Reseña bibliográfica
Received: 15 December 2023
Accepted: 03 February 2024
Published: 01 June 2024
Aunque antropólogos y lingüistas señalen que los weenhayek bolivianos y los wichí argentinos (ambos de la familia lingüística mataco-mataguaya) son parte de un “continuum geolectal” o “complejo étnico” (Braunstein, 1993) -una misma gente que habla variedades dialectales de la misma lengua-, ambos nombres demarcan cada vez más a “etnias” distintas y localizadas. Estas lógicas de demarcación y clasificación, nuevas en sus efectos y en los factores que las definen, pueden rastrearse también en el pasado. Con el avance del frente colonizador en la región chaqueña los misioneros, colonos y exploradores aprehendieron el mosaico cultural con el que interactuaban y dieron nombres a los grupos que allí vivían, labrando acta del modo en el que estos grupos se relacionaban entre sí y resistían a los embates de la “civilización”. Examinando el caso de los wichís/weenhayek y el de sus antepasados, desde el siglo XVII hasta la fecha, los tres ensayos publicados por Isabelle Combès y Rodrigo Montani despliegan parte del tablero étnico del Gran Chaco y exponen los procesos que le dieron forma. La aparición y muerte de los nombres, las fricciones interétnicas y la historia de los wichís y weenhayek son los temas del libro.
Los dos primeros capítulos, “Etnonimia wichí: cien hipótesis para mil y un nombres” y “Los ancestros de los valles: mataguayos del piedemonte andino en la época colonial” los firman ambos autores; el tercero, “Cuatro décadas de historia weenhayek”, solo Combès. Tanto el primer como el último ensayo ya fueron publicados y se presenta en el libro una versión revisada de ambos y ampliada del tercero, que anexa documentos poco conocidos sobre la aparición y clausura de la misión franciscana de San Antonio de Padua, a orillas del Río Pilcomayo, entre 1860 y 1905. Los tres textos son un acercamiento progresivo a una pregunta que sirve de filamento: “el por qué y el cómo -se interrogan los autores- del desprecio tan descarado con el que los criollos (y los grupos indígenas vecinos) han tratado a wichís y weenhayek a lo largo del tiempo” (p. 11).
El primer ensayo se ocupa de los procesos etnonímicos. “Wichí” y “weenhayek” son gentilicios autodenominativos de aparición reciente, que cristalizaron como nombres de “etnias” distintas a partir del encuentro de los indígenas con misioneros, colonos criollos, exploradores y, actualmente, antropólogos y organismos no gubernamentales. El panorama en la época colonial era distinto y los antepasados de quienes hoy se autodenominan wichí y weenhayek fueron llamados con varios nombres en las fuentes históricas: “mataguayo”, “mataco”, “noctenes”, “güisnais” y varios más, cada uno con distintas grafías, algunos internos a la organización social y a la lengua wichí, otros dados por grupos indígenas vecinos. Montani y Combès rastrean estos nombres hasta el siglo XVII, revisan las hipótesis disponibles para cada uno y plantean nuevas. Observan, entonces, que los etnónimos empleados en el pasado no se corresponden con los grupos o “etnias” actuales, que no existían como tales, y advierten que en las fuentes muchos nombres parecen designar “naciones” indígenas en un sentido general, mientras que otros describen “subdivisiones”, “parcialidades” o “parentelas” dentro de estos grupos, confundiéndose los nombres de las “naciones” con los de las “parcialidades”. A medida que se consolidó el proceso de conquista y colonización en la región chaqueña los nombres pasaron de ser genéricos y multiétnicos a definir con mayor precisión las unidades sociales a las que referían, dotando al “complejo étnico” wichí y weenhayek del cariz que tiene hoy día. El análisis propone entender la identidad de los wichís y weenhayek como producto de las relaciones interétnicas sostenidas a lo largo del tiempo con una amplia batería de actores, abordando la nomenclatura etnonímica como un problema de interpretación etnohistórica.
