Dossier
Dossier “La arqueología de la organización de comunidades”
El presente dossier del Boletín de Antropología (BDA) de la Universidad de Antioquía está dedicado a presentar diversas aproximaciones arqueológicas al estudio de la organización de comunidades locales. La elección de este tema, quizás uno de los más relevantes para la arqueología, se basó en tres razones: la primera es que no abundan los volúmenes de carácter comparativo que incluyan casos que por distanciarse espacial, cultural y temporalmente permitan observar similitudes y diferencias en la forma en que las personas se organizan para formar colectividades. La segunda es que, a pesar de la gran cantidad de bibliografía especializada en el tema, esta se encuentra en su mayoría en inglés, por lo que consideramos necesario tener la exposición de la discusión en castellano para un mayor impacto en el mundo académico latinoamericano. Y finalmente la tercera razón, tiene que ver con el hecho que una mirada del tema en otros países puede contribuir en la discusión del mismo en la academia colombiana, aportando perspectivas y metodologías recientes en un contexto regional más amplio.
Desde sus inicios, las investigaciones arqueológicas han hecho énfasis en la aparición y transformación de relaciones de poder y posiciones de autoridad (Service, 1962; Sahlins, 1963; Fried, 1967; Gilman, 1981; Lee, 1990; Steponaitis, 1991; Feinman, 1995; Hayden, 1995; Diehl, 2000; Ames, 2010). Dentro de esta línea de estudio, la importancia de entender las comunidades como aquella matriz social dentro del cual se realiza la competencia política ha sido explícita o implícitamente considerada (Blanton 1994; Lesure, 1995; Rogers y Smith, 1995; Canuto y Yaeger, 2000; Bandy y Fox, 2010). Por lo tanto, el interés por la forma en que estas comunidades aparecen, se diferencian entre sí, se integran políticamente, y se transforman o desaparecen ha estado presente durante décadas. Este volumen es un intento de resaltar explícitamente la importancia de la organización de las comunidades prehistóricas para comprender procesos de complejización. Para esto se coloca lado a lado seis contribuciones que permiten compararlos teórica y metodológicamente.
¿Cómo las familias se organizan en comunidad? es una interesante pregunta que tiene una expresión tanto en la escala local, como en la escala supralocal o regional. Una tendencia en las contribuciones del presente dossier es la apuesta por entender procesos sociales desde múltiples escalas simultáneamente. Ya Bermann (1994) había hecho énfasis en la importancia de asumir una perspectiva local que no enfatice la comunidad a expensas de los procesos que ocurren a escala supralocal, y en la necesidad de concentrar los estudios en cómo la comunidad local y las unidades domésticas que la conforman son integradas en sistemas regionales y en cómo procesos regionales son experimentados localmente. El uso de una perspectiva supralocal permite atacar estos problemas directamente pero con el costo metodológico de perder resolución temporal y espacial, sin que ello sea algo necesariamente negativo considerando el alcance de los resultados. Esta relación entre procesos de escala regional y la dinámica organizacional de comunidades locales es una preocupación de los autores, y es un tema que ha sido igualmente discutido para casos de otras partes del mundo (Bermann, 1994; Arnold, 2006; Hastorf, 2010; Peterson y Shellach, 2010). Este interés es explícito en el artículo de Garrido quien estudia la dinámica entre la incorporación de la región de Copiapó en el sistema imperial Inka y los cambios sociales vividos en la localidad, o las comparaciones realizadas por Romano, y Murillo y Martin quienes analizan la relación entre las transformaciones de las unidades domésticas y contextos sociopolíticos diferentes a nivel regional o Vásquez con su propuesta para evaluar el modelo de verticalidad de Murra (1972).
