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El territorio como cuerpo, el agua como sangre y el entorno como vida: reflexiones antropológicas sobre ecocosmologías hidráulicas en Pegalajar (Andalucía-España)1
Santiago M. Cruzada; María Teresa Aguilar-Miranda; Antonio Luis Díaz-Aguilar
Santiago M. Cruzada; María Teresa Aguilar-Miranda; Antonio Luis Díaz-Aguilar
El territorio como cuerpo, el agua como sangre y el entorno como vida: reflexiones antropológicas sobre ecocosmologías hidráulicas en Pegalajar (Andalucía-España)1
Territory as a body, water as blood and environment as life: Anthropological reflections on hydraulic ecocosmologies in Pegalajar (Andalusia-Spain)
O território como corpo, a água como sangue e o entorno como vida: reflexões antropológicas sobre eco cosmologias hidráulicas em Pegalajar (Andaluzia-Espanha)
Le territoire comme un corps, l’eau comme le sang et l’environnement comme la vie : réflexions anthropologiques sur ecocosmologie hydrauliques dans Pegalajar (Andalousie-Espagne)
Boletín de Antropología, vol. 31, núm. 52, pp. 151-172, 2016
Universidad de Antioquia
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Resumen: El pueblo de Pegalajar, municipio situado al sur de la península ibérica, en la provincia de Jaén (Andalucía, España), tomó vida y cuerpo a partir de un abundante manantial de agua. Desde tiempos inmemoriales el agua fue aprovechada y gestionada a través de un destacado sistema hidráulico-agrícola que permitió a la gente convivir en un entorno estéril y árido. En 1988 empieza a sucumbir su gobierno debido a las extracciones abusivas que fueron usurpando incontroladamente los sistemas acuíferos periféricos, y con él la imagen y vida del pueblo. El territorio de Pegalajar se presenta, a pesar de todo, como un tejido específico de relaciones que van más allá de las propiamente humanas, incluyéndose, en parte del ideario colectivo local, los elementos no humanos del entorno. En este texto presentamos un análisis que nos aproxima a la comprensión de ecocosmologías que se producen en el seno del socioecosistema de la localidad, reflexionando sobre las diferentes formas en que la gente entiende su medio y se relaciona con él.

Palabras clave: socioecosistema hidráulico-agrícolasocioecosistema hidráulico-agrícola,ecocosmologíasecocosmologías,cultura del aguacultura del agua,identidadesidentidades,conflictoconflicto.

Abstract: The village of Pegalajar, a town in the south of the Iberian Peninsula, in the province of Jaén (Andalusia, Spain), took life and body from an abundant source of water. From immemorial times, the water was harnessed and managed through a major hydro-agricultural system that allowed people to live in a barren and arid environment. In 1988 the government begins to succumb due to abusive extractions which were usurping uncontrolledly peripheral aquifer systems, and with it the image and life of the village. The territory of Pegalajar is presented, nevertheless, as a specific tissue of relationships that go beyond the human, including, in part of the local collective ideology, non-human elements of the environment. In this paper we present an analysis that brings us closer to understanding ecocosmologies that occur within the socio-ecosystem of the town, reflecting on the different ways in which people understand their environment and interacts with it.

Keywords: Hydro-agricultural socio-ecosystem, ecocosmologies, water culture, identity, conflict.

Resumo: O povoado de Pegalajar, municipalidade situada ao sul da península ibérica, na província de Jaén (Andaluzia, Espanha), pegou vida e corpo a partir de um abundante manancial de água. Desde tempos imemoriais a água foi aproveitada e administrada através de um salientado sistema hidráulico-agrícola que permitiu às pessoas conviverem em um ambiente estéril e seco. Em 1988 começa a morrer seu governo por causa das extrações abusivas que foram despojando sem controle os sistemas de água periféricos e com ele a imagem e vida da povoação. O território de Pegalajar se apresenta, ainda, como tecido específico de relações que vão além das propriamente humanas, incluindo, além do ideal coletivo local, os elementos humanos do ambiente. Neste artigo apresentamos uma análise que nos aproxima à compreensão de eco cosmologias que se produzem no seio do sócio ecossistema da localidade, refletindo sobre as diferentes formas em que a gente entende seu ambiente e se relaciona com ele.

Palavras-chave: sócio ecossistema hidráulico-agrícola, eco cosmologias, cultura da água, identidades, conflito.

Résumé: Le village de Pegalajar, une ville située au sud de la péninsule ibérique, dans la province de Jaén (Andalousie, Espagne), a pris la vie et le corps à partir d’ une source abondante d’eau. Depuis des temps immémoriaux l’eau a été exploité et géré par un système hydro-agricole importante qui a permis aux gens de vivre dans un environnement stérile et aride. En 1988, son gouvernement commence à succomber en raison d’extractions abusives qui ont incontrôlée usurpant des systèmes aquifères périphériques, et avec elle la vie de l’image et du village. Le territoire de Pegalajar est présenté, néanmoins, en tant qu’un réseau de relations spécifiques qui vont au-delà de celles strictement humain, y compris, dans le cadre de l’idéologie collective, les éléments non humains de l’environnement. Dans cet article, nous présentons une analyse qui nous rapproche de la compréhension de ecocosmologies qui se produisent au sein du socio-écosystème de la ville, une réflexion sur les différentes façons dont les gens comprennent leur environnement et se mettent en rapport avec lui.

Mots-clés: socio-écosystème hydro-agricole, ecocosmologies, culture de l’eau, identité, conflit.

Carátula del artículo

Investigación

El territorio como cuerpo, el agua como sangre y el entorno como vida: reflexiones antropológicas sobre ecocosmologías hidráulicas en Pegalajar (Andalucía-España)1

Territory as a body, water as blood and environment as life: Anthropological reflections on hydraulic ecocosmologies in Pegalajar (Andalusia-Spain)

O território como corpo, a água como sangue e o entorno como vida: reflexões antropológicas sobre eco cosmologias hidráulicas em Pegalajar (Andaluzia-Espanha)

Le territoire comme un corps, l’eau comme le sang et l’environnement comme la vie : réflexions anthropologiques sur ecocosmologie hydrauliques dans Pegalajar (Andalousie-Espagne)

Santiago M. Cruzada
Universidad Pablo de Olavide, Spain
María Teresa Aguilar-Miranda
Universidad Pablo de Olavide, Spain
Antonio Luis Díaz-Aguilar
Universidad Pablo de Olavide, Spain
Boletín de Antropología, vol. 31, núm. 52, pp. 151-172, 2016
Universidad de Antioquia

Recepción: 16 Enero 2016

Aprobación: 22 Abril 2016

Introducción

En el presente texto se presentan los resultado de investigación acerca de las relaciones que se establecen entre los seres humanos y los entornos a partir de un caso específico de estudio, Pegalajar, una población del sur de España que cuenta con un sistema hidráulico-agrícola, el cual ha permitido históricamente la vida en esta localidad. Desde su establecimiento ancestral como núcleo urbano, los pegalajeños han convivido insertos en un ambiente particularmente árido, gracias, en gran medida, a la gestión y el control del agua. El medio ambiente en la localidad se presentaría como constringente -debido a las condiciones climáticas y geográficas específicamente difíciles para la habitabilidad humana- y como facilitador, en la medida en que proporciona el agua como elemento primordial para la vida. Sin embargo, las interacciones ecológicas que se producen en este ecosistema han involucrado también a la acción humana, pues esta ha modificado a lo largo del tiempo esos condicionantes a su acomodo para la convivencia humano-ambiental. Puede decirse que la práctica social, en tanto, fue otro elemento que conformó el mecanismo ecológico en este contexto.

