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Reflexiones sobre las políticas de recuperación artesanal en América Latina y su relación con la Colección del Laboratorio Etnología “María Eugenia Bozzoli” en Costa Rica
Reflections on craft recovery policies in Latin America and its relationship with the Collection of the Ethnology Laboratory “María Eugenia Bozzoli” in Costa Rica
Réflexions sur les politiques de récupération artisanale en Amérique Latine et sa relation avec la Collection du Laboratoire d’Ethnologie « María Eugenia Bozzoli » au Costa Rica
Reflexões sobre as políticas de recuperação artesanal na América Latina e sua relação com o Acervo do Laboratório de Etnologia “María Eugenia Bozzoli” na Costa Rica
Boletín de Antropología, vol. 38, núm. 66, pp. 15-45, 2023
Universidad de Antioquia

Dossier


Recepción: 03 Abril 2023

Aprobación: 31 Julio 2023

Publicación: 26 Noviembre 2023

DOI: https://doi.org/10.17533/udea.boan.v38n66a3

Resumen: Este ensayo está orientado a reflexionar sobre algunas de las ideas y acciones que motivaron las políticas de recuperación de bienes artesanales en América Latina desde, 1940, lo que contribuye a enmarcar el surgimiento del interés por las artesanías en Costa Rica y, posteriormente, en la Universidad de Costa Rica, ambos antecedentes de la Colección de Artesanías del Laboratorio de Etnología “María Eugenia Bozzoli Vargas” de la que también se habla en el presente trabajo.

Palabras clave: Artesanías, colecciones, antropología, Costa Rica, América Latina.

Abstract: This essay is aimed at reflecting on some of the ideas and actions that motivated the policies for recovery of craft goods in Latin America since 1940, which contributes to framing the emergence of interest in crafts in Costa Rica and, later, at the University of Costa Rica, both antecedents the Collection of Crafts of the Laboratory of Ethnology “María Eugenia Bozzoli Vargas” which is also discussed in the present work.

Keywords: Crafts, Collections, Anthropology, Costa Rica, Latin America.

Résumé: Cet essai vise à réfléchir sur certaines des idées et des actions qui ont motivé les politiques de récupération des produits artisanaux en Amérique latine depuis 1940, ce qui contribue à encadrer l’émergence d’un intérêt pour l’artisanat au Costa Rica et, plus tard, à l’Université de Costa Rica, tous deux précédents de la collection d’artisanat du laboratoire d’ethnologie « María Eugenia Bozzoli Vargas », également abordée dans cet ouvrage.

Mots clés : Artisanat, collections, anthropologie, Costa Rica, Amérique latine.

Resumo: Este ensaio tem como objetivo refletir sobre algumas das ideias e ações que motivaram as políticas de recuperação dos bens artesanais na América Latina desde 1940, o que contribui para enquadrar o surgimento do interesse pelo artesanato na Costa Rica e, posteriormente, na Universidade de Costa Rica, ambos antecedentes do Acervo do Artesanato do Laboratório de Etnologia “María Eugenia Bozzoli Vargas”, que também é discutida neste trabalho.

Palabras clave Artesanato, coleções, antropologia, Costa Rica, América Latina

A la memoria de Tatiana Lobo Wiehoff (1939-2023)

Introducción

En la década de 1940 surgen en América Latina una serie de acciones de atención a las prácticas de bienes artesanales realizadas por distintos grupos sociales, entre los cuales se encontraban las poblaciones indígenas. Con el transcurrir del tiempo, esas acciones se convirtieron en políticas de recuperación artesanal llevadas a cabo por gobiernos, por instituciones públicas, por sectores de la cooperación internacional y por organizaciones. El objetivo de este ensayo es reflexionar sobre algunos aspectos de esas políticas para comprender los orígenes de la Colección de Artesanías que el Laboratorio de Etnología de la Universidad de Costa Rica tiene bajo su resguardo y, finalmente, referirse a esta.

El ensayo se nutre de información proveniente de fuentes bibliográficas, de documentos institucionales, de la experiencia del trabajo con la Colección de Artesanías de la Universidad de Costa Rica y de datos cuantitativos obtenidos de la base de datos de dicha colección. El documento se organiza en tres apartados. En el primero se plantea un panorama general de las políticas de recuperación artesanal en América Latina; en el segundo se hace un breve recuento histórico del surgimiento del interés por las artesanías en Costa Rica, articulado a ese contexto latinoamericano de discusión sobre los bienes manuales; en el tercero se mencionan las prácticas de recuperación de artesanías en la Universidad de Costa Rica (UCR) en la que participaron personas que tenían acceso a esas discusiones internacionales; además, se caracteriza la Colección de Artesanías del Laboratorio.

Panorama general de las políticas de recuperación artesanal en América Latina

En América Latina, como es sabido, la colonización, el capitalismo, la modernización y las políticas genocidas, etnocidas o de asimilación cultural dirigidas contra grupos indígenas, tuvieron un impacto negativo sobre los pueblos originarios de la región, sobre el medio ambiente que habitaban y sobre sus prácticas culturales. Este fue el caso de la elaboración manual de artefactos con fines domésticos, económicos, de intercambio y ritual, los cuales se conocen en la actualidad como artesanías y que en la década de 1940, presentaban una disminución de la cantidad y la diversidad de objetos.

Desde la Colonia, las personas artesanas de comunidades indígenas se enfrentaron a la necesidad de vender sus bienes manuales en las calles y mercados de las ciudades, a la transformación del valor de uso de los objetos por el valor de cambio y comercial, así como a la relación desigual en el mercado con los artefactos elaborados mecánicamente, por aquellos importados de Europa y, más tarde, por los bienes industriales producidos en cantidades masivas, en serie, a gran escala, en poco tiempo y con materiales sintéticos. Paulatinamente, se impuso una oposición binaria entre la labor manual de creación de objetos y la producción industrializada. Más aún, dominó una sobrevaloración de los objetos vistos como modernos y un desprecio hacia lo artesanal (Chamorro, 2006, p. 8), muchas veces considerado anticuado.

La situación de la práctica artesanal y de las comunidades indígenas preocupó a políticos, intelectuales y líderes indígenas por el temor de desaparición de una actividad muy antigua de producción de artefactos con instrumentos simples, nutrida de conocimientos milenarios construidos colectivamente al calor de la comunidad, cultura y entorno ecológico, transmitidos de generación en generación, diseñados con estéticas que daban una identidad al conjunto inspiradas en motivos culturales o en la ecología del lugar y fabricados con recursos materiales locales que guardaban un equilibrio ambiental.

La preocupación surgió en un escenario de fuerte cuestionamiento a las políticas aplicadas a los pueblos indígenas desde la llegada de los españoles, dominadas por el darwinismo social o por el exterminio. Los congresos indigenistas, como el Primer Congreso Indigenista Interamericano -celebrado en Pátzcuaro, en abril de 1940-, la creación del Instituto Indigenista Interamericano (III) en esa misma celebración, los indigenismos latinoamericanos de la época en los cuales la antropología tuvo una importante participación, cuestionaban la idea de lo indio como una carga y abogaban por una integración social. Además, se fortalecían los movimientos sociales indígenas que luchaban por los derechos ancestrales y por la autonomía de sus pueblos. Aun así, el capitalismo y los procesos de occidentalización avanzaban en las comunidades indígenas transformando su cultura y dejando miseria económica.

