Dossier
Recepción: 29 Abril 2023
Aprobación: 07 Agosto 2023
Publicación: 26 Noviembre 2023
DOI: https://doi.org/10.17533/udea.boan.v38n66a5
Resumen: Reconstruimos la trayectoria formativa de Ana María Lorandi, su inserción en redes de académicas y su rol en la gestión institucional. A través de estas dimensiones analizamos las condiciones en las que se produjo la incorporación de la etnohistoria dentro de las ciencias antropológicas en la Universidad de Buenos Aires (Argentina) y las estrategias desplegadas por Lorandi para tal fin. Particularmente, evaluamos la centralidad de su participación en eventos académicos para la consolidación de dicho campo de investigación. Mediante el examen de transiciones temáticas y de las estrategias de visibilización de equipos de investigación buscamos contribuir al reconocimiento de las diversas prácticas englobadas dentro de las ciencias antropológicas y al estudio de las condiciones en que estas se desarrollan.
Palabras clave: Redes académicas, producción y circulación de conocimiento, historia disciplinar, Ana María Lorandi.
Resumo: Reconstruímos a trajetória profissional de Ana María Lorandi, sua inserção nas redes acadêmicas e seu papel na gestão institucional. Através destas dimensões analisamos as condições em que ocorreu a incorporação da etnohistória nas ciências antrop-ológicas da Universidade de Buenos Aires (Argentina) e as estratégias implantadas por Lorandi para esse fim. Particularmente, avaliamos a centralidade de sua participação em eventos acadêmicos para a consolidação desse campo de pesquisa. Ao examinar as transições temáticas e as estratégias de visibilidade das equipas de investigação, procuramos contribuir para o reconhecimento das diversas práticas inseridas nas ciências antropológicas e para o estudo das condições em que elas se desenvolvem.
Palavras-chave: Redes acadêmicas, produção e circulação de conhecimento, história disciplinar, Ana María Lorandi.
Abstract: We reconstruct the educational trajectory of Ana María Lorandi, her insertion into networks of academics, and her role in institutional management. Through these dimensions, we analyze the conditions under which the incorporation of ethnohistory occurred within the anthropological sciences at the University of Buenos Aires (Argentina) and the strategies deployed by Lorandi for this purpose. Particularly, we evaluate the centrality of her participation in academic events for the consolidation of said field of research. By examining the thematic transitions and visibility strategies of research teams, we seek to contribute to the recognition of the various practices included within the anthropological sciences and to the study of the conditions in which they develop.
Keywords: Academic networks, production and circulation of knowledge, disciplinary history, Ana María Lorandi.
Résumé: Nous reconstruisons le parcours éducatif d’Ana María Lorandi, son insertion dans les réseaux académiques et son rôle dans la gestion institutionnelle. À travers ces dimensions, nous analysons les conditions dans lesquelles l’incorporation de l’ethnohistoire s’est produite au sein des sciences anthropologiques à l’Université de Buenos Aires (Argentine) et les straté-gies déployées par Lorandi à cet effet. En particulier, nous évaluons le caractère central de sa participation à des événements académiques pour la consolidation dudit domaine de recherche. En examinant les transitions thématiques et les stratégies de visibilité des équipes de recherche, nous cherchons à contribuer à la reconnaissance des différentes pratiques incluses au sein des sciences anthropologiques et à l’étude des conditions dans lesquelles elles se développent.
Mots-clés : Réseaux académiques, production et circulation des savoirs, histoire disciplinaire, Ana María Lorandi.
Introducción
Este trabajo se enmarca en un interés general por los procesos de producción y circulación de conocimiento académico, los factores que intervienen en la construcción de objetos de investigación y los mecanismos de legitimación de espacios y saberes. Dado que los campos disciplinares no tienen una identidad trascendente, sino dinámica y situada, es deseable establecer una caracterización a partir de las prácticas concretas y situadas de los diversos actores que los componen (Restrepo, 2012). Estas prácticas, que son colectivas, espacializadas e institucionalizadas, suponen ensamblajes de relaciones que se evidencian en diferentes escalas y articulan fuentes de financiamiento, mecanismos de difusión y posibles destinatarios del conocimiento producido (Krotz, 2005; 2008). Un enfoque de este tipo habilita preguntarse sobre los sentidos cambiantes y/o yuxtapuestos de nuestras formas de nominar las prácticas disciplinares y las áreas de investigación. Particularmente, nos interesa problematizar cómo podemos abordar la diversidad que encierra la categoría de ciencias antropológicas y con qué herramientas contamos para estudiar su despliegue en distintas coordenadas temporo-espaciales (Ramos y Name, 2023). En aras de contribuir a ese propósito general, en este trabajo nuestro objetivo específico es analizar de qué manera durante la década de los años 80 la etnohistoria fue incorporada como parte de las ciencias antropológicas en la Universidad de Buenos Aires.
Al finalizar la última dictadura cívico-militar de Argentina, la reestructuración del Instituto de Ciencias Antropológicas (ICA) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) se llevó a cabo bajo la dirección de Ana María Lorandi (1936-2017). Como producto de tal reorganización institucional, un equipo de investigación en etnohistoria se alojó dentro de un instituto de antropología; esta situación es, en buena medida, excepcional, dado que la consolidación de espacios institucionales de dicho campo en América del Sur ha sido más bien escasa y, cuando ha ocurrido, se ha desarrollado principalmente ligada a la historia (Ramos, 2016). Lorandi fue una reconocida investigadora en la etnohistoria andina, campo que ya desde su nombre nos indica una confluencia disciplinar y una localización.1 Tras asumir la dirección del ICA creó la Sección Etnohistoria (SE) que, como veremos, se sumó a otras secciones en la que se encuentra dividido el Instituto. Dicho espacio quedó compuesto inicialmente por especialistas en etnohistoria del sur andino, particularmente del Noroeste Argentino (NOA), y luego se incorporaron referentes de Pampa-Patagonia y del Noreste Argentino (NEA).2
Al momento de asumir la dirección del ICA, Lorandi era mayormente reconocida por sus contribuciones a la arqueología, mientras que para 1991 -cuando deja el cargo- su transición a la etnohistoria está completa y la inserción de este tipo de investigaciones dentro del Instituto de Ciencias Antropológicas es un hecho. Por tanto, en el periodo que va desde el retorno de la democracia hasta inicio de los años 19903, la trayectoria de esta investigadora nos permite reconstruir y analizar cómo se articulan aspectos de distinto orden para dar forma a una manera específica de hacer antropología.