Otro interés de los autores de este dossier es comprender la complejización de las comunidades en relación al surgimiento de autoridad, liderazgo y diferenciación social. En este sentido podemos observar un marcado énfasis en los autores en el papel que desempeñan la elites en los distintos casos analizados, siguiendo una tradición que ha sido impuesta en los modelos teóricos que abordan el tema de la desigualdad desde una perspectiva desde arriba hacia abajo (top-down) (Hayden, 1995; Plog, 1995; DeMarrais et al., 1996; Earle, 1997; Johnson y Earle, 2000; Stanish, 2004). Desde esta perspectiva las elites locales a través de su acción impulsan procesos que generan fuerzas de atracción social que posibilitan la integración de unidades domésticas en comunidades cada vez más grandes. Entre las estrategias que establecen las elites podemos encontrar el intercambio a larga distancia (Halstead y O’Shea, 1982; Shennan, 1982; D’Altroy y Earle, 1985; Brumfiel y Earle, 1987; Steponaitis, 1991; Cobb, 1996; Earle, 1997; Junker, 1999), el ceremonialismo y la ideología (Clark y Blake, 1994; Junker, 1999; Dietler, 2001; Dietler y Hayden, 2001; Hayden, 2001), la guerra (Champion, 1982; Spencer y Redmond, 1998; Arkush, 2009), y la producción especializada a escala local de bienes de prestigio para consumo restringido o generalizado (Brumfiel y Earle, 1987; Hayden, 2001; Stanish, 2004).
Una perspectiva complementaria es aquella que prioriza la acción de las personas, como actos colectivos (Blanton y Fargher, 2008; Carballo, 2013) o como actos de resistencia frente a un poder central. Contribuciones como el de Pastor y colegas, y de Garrido son intentos por comprender las relaciones de poder desde esta perspectiva desde abajo hacia arriba (bottom-up). Por una parte Pastor, Díaz y Tissera consideran que la ritualización del paisaje así como los actos celebratorios de la comunidad de Traslasierra están relacionados a la creación y reproducción de la colectividad durante los años preconquista y que se convierten luego en espacios de resistencia y oposición a las políticas coloniales. Por otra parte, Garrido analiza el problema de las comunidades de mineros en Atacama y su relación con el Qhapaq Ñan. Para este autor es central entender cómo los cambios económicos a escala macrorregional afectaron la intensificación de producción minera en las comunidades locales. Desde esta perspectiva, las pequeñas comunidades de mineros generaron procesos de resistencia local ante procesos socioeconómicos macro-regionales impulsados por el imperio Inca. Este artículo, desde nuestra perspectiva, es una crítica a la visión clásica de la economía en la que se privilegia la excesiva agencia de la elite y en la que las unidades productivas permanecen totalmente pasivas ante ellas. Garrido muestra cómo las comunidades locales que se asientan a lo largo del Qhapaq Ñan en el desierto de Atacama aprovechan para su propio beneficio las circunstancias resultantes de la intervención de un poder supra-local.
El componente demográfico está presente en las contribuciones de este dossier y sirve, en parte, para contextualizar las relaciones entre actores políticos y el resto de la comunidad. En los distintos casos es posible observar la influencia de los argumentos de Drennan y Peterson (2012) en los que hacen énfasis en el factor demográfico para entender las distintas trayectorias de cambio social y los distintos modos de crecimiento demográfico que pueden experimentar las comunidades locales en un escenario regional.
Un elemento interesante para la comparación son las diferentes escalas demográficas de los casos desde unos pocas decenas de familias hasta miles de personas. Esto se debe al uso flexible de término de comunidad, la cual no se refiere a un pueblo o aldea sino a un conjunto de familias que mantienen relaciones sociales, y por lo tanto qué tan grande puede ser nuestra comunidad depende de la frecuencia de las relaciones que utilizamos para definirlo. Por ejemplo, una aldea es un espacio social donde la gente interactúa cara a cara de modo cotidiano, mientras que una colectividad más grande puede estar definido por agregaciones masivas e integrativas que se dan estacionalmente. Para Arguello es importante entender la relación entre los sitios más poblados en el Valle de Tena y los sitios de arte rupestre, evaluando la posibilidad de que estos hayan sido controlados por algunas familias de elite. La reconstrucción demográfica sugiere que el área de estudio estuvo ocupada durante el período tardío por varios cientos de personas distribuidas al menos en tres comunidades supralocales. Por otra parte, Romano en su artículo discute la relación que hay entre demografía y organización del trabajo. Para evaluar dicho argumento el autor presenta estimados de población para el área muisca y para el Alto Magdalena las cuales se proyectan hasta varias decenas de cientos de personas en los períodos tardíos, mientras que para las comunidades de Marajoara se estima poblaciones que sobrepasaron los pocos miles de personas también durante la última fase de ocupación. Para Romano, la estructura demográfica condiciona la escala de la economía y las estrategias políticas que las elites en estas tres regiones pudieron implementar. En el caso de Vásquez las proyecciones poblacionales sugieren que las comunidades analizadas por esta investigadora abarcan rangos que van desde las decenas hasta los cientos de personas. Murillo y Martin sugieren que para los casos de Machalilla y San Ramón de Alajuela la población regional durante las ocupaciones tardías pudo estar en el rango de los varios de miles de personas, mientras que el Valle de Quijos a la llegada de los europeos estaba habitado por aproximadamente 10.000 habitantes.