El conocimiento sobre ese complejo escenario puede consultarse en obras como la de Manuel Marzal (1998), Luis Villorio (1996) y Andrés Fábregas Puig (2021), entre otras existentes; en este ensayo solo interesa mencionar que en ese contexto surgió la idea de poner en valor el capital simbólico de la actividad artesanal como un recurso de articulación de los pueblos indígenas al mercado nacional e internacional. Con esta perspectiva, a partir de 1940 hasta el presente se empezaron a realizar acciones a favor del sector artesanal, así nombrado. En tales acciones influyó el asombro que producía en habitantes criollos las y los artesanos indígenas con dedos ágiles, productores de objetos que llamaban la atención, hechos con materiales y conocimientos muchas veces desconocidos. También incidió la visión antropológica del mundo que impulsaban profesionales en la disciplina en los distintos países de América Latina, cuya trayectoria ha sido recuperada por artículos y libros que describen la historia de las antropologías locales y, en el caso de Centroamérica, por el trabajo de María Eugenia Bozzoli Vargas y Margarita Bolaños Arquín (2015). La antropología latinoamericana se nutría de una de las promesas que está presente en los orígenes de la disciplina en Europa y en Estados Unidos: conocer al otro interno para mejorar la realidad de la sociedad moderna (Marcus y Fischer, 2000, p. 19). Así, se anhelaba que la difusión de la práctica artesanal de comunidades indígenas generara una reflexión social sobre el impacto nocivo que tenía la producción de objetos industrializados tanto en la destrucción del medio ambiente como en la profundización de la cultura consumista. A la vez, la promesa, a través de los indigenismos de la época, ofrecía un bagaje teórico y metodológico para transformar a ese otro mediante formas de aculturación, en este caso, en el mundo mercantil capitalista, posteriormente, en el empresarial.

Quienes apreciaban la diversidad cultural por su aporte a la riqueza de la humanidad contribuyeron con la investigación, revalorización, salvaguarda, fomento y recuperación de las producciones culturales ancestrales en riesgo de desaparición, como las prácticas artesanales de los pueblos indígenas. También promovieron la aculturación mencionada que se llevó a cabo en relaciones de tensión entre lo artesanal y el capitalismo, generándose resistencias, sobrevivencias, pugnas, colaboraciones, encuentros, desencuentros y negociaciones entre distintos sectores. Durante más de 80 años hasta hoy, personas de instituciones públicas, privadas, nacionales e internacionales, conjuntamente con el sector artesanal, han trabajado con el tema de las artesanías; pensamientos y acciones conformaron políticas de cooperación locales y nacionales -más adelante regionales e interregionales-. Las políticas abarcaron ámbitos de trabajo como los siguientes:

  • Fundación de museos y centros de artesanía. Dedicados al tema de la cultura popular y el folclor en los cuales se incluyeron las artesanías como parte de una práctica popular, folclórica y tradicional realizada por personas indígenas, campesinas o de otros grupos.

  • Creación de programas, oficinas y fondos nacionales e internacionales. Para incentivar la investigación y la producción de artesanías. En ocasiones las oficinas de fomento artesanal se incorporaron a los ministerios de industria, comercio y turismo, como en el caso de Costa Rica.

  • Fomento de la organización social de o para artesanos y artesanas. Se promovió la conformación de cooperativas y asociaciones con articulación entre grupos de artesanos a nivel regional, interregional y mundial, acompañados de procesos de capacitación en el tema.

  • Emisión de declaraciones a nivel nacional e internacional. Se hicieron declaraciones, resoluciones, acuerdos, normativas y legislaciones nacionales o internacionales orientadas a la protección y fomento de la actividad artesanal o de temas más amplios como el folclor en el cual se incluyó la producción de bienes manuales.

  • Celebración de eventos, reuniones y creación de organizaciones internacionales para impulsar las artesanías. Con el auspicio de entidades como las siguientes: Organización de las Nacionales Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), Organización de los Estados Americanos (OEA), Organización Internacional del Trabajo (OIT), Fundación Interamericana de Estados Unidos (IAF), Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), Agencia de Cooperación Internacional Alemana (GIZ), Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), Banco Mundial (BM), entre otras. Es importante no olvidar acontecimientos históricos que enmarcan el interés de esas entidades por la cultura en América Latina, como la guerra fría, el papel geopolítico que jugaba América Latina en esta y la “celebración” del V Centenario del encuentro entre América y España. Hay que tomar en consideraración que algunas personas de América Latina lograron insertarse en organizaciones internacionales para trabajar en el tema a nivel latinoamericano; por ejemplo, la colombiana especialista en folclore y artesanía Inés Chamorro se desempeñó en el Programa de Artesanía de la OEA, entre 1962 y 1989 (Chamorro, 2006, p. 21), y el antropólogo mexicano Daniel Rubín de la Borbolla fue contratado por esta misma organización en 1974 (Rubín, 2007, p. 8).

  • Planificación de capacitaciones y asistencia técnica con eventos educativos nacionales e internacionales. Con el fin de fortalecer el diseño de las artesanías y de los tintes, acorde con las tradiciones culturales de las personas artesanas y con reflexiones sobre la cultura local. Se impartieron cursos para el mejoramiento de la producción de materia prima con prácticas ecológicamente sustentables, así como formación en el ámbito económico, empresarial, administrativo y mercadeo para que la producción de los objetos, definida como una industria artesanal, tuviera impacto en el mercado nacional, regional y mundial.

  • Incentivos para la promoción y comercialización artesanal a nivel nacional e internacional. Se organizaron espacios para la venta de artesanías como mercados y ferias, se realizaron exposiciones con ventas y concursos de artesanías, además, se propusieron políticas y convenios de exportación artesanal.

En cada uno de esos ámbitos se realizaron acciones con periodicidad constante, varias de las cuales permanecen hasta hoy. Fueron complejas debido a la diversidad de enfoques teóricos, posturas ideológicas e intereses que las sustentaban, orientados por el reconocimiento y recuperación de la diversidad cultural, ansias de modernización, lucha contra la pobreza en comunidades indígenas y campesinas, construcción de la identidad nacional a partir de las culturas autóctonas, defensa del medio ambiente con producción de bienes ecológicos, hasta el deseo de conformar industrias artesanales con visiones empresariales que lograran obtener un lugar importante en el mercado mundial. Cabe destacar que si bien en sus inicios las políticas se orientaron principalmente hacia las poblaciones indígenas, también se incluyeron otros grupos como el sector de oficios y artesanos existentes desde la colonia en las ciudades, afrodescendientes y toda la diversidad cultural que puebla el territorio latinoamericano, según se manifiesta en cada país.

