de la emergencia de este tipo de conflictividad en el país, en el primer lustro del siglo; pero este tipo de propuestas sorprende tras más de 10 años de análisis y estudios al respecto. Por ejemplo, en un artículo del año 2013, Delamata continua afirmando que Sin soslayar la con-fluencia de reclamos campesinos y/o indígenas con reclamos ambientalistas en determinados conflictos y en instancias organizativas concretas, mantener el deslinde entre ambos repertorios nos permite destacar, desde el inicio, la autonomía relativa de la identidad ambientalista en Argentina, producto de su particular genealogía, así como de la especificidad de los discursos que la atraviesan (2013, p.58).
16 En la crítica de esta reducida interpretación, Wagner (2010) apunta que la categoría “pobre”, cuando se inscribe en la propuesta de Martínez Allier y Guha, representa una categoría conceptual de demarcación teórico- política y no una forma de auto-posicionamiento ideológico de los grupos sociales involucrados en los conflictos. Por otro lado, propuestas como las de Renauld (2013) consideran importante advertir que la categoría “pobre” no refiere al nivel socioeconómico de las comunidades o los grupos movilizados, sino a la centralidad que en esa movilización adquiere la defensa de sus modos de subsistencia y de sus espacios de vida.
17 Resuenan aquí los imprescindibles fundamentos de Gramsci (2010) y Thompson (1989).
18 Aunque no especializados en luchas ambientales, interesantes ejercicios representan los trabajos de actualización de la noción de clase que para la investigación empírica vienen realizando Modonesi (2010), Pérez (2014), Ciuffolini (2015), Nievas (2016).
19 Nuestros trabajos previos se inscriben en este tipo de usos, o los estudios que compila Svampa y Antonelli (2009).
20 Los estudios compilados en Merlinsky (2013) o el estudio de Renaud (2013), son ejemplos de esta recuperación.
21 Las posiciones más nacionalistas se preocupan sobre todo por la cuestión de quién tiene acceso a los recursos naturales y a su puesta en valor monetario, y quien ejerce control sobre los mismos y este valor. Bebbington y Bebbington (2009) señalan son posiciones que pueden ser negociadas, a través, por ejemplo, de sistemas impositivos más agresivos (junto con sistemas para el cobro de regalías), o a través de algún nivel de nacionalización de la explotación; pero que no cuestionan ni apuntan a transformar el modelo o forma de explotación, producción, o distribución, sino sólo la legitimidad de quién lo explota. Los estudios que compilan Palermo y Reboratti (2007) identifican la presencia de símbolos y elementos de la retórica nacionalista en los procesos de movilización de Gualeguaychú durante el conflicto por la instalación de dos plantas de celulosa sobre los márgenes del río Uruguay. Renauld (2013) también constata el discurso en clave nacionalista e imperialista para las asambleas de la localidad de Esquel, pero advierte la dificultad de anclaje y expansión de esta narrativa en el casos de la asamblea de la localidad de Ingeniero Jacobacci -Provincia de Río Negro- en la medida en que en este conflicto tuvieron significativa presencia las comunidades mapuches, en donde los discursos críticos al Estado nacional son una constante. En el caso de las asambleas en contra de la minería en Córdoba y en La Rioja, hemos analizado algunos elementos de esta narrativa (de la Vega et.al., 2012, 2014).
22 Martínez Allier (2006; 2007) nombra estas posiciones como ecología profunda o el culto a la vida silvestre, ya que tienden a anclar sus preocupaciones en la necesidad de proteger los ecosistemas de un uso humano. Renaud (2013), en su análisis sobre cuatro procesos de lucha ambiental en la Patagonia, constata la fuerte tradición que tiene este tipo de narrativa dentro de esta región, visible en la cantidad de zonas de reserva y en la centralidad de la actividad turística. En trabajos previos, identificamos la presencia extendida de este tipo de sentidos y posiciones en la legislación ambiental del país, y, especialmente, minera (de la Vega, 2013a, 2013b, 2014); y el riesgo que esto implica en términos de la construcción de sentidos desde las resistencias (Autor, 2017)
23 La narrativa autonomista presente en los discursos de las asambleas ambientales se nutre casi exclusivamente del rechazo al sistema institucional y a sus mediaciones políticas (sistema de partidos o de representación) (Zibechi, 2003; Mer-linsky, 2013). Ello, más bien, ha significado que la demanda de autonomía, lejos de relacionarse más fuertemente con un horizonte político emancipatorio o de ser entendida como autodeterminación de una comunidad, funciona en las asambleas ambientales como un “valor refugio” frente a la desconfianza hacia los representantes políticos locales y nacionales, o frente a los sucesivos intentos de cooptación por parte de organizaciones estatales, pro-gubernamentales o por parte de las empresas extractivas (Svampa, 2010).
