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Percepción femenina del trabajo hecho por las mujeres en la vereda Rivera de El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombia)1
Angélica María Martínez-Pareja; Sandra Turbay-Ceballos
Angélica María Martínez-Pareja; Sandra Turbay-Ceballos
Percepción femenina del trabajo hecho por las mujeres en la vereda Rivera de El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombia)1
Feminine perception of work done by women at Rivera, rural area in El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombia)
Percepção feminina do trabalho feito pelas mulheres na vereda Rivera de El Carmen de Viboral Antioquia (Colombia)
Perception féminine du travail effectué par les femmes dans la vereda Rivera El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombie)
Boletín de Antropología, vol. 31, núm. 51, pp. 76-91, 2016
Universidad de Antioquia
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Resumen: Este artículo muestra cómo son percibidas por las campesinas de El Carmen de Viboral las transformaciones que se han producido recientemente en sus actividades laborales. La metodología empleada en este estudio fue de carácter etnográfico y se complementó con diez historias de vida de mujeres de distintas edades con el fin de profundizar en sus sentimientos, anhelos y sueños. Encontramos que ha habido un gran cambio en las actividades femeninas pero que estos cambios no siempre van aunados a modificaciones en la percepción que las mujeres tienen de su condición de género.

Palabras clave: mujeres ruralesmujeres rurales,génerogénero,trabajo femeninotrabajo femenino,subjetividadsubjetividad,economía del cuidadoeconomía del cuidado.

Abstract: This article shows the way country women perceive the recent transformations of their work in El Carmen de Viboral. This research study employed an ethnographic methodology enhanced with ten life stories of women of different ages in order to delve into their feelings, desires and dreams. We found out than there has been a change in the female activities but this change does not always mean a rise in alterations in perceptions women regarding their gender condition.

Keywords: country women, genre, feminine work, subjectivity, care economy.

Resumo: Este artigo mostra como são percebidas pelas camponesas de El Carmen de Viboral as transformações que recentemente têm se produzido em suas atividades laborais. A metodologia empregada em este estudo foi de caráter etnográfico e complementou-se com dez histórias de vida de mulheres de diferentes idades com o propósito de aprofundar em seus sentimentos, ânsias e sonhos. Encontramos que tem existido uma grande mudança nas atividades femininas, mas que estas mudanças nem sempre vão junto às mudanças na percepção que as mulheres têm de sua condição de gênero.

Palavras-chave: mulheres rurais, gênero, trabalho feminino, subjetividade, economia do cuidado.

Résumé: Cet article montre comment les paysannes de El Carmen de Viboral ont perçus les transformations qui ont eu lieu récemment dans leur travail. La méthodologie utilisée dans cette étude était ethnographique et dix histoires de vie des femmes d’âges différents ont été ajoutées afin d’approfondir leurs sentiments, leurs espoirs et leurs rêves. Nous avons constaté qu’il y a eu un grand changement dans les activités des femmes, mais que ces changements ne sont pas toujours associés à des changements dans la perception que les femmes ont de leur condition de genre.

Mots-clés: femmes rurales, genre, travail des femmes, subjectivité, l’économie de soins.

Carátula del artículo

Investigación

Percepción femenina del trabajo hecho por las mujeres en la vereda Rivera de El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombia)1

Feminine perception of work done by women at Rivera, rural area in El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombia)

Percepção feminina do trabalho feito pelas mulheres na vereda Rivera de El Carmen de Viboral Antioquia (Colombia)

Perception féminine du travail effectué par les femmes dans la vereda Rivera El Carmen de Viboral, Antioquia (Colombie)

Angélica María Martínez-Pareja
Universidad de Antioquia, Colombia
Sandra Turbay-Ceballos
Universidad de Antioquia, Colombia
Boletín de Antropología, vol. 31, núm. 51, pp. 76-91, 2016
Universidad de Antioquia

Recepción: 27 Junio 2015

Aprobación: 24 Diciembre 2015

Introducción2

Los límites que diferencian a la urbe de los espacios rurales no solamente se desdibujan cada día más, sino que las interconexiones entre ellos se multiplican y se vuelven más complejas (De Grammont, 2004). Esto se explica por el mayor acceso a medios masivos de comunicación, la intensificación de la movilidad poblacional, el aumento del nivel educativo en el campo, la disminución de los tiempos y los costos del transporte que permiten a los habitantes rurales trabajar durante el día en las ciudades, el desplazamiento de los jubilados a las zonas rurales, el aumento de las viviendas de recreo en el campo, el crecimiento del sector de los servicios por fuera de los cascos urbanos y la diversificación de las fuentes de ingresos de las familias que antiguamente derivaban su sustento exclusivamente de las actividades agropecuarias. Esto obliga a las ciencias sociales a replantear los conceptos sobre los que han construido el análisis de las sociedades campesinas (Fernández, 2008) y a superar la visiones que oponen en forma dicotómica el campo y la ciudad, lo tradicional y lo moderno, la agricultura y la industria, etc.

