Dossier
Recepção: 25 Outubro 2023
Aprovação: 18 Dezembro 2023
Publicado: 01 Junho 2023
DOI: https://doi.org/10.17533/udea.boan.v39n67a9
Resumen: En este artículo presento la experiencia de co-generar una metodología participativa, basada principalmente en la cartografía social y la etnografía, para elaborar mapas emocionales de espacios considerados peligrosos en la Ciudad de México, desde una perspectiva de género y en medio de las restricciones impuestas por la pandemia de Covid-19. La necesidad de esta metodología se enmarca en una investigación que emprendí, durante el año de 2021, en la que buscaba indagar la relación entre emociones, espacio habitado y violencias en la vida cotidiana de mujeres jóvenes. Los hallazgos de esta indagación muestran cómo las emociones se espacializan y resignifican el espacio habitado, reorganizan la geografía y la traza urbana a partir de la experiencia cotidiana, corporal y emocional de las jóvenes que lo habitan.
Palabras clave: Espacialización de las emociones, cartografías emocionales, mujeres jóvenes, espacio habitado, violencia urbana, género.
Abstract: In this article I present the experience of co-generating a participatory methodolog y, based mainly on social mapping and ethnography, to elaborate emotional maps of spaces considered dangerous in Mexico City, from a gender perspective and in the midst of the restrictions imposed by the Covid-19 pandemic. The need for this methodolog y is framed in a research that I undertook, during the year 2021, in which I sought to investigate the relationship between emotions, inhabited space and violence in the daily lives of young women. The findings of this research show how emotions spatialize and re-signify the inhabited space, reorganize the geography and the urban layout based on the daily, corporal and emotional experience of the young women who inhabit it.
Key words: Spatialization of emotions, emotional cartographies, young women, inhabited space, urban violence, gender.
Resumo: Neste artigo apresento a experiência de co-gerar uma metodologia participativa, baseada principalmente em mapea-mento social e etnografia, para elaborar mapas emocionais de espaços considerados perigosos na Cidade do México, a partir de uma perspetiva de gênero e em meio às restrições impostas pela pandemia de Covid-19. A necessidade desta metodologia enquadra-se numa investigação que realizei durante o ano de 2021, na qual procurei investigar a relação entre emoções, espaço habitado e violência na vida quotidiana de mulheres jovens. Os resultados desta investigação mostram como as emoções es-pacializam e re-significam o espaço habitado, reorganizam a geografia e o traçado urbano a partir da experiência quotidiana, corporal e emocional das jovens mulheres que o habitam.
Palavras-chave: Espacialização das emoções, cartografias emocionais, mulheres jovens, espaço habitado, violência urbana, género.
Introducción
Durante la última década, los discursos afectivos y emocionales respecto a las maneras en las que las mujeres ocupamos, nos apropiamos y sentimos el espacio público han cobrado visibilidad y se han posicionado en el debate académico e incluso político. En muchos espacios, diversas colectivas y mujeres organizadas han puesto de manifiesto el miedo, la ira y el dolor como emociones clave desde las cuales partir para entender lo que sentimos frente a las violencias que vivimos las mujeres en general, pero particularmente en el espacio público.
Adrianne Rich (2001) se cuestiona si algunas emociones, como el miedo, han sido experimentadas por nosotras desde el siempre. A decir de la autora, el afirmar que siempre hemos sentido miedo u otras emociones ante ciertos acontecimientos -como el andar por la calle- contribuye a velar lo que realmente necesitamos saber: “¿cuándo, dónde y en qué condiciones ha sido verdad esta afirmación?” (2001, p. 208). Es decir, partir de que siempre sentimos miedo en el espacio público borra el cuándo, dónde y en qué condiciones llegamos a sentir esta emoción u otras. Lo anterior me motivó a investigar la relación entre emociones-espacio urbano-violencia a partir de la experiencia de mujeres jóvenes que viven en espacios considerados peligrosos, situando la indagación en el lugar de la experiencia urbana más primaria: el propio barrio1.
Mi interés se centró en comprender cuándo, dónde y cómo sienten habitar cotidianamente ese espacio urbano, en la mayoría de los casos, no elegido; asimismo, me interesaba comprender de qué manera las experiencias emocionales que se configuran a partir de las condiciones de violencia que signan al espacio habitado pueden resignificar al propio espacio, reorganizando la geografía y la traza urbana a partir de su experiencia cotidiana, corporal y emocional, o, como Leslie Kern menciona, a partir de su experiencia vivida (2020, p. 28).
Para llevar a cabo la indagación, me enfoqué en tres colonias de la Alcaldía Álvaro Obregón, al poniente de la Ciudad de México2, pero en este artículo presentaré la experiencia con jóvenes mujeres que habitan una de las colonias: Barrio Norte3, conocida coloquialmente como “Barrio Loco”, que, para el momento en el que realicé la investigación (año 2021), se consideraba como el punto rojo más violento en la Ciudad de México (CDMX)4.
Barrio Norte se constituye por 51 manzanas habitadas por 11 645 personas, de las cuales el 80.1 % viven en alta y muy alta marginación (INEGI, 2020). Durante 2019, la colonia acaparó los medios de comunicación al ser identificada por el vocero de la Procuraduría General de Justicia de la CDMX (actualmente Fiscalía) como “uno de los barrios más peligrosos de la Ciudad de México, incluso, más que Tepito” (Cano, 2019)5, espacio protagónico, para ese momento, de distintos operativos de seguridad en los que se realizaron detenciones, decomisos de estupefacientes y armas de alto calibre en manos, sobre todo, de jóvenes varones6.