También se resalta las formas de interacción (Drennan y Peterson, 2008) en las que pueden estructurarse las relaciones sociales a escala de la comunidad local y que se pueden manifestar en el registro arqueológico en patrones de distribución espacial dispersa o nucleada, una preocupación presente en los trabajos. Murillo y Martin por ejemplo a partir de análisis de patrones de asentamiento abordan la discusión acerca de cómo la distribución espacial de las unidades domésticas, en las tres regiones analizadas por ellos, guarda estrecha relación con la forma que toma la interacción social entre estas. El argumento de los autores es que las unidades domésticas pueden estructurar sus relaciones en diversas formas de acuerdo con diversos factores como la maximización de la cantidad de energía invertida, la proximidad a servicios, las presiones ambientales, las necesidades defensivas, la especialización artesanal, y especialmente la demografía. Murillo y Martin proponen distintas formas de configuración comunitaria que se asocian con estructuras comunitarias que son más propensas a surgir en ciertas distribuciones espaciales que adquieren las comunidades locales. Por ejemplo, las comunidades nucleadas se relacionan con la dependencia en instituciones de decisión centralizadas, mientras que comunidades dispersas suelen estar conformadas por unidades domésticas relativamente autónomas e independientes. Desde esta perspectiva y siguiendo a Drennan y Peterson (2008, 2012) la frecuencia diaria de interacción conlleva a la especialización doméstica debido al número de participantes en la red social la cual estimula la interdependencia funcional. Esto se manifiesta en el registro arqueológico como unidades domésticas fuertemente diferenciadas como resultado de dicha diversidad funcional. En contraste, la presencia en una región de asentamientos dispersos se correlaciona con una fuerte tendencia a la redundancia funcional de las unidades domésticas altamente diversificada. Un factor crítico para Murillo y Martin, pero también para Romano, es el tamaño de la red de interacción, el cual impone ciertas restricciones al desarrollo de economías políticas altamente diversificadas o estandarizadas. Desde sus perspectivas el tamaño absoluto de una red de interacción de una unidad doméstica es relevante para entender por qué algunas comunidades presentan estructuras más complejas y diferenciadas que otras.
El papel de la tradición cultural y el parentesco para brindar cohesión a los grupos humanos es otro de los elementos que está presente en la discusión sobre las unidades domésticas y las comunidades. Ensor (2013) ha hecho énfasis en cómo la arqueología ha avanzado muy poco en el estudio de las relaciones de parentesco en los últimos ochenta años, y que luego de un primer impulso que llevo a la búsqueda de la sociología de la cerámica en los años 1950–1960, resultante de un auge en la discusión antropológica sobre el tema, este fue relegado en la arqueología. Pese a esto algunos autores a partir de 1990 han sugerido la importancia de colocar en el núcleo de la investigación los sistemas de parentesco, como un elemento constitutivo y esencial en los análisis sobre la economía política de las sociedades del pasado a escala de la comunidad local y la unidad doméstica (Peletz, 1995; Peregrine, 2001; Keegan, 2006; Ensor, 2013). En este número, Vásquez retoma la discusión sociológica sobre la estructura física de la unidad doméstica, la cual según ella es un reflejo de las normas culturales de los grupos Pasto, para evaluar el modelo de microverticalidad y archipiélagos productivos de Murra (1972) en la frontera colombo-ecuatoriana. El argumento que guía a Vásquez es que las unidades domésticas pasto debieron comportarse sociológica y normativamente en forma similar, lo que le permite inferir que los patrones de distribución y constructivos de las unidades domésticas debieron ser similares si familias de estos grupos se asentaron y produjeron en unidades de paisaje piedemontanas. De esta forma, la autora concibe las estructuras circulares de una sola entrada como un marcador cultural de los Pastos. El argumento sociológico que plantea Vásquez se sustenta en las relaciones de filiación étnica de los grupos de piedemonte con los grupos altoandinos, un fenómeno que estaría relacionado con el parentesco como mecanismo para establecer y mantener estables las relaciones de subordinación y alianzas políticas a través del tiempo y la distancia.