La noción de nueva ruralidad surge a comienzos de 1990 en América Latina, buscando explicar, precisamente, los fenómenos rurales contemporáneos a partir de una crítica de las concepciones tradicionales de lo rural que permitiera dar cuenta de las transformaciones vividas en el campo. Sin embargo, algunos autores señalan la importancia de ser cuidadosos con el uso de este concepto, pues ideas como la “desagrarización” de la ruralidad y la multifuncionalidad del campo pueden ser de utilidad a intereses económicos y políticos que no necesariamente favorecen a los pobladores rurales (Grajales y Concheiro, 2009; Rubio, 2002). También se llama la atención sobre la necesidad de comprender la relación entre los macroprocesos globales y los procesos territoriales, reconociendo el papel activo de los sujetos sociales (Llambí y Pérez, 2007; Grajales y Concheiro, 2009).

Lo cierto es que no es posible hablar de una sola ruralidad, pues lo que se encuentra en las evidencias empíricas son múltiples formas, derivadas de las particularidades de los territorios, del impacto diferencial de las políticas nacionales y de los procesos globales a nivel local y de la manera como los actores sociales responden a las presiones externas. Acogemos el concepto de nuevas ruralidades porque hace evidente que ha habido transformaciones en el campo, pero advirtiendo que cada localidad asume esos cambios de una manera peculiar. Al respecto, teóricos como Llambí y Pérez (2007) comentan:

Las diferencias territoriales locales son siempre el resultado de combinaciones de factores físico-naturales y sociales. (…). En otras palabras, no existe una ruralidad, sino múltiples. Heterogeneidad rural que depende de los criterios de análisis del investigador: p. ej. físiconaturales (ecosistemas y recursos naturales), localización espacial, sistemas productivos y relaciones de mercado; recursos culturales y étnicos (valores y patrimonio histórico); y político-institucionales. (2007: 55)

El enfoque de la nueva ruralidad ha destacado la actual diversificación de las actividades rurales, y la integración de las campesinas y los campesinos al mercado como mano de obra asalariada en relaciones laborales flexibles. La falta de regulación del Estado ha permitido que los empresarios sustituyan trabajadores fijos por trabajadores temporales e informales, frente a lo cual Kay plantea lo siguiente:

La creciente flexibilización de las actividades rurales ha afectado a hombres y mujeres. Sin embargo, el rápido incremento de las exportaciones hortícolas, flores y frutos, ha creado sobre todo oportunidades de trabajo para las mujeres. Los patrones prefieren contratar a mujeres, ya que parecen estar más dispuestas a aceptar trabajos temporales y menos paga que los hombres, y son menos afectas a unirse a los sindicatos laborales. Los patrones también sostienen que las mujeres trabajan mejor ya que son más cuidadosas al desarrollar el trabajo, lo que resulta importante cuando se trata de flores y de productos perecederos. (2009: 616)

Es importante mencionar que, en muchos casos, los empleos que se ofrecen a las mujeres son mal remunerados, con contratos a término fijo, sin posibilidad de capacitación o promoción y con riesgos para la salud (Ardilla y Ulloa, 2002; Echeverri y Ribero, 2002; Deere, 2005; Idrovo y Sanín, 2007; Kay, 2009 y Lastarria- Cornhiel, 2008). La feminización de la agricultura en condiciones de precariedad en las condiciones de trabajo ha sido reportada en África, en América Latina e incluso en Europa, donde las mujeres trabajan como productoras independientes, como trabajadoras familiares no remuneradas o como asalariadas en cultivos y en plantas agrícolas de procesamiento y embalaje (Echeverri y Ribero, 2002; Farah, 2004; Farah y Pérez, 2004; Lastarria-Cornhiel, 2008).

El hecho de recibir remuneración monetaria ha reportado para las mujeres una cierta independencia económica y un cierto poder de negociación dentro de sus familias, pero también ha duplicado o triplicado su trabajo porque deben seguir atendiendo responsabilidades domésticas y tareas agropecuarias dentro de su finca (Loaiza, Franco y Fierro, 1998; Farah, 2004; Giraldo, 2010). Esto se explica porque la vinculación de la mujer campesina al mundo del trabajo por fuera del hogar no ha ido de la mano de una transformación de las imágenes de género que lleve a una mayor participación del cónyuge y de los hijos en las actividades domésticas. Estas siguen siendo un asunto de mujeres y se encuentran subvaloradas, en parte porque no son objeto de una compensación económica. Las mismas mujeres reproducen la subordinación femenina al menospreciar su trabajo y al poner la esfera de lo público, propia del hombre, por encima de la esfera del mundo privado donde ellas se desenvuelven. Díaz señala que aunque la invisibilidad del trabajo doméstico es común a todas las mujeres, en el caso de las mujeres campesinas la situación es aún peor, pues