Otro rasgo característico de Barrio Norte es su traza urbana, ya que al estar asentada sobre una zona de barrancas y en donde anteriormente hubo minas, las calles son irregulares, incluso laberínticas. El primer recorrido que realicé lo hice en compañía de dos colegas y una joven estudiante que fue nuestra guía: entramos por calles que se convertían en callejones, subimos y bajamos escaleras, atravesamos calles que se estrechaban y convertían en laberintos, recorrimos el mercado, pasamos por más callejones que parecían no tener salida, pocas áreas verdes y banquetas muy particulares. Además, las calles muestran la particularidad del barrio que conjuga la violencia con el fervor religioso: sin importar la estrechez de las banquetas, en muchas de ellas hay altares para la Virgen de Guadalupe, para San Judas Tadeo, Jesucristo y otros tantos santos, incluyendo a la Santa Muerte; pero también es posible advertir la instalación de cruces en memoria de aquellos que alguna vez habitaron el barrio: “son las cruces de los caídos” -comentaban las jóvenes cuando les preguntaba sobre ellas-7.
Caminar, oler, ver, escuchar el barrio me llevó a preguntarme cómo viven las mujeres jóvenes que lo habitan y son habitadas por él: ¿qué se siente vivir ahí, entre asaltos, grupos criminales y armados, calles por las que no puedes andar libremente, balaceras constantes, tanto fervor religioso manifiesto, entre la muerte?, ¿de qué manera las emociones demarcan al espacio habitado delimitando rutas, usos, apropiaciones y exclusiones del mismo?, ¿es posible que el colectivizar y hacer común las emociones viabilice construir propuestas de transformación de los espacios urbanos a espacios que protejan y cuiden la vida? Estas fueron las preguntas que guiaron la reflexión y el estudio que da forma al artículo que ahora presento.
Aproximarme al cómo las mujeres jóvenes habitan emocionalmente el barrio y cómo el barrio es reconfigurado mediante las emociones que ellas le imprimen me exigió una metodología que permitiera explorar las emociones en el espacio habitado y que implicara a la etnografía, pero que no solo recogiera relatos o narrativas, sino también trazos, recorridos y participación activa de las jóvenes. Asimismo, era importante que las actividades involucradas en la metodología pudieran ser realizadas de manera virtual o híbrida, ya que nos encontrábamos en confinamiento debido a la pandemia por Covid-19 y los encuentros presenciales y grupales no eran factibles8. Así, encontré en la cartografía social participativa una oportunidad para co-generar una metodología, en colaboración con las jóvenes participantes, que posibilitó la espacialización de sus emociones respecto al barrio.
En este artículo presento los pasos trazados en la conformación de las cartografías emocionales, las cuales son el resultado principal de la investigación participativa y el involucramiento de las jóvenes de Barrio Norte. El texto está estructurado por tres apartados principales y las conclusiones: en el primero he incluido la discusión sobre el concepto de habitar para destacar su importancia en los estudios urbanos que dan cuenta de cómo las ciudades se viven de maneras diferenciadas y desiguales a partir de la condición de género e incluyo -desde un enfoque de género que centra la atención en la especificidad de la experiencia de las mujeres jóvenes- la importancia de la dimensión emocional como clave para el abordaje del habitar en la configuración de las experiencias urbanas; en el segundo se condensa el desarrollo de la propuesta metodológica de las cartografías emocionales expuesta a partir de fases con la finalidad de ser un recurso didáctico para su replicabilidad; el mapa emocional construido con las jóvenes participantes, así como algunas de sus experiencias narradas, se encuentran en el tercer apartado donde muestro cómo las emociones se espacializan y resignifican al espacio; por último, presento las conclusiones a manera de reflexiones con las que espero contribuir a la discusión sobre el potencial de las cartografías emocionales como una herramienta colaborativa, interactiva y participativa para espacializar las emociones y dar cuenta de cómo el espacio habitado es reconfigurado desde la experiencia por intermediación de la afectividad.
Habitar desde lo emocional: una propuesta teórica a discutir
Abordar la experiencia de habitar el propio barrio me ha permitido, desde mi experiencia como antropóloga, dar cuenta de cómo una ciudad se vive y encarna de manera diferenciada y desigual dadas las condiciones de procedencia y estructurales que nos configuran como sujetas/os sociales: a partir de identificarnos con un género en específico, una clase social, ser identificadas/os por atributos que nos racializan o “barrializan”9, se generan maneras particulares de vivir, sentir y habitar el espacio urbano, así como experiencias particulares sobre la ciudad.
Ángela Giglia propone que habitar un espacio refiere a la acción de “interpretar, utilizar y significar el espacio que nos rodea, estableciendo y reconociendo en él un conjunto de puntos de referencia” (2010, p. 2), noción que me permite comprender que habitar un espacio también implica la convivialidad y socialización al compartir significados de uso colectivo entre las/os sujetas/os que lo habitamos, haciendo posible que entablemos una relación dialógica con el lugar. Así, el espacio habitado es un factor clave en la configuración de la experiencia urbana y de la dimensión subjetiva, pues en él se socializan las normas que regulan la vida pública, se conforman imaginarios respecto a la ciudad y al mundo, se producen y reproducen las relaciones de poder y se va configurando un sentido de pertenencia al lugar. La colonia o el barrio se habitan mediante los recorridos cotidianos, cobran forma a partir de las prácticas socioculturales que dan cuenta de la apropiación y territorialización del espacio, de las necesidades y demandas, de los usos, significados y memorias de quienes lo habitamos (Giglia, 2012).