Consideramos que un elemento central para la consolidación de formas particulares de ejercer la profesión es la capacidad de hacerla visible y garantizar un espacio en la comunidad de pares, de manera que entendemos la comunicación como una forma de producción -no meramente lo que ocurre después-. Partimos de la premisa de que los registros que deja la comunicación entre pares son materiales promisorios para el estudio del desarrollo de las disciplinas. Así, si bien nuestra reconstrucción de los itinerarios de formación e investigación de Lorandi y sus actividades durante el periodo que dirigió el ICA se apoya en sus publicaciones, los homenajes escritos en su honor, los textos en los que ella misma recorre su trayectoria y una serie de entrevistas que le realizamos entre 2009 y 2017, las principales fuentes de información que empleamos en este trabajo consisten en correspondencia con otros investigadores/as y notas administrativas. Detenernos en los espacios de socialización y comunicación de los que participó mientras ejercía su cargo de dirección del ICA (1984-1991) nos permitirá una nueva mirada sobre la reorganización institucional mencionada. Esta perspectiva será posible gracias a la disponibilidad de una serie materiales documentales que hoy conforman el Archivo Institucional de la Sección Etnohistoria (AISE), que caracterizaremos más adelante.
A continuación, nos referiremos, en primer lugar, a los años iniciales de la trayectoria académica de Lorandi: su formación en una carrera de historia con orientación en antropología, su participación en equipos de investigación interdisciplinarios, su inserción en una comunidad andina de investigadores/as y su incorporación a la UBA como directora del ICA. En el siguiente apartado nos detendremos en este último periodo y analizaremos los intercambios de Lorandi con sus colegas respecto de eventos académicos, nuestro foco estará en la circulación de las ideas entendida como una instancia del proceso de producción de conocimiento. Esperamos con este trabajo contribuir al estudio de las variadas formas de hacer antropología, sus anclajes regionales y el impacto en el desarrollo disciplinar de los vínculos que, a diferentes escalas, trazan los/as especialistas.
Entre la historia, la arqueología y la antropología
Ana María Lorandi se graduó en Historia en la Universidad Nacional del Litoral en 1960. En los años de su formación se produjo en esta universidad una importante renovación académica con el ingreso al plantel docente de figuras como Tulio Halperín Donghi, Nicolás Sánchez Albornoz, David Viñas y Alberto Rex González. Este último se incorporó a la carrera de historia, que contaba con orientación en antropología. En aquel momento esta última no existía como carrera de grado y recién hacia 1958-59 la oferta de la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata modificó esta situación.4
Rex González representa una figura clave en la formación de Lorandi y su orientación hacia la antropología, en su doble rol de renovador de la arqueología e impulsor de las ciencias antropológicas en general (Fundación Argentina de Antropología, 1998). Como arqueólogo fue celebre por introducir los modernos métodos de trabajo en el país, como la datación por radiocarbono, e insistir en el valor de la estratigrafía en las excavaciones. Su paso por la Universidad del Litoral (1953-1957) fue recordado por los proyectos de investigación llevados a cabo en terreno con integrantes de distintas disciplinas (arqueología, antropología sociocultural, sociología, historia, demografía y geografía) y se considera que el grupo conformado en estos proyectos constituyó la base fundacional de la antropología profesional en Argentina (Garbulsky, 2004). Lorandi participó de estos proyectos colectivos e interdisciplinarios y se sintió identificada con la propuesta teórica de González, que concebía la arqueología como parte de la antropología (Albeck y Palomeque, 2017).
Rex González fue también el presidente del 37° Congreso Internacional de Americanistas5 celebrado en Mar del Plata en 1966, el tercero de los Americanistas realizados en Argentina. La sede propuesta inicialmente fue Carlos Paz, pero la intervención de las universidades luego del golpe de Estado de ese mismo año llevó a que se realizara en Mar del Plata (Bermúdez et al., 2010). Tuvo lugar a pocos meses del desalojo, por parte de la policía, de estudiantes, docentes y autoridades de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires. La ocupación de los edificios era una forma de manifestar la oposición a la intervención de las universidades por parte del gobierno militar y la noche del desalojo, el 29 de julio de 1966, pasó a la historia como “La noche de los bastones largos”. Esta represión provocó la renuncia masiva de docentes de las universidades nacionales. En ese contexto, para algunos académicos, el CIA 37° representó una tribuna para visibilizar la situación del país en el plano internacional (Garbulsky, 1992); aunque otros consideraron que, dada la situación, el congreso no debió realizarse porque su funcionamiento normal avalaba implícitamente el estado de cosas (Menéndez, 2015). En el discurso de apertura, González denunció la supeditación de la investigación a los escenarios políticos, que no solo hacía un daño al desarrollo científico nacional sino a la ciencia universal, dando de esta manera relevancia internacional a la problemática del país.
En aquel discurso, González hizo además particular referencia a las ciencias antropológicas a las que consideraba, por cuanto ciencias del hombre, centro de la americanística. Alentó principalmente la creación de un espacio de formación de posgrado para los/as antropólogos/as de Latinoamérica. La centralidad de la Antropología en el CIA 37° también fue visible en la organización de una mesa redonda sobre la materia, única de este estilo en el Congreso. Se tituló “Propuestas para una antropología de urgencia” y tuvo como relator a José Cruz, participaron de ella Richard Adams, José María Arguedas, Fernando Cámara Barbachano, Úrsula Hellwig de Echauri, Esther Hermitte, John Murra, Susana Petruzzi y William Sturtevant. Pese a los avances referidos, las tensiones políticas de la época limitaron los alcances de las propuestas realizadas en el Congreso (para una discusión en detalle de este punto ver Chiappe y Ramos, 2016).
Lo que nos interesa resaltar aquí es el contexto de formación de Lorandi, tanto en su carrera de grado -a través de la que accedió a uno de los primeros espacios de formación en antropología- como en sus primeros años como investigadora. El CIA fue el tercer congreso en que participó Lorandi y, como vimos, es un hito en la discusión sobre la profesionalización de la disciplina. Además, nos permite referirnos de forma breve pero clara a otra de las características distintivas de estos años, el marcado solapamiento entre posicionamiento político y práctica académica. En lo que respecta al desarrollo de la disciplina, dos años después del CIA de Mar del Plata fue truncada la creación del posgrado en antropología por el rechazo a la participación norteamericana.6 Y si nos concentramos en el equipo impulsado por González y del que Lorandi formaba parte, al momento de realizarse el Congreso sus miembros se encontraban divididos a causa del cuestionamiento que un sector del mismo hizo a la financiación de las campañas colectivas de investigación por parte de una empresa privada de la provincia de Santa Fe. El rol de esta empresa fue equiparado con el de Fundación Ford, justamente en momentos en que se estaba discutiendo su involucramiento en los proyectos de investigación social en América Latina y salía a luz el Proyecto Camelot7 (Lorandi, 2010).