(…) las actividades agropecuarias, no propiamente domésticas, las realizan en la misma casa y a veces ni ellas mismas las perciben como trabajo y aporte a la producción de la parcela. En los hogares campesinos, mujeres y hombres realizan simultáneamente trabajos productivos, domésticos y de reproducción social. Los hombres se concentran en los primeros (los productivos), pero las mujeres se dedican por igual a todos. (2002: 40)

Cabe destacar las reflexiones que desde el feminismo se han venido dando en cuanto a la importancia de las actividades que se ejecutan desde el espacio doméstico, las cuales se han enmarcado dentro de la denominada “economía del cuidado”, que se refiere al espacio donde la fuerza de trabajo es reproducida y mantenida, incluyendo todas aquellas actividades que involucran las tareas de cocina y limpieza, el mantenimiento general del hogar y el cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos, entre muchos otros (Rodríguez, 2007; Salvador, 2007). En la economía campesina la familia es la unidad de producción y no existe esta separación del espacio del trabajo y del espacio doméstico. Las tareas de la mujer en un hogar campesino son al mismo tiempo productivas y reproductivas porque permiten la reproducción del ciclo de producción y la reproducción de la familia como tal. El trabajo de la mujer por fuera de su casa genera una crisis si no se produce simultáneamente un cambio en las imágenes de género y una reorganización de los roles de los demás miembros del grupo doméstico.

Las transformaciones económicas, políticas y culturales que vive el campo se expresan en la vida cotidiana de las poblaciones rurales, en las prácticas y discursos de hombres y mujeres, en sus creencias y en sus sentimientos más profundos. Sin embargo, el trabajo fuera del hogar y la exposición más continua de las mujeres a los valores feministas, no significa necesariamente que ellas cambien sus prácticas cotidianas. Aunque públicamente muchas mujeres defienden la democratización de la autoridad, en la práctica las familias viven conflictos derivados de la persistencia del patriarcalismo (Echeverri, 2002). Como dice Jaramillo (2013), un mayor reconocimiento de los derechos para las mujeres no da lugar automáticamente a un cambio en sus posiciones subjetivas, por lo cual es necesario indagar por los factores internos que obstaculizan la apropiación de los derechos.

Si bien existen muchos estudios sobre el trabajo de la mujer campesina, son pocos los que exploran las emociones asociadas a la experiencia laboral. La antropología de las emociones es aún muy incipiente; no se estudia con suficiente fuerza la influencia de la cultura en la expresión de los afectos, ni se explora el papel de la familia en los procesos de identificación y constitución de la subjetividad (Fernández, 2011; Calderón, 2014).3

Este artículo presenta la percepción femenina de los cambios en las ocupaciones de las mujeres rurales en la vereda Rivera de El Carmen de Viboral, un municipio ubicado en la subregión del Oriente antioqueño, sobre la cordillera central de los Andes, específicamente en la zona del Valle de San Nicolás. El municipio limita al norte con El Santuario, Marinilla, y Rionegro, al oriente con Cocorná, al occidente con La Ceja y La Unión, y al sur con Abejorral y Sonsón. En el año 2005 el DANE presentó información de una población urbana de 22.945 habitantes y una rural de 18.023, para un total de 40.968 habitantes en El Carmen de Viboral (DANE, 2005) (Figura 1)

Según el Sitio Oficial de El Carmen de Viboral (2015), en la vereda Rivera viven 201 hombres y 180 mujeres, lo que revela un contexto con un alto número de población masculina. Se trata de una población campesina, muy católica, dedicada al cultivo del maíz, la papa, el fríjol y algunas hortalizas (López, 2010). La vereda Rivera se encuentra espacialmente ubicada relativamente cerca de las cabeceras municipales de El Carmen de Viboral y Marinilla, aproximadamente a una hora en bus.


Figura 1
Ubicación general del municipio El Carmen de Viboral en Antioquia (Colombia)
Fuente: elaboración modificada de mapa de Sistema de Información Ambiental Regional SIAR -TIC. Subdirección General de Planeación. Septiembre de 2015.

La zona del Valle de San Nicólas (también conocida como el Cercano Oriente o el Altiplano), cuenta con fuertes redes de conectividad vial con la capital del departamento, Medellín, y el Área Metropolitana. Si bien la región del Oriente se sigue considerando como una despensa agrícola para el departamento y para el país, se ha producido un cambio en el uso del suelo, debido a la expansión de la frontera urbana, al traslado de industrias desde Medellín hacia la región, a la instalación de empresas floricultoras, a una mayor oferta de educación superior, al crecimiento del comercio y al incremento de las fincas de recreo; en este contexto, se hacen difusas las fronteras entre los rural y lo urbano y esto genera paulatinas transformaciones en los imaginarios y las prácticas culturales, particularmente en las nuevas generaciones (INER, 2003).

