Resumen:
Este trabajo propone una revisión de los aportes de la academia argentina para analizar cómo se relacionan el género, la sexualidad y el espacio público a la hora de problematizar cómo y para quién se construye ciudad. Luego de la revisión de antecedentes, puedo afirmar que los trabajos que vinculan las dimensiones mencionadas no suelen provenir de las disciplinas académicas que abordan las temáticas urbanas por excelencia. En este sentido, este artículo intenta promover la incorporación del género y la sexualidad como dimensiones que nos hablan acerca de cómo, por y para quién está pensado el espacio público y la ciudad en los estudios urbanos en general y la sociología urbana en particular.
El avance de las demandas de las mujeres sobre sus derechos avanza también sobre el plano urbano y expresan un conflicto en los que se despliegan narrativas morales que impulsan o ralentizan los cambios sociales. La identidad y expresión de género de cada uno/a de nosotros/as en el espacio público posibilita oportunidades económicas, políticas, sociales y morales diferenciales. Los riesgos, las conductas que debemos manifestar, las vestimentas entendidas como (in)apropiadas para ciertos horarios o espacios, qué transportes públicos elegimos para movilizarnos, entre otros aspectos, dependerán en gran medida de si encarnamos una identidad de género masculina, femenina o inclasificable. En este trabajo se entiende que los conflictos urbanos derivados del encuentro de las diferencias (entre ellas las de género y sexuales) en el espacio público son oportunidades analíticas inmejorables para dar cuenta desde la academia de cómo los diferentes grupos expresan proyectos de ciudad que promueven intereses determinados y construyen legitimidades sociales para algunos grupos en detrimento de otros.
Palabras clave:ciudadesciudades,espacio públicoespacio público,génerogénero,sexualidadessexualidades.
Abstract:
This work proposes a review of the contributions of the Argentine Academy to analyze how gender, sexuality and public space are related when problematizing how and for whom a city is built. After reviewing the framework, I can affirm that the works that link the aforementioned dimensions do not usually come from the academic disciplines that address the urban themes par excellence. In this sense, this article tries to promote the incorporation of gender and sexuality as dimensions that speak to us about how, for and for whom the public space and the city are thought in urban studies in general and urban sociology in particular. The advance of women's demands on their rights also advances on the urban level and expresses a conflict in which moral narratives are deployed that promote or slow down social changes. The identity and gender expression of each and everyone of us in the public space allows different economic, political, social and moral opportunities. The risks, the behaviors that we must carry on, the clothing understood as (in)appropriate for certain hours or spaces, which public transport we choose to mobilize, among other aspects, will depend to a great extent on whether we embody a masculine, feminine or unclassifiable gender identity . In this work it is understood that the urban conflicts arising from the meeting of differences (including gender and sexuality) in the public space are excellent analytical opportunities to account from the academy of how different groups express city projects that promote interests determined and build social legitimacies for some groups to the detriment of others.
Keywords: cities, public space, gender, sexualities.
Espacio Abierto
El otro espacio público en los estudios urbanos de la Argentina actual: el género y las sexualidades también construyen ciudad
Other public space in urban studies in present day Argentina: gender and sexualities also build city

Recepción: 23 Noviembre 2017
Aprobación: 22 Marzo 2018
La Sociología Urbana y la Antropología Urbana argentinas desde la década de 1970 han desarrollado estudios sobre diversas temáticas que se consolidaron como tópicos centrales en el marco de los estudios urbanos locales. Algunos de ellos son el (in)acceso a la vivienda (desarrollo de políticas públicas que van desde la urbanización hasta la erradicación de villas, la autoconstrucción, la toma organizada de tierras, el diseño (no) participativo de los receptores de vivienda social, etc.[1]); el acceso desigual a servicios públicos (luz, agua, cloacas, entre otros[2]); el transporte público (acceso a centros urbanos desde las periferias, desarrollo de políticas públicas, entre otros)[3]; las condiciones de vida de los/as pobladores/as[4], especialmente si son pobres, a la vera de los cursos contaminados de agua; y la valorización del suelo urbano en contextos neoliberales[5]. Hasta acá, se enumeraron algunas de las principales problemáticas que la Sociología Urbana argentina aborda proporcionando conocimientos valiosos que denuncian las desigualdades sociales ancladas en el territorio y que proveen herramientas conceptuales para elaborar nuevos diagnósticos necesarios para el desarrollo de políticas públicas de corte urbano que apunten hacia una ciudad más justa y habitable.