Con el fin de tener una visión de las acciones que se realizaron en los ámbitos anotados, en la Tabla 1 se exponen algunos ejemplos, con la aclaración de que la elaboración de un mapa-cuadro completo que dé cuenta del panorama de las políticas de recuperación en América Latina es una tarea futura:

Tabla 1
Ejemplos de acciones de políticas de fomento artesanal en América Latina a partir de 1940

Fuente: elaboración propia

Con estas acciones, y muchas otras más se esperaba que la producción de objetos fuera un medio de ingreso de recursos monetarios para superar la pobreza; que las personas artesanas se profesionalizaran, organizaran, solidarizaran, tomaran conciencia de las fortalezas de la actividad; que tuvieran conocimiento del contexto mundial, establecieran contactos más allá de la comunidad, aprendieran la lógica del mercado capitalista y colocaran sus artesanías en este con mejores condiciones para impactarlo; que desarrollaran una “personalidad integrada con su cultura, su comunidad y su tiempo; también su relación armónica con ese mundo exterior que le demarca el usuario (mercado) y que le permita desarrollarse como individuo con independencia y solidaridad” (Lombera, 2007, p. 8). Es decir, las políticas se orientaron a dotar al sector artesanal de herramientas para enfrentar las expansión capitalista con la esperanza de que sus bienes obtuvieran un lugar en la economía capaz de vencer las concepciones negativas que generó la colonia sobre estos. Más aún, se tenía la expectativa de revertir la desaparición de objetos, conocimientos, técnicas y materiales que desde 1592 venía ocurriendo. Así, los siete ámbitos de acción de las políticas fueron motores de cambio, entre los cuales, posiblemente, dominaron los tópicos de la pobreza de las comunidades indígenas, de la desaparición de bienes manuales y de la transformación de la práctica artesanal en una “industria” fuerte.

Las políticas también tenían el propósito de sustituir el consumo capitalista depredador por un consumo sostenible. Esto se podía lograr ofreciendo a la sociedad productos singulares con un valor sociocultural ancestral, producidos con técnicas, instrumentos y materiales respetuosos del medio ambiente. A la vez, las políticas funcionaron como mecanismo de diálogo y cooperación local, regional e interregional, con el deseo de lograr integración en los tres espacios necesarios en un mundo dominado por la internacionalización o la globalización desde finales del siglo XX.

Discusiones provenientes de Europa y América Latina nutrieron las políticas, introdujeron otros puntos de vistas y cuestionaron visiones dominantes sobre el tema. Desde los planteamientos de Lombardi Satriani (1975) dados a conocer desde 1966 en Italia, García Canclini (1982) y Bonfil Batalla (1988), ambos en México, la producción de artesanías en el capitalismo podía representar:

  • Una respuesta cultural contestataria más que una respuesta subalterna a la cultura consumista dominante.

  • Una hibridación cultural más que una cultura enajenada, la cual incorporaba al modo de vida de los pueblos indígenas y otros grupos, nociones de gestión empresarial y económica para moverse en el capitalismo.

  • Una decisión con cierto grado de autonomía más que una decisión impuesta, tomada por el sector artesanal en coordinación con grupos nacionales e internacionales para vincularse con la economía de mercado.

En el período 1980-2007, acontecimientos en América Latina enfatizaron en la idea de la artesanía como factor de desarrollo capaz de luchar contra la pobreza, lo cual implicaba continuar con el enfoque de la comercialización de las artesanías, que también dominaba en el escenario (Navarro Hoyos, 2013, p. 5). Entre estos hechos se señalan los siguientes: los proyectos de artesanía de la Organización Internacional del Trabajo en la década de 1980; el concepto de la dimensión cultural como factor de desarrollo humano del Informe Nuestra diversidad creativa (UNESCO/OMPI, 1996); las políticas para el sector artesanal de América Latina y del Caribe de la Oficina Regional de Cultura para América Latina y el Caribe (ORCALC), en el 2004; la publicación del número 6 de la revista Cultura y Desarrollo de la ORCALC, Dinámica de la artesanía Latinoamericana como factor de desarrollo económico, social y cultural (Benítez, 2007), en el 2007. Además, tesis de antropología (Luján, 1990), artículos de investigación (Alberti, Rivera, Mendoza y Vázquez, 2008; Vega, 2013), entre otros, trataban el tema del mercado, la comercialización o lo empresarial de la actividad artesanal.

En algunas de las discusiones que se dieron en el contexto planteado estuvo presente el problema de la descolonización de la mirada. Así, Rafael Rivas de Benito, secretario general del Noveno Seminario Iberoamericano de Cooperación Técnica en Artesanía, España (2004), expresó lo siguiente:

Hemos aprendido que en América los tiempos no son los europeos, ni las esperas, ni tan siquiera las miradas y los silencios. A veces no lo son ni las palabras, aunque parezca que en esas comunidades se habla el mismo idioma. Quienes conocen bien la artesanía de Iberoamérica coincidirán conmigo en que hay un idioma especial de los artesanos, sean o no indígenas, que es un idioma hecho de palabras, medias palabras, ritos, gestos y silencios… hemos aprendido que lo más importante de todo este mundo en que nos hemos desenvuelto han sido y son, sin duda alguna, los artesanos y artesanas que, en ingente número realizan con sus manos la realidad de América (Rivas de Benito, 2005, p. 17-18, énfasis añadido).

Cooperantes de países del denominado primer mundo, expertos, promotores, técnicos, capacitadores, diseñadores, voluntarios, políticos, representantes de estados y profesionales en su interacción con el sector artesanal reflexionaron sobre sus acciones y valorizaron a las personas artesanas como constructoras de la realidad de América Latina. Esto aconteció en un contexto en el cual las políticas desarrollistas impuestas desde arriba eran cuestionadas por los movimientos sociales y se buscaban otras vías e incluso alternativas al desarrollo. Por ello, aun cuando en las políticas de fomento dominó la idea de que había que ayudar a la persona artesana a tomar conciencia sobre su cultura y sobre el capitalismo, también estuvo presente la búsqueda de respeto entre maneras de producción de artefactos con lógicas opuestas:

  • Bienes etnológicos creados manualmente con conocimientos ancestrales, con recursos del entorno local, usados sosteniblemente y portadores de identidad cultural.

  • Bienes capitalistas producidos industrialmente, dirigidos al consumo efímero exacerbado, productores de desechos que dañan la ecología.

En el diálogo-tensión histórico el sector artesanal se ha transformado. Las personas de comunidades indígenas se han profesionalizado como expertos en política, economía, ecología, derecho internacional, entre otras áreas. Desde el lugar de expertos y con los saberes provenientes de sus tradiciones culturales cuestionan los sistemas jurídicos, las organizaciones económicas mundiales que impiden el desenvolvimiento de los sistemas de producción de las artesanías acordes con la cultura originaria. Cuentan con mayores herramientas para posicionarse frente a los retos mundiales del siglo XXI, que desde las políticas nacionales e internacionales, en el marco de la globalización y del turismo, impulsan sellos de originalidad, de calidad y de buenas prácticas ambientales. Además, llevan a cabo acciones concretas para proteger sus bienes artesanales como la mola en Panamá (Valiente, 2007).

Este resultado positivo no se tradujo de esa forma en la descolonización de la relación entre la elaboración de artesanías en América Latina y el mercado capitalista. El capitalismo informalizó esta práctica al convertirla en una economía mayoritariamente de subsistencia por cuenta propia, realizada por personas o familias sin condiciones laborales adecuadas, muchas veces con la participación de empresas que obtienen mayores ganancias que las que reciben las personas artesanas. La informalización (Lombera, 2007, p. 5) muestra que la actividad se articuló desigualmente al mercado a través de su singularidad cultural. Aresio Valiente afirma lo siguiente:

hay un crecimiento de “barreras”, no solo de “defensa”, sino, desde los países desarrollados, de “ataque” a los sistemas productivos informales del “tercer mundo”. Entre ellos se encuentran las artesanías, pues salvo los Sistemas Generales de Preferencia (SGP) graciosamente otorgados por los países centrales a los periféricos sobre algunos y escasos productos artesanos, la mayoría no está liberada de las restricciones de ingreso. Se sabe que esta situación no es novedosa para los artesanos, quienes a lo largo de la historia, desde la revolución industrial hasta nuestros días, han transitado por caminos sinuosos que los llevaron a aventurarse para sostener, como fuere, su creación productiva. La cuestión es: ¿Qué hacer para que este proceso de inestabilidad y de conflictos encuentre a los artesanos mejor posicionados ante la crisis? (2007, p. 5).