La UNL organizó el Primer Congreso Nacional de Estudiantes de Antropología (1961). Si se recuerda que las carreras exclusivamente de Antropología eran recientes en las universidades de La Plata y Buenos Aires y que allí se dictaba la orientación de antropología de la carrera de historia, en la que se había formado Lorandi, podemos hacernos una idea de la centralidad para la disciplina que tenían el grupo de docentes y estudiantes nucleados en Rosario. También la declaración de los estudiantes de dar “un ejemplo de cohesión, tanto de fines como de medios, constituyendo lo que para ciertos prejuicios existentes sería poco probable” (I Congreso Nacional de Estudiantes, 1961, citado en Garbulsky, 1992), nos alerta de tensiones entre los protagonistas del campo antropológico de la época que, en buena parte, estaban vinculadas con una fuerte renovación metodológica, pero que a su vez se encontraba atravesada por posicionamientos políticos e ideológicos de los principales referentes de cada corriente. En 1963, Guillermo Madrazo (1927-2004) organizó en Olavarría (Buenos Aires) una “Mesa Redonda” con motivo de la inauguración del Museo Etnográfico Municipal “Dámaso Arce” e invitó a arqueólogos, etnólogos y antropólogos culturales, quienes manifestaron su deseo de realizar una convención a nivel nacional para discutir sobre el léxico y los métodos en la antropología argentina (Zabala, 2016), lo que finalmente se materializó en la Convención Nacional de Antropología realizada al año siguiente en Córdoba y llevada adelante en gran parte por un grupo de arqueólogos formados por González en la UNL, seguida por una segunda parte de la Convención que tuvo lugar en Chaco en 1965.
Lorandi fue coautora del pre-proyecto y comentarista de la Convención realizada en Córdoba y participó en la redacción del manual publicado tres años después que buscaba unificar la terminología a ser usada en estudios cerámicos arqueológicos. En ese mismo año de la Convención ingresó al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -téngase en cuenta que el CONICET se había creado pocos años antes (1958) y que la carrera de investigador8 era aún más reciente (1961)- y en 1967 se doctoró en la UNL. En 1966, a causa de la masiva fuga de profesionales luego de “La noche de los bastones largos”, renunció a su puesto como docente en la UNL y pasó luego a formar parte de la Universidad de La Plata (UNLP). Vale la pena mencionar, como ya han señalo otros autores (Guber, 2006), que las renuncias masivas de este tipo no implicaron necesariamente una interrupción en las carreras académicas. Algunos investigadores, tras renunciar a sus puestos, se reubicaron en otras universidades del país, ese fue el caso de Lorandi.9 Se dieron así procesos que incluyeron rupturas, reorganizaciones y reagrupamientos parciales de equipos.
En la UNL había ocupado cargos en Introducción a Ciencias del Hombre y en Arqueología Americana, en la UNLP fue parte de esta última asignatura (desde 1969 hasta 1983). Además, en la UNLP tuvo a su cargo la dirección del Departamento de Antropología durante 1981. En paralelo a su incorporación a esta institución, en 1969 inició una serie de viajes a Francia y, si bien en principio esto se dio a raíz de compromisos laborales establecidos por su marido, capitalizó las estadías allí para su desarrollo académico y fue haciendo sus estancias cada vez más prolongadas. Durante los primeros años sus contactos estaban vinculados a la arqueología, pero progresivamente fue orientándolos hacia la etnohistoria. En 1976 se radicó en París por tres años consecutivos, es decir que estuvo fuera del país durante la primera mitad de la dictadura cívico-militar que en ese momento gobernaba Argentina. Su principal interlocutor durante aquellos años fue Nathan Wachtel, historiador francés que supo combinar el análisis estructuralista con una perspectiva histórica recurriendo tanto al trabajo en terreno como al de archivo. Durante este periodo se familiarizó con el enfoque etnohistórico y con las propuestas de John Murra, uno de sus principales cultores.10
Tanto en las academias metropolitanas como en las latinoamericanas, los primeros contactos de Lorandi con la etnohistoria fueron desde su trayectoria como arqueóloga. En 1973 asistió invitada por el arqueólogo Lautaro Núñez -presidente de la Comisión Organizadora- al Primer Congreso del Hombre Andino (I CHA), realizado en el norte de Chile, allí participó del Simposio “Verticalidad y colonización andina pre-europea” con la ponencia “El área andina y sus vecinos”. Tempranamente se insertó en una red de especialistas de Chile, Argentina, Bolivia y Perú que trabajaron en pos de la valoración del centro-sur andino como área de investigación (Chiappe y Ramos, 2023). Posteriormente, fue expositora en el XLII Congreso Internacional de Americanistas en París (1976), y al año siguiente fue invitada a participar del “Otoño andino”, encuentro organizado por John Murra en la Universidad de Cornell, que conjugó intereses en etnología, lingüística, arqueología e historia y que incluyó asistentes de los países andinos.
En ese mismo año de 1977, en el Homenaje al Centenario del Museo de La Plata, Lorandi presentó la ponencia “Arqueología y etnohistoria: hacia una visión totalizadora del mundo andino”. Es interesante notar que en esta ponencia analizaba y articulaba modelos de interacción social en los Andes propuestos por referentes de las academias norteamericana, argentina, francesa y peruana, es decir, se encontraba familiarizada con obras señeras de los estudios andinos de la época e intentó una síntesis de los avances más recientes en arqueología y etnohistoria.
En diciembre 1983, la Argentina recuperó su democracia y en la Universidad de Buenos Aires (UBA) la antropología cobró un renovado impulso. La gestión de la carrera y del instituto debió contemplar el crecimiento de la cantidad de antropólogos y antropólogas, así como también de los conflictos intergeneracionales e ideológicos que atravesaban las renovaciones del campo disciplinar. Se inició el llamado periodo de normalización que se extendió hasta el año 89, luego del cual comenzaron a funcionar de manera articulada las Juntas Departamentales de las carreras, el Consejo Directivo a nivel de las facultades y el Consejo Superior de la Universidad.11 Carlos Herrán fue nombrado director normalizador del Departamento de Ciencias Antropológicas y fue él quien, a su vez, convocó a Lorandi para hacerse cargo del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras, del cual fue directora entre 1984 y 1991.