Entre las calles, las esquinas, los usos permitidos y prohibidos de los espacios del barrio, las/os sujetas/os aprendemos desde la niñez que existe una normalidad urbana que define las maneras de relacionarnos y las pautas de convivencia desde donde somos reconocidas/os y reconocemos a las/os demás (Saraví, 2014). De esta forma, el espacio habitado se convierte en un contenedor de vivencias y emociones que es afectado por quienes lo habitamos, a la vez que nos inviste de afectos. En esta relación dialógica de afectos (afectar-ser afectadas/os) se sostiene el vínculo entre la dimensión espacial y la emocional que soporta la conformación de nuestra experiencia urbana.
Abordar una investigación que pone en el centro a las emociones requiere comprenderlas lejos del pensamiento cartesiano que las coloca en relación dicotómica con el razonamiento, o como simples sustancias segregadas por el cerebro. Las emociones no son sustancias que puedan transferirse entre individuos o entre grupos, tampoco responden de manera exclusiva a procesos fisiológicos, sino que son relaciones que se forman entre las/os sujetas/os y las condiciones sociales de existencia (Le Bretón, 2012).
Tampoco se puede referir a las emociones como aisladas, sino en correlación, creando universos simbólicos emocionales que no llegan a estar totalmente acabados (Calderón, 2017), pues se reconfiguran constantemente a partir de las relaciones que se bordan y desbordan a lo largo de nuestra vida. Las vivencias evocan emociones que se configuran como símbolos que nos habitan, que nos constituyen como sujetas/os reconocibles socialmente (Calderón, 2017). En otras palabras, y para efectos de mi investigación, las emociones constituyen símbolos culturales y sociales que nos vinculan, nos relacionan, nos pegan -como lo sugiere Sara Ahmed (2015)10- a las/os sujetas/os con nuestros entornos, en donde el barrio o colonia se constituyen como el espacio primordial para la socialización y subjetivación.
La dimensión espacial y la dimensión emocional han sido dos factores claves en mi trayectoria de investigación por la posibilidad que abren para dilucidar cómo se configuran modos de vivir, andar y sentir el espacio habitado a partir de un proceso que nombro como “espacialización de las emociones”, mediante el cual trato de dar cuenta de las implicaciones que las emociones tienen en la reconfiguración social del espacio que se habita, así como en la conformación de experiencias urbanas y las implicaciones que ello tiene en el uso, acceso y apropiación de la ciudad.
Sabiendo del alto valor explicativo que tiene el género como condición social y espacial (Soto, 2016) centré la participación en las mujeres jóvenes de Barrio Norte, como ya lo he mencionado, con la intención de comprender cómo las experiencias urbanas se vinculan a las emociones en razón de la condición de género, moldeando una consciencia de lo que se permite y lo que no a los cuerpos femeninos y feminizados en los espacios públicos, comenzando por el barrio habitado. De esta manera, en este artículo presento cómo las condiciones de violencia movilizan emociones específicas vinculadas al género, regulando el ser y estar en el barrio o colonia, al tiempo que reorganizan su cartografía a partir de las experiencias emocionales de las jóvenes.
Habitar: un proceso diferenciado y desigual a partir del género
Para Alejandra Massolo (2004), los estudios urbanos con perspectiva de género eran aún incipientes para la primera década del siglo XXI, ya que la relación ciudad-género se colocó como un tema a estudiar, primero, en la geografía y, después, en las otras ciencias sociales, hasta la última década del siglo XX. Entre los trabajos pioneros que colocaron el tema sobre el debate se encuentran los de Doreen Massey (1994), geógrafa marxista que se enfocó en la relación entre la división sexual del trabajo, el género y las relaciones de poder sobre el espacio urbano y geográfico.
El precedente fijado por Massey contribuyó para el desarrollo de investigaciones que involucraron a las emociones como una categoría analítica importante en la comprensión de las experiencias urbanas de las mujeres. La lista de estudios emprendidos por mujeres investigadoras en este ámbito es larga, pero podemos mencionar los trabajos feministas de Alejandra Massolo (1992, 2004); Teresa del Valle (1997, 2006); María Ángeles Durán (1998); Alicia Lindón (2009, 2020); Diana Lan (2011); Paula Soto (2012, 2013, 2016); Leslie Kern (2020); María Rodó-Zárate (2021); entre otras. En tiempos más recientes han proliferado estudios que se enfocan en la violencia como detonadora de emociones particulares como el miedo o el sentimiento de inseguridad (Oslender, 1999; Lan, 2011; Czytajlo, 2020).
Las discusiones y enseñanzas vertidas por las/os autoras/os citadas/os muestran, por un lado, que el género es una de las principales condiciones reguladoras de los cuerpos en el espacio público, ya que a partir de identificarnos como hombres, mujeres o géneros disidentes se presentan posibilidades o constreñimientos para el acceso, así como para el ejercicio pleno del derecho a la ciudad y de la ciudadanía. Por otro lado, respecto de las emociones, las/os autoras/os dan cuenta de cómo estas se implican en la movilidad, permanencia, ausencia y evitación de lugares en los trayectos cotidianos de hombres, mujeres y géneros disidentes, así como de la probabilidad de ser víctimas de violencias diferenciadas en razón del género. En concreto, las maneras en las que habitamos la ciudad y somos habitadas/os por ella es resultado de la intersección de condiciones de posibilidad en donde el género juega un papel fundamental en imbricación con otras condiciones como la clase social, la edad, la orientación sexual, la pertenencia a grupos étnicos y/o racializados.
