Investigación
Cambios en las prácticas funerarias prehispánicas en el altiplano Cundiboyacense (centro de Colombia) desde el periodo Precerámico al Muisca Tardío. Un análisis exploratorio**
Changes in pre-Hispanic funeral practices in the Altiplano Cundiboyacense (central Colombia) from Pre-ceramic to Late Muisca period. Exploratory Analysis
Mudanças nas práticas funerárias pré-hispânicas no altiplano Cundiboyacense (centro da Colômbia) desde o período Precerâmico ao Muisca Tardio. Uma análise exploratória.
Évolution des pratiques funéraires préhispaniques dans l’altiplano Cundiboyacense (Colombie centrale) de la période précéramique à la période Muisca tardive. Une analyse exploratoire
Cambios en las prácticas funerarias prehispánicas en el altiplano Cundiboyacense (centro de Colombia) desde el periodo Precerámico al Muisca Tardío. Un análisis exploratorio**
Boletín de Antropología, vol. 35, núm. 60, pp. 40-71, 2020
Universidad de Antioquia
Recepción: 15 Noviembre 2019
Aprobación: 11 Diciembre 2019
Resumen: Este estudio analiza una muestra de 114 tumbas con datación confiable procedentes del altiplano Cundiboyacense, centro de Colombia. Su objetivo es explorar los condicionantes de las prácticas mortuorias inferidos a través de los patrones del registro arqueológico, su variación regional y sus cambios a través del tiempo (desde el periodo Precerámico al Muisca Tardío). Dicha exploración se realiza a partir de un grupo de variables que pueden informar respecto a las condiciones sociopolíticas y las creencias religiosas. Se demuestra que entre las variables que dan cuenta de las diferencias socio-políticas, la inversión de energía es la que mejor informa sobre la débil diferenciación social al interior de esta región. Por el contrario, variables como la orientación del cuerpo y forma de la tumba indicarían un alto grado de diversidad religiosa. En conjunto, este estudio contribuye a sustentar la idea según la cual los grupos indígenas que habitaron el altiplano Cundiboyacense fueron mucho más diversos de lo que tradicionalmente se asumía, a la vez que aporta profundidad cronológica a la comprensión del origen de dicha diversidad.
Palabras clave: prácticas funerarias, altiplano Cundiboyacense, diferenciación social, creencias religiosas.
Abstract: This study analyzes a sample of 114 tombs with reliable dating from the Altiplano Cundiboyacense, central Colombia. Its objective is to explore the determining factors of the mortuary practices inferred through the patterns of the archaeological record, its regional variation, and its changes over time (from the Preceramic to the Late Muisca period). This exploration is carried out using a group of variables that can inform about socio-political conditions and religious beliefs. It is shown that among the variables that account for socio-political differences, energy investment is the one that best informs about the weak social differentiation within this region. On the contrary, variables such as the orientation of the body and the shape of the tomb would indicate a high degree of religious diversity. Altogether, this study contributes to support the idea that the indigenous groups that inhabited the Altiplano Cundiboyacense were much more diverse than traditionally assumed, while providing chronological depth to understanding the origin of said diversity.
Key words: funerary practices, Altiplano Cundiboyacense, social differentiation, religious beliefs.
Resumo: Este estudo analisa uma amostra de 114 túmulos com datação confiável procedentes do altiplano Cundiboyacense, centro da Colômbia. Seu objetivo é explorar os condicionantes das práticas mortuárias inferidas através dos padrões do registro arqueológico, sua variação regional e suas mudanças através do tempo (desde o periodo Precerâmico ao Muisca Tardío). A exploração se realiza a partir de um grupo de variáveis que podem informar sobre as condiçõe sociopolíticas e as crenças religiosas. Demonstrase que entre as variáveis que dão conta das diferenças sociopolíticas, a inversão de energia é a que melhor informa sobre a inconsistente diferenciação social ao interior desta região. Pelo contrário, variáveis como a orientação do corpo e forma do túmulo indicariam um alto grau de diversidade religiosa. Em conjunto, este estudo contribui a manter a ideia segundo a qual os grupos indígenas que habitaram o altiplano Cundiboyacense foram muito mais diversos do que tradicionalmente se assumia, ao mesmo tempo em que contribui profundeza cronológica à compreensão da origem de tal diversidade.
Palavras-chave: práticas funerárias, altiplano Cundiboyacense, diferenciação social, crenças religiosas.
Résumé. : Cette étude analyse un échantillon de 114 tombes datées de manière fiable provenant de l’altiplano Cundiboyacense, dans le centre de la Colombie. Son objectif est d’explorer les déterminants des pratiques mortuaires déduites des modèles de l’enregistrement archéologique, leurs variations régionales et leurs changements au fil du temps (de la période précéramique à la fin de la Muisca). Cette exploration est menée sur la base d’un groupe de variables qui peuvent informer sur les conditions socio-politiques et les croyances religieuses. Il est démontré que parmi les variables qui expliquent les différences sociopolitiques, l’investissement énergétique est celle qui renseigne le mieux sur la faible différenciation sociale au sein de cette région. En revanche, des variables telles que l’orientation du corps et la forme de la tombe indiqueraient un degré élevé de diversité religieuse. Dans l’ensemble, cette étude contribue à soutenir l’idée que les groupes indigènes qui ont habité l’altiplano Cundiboyacense étaient beaucoup plus divers qu’on ne le pensait traditionnellement, tout en apportant une profondeur chronologique à la compréhen- sion de l’origine de cette diversité.
Mots clés: pratiques funéraires, l’altiplano Cundiboyacense, différenciation sociale, croyances religieuses.
It is through statistical methods rather than empathy and intuition that we learn about the nature of past funerary practices (Parker, 1999: 6).
