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Los testigos de vista y letras: el paisaje mixteco en fuentes de los siglos XVI-XVIII (México)1
Eye and letter witnesses: Mixtec landscape in centuries XVI and XVIII sources (Mexico)
As testemunhas de vista e letras: a paisagem mixteca em fontes dos séculos XVI-XVIII (México)
Les témoins oculaires et de lettres: paysage mixtèque dans les sources du XVI-XVIII(Mexique)
Boletín de Antropología, vol. 31, núm. 51, pp. 15-33, 2016
Universidad de Antioquia

Investigación


Recepción: 28 Julio 2015

Aprobación: 02 Febrero 2016

DOI: 10.17533/udea.boan.v31n51a01

Resumen: El presente trabajo parte de la idea de que varios de los textos escritos en la época virreinal de la Nueva España, independientemente de sus orígenes y objetivos, constituyen un medio para la comprensión de la historia de las ideas del conocimiento geográfico. Con base en lo anterior, destacaremos y analizaremos el valor de algunas crónicas como fuente para el estudio cultural del paisaje, en tanto los textos brindan herramientas para su investigación.

El desarrollo de este artículo lo hemos dividido en dos secciones. En la primera presentamos la conformación teórica de esta propuesta para así dar pie a la segunda parte, en la que analizamos algunos escritos que legaron quienes recorrieron con sus pies, o solamente con la pluma, lugares de la antigua Antequera.2 Es importante subrayar que los autores que presentamos constituyen una parte del material que se puede trabajar en el ámbito de las ideas geográficas e históricas.

Palabras clave: paisaje, mixteca, geografía cultural, historia geográfica.

Abstract: This work is based on the idea that some texts written in the Viceroyalty of New Spain, regardless of their background and objectives, constitute a means for understanding the history of ideas of geographical knowledge. Based on the foregoing, we will highlight and discuss the value of some chronics as source for landscape cultural study, while the texts provide tools for their investigation.

The development of this article has been divided into two sections. In the first we present the theoretical confirmation of this proposal in order to give cause for the second part, in which we analyze some writings bequeathed by the people who toured with their feet, or only with the pen, places of ancient Antequera. It is important to note that the authors presented constitute a part of the material suitable for working in the field of geographical and historical ideas.

Keywords: landscape, Mixtec, cultural geography, geographical history.

Resumo: O trabalho parte da ideia de que vários dos textos escritos na época do vice-reinado da Nova Espanha, sem importar suas origens e objetivos, constituem um meio para a compreensão da história das ideias do conhecimento geográfico. Baseandose no anterior, vamos destacar e analisar o valor de algumas crônicas como fonte para o estudo cultural da paisagem, em tanto os textos oferecem ferramentas para sua pesquisa.

O desenvolvimento deste artigo foi dividido em duas partes. Na primeira apresentamos a conformação teórica desta proposta para continuar com a segunda parte, na qual vai se analisar alguns escritos deixaram em testamento aqueles que percorreram com seus pés, ou somente com a caneta, lugares da antiga Antequera. É importante salientar que os autores que apresentamos constituem uma parte do material que se pode trabalhar no âmbito das ideias geográficas e históricas.

Palavras-chave: paisagem, mixteca, geografia cultural, história geográfica.

Résumé: Ce travail se base sur l’idée que certains des textes écrits dans la vice-royauté de Nou- velle-Espagne, indépendamment de leurs origines et leurs objectifs, constituent un moyen de comprendre l’histoire des idées de la connaissance géographique. Sur la base de ce qui précède, nous allons mettre en évidence et discuterons la valeur de quelques chroniques comme une source pour l’étude culturelle du paysage, alors que les textes fournissent des outils d’investigation.

Le développement de cet article a été divisé en deux sections. Dans la première nous présentons la forme théorique de cette proposition afin de donner naissance à la deuxième partie, dans laquelle nous analysons quelques écrits légués par ceux qui ont visité avec leurs pieds, ou seulement avec le stylo, les lieux de l’ancienne Antequera. Il est important de noter que les auteurs présentés constituent une partie du matériel qui peut être utilisé dans le domaine des idées géographiques et historiques.

Mots-clés: paysage, mixtèque, géographie culturelle, histoire géographique.

Introducción

La región mixteca ha sido conceptualizada como la residencia del pueblo ñuú-savi o “pueblo de la lluvia”, en lengua propia. Francisco López (2004: 195) define a esta región como un territorio que hoy en día ocupa lugares de los estados de Guerrero, Oaxaca y Puebla del México contemporáneo. Este territorio está clasificado, en razón a su naturaleza geográfica, en Alto, Bajo y Costeño (López, 2004: 195). El territorio ocupado por el pueblo mixteco de Oaxaca es cercano a los 18.759 km2. Su relieve es quizá su característica más señalada, debido a que es sumamente agreste, con sierras interminables que lo atraviesan. Aproximadamente el 85% del suelo mixteco está compuesto por lomeríos y pendientes mayores, y el resto por valles. Las sierras más conocidas son las de Nochixtlán y Peñoles, al este; la de Acatlán, en el estado de Puebla, así como la de Coicoyán de las Flores, al oeste del estado de Oaxaca. Hablar de la mixteca es hablar de relieve abrupto, de interminables sierras en que los caminos son igualmente ásperos. Fisiográficamente, esas perennes sierras reciben el nombre de Nudo Mixteco (López, 2004: 196).

El paisaje y las letras

Existen varias posiciones teóricas respecto al registro del paisaje. Una de ellas es la corriente que denominaremos objetivista, en la cual los espacios geográficos han sido definidos por las coordenadas de la geografía euclidiana, anclada conceptualmente en la materialidad mensurable de un entorno físico externo al cuerpo humano, de tal forma que los paisajes geográficos más puros serán aquellos que se definan teóricamente en la ciencia espacial (Cosgrove, 2002: 64). Desde esta postura, es un lugar común considerar al paisaje como un tema que únicamente involucra a la disciplina geográfica y, en consecuencia, los simpatizantes de la corriente objetivista consideran que en el estudio del paisaje solo está permitido investigar el sustento natural como los suelos, el relieve o la vegetación (Bertrand, 1968), dejando de lado los aspectos culturales involucrados en él.

Como afirma Gilbert Vargas (2012: 318), los Sistemas de Información Geográfica (SIG) constituyen una extraordinaria ayuda para establecer modelos de los procesos ambientales, la dinámica de paisajes y demás elementos cuantificables; sin embargo, a pesar de la eficiencia de estas herramientas, los análisis cuantitativos no suelen contemplar al paisaje como unidad integradora y mucho menos ponderan la participación de la sociedad en la construcción histórica y compleja de él (Vargas, 2012: 318).