En un estudio reciente sobre la vereda La Chapa, de El Carmen de Viboral (Rivera, 2015) se encontró que de cien familias encuestadas, el 67% tenía dos o más fuentes de ingreso: agricultura, ganadería, cría de especies menores, mayordomía en fincas de recreo, trabajo en empresas floricultoras, trabajos en construcción, fontanería, metalistería, electricidad, transporte, comercio, etc. Muchos de estos habitantes rurales tenían empleos en la zona urbana de El Carmen de Viboral o en Rionegro. Esto es un indicador de la creciente diversificación de las ocupaciones en las familias campesinas de la región. La multiplicidad de ocupaciones no significa necesariamente un mayor bienestar de las familias pero sí es una estrategia para reducir la vulnerabilidad. Las familias más pobres, las que tienen más hijos y las que tienen hijos adultos, recurren a distintos empleos o actividades para sostenerse. Los hogares conformados por una pareja de adultos mayores suelen concentrarse, por el contrario, en una única actividad económica, como la agricultura o la ganadería. El artículo analiza específicamente la manera como las mujeres viven estas transformaciones. Esto implica visualizar sus sueños, sus metas, sus ilusiones y sus proyectos de vida. El texto explora cómo están siendo construidas estas realidades y qué mecanismos de resistencia cultural impiden la interiorización de nuevas prác- ticas, imágenes, valores y discursos sobre la condición femenina. En otras palabras, se trata de dar cuenta de la articulación entre viejos y nuevos modelos de ser mujer, teniendo en cuenta que los roles e imágenes masculinas y femeninas se encuentran mediatizadas por una serie de factores culturales, tal como lo ha demostrado la perspectiva de género.4

La interpretación y configuración de la realidad se materializa, entre otras, en la manera como recordamos y contamos las experiencias vividas; en estas narraciones podemos observar de qué manera nos posicionamos en el mundo. El análisis de las narrativas subjetivas nos brinda herramientas para conocer no solo las per- cepciones personales, sino los elementos de la sociedad en la cual se encuentran inmersas. Por dichas razones, para la realización de esta investigación se ha privilegiado una metodología de tipo cualitativo, ya que como dicen Bonilla y Rodríguez, esta permite “comprender el conocimiento que ellos tienen de su situación y de sus condiciones de vida” (1997: 52).

Este trabajo se deriva de una investigación de tipo etnográfico (Martínez, 2015) que favoreció la convivencia con las familias de la vereda, que propició el contacto con niñas y con mujeres jóvenes y adultas, que creó lazos de amistad y la confianza necesaria para hacer entrevistas en profundidad que revelaran senti- mientos, valores y expectativas de las mujeres frente a su situación familiar y laboral. Para este artículo, se retomaron diez historias de vida, hechas a mujeres cuyas edades oscilaban entre los 16 y los 62 años. Esta metodología permitió centrar la atención en el reconocimiento del self: el narrador que se construye a través de la narración, aquel que se nombra y se da forma a través de la misma. La representación de sí mismo toma cuerpo en el relato que cada sujeto hace sobre su vida (Puyana, 2007).

El artículo comienza acercándose al ámbito doméstico, ya que este es un espacio de gran importancia en la cotidianidad de las mujeres de la vereda Rivera del Carmen de Viboral, donde estas realizan buena parte de sus principales actividades. Posteriormente profundizamos en lo referente al trabajo en los cultivos de flores para la exportación. Se destacan los complejos procesos socioculturales que traen consigo los cambios tanto en lo discursivo, práctico y emotivo. También se hace énfasis en la manera como estas mujeres sienten su realidad, y cómo desde la imaginación y el deseo se permiten construir futuros soñados, un mundo mejor para sí mismas y para sus familias.

Evidencias etnográficas

El hecho de trabajar goza de gran prestigio entre los habitantes de la vereda Rivera de El Carmen de Viboral. Desde la niñez, se les inculca tanto a hombres como a mujeres la importancia del trabajo, y en sus prácticas y discursos se evidencia que es bien interiorizada dicha idea. El trabajo es, sin lugar a dudas, una de las principales actividades en la cotidianidad de las mujeres de Rivera; en el lenguaje no se hace distinción entre el trabajo remunerado y el no remunerado, pues ambas actividades son consideradas como trabajo, aunque no gozan del mismo estatus.