La propuesta de dirigir el ICA llegó en un momento en que Lorandi buscaba un cambio de lugar de trabajo, a la vez que su carácter de externa fue valorado positivamente en un contexto de fraccionamiento y enfrentamiento interno (Zanolli et al., 2010). En las entrevistas que le realizamos, Lorandi manifestó que no se sentía cómoda con el ambiente en la UNLP debido a la dificultad para conformar un equipo de trabajo, pero no nos fue posible profundizar sobre este aspecto en nuestros intercambios. El trabajo de Soprano (2010) sobre las primeras décadas de la enseñanza de la arqueología en la UNLP puede arrojar luces sobre este punto. Lorandi, junto Pedro Krapovickas y Antonio Austral, formaba parte del grupo de docentes que no contaban con cargos como investigadores en el Departamento de Antropología o en el Museo de Ciencias Naturales, lo que constituía una limitación en la disponibilidad de recursos materiales y en la posibilidad de formar discípulos.
En la UBA, el ICA fue reestructurado intentando recuperar las demandas de nuevas generaciones de antropólogos y antropólogas y al mismo tiempo manteniendo espacios vigentes en los años anteriores. En las entrevistas que hemos realizado a sus integrantes y a profesores/as de la carrera de Ciencias Antropológicas, el recuerdo compartido es que en estos años se crearon las secciones de Antropología Social y Etnohistoria (Zanolli et al., 2010), mientras que las otras -Arqueología, Etnología y Etnografía, Folklore y Antropología Biológica- eran, en líneas generales, una continuidad del periodo previo. No obstante, la organización del Instituto por secciones es una historia de agrupaciones y etiquetas que varía en gran parte de acuerdo al peso en la política académica de quienes ocuparon los cargos de dirección y a su capacidad de convocatoria.12 Consideramos que las referencias a antropología social y etnohistoria como “las nuevas” secciones se vinculan, por un lado, a la dificultad que tuvo la primera para lograr un espacio dentro de la UBA (Guber, 2006) y, por otro, a la novedad que implicó la segunda en términos de la escasa identificación de antropólogos/as de esta universidad con tal enfoque.
La dirección del ICA y la consolidación de un equipo de etnohistoria
Lorandi generó acciones concretas tendientes a ganarse un lugar en la antropología de la Universidad de Buenos Aires, se trataba de impulsar la disciplina y, al mismo tiempo, darle un lugar a la etnohistoria en ella. Las formas de financiación, la gestión del órgano de publicación del Instituto, su rol docente y su participación/organización en eventos académicos nos permiten aproximarnos a las estrategias que desplegó para la consolidación de su equipo.
Si bien la Sección de Etnohistoria era un grupo de reciente formación, Lorandi aplicó a un Proyecto de Investigación y Desarrollo (PID)13 en 1985y logró obtenerlo gracias a una serie de saberes que puso en juego y dan cuenta de su familiaridad con el sistema científico, que podemos en parte adjudicar a su temprano ingreso al CONICET. Por un lado, armó el proyecto articulado con dos especialistas de trayectoria que pertenecen a otros espacios institucionales dentro de la Facultad de Filosofía y Letras: Myriam Tarragó (arqueología) y Enrique Tanderter (historia); por otro lado, luego de un fallo inicial negativo que cuestionó la amplitud de los objetivos, particularmente la amplia temporalidad que cubrían, envió una carta a la comisión evaluadora cuestionando el dictamen y logró finalmente la aprobación del proyecto. Para las siguientes presentaciones los equipos estuvieron constituidos cada vez más por miembros de la Sección Etnohistoria que, para 1993 -a menos de 10 de su creación- contaba con aproximadamente veinte integrantes entre becarios, personal de apoyo técnico, investigadores/as formados y estudiantes.
En cuanto a la revista del ICA, la edición de Runa había sido prácticamente discontinuada,14 con Lorandi como directora vuelve a publicarse y las tensiones que atravesaban a la comunidad de antropólogos/as de la UBA pueden apreciarse en sus páginas. En su primera editorial resaltó el pluralismo de la revista frente a lo que denominó “terrorismo intelectual” basado en “falsas antinomias entre los que sostienen que una escuela es necesariamente mejor que la otra” (Lorandi, 1985: 9). La calidad académica -asociada al sistema de referato, la creación de comités nacionales e internacionales y la presencia en las páginas de la revista de autores extranjeros- se convirtió entonces en un paraguas con el que se podía cubrir los objetivos entrelazados de articular la pluralidad del ICA y encontrar un lugar propio dentro de esa pluralidad. Bajo su dirección se conformó un comité editorial con integrantes del Instituto, buscando representar las distintas líneas de investigación, y otro de consultores externos, que reflejó la red de pertenencia de Lorandi: la comunidad de andinistas. Además, su propuesta consistía en posicionar a Runa como proveedora de material bibliográfico para las refundadas cátedras de la carrera de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras.
Junto con la reorganización del Instituto se produjo la renovación de la carrera de Ciencias Antropológicas y Lorandi tuvo a su cargo una de las materias. Primero se dictó bajo el nombre Etnografía Americana y Argentina y a partir de 1985 pasó a llamarse Sistemas Socioculturales de América II (agricultores medios y sociedades estatales). El contenido central refería a etnohistoria de la región andina y el cuerpo docente de los primeros años estuvo integrado por Mercedes del Río y Ana María Presta, ambas integrantes de los proyectos de investigación dirigidos por Lorandi y con estudios de grado en Historia. Sin embargo, con el correr de los años el equipo docente quedó conformado exclusivamente por graduados/as de antropología, en sus dos orientaciones social y arqueológica. También, junto a del Río y Presta, en 1987 Lorandi inició la organización del I Congreso Internacional de Etnohistoria, que se llevó a cabo en 1989 en Buenos Aires y cuyas ediciones continúan hasta el presente, alternando sus sedes en distintos países de la región andina. en las próximas páginas nos focalizaremos en los eventos académicos y volveremos sobre la significación que tuvo el I CIE tanto para la comunidad andina de etnohistoriadores como para el equipo de Lorandi en particular.
En las siguientes páginas, en primer lugar nos referiremos a los materiales que forman parte del Archivo Institucional de la Sección Etnohistoria y a las circunstancias que nos condujeron a ellos. En otra publicación (Ramos, 2021) hemos realizado una síntesis de los formatos y trayectorias más usuales de las colecciones documentales de investigadores/as, aquí nos referiremos puntualmente a la conformación del AISE y las características de los documentos que emplearemos en esta segunda parte del trabajo. En segundo lugar, abordaremos a partir de estos materiales las estrategias desplegadas por Lorandi para la visibilización y legitimación de sus investigaciones. Algunas de las preguntas que guiarán nuestra exploración son: ¿en qué forma puede observarse su transición de la arqueología a la etnohistoria?, ¿cuáles son los espacios de participación privilegiados y en qué escalas (local, nacional, regional)? y ¿cómo aparecen sus discípulos?