Esta aseveración toma especial relevancia cuando en 1988, momento en el que el agua empezó a escasear con el consiguiente deterioro del sistema hidráulico-agrícola, surgió en la localidad un movimiento vecinal que reivindicaría el agua como elemento fundamental de un complejo en el cual estaban inmersas sus vidas. Las consecuencias de estas exigencias y de la lucha social posibilitaron la recuperación parcial y marcaron un hito en el devenir histórico de la localidad. Pegalajar se presenta, así, como un caso paradigmático que orienta hacia el entendimiento de cómo los análisis sociohistóricos y culturales, aunque particularmente los ambientales, no pueden obviar la dimensión social de conformación de realidades (Milton, 1993; Ellen y Fukui, 1996; Descola y Pálsson, 2001). En este sentido, el sistema hidráulico-agrícola no puede pensarse, ni en su formación ni en su trascurrir histórico, como una estructura espontánea previamente dada, sino que, si bien los elementos no humanos ya estaban predispuestos, fueron y son los seres humanos los que lo han construido, modelado y modificado para concebir el paisaje socioambiental que hoy se conoce.

Precisamente, una aproximación reflexiva a las representaciones ambientales dentro de un paisaje hidráulico-agrícola como este, dentro del cual confluyen diferentes identidades, intereses y diversidad de conflictos, se hace necesaria al evidenciar cómo las interacciones ecológicas son también sociales, pero, además -por ese hecho-, cómo esas interacciones están empapadas de elementos que definen las relaciones sociales propiamente dichas. Por nuestra parte, observaremos que muchas de las personas que habitan este entorno se sienten ontológicamente insertas en la “naturaleza” y así lo manifiestan a través de sus acciones colectivas en defensa del agua, a diferencia de otras que mantienen un desplazamiento categórico con el medio ambiente, ya sea porque así lo creen o debido a su inacción frente a los problemas de desecación que comenzaron a producirse a finales de la década de los ochenta del siglo pasado.

Esta dualidad de las diferentes formas de habitar y sentir el espacio nos adentran en un análisis complejo, poliédrico y sin respuestas absolutas, síntoma de la buena salud que pueden gozar aproximaciones de este tipo al estudio de las relaciones ambientales. Las impresiones sobre el sistema en el pueblo, por tanto, varían sustancialmente y definen dos maneras de interpretar la vida en un mismo espacio. No obstante, al unas representarse involucradas y en conexión al entorno, se hunden bajo una concepción monista del medio, al cual podríamos caracterizar conceptualmente como “socioecosistema” (Ostrom, 2009; Escalera y Ruiz, 2011). Aquí, por cuestiones de espacio, nos centraremos en ellas.

Al mismo tiempo, también destacaremos la importancia del socioecosistema hidráulico-agrícola2 como base económica, política y sociocultural de la localidad que gestiona material y, simbólicamente, el agua como bien natural, además de enfatizar en su valor ecológico en la región donde se encuentra (Escalera y Polo, 2010); esto está en consonancia con la importancia que se le otorgó al ser reconocida como Lugar de Interés Etnológico de Andalucía en el año 2001. Ante la pérdida del agua y el progresivo deterioro, parte de la población de Pegalajar inició una lucha para la defensa y recuperación de este lugar; entre las diversas estrategias y acciones llevadas a cabo, sobresalió su puesta en valor en diversos contextos sociales, foros e instituciones, incluyendo su reconocimiento formal por parte de la administración cultural de la Comunidad Autónoma Andaluza. Esa declaración supuso una protección elevada en el marco jurídico-administrativo de las figuras culturales en la región.

Aunque la idea patrimonialista de preservación, conservación y valorización siempre se encuentra presente y es necesaria, queremos ir más allá, de manera profunda, al extraer interpretaciones derivadas del trabajo de campo etnográfico que nos llevan hacia una hipótesis de trabajo en la que defendemos que, si bien las reivindicaciones, luchas y acciones colectivas en defensa del agua anclan su sentido en la materialidad misma del sistema, en cuestiones culturales e identitarias, aquellas se insertan absolutamente en reacciones surgidas tras el deterioro del entorno, entendido como si de agravios contra la colectividad se tratase. Esto hace que las circunstancias concretas en las manifestaciones e interacciones socioecológicas tomen otros perfiles distintos, ya que posiciona la lucha no sobre los elementos físicos, culturales o patrimoniales sino sobre las personas como partes indisociables del socioecosistema. No solo el sistema hidráulico-agrícola, sino el agua como elemento cultural (Douglas e Isherwood, 2000) están impregnados de representaciones, sensibilidades y cosmovisiones específicas de un mundo más amplio, que excede a las relaciones sociales humanas y alcanza a conformar un tejido de relaciones de dilatado espectro.

Más allá de esto, el análisis nos servirá como paradigma para identificar la variabilidad de modelos ontológicos de “naturaleza” que todavía existen en el Occidente europeo, donde la homogeneización que suele hacerse desde perspectivas ambientales que caracterizan las zonas geográficas mundiales en cosmovisiones y categorías ontológicas con respecto al medio queda sesgada al uniformar todo este espacio desde una idea “naturalista” (Descola, 2001, 2004 y 2005) en la cual los humanos se encontrarían apartados del medio o de la “naturaleza” en la medida que esta fue construida a lo largo de la historia (Glacken, 1996).

Dividiremos el texto en cuatro apartados. En el primero se explica la conformación del pueblo en torno al sistema hidráulico-agrícola, su importancia para el desarrollo de la localidad y el conflicto que comienza a finales de los años ochenta del siglo pasado con la desecación del sistema. En el siguiente apartado se exponen las discrepancias surgidas en el pueblo debido al conflicto y la activación de un movimiento social que reivindica el agua frente a otros sectores pasivos con respecto a ella. A continuación, nos aproximaremos de manera reflexiva a las representaciones que los defensores del sistema hidráulico-agrícola mantienen en relación al entorno y apuntaremos cuestiones a tener en cuenta en futuros estudios que se lleven a cabo en estos contextos tan particulares. Finalmente, expondremos unas conclusiones donde sintetizaremos lo que se ha comentado en el texto y esbozaremos nuestro parecer sobre este tipo de contextos donde se involucra lo humano y lo medioambiental, preguntándonos cómo los seres humanos fueron afectados por su ambiente natural a lo largo del tiempo e, inversamente, “cómo ellos afectaron ese ambiente y con qué resultados” (Worster, 1991: 2).