En cambio, autores como Karl Butzer (1978) y Paul Claval (2002), forman parte de la corriente que incorpora la dimensión cultural en la conformación del paisaje; quienes escribimos el presente trabajo nos adscribimos a dicha tendencia, puesto que consideramos que el sujeto que conoce un lugar no permanece pasivo ante él; por el contrario, se empeña en sentirlo, imaginarlo, recrearlo, comprenderlo, desde un siste- ma particular de intereses que genera filtros que guían al registro desde miradas par- ticulares de rasgos culturales asociados con el paisaje. Desde esta posición teórica, en lugar de asumir al paisaje únicamente como una referencia a un conjunto mensurable de formas materiales en un área geográfica determinada, se le entiende simultáneamente como una realidad exterior a la conciencia pero también como un producto de la percepción social y su representación en varios soportes, como imágenes plásticas (pinturas, dibujos, fotografías) y relatos textuales, para así convertirse en los espacios deseados, recordados y somatizados por la imaginación y los sentidos (Cosgrove, 2002: 64). A partir de estas premisas, proponemos que para la investigación del paisaje y las ideas geográficas resulta necesario ponderar los hechos humanos que constituyen el eje de la relación con el medio natural, los cuales están presentes en los caminos, cultivos, ciudades y pueblos, realidades palpables y cuantificables con criterios igualmente geográficos, pero pertinentes a otras disciplinas como la historia, la historia del arte, la antropología o la literatura. En suma, consideramos que el paisaje conecta e identifica un ambiente geográfico con significados sociales, cognitivos y/o experienciales de una comunidad humana, puesto que lejos de ser un escenario neutro, está manifestado como un fondo paradigmático y protagónico en el desarrollo dinámico de las relaciones humanas (Jansen y Pérez, 2008: 86). Con base en lo anterior, entendemos la geografía como una disciplina que examina las relaciones entre las formas de ocupación humana con los espacios naturales y/o culturales (Cosgrove, 2002: 64), es decir, aquellos que los hombres construyen o de los que se apropian; luego, entonces, el análisis del paisaje sirve para centrar la atención en lo visual y en las relaciones sociedad-ambiente.

La visualidad es un rasgo inseparable del paisaje; en este contexto, Roger Brunet (1974) (citado por Gómez, Muñoz y Ortega, 1982: 485) afirma que “el paisaje es precisa y simplemente ‘lo que se ve’… existe con independencia de nosotros; por pertenecer al mundo de lo real puede, en teoría, ser susceptible de un análisis científico objetivo”. El autor explica la percepción del paisaje como un acto individual que implica una experiencia vivencial y afectiva, distinta entre cada sujeto. Esta postura epistemológicamente realista e ingenua no considera la participación de los sujetos como entidades sociales que perciben y construyen culturalmente el paisaje, pero acertadamente destaca la visualidad del paisaje; desde nuestra posición, el paisaje es una una realidad inseparable de la percepción social en tanto que es un “proceso cognitivo de la conciencia que consiste en el reconocimiento, interpretación y significación para la elaboración de juicios en torno a las sensaciones obtenidas del ambiente físico y social, en el que intervienen otros procesos psíquicos como el aprendizaje, la memoria y la simbolización” (Vargas, 1994: 48). Es decir, la percepción del paisaje está mediada por la cultura y, por esta razón, en la investigación es importante considerar la cosmovisión de los grupos sociales que interactúan de forma física y simbólica con el espacio.

La indagación del paisaje también está ligada a la afectividad social, puesto que la diversidad de lugares geográficos (culturalmente definidos) posee significación conforme con los conceptos que rigen la vida de los grupos sociales en cuestión. El impacto de una sociedad sobre el lugar puede ser recordado con el mismo nombre del sitio o con simbolismo visual, articulándose a su vez con el paisaje, por lo que la comprensión del espacio implica un acercamiento a las creaciones humanas; de allí que el hombre se convierta en el sujeto del estudio geográfico, al mostrar tales creaciones rasgos de formas de vida (Butzer, 1978: 12).

El paisaje es una realidad relacional que no existe únicamente como naturaleza; se trata de una categoría cultural construida por medio de relaciones que existen entre la cultura, el observador y el ambiente físico y social. Se presenta delante del observador como un conjunto de formas fenoménicas donde el sujeto capta el conjunto y a la vez los elementos dispersos. Federico Fernández Christlieb y Gustavo Garza Merodio (2006) acertadamente señalan que el enfoque cultural debe analizar el paisaje tomando en cuenta la circunstancia espacio-temporal en la que se desarrolla el concepto, de allí que los autores presenten un estudio filológico sobre las raíces de la palabra “paisaje”. También realizan una sugestiva comparación entre el trabajo de un pintor y el de un geógrafo, en la que se destaca que tanto la obra del uno como del otro están condicionados por la historia y la cultura:

Supongamos que en la producción de la pintura, el autor se detuvo ante una escena real y quiso reproducirla con la mayor fidelidad de la que era posible. De esta manera plasmó lo que estaba ante su vista. No más; no menos. Esto es lo mismo que hace un geógrafo al analizar un paisaje: intenta explicarlo con la mayor fidelidad desde su punto de vista. (…). En ambos casos la calidad del resultado depende de la destreza y de las técnicas utilizadas así como de la formación y los conocimientos previos con los que cuenten los autores. (Fernández y Garza, 2006: s. p.)

La anterior cita resulta muy sugerente. Sin embargo, consideramos necesario ponderar que, como ha demostrado Gombrich (2002: 55-78), la construcción de las imágenes visuales obedece a una tradición en la que existen modelos a imitar, de tal manera que cuando se trataba de ilustrar, por ejemplo, una batalla, aunque el pintor estuviera presente en la misma acudía a modelos sobre imágenes bélicas tanto para saber cómo representar lo que veía, como para que los destinatarios de la obra pudieran entender el relato visual. Como bien ha señalado Roger Bartra (1997: 76), en los encuentros interculturales del hombre medieval y renacentista, las imágenes no fueron el reflejo fiel de las nuevas realidades, sino que los europeos utilizaron antiguos modelos para explicar lo desconocido y ajustar su representación a esquemas familiares.