“Archivar”: entre prácticas de conservación y materiales para la investigación
En el año 2015, y gracias a las sugerencias de integrantes de la SE, identificamos una serie de documentos vinculados al I Congreso Internacional de Etnohistoria (1989) conservados en las oficinas del equipo (cartas, circulares, resúmenes de ponencias, etc.). Dada la riqueza del conjunto, nos propusimos ordenarlo, clasificarlo y disponerlo para consulta, y como parte de esas tareas, y con el fin de dar a conocer el corpus documental, publicamos una edición comentada de algunos de esos materiales (Ramos y Chiappe, 2018). En ese proceso fuimos ubicando otra documentación vinculada a cursos, financiación de proyectos, participación en congresos y comisiones de distinto tipo; junto a colegas del equipo iniciamos su clasificación y conformamos el AISE. Luego del fallecimiento de Lorandi se sumaron a este acervo otros documentos que se encontraban en su domicilio.
Actualmente el AISE está conformado por materiales escritos, iconográficos y audiovisuales producto principalmente de los años de gestión de Lorandi, incluyendo documentos referidos a sus tareas de investigación y docencia, y también los resultantes de una serie de diversas actividades del equipo: trabajos de archivo y de campo, organización y participación en eventos académicos e iniciativas de divulgación. Estos materiales se encuentran a la fecha en proceso de clasificación y organización, aquellos que corresponden exclusivamente a Lorandi se encuentran dispuestos de la siguiente manera (Tabla 1):
Si bien previo al AISE los grupos de documentos estaban dispersos en diferentes oficinas, lo cierto es que había un interés de conservación y unos criterios sobre cómo hacerlo, esto puede apreciarse en algunas marcas que encontramos en los materiales (Figura 1). Nuestra clasificación ha respetado, en la medida de lo posible, la organización ya existente de la documentación.
Las marcas que encontramos en los documentos, como mensajes cruzados, permiten inferir que había más de una persona encargada de archivar los materiales, y si bien la documentación disponible cubre un periodo de casi 30 años, su distribución no es uniforme: gran parte corresponde a la segunda mitad de la década de 1980, es decir, a los primeros años del equipo, fecha que coincide con la gestión del ICA por parte de Lorandi. Es por ello que, además de escritos que son producto de sus actividades o del equipo de la SE, también encontramos documentos que corresponden al ICA. No es un detalle menor el hecho de que esta documentación atravesó una mudanza de edificio hacia fines de la década del 80.15
Uno de los insumos principales para este trabajo son los documentos que se encuentran en una carpeta titulada “Congresos” y cubre el periodo 1985-1992. Si bien hay documentos de eventos académicos correspondientes a otros años, se trata de casos aislados, no hay para otro periodo una conservación de similar sistematicidad y exhaustividad (cartas, circulares y resúmenes). Este conjunto de documentos resulta de particular interés porque: 1) su rango temporal prácticamente coincide con los años que Lorandi fue directora del ICA (1984 y 1991); 2) cubren el periodo de organización del I Congreso Internacional de Etnohistoria; y 3) durante estos años se produjeron las últimas intervenciones de Lorandi directamente vinculadas con la arqueología y consolidó su posición como referente de la etnohistoria, por lo que a través de los congresos puede seguirse su reposicionamiento disciplinar.
Desplazamiento, visibilidad y legitimación en los eventos académicos
Nos referiremos tanto a los intercambios en los encuentros presenciales como a las comunicaciones en torno a los eventos académicos que se producen a través de la correspondencia. En la carpeta “Congresos” encontramos mención a 26 eventos para el periodo 1985-1992, a los que sumamos los documentos correspondientes al Congreso Internacional de Etnohistoria de 1989 que Lorandi organizó y presidió, que corresponde al mismo periodo pero que se encuentran conservados de manera separada.
Lorandi no asistió a todos esos eventos, en algunos casos declinó invitaciones y en otros no logró la financiación necesaria para el desplazamiento. Más allá de si participó o no del encuentro, hay varias páginas de intercambios con idas y vueltas de cartas que evidencian propuestas, consultas, ideas y discusiones. Para nosotros este es uno de los principales aportes pues nos permite ver indicios de aquello que no ha quedado necesariamente documentado en otros formatos, conexiones personales/institucionales y momentos de un proceso cuyo resultado todavía es incierto.
Clasificamos la documentación correspondiente a los eventos académicos teniendo en cuenta si habían sido realizados en Argentina o fuera del país, esta división buscaba poner el foco tanto en las redes de inserción como en las posibilidades de financiación. Paralelamente, distinguimos si se trataba de eventos únicos -por ejemplo, aquellos impulsados por el V centenario-, si eran parte de una serie -como los coloquios impulsados por la FLACSO-, o si consistían en eventos regulares -como los Congresos Internacionales de Americanistas o los de etnohistoria-, esto con el doble objetivo de registrar el grado de consolidación de los espacios en los que participó y de visibilizar aquellos otros emergentes producto de coyunturas específicas.
De total de eventos considerados, 14 tienen lugar en Argentina. En un contexto nacional de recuperación de la democracia y de reorganización de las universidades y del campo académico en general vemos que en muchos casos se trata de las primeras ediciones de encuentros académicos; en la actualidad, solo algunos de ellos lograrían mantener su continuidad (Tabla 1). La distribución geográfica de los eventos es bastante amplia, cubriendo distintas regiones del país con excepción del sur. Varios encuentros se realizan en Jujuy, Córdoba y Santa Fe y también están presentes las provincias de Buenos Aires, Salta, Mendoza, Catamarca, Corrientes y la Ciudad de Buenos Aires. Revisando sus nombres observamos la presencia de diferentes ramas de las ciencias antropológicas, uno vinculado a la historia y dos de etnohistoria impulsados por la misma Lorandi (volveremos sobre este punto más adelante). Hacia el final del periodo se registran eventos motivados por el V centenario de la conquista de América, algo que también se manifiesta en las reuniones fuera del país. Sin embargo, hasta allí llegan los paralelismos. Los intercambios de Lorandi relativos a congresos y jornadas realizados fuera del país se refieren a eventos con mayor continuidad o recurrencia y su participación en ellos parece estar siempre orientada a la etnohistoria (Tabla 2). En cuanto a la locación, de los 13 eventos fuera del país, 2 se desarrollan en Europa y el resto en América.