Las políticas de fomento de la práctica artesanal y las estrategias para dotar a las personas artesanas de herramientas para insertarse en el capitalismo no han logrado que esa economía expanda su sistema de valores por la sociedad. Esta situación se agravó a partir de 1990 hasta el presente 2023, cuando la actividad ha estado expuesta a procesos de profundización de la economía neoliberal y de la globalización. Tales procesos han creado patrones estandarizados de producción y de diseño de las artesanías dirigidas al sector turístico, lo que puede causar la disminución de la diversidad; así lo hacen notar investigaciones como las de Giselle Chang en Costa Rica (2015). Además, América Latina se enfrenta a la expansión de los mercados de artesanías producidas en China, India y Nepal, entre otros. Algunos de esos objetos tienen altos costos, también hay otros similares a los de la región a precios muy bajos. Tiendas como Pequeño Mundo en Costa Rica ofrecen canastas de mimbre a precios menores que los precios de las canastas locales.

Este panorama general de las políticas de fomento artesanal en América Latina es el contexto en el cual también se llevan a cabo las acciones de recuperación artesanal en Costa Rica, como se verá a continuación.

Breve recuento histórico de la artesanía en Costa Rica

Se conoce información de lo que hoy se denomina artesanía en Costa Rica desde la época colonial a través de documentos que mencionaban los objetos que poseían los pueblos de indios desde tiempos prehispánicos y que eran tomados por los españoles. Posteriormente, estudios arqueológicos realizados en el país, como los del sueco Carl Vilhelm Hartman, en 1896, dan cuenta de estos bienes. Según los arqueólogos costarricenses Sergio García y Marco Arce, Hartman fue informado de la existencia de un yacimiento de barro rojo de donde se obtenía este material, posiblemente usado para la fabricación de cerámica, entre otros fines (García y Arce, 2012, p. 12). Es importante no olvidar las conexiones entre el arte precolombino y los objetos manuales elaborados en la Colonia. Hubo continuidad y recuperación de conocimientos ancestrales.

Tanto en la Colonia como en la Costa Rica independiente a partir de 1821, la producción manual de artefactos de pueblos indígenas y de campesinos se articuló a la vida económica urbana y a la lógica de mercado, según lo atestiguan bandos emitidos por la Municipalidad de San José para regular las ventas en la ciudad (Araya, 2021). Como en otras partes del mundo, esta práctica convivió en una relación de desigualdad con los objetos producidos por el sector de artesanos y oficios, de lo cual da evidencia el recuento histórico que hace Jun Nash (1994) de las transformaciones que enfrentó la producción de artículos como cerámicas, textiles, petates y objetos de piedra en Mesoamérica. Así, indígenas pobres y campesinos pauperizados en calidad de vendedores ambulantes ofrecían en las calles de la ciudad mantas de algodón, sombreros de paja, cestas de bejuco, cantimploras, sudaderos o mantas para silla de montar, petates, sogas de fibras vegetales, cueros crudos y curtidos (Araya, 2021, p. 173), utensilios, figuras decorativas de barro o de madera, entre otros bienes. Por su parte, personas artesanas, muchas veces con la participación de miembros de la familia nuclear o extensa, trabajaban en talleres urbanos de maquila de rebozos, de sombreros de tela y de implementos de cuero que abastecían el mercado formal. Algunos de estos talleres se convirtieron en pequeñas fábricas manufactureras produciendo desigualdades al interior del sector de oficios y artesanos.

A partir de 1840 empezaron a llegar a Costa Rica artesanos urbanos de otros países (Rodríguez, 1993, p. 193). Tanto las personas indígenas que elaboraban objetos manuales como quienes producían bienes manufacturados en las ciudades eran llamados artesanos. De ambas formas de producción desarrolladas en el espacio rural o en el urbano se generarán en el siglo XX en Costa Rica dos tipos de artesanías: la de tradición indígena y la de tradición mestiza, esta última mezcla rasgos culturales indígenas, coloniales y republicanos (Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica, 19 de marzo del 2021, p. 5).

El año 1862 es significativo en la difusión de la producción artesanal debido a que el país llevó a la Exposición de Londres “algunas manufacturas como hilos, cueros, esteras y hamacas” (Gólcher, 1998, p. 80). Las esteras y las hamacas son producciones de grupos indígenas como los bribri, también usadas por otros pueblos que habitaban en América Latina. Tiempo después, Costa Rica presentó en la Exposición Colombina Universal de 1893 en Chicago, organizada con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de América, un Palacio Indígena de 32 metros de largo, 19 de ancho y 16 metros de alto, elaborado con todas las maderas existentes en el país (Gólcher, 1998, p. 85). En vidrieras y anaqueles se exhibió cestería y pasamanería (p. 86). La cestería incluía canastas elaboradas de fibras vegetales por comunidades indígenas y campesinas con fines rituales, agrícolas y para trasladar productos del campo a la ciudad. Esas creaciones se solicitaron a agricultores, industriales, negociantes, artistas y artesanos (p. 86).

En 1949, el conocimiento de las artesanías avanzó ya que el Museo de Arqueología y Etnología Americana, de la Universidad de Harvard, publicó en inglés el libro Los borucas de la antropóloga y arqueóloga Doris Stone Semurray, norteamericana, quien llegó a Costa Rica en 1939. En el momento de la publicación del libro en cuestión, Stone era presidenta de la Junta del Museo Nacional del país (Bolaños y Carvajal, 2015, p. 131), se había graduado en Estados Unidos en 1930 con una tesis sobre las figuras mayas en Honduras (Ibarra, 2016, p. 3), conocía el contexto de este país y de Costa Rica. Además, participaba de las discusiones y reuniones académicas internacionales -por ejemplo, los congresos de americanistas- en donde estaba presente el tema de la recuperación y resguardo de las producciones de prácticas culturales tradicionales, indígenas, populares y folclóricas, como se explicó en la primera parte de este ensayo.

Por lo anterior, no es casual la publicación de Los borucas, en la que Stone presenta 63 objetos producidos manualmente con materiales del entorno, algunos documentados con fotografías y dibujos. Estos artefactos cubren todos los quehaceres económicos, sociales y culturales de las comunidades indígenas de Boruca en Talamanca: bolsos, mecapales (red para cargar bultos con la frente y la espalda), cestas, guacales, jícaras, vasijas, pieles, arcos, flechas, lanzas, canoas, remos, cuernos de ganado vacuno como instrumento agrícola, escobas, telas de mastate, juegos como cuepa y trompo de madera con clavo, morteros, instrumentos de cocina, telares, ornamentos decorativos, mazorcas, picos de tucán y plumas, vestidos y atuendos. Cabe destacar que 74 años después de la publicación de la obra de Stone, la antropóloga costarricense María Eugenia Bozzoli Vargas la tradujo al español con un prólogo que da cuenta de su importancia para el conocimiento de las artesanías. Así, el libro representa un referente de colecciones de artesanía en el país, en este caso de la colección del Laboratorio de Etnología, sobre todo si se considera que algunos de los objetos que documenta Stone están presentes en esta.