Con base en los anteriores argumentos, afirmamos que tanto la imagen de letras como la plástica existen en razón de esquemas culturales; no obstante, también ambas están conectadas con la realidad objetiva, siendo el trabajo del investigador analizarlas para inferir los esquemas culturales a los que obedecen, así como sus ligas con el paisaje del pasado y el presente, explicando cómo interviene la cultura y la subjetividad de quien registró el paisaje (Gombrich, 2002: 72, 78). Si bien la vista le otorga al artista o al cartógrafo las formas que deberá describir en su pintura o en su mapa, en ambos soportes quedan plasmados los valores que se le otorgan al paisaje, desde su relación con el grupo que lo ocupa hasta el papel que pueda jugar en el plano económico. Lo peor que puede ocurrir es negar el valor testimonial y documental de las imágenes producidas por testigos de vista y de letras.

Uno de los objetivos de este texto consiste en destacar el valor del relato escrito como fuente para el estudio del paisaje. A manera de hipótesis postulamos que las letras, y no solo las imágenes, brindan herramientas para su estudio. Los textos escritos relativos al paisaje implican una interpretación por medido de una reconstrucción -recreación- de la realidad (Hernández, 2002: 73). La imagen en letras o en trazos del paisaje la entendemos simultáneamente como una representación de la naturaleza y una construcción cultural de la imaginación que va conformando paulatinamente una memoria y que constituye una biografía de cada espacio, en continua mutación (Hernández, 2002: 75). Es una construcción que el autor confecciona mediante las selecciones y a través de los filtros que activa a través de las palabras del narrador o de las actitudes y de los comportamientos de los personajes; por ello resulta posible adjudicar a los lugares valores positivos tales como espacios familiares, íntimos o acogedores, o bien otorgarles valoraciones negativas como lugares hostiles, inhóspitos, oscuros, siempre de acuerdo con las perspectivas personales y grupales del narrador (Hernández, 2002: 76).

Los grupos culturales impregnan de significados a los lugares en el espacio: las sociedades redescubren, reivindican, reinventan paisajes (Nogué, 2007: 375); la cotidianidad del paisaje en nuestro universo visual ha llegado a orientar nuestra percepción de la realidad. Como ya señalamos, el conocimiento previo condiciona y cuestiona la vivencia del paisaje (Nogué, 2007: 378); las cualidades afectivas y cognitivas de la contemplación del paisaje dependerán, en buena medida, del nivel de adecuación de los paisajes contemplados “en directo” con aquellas imágenes que previamente se nos indujeron.

A continuación presentamos nuestra propuesta de análisis del paisaje basado en la lectura de fuentes primarias de los siglos xvi al xviii; mostraremos los criterios de valoración que conducen a las descripciones elaboradas por frailes y viajeros: testigos que con su mirada traen consigo mucho más que una simple respuesta de los sentidos; en sus escritos encontramos algo más que la huella pasiva y neutra de las imágenes formadas por la luz en la retina del ojo. Bajo esta premisa podemos asegurar que quienes recorrieron o vivieron en el naciente territorio que conocemos con el nombre general de la Nueva España, en varios casos legaron escritos en los que podemos apreciar sus juicios de valor sobre el espacio que se abría ante sus ojos, el mismo que describieron con el peso de la cultura cristiana.

Fray Toribio de BenaventeMotoliniay la muy sana tierra mixteca

Los autores de los siglos xvi, xvii y xviii nos legaron abundantes descripciones geográficas; no obstante, cada época está marcada por intereses específicos que condicionan la narrativa de cada autor. De manera general, podemos afirmar que en el siglo xvi destacan el interés misionero, junto con el militar y el económico, desde la óptica del descubrimiento de tierras y gentes para su cristianización, dominio y explotación. Iniciaremos esta sección con un escritor representativo de la labor misionera: Fray Toribio Benavente Motolinia.3 En su obra existen pasajes que sirven como ejemplos para la comprensión del paisaje plasmado únicamente en letras, pero capaces de evocar interesantes imágenes mentales y de conectarnos con una forma de pensar y sentir la naturaleza. Consideramos importante subrayar que la obra del fraile está revestida por la impronta del cristianismo franciscano. Fray Toribio arribó a las costas mexicanas el 13 de mayo de 1524, acompañando a otros hermanos franciscanos, doce en total, al frente de los cuales se encontraba Fray Martín de Valencia. Cuando adoptó el nombre de Motolinia, asumió el proyecto de la evangelización al modo de los franciscanos, consistente en vivir en el terreno y dentro de las penurias que pudieran resultar de la escasez, por lo que su tarea lo llevó a profundizar en el ámbito de las culturas indígenas, labor que le permitió caminar los senderos y observar de cerca los paisajes que se descubrían a sus ojos y que integraban al recién conformado virreinato, dejando esas descripciones en su Historia de los indios de la Nueva España (1985).4

Las plagas y las epidemias que padeció el virreinato novohispano involucraron aspectos de índole social, como salud o hambrunas, pero también de orden teológico, al ser pruebas que habrían de superarse para lograr la meta final; es decir, existieron en razón a una constante depuración, una limpieza, a la vez que a una toma de conciencia para que un territorio pudiera acceder a ser la sede de los objetivos milenaristas practicados por los franciscanos (Gruzinski, 2000: 66-71). Al dirigirse Motolinia en su Epístola proemial al conde de Benavente, su benefactor, le indica que gozará en saber y oír que en las tierras descubiertas “Nuestro Señor Jesucristo es nuevamente conocido, y su santo nombre ensalzado y glorificado” (Benavente, 1985: 55-56); ya con el conocimiento de Jesucristo, estas nuevas tierras adquieren una cualidad nueva.

En los territorios que recorrió, el fraile observó y percibió su “grandeza”, es decir, su rasgo trascendental, por lo que es justo que los cristianos se encargaran de la conversión, esencial para un adecuado funcionamiento del entorno, puesto que la nueva naturaleza, ya cristianizada, habría de traducirse, entre otras cosas, en lluvias constantes y excelentes cosechas. Es indudable que el sentido de la vista juega un papel en la apreciación del paisaje que en este caso quedará inscrito en letras y no en pintura: por lo tanto Motolinia construye imágenes textuales y no visuales. Sin embargo, la imagen mental resultante está conectada con la imagen textual que la produce y con la visual a la que evoca. Como ya mencionamos atrás, el proceso de los sentidos no es una actividad neutra, está mediada por la cultura que dirige a la mirada y realiza un recorrido selectivo por aquellos elementos que resultan más significativos, destacando algunos e ignorando otros. Cuando el sujeto que contempla un paisaje decide trasladar a una superficie pictórica o a un texto escrito lo que él ve, utilizará modelos mentales aprendidos de su cultura para plasmar el paisaje, ya sea en formas plásticas o en letras.