24 El estudio de Wahren (2011) es un ejemplo de esto.
25 Nos referimos, por ejemplo, a las propuestas que se apoyan en las lecturas de Escobar (2011) para quien los conflictos ambientales son considerados como conflictos de distribución cultural, que emanan cuando se privilegia culturalmente el modelo capitalista de la naturaleza por sobre los modelos ecosistémicos locales, desencadenando así consecuencias económicas y ecológicas. Aquí, el único proyecto universal posible es la diversidad o la interculturalidad.
26 Este último aspecto es transitado por Berger (2014) y por Ciuffolini (2015) en algunos ejercicios sobre luchas ambientales actuales.
27 En el escenario regional latinoamericano, la Global Greens, red internacional de partidos verdes, agrupa “partidos verdes” en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, República Dominicana, México, Perú y Venezuela. No obstante, tal presencia tiene más bien carácter testimonial, ya que la mayoría de estos partidos verdes no han sido precisamente los protagonistas de procesos de instalación de la temática ambiental en el espacio público (Dachary y Arnaiz Burne, 2014).
28 Por ejemplo, Svampa (2010) advierte que los sentidos asociados al territorio que construyen las asambleas ambientales, en clave de comunidad de vida y de defensa de los bienes comunes, exhibe de manera progresiva una afinidad con la cosmovisión de los movimientos campesinos e indígenas en el país, rescatando especialmente a organizaciones como el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), ligado a Vía Campesina, o el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNSCI), así como las luchas de las comunidades Mapuches en la Patagonia, sobre todo, aquellas ligadas a la Confederación Mapuche Neuquina (COM).
29 El estudio de Renauld (2013) advierte el gran peso en términos de organización que asumieron los gremios docentes de las Provincias de Río Negro y de Santa Cruz para con las asambleas ambientales en contra de proyectos megamineros en esa región.
30 A pesar de que las movilizaciones ambientales han tenido muy pocos puntos de contacto con los movimientos “piqueteros”, ambas luchas pueden ubicarse en un mismos ciclo de protesta con elementos comunes respecto a los repertorios de acción y formas de organización (Weinstock, 2008; de la Vega et.al, 2012) Ante ello, sostenemos que una base clasista de análisis puede ofrecer importantes nuevos cauces a los temas y dimensiones sobre la emergencia y desarrollo de colectivos ambientalistas, especialmente cuando lo que se pone en perspectiva y lo que importa a una investigación social y políticamente dispuesta es el aporte que este tipo de luchas hacen a los procesos más amplios de transformación social. Lo anterior resulta relevante si reconocemos como una característica del escenario regional latinoamericano la diversidad de sujetos sociales actuales que no se deja reducir o centralizar en un sujeto político hegemónico.
33 Rescatando aportes de Latour, Berger (2014) señala que la red no es la fuente de la acción sino la conexión de una cantidad de entidades, diversidad de demandas y posicionamientos que conforman, forma distribuida, no jerárquica y reticular de la constitución misma de la arena de los conflictos y los problemas públicos, operaciones que ensamblan y re-ensamblan lo colectivo en una pluralidad de regímenes de existencia, conectando o desconectando experiencias y mundos, formas de vida, relatos, instituciones.
34 En discusión con el principio político schmittiano de distinción amigo-enemigo, Cavaletti (2013) propone erigir la solidaridad como aquello que, dentro del marxismo, determina el carácter político de una asociación: la clase no se mantiene solamente por una oposición a otra clase, sino principalmente por un principio de solidaridad que es invisible para quienes no forman parte de esa red, para los no-solidarios; por eso, la solidaridad es imperceptible desde afuera de la clase.
35 La lectura de Revel (2013) no se propone eliminar el pro-blema de la unidad de la escena de la composición clasista, pero indudablemente se propone resaltar, con Butler (2000), que es imposible recuperar una unidad forjada a base de exclusiones, que reinstituya la subordinación entre resistencias o fenómenos de rebelión como su condición misma de posibilidad. En su lectura, la única unidad posible no puede erigirse sobre la síntesis de un conjunto de conflictos, sino como una práctica contestataria que precisa que las distintas resistencias articulen sus objetivos bajo la presión ejercida por los otros, sin que esto signifique exactamente transformarse en los otros.
31 Ver los estudios compilados en Svampa y Antonelli (2010); Autor (2012); Giarraca y Mariotti (2012); Renauld (2013); de la Vega (2014, 2015).
32 Los estudios compilados en Svampa y Antonelli (2009), o los estudios de Cerutti y Silva, (2011), Weinstock (2008), Polastri (2013); Renauld (2013) son expresión de este tipo de atención.
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