En la revisión de los textos referidos identifiqué que una de las áreas de oportunidad se presentaba en la exploración sobre cómo las emociones se espacializan y reconfiguran el espacio urbano; de manera puntual, no hallé textos que aborden la reconfiguración del barrio o colonia a partir de las emociones relacionadas al habitar espacios de violencia. Asimismo, las emociones que han sido exploradas en su implicación con la violencia y el espacio urbano, en la mayoría de los textos, son el miedo y la inseguridad.
Ante esto, me interesé en comprender cuál es el proceso de espacialización de las emociones derivadas de experiencias de violencia cotidiana y cómo dicho proceso resignifica la cartografía del barrio o colonia, no buscando identificar lugares específico de violencia manifiesta (puntos de venta de drogas, lugares con más asaltos reportados, etcétera), sino cómo, mediante la experiencia de habitar el barrio, las emociones se encarnan al espacio urbano y lo signan emocionalmente, logrando identificar espacios de miedo, pero también de vergüenza, asco, enojo, alegría.
Aunado a ello, en la revisión bibliográfica también identifiqué que existen pocos estudios que detallen puntualmente cómo se aproximaron metodológicamente al problema. En este punto se me presentó el reto de desarrollar una metodología que, por mi formación y afinidad disciplinaria, tuviera como base a la etnografía, pero que permitiera implicarme con las jóvenes de manera dinámica y participativa para así comprender la espacialización de las emociones desde sus experiencias. El resultado fue una metodología co-generada con las jóvenes, no solo planeada y aplicada por mí.
Para comenzar con la investigación en campo realicé primero el recorrido que resumí en la introducción de este artículo y, posteriormente, contacté a diez jóvenes mujeres de Barrio Norte11 con la intención de entrevistarlas vía Zoom, pues nos encontrábamos en confinamiento, como ya se ha mencionado. Al entablar la comunicación con las participantes contaba con un guion para motivar la conversación, el cual se centraba, a grandes rasgos, en sus experiencias de habitar el barrio; no obstante, desde el primer acercamiento me percaté de la dificultad para vincular las emociones con las prácticas de movilidad, trayectos y uso del espacio barrial: era como si las jóvenes no sintieran, no pudieran reconocer o incluso quisieran negar lo que sentían al habitar su barrio. Frente a ello, me vi en la necesidad de buscar formas más dinámicas que las implicaran e involucraran, para así motivar la sensibilización y hacer conscientes las emociones, lo que decantó en la co-generación de la propuesta metodológica que aquí presento: las cartografías emocionales.
Cartografías emocionales: una propuesta metodológica para espacializar las emociones
Como ya he discutido anteriormente, las condiciones que delimitan al barrio son importantes en la conformación de la experiencia urbana de las mujeres jóvenes; pero, dado que ya he presentado previamente algunas características relevantes de Barrio Norte, me limitaré a resaltar que se trata de una colonia con niveles altos de violencia y marginación social, considerada uno de los puntos más peligrosos de la CDMX, con presencia de grupos delictivos que operan al interior y controlan el territorio.
Al inicio de la investigación resultaba complicado conversar con las jóvenes participantes sobre las condiciones de violencia de Barrio Norte, ya que no la reconocían como un problema para ellas, o la justificaban mencionando que no les pasaba nada por ser de ahí. Sin embargo, conforme fuimos avanzando con los encuentros virtuales, las conversaciones y algunas visitas que pude realizar comenzaron a emerger comentarios y anécdotas que mostraban lo que realmente pensaban y sentían sobre su barrio:
“No lo recomiendo”, mencionó Azucena (20 años) al preguntarle qué pensaría si yo le dijera que me mudaría a Barrio Norte.
“¿Por qué no lo recomiendas?” -le cuestioné.
“Pues… no sé, hay muchas cosas que no están bien. Hay muchas balaceras a cualquier hora, a veces estás tranquila y empiezas a escuchar las balas y piensas que tal vez ya están matando a alguien o quién sabe, a veces solo lo hacen porque sí, tiran balazos porque sí, pero quién sabe. Eso no se siente bien cuando vives aquí. No sabes si te puede alcanzar una bala a ti o a tu hermano”.
Antes de comenzar la investigación etnográfica consideraba que el acoso sexual callejero era el tipo de violencia que tendrían más presente por ser mujeres jóvenes; sin embargo, como muestra la cita de Azucena, son las balaceras constantes y otras formas de violencia asociadas al crimen organizado y narcomenudeo las que les aquejan más en su cotidianidad. Ello no significa que no les preocupen las violencias dirigidas hacia sus cuerpos femeninos, sino que da cuenta de cómo, en un contexto de violencia altamente lesiva12, las violencias cotidianas, como el acoso, son minimizadas frente al temor latente de poder morir por una bala pérdida al caminar por las calles del propio barrio.
Ante la necesidad de encontrar formas de exploración y localización de las emociones en el espacio habitado recurrí a la cartografía social con la finalidad de implementar algunas actividades derivadas de esta técnica metodológica. Fue así que pasamos de las conversaciones individuales a las grupales, con la intención de que socializáramos experiencias relacionadas a nuestros andares por la ciudad, lugares que nos gustaban y que no, los que quisiéramos conocer y los que no nos atraían para visitar. Me involucré en las dinámicas con el fin de que me reconocieran también en la vulnerabilidad, pero sin perder la consciencia de que mi posición me sitúa en un lugar de mayor privilegio respecto a las maneras en las que las violencias me interpelan. Asimismo, ellas se involucraron de manera directa en la conformación de la metodología.