En 1975, la Oficina de Planificación (OFIPLAN) de Costa Rica creó el Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria, influenciado por las discusiones mundiales presentes en foros y reuniones internacionales sobre el peligro de desaparición de las prácticas manuales de comunidades tradicionales, entre ellas las indígenas, así como por la necesidad de recuperarlas, según se explicó en el primer apartado de este documento. En general y en concordancia con esas discusiones, se planteó que esas comunidades enfrentaban pobreza económica y debilitamiento de sus prácticas culturales debido al avance de la cultura occidental, a la venta de artículos industrializados en establecimientos comerciales cerca de pueblos indígenas, al desconocimiento nacional de la producción ancestral, a la deforestación que restringía el acceso a materias primas para las artesanías, al estigma de ser indígena y al desprecio por el modo de vida de estas poblaciones.

Giselle Chang Vargas, antropóloga costarricense, resume el escenario nacional de la década de 1970 (1986; 1995, p. 159) y cuestiona las acciones que se estaban realizando por responder a una “cultura burguesa” cuyas personas aficionadas seguían “modas” (1995, p. 159) y habían pasado de la “negación al reconocimiento en el mercado” (1995, p. 155) de las producciones manuales, en este caso, indígenas. La “moda” se convierte en un dato que permite hablar de las relaciones o conexiones entre las políticas de recuperación artesanal en América Latina y las que se realizaban en el país a través del Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria. Este programa seguía tres ideas dominantes: combate a la pobreza en comunidades indígenas, recuperación de las prácticas manuales tradicionales y articulación de la producción artesanal al mercado capitalista. Puede ser visto como una política pública a nivel nacional (Salazar, 2020, p. 22), que profundizó los procesos de mercantilización que desde la Colonia habían introducido el valor de cambio en la producción artesanal de los habitantes autóctonos del país, pero también que buscó fortalecer la actividad proponiéndose tareas (Lobo, 1980) que iban más allá de lo económico:

  • Resguardar el valor cultural de las artesanías y divulgarlas.

  • Estimular la creación uniendo las prácticas colectivas con la imaginación individual.

  • Investigar y proteger diseños, materias primas y tecnologías tradicionales asociadas a los objetos.

  • Organizar a las personas artesanas.

  • Asignar valor económico a los objetos.

  • Abrir espacios comerciales para la venta.

  • Evitar intermediarios o acciones especulativas.

  • Aumentar la productividad.

El Programa emprendió un gran reto con las personas artesanas de siete comunidades indígenas de Costa Rica: Rancho Grande, Guatuso, Palenque Margarita, Guaymí, Boruca, Curré y Cocles. Organizó actividades como: ferias, exposiciones nacionales de artesanía, talleres de artesanías en centros penitenciarios, sondeos o encuestas sobre la situación de la artesanía en el país, padrón de artesanos, transformaciones legislativas para proteger al sector y plan de conservación y fomento de las artesanías. En 1978, el Programa pasó al Instituto Nacional sobre Alcoholismo (INSA) y a la Asociación Nacional pro desarrollo de la Artesanía (ANDA). Esta asociación se fundó en 1972 durante el gobierno presidencial de José Figueres Ferrer; fue creada por su esposa Karen Olsen Beck, quien estuvo articulada a la comunidad internacional que promovía las políticas de recuperación artesanal en América Latina como primera dama de la República y, posteriormente, como diputada en la Asamblea Legislativa. En la nueva etapa del Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria se avanzó en la comercialización de las artesanías, en la investigación de materias primas y tintes, se crearon Juntas de Artesanos, se realizó un seminario de artesanos indígenas y se participó en los eventos internacionales promovidos por los organismos que impulsaban las políticas de recuperación artesanal en América Latina.

Se destaca que la persona encargada de coordinar el Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria y varios de los eventos realizados fue la reconocida escritora chilena nacionalizada costarricense, Tatiana Lobo Wiehoff. El antropólogo Fernando González Vásquez da testimonio de los aportes de Lobo en el tema:

Mi relación con Tatiana surgió del trabajo conjunto en comunidades indígenas a partir de un programa de investigación y revitalización de sus artesanías tradicionales, por ese entonces prácticamente ignoradas en el país, al igual que todo lo concerniente a sus culturas, tanto en el aspecto material como espiritual. Según me contaba, cuando inició su labor en este campo, observó cómo debido a su condición de marginalidad, algunos indígenas se avergonzaban de sus creaciones artesanales que los delataban como indios; estigma producto de la colonización y neocolonización. Afortunadamente tal actitud cambió por completo a través del tiempo, pasando inclusive al orgullo y creo que ella dio su contribución en ese sentido (González, 2002, p. 2, énfasis añadido).

Caracterizó a Lobo un gran interés por lo indígena, presente en las actividades que practicaba en ese momento como ceramista (véase Figura 1), dibujante y diseñadora. También se hará notar en su obra literaria de gran envergadura.


Figura 1
Cerámica de 42 mosaicos, 68 x 155 cm. Diseño y producción de Tatiana Lobo con motivos indígenas, 1970 (aprox.).

Similar a las ideas contenidas en las políticas de recuperación de artesanías en América Latina, Lobo, quien había estudiado en Chile y en Madrid, tenía la visión de que la producción de bienes artesanales indígenas, a través del Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria, podía posicionarse en el mapa del mercado nacional e internacional y contribuir a revalorizar los objetos manuales tanto como a recuperarlos. Por ello, trabajó con el sector artesanal y con las comunidades indígenas (Comunicación personal, 6 de enero del 2023), representando un enlace importante entre los pensamientos sobre el tema artesanal generados a nivel latinoamericano y las acciones realizadas en el país. También fue el enlace más antiguo que se ha podido encontrar con los orígenes de la Colección de Artesanías del Laboratorio de Etnología, como se verá en el siguiente apartado.

Prácticas de recuperación de artesanías en la Universidad de Costa Rica y conformación de la Colección del Laboratorio de Etnología

En 1980, el Área para Centroamérica de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) propuso el Proyecto Integral de Incremento de Desarrollo Artesanal y Agrícola en una zona indígena en Costa Rica (Proyecto OIT/RFA/77/RLA/6) con el eje artesanal y el agrícola (Bozzoli, 19 de diciembre de 1980, 11 de junio de 1981), con participación de instituciones del país y coejecutado por la Universidad de Costa Rica, entidad pública de educación superior fundada en 1940.

La iniciativa fue apoyada por el Convenio Internacional sobre Poblaciones Indígenas y Tribales No. 107 de la OIT. Partió de la preocupación por la situación económica de las comunidades indígenas y por la desaparición de prácticas manuales autóctonas, ambas ideas calaron profundo en las políticas del país. Al respecto, un dato interesante es un artículo del periódico La República que daba a conocer dicha iniciativa cuyo título expresaba “Artesanía bribri: Un legado de nuestros antepasados en peligro de extinción” (Blanco y Murillo, 10 de mayo de 1981, énfasis añadido).