El segundo ensayo está dedicado a los mataguayos que habitaron el piedemonte andino, antiguo territorio de los wichí y weenhayek. Combès y Montani reconstruyen esta historia a partir de las distintas avanzadas misioneras en la región de Salinas y Zenta entre el siglo XVII y finales del siglo XIX, destacando las relaciones de intercambio cultural, parentesco y conflicto que ligaban a los grupos humanos que entonces recorrían los valles: en las misiones y sus alrededores convivían, rivalizaban, se aliaban y mezclaban “mataguayos” con “chiriguanos”, “tobas”, “mocovíes” y esclavos negros, así como también distintas “parentelas” mataguayas entre sí -los “mataguayos andinizados” o posibles “churumatas”, los “vejoces”, “abuchetas” y/u “ojotaes”-. La identificación de las unidades sociales que designaban todos estos etnónimos vuelve a plantearse ahora focalizando en el entramado de relaciones interétnicas que se desprende de las fuentes misioneras. El análisis, en su conjunto, permite visualizar, una vez más, que los wichís y weenhayek son un continuum de grupos, una red de parentelas unidas mutuamente y relacionadas con otras “naciones” indígenas de forma móvil.
El último artículo recorre la historia de la misión de San Antonio de Padua, ubicada en lo que hoy es la ciudad de Villamontes, durante la segunda mitad del siglo XIX. Examinando fuentes franciscanas inéditas, adjuntas en el anexo, Combès describe la experiencia de los “matacos” y/o “noctenes” en las misiones, sus relaciones con “tobas”, “chiriguanos”, padres franciscanos y criollos. El objetivo aquí es doble: primero, presentar el panorama de las relaciones interétnicas en la misión “noctena” analizando un período bien documentado de esta historia; segundo, comprender el desprecio con el que los franciscanos trataban a los ancestros de los actuales wichís. “En las fuentes escritas -dice Combès- los noctenes no parecen siquiera tener historia propia” (p. 84). Para los padres los noctenes son neófitos inconstantes, van y vienen entre el bosque y la misión, no toleran la disciplina y parecen ser presas de una “inconcebible apatía”. Se los juzga incapaces de valerse por sí mismos, desidiosos, en todo subsidiarios y cómplices de sus vecinos tobas. Los chiriguanos comparten y fomentan la misma opinión, y entre estos y los noctenes existe una mutua hostilidad. Cómplices o “alcahuetes”, los noctenes tienen con los tobas relaciones de parentesco, actúan junto a ellos en contra de los blancos y sostienen un vínculo amigable aunque no menos conflictivo. Aquello que las fuentes describen como “apatía” y se manifiesta en la dependencia de los noctenes con los tobas, Combès lo reinterpreta a partir del concepto wichí husék o “buena voluntad” (Palmer, 2005). La apacibilidad del temperamento se revela como un valor positivo entre los wichís, origen de armonía social y de una resistencia silenciosa y muchas veces vana tanto contra los blancos como contra los indígenas vecinos.
Los tres ensayos arrojan luz sobre las vivencias de los grupos que hoy llamamos wichí y weenhayek, señalando varios “tropos” de esta historia: los vínculos de parentesco y las rivalidades entre “naciones” o “parcialidades”, los fracasos evangelizadores y el avance avasallador de la colonización en el Chaco. El resultado es un trabajo documentado cuyo fuerte radica en arribar a conclusiones no sin antes haber trabajado los datos desde la etnohistoria, la lingüística y la etnografía.
Bibliografía
Braunstein, José A. (1993). “Territorios e historia de los narradores matacos”. En: Braunstein, José A. (comp.). Hacia una nueva carta étnica del Gran Chaco. Centro del Hombre Antiguo Chaqueño, Chaco, pp. 4-74.
Isabelle Combès y Rodrigo Montani (2023). Tres ensayos de historia weenhayek/wichí. Itinerarios Editorial, Cochabamba.
Palmer, John H. (2005). La buena voluntad wichí: Una espiritualidad indígena. Grupo de Trabajo Ruta 81, Buenos Aires.