Recurrir a la cartografía social fue un acierto, ya que nos permitió establecer un lazo de confianza que facilitó el reconocimiento y expresión de emociones por parte de las jóvenes participantes. Desde mi experiencia, la cartografía social es una herramienta dialógica (Fals Borda, 1987) que, en complemento con el enfoque etnográfico, resulta en una metodología pertinente y asertiva para la exploración de problemáticas derivadas de las condiciones que configuran los espacios físicos y sociales. No se trata de una simple técnica lúdica, sino de un método participativo con alto potencial social y político, mediante el cual las/os sujetas/os pueden mapear sus realidades al identificar colectivamente las problemáticas de la comunidad, desde sus experiencias culturales, interpersonales y políticas.
Adecuar la estrategia metodológica precisó de comprender a los mapas como parte del proceso reflexivo y como herramientas que plasman de manera gráfica y colectiva las experiencias y conflictos existentes en el contexto sociocultural (Leivas et al., 2017), además de una herramienta de poder que posibilita materializar el discurso respecto del territorio (Barragán León, 2018).
Si habitar un espacio refiere a la relación que vincula, mediante las emociones, a sujetas/os con lugares a través de signos, símbolos y sentidos que dan forma a experiencias, la cartografía resulta el lenguaje que vehiculiza la expresión y comprensión de las lógicas de tales signos, símbolos y sentidos que ligan emocionalmente a las/os sujetas/os con el espacio habitado. Con esto en mente, el reto a vencer era el de adecuar la estrategia metodológica para que, en colaboración con las jóvenes participantes, pudiéramos cartografiar emocionalmente a Barrio Norte. Entre conversaciones con ellas se planteó la necesidad de trabajar de manera grupal, lo que nos llevó a poder expresar las emociones compartidas en relación al barrio y plasmarlas en un mapa. Esta experiencia fue muy enriquecedora para mi propia experiencia profesional y personal, por lo que decidí aprovechar la sistematización realizada para difundir los hallazgos, pero, sobre todo, para compartir la propuesta metodológica, siendo ello el objetivo de este artículo.
Mapear el barrio con las emociones
Con la intención de que la explicación de la metodología sea didáctica, establecí fases para guiar a quienes leen por la ruta seguida en la co-generación de la propuesta. Cabe aclarar que lo que ahora presento responde a encuentros sistematizados y discutidos con las jóvenes.
Encuadre del mapeo emocional
El encuadre implicó expresar claramente los intereses para trabajar de manera grupal con las jóvenes, aunque previamente lo había discutido con cada una individualmente. Para comenzar, hicimos una dinámica de presentación, pues no todas se conocían: tenían que decir su nombre, edad, calle del barrio en donde viven y las expectativas que tenían respecto al trabajo grupal. Durante esta sesión acordamos el cronograma con el número de sesiones y contenidos para trabajar; también dejamos claros los principios del trabajo grupal: el respeto, la confianza, la confidencialidad y el anonimato, que en mi caso aplica para la divulgación de los hallazgos. Fue importante establecer que, aunque no estuviéramos de acuerdo con alguna compañera, la trataríamos con respeto, sin ser interrumpida ni juzgada; también se asentó que nada de lo que ahí comentáramos sería tema de conversación en otros espacios, salvo para los fines de divulgación de la investigación. Compartí con las jóvenes un consentimiento informado leído y aceptado por ellas para proceder con el trabajo y la grabación de las sesiones.
Recorridos barriales
Los recorridos barriales los realicé con algunas de las jóvenes de manera individual, caminando y visitando lugares del barrio que les parecía significativo mostrarme. Procuré rescatar anécdotas y relatos de algunos espacios y conocer sus percepciones en relación a ciertos acontecimientos y objetos en las calles, como algunos sonidos, comercios, altares y cruces de los caídos. Mi atención se concentraba de manera especial en los gestos, comentarios cargados de afectos o que hacían alusión a emociones específicas, como “este lugar me da asco”13.
Mapeos barriales
Durante la segunda sesión trabajamos mapeos barriales: las jóvenes tenían que dibujar su colonia en una hoja, trazando las calles, ubicando su casa y algunos objetos que les parecieran importantes, como árboles, tiendas, casas de familiares, parques, etcétera. La extensión de la colonia a dibujar quedó a criterio de cada joven, pues se buscaba que plasmaran los espacios que les resultaran más significativos. Para guiar el mapeo les pedí que, antes de comenzar, cerraran los ojos y pensaran en su barrio: ¿cómo es Barrio Norte?, ¿cómo es mi relación con mi barrio?, ¿qué siento al pensar en mi barrio? Posteriormente, con los colores y símbolos que eligieran, debían marcar los siguientes referentes:
Recorrido que realizas de manera más frecuente
Lugares que más transitas y lugares que evitas
Lugar que te gusta más y el que menos te gusta
Lugar que tienes que transitar, pero te incomoda
Lugar que te recuerda algo bueno y/o agradable
Lugar que te trae recuerdos desagradables
Cabe señalar que, al dar las instrucciones, cuidé no mencionar emociones específicas, como “el lugar que te da miedo, o que te produce enojo”, ya que buscaba que las emociones fueran expresadas por ellas en las narraciones que acompañaran sus mapas. Al terminar, realizamos una presentación grupal en la que, una a la vez, tenían que poner en pantalla sus mapas y explicarnos qué colores, símbolos y lugares habían elegido representar, así como lo que habían sentido al momento de pensar el barrio y plasmarlo en una hoja.