Los relatos de las mujeres referidos a su infancia, tres, cuatro o cinco décadas atrás, subrayan que se trató de una época muy dura porque tenían que trabajar desde los seis o siete años, tanto en el ámbito doméstico como en la agricultura:

¡Ay! Aquí nos tocaba chiquitos hacer, desde que nos dentraron (sic) en la escuela, después hacer arritrancas (enjalmas) para poder ayudarle a mi papá, pa’ darnos comida porque éramos ocho hijos, y ellos dos: diez, y el jornal no alcanzaba... En la escuela, después fuimos creciendo, hacer arritrancas, a cargar el agua por ahí en unos pantanos, a ir a lavar por allá, agua, leña. ¡Ay no!, de la infancia uno acordarse, a uno le da tristeza. Eso nos tocó la vida dura, y vea hoy en día, lo buena que es pa’ estas familias. Y con ser así no viven contentos, ¡ay!, hoy en día es una dicha la vida. Uno llegaba a esta hora y era voliando (haciendo) arritrancas... y un desaliento… y vea hoy en día. (Entrevista personal a doña Berta, 61 años, 5 de agosto de 2014)

En ese entonces apenas alcanzaban a estudiar hasta quinto de primaria: “eso era lo más que estudiaba uno”, dice una mujer, mientras otra comenta: “no, a mí no me gustó, para nada me gustó el estudio a mí. Y en ese tiempo a uno tampoco lo obligaban ni le decían nada; estudie si quiere, o si no, no estudie”.

Estas experiencias distan en gran medida de las vividas por las niñas en la actualidad, quienes, si bien todavía ayudan a sus madres en las labores domésticas, lo hacen más como un juego que como una obligación. Estudiar tiene una mayor valoración social que antiguamente: se estimula a las niñas para que asistan a la escuela y se celebra con entusiasmo el “sacar grados”. El cambio en las representaciones sociales sobre la importancia del estudio y la relativa facilidad para acceder a la educación básica ha implicado una mayor cantidad de mujeres con educación secundaria, siendo esta una de las grandes transformaciones que se vivencian en la actualidad. Actualmente, algunas mujeres no aspiran solamente a graduarse como bachilleres, sino que quieren hacer cursos y realizar carreras técnicas y profesionales. Esta valoración del estudio se encuentra acorde con lo reportado por Osorio, Jaramillo y Orjuela para el departamento de Nariño, donde “La participación en el sistema escolar es muy valorada y se la considera una característica propia de las y los jóvenes y un aporte a su preparación y futuro” (2011: 17). Estos cambios se evidencian en el deseo de una vida distinta para las hijas:

No sé, pero a mí no me gustaría que ella fuera como fue uno, como tan esclavo del sol, ¡Ah! Qué peca’o que le va a tocar, pero qué pesar también, porque a uno le tocó así, ser así uno con los hijos, que a ellos también les toque, no, ojalá que no. Pues a mí me gustaría que ella estudiara, que se dejara llevar y estudiara, que cogiera un trabajito así como a la sombra, me gustaría eso, pero, pues a uno le gusta, pero uno no sabe las circunstancias de la vida. De pronto (…) uno no sabe. Uno como que tampoco puede ser tan negativo, porque uno no sabe. (Entrevista personal a mujer de 38 años, 8 de julio de 2014)

Los deseos de las jóvenes en muchos casos también se encaminan a vidas distintas de las que tuvieron sus madres:

Uy no, claro que no. O sea, obviamente, yo quiero tener hijos, y claro que les quiero dedicar bastante tiempo, y disfrutarlos harto, porque a mí me fascinan los niños, pero no, quedarme en la casa, ¡qué tal! Y no, muy maluco, uno estar como dependiendo de otra persona. Mejor tener su propio dinero, comprar sus propias cosas, entonces yo quiero trabajar, no quiero que me mantengan. Entonces, no, como mi ‘amá no. Yo a mi ‘amá la quiero mucho, y la admiro harto, pero no. (Entrevista personal a mujer de 16 años, 1.° de agosto de 2014)

Se vislumbra el deseo de independencia en los discursos y prácticas de algunas de las más jóvenes, quienes están dispuestas a emprender proyectos personales, como en el caso de una mujer que asiste a ferias para vender cuadros en material reciclable realizados por ella misma:

No me gusta pedir, nos levantaron como con esa ideología de que uno tiene que… trabajar. Y entonces como desde pequeña trabajamos por acá, en los cultivos; cogíamos frijol, alverja, pues lo que hubiera; y entonces, ya uno tenía sus pesos, pero nadie se los tenía que dar a uno, porque uno se los ganaba trabajando. (Entrevista personal a mujer de 27 años, 12 de septiembre de 2014)

En la vida cotidiana se observa que las mujeres mayores de cincuenta años se dedican casi exclusivamente al cuidado de sus familias y que la intensidad de su trabajo varía de acuerdo con la presencia de hijas adolescentes que puedan apoyarlas en las labores domésticas. Estas mujeres siguen preparando las arepas como antaño, una o dos veces por semana, lo cual requiere tiempo para moler el maíz, amasar y asar las arepas para toda la familia.