As in any analogical argument, any one point of comparison, on its own, could be seen as coincidental. But as the numbers of similarities increase it becomes unreasonable to argue for a lack of any significant relationship (Hodder, 1984: 59)
Uno de los temas que de forma predominante ha ocupado la investigación arqueológica es el que se pregunta por los factores que determinan el tratamiento que un individuo recibe al momento de su muerte. En este sentido, las prácticas funerarias se entienden como una invaluable ventana a las condiciones de vida del pasado. De allí que no sea gratuito que las prácticas funerarias constituyan uno de los campos donde se han presentado algunos de los más intensos debates en arqueología y que sean justamente ellas uno de los ejemplos predilectos para ilustrar diferentes corrientes teóricas (Johnson, 1999). Pese a ello, la vasta producción teórica no siempre se corresponde con análisis detallados de muestras significativas de contextos funerarios.
La región del altiplano Cundiboyacense, en el centro de Colombia, no ha sido la excepción. Desde el siglo pasado se han excavado allí cientos de tumbas y se han formulado diferentes explicaciones sobre la variabilidad manifiesta al interior de distintos cementerios (Boada, 1998, 2000, 2007a; Botiva, 1988; Giedelmann, 1999; Langebaek et al., 2011; Pradilla, Villate y Ortiz, 1992; Rodríguez, 1994, 1999). Conforme a los postulados teóricos más populares en cada época, se han propuesto diferentes explicaciones que pretenden dar cuenta de cuáles factores subyacen en las decisiones materializadas en las prácticas mortuorias (Botiva, 1989). Si bien es cierto que se han realizado estudios sistemáticos a partir de muestras ciertamente robustas (Boada, 1998, 2000; Langebaek et al., 2011, 2015; Pradilla, 2001; Rodríguez, 2011b), también lo es que algunas de las explicaciones más llamativas sobre la variabilidad mortuoria se basan en postulados que no han sido suficientemente contrastados a la luz de información factual, o evaluados estadísticamente (p. ej. Langebaek, 2000; Rodríguez, 2011b: 156-159). De otra parte, estudios realizados sobre muestras procedentes de un mismo cementerio sacrifican la variabilidad temporal a favor de la variabilidad espacial (Boada, 2000; Langebaek et al., 2011, 2015; Pradilla, 2001), lo que en últimas impide conocer si la variabilidad manifiesta es producto de cambios a través del tiempo. En suma, la falta de evaluaciones sistemáticas basadas en un sólido control cronológico no ha permitido entender de forma apropiada cuáles son los condicionantes de los patrones funerarios en el altiplano Cundiboyacense.
Este estudio aprovecha la enorme cantidad de información sobre tumbas excavadas en el altiplano Cundiboyacense con el objetivo de entender, en primer lugar, sus patrones espaciales y temporales; y en segundo, explorar los posibles determinantes de la variabilidad mortuoria. Toma como base un conjunto de tumbas cuya posición cronológica puede ser asignada de forma confiable y las analiza estadísticamente según los criterios propuestos por Carr (1995), quien conjuga variables relacionadas con diferentes corrientes teóricas cuyos nodos orbitan entre el procesualimo y el posprocesualismo.
Prácticas funerarias y sus condicionantes
En la década del setenta del siglo pasado, los hoy clásicos textos de Binford (1971) y Saxe (1970) dieron forma a lo que desde entonces se conoce como análisis procesual de prácticas funerarias en arqueología. Su postulado fundamental fue que las prácticas funerarias son un reflejo de la organización sociopolítica y que por ende el nivel de complejidad sociopolítica se expresa en el nivel de complejidad de las prácticas mortuorias (Feinman y Neitzel, 1984). A pesar del poco tiempo de popularidad del que gozó la arqueología procesual, esta premisa motivó ciertos desarrollos teóricos (Wason, 1994) y sobre todo una enorme cantidad de análisis sobre prácticas mortuorias prehistóricas. Posteriormente, el conjunto de críticas agrupadas en lo que se conoce como arqueología posprocesual lógicamente se concentró en dichos planteamientos (Hodder y Hutson, 2003). El contraargumento se basó en la premisa según la cual existen otras dimensiones, además de la sociopolítica, tales como las creencias, el género, los roles y la misma personalidad, que también determinan las prácticas funerarias (Gamble, Walker y Russell, 2001; Parker, 1999), y sobre todo que ellas no pueden ser consideradas un reflejo directo de las condiciones sociales imperantes en la medida en que pueden ser activamente manipuladas (Lull, 2000).
No se requiere un examen demasiado detallado para advertir que en realidad los planteamientos posprocesuales no descartan de forma tajante la premisa procesual, solo la relativizan y amplían el rango de posibles determinantes de las prácticas mortuorias (McHugh, 1999; O’Shea, 1984; Parker, 1999). Con el mayor desarrollo de la bioarqueología, que discurrió paralelo a la arqueología posprocesual, el debate entre procesualismo y posprocesualismo parece haber perdido importancia o al menos haber quedado en tablas. En otras palabras, si bien es cierto que algunas prácticas de enterramiento fueron profundamente condicionadas por el género o el rol del individuo, también es cierto que otras lo fueron por su posición sociopolítica. Es más, es posible que diferentes condicionantes efectivamente coexistan o se traslapen, tal y como múltiples estudios recientes han demostrado (Kuijt, 1996; Robinson et al., 2017; Rodning, 2011; Shepard, 2012; Standen et al., 2014; Toohey et al., 2016). En suma, se ha hecho casi rutinario admitir que las prácticas mortuorias son heterogéneas y multidimensionales.
Más allá de las enormes diferencias entre las perspectivas procesual y posprocesual, es necesario advertir que usualmente los estudios sobre prácticas mortuorias se basan implícita o explícitamente en el análisis de patrones observados a partir de muestras ciertamente significativas (Chapman, 2000; Steponaitis, 1991; -véase sin embargo Barrett, 1996-). Claro ejemplo de ello es el trabajo de Ian Hodder (1984), uno de los padres de la arqueología posprocesual, quien recurrió al estudio de una amplia muestra de tumbas y viviendas como forma de develar patrones a partir de los cuales sustentar su argumento analógico. Esto simplemente significa que, independientemente de la perspectiva teórica, la identificación de los elementos constitutivos y condicionantes de las prácticas funerarias necesariamente pasa por el análisis de patrones.