Regresando con nuestro fraile, Motolinia observó y catalogó por su carácter a varios pueblos, como a Teoacan, que fue uno de los primeros que recibieron el sacramento de la penitencia; al describirlo, dice que está de “México cuarenta leguas, y está en frontera de muchos pueblos, asentados a el pie de unas sierras y de allí se visitan muchos pueblos y provincias”. Su gente es dócil y sincera, y de (…) buena condición, más que no la mexicana”; comparándolo con lo conocido en España, dice que el caso de los de Teoacan y México es similar a lo que sucede en Castilla la Vieja y hacia Burgos, gente que es más afable y de bene indolis, y parece otra masa de gente que de Ciudad Rodrigo hacia Extremadura y Andalucía, gente por lo general más retada y resabida; “acá los mexicanos y sus comarcas son como extremeños y andaluces, y los mixtecas, zapotecas, pinomes, mazatecas, teotlitecas son más obedientes, mansos y bien acondicionados, y dispuestos para todo acto virtuoso” (Benavente, 1985: 168-169).

Entre los parajes que su vista contempló está el río que los (…) naturales llaman Papaloapa y que los españoles bautizaron como de Alvarado”, específicamente el estero llamado “estanque de Dios”. Menciona que ha visto varios en la región, aunque “de sólo uno quiero decir, que ni es de los mayores ni de los menores, y por este se podrá entender la grandeza que los otros deben tener, y qué tales deben ser”. El estanque es ancho “como un buen río, y en bien hondo”; su recorrido es por tierra llana con abundante agua y, por lo mismo, parece que no tiene cauce, “parece que no corre a ninguna parte”. En tierra hay venados, conejos y liebres en abundancia, aunque se apresura a decir que son los primeros los que más abundan, sin dejar de mencionar a los depredadores, en este caso “tigres y leones”.

Al observar el paisaje, reflexiona acerca de lo pequeño que es el hombre ante lo omnipotente del Creador, sean reyes o emperadores del mundo, o bien hombres con riquezas materiales. Dice el franciscano que “mucho había que decir de este río y de su riqueza”. Sobre este río nos cuenta:

De dos veces que yo navegué por este estero que digo, la una fue una tarde de un día claro y sereno, y es verdad que yo iba la boca abierta mirando aquel Estanque de Dios, y veía cuan poca cosa son las cosas de los hombres y las obras y estanques de los grandes príncipes y señores de España, y cómo todo es cosa contrahecha adonde están los príncipes del mundo, que tanto trabajan por cazar las aves para volar las altanerías desvaneciéndose tras ellas; y otros en atesorar plata y oro y hacer casas y jardines y estanques; en lo cual ponen su felicidad; pues miren y vengan aquí, que todo lo hallarán junto, hecho por la mano de Dios, sin afán ni trabajo, lo cual todo convida a dar gracias a quien hizo y crío las fuentes y arroyos, y todo lo demás en el mundo, criado con tanta hermosura; y todo para servicio del hombre. (Benavente, 1985: 255)

Al visitar la mixteca, llamó su atención su temple y relieve: aunque el segundo se puede observar en mapas o pinturas, el primero, esto es, el clima de los lugares, no se puede percibir directamente, pero sí inferirlo. El clima es uno de los rasgos del paisaje que mejor se describe con las letras, destacando sus beneficios y potencialidades, así como las adversidades que se pueden llegar a padecer por él. Cuando Motolinia habla de la región mixteca, señala que es tierra “muy sana”, pues en esta región “todos los pueblos están en alto, en lugares secos”, por lo que goza de “buena templanza”; pero ese temple lo destaca, no por los indios que habitan la región, sino por la posibilidad de que sea ocupada por españoles, quienes requieren la seguridad de las tierras salubres.

En su descripción están identificados los rasgos económicos de la mixteca, que no podrían ser descritos con la misma contundencia en un mapa. Dice que “en todo tiempo del año se cría la seda, sin faltar ningún mes”; además de que

(…) en el fin de esta tierra de la Mixteca está el rico valle y fertilísimo llamado Huaxacac, del cual se intitula el señor marqués benemérito don Hernando Cortés, en el cual tiene muchos vasallos. Está en medio de este valle, en una ladera edificada la ciudad de Antequera, la cual es abundantísima de todo género de ganados, y muy proveída de mantenimientos, en especial trigo y maíz. (Benavente, 1985: 62-63)

El franciscano relaciona la población con el espacio, destacando el carácter genealógico en la conformación e identidad del entorno, quedando inscrita la trilogía de espacio-genealogía-toponimia. Reconoce el interés de los indígenas por el registro de la historia y los linajes (Benavente, 1985: 61), de tal suerte que había entre ellos sabios capaces de responder cualquier cosa que se les preguntara; Motolinia conoció a uno que le contó la versión indígena del origen de los naturales de la Nueva España (Benavente, 1985: 61). Ese hombre relató una versión del famoso mito de origen que sitúa a Chicomoztoc (lugar de siete cuevas) como el lugar del que salieron los pueblos que habitaron la Nueva España, los padres de los pueblos indígenas nacieron de un ancestro común, que tuvo siete hijos, cada uno de los cuales originó un pueblo (Benavente, 1985: 62). El antepasado de los mixtecas fue el quinto hijo, llamado Mixtecatl. Su tierra ahora se llama Mixtecapan, que era un gran reino: desde el primer pueblo hacia la parte de México, que se llama Acallan, hasta el postrero, que se dice Tutatepec, que está en la costa del Mar del Sur.

El fraile franciscano también reparó en los recursos con los que contaba la mixteca, donde había muchas provincias y pueblos: aunque era tierra de muchas montañas y sierras, estaba toda poblada. La consideró tierra muy rica, con minas de oro y plata, así como con muchos y muy buenos morales, por lo cual se comenzó a criar allí primero la seda; y aunque en la época del fraile el cuidado del gusano de seda recientemente había sido introducido, consideraba que su producción sería muy vasta y de buena calidad.

Concluiremos este apartado señalando que Motolinia, a la manera de certificación de veracidad, anotó que todas sus aseveraciones nacían de la experiencia directa: “Todo esto oso afirmar porque soy de ello testigo de vista; y digo: que se podrá criar seda en cantidad dos veces en el año, y poca siempre todo el año, como está dicho” (Benavente, 1985: 62-63).