Un pueblo reflejado en el agua

El pueblo andaluz de Pegalajar, situado al sur de España, toma vida y cuerpo a partir de un abundante manantial de agua. Las gentes que habitaron el pueblo establecieron un exclusivo sistema hidráulico-agrícola que les permitió convivir con un entorno muy árido, medio que se presenta todavía fuertemente “antropizado”, construido a lo largo del tiempo y que poco dista de lo que se entiende desde organismos e instituciones patrimonialistas como grandes obras de la humanidad. Como señala Escalera (1998), las referencias a la fuente por donde emerge el manantial son de época medieval, dando cuenta esos documentos de la utilización de sus aguas para el riego de importantes huertas; y quizás sea desde el período andalusí cuando se consolida este uso, prefijándose los elementos que conformaron el sistema de apro- vechamiento de aguas para regar la tierra. Esta tierra fue acarreada a lomos de bestias y acumulada por la acción humana en bancales construidos con roca caliza, hasta donde llegaba el agua a través de acequias que se excavaron en la propia piedra:

Las referencias a la Fuente de la Reja, o Vieja, y a la abundancia y regularidad de su caudal son antiguos. La Crónica del Condestable Iranzo (1469) es el primer documento en el que (se) menciona de manera explícita la existencia de esta fuente y la utilización de sus aguas para el riego de una importante huerta, aunque es muy probable que ello tenga un origen mucho más antiguo, adquiriendo seguramente su consolidación desde los inicios del periodo andalusí. Será entonces cuando se establezcan los elementos que configuran el sistema, único en toda la ribera norte del Mediterráneo occidental, de aprovechamiento del agua del manantial. (Escalera, 1998: 158)

La situación geográfica de la localidad se inserta en la comarca de Sierra Mágina, sur de la provincia andaluza de Jaén, en las primeras estribaciones del sistema montañoso Prebético. La mayor parte de su término municipal es montañoso, definido por varios picos que caracterizan a la localidad, rodeada esta de montañas en forma de cinturón rocoso. El más destacado es el pico Almadén, a 2.032 m de altura, pero también se identifica el “Mojón Blanco, Morrón, Cerro de la Artesilla, Serrezuela, Grajales, los Tres Mancebos, los Valientes, Cerro Santín, la Atalaya” (López Cordero, 1997: 27). El río Guadalbullón discurre sinuoso entre estas montañas, conformando un valle de histórica referencia como vía de comunicación en Andalucía oriental, sobre todo entre las ciudades de Jaén y Granada (27). La localidad está muy cercana a la capital de la provincia, Jaén, a tan sólo 19 km, por lo que otrora fuera paso necesario en las comunicaciones comerciales entre los principales puntos del Este de la comunidad andaluza.

Los condicionantes atmosféricos en esta zona peninsular son de carácter semiárido, con veranos muy calurosos y secos, e inviernos fríos y poco lluviosos, siendo ejemplo de un clima mediterráneo de montaña (López Cordero, 1997). Pegalajar está situada a 800 m de altura y presenta vegetación variada, desde especies forestales ligadas a zonas montañosas hasta variedades vegetales propias de penillanuras, pudiéndose observar cómo en las últimas décadas la acción antrópica ha ido modificando el paisaje considerablemente a través de las extensas plantaciones de olivar.

Entre los municipios de Pegalajar y su vecina al norte, Mancha Real, extendiéndose al margen derecho del río Guadalbullón, se encuentra la unidad hidrogeológica de Mancha Real-Pegalajar, que comprende los acuíferos de Pegalajar y Mojón Blanco. Entre ambos poseen una superficie de 30,4 km2, formados por dos afloramientos calcáreos (Serrezuela de Pegalajar y sierra Mojón Blanco), siendo un modelo de acuífero carbonático karstificado, de estructura compleja y con gran complicación en las pautas de circulación del agua subterránea (González Ramón, 2007). La alimentación de ambos acuíferos se produce por infiltración directa del agua de lluvia, descargando esta a través de manantiales, drenajes y sondeos situados a lo largo de los términos municipales de ambos municipios. Estas sierras que conforman la unidad hidrogeológica se enclavan en las estribaciones del Parque Natural de Sierra Mágina, incluyéndose una pequeña parte dentro del mismo (González Ramón, 2007).

Uno de los afloramientos de descarga en forma de manantial se encuentra en el centro del casco urbano de Pegalajar, a través de la denominada Fuente La Reja, punto sobre el cual o desde el cual se conformó en esta localidad un complejo sistema hidráulico-agrícola fuente/charca/huerta a lo largo del tiempo, flujo emblemático de agua desde el punto de vista simbólico y cultural para la población (Escalera, 1998).

El agua que fluye del manantial de La Reja, situado a 796 m. s. n. m. (González Ramón, 2007), se administra y gestiona históricamente para diferentes usos. Su bombeo puede alcanzar caudales superiores a 100 l/s, con un caudal medio que podría situarse en torno a los 30 l/s. Este es el manantial más importante de la unidad hidrogeológica mencionada; en los años más abundantes de lluvias, llegan a fluir de él alrededor de 200 l/s de forma estacional (Escalera y Polo, 2010: 537). Sobre el afloramiento del manantial se construyó en 1605 la fuente, inicio de todo el complejo hidráulico.

El caudal abundante que proviene de la Fuente de la Reja se almacena por la noche en la charca, con un acopio de 2.000 m3, para posteriormente distribuirlo por la red de acequias e hijuelas por la mañana. De aquí el agua es ramificada para distintos usos, sobre todo agrícolas, pero también para uso doméstico e industrial. Fuentes, abrevaderos, molinos harineros, viviendas y, principalmente, huertas y eras que llegaron a conformar 500 hectáreas de terreno antropogénico, fueron su destino.


Figura 1
Situación geográfica de Pegalajar
Fuente: elaboración propia a partir de Google earth 2016

Las magnitudes de este sistema hicieron posible que el pueblo tomara vida alrededor del agua, sobre todo en relación con las tareas agrícolas (que han sido la base socioeconómica de la localidad a lo largo del tiempo), pero a su vez se configuró, alrededor de este sistema físico, uno simbólico-social. De este modo, la fuente, la charca y la huerta no son sólo elementos materiales que han sabido utilizar las gentes, sino que son la misma imagen del pueblo, la representación de las gentes y un enunciado de vida. Como señalan Escalera y Polo (2010: 534), “el agua ha sido el elemento primordial de la vida de Pegalajar, pero no un elemento único y aislado, sino la base sobre la que se ha asentado la población, la organización del espacio y la estructura socioeconómica”. En ese sentido, el complejo hidráulico-agrícola ha caracterizado al pueblo, de tal modo que la charca ha sido un lugar central en la interacción social de la localidad, integrándose en el tejido urbano desde el siglo xix y pasando a ser el centro neurálgico a mediados del siglo xx:

La Charca ha sido un lugar de encuentro e interacción social importantísimo (…) pasando a convertirse en los años cincuenta del siglo xx en su auténtica “plaza mayor”, lugar de paseo cotidiano, de recreo, de baños, de juegos infantiles, de cortejo; y también en lugar central para el desarrollo de buena parte de las acciones simbólicas, festivas o de otro tipo, que se producen en Pegalajar hasta el día de hoy. (Escalera y Polo, 2010: 534)

El recorrido del agua desde la charca a la huerta dio lugar, al mismo tiempo, a un espacio de conformación de vínculos sociales fuertes, pues la compleja red de acequias, caces e hijuelas posibilitaba la existencia de lugares tan característicos para una sociedad local como el lavadero, los molinos de aceite y harina, una fábrica de jabón y por supuesto la huerta, con su conexión a las calles del pueblo, uniendo el espacio público y el agrícola, constituyendo un espacio de un verdadero y continuado trasiego de personas entre el pueblo y la zona de la huerta. También esta agua era utilizada para el abastecimiento de las casas más cercanas. Son alrededor de 40 km de canales y conductos de distinto tipo, adaptados a los desniveles del terreno, los que conforman esta maraña de red hídrica, siendo los caces las vías principales, ramificadas posteriormente en acequias para convertirse en hijuelas, que son las que vierten directamente en las parcelas -llamadas aquí hazas y poyos- establecidas en los bancales y las hormadas.