Lorandi era ya una asidua participante en los Congresos Internacionales de Americanistas (CIA) para cuando en 1985 se celebró en Bogotá, Colombia. Luego de su primera presentación en Argentina en 1966, asistió a los encuentros de Perú (1970), México (1974) y Francia (1976). Esta continuidad se vio interrumpida para las ediciones de 1979 (Canadá) y 1982 (Inglaterra). Si bien, dado el periodo que cubre la correspondencia disponible, no tenemos referencias directas de los motivos de la ausencia de Lorandi en aquellos años, sí sabemos que para 1979 ella alternaba su residencia entre Francia y Argentina y que en la edición de 1982 no fueron pocos los y las especialistas -sobre todo de América Latina- que desistieron de su participación en el CIA como forma de protesta ante el enfrentamiento bélico entre Argentina e Inglaterra.
Para 1985, entonces, Lorandi contaba con 4 presentaciones previas en el CIA y se encontraba todavía cómoda en temas de Arqueología a la vez que cimentaba su lugar en la etnohistoria. El alcance y diversificación de sus redes puede apreciarse en una carta que envió al comité organizador del Congreso con el objetivo de solicitar financiación para su viaje, allí se listan todos los simposios para los que ha recibido invitación directa de sus coordinadores:
En nota anterior me comuniqué con Uds. para enviarles un resumen de mi ponencia destinada al Simposium “Organizaciones Sociales, Políticas, Económicas e Ideológicas de los Incas en las Fronteras geográficas de los Andes” Espero que ya se encuentre en sus manos.
En estos días he recibido una comunicación de los organizadores del Simposium comunicándome que el Comité Organizador del Congreso ha previsto fondos para financiar parcialmente los gastos de los/as investigadores/as. Dado que mi país está pasando por la crisis económica más profunda de su historia, nuestras posibilidades de viajar son sumamente aleatorias.
Estoy muy interesada en concurrir a este Congreso para el cual he recibido invitaciones para participar de este Simposium y de los que coordinan John Murra y Nicolás Sánchez Albornoz, en el de Pastoreo Indígena Alto Andino coordinado por Jorge Flores Ochoa, y el de Definición Arqueológica de Sistemas Adaptativos en Sudamérica coordinado por Luis Borrero. Me interesan también los Simposium Agricultores Prehispánicos del Piedemonte Andino coordinado por V. Núñez Regueiro y La Investigación Arqueológica y los cacicazgos en América coordinado por R. Dreunan. Como Uds. pueden apreciar tendría una actividad intensa en el Congreso y por lo tanto les ruego que en lo posible consideren mi solicitud de ayuda económica que facilite mi participación en el Congreso. (Lorandi, 1984).
Las invitaciones mencionadas y otras 3 más han sido conservadas junto a los resúmenes para cuatro simposios. En ellos puede apreciarse no solo su desempeño simultáneo en los campos de la arqueología y la etnohistoria, sino también la amplitud geográfica de sus investigaciones, que cubre la costa norte peruana, las actuales provincias argentinas de Catamarca y Santiago del Estero y el Tucumán colonial, que comprende estas últimas provincias junto con Jujuy, Salta y La Rioja.
Finalmente, fueron dos las ponencias efectivamente presentadas y el trabajo que cobró mayor relevancia fue el de la frontera oriental del Tawantinsuyu. Los textos del simposio sobre las relaciones de frontera en el Estado inca fueron editados en 1988 en Inglaterra y 10 años después por la editorial Abya Yala y la Fundación Alexander von Humboldt. Allí el texto de Lorandi llevó el título de “Los diaguitas y el Tawantinsuyu: Una hipótesis de conflicto”, en el que destaca la articulación de fuentes de información arqueológicas y documentales. Este trabajo ha sido recientemente vuelto a publicar en la compilación Antropologías hechas en la Argentina (Guber y Ferrero, 2020), lo que también expresa su importancia en la tradición local.
Para el siguiente CIA (Holanda, 1988), Lorandi propuso la mesa “Etnohistoria de los Andes Meridionales”. Aunque luego tuvo que retirar la presentación por no conseguir financiación para el viaje, no es un detalle menor la delimitación espacial propuesta. Con la referencia a Andes Meridionales Lorandi recuperaba para la etnohistoria una apuesta que venía sosteniéndose desde décadas previas en la Arqueología y que buscaba valorar ese recorte como un área de investigación. Para el CIA de 1991, que tuvo lugar en Estados Unidos, solo hay registro de invitación de un simposio sobre arte andino y, si bien envía un resumen, aclara que corresponde a un trabajo previo no publicado y no a sus temas actuales. De todas maneras, optó por no asistir al evento y los motivos esgrimidos varían en diferentes cartas: problemas para obtener financiación o cursos a dictar en la Universidad Complutense de Madrid y el Congreso Internacional de Etnohistoria en Coroico, que se realizan ese mismo año y sobrecargan el calendario.
El Grupo de Trabajo de Historia y Antropología Andina, perteneciente a CLACSO y creado a fines de los años 80 por iniciativa del Centro Bartolomé de las Casas (CBC), organizó una serie de coloquios internacionales que llevaron el nombre del grupo acompañado de un subtítulo temático. Lorandi envió un trabajo al segundo de ellos: “Poder y violencia en los Andes”, que se realizó en Quito, pero por problemas derivados del intercambio de correspondencia con los organizadores no logró obtener la financiación para asistir. Al año siguiente, en 1991, se sumó a la tercera edición realizada en Cochabamba, cuyo tema era “Tradición y modernidad en los Andes”. El título de la ponencia puede darnos una idea de las estrategias de visibilización de sus investigaciones, que no se ocupan de un lugar “central” de los Andes: “Ni tradición ni modernidad. El mestizaje en contextos sociales desestructurados”. Lorandi rechazó la invitación a la cuarta edición, “Religión, evangelización y cultura en los Andes”, que tuvo lugar en Lima en 1992 y se mostró interesada en asistir a la del siguiente año, titulada “El siglo XVIII en los Andes” y celebrada en París. En el último de estos encuentros, “Identidad en los Andes”, que se organizó en Jujuy, tuvo diferencias con la organización que fueron expresadas en una carta que también circuló entre colegas. Si bien este suceso queda fuera del periodo que analizamos aquí,16 sí nos interesa destacar que para ese momento Lorandi ocupaba un lugar de referencia en la etnohistoria andina. Es decir, se encuentra en una posición consolidada que en gran parte es resultado de sus acciones durante el periodo que recorremos en este apartado.