Para mí no fue fácil porque al principio no sabía bien qué dibujar. Pensaba en lugares que evito y son casi todos. Yo dibujé la calle de mi casa y las cercanas, esto que se ve como “patas de pollo” son mis pasos, lo que camino casi siempre cuando salgo a la calle. No es mucho, apenas me doy cuenta que no es mucho lo que camino y me siento, no sé, rara, porque pienso “es mi barrio”, pero no lo conozco (Adriana, 19 años, comunicación personal, 12 de mayo de 2021 [Imagen 1]).
Los mapas nos ofrecen una representación gráfica de los procesos y experiencias de las jóvenes, pero son mudos si no se acompañan de los relatos que les otorgan sentido. En la cita que acompaña a la Imagen 1 es posible dar cuenta de cómo el dibujo del barrio movilizó algunas emociones en Adriana que van más allá del mapa y refieren a la experiencia emocional de habitar su barrio. Para este ejercicio algunas jóvenes se limitaron a dibujar mapas en donde señalaban apenas la ruta diaria desde su casa hasta la calle en donde toman el transporte público, mientras que otras incluyeron más espacios que les resultaban significativos, como áreas verdes o la casa de algún familiar. Una de las reflexiones grupales a partir de esta actividad fue el desconocimiento que tienen sobre el barrio porque no lo transitan con frecuencia, dato que fue expresado como un desapego hacia su espacio habitado.
Mapeo emocional
En la tercera sesión trabajamos el mapa emocional de Barrio Norte. Para ello, retomamos algunas de las reflexiones de la sesión anterior y destacamos lo que nos parecía más importante, así como la manera en la que se habían sentido durante los días posteriores a ese encuentro.
Para mí fue raro porque creo que nunca había tomado en cuenta cómo me sentía, cómo el miedo y todo lo que siento me hace quedarme en casa. Ahora porque estamos encerradas por pandemia, pero antes tampoco salía mucho, casi no salgo, solo para ir a la escuela o [hacer] mandados, pero siempre acompañada. Me gustaría conocer mejor mi colonia porque es el lugar en donde vivo, salir más a la calle porque siento que la calle no es mía. No me gusta estar encerrada, quisiera salir más y sentirme libre en la calle (Carlota, 19 años, 15 de mayo de 2021).
Lo dicho por Carlota, como por otras jóvenes, sirvió como preámbulo para mantener la importancia de las emociones respecto al barrio y dar pie a la realización de los mapas emocionales. A partir de esta conversación introductoria pudimos retomar dos elementos para la actividad a desarrollar: las emociones discutidas y reflexionadas en la sesión anterior y los colores elegidos para marcar los mapas. Así, decidimos cuáles serían las emociones que se trabajarían para el mapa emocional del barrio y la paleta de colores que las representarían (Imagen 2).
El siguiente paso fue presentarle a las jóvenes un mapa oficial de su colonia, extraído de Google Maps (Imagen 3), y preguntarles si reconocían el territorio que veían en pantalla. Algunas mencionaron que no, mientras que otras reconocieron que se trataba de Barrio Norte porque identificaron el nombre visible de algunas calles en el mapa. Pregunté qué sentían al ver el mapa de esa manera: “parece un mapa frío o vacío, un mapa sin vida” (Azucena, 20 años, comunicación personal, 15 de mayo de 2021).
Con lo dicho por Azucena mencioné que teníamos que darle vida al barrio, pintarlo con las emociones. Para comenzar con esta tarea, compartí la imagen del barrio por el chat virtual y pedí a las jóvenes que lo descargaran y marcaran los lugares de acuerdo a las experiencias de violencia que recordaran y las emociones que les hacían sentir: “¿qué lugar me provoca enojo?, ¿en qué lugar o lugares me siento segura o tranquila?”, fueron algunas de las preguntas que realicé.
Una vez abarcada la gama de emociones acordadas (Imagen 2), pedí a cada una que mostrara cómo quedaba el mapa y que refiriera, si le era posible, los límites entre calles que englobaba cada emoción, así como la narración de la violencia vivida y el por qué sentían las emociones asociadas. Mientras ellas presentaban sus mapas, yo marcaba un mapa impreso con los colores señalados por cada una y hacía anotaciones relacionadas a sus relatos. Al finalizar, les mostré como quedaba el mapa coloreado y relaté algunas de las experiencias compartidas; ellas me brindaron retroalimentación e hicieron algunas observaciones y ajustes que consideraron necesarios; cerramos la sesión compartiendo percepciones y afectos respecto a la actividad realizada y acordamos vernos una semana después para presentarles el mapa digitalizado.
Resultado de la propuesta metodológica: la cartografía emocional de Barrio Norte
Para digitalizar el mapa emocional de Barrio Norte solicité el apoyo de un colega geógrafo, quien lo realizó mediante el software ArcMap. El resultado final (Imagen 4) fue un mapa propio de las jóvenes participantes que dejó de ser un plano gris para convertirse en el mapa no oficial que muestra emociones espacializadas, coloreadas, colectivizadas: “un mapa que siento” (Kenia, 17 años, comunicación personal, 27 de mayo de 2021).
El mapa emocional elaborado por las jóvenes muestra, en casi toda su extensión, el miedo que sienten al habitar su barrio; ello resulta de las muchas y constantes experiencias de violencia asociadas al crimen organizado que opera en la colonia. Este mapa también muestra que, entre el miedo, (re)existen lugares de seguridad y tranquilidad para las jóvenes, aunque en menor cantidad y extensión. Estos espacios, ubicados en color verde, corresponden a las calles en donde se encuentran sus hogares o el de familiares.
