Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


Reseña del libro El arco, el cuerpo y la seña. Cosmovisiones de la salud en la cultura nasa de Hugo Portela Guarín y Sandra Carolina Portela García*
Boletín de Antropología, vol. 35, núm. 60, pp. 217-222, 2020
Universidad de Antioquia

Reseña

Portela Guarín Hugo, Portela García Sandra Carolina. El arco, el cuerpo y la seña. Cosmovisiones de la salud en la cultura nasa. 2018. Popayán. Editorial Universidad del Cauca

Recepción: 28 Septiembre 2019

Aprobación: 10 Diciembre 2019

DOI: 10.17533/udea.boan.v35n60a11




Este libro presenta un acercamiento a la experiencia nasa de la salud y la enfermedad. Es un producto informado por más de treinta años de acompañamiento, según sus propias palabras, de los itinerarios terapéuticos de la gente de Tierradentro. Además, Carolina Portela y Hugo Portela nos ofrecen material para reflexionar sobre las complejidades que atraviesan las formaciones étnicas, sobre las muy intrincadas transformaciones de las fuerzas y las sustancias que ayudan a darle forma a la vida y al mundo nasa y, finalmente, sobre la práctica de la antropología médica.

Se trata de otro producto de la casa editorial de la Universidad del Cauca, que ha venido entregando con periodicidad sostenida una ya vasta biblioteca de antropología que contiene, entre traducciones y originales, obras básicas para las antropologías que luchan: las antropologías del Sur global, las del Tercer Mundo, las decoloniales, las que hacen crítica cultural o las que acompañan las luchas sociales. Y ese rasgo, antes de entrar en materia, es lo primero que quiero resaltar: este libro acompaña una dimensión a la vez íntima y cósmica, y en el mundo nasa lo íntimo es cósmico y viceversa, de la lucha indígena. Pese al lenguaje heredado del culturalismo y a la evidente distancia cosmológica entre los investigadores y los Nasa, los primeros nunca ponen en duda la realidad de los padecimientos, de las fuerzas o de los seres que obligan a los indígenas a vivir en busca constante del refrescamiento. En esa lucha se hacen evidentes la forma del mundo, los seres que lo habitan y lo hacen y las consecuencias (en términos de padecimientos humanos) que desencadenan todas esas vidas (humanas y otras) en su anudamiento.

El libro puede leerse en dos claves, ambas válidas: una eminentemente académica, que hace un aporte a los estudios sobre salud y enfermedad (con un argumento relevante acerca del lugar de la etnicidad en la configuración de estos sistemas médico-políticos), y presenta un depurado reporte etnográfico para la comprensión del mundo nasa; pero también puede leerse como un manual que permitiría una intervención informada de los profesionales de la salud no indígenas que trabajan en el mundo nasa. En cualquiera de esas lecturas es clara su relevancia para la actual antropología latinoamericana.

Tiene ocho capítulos que se pueden agrupar en unos que le ponen más cuidado a la discusión bibliográfica y otros que le ponen más cuidado a las “voces nasa”, como citan sus transcripciones. En el primer capítulo los autores ubican su antropología “dedicada a los estudios de la salud y la enfermedad” en una perspectiva poscolonial, con una aproximación semántico-pragmática. De este modo, deciden “pensar la salud-enfermedad como proceso biopolítico” y que en su práctica el “imperativo científico” y la “espiritualidad indígena” “respeten mutuamente sus puntos de vista”. El segundo capítulo presenta la forma de proceder que se fue dando a lo largo de tantos años. Los autores acompañaron los trayectos en busca de salud de los Nasa en una estrategia de “entrar y salir del territorio”. Esta estrategia dio cuenta de redes y campos de conocimiento que se hicieron evidentes gracias a “relatos e interpretaciones”. De lo contenido en esas narrativas, los autores se interesaron en tres asuntos sobre los cuales vuelven a lo largo del libro: la permanencia y la transformación cultural, la continuidad de relaciones de autonomía-dependencia con la sociedad nacional y la “dialéctica entre la fuerza étnica interior y el mundo de afuera”.