La descripción de Bartolomé de Zárate, 1544

Existen varias fuentes escritas que describen el paisaje de la mixteca, como el Epistolario de Nueva España 1518-1818, recopilado por don Francisco del Paso y Troncoso, donde incluyó una descripción de la región mixteca titulada Relación de Bartolomé de Zárate, vecino y regidor de México sobre historia y gobierno de Nueva España (130-148).5 El escrito que rescató del Paso y Troncoso cuenta con solo cinco páginas para la descripción de Oaxaca; en el escrito se comienza el relato ubicando al valle de Oaxaca en la Sierra de Cocolan. La descripción que presenta el autor puntualiza los aspectos relacionados con el potencial económico de la región: por ejemplo, cuando habla de Guaxototitlán, Zárate asegura que es buen pueblo con muchos morales, criándose buena seda. Posee además tierras de riego, donde se recoge “(…) mucho pan de maíz (y) dase buen trigo” (Zárate, 1939: 141). Su lengua es la zapoteca (Zárate, 1939: 141). Es importante resaltar que otro de los intereses de Zárate era la lengua que hablaban los pobladores de las zonas descritas, en el caso de Guaxototitlán este pueblo de la región mixteca no estaba ocupado por gente de dicha lengua, sino por hablantes del zapoteco.

Bajo estos mismos criterios (recursos y actividades económicas, lenguaje de los pobladores), Zárate describe el pueblo de Etla, informándonos que allí también se habla el zapoteco y que está ubicado en una sierra de la que emana un arroyo en el que es posible encontrar buen oro. Cerca de este hay otro arroyo llamado Frío, cuya agua es de buena calidad, puesto que riega las tierras donde se cultiva trigo y lino (Zárate, 1939: 141).

Este río Frío se une con arroyos que vienen de Guaxototitlán y Etla y van a dar al pueblo de Guaxaca, “(…) poblado de gente mexicana por Muteczuma que estaba allí en guarnición para sojuzgar e con ella se sojuzgó el valle y lo ganó Muteczuma a los zaputecas y mistecas” (Zárate, 1939: 141). Como puede apreciarse, Zárate también reparó en la actividad militar y económica de los mexicas, quienes antes de la llegada de los españoles habían sometido a mixtecos y zapotecos.

La narración de Zárate se ocupa de varios poblados, descritos siempre en términos de las bondades de la tierra, los recursos y las relaciones políticas. Es una fuente escrita para resaltar la agricultura y el potencial minero; es decir, con la óptica del colonizador en búsqueda de metales preciosos, recursos naturales explotables y mano de obra, en este autor no existió interés por la cristianización debido a que no formaba parte del clero.

El corpus de lasRelaciones Geográficas (1579-1586)

Este corpus constituye sin duda una de las fuentes más ricas tanto para la historia del periodo precolombino como para el virreinal. El cuestionario representa un acercamiento a la comprensión del espacio de vida; a ese espacio que los individuos residentes en él conocen a la perfección, describiendo con las letras los rasgos que gestaron el paisaje mixteco. Los ejes conductores del discurso están alejados del afán de evangelización, puesto que para la región de nuestro interés ya se había consumado la conversión religiosa6 y la dominación militar. Se trataba de recoger información sobre los recursos que contaban estas tierras y que podrían ser útiles a la Corona. Por esta razón, los encargados de responder los cuestionarios fueron quienes residían en los lugares adonde fueron enviados, y las respuestas las elaboraron “(…) personas inteligentes de las cosas de la tierra”, según las instrucciones de la propia Instrucción y Memoria. El hecho de que participaran informantes locales convierte a esos documentos en fuentes invaluables para el conocimiento del paisaje desde la perspectiva de los nativos del siglo xvi, aunque también participaron españoles, criollos y mestizos puesto que los cuestionarios fueron distribuidos por

los pueblos de los españoles y de indios (…) enviándolas a los Concejos, y donde no, a los curas si los hubiere, y si no a los religiosos, a cuyo cargo fuere la doctrina, mandando a los Concejos, y encargando de parte de su Majestad a los curas y religiosos, que dentro de un breve término las respondan y satisfagan como en ella se declara. (Acuña, 1982: 14)

La riqueza de las respuestas a cada uno de los capítulos es vasta y para los objetivos de este trabajo sería imposible analizar la información pertinente a la región mixteca. Sin embargo, es importante subrayar que la participación de los nativos otorga una especial riqueza a las Relaciones geográficas, puesto que además de las abundantes descripciones del espacio físico desde la perspectiva de los indígenas ya cristianizados,7 estos textos son especialmente ricos en informaciones filológicas que rebasan el ámbito del idioma puesto que a través del análisis de los nombres se ofrecen atisbos de las concepciones indígenas relacionadas con el mundo natural. Así, por ejemplo, en la Relación Geográfica de Papalotícpec, Pedro de Navarrete y su escribano indicaron, en primer lugar, que el nombre de este pueblo “(…) quiere decir, en nuestra lengua vulgar castellana, cerro o sierra de Mariposa (…)” (Acuña, 1982: 26). El registro y análisis de la toponimia indígena ha sido una vía de investigación muy fecunda y se ubica en una “sierra o cerro, muy empinado, y el asiento dél no es nada llano, sino laderas y humedales de quebradas que en todo él hay, lo cual es causa de ser destemplado” (Acuña, 1982: 31).

Como mencionamos en las primeras páginas, en la simbolización social del paisaje intervienen elementos de la cosmovisión; en el caso de las Relaciones geográficas, los informantes dejaron testimonios de sus creencias en cuanto al medio físico y la enfermedad, cuando aseguraban que el relieve de la sierra de Mariposa provocaba que fuera una “tierra muy fría y ventosa” y que, por ello, tuvieran de ordinario “los naturales enfermedades de romadizo y tos, y, algunos, de cámaras de sangre, que a lo que se puede atribuir es a la frialdad del pueblo y al quebrantamiento que pasan en subir y descender sierras”.

La región mixteca en el contexto geográfico universal y la obra de Juan López de Velasco

Es indudable que con la conformación de un territorio tan vasto como la Nueva España, inserto a su vez en el imperio español, fue recurrente la generación de obras descriptivas de la geografía de los territorios sujetos. Era necesario conocer los recursos y el crisol regional que componía no solo al virreinato novohispano, sino a todo el imperio. Uno de tales ejemplos es la Geografía y Descripción Universal de las Indias de Juan López de Velasco.8 En esta Geografía Universal, la mixteca forma parte del plan de la obra, aunque es mencionada brevemente. Lo trascendente de este trabajo es el afán del autor por ubicar a las provincias de la Nueva España en el ámbito universal (es decir, en el contexto del mundo entonces conocido). Esta contextualización implicaba un esfuerzo de síntesis del conocimiento geográfico de los continentes explorados en el siglo xvi. José María Pozuelo Yvancos dice que López de Velasco debió ser “(…) un auténtico humanista pues alternó sus labores burocráticas con la geografía, cosmografía, historia y filología” (1980: 4).