Mi casa es en donde me siento más tranquila, más segura. Sí han pasado cosas feas, no adentro de mi casa, sino afuera. Una vez mataron a una persona afuera de mi casa. Fue muy feo, se escuchaba muy feo, pensé que también iban a disparar adentro de la casa. Cuando pasó todo, mi papá se asomó y nos pidió que no saliéramos, pero de todos modos vi al hombre tirado en la banqueta, frente a mi casa, lleno de sangre... Rojo, todo rojo. Pero aun así mi calle no será roja porque es mi lugar de más seguridad, si no me queda en verde, no me queda nada (Carlota, 19 años, comunicación personal, 15 de mayo de 2021).
Lo dicho por Carlota se replicó entre las demás jóvenes, quienes parecían atesorar los espacios que ocupan sus hogares como sus lugares de seguridad/tranquilidad. Comprendí que la elección de mantenerlos en verde responde a una defensa frente al avance del miedo.
Del lado inferior izquierdo se nota una zona extensa en color naranja que sugiere enojo/malestar, referido de esta manera dado el constante asedio y acoso sexual que las jóvenes viven al transitar por esas calles, las cuales son concurridas por la mañana y solitarias por la tarde noche debido a que en esa zona se ubica el mercado de la colonia.
Pasar por ahí de día a veces no está mal, pero huele feo y hay calles en donde no se puede caminar porque están los puestos ambulantes, pero lo que más enoja es que los choferes de los camiones u otros hombres te dicen de cosas, acosan. Pero es más feo en la tarde, cuando el mercado ya cerró porque queda todo solito y no sabes si hay alguien por ahí escondido. Y de noche todavía es peor, mejor ni pasar por ahí (Raquel, 19 años, comunicación personal, 15 de mayo de 2021).
Al norte del mapa se reconoce una parte café que indica asco/desagrado, que fue referida de esa manera por las jóvenes debido a la existencia de una represa en donde antes fluía un río que dotaba de agua a la gente que llegó a habitar esas zonas. Actualmente, la represa se ha convertido en un lugar con un olor fétido, contaminado y peligroso para quienes habitan la colonia, no solo por las condiciones de violencia, sino también por otras de tipo ambiental y urbano dado el deterioro en el que se encuentran los muros que sostienen la represa.
Es notorio que el color que falta en el mapa es el amarillo, el cual refiere a la alegría/diversión. No se trata de una omisión u olvido en la realización del mapa emocional, sino que, en la discusión, las jóvenes apuntaron que ningún espacio les generaba esa emoción, mucho menos cuando se trata de vincularlas a las experiencias de violencia. Ni siquiera los hogares resultaron como espacios alegres, ya que, como mencioné anteriormente, en estos también se permea la violencia del barrio.
El color que alude a la vergüenza (morado) apenas se muestra en el mapa, pero no por ello deja de ser significativo. La ubicación de este color en el mapa conllevó discusiones interesantes, ya que se debatió sobre cómo el miedo puede ser una emoción que invade y oculta, o limita, el reconocimiento de otras emociones, como puede ser la vergüenza. La discusión se detonó a partir de que una de las jóvenes comentó que “no siempre sentimos miedo, también hay enojo, hay vergüenza, pero no podemos verlo porque solo pensamos en el miedo” (Mónica, 18 años, comunicación personal, 27 de mayo de 2021). Esta reflexión la tuvo, según comentó, después de la segunda sesión en la que trabajamos los mapas barriales:
Unos días después de que hicimos esos mapas yo salí con mi hermano a comprar unas cosas. Pasé por esa calle y sentí algo raro, pero me di cuenta que no era miedo, que siempre que sentía algo al pasar por ahí creía que era miedo, pero no, lo que siento es vergüenza. Por eso evito pasar por ahí, me da mucha vergüenza. Camino rápido y no volteo cuando pasó por ahí porque siento como cosas en el estómago, la piel se me pone como de gallina y siento, no sé, hasta ganas de llorar. Siento vergüenza cuando paso por ahí (Mónica, comunicación personal, 27 de mayo de 2021).
El relato de Mónica se asocia a una experiencia específica sucedida antes de la pandemia, en la que ella participó de una fiesta en casa de un vecino con compañeras/os del bachillerato al que ambos acudían, y que se encontraba en otra alcaldía (Benito Juárez), por lo que sus compañeras/os viven en otras colonias de la ciudad y ninguna/o, salvo el vecino, conocía Barrio Norte. La fiesta celebrada era por el fin de cursos y se llevó a cabo en esa casa porque el vecino comentó que contaba con una terraza grande en donde podían estar a gusto. Todo transcurría sin mayores incidentes hasta que una balacera se desató en Barrio Norte. Mónica relató que, de repente, se percató de que sus amigas/os estaban tiradas/os pecho tierra, algunas/os compañeras lloraban y se tapaban los oídos, mientras que otras/os intentaban esconderse. Solo ella y su vecino permanecían de pie, sin aparente sorpresa por lo que estaba sucediendo:
sentí tanta vergüenza de no poder reaccionar como los demás lo estaban haciendo. Me di cuenta que estoy tan acostumbrada a los ruidos de las balas, a las balaceras, que ya no me da miedo, ya no entro en pánico. Ya lo tomo como si fuera cualquier cosa. Me dio vergüenza que mis amigas/os me reconocieran así y me tiré al piso para aparentar (Mónica, comunicación personal, 15 de mayo de 2021).