Los capítulos que siguen son una verdadera inmersión en otro mundo. Para fortuna de algunos, quienes tenemos el habitus académico mal alimentado y por tanto poco disfrutamos los estados del arte o las declaraciones de minicampo epistémico, lo que los autores llaman “la cosmovisión nasa” es generosa en páginas.

El mundo nasa está constituido por tres mundos. El mundo que está arriba, aéreo, “habitado por el sol, la luna, las estrellas, las nubes en sus diferentes formas y colores” y cuya conexión con “este mundo” son distintos fenómenos meteorológicos (p. 57). En el mundo de arriba se encuentran ksxa wala (quien genera la vida y el movimiento), kiwe yase (quien da los nombres), weetxahn (proveedor de enfermedad y podredumbre -es posible que enfermedad sea podredumbre-), ĭkthĭ (“el sabio del espacio”), daatxi (“espíritu del control social”) y, finalmente, los espíritus de los muertos recientes, quienes viven en las nubes. El ánimo de todos estos espíritus se puede interpretar prestando atención a las nubes. Los refrescamientos son, principalmente, lecturas de la atmósfera que se hacen con el cuerpo. Este mundo o “nuestra tierra” está compuesto por lugares salvajes, bravos o no cultivados (territorios sagrados, según los autores), en los cuales se manifiestan los seres espirituales de arriba y de abajo, y lugares cultivados o habitados por los seres humanos, preferiblemente en climas entre templado y frío (que los autores llaman territorios no sagrados o “el espacio territorial de lo cultivado”) (p. 62). “Lo que está más abajo” es el mundo que no se ve y al cual se puede acceder por cuevas o por nacimientos de agua. Allí habitan los pijaos, indios que se negaron al bautismo, “prefiriendo enterrarse vivos con todas sus pertenencias” (p. 63). A los sitios donde se encuentran sus restos los conocen como “guacas de pijao”. También vive debajo de este mundo “la gente pequeñita” o “gente sin rabito”, quienes viven del vapor de las comidas. El mundo, no es claro si el de abajo o todos, es sostenido por Santo Tomás, la “personificación en piedra de una fuerza”, quien mueve y aquieta la tierra: la mueve cuando se ablanda y la aquieta cuando se endurece. Santo Tomás es un cuerpo, pero es posible que todo sea un cuerpo.

En la triada trueno-ancestros-lagunas se encuentran los tres mundos y el saber relativo a ellos. Entre los seres humanos son los thě wala quienes puede advertir el equilibrio o el desequilibrio entre el frío y el calor que circulan por (y hacen parte de) los tres mundos. La enfermedad es producida por desequilibrios entre el calor y el frío, de tal manera que los padecimientos del cuerpo humano tienen su origen en desórdenes cosmológicos. Los autores tienden a señalar que existe una construcción cultural del mundo como un cuerpo y del cuerpo como “un territorio compuesto por agua, piedra, cumbres, cerros, huecadas, raíces, tallos, cogollos, hojas” (p. 81). Aunque lo hasta ahora enunciado es un “saber de todos” que se usa antes de acudir al thě wala, otros especialistas actúan en el cuerpo-mundo: las “calienta barrigas” o parteras, los yerbateros y los sobanderos.