López de Velasco dedicó poco espacio a la región mixteca, región que emplazó como parte del obispado de Oaxaca, señalando que era la mayor de tal jurisdicción eclesiástica. Igualmente distinguió de ella una región mixteca alta y una baja; calificó a la primera como una tierra más fresca y sana, aunque aseguró que ambas tenían buen temple y en ellas abundaba el maíz, al tiempo que eran muy dis- puestas para el trigo y todas las frutas de España y de la región. También destacó la abundancia de recursos como el agua, la madera, la leña, la piedra y la cal (López Velazco, 1894: 229). Queremos resaltar que si bien el discurso dedicado a la región mixteca destaca por su parquedad, la obra de López de Velasco resulta valiosa por constituirse en una primera aproximación universal al conocimiento de los pueblos y sus espacios físicos en los que están incluidos los territorios y pobladores de la Nueva España. A diferencia de las Relaciones geográficas, en este trabajo la única perspectiva es la del humanista español que escribió sobre algunos territorios que nunca visitó personalmente, pero cuyo conocimiento consideraba de interés para la Corona española. Indudablemente, la riqueza del trabajo de López de Velasco sobrepasa la región mixteca, puesto que profundiza en el estudio de otras regiones como la Provincia de la Nueva Galicia, que en ese momento vivía el conflicto co- nocido como la Guerra Chichimeca.

El siglo xviii y la descripción de la region mixteca en la obra de dos frailes jesuitas

En esta sección analizaremos brevemente el trabajo de dos jesuitas, quienes en sus textos dejaron descripciones sobre la mixteca.9 Es importante mencionar que ambos están ubicados en el siglo xviii, época de la ilustración novohispana y de la conformación de una identidad criolla contrapuesta a lo europeo, considerado como lo “otro” por los nacidos en la Nueva España. Uno de los promotores de la apropiación de la antigüedad prehispánica como parte de la historia novohispana (criolla) fue Francisco Javier Clavijero, nacido en la Nueva España y conocedor de las antigüedades del virreinato. Cabe señalar que la familia de Javier Clavijero vivió en varios lugares del virreinato, como Teziutlán, actual estado de Puebla, y Jamiltepec, en la ahora Oaxaca, ubicado ese poblado en la región mixteca. Su obra más conocida es la Historia Antigua de México (Clavijero, (1780) 1991) en la cual, entre otras temáticas, reconoce el “carácter de las provincias” de acuerdo con su clima, relieve, hidrografía, minería, flora, fauna y sociedad. En esta obra también responde a los embates de Cornelio de Paw y del Conde de Buffon acerca de la degeneración de la naturaleza americana.

Es importante destacar que en su Historia Antigua de México Clavijero describe la antigüedad nativa como propia y coloca en el centro de su discurso a la historia mexica. Esta visión centralista y apologética provocó que su mirada estuviera situada en la historia y el contexto del pueblo azteca, colocando en un segundo plano a los otros pueblos indígenas. Dicha jerarquización muestra el condicionamiento del discurso ilustrado en aras de un interés académico con trasfondo político y social, filtro que ayudó a destacar lo mexica, minimizando la diversidad de los pueblos nativos al considerarlos todos como parte de una patria mayor conocida como México.

En cuanto a la descripción que realiza sobre la región mixteca, es pertinente indicar primero una división en términos generales sobre las provincias de México. Clavijero calificó a las provincias de la Nueva España como “mediterráneas” y “marítimas”. De acuerdo con él, las provincias mediterráneas estaban

(…) al norte y noroeste de México, la de los otomíes, y al poniente y sudoeste, la de los matlatzincas y cuitlatecas; al sur la de los tlahuicas, cohuizcas y yopes, al sureste después de los estados de Itzocan, Yauhtepec, Quauhquechollan, Atlixco, Tehuacán y otras muchas, las grandes provincias de los mixtecas, zapotecas, mixes y chinatecas, y, finalmente, después de otros estados, la última provincia de los chiapanecas. ((1780) 1991: 4)

Una vez ubicada en este ámbito, destaca a la región mixteca por su extensión, con una directriz “(…) sureste-noroeste por más de ochenta leguas desde Tototepec en la costa del mar Pacífico hasta Acatlán, lugar distante cuarenta leguas al sureste de México” (Clavijero: (1780) 1991: 4); siendo las poblaciones más importantes “(…) las ciudades de Yancuitlán (hoy Yanguitlán), Zollan, Quauhxolotitlán y Tepezcololla” (4).

Conforme a su espíritu ilustrado, Clavijero atendió con cuidado la división de un paisaje acorde con el carácter de la orografía y la hidrografía de la región mixteca; sin embargo, no mencionó dos de las características visibles de la región: el relieve y los climas. En cambio, destacó el valor económico de los gusanos de seda, relatando que

(…) se transportaron de Europa y se multiplicaron con felicidad. Cogíase mucha y buena seda especialmente en la Mixteca y era este en otro tiempo un ramo considerable de comercio. Abandonóse después este trabajo por los motivos notorios en aquel reino, y al presente son muy pocos los que en él se emplean. Además de esta seda común, especialmente en años de pocas lluvias, hay una especie de seda silvestre muy apreciable, de que se aprovechan solamente algunos pobres por la poca economía que hay en aquel reino. (Clavijero, (1780) 1991: 41)

La falta de mención del relieve y el clima de la región mixteca, en conjunto con la exaltación de la explotación del gusano de seda, muestran el desinterés por lo que no fuera mexica, salvo los aspectos económicos, debido a la pretensión de fundar una historia común basada en la idea de una patria mexicana en un territorio abundante en recursos y bellezas naturales.

Por su parte, Rafael Landívar nació en Guatemala en el año de 1731, escribió el poema conocido como Por los Caminos de México (Landívar, 1993), dejando vivas imágenes en letras sobre la misma región; no solo fue contemporáneo del padre Clavijero, sino que también participó en el mismo debate entre los ilustrados novohispanos y aquellos que describían la naturaleza americana desde los escritorios de Berlín o París. Landívar fue maestro de retórica y filosofía e igualmente fue ejemplo de “(…) aquel grupo de ilustres desterrados, humanistas, no en el significado empobrecido de los innumerables calcadores de modelos grecolatinos, sino por su espíritu universal, alerta hacia todo el espectáculo de la vida” (Valdés, 1993: V).