Bajo este contexto se inició el sub Proyecto Integral de Incremento de Desarrollo Artesanal dirigido y ejecutado por la Vicerrectoría de Acción Social de la Universidad, con la participación de la misma Organización Internacional del Trabajo, el Departamento de Antropología del Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ), el Ministerio de Trabajo del país (MT), el Instituto Nacional sobre Alcoholismo (INSA) y las comunidades participantes. En ese momento, la antropóloga María Eugenia Bozzoli Vargas era la vicerrectora de Acción Social (1976-1981). Bozzoli se había graduado en Estados Unidos, había contribuido con la fundación de la carrera de Antropología en la institución -junto con el arqueólogo Carlos Humberto Aguilar Piedra-, había investigado en las comunidades indígenas en el país, estaba empapada de las discusiones antropológicas sobre el tema en América Latina y participaba en eventos internacionales. Con este conocimiento y experiencia, en calidad de vicerrectora y de antropóloga, impulsó la participación del Departamento de Antropología de la institución -tenía tres años de fundado-, de estudiantes del Trabajo Comunal Universitario (TCU) y del Centro Regional de Limón, que gestionó un lugar para las ventas de artesanía (Calvo, 30 de setiembre de 1980). Todas las instituciones o entidades aportaron recursos humanos y económicos. La Universidad de Costa Rica recomendó a la antropóloga Carmen Murillo Chaverri, directora del proyecto, y a Tatiana Lobo, asistente especialista; el Ministerio de Cultura nombró a Fernando González en la asesoría.

El sub Proyecto se ejecutó de febrero de 1981 a febrero de 1983, y continuaba con el enfoque de la comercialización de las artesanías que implementó el Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria y con el énfasis de investigación, producción y organización del sector artesanal, con el fin de contribuir con el mejoramiento de las comunidades indígenas y de la práctica de elaboración de bienes manuales. En 1981, Karen Olsen y María Eugenia Bozzoli firmaron un convenio para impulsar la investigación y el Fomento de la Artesanía Indígena en Talamanca entre la Asociación Nacional para el Desarrollo de la Artesanía (ANDA) y la Universidad de Costa Rica.

Tanto el Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria como el sub Proyecto Integral de Incremento de Desarrollo Artesanal en Costa Rica fueron laboratorios en los cuales representantes de instituciones nacionales e internacionales, estudiantes universitarios, personas formadas en la antropología, artesanos y artesanas integrantes de las comunidades indígenas, emprendieron acciones en favor de la práctica manual de elaboración de objetos. Además, ambos proyectos le permitieron a Tatiana Lobo, durante las giras de campo a las comunidades indígenas, ir conformando por interés propio y con sus recursos una colección de piezas con el fin de tener una muestra representativa de estas y contribuir con el fomento de esa práctica. Se compraron más de 52 objetos a las personas artesanas (véase Figura 2).


Figura 2
Máscara boruca, Costa Rica, de 14 x 28 cm. Colección de artesanías conformada por Tatiana Lobo, 1975 (aprox.).

En 1988, según los documentos institucionales, Lobo donó su colección al Laboratorio de Etnología (Chavarría, 25 de mayo de 1988). Treinta y cinco años después, ella manifestó que la colección fue adquirida con recursos públicos (Comunicación personal, 6 de enero del 2023), la cual mantenía en el taller de cerámica de su casa por la falta de un lugar institucional adecuado para resguardarla. Por eso, la trasladó al Laboratorio. El antropólogo Omar Hernández Cruz, coordinador de esta entidad en ese momento, la consideró importante para hacer exposiciones universitarias, evidenciar estilos de manufactura y decoración, servir a investigadores e inspirar a artistas populares (16 de febrero de 1988).

Este fue el origen de la Colección de Artesanías del Laboratorio de Etnología “María Eugenia Bozzoli Vargas” (LEMEBV), en un contexto nacional e internacional que venía impulsando acciones para recuperar y salvaguardar la producción de bienes artesanales y, a la vez, lograr que las personas artesanas tuvieran un lugar en el mercado mundial. Es una de las 195 colecciones que tiene la Universidad de Costa Rica bajo su resguardo (Barboza, 6 de septiembre del 2022). Durante el transcurrir de los 83 años de esta institución pública, su personal académico, administrativo y estudiantil conformó colecciones usadas en la docencia, la investigación y la acción social. Las colecciones abarcan las artes visuales, salud, bibliotecas, archivos -documentos, fotografías, cintas magnetofónicas-, colecciones vivas en reservas ecológicas, historia natural, museos -insectos, zoología- e historia y memoria. En esta última se sitúa la Colección Arqueológica del Laboratorio de Arqueología “Carlos Aguilar Piedra” y la de Artesanías del Laboratorio de Etnología (Barboza, 6 de septiembre del 2022).

El Laboratorio de Etnología, hoy coordinado por la antropóloga Claudia Palma Campos, ha sido una entidad clave en el desarrollo de la docencia, la investigación y la acción social de la antropología social en la Universidad de Costa Rica. Se creó en 1980 en el Departamento de Antropología (DA), fundado este último en 1977. La historia de la Antropología en esta universidad puede ser consultada en los trabajos de Margarita Bolaños (1993), Janina Bonilla (1994), Eugenia Ibarra (2010), Olga Echeverría y Margarita Bolaños (2015), María Eugenia Bozzoli (2016) y, más reciente, en Ma. Carmen Araya (2022), entre otros. Para los efectos de este ensayo, baste indicar que el Laboratorio de Etnología en el 2007 pasó a ser parte de la Escuela de Antropología cuando esta se conformó y en el 2017 se trasladó al nuevo Centro de Investigaciones Antropológicas (CIAN) (Araya, 2022, p. 5), dirigido por Onésimo Rodríguez Aguilar. En este Centro se propuso en el 2020 el proyecto “Manejo, puesta en valor y divulgación de las Colecciones del Laboratorio de Etnología ʻMaría Eugenia Bozzoli Vargasʼ” bajo la coordinación de quien suscribe este ensayo y como resultado del esfuerzo conjunto entre el Laboratorio, el Centro y la Vicerrectoría de Acción Social para atender las colecciones, entre ellas la de artesanía. Esta colección se encontraba en riesgo, ya que las piezas estaban empacadas desde el 2014 cuando la Facultad de Ciencias Sociales se trasladó de un viejo a un nuevo edificio. Por ello se planteó un plan de trabajo, aún en marcha, que comprende los siguientes aspectos:

  • Investigación sobre la historia de las artesanías para darle contenido a los objetos.

  • Atención de las piezas: registro, descripción, base de datos, fotografía, inventario, cuantificación, exploración estética.

  • Transformación de la bodega de artesanías en un centro de acopio de artesanías: compra de mobiliario, descontaminación del sitio, asignación de un lugar para salvaguardar cada pieza, creación de etiquetas.

  • Mantenimiento de las piezas: eliminación de termitas, hongos, patógenos, desinfección y limpieza para alargar la vida útil de cada artesanía.

  • Preparación de productos de divulgación: artículos o ensayos, cortos audiovisuales, exposiciones y un libro que incluirá todo el trabajo con selección de imágenes en grande y un catálogo de las piezas.

La Colección se encuentra almacenada en el Centro de Acopio de Artesanías ubicado en las oficinas de este mismo Laboratorio. Ingresar a este espacio es acceder a un mundo extraordinario de objetos con estilos, materiales, colores, decorados, técnicas de elaboración y funciones maravillosas, pero ante todo es entrar a la producción de bienes manuales, principalmente, de pueblos indígenas (véase Figura 3).


Figura 3
Centro de acopio de artesanías, LEMEBV, 2023. a) Puerta de ingreso, se muestran máscaras de la Mascarada tradicional costarricense; b) Estantería con cestería, máscaras, jícaras, guacales y objetos de madera; c) Vitrinas con recipientes, collares, cantimplora de calabaza, colador de jícara e instrumentos musicales como maracas, tambor y guitarras.