En Colombia, la gran cantidad de contextos funerarios excavados es inversamente proporcional a los intentos de explicación de las causas de variación de las prácticas mortuorias. Esto se traduce en que, al final, la excavación y reporte de los contextos funerarios poco aporta a la comprensión de las condiciones de vida y los procesos de cambio sociocultural del pasado. Tal vez la única zona en la que esta relación no es inversamente proporcional es el altiplano Cundiboyacense - centro de Colombia-, donde a la par que se han excavado grandes cementerios prehispánicos se han llevado a cabo análisis sistemáticos y como resultado se han propuesto explicaciones basadas en diferentes postulados teóricos. Dichos análisis pueden situarse en tres grupos de acuerdo con la perspectiva teórica en que se sustentan. En primer lugar están los estudios basados en la ecología, que sostienen que la variabilidad medioambiental, en tiempo y espacio, pudo ser un condicionante en la transformación de las poblaciones prehispánicas (Rodríguez, 1999, 2007). Un segundo grupo de trabajos se centra en el estudio de las variaciones en las prácticas mortuorias como expresión de cambios sociopolíticos (Boada, 1998, 2000; Giedelmann, 1999; Langebaek, 2000, 2003; Langebaek et al., 2011; Pradilla, 2001). Finalmente, estudios recientes buscan observar las singularidades en las prácticas mortuorias como correlato de prácticas chamánicas y por ende mediadas por la religión (Rodríguez, 2011a, 2011b).
Los estudios antes mencionados constituyen sin duda un aporte fundamental a la comprensión de las sociedades prehispánicas del altiplano Cundiboyacense, no obstante, suponen propuestas que merecen ser sometidas a un riguroso escrutinio. Es necesario anotar que algunas de estas propuestas se basan en análisis sistemáticos de conjuntos significativos de tumbas (Boada, 1998, 2000), en tanto otros lo hacen enfocándose en conjuntos reducidos o incluso casos específicos (Rodríguez, 2011a). Bien sea que se pretenda dar cuenta de procesos sociopolíticos o religiosos, lo cierto es que tanto patrones como singularidades solo pueden ser inferidos mediante exámenes sistemáticos de conjuntos de datos. Ya sea que se quiera identificar la tumba de un líder político o la de un líder espiritual, tales individuos solo podrán ser identificados como variaciones a patrones observados estadísticamente. Un ejemplo es suficiente para ilustrar esta situación. Rodríguez (2011b: 139) sostiene que la práctica de enterrar vasijas, volantes de uso y demás artefactos junto a los muertos es indicativa de la creencia en una existencia después de la muerte, similar a aquella que se tenía en vida, por lo que era necesario enterrar al difunto con algunas de sus pertenencias que serían utilizadas en el otro mundo. No obstante, el estudio de Langebaek et al. (2015) en el sitio de Tibanica, con una muestra de más de seiscientas tumbas, demuestra que dicha práctica es más bien una rareza. En dicho sitio el 82% de las tumbas no poseían ajuar alguno, lo que invalida la hipótesis planteada por Rodríguez.
Sin embargo, uno de los mayores riesgos en el uso de conjuntos de tumbas procedentes de un solo sitio, o de tumbas de diferentes cementerios, es que tal vez no todas pertenezcan al mismo periodo, por lo cual es posible que la variabilidad observada en realidad corresponda a diferencias temporales (p. ej. Giedelmann, 1999). Por ejemplo, el análisis realizado por Boada (2000) del cementerio de Porta Alegre en Soacha, asume el conjunto de 117 tumbas como perteneciente al mismo periodo (Muisca), aun cuando las tumbas pueden ser ubicadas al menos en dos periodos diferentes (Therrien y Enciso, 1991), por lo que quizá el grado de diferencia entre ellas, aunque minúsculo, no necesariamente refleje diferencias de tipo político sino cronológico.
Si lo que se pretende es utilizar la variabilidad de las prácticas mortuorias como herramienta para el estudio de procesos sociales, políticos o religiosos, se impone entonces la necesidad de llevar a cabo análisis de patrones funerarios con un estricto control cronológico. El objetivo de este estudio es justamente ese. Construir un corpus de información con sólida base cronológica para estudiar los patrones existentes en las prácticas funerarias del altiplano Cundiboyacense.
Desarrollo sociocultural prehispánico en el altiplano Cundiboyacense
El altiplano Cundiboyacense es una extensa zona de aproximadamente 25.000 km² localizada en la cordillera Oriental, en el centro de Colombia. Es una altiplanicie fría, con una altura promedio de 2.700 msnm (véase Figura 1). Los primeros relatos hechos por los europeos en el siglo xvi informaron que allí habitaban comunidades muiscas organizadas en dos grandes cacicazgos, localizados en lo que actualmente es la ciudad de Tunja, al norte, y el municipio de Funza en cercanía a la actual ciudad de Bogotá, al sur (Anónimo, 1988 [c.a. 1537]). Desde entonces se ha entendido el altiplano Cundiboyacense como sinónimo de unidad cultural, haciéndolo coincidir con el territorio ocupado por los grupos muiscas (Botiva, 1989; Broadbent, 1964; Correa, 2004; Reichel-Dolmatoff, 1986; Restrepo, 1895). Solo recientemente se ha propuesto que dicha homogeneidad cultural tal vez esconde un alto grado de diversidad (Gamboa, 2010, 2015), pero aún no es claro el origen de ella o sus condicionantes.
La evidencia arqueológica indica que el poblamiento humano del altiplano Cundiboyacense se inició hace aproximadamente once mil años* (Correal, 1981; Correal y Van der Hammen, 1977). Se trata de grupos cuyo modo de vida se estructuraba en torno a la economía de apropiación (caza y recolección). La caza incluía una gran variedad de mamíferos, reptiles y aves, predominantemente curí, conejo y venado (Correal, 1979; Correal y Pinto, 1983; Correal y Van der Hammen, 1977; Groot, 1992). El utillaje lítico se componía de artefactos expeditivos, preferentemente elaborados con materia prima local y utilizados en una amplia variedad de tareas, sin especialización alguna (Nieuwenhuis, 2002; Pinto, 2003). En diferentes sitios arqueológicos pertenecientes a estos primeros pobladores han sido identificadas tumbas, lo que indica que los sitios de vivienda y procesamiento de comida eran a su vez rituales. Toda la evidencia arqueológica del denominado periodo Precerámico se localiza al sur del altiplano Cundiboyacense. Existen referencias a sitios en el norte que posiblemente datan de dicha época, pero no se dispone de información precisa al respecto (Rodríguez, 1999).