Uno de los aspectos más llamativos y significativos de la obra de Landívar es su exaltación de las glorias americanas mediante la invocación de los dioses griegos y latinos a quienes en su poema hizo recorrer los caminos de las regiones de la Nueva España, entre las que destaca la región mixteca, región donde los dioses de la antigüedad clásica se maravillan por los bienes locales e incluso trabajan con la grana, uno de los productos más destacados de la mixteca:

Después de haber visitado los espejeantes dominios de Neptuno y los reinos de Vulcano, armado de ascuas trepidantes, place contemplar la grana y el múrice y examinar con ojos atentos su artificio.

Tú, virgen Minerva, que tiñes de púrpura los mantos reales entretejidos de oro, vencedora de la doncella Lidia en el arte de la aguja, dime, ¿cuál próvida región te dio los jugos, y llenó el orbe de grana y múrice tirio? ¿Quién los recoge en los campos, qué semillas arrojan la tierra, y qué cultivo hace nacer las regios gérmenes? (Landívar, 1993: 43)

A la pregunta extendida a la diosa de la sabiduría y las artes, pero también protectora de los artesanos, esta responde que la grana y el múrice florecen en las cercanías de una “(…) muy noble ciudad, populosa, ataviada de bellas mansiones, insigne por sus mercaderías, augusta por sus magníficos templo, a la cual dio nombre ilustre el valle de Oaxaca” (Landívar, 1993: 43). La magnífica ciudad, escribe Landívar, está rodeada de “campos vastísimos, muy fértiles por su rica gleba; en los cuales las brisas mezclan fríos y colores vehementes, aliviando así con el clima benigno a hombres y ganados” (Landívar, 1993: 43-44). En sus campos “(…) pulula el rico nopal que crece seis codos de altura, sostenido por débil tronco, sin adorno de follajes movedizos, ni sombra que aparte de los ganados los rayos del Sol” (Landívar, 1993: 44).

Una vez que se logra cosechar la mansa cochinilla, emana el color carmín “(…) con que tiñen galos, holandeses, venecianos, españoles, ingleses, rusos, belgas y el orbe todo enrojece” (Landívar, 1993: 48). Dice que la industria de la grana la ha “reservado el cielo a los colonos indios” ya que hubo intentos de llevarla a otro lugar para su producción pero “(…) los nopales de la bermeja prole (…) acostumbrada a alimentarse de las dulces hojas, o sufre una gran mortandad por el soplo de los vientos, o rehusándose a procrear en los follajes, burla las tentativas del dueño consumiéndose así el caudal con su inercia estéril” (Landívar, 1993: 48-49). También exalta las cualidades físicas y morales de los indígenas, así como su buen trabajo en los cuidados de la cochinilla:

La raza india, por el contrario, hecha a los rudos trabajos, ni palidece afeminada bajo las heladas lluvias, ni teme al sol cuando flamea su quemante antorcha. De aquí que imperturbable, soporte todos los eventos temibles: la Luna, el Sol, la lluvia, el frío, el calor y vigile sin descanso, noche y día, ahuyentando de los albeantes gusanos a los perniciosos enemigos. Ímproba labor ciertamente, pero acreedora de crecida ganancia. (Landívar, 1993: 49)

En su poema, Landívar ofrece un magnífico ejemplo de la afectividad ante el paisaje y la significación que los hombres le otorgan a los accidentes geográficos y a la naturaleza en general. Él (al igual que Clavijero) vivió en un contexto ilustrado y de efervescencia nacionalista que anhelaba reivindicar su pasado indígena y las bondades de la tierra novohispana que se le equiparaba al viejo mundo en la bondad, historia y belleza de sus paisajes y habitantes.

Conclusiones

En la primera sección de este trabajo discutimos las implicaciones del estudio del paisaje desde la perspectiva objetivista de la geografía, donde el afán de cuantificación elimina el interés por el contexto cultural que involucra a aquel. También analizamos la perspectiva cultural de la investigación del paisaje y mostramos que el estudio del mismo conduce a acercarnos al hombre como ser cultural que crea y modifica los espacios, les otorga valores y manifiesta relaciones simbólicas que forman parte de la identidad de los pueblos.

Discutimos cómo el estudio del paisaje conecta e identifica relaciones humanas, entre ellas la visualidad y la identidad. Cuestionamos la definición clásica del paisaje, que lo conceptualiza como una realidad objetiva desligada de la cultura y resumida en un conjunto de elementos visibles. Ante esta conceptualización, propusimos una visión relacional en la que se conjugan la realidad objetiva, la percepción de grupos sociales y la significación cultural. Conforme a lo anterior, el paisaje puede representarse visualmente y también puede narrarse, estas narraciones no caben en el mapa o en la pintura: no se configuran con el pincel, pero sí con la pluma.

El estudio del paisaje tiene como sustento el lenguaje: aquel se puede expresar de forma gráfica, pero también por medio de la literatura. En ambos casos se cumple el objetivo de delinear un territorio, así como de hacer relevantes los rasgos que el espectador juzgue necesario indicar, aprehendiendo las características propias de los lugares en el mapa o en el relato. Consideramos que esta forma de entender el paisaje no ha sido atendida suficientemente dentro del ámbito del estudio de la geografía y de disciplinas afines como la historia.

La investigación sobre el espacio narrado develó que el sujeto cultural otorga valores al espacio observado y vivido, desde el supuesto de que quienes escriben sobre un lugar legan en sus escritos una manera de percibirlo. Con base en estas categorías teóricas, resaltamos el valor del relato como fuente para el estudio del paisaje, en tanto que las letras, y no solo las imágenes, brindan herramientas para su estudio. Para ello utilizamos como objeto de estudio empírico al territorio mixteca, en el actual estado mexicano de Oaxaca, región de la que se ocuparan los escritos seleccionados. Estos trabajos, aunque no están dedicados exclusivamente a la región mixteca, la abordan de manera extensa o tangencial; los “filtros” culturales de los autores quedaron plasmados en sus narrativas y nuestro cometido fue definir cuáles fueron dichos filtros. Indudablemente, cada uno de los trabajos analizados guarda su propia esencia, acorde con sus particulares fines: un fraile del siglo xvi destacó el sacramento de la fe para hablar de su “grandeza”, de su trascendencia como parte de la labor evangelizadora; otros autores valoraron sus riquezas y otro lo identificó con herencias grecolatinas; uno más lo describió como parte del preludio de un país independiente.