La Colección de piezas se conformó durante 35 años, fueron dadas al Laboratorio con el interés de que sirvan a la docencia, la investigación y la acción social. Hasta el momento se conocen las siguientes donaciones:

  • La donación de Tatiana Lobo citada en este ensayo.

  • El Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura y Juventud donó una colección de Artesanía Centroamericana en el 2005, por interés de Giselle Chang Vargas. Chang había trabajado en varias dependencias del Ministerio de Cultura y Juventud y participado en comisiones nacionales e internacionales relacionadas con el patrimonio material e inmaterial. En el 2004 ingresó a Régimen Académico de la Universidad de Costa Rica y del 2005 al 2012 coordinó el Laboratorio de Etnología, desde donde gestionó el traslado de las piezas.

  • El antropólogo estadounidense Jim Weil llevó al Laboratorio dieciocho piezas de cerámica chorotega de la región de Nicoya, Costa Rica, utilizadas con fines docentes y de investigación durante su estancia en Costa Rica como profesor visitante en el 2006. Weil ha publicado artículos y libros de sus investigaciones sobre cerámica en el país (Weil, 2010; Weil y Herrera, 2014).

  • El sociólogo costarricense Gerardo Suárez Garcés dio al Laboratorio diez instrumentos de cacería en los que hay arcos, flechas, arpones y una cerbatana. Estos fueron adquiridos a través de Arturo Morales Pita, awá, durante la década de 1970 en Talamanca, cuando Suárez trabajaba con María Eugenia Bozzoli Vargas en la Vicerrectoría de Acción Social, asimismo, cuando viajaba a Amubri, Talamanca, con su esposa María de los Ángeles Moya Vargas para realizar la tesis conjunta de Licenciatura en Sociología.

  • Algunas piezas como las máscaras grandes de la tradición de la Mascarada costarricense fueron adquiridas a personas artesanas (véase Figura 3).

  • Se sabe que colegas de la antropología de la Universidad de Costa Rica y de otras instituciones en el país donaron piezas, pero no se tienen los datos correspondientes.

Las artesanías se elaboraron entre 1960 y 1990, y comprenden un total de 591 de las cuales se ha podido determinar que 463 (78.34 %) son de tradición indígena. Las restantes 132 artesanías (21.66 %) están en estudio y podrían ser de tradición mestiza, que también incluye su articulación con lo indígena. Entre estas se encuentran máscaras de la tradicional Mascarada costarricense (Chang, 2007) que se celebra en octubre y máscaras del teatro callejero El Güegüense, que se realiza en Nicaragua el día de San Sebastián en enero.

Según regiones y países, 361 (61.08 %) de las piezas provienen de Centroamérica, entre las cuales no se ha podido identificar el país ni los grupos culturales; otras 223 piezas (37.73%) también pertenecen a Centroamérica, pero sí se sabe el país de pertenencia que se refiere a Honduras, Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Panamá y Costa Rica. Hay mayor cantidad de artesanías de Costa Rica con 166 (28.09%); cinco piezas (0.85%) son de algún país de América Latina (1 collar de caracoles de mar de la Patagonia, Chile, 3 sombreros miniatura de charro mexicano y 1 figura del Ídolo Huari sobre un cuadro de yute, Lima, Perú); 2 piezas (0.34 %) de las cuales no se tiene información del lugar de pertenencia (véase Figura 4).


Figura 4
Piezas según región o país, Colección de Artesanías, LEMEBV, 2023

En la colección existen 315 (53.30 %) objetos individuales y 276 (46.70 %) objetos en juego; por ejemplo, 14 canastas miniatura unidas por una cuerda, 1 canasta mediana con 99 canastas miniatura, 6 cucharones de madera en forma de hoja, 1 vajilla miniatura de madera con 25 piezas; arcos con sus respectivas flechas, 2 máscaras antropomorfas de cerámica, 2 juegos de maracas, aisladores de calor de cestería y frutas en madera o en cerámica.

En la elaboración de las artesanías se emplean 8 tipo de materiales en los que domina la cestería o fibra vegetal con 226 objetos (38.24 %); la madera con 169 artesanías (28.60 %), la cerámica con 85 piezas (14.38 %) y los frutos con 46 objetos (7.78 %) (véase Figura 5). Los materiales son usados de formas diversas, en la cestería prevalecen las canastas de varios tamaños, también hay abanicos, ahumadores, bandejas, bolsos, móviles. Con la madera se confecciona una amplia gama de objetos desde instrumentos de caza y pesca, juguetes, cuadros, figurillas, frutas decorativas, platos, platones decorativos, cubertería, hasta instrumentos musicales. En la cerámica dominan las vasijas, hay máscaras, frutas y platones decorativas. Los frutos de calabaza, guacal, jícara y coco sirven para hacer recipientes, entre ellos, cantimploras usadas para llevar agua fresca con tapón de una porción del corazón de la mazorca u olote; también se usan para elaborar maracas, máscaras y objetos decorativos. Con la textilería se confeccionan vestidos, cinturones, bolsos, hamacas y alfombras.


Figura 5
Piezas según materiales, Colección de Artesanías, LEMEBV, 2023

La colección posee 102 objetos diferentes que se organizan en tipos, allí dominan las canastas y cestas (véase Tabla 2):

Tabla 2
Piezas de la Colección de Artesanías, LEMEBV, 2023

Fuente: elaboración propia.

Los objetos permiten comprender los cambios ocurridos en las prácticas manuales y las políticas de salvaguarda de las artesanías. Por ejemplo, se tiene lo siguiente:

  • Las maracas o sonajeras antiguamente tenían el mango de muslo de aves silvestres (Stone, 2013, p. 58), ahora son de madera como las maracas que están en la Colección del Laboratorio.

  • La Colección posee un cuerno de ganado vacuno similar al que documentó Doris Stone que servía de instrumento agrícola.

  • La tela de mastate -como las que están en el Laboratorio de Etnología-, proveniente de la corteza de los árboles, ha perdido uso. Era empleada en comunidades indígenas como los boruca para fabricar ropa, cobijas, velas de embarcación y toallas sanitarias (Stone, 2013, p. 57; Chang, 2020, p. 77). Actualmente se observan mastates pintados con rostros, aves, animales y flores.

  • La liana de bejuco usada en las cercas se sustituyó por alambre. Las hamacas también se hacían de este material; en el Laboratorio se conserva una de estas hamacas.

  • Las ollas de cerámica para cocinar se cambiaron por recipientes de hierro. Paradójicamente, según la información que Doris Stone ofrece en su libro Los boruca (2013, p. 59), la escasez de objetos de la modernidad debido a la II Guerra Mundial, obligó a las comunidades indígenas a recuperar la tradición de crear vasijas como las que posee el Laborarorio. Esto muestra la complejidad de los procesos de cambio y de control cultural de la práctica artesanal cuyos objetos han enfrentado desde la desaparición aludida en la primera parte de este ensayo, la hibridéz cultural o sincretismo (Chang, 1995, p. 157), la recuperación fomentada por políticas culturales en América Latina hasta, posiblemente, el mantenimiento de objetos muy similares a lo largo del tiempo.

  • Los instrumentos de caza y pesca, como arcos, lanzas, arpones y cerbatanas que posee la Colección, en la actualidad se fabrican poco debido al debilitamiento de esta práctica. La madera de pejibaye usada en estos instrumentos ha sido recuperada por grupos emprendedores con participación indígena para hacer objetos manuales decorativos (Pymes, 21 de diciembre del 2013).