Transformaciones graduales en el modo de vida tuvieron lugar a partir del año 7000 a. p. dando origen a lo que se conoce como periodo Arcaico. Se supone que a partir de allí se inició la experimentación con plantas y animales, que llevaría posteriormente a la domesticación de especies como el curí y a la adopción de la agricultura alrededor del año 3000 a. p. (Loaiza y Aceituno, 2015). Cambios en la tecnología lítica indican mayor énfasis en el procesamiento de plantas desde el año 5000 a. p. (Ardila, 1984) y sitios como Aguazuque demuestran transformaciones importantes en la ritualidad, atestiguadas por prácticas de enterramiento comunal, a diferencia de las tumbas individuales que caracterizan al periodo Precerámico (Correal, 1990). El lapso comprendido entre los años 7000 y 3000 a. p. es sin duda el periodo arqueológico menos conocido en el altiplano Cundiboyacense, y los pocos sitios estudiados corresponden exclusivamente a la zona sur.
Comunidades sedentarias predominantemente agrícolas y portadoras de cerámica se pueden identificar plenamente hace 2400 años. Estas comunidades, denominadas Herrera, se extendieron por un amplio territorio, en ocasiones en forma de viviendas dispersas y en ocasiones formando verdaderos núcleos poblacionales (Argüello, 2016a; Langebaek, 1995, 2001). La relación entre estas primeras comunidades agroalfareras y sus predecesoras precerámicas y arcaicas es aún motivo de debate (Langebaek, 2019: 50-58). Para algunos investigadores, cada desarrollo sociocultural en el altiplano Cundiboyacense fue producto de alguna migración humana que implicó el reemplazo poblacional (Lleras, 1995), en tanto que para otros no existe discontinuidad entre los primeros pobladores y aquellos que entraron en contacto con los europeos en el siglo xvi (Rodríguez, 2007, 2011b). A diferencia de los periodos anteriores, sitios pertenecientes al periodo Herrera han sido consistentemente identificados a lo largo y ancho del altiplano Cundiboyacense. Mil años después de los primeros asentamientos permanentes, algunas de las mencionadas comunidades Herrera muestran evidencias de diferenciación social. No es claro el papel que pudieron desempeñar diferentes factores ambientales o demográficos, ni las fuentes de poder que fueron inicialmente movilizadas (sensuMann, 1986). Lo cierto es que al final de este periodo, aproximadamente hacia el año 400 d. C., en algunos asentamientos ciertos individuos y familias tenían prerrogativas, tales como el derecho a que sus cráneos fueran deformados al nacer, y poseían ciertos elementos de prestigio, como cerámica más fina o artefactos importados (Boada, 2007a; Langebaek, 2006; Salge, 2007).
En el año 1000 d. C. un aumento inusitado de población en todo el altiplano Cundiboyacense discurrió paralelo al desarrollo de sociedades de tipo cacical (Argüello, 2016a; Boada, 2006, 2007a, 2013; Fajardo, 2016; Langebaek, 1995, 2001). Diferentes líneas de evidencia, recolectadas en distintas escalas, son consecuentes con la idea según la cual un proceso de diferenciación social, aunque débil, tuvo lugar en diferentes zonas del altiplano Cundiboyacense (Fajardo, 2011; Henderson y Ostler, 2005; Rodríguez, 2013). Comunidades que antes vivían dispersas, ahora se encuentran concentradas en torno a centros de poder político y ritual (Langebaek, 2001); y aquellos lugares donde se había observado evidencia temprana de diferenciación social ahora la exhiben de forma consistente (Boada, 2007a).
Los procesos de diferenciación social iniciados durante el periodo Muisca Temprano (400-1200 d. C.) se acentuaron en el último periodo prehispánico, el Muisca Tardío (1200-1550 d. C.), cuyo fin estuvo marcado por la invasión europea en la tercera década del siglo xvi. La existencia de relatos y descripciones europeas sobre los cacicazgos muiscas generó durante muchos años la falsa imagen de que estas comunidades eran muy bien conocidas y que las fuentes del poder político estaban plenamente identificadas. Por más de un siglo, fue lugar común aceptar que los cacicazgos muiscas concentraban el poder político, económico y ritual, y que su grado de acumulación les tenía en la senda de convertirse en estados (Reichel-Dolmatoff, 1965, 1986). No obstante, la investigación arqueológica realizada en las últimas tres décadas no ha hallado evidencias sólidas del fuerte poder político de dichos caciques. En suma, aunque se reconoce la existencia de procesos de diferenciación social, ellos no son indicativos de una marcada desigualdad social. Es más, no es claro qué ámbito de la vida social dichos caciques realmente controlaban (Langebaek, 2008).
Una de las líneas de indagación que más ha sido utilizada en el estudio de los procesos de diferenciación social en el altiplano Cundiboyacense es la que aborda las prácticas mortuorias. Aunque todos los autores son enfáticos en advertir el muy bajo nivel de diferenciación social que puede ser observado en las diferencias mortuorias, también coinciden en insistir en que dichas diferencias en efecto se expresan en los enterramientos humanos (Boada, 1998, 2000; Langebaek, 2000; Langebaek et al., 2011, 2015; Pradilla, 2001; Rodríguez, 2011b). No obstante, la forma en que dicha expresión tiene lugar es aún motivo de debate. Por ejemplo, para Boada (1998, 2000) el mayor grado de diferenciación social se expresa en mayores diferencias en el tratamiento mortuorio, en tanto que para Langebaek (2000) un mayor grado de diferenciación puede motivar el intento de las élites de enmascarar tales diferencias mediante un tratamiento más equitativo de los muertos. De otra parte, Rodríguez (2011b) propone una opción intermedia donde, si bien existe alguna relación entre prácticas mortuorias y diferenciación social, otros factores como la cosmovisión podrían estar en el trasfondo de los cambios en las prácticas funerarias.