Las mujeres solteras y las casadas que trabajan por fuera del hogar dedican menos tiempo a los oficios domésticos y no tienen tiempo para preparar las recetas heredadas de generación en generación, que son sustituidas por productos comprados en las tiendas. Sin embargo, estas mujeres se siguen ocupando de los animales, el jardín y la huerta de su propia finca. Además buscan ingresos adicionales, por ejemplo cuidando terneras, que, como dice Juliana, “es como si usted estuviera engordando un marranito” (Entrevista personal a mujer de 35 años, 7 de julio de 2014).

El fenómeno de la feminización de la agricultura presenta características particulares en la vereda, pues aunque se observa un aumento en el trabajo agrícola femenino que se materializa en un incremento de las mujeres asalariadas, no es común hallar agricultoras independientes,5 como sí se ha evidenciado en otros estudios (Farah y Pérez, 2004; Lastarria-Cornhiel, 2008); posiblemente esto se deba al alto número de población masculina que se encuentra en la vereda, en comparación con otros contextos, donde los hombres se han visto obligados a migrar. Es por esto que en el caso de la vereda Rivera la generalidad del proceso productivo de las actividades agropecuarias se encuentra bajo el control masculino, es decir, no es común que las mujeres produzcan de forma independiente productos agrícolas para la venta.

Desde hace poco más de diez años6 se empezó a incrementar el número de empresas dedicadas a la producción de flores, que requieren gran cantidad de mano de obra femenina, fundamentalmente para el arreglo o “maquillaje” de las horten- sias que se van a exportar. Aunque actualmente sea mucho más común que las mu- jeres trabajen por un jornal, esto no quiere decir que sea una nueva actividad para ellas, ya que han sido siempre habituales sus labores en la agricultura.

Si bien todas las mujeres se manifiestan muy agradecidas por tener “trabajito”, muchas son conscientes de las precarias condiciones de su trabajo, pues se les paga en promedio 2.500 pesos por hora (U$1.00 aprox.), y ni siquiera reciben las prestaciones sociales establecidas por la ley. A pesar de esto, el trabajar y recibir una remuneración económica es de gran importancia para ellas pues les proporciona seguridad e independencia; el tener su propio dinero las empodera y les permite tomar decisiones económicas:

A mí me gusta trabajar. Sí, a mí el trabajito de verdad que me gusta. Claro, será porque pues uno mantiene salud, pues gracias a Dios que a uno pues no le duele nada, pero a mí me gusta trabajar. (…). Yo digo: la platica es muy buena, eso a uno siempre lo achila (golpea) mucho el sol, pero eso uno llega el fin de semana y la platica pa’ uno salir. Saber que uno cogió la plática también es bueno, mientras que uno aquí, uno todo el día, muy bueno, descansado, duerme, descansa, pero llega el fin de la semana y un peso por ninguna parte cae; le da a uno ganas de salir pa’ alguna partecita, y no, no hay plata. Y a mí no me gusta el encierro, me gusta tener la libertad pa’ salir. Entonces, por eso yo trabajo mejor (…). A lo menos, por lo menos, uno sabe que la platica es de uno, que uno se la ganó y que a nadie le tiene que pasar razón de nada, ni cuánto gastó, ni qué le dieron, ni nada. Yo ya miro en qué me la gasto y listo. No le paso como razón a nadie, pues a mi esposo, no. (Entrevista personal a mujer de 38 años, 8 de julio de 2014)

A diferencia de esta mujer, encontramos otra, que llamaremos Cecilia,7 quien trabaja con su marido cuidando las vacas que tienen en la finca. El único dinero del que dispone son los diez mil pesos quincenales (U$3,21 aprox.) que recibe de su marido y que debe “tasar para sus gastos. Cecilia tiene que atender a su marido y a su hijo de dieciocho años, quien nunca aprendió a valerse por sí mismo porque el papá se burlaba de él cuando intentaba hacer algún oficio doméstico. Los movimientos de Cecilia están limitados a los permisos concedidos por su pareja; se siente condenada a un trabajo que no le gusta, expresa que se siente muy aburrida por el “malagradecimiento” de su compañero y manifiesta que uno de sus más grandes anhelos es el poder dormir algún día hasta tarde.

En algunos de los casos y sin importar la edad, observamos una reflexión crítica sobre las relaciones de género, como en el testimonio de Eulalia:

En ese tiempo había mucho machismo en los hombres. Era apenas la pobre mujer en la casa teniendo hijos y encerrada ahí, teniendo hijos, levantando hijos y haciendo todos los días la misma rutina, y ya no. Ya no. (…). Yo decía, yo le pido mucho a Dios que yo el día de mañana coja una obligación, que sea un hombre que me… que a mí no me va a tener como esclava, ni prisionera de una casa, ni tampoco así pues a la vida que mi mamá nos levantó a nosotras… que no fuera así, y así gracias a Dios nos ha salido. (Entrevista personal a mujer de 38 años, 5 de agosto de 2015)

Lo planteado en su discurso puede contrastarse con lo observado en la vida diaria, donde esta mujer, además de trabajar como jornalera, se encarga de los oficios de la casa y de atender a sus hijos y a su esposo con ayuda de su hija de nueve años. La experiencia cotidiana muestra que las tareas domésticas8 siguen siendo atribuidas casi exclusivamente a las mujeres, pues pervive en el imaginario la asociación entre el ser mujer y los “destinos” de la casa.