Ninguno de los ejes temáticos arriba planteados me interesa problematizar en este artículo. El propósito de este escrito es fomentar la incorporación de otras dimensiones que permitan visibilizar otros elementos que, a mi entender, también construyen ciudad y desigualdades y que no son usualmente recuperados desde la academia local. En este sentido, me atrevo a decir que la Sociología Urbana argentina poco ha problematizado las formas en las que el género y las sexualidades actúan como dimensiones retomadas por los actores sociales a la hora de concebir quiénes merecen usar, habitar y permanecer en el espacio público. Este merecimiento parte de argumentos que construyen (i)legitimidades y, en definitiva, consolidan proyectos simbólicos de ciudad que muchas veces terminan plasmándose materialmente. En esta dirección, me interesa recuperar líneas de trabajo que ya inicié pero que por primera vez intento explicitarlo en forma condensada.
En este trabajo, en un primer momento, retomaré los principales aportes producidos por investigadores/as argentinos/as que problematizan la relación entre sexualidad y ciudad recuperando sus líneas de abordaje propuestas para, finalmente, señalar la importancia que tiene a mi entender visualizar al género y las sexualidades como instituciones que producen sentidos a partir de las cuales se delinean proyectos de ciudad. Cada uno de estos proyectos es impulsado por una alianza de actores (vecinos/as, comerciantes, funcionarios/as públicos/as, grupos estigmatizados, entre otros posibles) que disputan con otros el acceso a las oportunidades económicas, políticas, sociales y morales que la urbe ofrece. A continuación, se exponen algunos de los abordajes encontrados.
A continuación se presentan a los/as autores que en forma más reciente publicaron trabajos que retoman las dimensiones que intento poner en diálogo. En esta dirección, Rapisardi y Modarelli (2001) recuperaron en su ya clásico libro titulado “Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura” cómo los homosexuales y gays de Buenos Aires construían códigos de seducción en baños públicos, fiestas clandestinas y en territorios periféricos como el Tigre en contextos de represión policial exacerbada (1976-1983). Tal como se señaló en otro artículo (Boy, 2015), si bien este libro no proviene de la sociología es útil para clarificar cómo los hombres que frecuentaban las teteras[6] construían espacio con sus prácticas. En uno de los testimonios citados en este libro, se argumenta lo siguiente:
Los que íbamos a las teteras teníamos todos un código de juego en común. Gestos, frases cortas, distribución de los espacios y gente que hacía de ‘campana’, generalmente voyeurs. Era todo silencioso, de sobreentendidos. De ese juego no participaba nadie que no quisiera. Y apenas entraba alguien extraño al ritual, nos deteníamos. Los códigos de peligro funcionaban en forma automática (…) (Rapisardi y Modarelli, 2001:36).
En la misma línea que Rapisardi y Modarelli, Meccia (2011) ya sí desde un enfoque puramente sociológico, recupera cómo los homosexuales porteños se adaptan (o no) a los nuevos códigos de sociabilidad gay del presente a partir de la consolidación de la democracia, el freno de la persecución policial en los espacios de sociabilidad gay a principios del 2000, la aprobación de nuevos marcos jurídicos y la consolidación del mercado gay. Meccia entrevistó a homosexuales mayores de cuarenta y cinco años (“los últimos”) y recorrió junto con ellos los espacios públicos de “yiro” o seducción construidos en la ciudad y que hoy desaparecieron. La clandestinidad de los tiempos represivos en dictaduras y en democracias forjaba una forma secreta de comunicarse entre sí, un código de sociabilidad que los homosexuales debían manejar y que se nutría de secretos compartidos que debían conservar herméticamente para no ser descubiertos por la mirada social ni policial pero, a su vez, que les posibilitara ser suficientemente visibles para poder reconocerse y atraerse entre sí.
Otro de los textos que marca una relación entre la sexualidad y el espacio público en la Argentina, proviene del campo de la Antropología. Sívori (2005) estudió cómo se construían códigos de seducción en el espacio público entre varones en la ciudad de Rosario en tiempos formalmente democráticos. Sívori vinculó la expresión del deseo sexual y la utilización del espacio. En palabras del autor,
el deseo debe ser constantemente negociado entre la promesa de placer y la amenaza de ser importunado o reprimido (por las fuerzas de seguridad). La tensión entre estas dos fuerzas se reflejó en cómo es utilizado el espacio en las trayectorias e interacciones características de los espacios públicos. La selección de los espacios de “yiro” y la conducta que se observa en ellos constituyen movimientos coreografiados, rutinas inventivas a través de las cuales los participantes invisten el espacio social y físico de nuevos significados (Sívori, 2005:66).