El estado “fresco”, como opuesto a lo “caliente” y a lo “frío”, es la condición ideal. Por lo tanto, los cambios en la atmósfera tienen tanta incidencia sobre el cuerpo humano como sobre los grupos. En el primer caso como enfermedades o padecimientos de una persona y en el segundo como una alteración de las relaciones sociales o el estado de ánimo de grupos que pueden ir desde el Estado o las administraciones municipales hasta las facciones políticas. Las alteraciones del cuerpo humano provienen de distintos aires y emanaciones. Los autores revisan con atención “el hielo de muerto”, “el frío-hielo en los estados de la mujer” (la menstruación, el embarazo, el parto y la dieta), “el sucio” y las enfermedades producidas por “el arco”, “el duende”, “el cacique”, “los pulsos regados por susto”, “brujería”, “visiones” y “alimentos asoliados”. Hay enfermedades “venideras”, traídas por los blancos, cuya etiología es aérea o viaja por el aire: “el mal de ojo”, “la brasa” y “los nervios”. También hay enfermedades “apropiadas”, que han sido incorporadas (o están en proceso de serlo) al saber nasa: “el colerín”, “la gripe y la bronquitis” y “la tuberculosis”. Todas estas enfermedades son tratadas en distintos itinerarios terapéuticos. Eventualmente llegan a ser tratadas mediante las estrategias terapéuticas más relevantes para los autores: refrescamiento, limpieza y ofrecimiento. Son al mismo tiempo diagnóstico y tratamiento que buscan refrescar (al mundo, a las personas, a las relaciones humanas y a las relaciones con no humanos).

En el mundo nasa circula una presencia, los autores también la llaman principio genésico, denominada tay. Hay tay en los seres y en las cosas. Hay tay hielo (no vitalidad), tay frío (vitalidad), tay fresco (estado de vitalidad), tay calor en exceso (no vitalidad, muerte). El desequilibrio de tay puede ser advertido por los thě wala, quienes son sentidores e intérpretes de señas o visiones. Las señas circulan en el cuerpo de los médicos tradicionales de la punta del pie izquierdo a la punta del pie derecho o viceversa. En el primer sentido es signo de frescura. De derecha a izquierda es signo de enfermedad. Cuando hay enfermedad el trabajo consiste en acomodar las señas mediante el uso de plantas clasificadas en calientes o frescas; algunas son clasificadas también como bravas.

Unas páginas especialmente generosas de este libro son dedicadas a la enfermedad del arco. Hay por lo menos dos tipos de arco: el blanco, que sale de noche y parece un trapo blanco, y el rojo, que sale de día y parece un chumbe1 (el arco iris). El arco blanco y el arco rojo orinan: los humanos sienten esa orina como una llovizna. Ambos tienen pies y caminan. Cuando atacan a los humanos, a estos les salen granos, les da vómito y escalofrío, les pueden hinchar las piernas y pueden causar abortos o nacimientos de “animalitos” en las mujeres embarazadas. El arco ataca cuando los miembros del grupo no respetan a la naturaleza. Puede atacar también a los animales domésticos. Para que no los ataque, los humanos deben darle de comer una parte de los animales sacrificados que le dejan en el lugar donde pone sus pies (lugares inundables como ciénagas, pozos o nacimientos de agua). Como no puede ser curada por la medicina occidental, esta enfermedad es la clave del análisis que objetiva las diferencias y los conflictos entre los saberes y prácticas médicas involucradas en su posible tratamiento.

En el capítulo ocho (itinerarios terapéuticos), Portela y Portela documentan de forma sensible los diferentes senderos que recorren voces particulares en busca del tratamiento de sus dolencias. Unas voces humildes y honestas nos cuentan con cierta extensión cómo llegaron las dolencias y cómo fueron tratándolas con resultados desiguales. No solo van de uno a otro entre los especialistas nasa, sino que también acuden a la medicina alopática en hospitales o a saberes campesinos no indígenas. Esas series de eventos dan para múltiples especulaciones sobre la identidad y las luchas, pero como suele ocurrir con nuestro trabajo (el de quienes hacemos antropología) tal vez lo más relevante sea haber consignado lo que dicen y lo que hacen los nasa de Tierradentro en caso de enfermedad.

El texto se acompaña, pero habría que decir que también se explica, con unas ilustraciones preciosas, que pueden ser material para una exploración textual distinta. La gran belleza de estas ilustraciones solo es igualada por algunas de esas voces nasa. Unos muy útiles cuadros sinópticos sirven como resumen de la información que presenta de manera detallada los itinerarios terapéuticos, la clasificación de las enfermedades y su etiología. Son uno de los resultados más contundentes de las investigaciones que nos presentan los autores. Junto a ellos se encuentra un glosario en el que sobresalen poderosos conceptos nasa relativos a los malestares y a las fuerzas o sustancias que los tratan o que los provocan. Todo esto contribuye a que los lectores se antojen de una comprensión más profunda del mundo nasa. En este sentido, los autores cumplen con lo que se espera de un buen libro de antropología: educan y antojan.