Por su parte, en la huerta se creó un agroecosistema característico, pues la mayoría de las parcelas realizadas sobre los bancales estaban cultivadas con hortalizas, frutales, viñas y olivos, sistema de policultivos característico de la ribera norte mediterránea. Así pues, el agua constituía la vida tanto en el plano material como en el simbólico, destacando de su discurrir tres cuestiones fundamentales: el modo de captación del agua a partir del manantial natural, el mecanismo de regulación a través de la charca -balsa principal- y de otras albercas y albercones de carácter secundario localizados en la huerta, y, por último, el sistema de reparto y distribución del agua a través de la compleja y extensa red de acequias, huijuelas y caces (Escalera y Polo, 2010: 535-536).

Es particularmente significativa la organización en el reparto y la distribución del agua. Si bien la fuente emana y la charca tiene la funcionalidad de balsa, es en la interacción con el agua donde se observa, de alguna manera, la integración de las gentes en los entornos, fundamentada en la particularidad cosmológica. Simplemente señalaremos ahora que para su gestión y reparto, el agua se distribuye en golpes. Un golpe es la cantidad de agua que se evacúa en la distribución de la misma en los “repartimientos de presa”, es decir, la cantidad de agua que se deja pasar desde la charca hacia la huerta a través de conductos y canales denominados acequias, caces o hijuelas, y que vienen a ser unos caños con trampillas que dejan pasar el líquido elemento. Los “repartimientos de presa” en “golpes” se regulaban consuetudinariamente por la Junta Sindical de Repartimiento de Aguas hasta 1967, cuando esta junta pasó a denominarse Comunidad de Regantes Fuente de la Reja (Escalera et al., 2004: 17-18). Los golpes, en ese sentido, se entienden como si de impulsos de ánimo y energía sobre la tierra se tratase, empujones de vida que asisten y reaniman un cuerpo, los bancales, que necesita el agua para su existencia y para no expirar.

Todo esto que hemos comentado hizo que la localidad de Pegalajar tomara renombre en toda la comarca, y en particular en la cercana capital, desde donde se desplazaban las gentes en los períodos estivales a refrescarse en su gran charca, utilizada como lugar de recreo veraniego en forma de piscina; o también tomada como referencia en cuestión de hortalizas, frutales, cereales, aceites y vinos. Se lee entre líneas, además, cómo este particular socioecosistema hidráulico-agrícola caracteriza a las gentes de la localidad, identificadas desde fuera y entre ellas mismas por las formas de vida mantenidas en relación al entorno, en ese proceso cotidiano de interacción con el medio. En este sentido, la colectividad se siente específica y original por el hecho de compartir su historia, unos recursos y unas formas culturales peculiares y diferenciadas (Escalera y Polo, 2010: 541). El pueblo es reflejado en el agua y el agua es un elemento identitario, como veremos, símbolo comunitario y bien preciado al mismo tiempo.

Pero si hasta aquí hemos visto cómo un pueblo puede reflejarse en el agua, ahora veremos cómo la desaparición del agua, su no visibilización, trastorna ambos planos: el material y el simbólico. El complejo vital empezó a peligrar en octubre de 1988 con la desecación total del manantial de la Reja y, con él, decimos nosotros, la imagen del pueblo y sus atributos en formas materiales y enunciativas de representatividad. Las extracciones abusivas de los sistemas acuíferos que rodean la localidad, que fueron realizadas para el abastecimiento de los núcleos que se insertan en la unidad hidrológica, posibilitaron la sobreexplotación del acuífero y la posterior desecación de los afloramientos manantiales, entre ellos este emblemático. Javier Escalera, diez años después de la primera desecación, apuntaría:

Desde el inicio de los años 80 el proceso de sobreexplotación del acuífero se acrecienta exponencialmente. El desarrollo industrial de Mancha Real, la extensión del olivar de regadío y la proliferación en los contornos de urbanizaciones de segunda residencia, habitadas principalmente durante los veranos, con el consiguiente aumento de la extracción de agua para consumo humano, para el riego y para las piscinas, van a ocasionar un fortísimo impacto sobre unas reservas hídricas que, hasta mediados de los años cincuenta, (…), solo derramaban naturalmente, imposibilitándose con ello, cada vez de manera más irreversible, la regeneración natural del acuífero. (1998: 161)

Una de las primeras consecuencias fue la inevitable conflictividad social y la creación de una asociación por la preservación y lucha del agua -sobre la cual nos ocuparemos a continuación-, que canalizó las protestas para que se declarase el acuífero sobreexplotado. Así, en 1992, por acuerdo de la Junta de Gobierno de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), se declaró provisionalmente su sobreexplotación, creándose un Plan de Ordenación de Extracciones (González Ramón, 2007; Escalera y Polo, 2010). Posteriormente, entre los años 2006 y 2007, se elaboró y puso en marcha efectiva el plan por el que se declararon sobreexplotados los acuíferos incluidos en la masa de agua subterránea Mancha Real-Pegalajar. Este plan de ordenación de extracciones quedó sujeto al marco normativo para la declaración de acuíferos sobreexplotados incluido en la Reglamentación del Dominio Público Hidráulico (RDPH) del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, en su artículo 171 (González Ramón, 2007: 272), donde se contemplaron tres causas para la consideración de los recursos subterráneos de una zona como sobreexplotados o en riesgo de estarlo:

- Que se está poniendo en peligro la subsistencia de los aprovechamientos de aguas subterráneas existentes o de los actuales ecosistemas directamente asociados a estas aguas que hayan sido objeto de delimitación posterior y declaración conforme a la legislación ambiental, como consecuencia de que se vinieran realizando en los acuíferos de la zona extracciones medias anuales superiores o muy próximas al volumen medio interanual de recarga.

- Que se vengan realizando extracciones que generen un deterioro significativo de la calidad del agua.

- Que el régimen y la concentración de las extracciones sea tal que, aun no existiendo un balance global desequilibrado, se esté poniendo en peligro la sostenibilidad de los aprovechamientos a largo plazo.

Aunque hay bastantes cuestiones que comentar sobre estas tres causas que se apuntan en el artículo del RDPH, simplemente objetaremos -pues de ello nos ocuparemos al final-, que pensar en los ecosistemas resultantes de los ciclos y recorridos del agua sin tener en cuenta a los seres humanos como co-conformantes de esos ecosistemas es, a nuestro juicio, analíticamente opaco.