Para Sara Ahmed la vergüenza es una emoción particular porque se dirige hacia sí mismo, “se imprime en el cuerpo, como un sentimiento intenso de que el sujeto está contra sí mismo” (2015, p. 164). La vergüenza expone a las/os sujetas/os como responsables del acontecimiento que la causa, como si lo que afecta o se siente mal fuera propio de nosotras/os mismas/os y no de los objetos o las condiciones externas. El relato de Mónica hace evidente cómo ante la constante violencia vivida ha normalizado las formas en que esta se manifiesta -como las balaceras-, lo que no implica que ya no le causen temor. El hecho de que ella haya señalado sentir vergüenza y no miedo apunta a cómo el proceso de violencia que ha escalado en el barrio y al que ha estado sometida desde su niñez se ha encarnado en sí misma, al grado de sentir cierta responsabilidad al no asombrarse ni reaccionar de la misma manera que las/os demás; por ello, desea ocultarse a través de aparentar un pánico que, quizás, alguna vez sintió, pero al que se acostumbró.
Reflexiones finales
A lo largo de este artículo he discutido la importancia de las emociones en la reconfiguración del espacio a partir de las experiencias de las mujeres jóvenes que lo habitan. Mi interés por emprender esta investigación radicaba en desentrañar el vínculo entre emociones-espacio habitado-violencia desde un enfoque de género, para lo cual fue preciso desarrollar una metodología participativa de manera coordinada y colaborativa con las jóvenes protagonistas que nos permitiera romper con la cartografía oficial y esbozar un mapa propio, o contramapa, a partir de las emociones encarnadas en el espacio habitado.
Más que presentar un mapa como el resultado de esta indagación, las reflexiones finales son vertidas para motivar la discusión sobre cómo los espacios habitados cobran forma, sentido, significado, cómo se llenan de contenido mediante las experiencias vividas de quienes les habitan. Así, habitar un espacio implica encarnarlo: se llena de nuestra carne y a la vez nos alimenta; por ello, el desarrollo y aplicación de las cartografías emocionales muestra cómo las emociones se ven reguladas por las condiciones que imbrican las subjetividades y vinculan a las/os sujetas/os con el espacio que habitan, en donde el género cobra una relevancia particular al marcar pautas de comportamiento y disponer la presencia/ausencia de los cuerpos masculinizados o feminizados en el espacio urbano.
El mapa realizado por las jóvenes de Barrio Norte da cuenta de cómo las emociones reconfiguran la cartografía de un espacio a partir de la experiencia vivida de mujeres jóvenes que lidian día a día con la violencia altamente lesiva que condiciona a su barrio. Las emociones colorean al espacio, le dan vida, lo resignifican al imprimirle sentidos, memorias, al encarnarlo. El mapa emocional de Barrio Norte no es un mapa gris y mudo, es un mapa que habla, que cuenta, que dice qué se siente habitarlo: miedo. Barrio Norte es un espacio rojo que advierte el peligro y la inseguridad de transitarlo, es un mapa que dice que las jóvenes viven con miedo constante al salir de sus casas y caminar en algunas calles dentro de su propio barrio, que muestra cómo la violencia ha cercado el espacio y limitado la circulación libre y segura. El miedo da cuenta del poder que tiene al restringir la movilidad y obligar a las jóvenes a trazar rutas acotadas para moverse en circuitos conocidos y ajustados, y, de manera no directa, limita el uso y ocupación del espacio público relegando a las mujeres al espacio privado. Es decir, en esta emoción podemos ver cómo se implica también la dominación territorial y cómo esta refuerza, como consecuencia no planeada, los patrones tradicionales de género que condicionan la presencia y ocupación del espacio público por parte de las mujeres jóvenes.
En la resignificación del espacio, las jóvenes insistieron en mantener espacios de seguridad/tranquilidad. Los espacios verdes del mapa emocional muestran la resistencia de las jóvenes por procurarse espacios propios y suyos, que, aunque son trastocados por la violencia, los atesoran y cuidan para no ceder completamente ante el miedo.
El mapa emocional de Barrio Norte también nos dice que las emociones tienen el poder de desapegarnos de nuestro espacio habitado, de sentirlo ajeno y distante, pero también de distanciarnos de otras/os. La vergüenza tiene ese poder de enfrentarnos a la desigualdad de habitar espacios diferentes en la misma ciudad, corrompe la tranquilidad de estar en el espacio que debería ser seguro por ser propio para mostrarnos que somos parte de la misma violencia a la que tememos. Una emoción como la vergüenza puede llevar a sentirnos responsables de lo que acontece en nuestro entorno y, así, limitar aún más nuestras relaciones y oportunidades de resocialización.
La co-generación de una metodología participativa nos dejó, a las jóvenes y a mí, una experiencia rica y extra-ordinaria al poder explorar y sensibilizarnos respecto de las condiciones que limitan nuestra movilidad y delinean nuestras experiencias de habitar una colonia o barrio, una ciudad, reconociendo nuestras vulnerabilidades y privilegios, dándole voz a nuestras emociones. Con este trabajo llegué a la conclusión de que colectivizar las emociones y hacerlas comunes no lleva de manera directa a la creación de transformaciones ni a reforzar formas de cuidado colectivo, pero sí permite reflexionar y reconocernos como sujetas sintientes y afectadas por las condiciones en las que vivimos, para advertirnos en el miedo, el enojo, la vergüenza, el asco, en la necesidad de más espacios de tranquilidad que nos procuren también espacios de alegría.
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Notas