Otro autor que aborda el tema del parentesco es Romano, quien hace un esfuerzo por entender los posibles efectos que diferentes sistemas de parentesco pueden tener en términos de la configuración de la economía política de las sociedades agustinianas, muiscas y Camutins. Desde su punto de vista, en las relaciones de parentesco está el germen de la diferenciación social el cual se alimenta por una parte de las relaciones de consanguineidad y por otra de la tradición y la antigüedad de las familias (su componente etario). Para este autor hay una conexión entre la estructura del parentesco y filiación, la densidad demográfica y las formas de organización del trabajo que existen en estas tres trayectorias de cambio social. Desde la perspectiva de Romano, las familias compuestas o extensas del área Muisca brindaron la posibilidad de diversificación económica basada en la movilidad e intercambio de sus miembros. En contraste, las familias nucleares presentes en la región San Agustín tuvieron niveles muy bajos de especialización e intercambio como consecuencia no sólo de su estructura de parentesco sino también como un efecto de su reducida escala demográfica. Camutins es el caso opuesto ya que la estructura extendida de las unidades domésticas permitió movilizar una gran fuerza de trabajo que fue invertida en la modificación del paisaje mediante la creación de monumentalidad y la construcción de estructuras para la agricultura y la pesca. Marschner y Bentley (2003) han indicado la importancia de considerar el número de unidades domésticas que interactúan en una red social y el componente etario de cada una de ellas (o cuáles son las antecesoras en otras palabras), al momento de estudiar el surgimiento de rangos y estatus al interior de una comunidad local.
La distribución de las tareas productivas o extractivas, y el direccionamiento de excedentes para la constitución de economías políticas son temas también presentes en las contribuciones de este volumen. Mucho se ha discutido en arqueología que el direccionamiento de la producción de excedentes agrícolas es fundamental para el desarrollo de las jerarquías sociales pues sirven para financiar no solamente instituciones de gobierno sino también especialistas laborales en las que se puede incluir aquellos que no producen como por ejemplo gobernantes (D’Altroy y Earle, 1985; Brumfiel y Earle, 1987; Clark y Blake, 1994; Hayden, 1995; Cobb, 1996; Earle, 1997; Stanish, 2004). Para Vásquez –en el caso de los grupos pastos– el elemento crítico para el surgimiento de jerarquías sociales fue la propiedad sobre la tierra y el control sobre la fuerza de trabajo asociada a ella, mientras que para Romano, la estructura de parentesco definió prerrogativas en el acceso a la tierra y su uso y usufructo entre los grupos Muisca y Camutins.
De la lectura de las contribuciones podemos concluir que el estudio de la organización de las comunidades no solamente es importante porque permite una comparación entre casos de diversas regiones, sino porque articula una gran variedad de temas como la emergencia de liderazgo político, diferenciación económica, ritual y ceremonialismo, procesos económicos, paisaje, entre otros. La pregunta misma de ¿cómo se organizaban las comunidades? nos obliga a pensar ¿cuáles son los aspectos más relevantes en el estudio de los casos?, y ¿qué aspectos permiten realmente diferenciar trayectorias sociales de diferentes regiones del mundo? Una comparación no solamente de casos, sino también de perspectivas nos permite explorar y evaluar qué aspectos sociales tienen mayor poder explicativo y por lo tanto potencialmente replicables en futuros trabajos. En ese sentido la congregación de estos diferentes artículos nos sirven, autores y editores incluidos, para mejorar nuestras propias investigaciones.