Variables y dimensiones de análisis en las prácticas mortuorias
Como se mencionó anteriormente, los estudios sobre prácticas mortuorias han demostrado que no es posible descartar a priori los planteamientos hechos por la arqueología procesual o por las arqueologías posprocesuales, lo que hace imperativo explorar las diferentes dimensiones que pueden influir en la configuración de los patrones funerarios y sus cambios a través del tiempo. Esto no significa adoptar una perspectiva ingenuamente inductiva en la cual se pretenda que los datos “hablen por sí mismos” y mágicamente muestren los patrones cuando se ponen todos los datos en un paquete estadístico. Es necesario, por el contrario, establecer criterios claros que guíen la exploración de los datos primarios.
Un análisis hecho por Carr (1995) sobre una muestra de 31 sociedades preestatales alrededor del mundo demostró que, contrario a lo planteado por algunas tendencias radicales de la arqueología posprocesual (Hodder y Hutson, 2003: 3), existen ciertos patrones en las prácticas funerarias que pueden ser efectivamente documentados. Estos patrones no solo responden a condicionantes sociopolíticos (sensuBinford, 1971, Saxe, 1970), sino también a creencias, valores y religión (sensuParker, 1999), por lo que es posible comprender también los fenómenos religiosos una vez se elimina el halo de excepcionalidad (Whitley, 2008). Más importante aún, el análisis de Carr concluyó que las prácticas funerarias raramente responden a las circunstancias de la muerte o a causales ecológicas, lo que significa que las prácticas funerarias no necesariamente son idiosincráticas, como fue postulado por las corrientes más radicales de las arqueologías procesuales, y por ende constituyen patrones que pueden ser observados en el registro arqueológico.
Los resultados del estudio de Carr indicaron que variables tales como la organización al interior de los cementerios, la cantidad de energía invertida y el tipo, no la cantidad, de objetos que componen el ajuar, son buenos indicadores de las diferencias sociales (variación vertical). De dichas variables, la diferencia en energía invertida es sin duda la que mejor da cuenta de las diferencias sociales, lo que confirma el planteamiento básico de Binford (1971) y Saxe (1970) (véase también Tainter, 1978), seguida por el tipo de objetos que componen el ajuar. Por el contrario, variables como la orientación y posición del cuerpo son determinadas por creencias y dictámenes religiosos (variación horizontal). De estas dos variables, la orientación del cuerpo parece ser la que mejor da cuenta de las creencias religiosas (véase Tabla 1).
Con el marco de análisis propuesto por Carr es posible entonces estudiar los patrones, pero también el grado de variación, en las prácticas mortuorias en al menos dos dimensiones. De una parte está la dimensión intra-societal que da cuenta de la variación vertical u horizontal al interior de una sociedad dentro de un periodo de tiempo determinado. Por otra parte está la dimensión temporal que permite documentar los cambios en la variación vertical u horizontal a través de diferentes periodos. Para llevar a cabo este estudio se requiere contar con una muestra de contextos funerarios que guarden al menos dos características: información sobre las variables antes mencionadas y la posición cronológica de los contextos funerarios. A primera vista, recolectar esta información parece tarea fácil, pero como se mostrará en el siguiente apartado, para alcanzar esos dos criterios es necesario reducir considerablemente la muestra si se pretende estudiar el caso del altiplano Cundiboyacense.
Un análisis comparativo controlado
Construcción de la base de datos
Aunque se han excavado cientos de tumbas en el altiplano Cundiboyacense, no todas poseen una datación confiable, lo cual constituye el principal inconveniente para la construcción de una base de datos útil al objetivo de este análisis. En la mayoría de estudios se asigna una cronología a todo un conjunto de tumbas (cementerio) con base en la datación de un reducido grupo de ellas (Boada, 2000; Langebaek et al., 2011). En otras ocasiones los arqueólogos sencillamente no hacen explícitos los criterios para asignar un periodo determinado a una tumba o grupo de ellas (Bonilla, 2008). Es necesario advertir, no obstante, que la datación de las tumbas no es tarea fácil. En la mayoría de los casos no contienen ajuar, que es el indicador más útil para asignar periodización, y la datación radiocarbónica de cada una de ellas es en exceso costosa. Finalmente, y lo que es más lamentable, se han excavado cientos de tumbas sin que a la fecha exista un reporte detallado de la excavación y de las características de los enterramientos (Becerra, 2010; Botiva, 1988).
De lo anterior se colige que el número de tumbas del altiplano Cundiboyacense que pueden ser objeto de un análisis sistemático se reduce dramáticamente. En pocas palabras, para realizar un análisis comparativo-controlado es necesario sacrificar la cantidad de información por la calidad de datos que pueden ser efectivamente analizados. De acuerdo con esa premisa, se revisaron todos los informes arqueológicos en los que se reporta el hallazgo de tumbas de la época prehispánica. Para poder ser incluida en la base de datos, una tumba debía pasar por dos filtros básicos: la posibilidad de asignar una cronología confiable y la existencia de información detallada sobre ella (dimensiones de la tumba, ajuar, individuo). Finalmente, se pudo construir una base de datos de 114 tumbas pertenecientes a diferentes periodos arqueológicos y zonas del altiplano Cundiboyacense (véanse Tablas 2 y 3). Esto último se hizo con el fin de evaluar el grado de diversidad de las zonas norte y sur del altiplano Cundiboyacense.
La decisión de seleccionar un conjunto de tumbas que puedan ser efectivamente datadas conlleva al menos dos sesgos que es necesario advertir. En primer lugar, dado que la forma más simple de datar las tumbas es a través de los artefactos que componen el ajuar (sobre todo vasijas de cerámica), existe un sesgo a favor de tumbas con ajuar. A su vez, en segundo lugar, una mayor relevancia fue dada a aquellas tumbas con datación radiocarbónica.