A partir de las prácticas de “yiro” o “levante” y la observación participante, Sívori reconstruyó las identidades fijas o fluidas que se construían, y bajo qué categorías, en un contexto donde el mercado gay comenzaba a modificar los espacios de sociabilidad y seducción entre varones[7].
Los abordajes de los autores citados (Rapisardi y Modarelli, Meccia y Sívori) confluyen en problematizar la relación entre la sociabilidad homosexual/gay y el espacio público, en contextos de mayor o menor persecución policial, pero no desde perspectivas teóricas atravesadas por el urbanismo y/o la Sociología Urbana. En cambio, otras tres autoras argentinas sí encuadraron el análisis del género y las sexualidades desde la perspectiva urbana. Me refiero a la socióloga Sabsay y a la antropóloga Carman y a la arquitecta Falú.
Sabsay problematizó la oferta callejera de sexo de travestis en la Ciudad de Buenos Aires entendiéndola como una práctica que ponía en jaque a la sexualidad normalizada y que evidenciaba características particulares de la relación entre el Estado y la ciudadanía desde territorios concretos. En su libro “Fronteras Sexuales. Espacio urbano, cuerpos y ciudadanía” (2011), Sabsay realizó una revisión de la normativa que por momentos (des)penalizó el ejercicio del sexo comercial en la Ciudad de Buenos Aires y cómo la creación de “zonas rojas” respondió a campañas de expulsión que garantizaban la “pureza” de lo público, usualmente en pos de proteger los valores que representaría la familia nuclear moderna. Es interesante destacar que para esta autora existe una mutua implicación entre espacialidad, sexualidad e identidad que funciona como una
frontera imaginaria y espacial, (que) no sólo organiza, clasifica y jerarquiza las prácticas sociales, sino que opera de forma performativa, interpelando a los distintos sujetos sociales, y de este modo participa en la configuración del imaginario de cada identidad social (Sabsay, 2011:72).
Para esta autora, la oferta callejera de sexo se constituyó como un Otro que funcionaba, a la vez, como pilar y garante del imaginario normativo, es decir, como la posibilidad de confirmar los ideales de la comunidad del barrio. En otro de sus textos, Sabsay reconstruye las modificaciones referidas a la oferta y demanda de sexo que tuvo el Código de Convivencia de la Ciudad de Buenos Aires aprobado en 1998 y modificado en sucesivas ocasiones. Una de las modificaciones al Código facultaba a las fuerzas policiales a iniciar actas ante la oferta y demanda de sexo en la vía pública. Ante esto, la Policía Federal presentó un interrogante a la Fiscalía: ¿cómo detectar y probar la oferta y demanda de sexo? Según Sabsay, la respuesta de la Fiscalía fue “usen el sentido común”. De esta forma la acción de observar a cargo de las fuerzas policiales
“involucra una performance visual (por parte de la policía), una teatralización que conlleva la repetición de gestos ritualizados y supone una estilización minuciosa del cuerpo, de sus gestos y sus vestimentas en un escenario determinado de acuerdo a un ritual sedimentado, lo demuestra el mismo hecho de que para probar que la acción efectivamente está ocurriendo se decide emplear cámaras de vídeo para filmar a los actantes en acción” (Sabsay, 2010: 98).
Esta performance visual no deja de recurrir a representaciones simbólicas que construyen al comercio sexual desde cuerpos estilizados, rituales y gestos corporales que en determinados contextos son significados en cierta dirección. La representación de la oferta de sexo como una práctica obscena para territorios determinados y protagonizada por ciertos grupos termina recuperando el cruce que quiero rescatar en este artículo. Sabsay en su abordaje demuestra cómo ciertas prácticas llevadas a cabo por determinados grupos en espacios públicos específicos son leídas desde una mirada normalizadora que legitima las políticas públicas represivas. Por lo tanto, en mi opinión, los cuerpos y prácticas ilegítimos para ciertos territorios se convierten en oportunidades analíticas para dar cuenta de cómo el género y las sexualidades estigmatizadas para ciertos territorios provocan reacciones adversas que evidencian una construcción simbólica y específica del espacio. Por consiguiente, tal como Sabsay propone, la oferta callejera de sexo de mujeres cis[8] y travestis termina siendo, simultáneamente, el efecto y el garante de la normalización de la expresión[9] e identidad[10] de género y las sexualidades del resto. La punición permite controlar y regular los cuerpos y prácticas históricamente ilegalizados y, así, velar por “el cuidado de los ciudadanos y el bienestar sobre todo individual pero también colectivo” (Sabsay, 2010: 99).