Es común que se considere a las actividades ejercidas por los hombres como más duras, más exigentes, ya que, según algunas mujeres, requieren de mayor tra- bajo físico. Los trabajos realizados por las mujeres al interior del hogar no cuentan con la misma valoración, lo que en ocasiones genera que se les tenga una mayor consideración a los hombres y por ende se les exima de las tareas domésticas. En relación con ello, Catalina comenta: “El trabajo de mi ‘apá, obviamente sí, yo sí considero que el trabajo de mi papá es más duro, pero sí, aquí también hay que voltear, en la casa” (Entrevista personal a mujer de 16 años, 1.° de agosto de 2014). Por su parte, en relación con los roles ejercidos por las mujeres y los hombres en el campo, Juliana manifiesta:

De todas formas uno a veces, y más así cuando es alquilado (contratado), tiene que sacarle el cuerpo a muchas cosas, porque ya que lo cataloguen a uno como a un hombre… no. Eso ya, le tiran (exigen) ya demasiado duro. Porque a veces, a mí arriba me ha tocado, ya cuando lo ponen a uno que a regar, que a regar abono, que a hacer trabajos como que de hombre, no, yo digo que ahí sí no. (Entrevista personal a mujer de 35 años, 7 de julio de 2014)

Discusión y conclusiones

Las experiencias observadas en esta vereda corroboran la situación vivida por muchas mujeres que se ven obligadas, por razones económicas, a trabajar por fuera del hogar, al tiempo que asumen todas las tareas domésticas. Este aumento de la carga laboral en las mujeres campesinas que incrementan su participación en tareas agrícolas por fuera de su casa puede convertirse en “una espada de doble filo”9 (Loaiza, Franco y Fierro, 1998; Lastarria-Cornhiel, 2008: 21). La obligatoriedad con la que son asumidas las labores domésticas hace que estas se conviertan en una carga para las mujeres, sumando el hecho de que socialmente no son reconocidas, apreciadas ni valoradas, pues, como dice Díaz, se trata de un trabajo caracterizado por “su invisibilidad, su no contabilización y su no remuneración” (2002: 39). En el caso de la vereda Rivera, aunque el trabajo remunerado y el no remunerado sean reconocidos como trabajo, no gozan del mismo prestigio.

Las nuevas actividades económicas de las mujeres han propiciado transformaciones en sus rutinas y discursos. El acceso a los medios masivos de comunicación y el mayor grado de escolaridad han creado condiciones para que las mujeres reconozcan sus derechos. Sin embargo, no se han producido alteraciones profundas en los mandatos culturales y sociales sobre la condición femenina y eso impide que las nuevas oportunidades laborales se traduzcan en un incremento del bienestar de las mujeres y en una mayor soberanía sobre sus vidas.

Estamos ante una realidad compleja donde tradición y cambio se yuxtaponen; las historias de vida dan cuenta de nuevos valores y de nuevas representaciones de género, pero también de mecanismos de resistencia que atan a las mujeres a situaciones de subordinación en el seno de la pareja y de la familia. Puede que desde el discurso se presenten nuevas perspectivas, nuevas formas de ver y sentir, pero en la vida práctica la posición subjetiva frente a los demás miembros del grupo familiar no ha cambiado mucho. Existen patrones culturales profundamente anclados en la subjetividad femenina que les impiden a las mujeres defender sus derechos. Como dice Jaramillo (2013), no basta con promulgar los derechos para que exista, a nivel subjetivo, la certeza de tener derecho a ellos y esto sitúa a las mujeres bajo el signo de un menos de poder.

En el entramado formado por la cultura y las emociones, estas últimas juegan un papel central en el mantenimiento y en la transformación del orden social (Calderón, 2014). Las mujeres difícilmente pueden cuestionar la asociación cul- tural entre el “ser mujer” y el ámbito doméstico, y siguen subestimado las tareas pertenecientes a dicha esfera de la vida social, en comparación con las actividades masculinas, que gozan de mayor prestigio.

En la vereda Rivera lo tradicional y lo nuevo coexisten, reconfigurando las formas de vida de las personas. Más que una ruptura en las costumbres, lo que evi- denciamos son procesos de transición y de reacomodamiento de los imaginarios, en que la contradicción entre el sentir, el hacer y el pensar se hace presente. Por ello es complicado hablar de la existencia de una nueva ruralidad como tal; lo que evidenciamos es un proceso de mixturas, de diálogos, de intercambio, de hibridación, en que lo nuevo y lo viejo se entremezclan presentando matices diversos.