La ponencia presentada en 1991, “Ni tradición ni modernidad. El mestizaje en contextos sociales desestructurados”, se convertirá en un texto de gran impacto en la obra de Lorandi. Una segunda versión de este trabajo fue presentada al año siguiente en las “Jornadas V Centenario. Génesis del Extremo Occidente” de 1992 realizadas en Córdoba (Argentina) y publicada ese mismo año en la Revista de la Sociedad Argentina de Antropología bajo el título “Ni tradición ni modernidad. El mestizaje en el Noroeste argentino”, y en la misma línea se inscribe su contribución a la obra compilada por Tamoeda y Millones, 500 años de mestizaje en los Andes. Los trabajos de esta compilación correspondían a la “porción sur-central de Sudamérica (centro y sur del Perú, Bolivia, norte de Chile, nor-oeste de Argentina)” y se consideraba que en esta región el mestizaje estuvo marcado por el sentido de pertenencia al pasado incaico (Tomoeda y Luis Millones, 1992: 3). Lorandi construye el Tucumán colonial como un espacio inserto en el centro-sur andino y sus dinámicas, pero también dando cuenta de su especificidad tanto desde el periodo incaico como colonial. Es justamente a partir de desentrañar estas características propias que realiza una contribución a los estudios del área andina. Asimismo, el reconocimiento de procesos históricos de mestizaje y desestructuración le permitirá plantear hipótesis sobre temporalidades más recientes. Excede a este trabajo el seguimiento del posterior desarrollo de estas ideas, una recapitulación de los aportes de Lorandi y de los avances más recientes de las investigaciones sobre estos temas puede encontrarse en Boixadós, Rodríguez y Cerra (2016).
Paralelamente, en las invitaciones nacionales se aprecia una diversidad de temas y áreas de la antropología que podemos asociar al momento histórico en el que se busca recuperar las redes académicas y al propio lugar que Lorandi ocupa en estos años como directora del Instituto de Ciencias Antropológicas de la UBA y como miembro de la Comisión Asesora de CONICET. En algunos casos se excusa de asistir por encontrarse de campaña, sin embargo, es interesante notar el tipo de participación que se le solicita y cómo ello habla de su capacidad para posicionar la etnohistoria como parte de la antropología. Por ejemplo, para el III Congreso de Antropología Social se la invita a formar parte de un simposio titulado “Historia de la Antropología en la Argentina y América Latina” con una presentación sobre “La historia de la Etnohistoria” (Arenas y Garbulsky, 1990) (Figura 2).
También en eventos a priori más generales, como las II Jornada de Humanidad y Ciencias Sociales, Lorandi es convocada a formar parte de espacios específicos vinculados a la etnohistoria. Vale la pena recordar que por aquellos años no abundaban los encuentros que llevaran etnohistoria en su título o como parte de sus mesas; con una comunidad de etnohistoriadores/as en constante crecimiento, esto no tardaría en cambiar y Lorandi tuvo en ello un papel protagónico. En 1987 la Universidad de Chile organizó el Encuentro de Etnohistoriadores, ese mismo año Lorandi se encontraba organizando unas Jornadas de Etnohistoria en Vaquería como instancia preparativa para el I Congreso Internacional de Etnohistoria. Ya en el Primer Simposio de Arqueología Atacameña (1983), en un espacio coordinado por John Murra y Jorge Hidalgo, había propuesto gestionar la organización de un encuentro de etnohistoria andina en Buenos Aires. Finalmente, las Jornadas de Vaquería no se realizaron a causa -al menos en parte- de falta de fondos, pero el Congreso sí logró llevarse a cabo, incluso en medio del contexto hiperinflacionario que obligó a reconsiderar actividades inicialmente programadas (Ramos y Chiappe, 2018).
Hubo un antecedente previo al I CIE en lo que respecta a reuniones exclusivas de etnohistoria en Argentina, se trata de las Jornadas de Etnohistoria Sudamericana, realizadas en 1984, que convocaron a representantes del sur de Brasil, el centro y el norte de Chile, el Litoral, Cuyo, las Sierras Centrales y la Patagonia de Argentina. Si bien el I CIE no se planteó como una continuidad de ese evento, Lorandi sí convocó al encuentro de Vaquerías y al Congreso a quienes habían participado en las Jornadas. En la correspondencia puede observarse, además, que con algunas de estas personas era frecuente el intercambio sobre la existencia de mesas de etnohistoria en eventos más generales y fuera del país.
En cuanto a la delimitación espacial del CIE, si bien con el tiempo fue quedando claro que sería eminentemente andino, la primera edición tuvo la intención de incluir Mesoamérica, aunque esto no prosperó (para una exposición detallada de las razones ver Ramos y Chiappe, 2018) y en los hechos combinó la comunidad andina de especialistas con las áreas trabajadas por historiadores/as y antropólogos/as principalmente de Buenos Aires. La elección de los coordinadores del simposio permite apreciar, por un lado, la búsqueda de balance entre investigadores de origen local -que se especializaban mayormente en áreas no andinas dentro de la Argentina, como Pampa-Patagonia, Chaco y Litoral-, y por otro, de extranjeros que se desempeñaban en el área andina.
La comisión organizadora del I CIE estuvo conformada por arqueólogos/as e historiadores: Marta Ottonello, quien estuvo a cargo de la SE mientras Lorandi dirigía el ICA y juntas habían publicado a través de la editorial universitaria Introducción a la arqueología y etnología. Diez mil años de historia argentina (1987) -título que desafiaba las maneras tradicionales de pensar la historia nacional, a la vez que expresaba la conjunción disciplinar-; Myriam Tarragó y Enrique Tandeter, codirectores de los primeros proyectos de investigación presentados por la SE -con Tarragó, además, habían compartido sus estudios en la UNL-; José Antonio Pérez Gollán, con quien Lorandi tenía relación desde la década de 1960 a través de su colaboración con el arqueólogo Rex González y que hacía poco tiempo había retornado desde México luego de especializarse en etnohistoria; y Gastón Doucet, especializado en encomiendas de los siglos XVI y XVII en el noroeste argentino, temática afín a los más recientes intereses de Lorandi y su equipo.
El Congreso también se propuso homenajear a tres pioneros de la Etnohistoria: John Murra, Gunnar Mendoza y Alberto Salas. El primero es quizás la figura más reconocida en el ámbito internacional, fue un referente para los estudios andinos y un actor clave en la conformación de una red interdisciplinaria. Mendoza, archivista e historiador boliviano, fue muy valorado por sus colegas por tareas de reacondicionamiento que ejerció desde su cargo como director del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia de Sucre (ABNB) y por su acompañamiento a los consultantes. Formado en arqueología, Salas representa en el ámbito local una forma fructífera de articular documentos y datos arqueológicos, frente a la cuestionada “exégesis histórica”.17 Si bien sus investigaciones lo posicionaban como referente para quienes se dedicaban a la etnohistoria en Argentina, su rol como decano interventor de la Facultad de Filosofía y Letras en 1955 -tras el derrocamiento de Perón- lo ubicaba en un lugar marginal dentro del grupo renovador con fuerte presencia en las universidades luego de 1983.18 Esta elección puede no haber sido bien recibida por toda la comunidad académica del ICA, caracterizada en aquellos años por una fragmentación generacional e ideológica.