Prácticas funerarias y diferenciación social
Existen dos formas de medir la energía invertida en la construcción de una tumba: a través de la profundidad efectiva o por la sumatoria de la profundidad efectiva más otros elementos que impliquen tiempo y trabajo. La Figura 2 muestra el comportamiento de las tumbas de los diferentes periodos en el altiplano Cundiboyacense y el de cada zona por separado. La primera observación que se debe registrar es que a pesar de que el rango de tiempo cubre aproximadamente diez mil años, no se presentan cambios significativos en la profundidad promedio de las tumbas. En general, la mayor cantidad de tumbas, independientemente del periodo, tiene una profundidad entre 60 y 90 cm. Gracias a esta relativa homogeneidad, es posible advertir fácilmente cuando una tumba fue mucho más profunda que las demás, dentro de cada periodo. Contrario a lo esperado, los periodos donde existen tumbas con mayor profundidad son precisamente aquellos donde la información arqueológica indica que existieron sociedades igualitarias: Precerámico y Arcaico. Por el contrario, los periodos donde se supone existió algún grado de diferenciación social muestran un comportamiento más bien similar, sin alguna tumba que realmente exhiba una diferencia significativa en profundidad. Esta situación es ciertamente similar en las dos zonas.
En el altiplano Cundiboyacense solo se han documentado dos tipos de elementos que adicionan tiempo y trabajo a la inversión de energía representada por la labor de excavar la tumba: lajas y tratamiento del cuerpo; por lo que es posible evaluar cómo dichos elementos cambian o no la situación mostrada únicamente por la profundidad efectiva. Si se hace una equivalencia del trabajo invertido en trasladar una laja o preparar un cuerpo con los centímetros de más que eso implicaría en cavar dicha tumba, se puede obtener un estimado de la energía invertida. En los casos en los que hay presencia de lajas o tratamiento del cuerpo, ellos suponen un esfuerzo adicional que ciertamente modifica el resultado obtenido atendiendo únicamente a la profundidad efectiva.
En el norte del altiplano Cundiboyacense se encuentra, en cada periodo, una tumba que claramente se diferencia de las demás (véase Figura 3). Estas tres tumbas proceden de un barrio de élite en el sitio arqueológico El Venado (Boada, 2007a, 2007b). La tumba fechada en el periodo Herrera es la segunda más profunda de las 36 excavadas en todo el sitio y posee dos vasijas importadas. La mayor inversión de energía está allí representada por once lajas. Respecto al periodo Muisca Temprano, la tumba con mayor inversión de energía corresponde a un adulto, enterrado con un objeto importado. La tumba del periodo Muisca Tardío es de un individuo a quien se le recubrió el cuerpo con ocre y fue inhumado con dos objetos foráneos. El hecho de que sean precisamente las tumbas del barrio más rico de El Venado aquellas donde existe mayor inversión de energía durante los tres periodos en los que se ha atestiguado algún grado de diferenciación social, permite documentar una relación entre inversión de energía y diferenciación social. Si bien para cada periodo existe una tumba con mayor inversión de energía en El Venado, a medida que avanza la secuencia dicho indicador tiende a reducirse. En otros términos, aunque para cada periodo existe una tumba diferente a las demás, el grado de diferencia se reduce de forma paulatina. Esta situación había sido interpretada por Langebaek (2000) como un indicador de cambios en las fuentes de poder social, según lo cual un menor énfasis en la diferenciación mortuoria sería indicador del tránsito de la manipulación ideológica al control económico.
El sur del altiplano Cundiboyacense muestra un escenario completamente diferente. Durante el periodo Herrera las diferencias en inversión de energía son inexistentes y estas se hacen significativas a través del tiempo. En la tumba con mayor inversión de energía del periodo Muisca Temprano se inhumó un individuo joven cuya bóveda fue cubierta con cinco lajas de piedra, junto con una vasija de manufactura local (Botiva et al., 2013). La localización de dicha tumba parece corresponder a una de las comunidades que hacían parte del cacicazgo de Sopó (Jaramillo, 2015). Las tumbas con significativa inversión de energía del periodo Muisca Tardío se caracterizan por poseer algunas lajas (entre cinco y seis) y generalmente van acompañadas de vasijas locales (Boada, 2000; Botiva, 1988; Botiva et al., 2013; Cifuentes y Moreno, 1987). Sin embargo, la tumba con mayor inversión de energía para este último periodo presenta además un objeto importado (Cifuentes y Moreno, 1987). Lamentablemente, no se tiene mayor información respecto al contexto de los sitios donde fueron halladas las tumbas con mayor inversión de energía en el sur del altiplano Cundiboyacense. Aun así, es posible aseverar que el escenario de esta zona es consecuente con la propuesta hecha por Boada (1998, 2000) según la cual a mayor diferenciación social, mayor énfasis en las diferencias funerarias.
La segunda variable utilizada para monitorear posibles cambios que conducen a la diferenciación social es el tipo de objetos depositados en las tumbas como parte del ajuar. Como se mencionó, lo que importa aquí no es la cantidad de objetos sino el tipo, por lo que cuantificar la diversidad de ellos en cada ajuar es una opción inductiva para identificar patrones funerarios. La Tabla 4 muestra el promedio de diversidad de las tumbas por cada periodo y zona, obtenido mediante el Índice de Diversidad de Simpson. Al igual que lo documentado sobre la profundidad efectiva de las tumbas, resalta la poca variación en la diversidad de objetos a través de diez mil años, aunque desde el periodo Herrera existe una mayor cantidad de objetos disponibles tales como cerámica y orfebrería.
Los patrones encontrados gracias al Índice de Diversidad contradicen las expectativas respecto al proceso de diferenciación social que se supone tuvo lugar en el altiplano Cundiboyacense (véase Figura 4). Es solamente durante el periodo Arcaico donde un conjunto de tumbas excede significativamente el valor de diversidad que más se repite, por lo que es posible aseverar que es solamente en dicho periodo en el cual un conjunto de tumbas claramente se aleja de la tendencia del periodo. En los demás periodos las tumbas con mayor diversidad no se alejan de forma significativa del índice de su respectivo periodo. Más importante aún, no existe en ningún periodo o zona alguna tumba que claramente se diferencie de las demás, por lo que no es posible hallar un enterramiento que realmente resalte por su diversidad en el tipo de objetos.