Pero también dejan las puertas abiertas para dos caminos que la antropología debe empezar a tomarse seriamente. Por una parte, nuestros textos deben enfrentar cuestiones teórico-metodológicas: ¿qué supone asumir que el mundo nasa no solo es lógicamente posible (que es la salida teórica de Hugo Portela y Carolina Portela), sino que es verdadero y en él viven los nasa y por él luchan los nasa (lo que se demuestra gracias a este juicioso trabajo de documentación)? Esto nos debe poner a pensar en otros términos porque lo cierto es que los exitosos términos de la antropología, como los de cualquier disciplina, se terminan gastando y estamos obligados a encontrar otros (que también se gastarán). Tal vez las nociones de cultura y cosmovisión ya no digan nada de vidas siendo vividas porque en el mundo de la hiper-representación la cultura es una generosa concesión de los cultos y la cosmovisión una de esas palabras de los antropólogos para decir una cultura extraña (es decir, leída como fundamentalmente falsa por la más bienintencionada de las lecturas). No creo que la salida sea descolonizarnos a punta de neologismos políticamente correctos. Eso, entre muchos otros problemas, es odiosamente excluyente. Creo que las palabras clave (esas con las que hacemos teorías) ya están dichas y nuestra tarea será la de recuperar su valor explicativo, pero no en un ejercicio filológico, sino más bien uno que vuelva a decir las vidas. Las palabras no comunican significados: ellas, junto al trabajo, la fiesta, el viento, el agua y la tierra, hacen la vida. Quienes hacemos antropología en países como el nuestro deberíamos estar más preocupados por encontrar palabras comprensibles que sirvan para lo que las necesitamos.

El otro camino que este libro nos obliga a pensar, y que ha sido mucho más difícil para la antropología académica, es el establecimiento de puentes, tarabitas o arcos con los profesionales de salud del Estado que atienden a poblaciones indígenas, negras o campesinas. Este libro en manos de esos funcionarios… O mejor, los cuadros sinópticos en manos de esos profesionales, son potencialmente una herramienta de reconocimiento y de lucha. Junto a ellos, la cuidadosa descripción del sistema de señas durante los rituales (refrescamientos, ofrecimientos y limpiezas), deberían ser parte de un programa educativo para no indígenas que vivan en el mundo nasa. Esa dimensión del trabajo antropológico se ha perdido por distintas razones durante los últimos años.

Este libro, mediante esas fulguraciones de objetividad que terminan siendo los cuadros sinópticos o mediante esos rumores de vitalidad que son las voces nasa, nos devuelve los pies a la tierra: y esa es otra buena forma de decir nuestra tarea.

Referencias bibliográficas

Portela Guarín, Hugo y Portela García, Sandra Carolina (2018). El arco, el cuerpo y la seña. Cosmovisiones de la salud en la cultura nasa. Editorial Universidad del Cauca, Popayán. 251 páginas.

Notas

1 El chumbe es una faja tejida multicolor que usan las mujeres alrededor del vientre. El uso del chumbe se justifica por el mantenimiento del vientre caliente y por la necesidad de los cuerpos que trabajan de estar fuertes, duros o sostenidos. Hasta hace poco los niños eran chumbados (fajados del cuello a los pies) para que sus huesos crecieran fuertes.
* Como citar: Suarez, Luis Alberto (2020). El arco, el cuerpo y la seña. Cosmovisiones de la salud en la cultura nasa. En: Boletín de Antropología. Universidad de Antioquia, Medellín, vol. 35, N° 60, pp. 217-222. DOI: http://dx.doi.org/10.17533/udea.boan.v35n60a11


Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por