La red que Lorandi activó para la organización del Congreso puede observarse no solo en términos de los investigadores/as convocados/as, sino también en relación a las instituciones a las que recurrió para apoyar el evento. Entre los espacios locales a los que apeló se encontraban el Colegio de Graduados de Antropología, la Sociedad Argentina de Antropología, el Instituto de Cultura Hispánica, la Escuela de Antropología de Rosario, la Universidad de Buenos Aires y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Las cuatro primeras auspiciaron el evento, mientras que las dos restantes otorgaron además apoyo financiero. También obtuvo financiamiento internacional a través de la Embajada de Francia, la Wenner-Gren Foundation y la Comisión Fulbright y gestionó apoyo para los asistentes a través de los consejos de investigación de México, Perú, Chile y Francia y de universidades como la Wisconsin.
Por último, vale la señalar que Lorandi participó con tres ponencias en el congreso, todas ellas en co-autoría, lo que permite inferir que se trató de la presentación de quienes formaban su equipo ante de la comunidad de especialistas. Estas integrantes eran Roxana Boixadós, Cora Bunster y Ana Schaposchnik, los trabajos presentados fueron, respectivamente, “Relaciones interétnicas y estrategias adaptativas en el valle Calchaquí”, “Reflexiones sobre las categorías semánticas en las fuentes del Tucumán colonial” y “El culto de la Virgen del Valle de Catamarca y la incorporación de los indígenas al sistema colonial”. Por su parte, Ana María Presta y Mercedes del Río presentaron en forma conjunta “Reflexiones sobre los churumatas del sur de Bolivia (Siglos XVI-XVII)”. Y unos pocos años después (1992) Lorandi publicó, junto a Mercedes del Río, La etnohistoria. Etnogénesis y transformaciones sociales andinas, que se volvería material de referencia para quienes adoptaran este enfoque en el país.
A lo largo de estos años, la etnohistoria se instaló como un campo próspero en la Argentina, en la UBA particularmente asociado a la antropología, y en un contexto de auge de estos estudios en la región andina. Esto habilitó una amplia participación de etnohistoriadores/as en los distintos eventos vinculados al V centenario, a escala local e internacional, que en Argentina tuvo un peso particular por la histórica negación sobre la presencia de poblaciones indígenas.
Consideraciones finales
Bajo la denominación de ciencias antropológicas puede incluirse una amplia variedad de prácticas que divergen espacial y temporalmente. Frente a esta situación nos preguntamos cómo encarar una historia disciplinar que contemple tal diversidad y pueda, a la vez, aportar al entendimiento de nuestras antropologías (locales, regionales o nacionales). Hemos explorado este interrogante reconstruyendo parte de la trayectoria de una investigadora que reúne una serie de características de interés para tal fin: perteneció a las primeras generaciones que se formaron en la disciplina, aunque de una manera un tanto liminal; no se graduó en las primeras carreras de grado en antropología, pero realizó su orientación en arqueología dentro de la carrera de historia y dio sus primeros pasos en la investigación en equipos interdisciplinarios que fueron considerados el germen de la profesionalización de la disciplina; de la arqueología se desplazó a la etnohistoria y se abocó a darle a este campo un espacio institucional diferenciado, pero dentro de la antropología.
Hemos visto a la etnohistoria como parte de las ciencias antropológicas en un contexto específico, Buenos Aires en la década de 1980, y hemos explorado de qué manera se produce tal inserción. Si bien puede considerarse que la reorganización de las universidades pos dictadura fue un contexto propicio para la institucionalización de la etnohistoria dentro de ICA, hemos intentado reconstruir qué acciones y estrategias concretas de Lorandi hicieron esto posible. Algunas de ellas fueron fundamentales para la formación y crecimiento de un equipo, como la obtención de financiación y la trasmisión del enfoque a través de publicaciones y espacios de enseñanza. Otras, como la participación y organización de eventos académicos, tuvieron un papel central en la legitimación de Lorandi como etnohistoriadora, validación extensible luego a su equipo. Justamente es en estas últimas estrategias que hemos centrado nuestro análisis.
La creación de un nuevo espacio institucional fue impulsada mediante la activación de redes de pertenencia y se capitalizó la coyuntura de reconexión de las redes académicas nacionales e internacionales que estaban resurgiendo luego de las dictaduras del cono sur. Los espacios de sociabilidad reimpulsados en el contexto de las democracias recién recuperadas nos abrieron la puerta a explorar el impacto de los vínculos que trazan los especialistas en los desarrollos disciplinares. En este caso, nos permitió adentrarnos en la progresiva reconversión que realizó Lorandi de su capital académico desde la arqueología hacia la etnohistoria.
En definitiva, proponemos que es en los espacios de comunicación que Lorandi logró producir un conocimiento que permitió disputar un lugar para la Argentina dentro de los estudios andinos y un lugar para la etnohistoria dentro de la antropología. Lorandi apostó por investigar el pasado desde la antropología y no desde la historia, donde los pueblos indígenas todavía eran un tema marginal en las investigaciones. Su manera particular de posicionarse en la antropología contribuyó a la visibilización los pueblos indígenas en la historia del actual territorio argentino y reconocer la presencia histórica tuvo, a su vez, efectos en el presente.
Para finalizar quisiéramos señalar algunas líneas posibles de indagación que se abren a partir del recorrido realizado. En primer lugar, sería de interés reconstruir las trayectorias interconectadas de la generación de graduados rosarinos a la que perteneció Lorandi (por ejemplo, hemos visto aquí como sus caminos se vuelven a cruzar con Garbulsky y Tarragó); consideramos que ahondar en estas conexiones posteriores puede aportar a nuestra comprensión sobre aspectos institucionales del desarrollo de la disciplina. Por otra parte, avanzar con la investigación en la década siguiente (años 90) permitiría profundizar en la formación de discípulos, en la relocalización de algunos de ellos, en sus propias reconversiones y en la creación de nuevos espacios. Por último, creemos que una mirada atenta a la legitimación mediante la retroalimentación de redes locales y regionales tiene aún mucho por ofrecer.
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Notas