Desde aquella declaración hasta hoy, el manantial se ha desecado durante varios años, sobre todo debido a la influencia de los sondeos existentes, acción humana que ha extremado las consecuencias de las condiciones meteorológicas de sequía en la última década, sólo brotando de nuevo en los años o estaciones muy lluviosas. El acuífero, a pesar de todo, sigue sobreexplotado, y la decadencia del socioecosistema hidráulico-agrícola afecta negativamente a la mayor parte de la población, si bien algunos observan de manera impasible la desecación. Esta situación desencadenó la aparición de una conciencia colectiva ligada al agua que, aunque ya era vívida, no estaba activa como motor de cambio y catalizadora de protestas (Escalera y Polo, 2010).

La Asociación Vecinal “Fuente de la Reja”

Para proteger esta vida se creó la Asociación Vecinal “Fuente de la Reja”, nombre que se tomó del corazón del socioecosistema. Tres años después de la primera desecación, en 1991, defensores y defensoras del agua querían que se reconociera y se conservara este bien frente a la evidencia del secado, aunque la administración tardó en darse cuenta. La Asociación Vecinal se conformó de manera formal en 1992 ante la actitud pasiva y bloqueadora del gobierno municipal de aquellos años. Se produjo entonces un enfrentamiento abierto con unos intereses dicotómicos en la población: por una parte, la defensa del uso histórico del agua y, por otra, el amparo al supuesto “progreso” del pueblo basado en la utilización del agua para otros nuevos fines.

El movimiento social surgido por la reivindicación de la recuperación del agua y la reactivación y revitalización del conjunto hidráulico-agrícola fue más allá de sus motivaciones originarias; aunque sus luchas se encaminaron a recuperar el agua, pronto se transformaron en la toma de conciencia del colectivo en la reivindicación de las formas de vida. Con la desecación se abandonaron cultivos, se destruyeron hormas y bancales, acequias e hijuelas empezaron a deteriorarse o a quedar enterradas. Asimismo, muchas de las fuentes que afloraban de la extensa red de distribución de agua se deterioraron. También buena parte de los oficios vinculados se dejaron, a lo cual ayudó la poca continuidad de los más jóvenes, que movidos entonces por el auge constructivo en el país no se preocuparon, ni tampoco les hizo falta, aprender o conocer las labores agrícolas y de manejo del agua que existían en su localidad.

Este palpable deterioro que comienza tras la desecación, como hemos comentado, no sólo tiene consecuencias en el plano material de la infraestructura hidráulica, sino que hace mella en la mentalidad de la gente del pueblo, pues supuso una ruptura con una determinada forma de vida (Escalera y Polo, 2010). Realmente fue para ellos un gran impacto, pues aquello suponía un agravio a la propia existencia de la localidad, del colectivo y de las personas.

Desde la creación de la Asociación se plantearon una serie de actividades e iniciativas para promover la recuperación del agua y del socioecosistema hidráu- lico-agrícola. Por medio de procesos de dinamización y participación social, que trascendieron el ámbito local, se consiguieron establecer unas pautas de actuación. Estas iniciativas las recogen y aclaran Escalera y Polo (2010: 541) en cinco grandes líneas:

- Gestiones ante las diferentes administraciones con el fin de clarificar las causas de la desecación, la problemática suscitada y las posibles vías de solución.

- Campañas para la sensibilización de la población y para la interconexión y colaboración con diversos colectivos y entidades.

- Acción formativa y cultural en temáticas relacionadas con el patrimonio etnológico de Pegalajar, la gestión del agua, el medio ambiente y el desarrollo sostenible.

- Actividad reivindicativa y de movilización social a través de asambleas de vecinos, edición de boletines informativos, manifestaciones y numerosos actos públicos.

- Investigación y elaboración de documentaciones técnicas en colaboración con departamentos universitarios, grupos de investigación, equipos de expertos, etc. Una de las acciones reivindicativas que más repercusión tuvo, por su carácter ilustrativo e impactante, fue la pintada en una de las paredes centrales de la charca, en señal de toque de atención a la población en general y a las administraciones públicas en particular. Su interpretación puede consonar con lo que proponemos en el siguiente epígrafe: la idea de una cosmología integrada en la “naturaleza” de aquellos que defienden el agua, que ejemplifica una forma de vida ampliada en la que se crea un tejido de asociaciones que superan las estrictamente humanas. En ese sentido, el sistema y conjunto hidráulico aparecen como entidades llenas de sentido, como sujetos interactuantes en la misma medida en que lo son los colectivos humanos. La pintada, símbolo posterior de la Asociación en camisetas, cartelería y pancartas, hace hablar a la fuente, a la charca y a la huerta: “A quienes la vida di, les reclamo, en justicia, que no me dejen morir”.

Muchos han sido los logros conseguidos por la Asociación y muchas han sido también las frustraciones. Antes de que se desecara el sistema, en 1986, la huerta de Pegalajar fue declarada Paisaje Agrario Singular por la Consejería de Política Territorial de la Dirección General de Urbanismo de la Junta de Andalucía, destacando su singularidad productiva y el mantenimiento de usos y estructuras agrarias de interés sociocultural y ambiental (Escalera y Polo, 2010: 538). Diez años después de la desecación, el conjunto se denominó Lugar de Interés Etnológico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz (Orden del 4 de septiembre del 2001 de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía), y algunos elementos arquitectónicos del casco urbano se declararon Bien de Interés Cultural (2002). Esta declaración patrimonial supone un empuje moral para el colectivo de lucha por el agua, amparándose aquella en la especificidad de un complejo sistema económico, social y cultural que abarca ciudad y terrenos de cultivo.

En el año 2005 se propicia la creación de la Plataforma Andaluza en Defensa del Sistema Fuente-Charca-Huerta, conformada por más de 15 colectivos y organizaciones de toda la comunidad andaluza. También, como ya vimos, se consiguió que en 1992 se declarara provisionalmente sobreexplotado el acuífero, medida que se haría definitiva en el año 2006 por medio de la conformación de una Mesa de Expertos para asesorar la elaboración del Plan de Ordenación de Extracciones del Acuífero. De igual forma, la Asociación Vecinal ha sido reconocida con el Premio de Andalucía de Medio Ambiente (2005) y con el premio de la Fundación de la Nueva Cultura del Agua (2006). Recientemente, en el 2013, la Asociación Vecinal firmó un Convenio de Colaboración con la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, con el objetivo de promover la educación ambiental y la investigación-acción participativa desde la perspectiva agroecológica. Este convenio se fundamenta en la experiencia de los huertos sociales y ecológicos del agroecosistema de la huerta de Pegalajar para la implementación y puesta en marcha de un Área de Recursos Agroecológicos de Origen Americano en esa universidad, espacio vinculado a la Asociación Huerta de la Cora, de Jódar, colectivo del otro extremo de Sierra Mágina que colabora con la Asociación Fuente de la Reja en la defensa de modelos agroecológicos sostenibles.