Específicamente, analizamos la particular manera en que el franciscano fray Toribio de Benavente Motolinia observó rasgos del paisaje novohispano desde la mediación de una tradición cristiana milenarista, anteponiendo los conceptos de pecado y la salvación al estudio del ambiente geográfico y cultural; indudablemente su objetivo fue la purificación de almas y tierras para llevarlos al seno de los preceptos de un salvador universal. Para este fraile el paisaje visible es obra de Dios y, como tal, los hombres están destinados a salvaguardarlo. Mostramos cómo en la obra de Motolinia la cristianización del paisaje está matizada con la nomenclatura indígena y pagana, aunque como cristiano habría de cumplir su tarea de convertir al otro. Pero en su intensión de conocer al otro para convertirlo al cristianismo, nos legó en su trabajo una importante fuente para el conocimiento geográfico, histórico y antropológico.

Si Motolinia observó el paisaje a través del cristianismo, en Baltazar de Zárate la descripción sirvió al cuerpo administrativo de la Corona española. Como administrador y funcionario buscaba el conocimiento de las riquezas que ofrecía una región, en este caso la mixteca, indicando sus ciudades y sus puertos, continuando la inserción y la identidad de esta parte del virreinato. Para Baltazar de Zárate la importancia del paisaje residía en los recursos que poseía; en su obra apreciamos la mirada del administrador/colono deseoso de explotar los territorios recién incorporados al mundo hispánico.

En el corpus de las Relaciones geográficas era necesario describir para conocer al otro, pero no solo como parte de un virreinato en consolidación, sino como una unidad territorial propia y como parte de una geografía universal, en el entendido de que esa región era parte de un mundo que reconocía diferencias y que se estaba preparando para apreciarlas. La participación nativa en los cuestionarios (y en la elaboración de los mapas) proporciona a estos escritos una perspectiva multicultural y los convierte en otra fuente fundamental para el conocimiento de la Nueva España.

En una tónica contraria a las Relaciones geográficas, Juan López de Velasco escribió sobre la geografía de la Nueva España sin haberla conocido personalmente. A pesar de ello, y como antecedente del espíritu ilustrado novohispano del siglo xviii, su obra tiene un alcance universal donde las posesiones españolas son descri- tas a nivel continental y mundial sin menoscabo de región alguna.

Durante los siglos xvii y xviii, la unidad del virreinato cobraba fuerza, pero también comenzaba a diferenciarse y a tomar tintes nacionalistas. Francisco Javier Clavijero, desde una perspectiva ilustrada y centralista, describió al territorio novohispano bajo la idea de la unidad mexicana en el pasado indígena y el amor por el suelo patrio. El estudio de la región mixteca es una parte tangencial en la obra del jesuita, quien al igual que Baltazar de Zárate tuvo interés en el potencial económico de las tierras mixtecas, pero también en la historia prehispánica; indudablemente la historia y la geografía corrieron de la mano en la pluma de este autor.

Rafael Landívar, también desde una perspectiva ilustrada, conocía la tradición grecolatina y como tal describió al paisaje con esos parámetros. El paisaje fue visto por el jesuita guatemalteco con diferentes matices. Si en Motolinia se buscaba la presencia del dios cristiano, en los siglos venideros los dioses romanos ya habían llegado al Nuevo Mundo a través de los libros y por medio de una educación en colegios y universidades. Llegaron para quedarse y estar presentes en tierras mixtecas. Rafael Landívar convirtió a la región mixteca en tierra de Neptuno, Vulcano y Minerva, en un intento de integrar ese espacio a una tradición a la que él perteneció, dejando de lado la historia indígena y trasladando a los dioses helénicos a dicha región

Referencias bibliográficas

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Notas

1 Pérez Flores, José Luis y Delgado López, Enrique (2016). “Los testigos de vista y letras: el paisaje mixteco en fuentes de los siglos xvi-xviii (México)”. En: Boletín de Antropología. Universidad de Antioquia, Medellín, vol. 31, N.o 51, pp. 15-33.
2 Recibió este nombre el actual estado mexicano de Oaxaca, en donde está enclavada la mayor parte de la región Mixteca objeto del presente artículo.
3 Motolinia es una voz nahua que significa “el pobre” y fue el sobrenombre con el que fue cono- cido el fraile por los nativos en alusión a su franciscana pobreza. En las referencias usaremos su apellido en la inteligencia de que el lector identificará a Benavente como Motolinia.
4 El texto de Motolinia fue escrito en la primera mitad del siglo xvi, pero permaneció inédito hasta el siglo xix.
5 Al parecer Zárate era hijo Rodrigo de Jerez, uno de los primeros conquistadores de la Nueva España y desde 1529 estaba avecindado en la ciudad de México. Siendo favorecido con la encomienda de Mixquic, ocupó el cargo de regidor del cabildo de la capital. Peter Gerhard ubica la obra de Zárate en un contexto de requerimiento de información geográfica. Nos remite al año de 1528, cuando una real cédula dirigida a la primera Audiencia de México ordenaba hacer y enviar a la corte descripciones de cada provincia, con datos sobre el número de indios y españoles, tributos, productos y topografía (Gerhard, 1968: 619). Más tarde, en 1540, otra real cédula requería información geográfica y estadística, y a Bartolomé de Zárate se le encargó describir los obispados de Antequera y Tlaxcala.
6 Aunque continuarían los procesos de extirpación de idolatrías.
7 El hecho de que los indígenas respondieran los cuestionarios y que proporcionaran información sobre la época anterior a la llegada de los españoles no implica que esta perspectiva sea prehispánica, puesto que los nativos ya habían sido convertidos al cristianismo e incluso educados por frailes. Tampoco podemos descartar que los indígenas hubieran adoptado estrategias para conservar tanto la memoria de su antigüedad como aquellas tradiciones que consideraran vitales para su existencia, tales como registros genealógicos, rituales propiciatorios, rituales de investiduras de poder, etc. Por lo tanto, la lectura de las fuentes atribuibles a los indígenas debe ser sometida a un análisis basado en el contexto del cristianismo.
8 Esta obra fue escrita en la década de 1570 pero permaneció inédita hasta el año de 1880 (Zaragoza, 1894: V, en López de Velasco, 1894).
9 Aunque no formara parte de su discurso central.


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