Prácticas funerarias y creencias religiosas
Respecto a las variables que darían cuenta de cambios en las creencias religiosas (sensuCarr, 1995), es posible documentar una tendencia hacia una mayor diversidad de orientaciones de los cuerpos a través del tiempo (véase Figura 5). Para el periodo Precerámico se documentaron solamente cuatro orientaciones, en tanto que para el Muisca Tardío hay nueve. A su vez, las zonas norte y sur muestran diferentes escenarios. Desde el periodo Herrera el norte muestra un importante grado de diversidad, mientras que el sur presenta mayor diversidad al inicio de la secuencia (Precerámico y Arcaico), seguida de una disminución de la diversidad en los periodos Herrera y Muisca Temprano, y la mayor diversidad en el periodo Tardío. También difiere el periodo en el cual la tendencia respecto a las mayores proporciones de cuerpos con una u otra orientación cambia en el norte y en el sur. En el norte el cambio entre la mayor proporción de cuerpos orientados al Norte y la mayor proporción de cuerpos sin orientación específica tuvo lugar durante el periodo Muisca Temprano; en tanto que en el sur la tendencia a enterrar los cuerpos con posición Este se origina durante el periodo Herrera. En suma, si se asume la orientación del cuerpo como un correlato de las creencias religiosas, es posible documentar una tendencia a una mayor diversidad desde el periodo Precerámico hasta el Muisca Tardío. En el sur del altiplano Cundiboyacense, donde se posee una secuencia más completa, un cambio significativo tuvo lugar durante el periodo Herrera, mientras que en el norte dicho cambio parece haber ocurrido durante el Muisca Temprano.
La Figura 6 muestra los porcentajes de tumbas según la posición del cuerpo y su variación a través del tiempo. Como ya se ha venido anotando, resalta la enorme diferencia entre las zonas sur y norte. Es claro el predominio de la práctica de enterrar a los individuos extendidos en las sociedades agroalfareras del sur, en tanto que en el norte los mayores porcentajes corresponden a la posición flejada. Precisamente esta última posición fue la predominante en el sur durante los periodos Precerámico y Arcaico, tendencia que cambió a partir del periodo Herrera en el cual aparece la práctica de enterrar a los individuos en posición extendida, haciéndose mucho más común hacia el final de la época prehispánica. Puesto en perspectiva, el mayor cambio en los patrones de disposición del cuerpo tuvo lugar en la transición entre los periodos Arcaico y Herrera en el sur. A partir del periodo Herrera, tanto en el norte como en el sur, los patrones de disposición del cuerpo se mantuvieron prácticamente iguales hasta el final de la época prehispánica.
Es lógico que exista cierta correlación entre la posición del individuo y la forma de la tumba. Es así que los individuos flejados se encuentran generalmente en tumbas ovales o circulares y los extendidos en tumbas rectangulares. Al igual que lo observado respecto a la posición del cuerpo, no existe variación en la forma de la tumba durante los periodos Precerámico y Arcaico, en los cuales las tumbas son ovales sin excepción (véase Figura 7). Este tipo de tumba, y su variante circular, son las más comunes en las dos regiones durante el periodo Herrera. El cambio más importante tuvo lugar en el periodo Muisca Temprano en el sur, cuando aparecen las tumbas rectangulares, las cuales se hacen predominantes durante el Muisca Tardío. Si se comparan las prácticas de norte y sur se observa que el norte es muy homogéneo, presentando casi exclusivamente tumbas ovales o circulares (es posible que dicha diferenciación en realidad sea producto del registro hecho por los arqueólogos), a través de todos los periodos. Por el contrario, la aparición de tumbas rectangulares a partir del periodo Muisca Temprano marca un importante contraste con el patrón que se venía dando desde el periodo Precerámico, caracterizado por tumbas ovales.
La comparación entre patrones de orientación del cuerpo, orientación y forma de la tumba propone escenarios ciertamente complejos y difíciles de compaginar. Se anotó que en el norte existe una mayor tendencia a la diversidad de orientaciones, pero las formas de las tumbas son extremadamente homogéneas. En el sur, existe una tendencia a la disminución en la diversidad de orientaciones originada en el periodo Herrera y una mayor diversidad al final de la secuencia, en el periodo Muisca Tardío, cuando la forma de la tumba tiende a hacerse justamente más homogénea. En cualquier caso, la incompatibilidad de los patrones de orientación del cuerpo y la forma de la tumba serían argumentos para descartar estas variables como correlatos de homogeneidad en las creencias religiosas. Observadas separadamente, podría argumentarse que la forma de la tumba, junto con la posición del cuerpo, es un buen indicador de la existencia de ciertas creencias compartidas y que por ende su variación temporal mostraría cambios en las creencias religiosas. Si se acepta este argumento, se tendría, como corolario, que el sistema de creencias que impone la manera como se debe disponer el cuerpo fue muy diferente en las zonas norte y sur del altiplano Cundiboyacense.
Patrones y variabilidad
Los análisis mostrados hasta aquí informan acerca del importante grado de variación en los patrones funerarios del altiplano Cundiboyacense. En primer lugar, se ha confirmado la premisa expuesta por diferentes investigadores respecto a la enorme diferencia entre las sociedades del norte y sur del altiplano Cundiboyacense. En segundo lugar, se han identificado algunas diferencias que podrían ser consecuentes con cierto grado de diferenciación social y cambios en las creencias religiosas. No obstante, en ninguno de los casos las diferencias parecen ser notorias, por lo que cabe preguntarse qué tan significativas son realmente esas diferencias o, puesto en otros términos, qué tan similares o disímiles son las tumbas analizadas y qué variables son las que permiten algún tipo de agrupamiento.
El análisis multidimensional de un conjunto de 65 tumbas confirma que la diferencia regional norte-sur es suficientemente significativa como para permitir distinguir claramente las tumbas de una y otra región (véase Figura 8). A renglón seguido, las diferencias temporales permiten subdividir dichos conjuntos con relativa facilidad. Aspectos como la variación en la forma de la tumba muestran cambios importantes en las formas de religiosidad de manera preponderante en la transición entre los periodos Herrera y Muisca Temprano en el norte y en la transición entre el Muisca Temprano y Muisca Tardío en el sur. Finalmente, las tumbas con mayor inversión de energía en los periodos Herrera y Muisca Tardío, ambas localizadas en el norte, resaltan entre las demás, lo que a su vez reafirma su importancia.