Ecocosmologías hidraúlicas

El trabajo y la lucha de la Asociación parecería tener resultados después de lo que venimos apuntando, suponiendo además ella misma un consolidado eje vertebrador para temas sociopolíticos y ambientales en la localidad. Pero la situación actual del acuífero no difiere del momento en el que se declaró sobreexplotado: la sombra de muerte del socioecosistema es aún perdurable y a la Asociación le queda mucho camino por recorrer. Pensaba el antropólogo Lévi-Strauss (2002: 44-45):

Para que una cultura sea realmente ella misma y esté en condiciones de producir algo original, la propia cultura y sus miembros deben estar convencidos de su originalidad y, en cierta medida, también de su superioridad sobre los otros (…). En la actualidad nos hallamos amenazados por la perspectiva de quedar reducidos a simples consumidores, individuos capaces de consumir lo que fuere, sin importar de qué parte del mundo y de qué cultura proviniere y desprovistos de todo grado de originalidad.

Los elementos del mecanismo que sustentan el convencimiento de la originalidad cultural del pueblo de Pegalajar están incrustados en su ideario colectivo y en su cosmovisión particular de verse en el mundo y con el mundo. Para ellos el agua no es sólo material sino el símbolo de la vida, lo que para los cuerpos es la sangre. El territorio, el terreno físicamente relacional que conforma el sistema material hidráulico-agrícola, se ve regado (bañado dicen ellos) por el agua como símbolo y por el agua como materia, pasando a ser el territorio mismo el cuerpo en el entorno, lo que hace que todo en su conjunto se conforme como entorno de vida.

La reciprocidad que acarrea esta cosmovisión y la sensación de unicidad de esta manera de entender el entorno tienen implicaciones trascendentales para el devenir del sistema social. No se puede hablar de sistema como una entidad previamente dada, sino que es más acertado incluir a los seres humanos como copartícipes de esa entidad (Ellen y Fukui, 1996; Descola y Pálsson, 2001), entendiendo todo como un socioecosistema (Ostrom, 2009). Como apunta Escalera (1998: 158), “cuando falta el agua o cuando es apropiada por ‘otros’, todos los miembros de la colectividad se ven afectados, quizás no de la misma manera ni en la misma intensidad, pero en la mayoría de los casos con un similar grado de dramatismo”.

Los “atentados” que se sucedieron en el socioecosistema hidráulico-agrícola llegaron a significar verdaderas heridas en los cuerpos, mediatizados por las mentes, que aún hoy no han cicatrizado. En este sentido, la afirmación de Donoso et al. (2001: 135) -así como la reflexión que desarrollan Escalera y Polo (2008) - hay que verla desde una óptica unificadora, más extensiva y amplia. En ella se apunta:

el agua es la causa fundamental de la conservación del medio, un medio humanizado donde la intervención de los seres humanos para su mejor aprovechamiento ha sido totalmente compatible con su preservación, creándose un ecosistema agrario y medioambiental que ha perdurado, en perfecto equilibrio, durante siglos y que solo la falta de agua en los últimos años ha puesto en riesgo de supervivencia y continuidad.

Efectivamente, el agua es el punto de partida, pero como Douglas e Isherwood (2000) mencionan, el líquido elemento en estos contextos particulares está cargado de representaciones, sensibilidades y cosmovisiones específicas incrustadas en un mundo más amplio, que excede a las relaciones sociales humanas y alcanza a conformar un tejido de relaciones de dilatado espectro. El hecho de “patrimonializar” los elementos materiales del socioecosistema, al cual se le unen por defecto cuestiones ineludibles como el conocimiento local y ecológico, la cultura del agua y del trabajo, o las formas de vida representativas que se generan a partir de él, es un gran avance en la preservación de estos elementos, pero no es un avance definitivo. En cuestiones medioambientales o ecológicas, desde hace tiempo se viene apostando por análisis donde el ser humano ocupa un papel principal, donde él mismo es tomado como parte del propio sistema ecológico, y por tanto hay que prestar atención a sus sensibilidades, representaciones discursivas, percepciones y prácticas. La idea analítica socioecosistémica nos ampara en el momento de abordar la problemática ambiental, más al ser esta un paradigma de lo complejo (Ruiz Ballesteros, 2013: 296).

La noción de socioecosistema supone verdaderamente “un medio para superar las fragmentaciones epistemológicas, ontológicas y analíticas que nos atenazan impidiendo una consideración sistémica compleja que articule lo socio-cultural y lo biofísico de forma operativa” (Escalera y Ruiz, 2011: 113). Esta noción respalda cualquier aproximación a una realidad socioambiental en la que se tomen en serio a los seres humanos en la misma medida que a los elementos no humanos, pues realmente nos encontramos ante un sistema de comunidades humanas que se relacionan con un entorno, y viceversa, en un tiempo y un espacio determinado, a través de una compleja red de vínculos no lineales que traspasa ambas dimensiones (Folke, 2006; Latour, 2007; Ostrom, 2009).

Cuestiones derivadas de esta perspectiva, como la resiliencia socioecológica, la incertidumbre, los sistemas complejos adaptativos, la transformación, etc., ayudan a completar estos análisis ambientales y a sacar a relucir cuestiones obviadas hasta no hace mucho. Pero de acuerdo con Escalera y Ruiz (2011), estas cuestiones o perspectivas de análisis pueden quedar vacías o ser muy volátiles si no se operativizan de manera rigurosa, densa y centrada en observar las particularidades humanas dentro de contextos específicos. Esa densidad la capta Escalera (2013) en el estudio de la resiliencia socioecológica que se produce en Pegalajar analizada a través del apego y el sentimiento de amor a la tierra. Este autor declara que la lucha por el agua que se produce en Pegalajar conlleva una forma de organización participativa que en sí misma alimenta la resiliencia del sistema socioecológico de la localidad. La resiliencia, entendida como la capacidad de un socioecosistema expuesto a algún tipo de estrés o cambio profundo para regenerarse a sí mismo sin modificar, alterar o suprimir algunas de sus formas o funciones, al ser una tensión permanente entre estabilidad y cambio (Escalera y Ruiz, 2011: 111), no se produ- ciría sin la forma de organización participativa de la colectividad que lucha por el agua, y aquella tampoco si no existiera una fuerte identidad colectiva que se fundamente en el apego al pueblo y el amor a la tierra (Escalera, 2013: 371).

Nos situamos aquí en esa línea, intentando ampliar este tipo de estudios y dotar de contenido los análisis socioecológicos, yendo más allá de las meras descripciones de prácticas, conocimientos o saberes que se producen en algunas realidades concretas (Haraway, 1995), pues aunque ya lo hayamos hecho y esto pueda valer para reforzar y poner en valor un “patrimonio”, esto no incide lo suficiente en las necesarias perspectivas simbólicas.3 Quizás ocurra, en gran medida, porque las investigaciones ambientales no tienen en cuenta que a veces, en muchos lugares del Occidente europeo -donde las categorías de “naturaleza” y “sociedad” se construyeron históricamente en una separación apoyada por argumentaciones científicas y religiosas (Glacken, 1996)-, las dicotomías no fueron tan fuertes y, por lo tanto, las ideas separadas de ambos conceptos se dirimieron.