  • En la Colección del Laboratorio se conservan 4 vestidos de mujeres ngäbe que son de la donación de Tatiana Lobo, uno de ellos fue confeccionado a mano; son de finales de la década de 1970, aproximadamente. En el presente se hacen a máquina, en ocasiones especiales se elaboran manualmente y son objeto de transformación cultural. En Costa Rica, estas mujeres luchan por conservar la identidad ngäbe (Alvarado, 2018, p. 166) a través de sus vestidos y de otras prácticas culturales. En la primera década de siglo XXI, mujeres ngäbe del poblado La Casona en Coto Brus, Costa Rica, lucharon para que sus hijas pudieran ir a la Escuela con esos trajes (Jiménez, 2015, s.p.). En el 2017, el Ministerio de Educación Pública del país emitió una reforma curricular en el Programa de Estudios de Cultura Ngäbe-Buglé, en la cual se incluyó, entre otras prácticas, la confección de vestidos (2017, pp. 4 y 61).

  • Las nueve máscaras de tradición indígena de la Colección del Laboratorio datan de finales de 1970 y principios de 1980 cuando los patrones estéticos tenían menos transformaciones en comparación con aquellos de las máscaras que se fabrican a partir del siglo XXI (Chang, 2015; Campos, 2015).

  • Las cinco máscaras de El Güegüense de Nicaragua del Laboratorio de Etnología son parte de esta importante tradición callejera con teatro, danza y música, que se celebra desde la Colonia para cuestionar la autoridad del español. Fue inscrita en el 2008 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Así, la Colección representa un espacio de encuentro cultural de tradiciones.

  • La carreta típica de Costa Rica, los platones con la rueda de esta carreta y el yugo que están en la Colección del Laboratorio son parte de la tradición del boyeo y la carreta en el país, la cual fue inscrita en el 2008 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. En la comisión encargada de hacer la investigación para esta inscripción participaron dos personas relacionadas con los orígenes de la Colección de Etnología: Giselle Chang y Carmen Murillo; además, la antropóloga Cecilia Dobles (Dobles, Murillo y Chang, 2008). Sobre esta tradición Carmen Murillo expresa lo siguiente:

La tradicional carreta de bueyes es el tipo de artesanía más famoso de Costa Rica. Desde mediados del siglo XIX, las carretas de bueyes eran utilizadas para transportar el grano de café desde el valle central de Costa Rica, en las montañas, a Puntarenas, en la costa del Pacífico. Un viaje requería de 10 a 15 días. Las carretas de bueyes tenían ruedas sin radios, un híbrido entre el disco usado por los aztecas y la rueda de radios introducida por los españoles, para avanzar en medio del fango sin atascarse. En muchos casos, las carretas de bueyes eran el único medio de transporte de una familia y simbolizaban su estatus social (s.f.).

Además de lo anotado, nuevas investigaciones dan cuenta de la práctica en general (Herrero, 2013), de los materiales con los cuales se fabricaban las vasijas de cerámica (Ménager, Fernández y Salgado, 2019) o de la situación de la cestería (Barrantes, 2023).

Sobre la difusión de la Colección de Artesanías es importante señalar que en 1988 se hizo la exposición Hacia la búsqueda de nuestra identidad cultural con piezas de la Colección, se incluyó la muestra de fotografías indígenas Los hijos de Sibú, realizada por el Centro de Investigación y conservación del Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura y Juventud, con fotos de Fernando González, entre otras personas. Contribuyeron con este evento Omar Hernández, coordinador del Laboratorio de Etnología, y María Eugenia Murillo Madrigal, directora de la Dirección General de Museos del Ministerio de Cultura y Juventud en esa época. En el 2020, el Catálogo de las Colecciones de la Universidad de Costa Rica mostró algunos de sus objetos. En el 2023, se publicó en YouTube la serie de cortos audiovisuales Tejiendo Redes, con historia del Laboratorio e imágenes de las artesanías (Araya y Alvarado, 2023). Otras exposiciones se hicieron en actividades de la institución, como las ferias vocacionales. En el 2023, estudiantes de los cursos de Seminario de Historia y Cultura Popular, de la Escuela de Historia de la Universidad de Costa Rica, a cargo de la historiadora Sofía Vindas Solano, contribuyeron con el Proyecto de Manejo, puesta en valor y divulgación de las Colecciones, investigando sobre las piezas de artesanías y elaborando productos audiovisuales para dar a conocer la colección y la importancia de proteger el patrimonio inmaterial y material.

Palabras finales

Acontecimientos mundiales como la expansión del mercado capitalista produjeron el riesgo de desaparición de las prácticas de bienes manuales y pobreza económica en comunidades indígenas en América Latina. La búsqueda de atención a este problema vía la comercialización de los objetos, entre otros ejes de trabajo, propició extensas e intensas políticas de recuperación de la actividad que se enfocaron en esas poblaciones, pronto se incluyeron grupos campesinos, urbanos y afrodescendientes.

Estas políticas demandan una discusión en varios sentidos, como los tipos de relaciones que se tejieron entre personas, grupos, instituciones gubernamentales y no gubernamentales, localidades, países y regiones. Aquí se han resaltado algunos aspectos para continuar comprendiendo el caso de Costa Rica. En este país, la lucha por mantener una práctica ancestral suscitó la construcción de vínculos entre la Oficina de Planificación de Costa Rica, el Instituto Nacional sobre Alcoholismo, el Ministerio de Cultura y Juventud, la Asociación Nacional para el Desarrollo de la Artesanía, la Universidad de Costa Rica y la Organización Internacional del Trabaja, conjuntamente con artesanas y artesanos de comunidades como Rancho Grande, Guatuso, Palenque Margarita, Guaymí, Boruca, Curré y Cocles.

Varias personas contribuyeron con esa construcción de vínculos, entre ellas Tatiana Lobo al haber participado tanto en el primer Programa Nacional de Artesanía y Pequeña Industria del país en 1975, como en el sub Proyecto Integral de Incremento de Desarrollo Artesanal dirigido y ejecutado por la Vicerrectoría de Acción Social de la Universidad, en 1980, siendo María Eugenia Bozzoli vicerrectora de Acción Social. Lobo tuvo la claridad de empezar a conformar una colección de artesanías de pueblos indígenas, y con ello dio vida a la Colección de Artesanías del LEMEBV; hoy, este recurso representa un patrimonio institucional que se recupera y se difunde para el conocimiento general.

Agradecimientos

A Tatiana Carmona, Anthony Azofeifa, Adriana Garita, Iván Barrantes, Rossy Alvarado, Laura Garrigues, Ernesto Bolaños, Carolina Cavallini, María Aguilar, Claudia Areas, Yanet Rojas, Seidy Somoza, Fanny Lobo, Claudia Palma, Onésimo Rodríguez, Ma. Eugenia Bozzoli, Carolina Quesada, Celia Barrantes, Félix Barboza, Johanna Rímola, Sofía Vindas, Dayana Morales, Paola Salazar, Natalia Cedeño, Claudia López, Gerardo Suárez, Fernando González, María Eugenia Murillo y Eugenia Abadía. A las personas evaluadoras de este artículo. A las personas artesanas que dieron vida a la Colección del LEMEBV.

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Notas

1 Se agradece este dato y referencia a una persona evaluadora del presente ensayo.
2 Se agradece a una de las personas evaluadoras de este ensayo la referencia de Hartman.
3 Se agradece a Carolina Quesada Cordero esta referencia.


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