La dimensión afectiva evidenciada en los universos emocionales muestra cómo, a través del proceso de construcción subjetiva y la educación, los individuos logran interiorizar los procesos de identificación del género, la clase o la etnia (Calderón, 2014). Es por ello que llamamos la atención sobre la importancia que tiene la familia en el establecimiento de las emociones que se encuentran ligadas a la construcción de las imágenes femenina y masculina, siendo los primeros años de educación fundamentales en dicho establecimiento, si bien no definitivos, pues “Los entramados del poder y la subjetividad no son sencillos. Es bastante cómodo suponer que el poder es extraño al sujeto, a sus lógicas y dinámicas, pero la manera como el ser humano se conduce muestra otra cosa” (Jaramillo, 2013: 75)

Material suplementario
Referencias bibliográficas
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Notas
Notas
1 Martínez Pareja, Angélica María y Turbay Ceballos, Sandra (2016). “Per- cepción femenina del trabajo hecho por las mujeres en la vereda Rivera de El Carmen de Viboral, Antioquia, (Colombia)”. En: Boletín de Antropología. Universidad de Antioquia, Medellín, vol. 31, N.° 51, pp. 76-91
2 Queremos dar un especial agradecimiento a las familias de la vereda por permitirnos entrar en la intimidad de sus hogares, por su amabilidad y acogida. Y también queremos agradecer a la historiadora Marta Aliria Álvarez Tobón por sus aportes críticos.
3 Algunos autores abrieron hace más de veinte años el camino para el estudio de las emociones en antropología, como Abu-Lughod (1986), Geertz (1990), Middleton (1989), Rosaldo (1984) y Whitehouse (1996).
4 La perspectiva de género busca “contribuir a la construcción subjetiva y social de una nueva configuración a partir de la resignificación de la historia, la sociedad, la cultura y la política desde las mujeres y con las mujeres. Esta perspectiva reconoce la diversidad de géneros y la existencia de las mujeres y los hombres, como un principio esencial en la construcción de una humanidad diversa y democrática. Sin embargo, plantea que la dominación de género produce la opresión de género y ambas obstaculizan esa posibilidad. Una humanidad diversa democrática requiere que mujeres y hombres seamos diferentes de quienes hemos sido, para ser reconocidos en la diversidad y vivir en la democracia genérica” (Lagarde, 1996: 1).
5 Cabe señalar que las mujeres se encargan de pequeñas huertas caseras, que constan de cebollas y coles para el gasto. También existen algunas experiencias excepcionales en que se evidencia una profunda relación entre mujer y agricultura, algunos de estos casos derivados de la sensibilidad personal, y otros motivados por algunos programas de agroecología dictados en la zona.
6 Hay evidencia de la presencia de floristerías en El Carmen de Viboral desde hace más de veinte años. En 1993 ya eran reconocidas tres empresas floricultoras en las veredas La Chapa, La María y La Madera. Un estudio realizado por CORNARE en ese año reporta la inversión de nuevos capitales en la producción industrial de flores en la zona cercana a la cabecera municipal, como resultado de las condiciones de los suelos, la baja renta de la tierra respecto a municipios vecinos como La Ceja y Rionegro, y la cercanía al aeropuerto internacional José María Córdova (1993).
7 Todos los nombres han sido cambiados para proteger la intimidad de las familias.
8 Es importante mencionar que aunque la maternidad continúa teniendo una gran importancia en los proyectos de vida de muchas mujeres de esta vereda, observamos una tendencia a la disminución en el número de hijos por familia, situación también observada por López (2010).
9 Vale la pena recordar en esta instancia el Informe Mundial de Desarrollo Humano del año 1995 de la Organización de las Naciones Unidas, que plantea la importancia fundamental de la igualdad en la condición de los sexos para el desarrollo humano (PNUD, 2011: 132). Desde allí se plantea la necesidad de fortalecer tres principios: “a. “La necesidad de consagrar la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer y de movilizar la voluntad política y las acciones afirmativas que sean necesarias para remover los obstáculos de toda índole que impiden la aplicación de ese principio general. b. Las mujeres deben ser consideradas como agentes y beneficiarias del cambio. Por eso, invertir en sus capacidades y en el fortalecimiento de sus opciones son fines valiosos en sí mismos. c. El modelo de desarrollo debe configurarse de tal manera que garantice la igualdad de oportunidades para las mujeres y los hombres en aras de ejercer sus opciones y llevar la vida que prefieran”.

Figura 1
Ubicación general del municipio El Carmen de Viboral en Antioquia (Colombia)
Fuente: elaboración modificada de mapa de Sistema de Información Ambiental Regional SIAR -TIC. Subdirección General de Planeación. Septiembre de 2015.
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