La construcción de la “naturaleza” en el contexto que nos ocupa se realiza de manera diferente a las formas modernas dominantes de representación de lo “natural”. En el caso de Pegalajar, se viven los ambientes de forma particular, y no se puede entender la acción humana como una simple adaptación o acoplamiento al medio. Por tanto, el foco de investigación debe ser la persona completa actuando dentro de un contexto particular (Descola y Pálsson, 2001: 17), pues las relaciones sociales ecológicas abarcan más que las propiamente humanas (Ingold, 2000; Descola, 2005; Viveiros de Castro, 2007).

La cultura del agua en el pueblo de Pegalajar representa una cultura de vida que mantiene al humano como parte indisociable del entorno y el medio es representado, respectivamente, de manera humanizada, de tal modo que cualquier trance sobre este se siente, por parte de la población, como si al propio humano le estuviera sucediendo. Para aunar estas cuestiones partimos de un concepto analítico que realza la particularidad de esta forma de entender el entorno y su relación con él. El concepto de ecocosmologías (Croll y Parkin, 1992) incide en esta cuestión, pero también pone de manifiesto cómo los prejuicios analíticos de los investigadores en esta parte del mundo llamada Occidente han ayudado a consolidar un dualismo ontológico que no tendría por qué existir en la realidad de muchos lugares y gentes. La noción nos introduce en una forma específica de concebir los sistemas integrales ecológicos donde la disyunción dualista no existe.

Las ecocosmologías serían una forma de ecosofía, es decir, una manera específica de vida que mantiene una visión filosófica del mundo inspirada por las condiciones de vida en la ecosfera, en su compresión ecológica y que va más allá del conocimiento desinteresado de abarcar normas y valores fundamentales (Århem, 2001: 214). En ese sentido, sería una forma de comprender un tipo de cosmologías donde la disyunción tan radical y característica del pensamiento occidental entre naturaleza y cultura se disuelve al estar todo íntimamente vinculado por analogías y esencias espirituales que al mismo tiempo corresponde a un pasado común (Århem, 1990: 120). Por tanto, mirar las ecocosmologías significaría poner la atención sobre esa red cósmica que se entreteje en un entorno concreto y que es regulada por principios comunes a las reglas básicas de convivialidad humana, pues se comparten esencias originales de vida. En este tipo de sociedades, el concepto de “naturaleza” es contiguo al de “sociedad”, lo que designa modelos integrales de conectividad entre humanos y el ambiente, imbricándose en un marco cosmológico más amplio que proporciona a los individuos una base moral y existencial para sus interacciones con el entorno (Århem, 2001: 214-215).

Hablar de ecocosmologías entraña asumir que en las culturas donde todo lo existente está dotado de significado, el entorno no es algo objetivado sino parte subjetiva de los individuos y elemento conformante de ellos mismos. La fragilidad del socioecosistema hidráulico-agrícola de Pegalajar es el mismo que el de las personas que lo habitan, los cuales han sabido reproducirlo a lo largo del tiempo sin alterar sus principios de funcionamiento. En efecto, los conocimientos técnicos son indisociables de la capacidad para crear un medio intersubjetivo en el que se amplían unas relaciones reguladas de persona a persona (Descola, 2004). En Pegalajar se representa el medio de forma intersubjetiva: “peinar la tierra con la azada” (labrarla), “resfriar la tierra” (regarla), “ponerle pies a la horma” (reforzar la horma o pared), “criar las hortalizas” (atenderlas en su crecimiento) o, como señalan Escalera et al. (2004: 18) con respecto al agua, “los ‘golpes de agua’ recibían nombres distintos pero siempre con metáforas referentes a personas o animales: brazo, pierna, cuerpo, cuerpo de toro… ejemplos claros que nos remiten a la existencia de una humanización del medio”.

El arraigo y apego al entorno muestran de forma ilustrativa cómo se produce, mediante una conjunción comunitaria de valores, símbolos y pautas culturales (Escalera, 2013), un conglomerado donde las relaciones sociales van más allá de las propiamente humanas, lo que hace que esa “naturaleza” no sea entendida de manera mecánica o racional, sino como un tejido vinculado y singular de relaciones entre los diferentes seres que habitan el entorno. Así lo manifiestan las personas que conviven en este espacio cuando interactúan con los elementos del sistema hidráulico-agrícola, sobre todo en los momentos en los que entre ellas hablan o comentan cuestiones relativas al conjunto. Dentro de ese mundo existe una prolongación humana a modo de vecindad en un contexto involucrado en que se proyectan categorías simbólicas y sociales. Como ocurre en otros muchos lugares no occidentales (Surrallés y García, 2004), un territorio intersubjetivo como puede ser el de Pegalajar, lejos de construir una extensión circunscrita a hitos físicos, remite a un tejido vinculado y singular de relaciones sociales.4

La prolongación humana en el entorno, indisociable del conjunto en tanto son los vecinos quienes proyectan estas categorías simbólicas y sociales que conforman la materialidad del sistema hidráulico-agrícola, va más allá de la separación histórica de las categorías de naturaleza y sociedad. Podemos interpretar, en este sentido, que cualquier aspecto que suceda negativamente en torno al agua en particular, o al sistema hidráulico-agrícola en general, se toma en la colectividad como un atentado a la vida, como una agresión al cuerpo y como una desecación de la sangre. Continuidades y similitudes que, ahora sí, se muestran hacia fuera en una profunda reflexión verbalizada, extraída en este caso a través de las entrevistas que se han realizado en el campo durante los períodos de estancia en el pueblo.

En entrevistas que se realizaron en 2001 (Donoso et al., 2001) se pueden ver aspectos relacionados con estas cosmovisiones íntegras: “‘Con agua hay quien piensa que la huerta no se habría perdido’, ‘Si la Charca echara agua la gente echaría piojares’5 (ent. N.º 30)”. Las referencias a un medio intersubjetivo se continúan en las entrevistas: “La madre de la huerta era la charca (ent. N.º 30)”, “Sin agua esto está muerto (ent. N.º 37)” o “Donde hay agua hay vida (ent. N.º 27)”. En estas argumentaciones, tan explícitas, todo toma carácter “antropizado” pero con características de intersubjetividad, siendo el territorio una extensión de lo humano y, por tanto, lo humano parte posicional y relacional con el -y en el- territorio y sus elementos mal llamados “naturales”.

Si pensamos que el sistema hidráulico-agrícola es algo material, y lo vemos como patrimonio, seguramente siga ocurriendo lo mismo de siempre, o al menos no se le dé la merecida importancia para su revitalización, pues la realidad no corresponde a esto. Al entender el sistema como espacio sociosimbólico de interconexión vivida, podrían realizarse lecturas sobre él que llevarían a una protección más fuerte del mismo, pues cualquier daño sobre este viene a ser un deterioro sobre las personas, lo que nos posicionaría en aspectos que en otros lugares del planeta se han recogido bajo la óptica de los derechos penales y humanos.

De este modo vamos un poco más allá y creemos, de acuerdo con lo que se vive, se siente y se piensa en la localidad, que la desecación no es sólo desecación: acarrea cuestiones que trascienden la mera utilidad. La desecación del sistema hidráulico-agrícola viene a ser un problema legal de atentado contra los individuos y las personas de la localidad. Creemos que no se puede insistir más en estos temas desde ciertas ópticas patrimoniales como elemento para la principal reivindicación -no al menos desde la antropología-, sino que estas deben ser secundarias y enfatizarse la importancia de las personas como parte del territorio, que conforman parte del deterioro y, por lo tanto, del problema personal y colectivo. Se trata, entonces, de un problema sobre los cuerpos, sobre las personas, y no sobre las “externalidades”.