Resumen y conclusiones
El análisis comparativo de un conjunto de tumbas prehispánicas procedentes del altiplano Cundiboyacense, de las cuales se conoce su cronología, brinda la posibilidad de observar ciertos patrones funerarios y su variación a través del tiempo. El primer aspecto que es necesario destacar es la gran diferencia que existe entre los patrones funerarios del norte y sur del altiplano Cundiboyacense. Basándose en los relatos europeos de los siglos xvi y xvii, los primeros investigadores del pasado indígena de esta región establecieron un área cultural homogénea, el área muisca, donde se suponía vivían grupos muy semejantes entre sí (Restrepo, 1895; Uricoechea, 1971 [1854]). Esta premisa se mantuvo durante casi todo el siglo xx (Botiva, 1989; Broadbent, 1964; Reichel-Dolmatoff, 1986), y solo recientemente ha sido cuestionada (Gamboa, 2010, 2015). El análisis precedente contribuye a demostrar la existencia de dicha variabilidad y aporta profundidad cronológica. Es claro que desde el periodo Herrera, primer momento para el cual es posible la comparación entre norte y sur, ya existían diferencias importantes entre estas dos áreas. Teniendo en cuenta que las diferencias se materializan fundamentalmente en la forma de la tumba y la disposición del cuerpo, es posible entonces aseverar que los sistemas de significado agrupados en torno a la experiencia religiosa de unas y otras comunidades fueron disímiles, sobre todo a partir del periodo Muisca Temprano.
Una vez establecido un importante grado de variación en los patrones funerarios del norte y sur del altiplano Cundiboyacense, es posible evaluar la variabilidad propia de cada área, dentro de cada periodo, y entre diferentes periodos. La existencia de tumbas datadas en los periodos Precerámico y Arcaico en el sur permite documentar los patrones funerarios en un lapso de al menos diez mil años. La similitud de las tumbas en los periodos Precerámico y Arcaico es consecuente con la idea de poblaciones pequeñas y muy homogéneas, políticamente igualitarias. Cambios fundamentales en los patrones funerarios discurrieron paralelamente a la adopción de la agricultura y la vida sedentaria. Durante el periodo Herrera se aprecian los primeros indicios de diferenciación social en la zona norte, mientras que en el sur pareciera que este proceso solo inició al final de dicho periodo.
Durante el periodo Muisca Temprano la distinción de algunos individuos enterrados en lugares centrales es marcada por la disposición de lajas en las tumbas. Puesto en perspectiva, el traslado y disposición de lajas en las tumbas es el único indicio certero de que esos individuos podían tener ciertas prerrogativas, lo que reafirma la premisa anticipada por otros investigadores según la cual las diferencias sociopolíticas escasamente se reflejan en el tratamiento mortuorio. Durante este periodo las diferencias entre norte y sur del altiplano son más marcadas. La posición del cuerpo y por ende la forma de la tumba son completamente distintas en estas dos zonas. Dicha distinción sería indicativa de diferencias sustanciales en las creencias religiosas. Por otro lado, el alto grado de variación en la orientación de los cuerpos permite sospechar que tal vez esta variable no es indicativa de las creencias religiosas pues, si lo fuera, esto atestiguaría una variabilidad enorme en las creencias religiosas durante cada periodo, lo que invita a nuevos análisis para determinar qué tipo de prácticas sociales dictaminaron dichos patrones funerarios.
Las diferencias en la energía invertida en las tumbas de algunos líderes políticos del Muisca Tardío definitivamente no se corresponden con el poder que se les había asignado en los relatos europeos del siglo xvi. La disposición de algunas lajas en las tumbas fue el único privilegio otorgado. No existe en estas tumbas alguna variedad en los objetos, y en términos generales son tan modestas como las de los demás miembros de la comunidad. Tampoco hubo cambios sustantivos en los patrones de creencias durante este periodo. En el norte, los individuos continuaron siendo enterrados de la misma forma en la que se hacía desde el periodo Herrera; y en el sur, la tendencia originada en el periodo anterior simplemente se reafirma.
El estudio sistemático de una muestra de 114 tumbas ha demostrado que las sociedades que habitaban el altiplano Cundiboyacense en época prehispánica exhibían un alto grado de variación regional. El control cronológico dado a este análisis ha permitido entender en qué momentos se dieron cambios significativos y en cuáles existió cierta continuidad. Se corrobora que las diferencias sociopolíticas definitivamente tienen un corolario en el tratamiento que algunos personajes recibieron, aunque la diferenciación entre élites y comuneros fue siempre modesta. A la par de dichas distinciones, este análisis informa sobre la posible diferenciación en las creencias religiosas, en una macro región que se consideraba compartía los mismos patrones religiosos.
Tal vez la conclusión más importante que arroja este estudio es la reafirmación de que las prácticas funerarias no son en modo alguno unidimensionales. En este sentido, es tan erróneo pensar que el único condicionante de las prácticas funerarias es la diferenciación política como lo es sostener que los patrones observados responden a alguna distinción de género o rol.
Finalmente, se ha enfatizado en el carácter reducido de la muestra, sobre todo para los periodos más tempranos, por lo que es necesario que los patrones observados a partir de ella sean contrastados con nuevos análisis basados en muestras estadísticamente más significativas. Esto se traduce en que es imperativo hacer un esfuerzo enorme para tratar de asignar cronología a las tumbas y, sobre todo, realizar descripciones detalladas de tales contextos, haciéndolos disponibles a los demás investigadores.
Agradecimientos
Las primeras versiones de este artículo fueron escritas mientras realizaba mis estudios doctorales en la Universidad de Pittsburgh, gracias a las becas Howard Heinz Endowment y Andrew Mellon Predoctoral Fellowship. En dicha universidad reconozco los aportes de Robert Drennan, Liz Arkush y Marc Bermann. Recolección de información y análisis adicionales, así como la escritura de la versión final, fueron realizados gracias al aporte económico de la Dirección de Investigaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
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Notas