Creemos que la idea de preservación, recuperación integral o puesta en valor del patrimonio como recurso que contribuya al desarrollo sostenible del pueblo, como se insiste en otros textos (Donoso et al., 2001), ha de ser cada vez más explicada y completada por un enfoque que ahonde verdaderamente en estos asuntos sociosimbólicos que aquí planteamos.6 Esto no es nada descabellado, a expensas de lo que se propone para la preservación de muchos territorios indígenas de América Latina:

tal y como lo define el Convenio 169 de la OIT, las restricciones, violaciones y reducciones, jurídicas o de hecho, del derecho a la integridad territorial de los pueblos indígenas atacan frontalmente los derechos fundamentales de las personas que pertenecen a estos pueblos puesto que se les obliga a renunciar a la visión que es fundamento de su dignidad, expresión y escenario de su identidad y fuente de los recursos culturales y materiales que garantizan su reproducción (…). Lo está ubicando en el centro de los derechos constitucionales de carácter fundacional (la dignidad y el bienestar de la persona humana) y en el meollo de los derechos humanos fundamentales: la identidad, la religión, la cultura, la vida, la salud, la libertad. Tanto respecto a cada individuo como a los colectivos, de los que forma parte como integrante de un determinado pueblo. (Surrallés y García, 2004: 14)

Conclusiones

La desecación del sistema hidráulico-agrícola viene a ser un problema de violencia contra los individuos de la localidad que luchan por el agua. No se puede insistir más, desde ópticas patrimoniales, en la reivindicación del sistema por sí mismo, sino que se debe acentuar el lugar de las personas como parte del territorio; esto implica pensar en la introducción de los individuos en su medio. Nosotros empleamos aquí la noción de socioecosistema en ese sentido, para referirnos específicamente a la co-conformación del sistema hidráulico-agrícola de Pegalajar. Su ecocosmología así lo manifiesta.

A este sentido nos referíamos cuando hablábamos del planteamiento sesgado de las tres causas que apuntaban la Reglamentación del Dominio Público Hidráulico (RDPH) en su artículo 171 (González Ramón, 2007: 272), al que se sujeta el Plan de Ordenación de Extracciones para considerar los recursos subterráneos de una zona como sobreexplotados o en riesgo de estarlo, pues se obvian las causas conformantes de esos ecosistemas y la repercusión que ellos tienen sobre los seres humanos.

No podemos pensar que el ser humano interactúa con la naturaleza para su aprovechamiento y que este, como si de autorregulación se tratase, hace preservar el medio. Las personas que luchan por el agua en el pueblo poseen sentimientos y hacen representaciones en un contexto donde la dicotomía no existe. En Pegalajar, la parte del pueblo que reivindica el agua para la vida está dentro de lo que se denominaría “naturaleza” y, por defecto, la “naturaleza” la conforman los propios vecinos que la reclaman.

El socioecosistema hidráulico-agrícola de Pegalajar es un escenario de sociabilidad delicado, sutil, donde en la cotidianeidad se concilian seres que aparentemente pueden diferir por sus aspectos, pero que no dejan de pertenecer a una misma realidad de vida. Podríamos hablar de un medio intersubjetivo, mediado culturalmente, en el que las diferencias físicas son las que hacen que, a veces, no se piense en el sistema como continuidad del cuerpo de iguales a iguales. En tanto, las catástrofes y violaciones al sistema hidráulico-agrícola nos hacen posicionarnos en este nivel, pues al hablar de ello los pegajaleños que defienden el agua se centran, claramente, en un problema expresado como si sobre sus cuerpos estuviese sucediendo. Sentirse integrados dentro de un todo que conforma una espectacular vida reticular en función al sistema material hidráulico-agrícola los lleva a tener estos sentimientos y apreciaciones tan epidérmicos y vívidos.

Esto reafirma lo que pensábamos acerca de la homogeneización académica de cosmovisiones en los modelos ontológicos de representación de la “naturaleza” para el Occidente europeo. Creemos que no podemos englobar todo este vasto territorio bajo una idea “naturalista” de representación (Descola, 2005), donde la lejanía entre naturaleza y sociedad es palpable, pues como hemos comprobado, hay lugares donde los humanos se encuentran imbricados en su medio de la misma manera que el medio en los humanos.

Al preguntarnos cómo los seres humanos son afectados por sus ambientes a lo largo del tiempo e, inversamente, cómo ellos afectan a ese ambiente y con qué resultados (Worster, 1991), se puede hacer un ejercicio de reflexión que vislumbre la diversidad de representaciones, emociones, sentimientos y prácticas que las gentes tienen a lo largo del planeta. En el caso de Pegalajar, esto está claro, o, al menos, así hemos querido expresarlo

Material suplementario
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Notas
Notas
1 Cruzada, Santiago M.; Aguilar-Miranda, María Teresa y Díaz-Aguilar, Antonio Luis (2016). “El territorio como cuerpo, el agua como sangre y el entorno como vida: reflexiones antropológicas sobre ecocosmologías hidráulicas en Pegalajar (Andalucía-España)”. En: Boletín de Antropología. Universidad de Antioquia, Medellín, vol. 31, N.o 52, pp. 151-172.
2 Obviamente, un sistema es ecosocial, pero como las interpretaciones derivan, la mayoría de las veces y todavía hoy, en entenderlos simplemente como sistemas naturales, donde lo humano no tiene cabida, nosotros insistimos en recalcar la parte social.
3 En este sentido, los circunloquios que hacemos con la temática y la teoría patrimonial son intencionados. Defendemos una idea del patrimonio como construcción social y un eje analítico centrado en los procesos de patrimonialización, dejando en este texto a la libre interpretación la “objetuación” que supone el uso de la palabra patrimonio en estos contextos.
4 En este tipo de investigaciones la observación, la participación y la convivencia se tornan cruciales para elaborar las posteriores interpretaciones, ya que la espontaneidad de las conversaciones, expresiones o gestos que se producen entre las personas que viven en este espacio posibilitan un acceso a sus cosmovisiones de una forma más “natural”. Por otra parte, el contraste de contextos que se producen en el desarrollo de las relaciones conversacionales que tienen lugar durante las entrevistas más o menos concertadas permiten visualizar mejor las dimensiones que se codifican, y en qué sentidos, dentro de la estandarización comunicativa con el exterior.
5 Escalera et al. (2004: 57) apuntan que “piojares” son los espacios de tierra de huerta sembrados/plantados de hortalizas.
6 Palabras como “preservación”, “recuperación integral”, “puesta en valor” o “desarrollo sostenible”, si bien tenían una orientación original ideológica bienintencionada para/con las poblaciones y los territorios, han terminado siendo desvirtuadas, cosmetizadas, prostituidas y vaciadas de contenido ideológico en el discurso político profesional.

Figura 1
Situación geográfica de Pegalajar
Fuente: elaboración propia a partir de Google earth 2016
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