Otra de las investigadoras argentinas que abordó la relación entre sexualidad y territorio fue María Carman quien a lo largo de sus trabajos reconstruyó trozos de ciudad que se encontraban amenazados por los desalojos. En esta lógica, una de sus preocupaciones fue lo acontecido en la denominada “Aldea Gay”, una villa habitada originalmente por travestis y gays en la que vivían casi cien familias ubicada terrenos de la Ciudad Universitaria de la Universidad de Buenos Aires. El trabajo de Carman demuestra cómo las orientaciones sexuales e identidades de género que se apartaban de la heternormatividad recibieron un tratamiento diferencial por parte de las fuerzas policíacas: “abusos físicos y psicológicos, robos de pertenencias, allanamientos, quema de ranchos, (la exigencia de) pago de porcentajes de ganancias a quienes ejercían la prostitución, y demoras en la comisaría por estar vestidos de mujer” (Carman, 2010: 51). En esta dirección, habitar un área periférica en la extrema pobreza, en una zona cuasi invisible y encarnando prácticas y/o identidades sexuales objetables, los convertía en “objeto pasivo de la satisfacción sexual de los policías” (Carman, 2010: 51). Con la crisis de 2001, familias cis y heterosexuales se unieron por goteo a los/as primeros/as pobladores/as y el desalojo comenzó a tener otro cariz: arribaron a la Aldea Gay diferentes organismos públicos para negociar la expulsión y satisfacer provisoriamente algunas necesidades básicas. El trabajo de Carman muestra cómo desde el Estado se construyó al desalojado: los primeros pobladores que eran gays y travestis, mayoritariamente cartoneros/as, fueron visibilizados negativamente por los organismos públicos a partir del género y la sexualidad; en cambio, a las familias cis heterosexuales se las construyó como “personas en situación de pobreza”, merecedoras de trato digno y de mejores condiciones de vida. Como muestra de esto, la modalidad de los desalojos se vio afectada por quiénes eran los desalojados: en 1998 el intento de expulsión a gays y travestis se caracterizó por los incendios intencionales de sus casillas; en 2006, la salida de las familias cis heterosexuales (así como los gays y las travestis) fue a través de negociaciones con el Ministerio de Desarrollo Social y promesas de entregas de subsidios económicos. En síntesis, la propuesta de Carman logra un entrecruzamiento entre territorio, clase y género/sexualidad para pensar cómo el Estado (des)legitima, desarrolla e implementa diferentes modalidades de política pública a la hora de desalojar. Si los residentes eran gays y travestis viviendo en extrema pobreza, la sexualidad objetada fue la variable prioritaria para definirlos desde el Estado. En cambio, si los residentes conformaban familias cis heterosexuales eran concebidos desde el mismo Estado como merecedores de ayuda social. Todos son pobres. Sin embargo, no todos/as gozan de la misma legitimidad, no todos merecen la ciudad y sus magros recursos de la misma forma.
Hasta acá, he intentado agrupar a los/as investigadores/as de Argentina que considero que tematizaron la relación entre el género, las sexualidades y la ciudad.
Falú visibiliza cómo las mujeres latinoamericanas son blancos de violencia en el espacio doméstico pero, a su vez, protagonizan menos casos de violencia en el espacio público que los varones aunque casi siempre por motivos sexuales y/o de género (violaciones, agresiones de pareja). Sin embargo, ellas sienten mayor inseguridad que ellos. Recuperando a Kessler, Falú sostiene que el miedo regula la vida social y eso veda el ejercicio del derecho a la ciudad de las mujeres ya que no pueden apropiarse de su propio cuerpo y de los territorios que habitan reconfirmando así el espacio público masculinizado en el que fueron socializadas (Falu, 2014: 19-21).
La pregunta que surge es por qué las áreas de estudios urbanos localizadas en los principales centros o institutos del país no recuperan al género y a las sexualidades como dimensiones centrales a tener en cuenta a la hora de problematizar para quién es la ciudad, quién la merece, cuáles son los cuerpos y prácticas generizadas y/o sexuales (i)legítimos en ciertos espacios públicos, y cómo los diferentes grupos que habitan la ciudad desde sus posiciones económicas, sociales, culturales y sexo-genéricas diferenciales construyen narrativas morales que (i)legitiman, (i)legalizan, (des)posicionan y hasta expulsan o acobijan a unos grupos en detrimento de otros. A continuación, se recuperarán otros aportes de investigadores/as locales que provienen en su mayoría de los estudios urbanos que si bien no necesariamente incorporan dimensiones de género y/o sexualidades, sí proporcionan conceptos que dan pistas sobre la potencialidad de la incorporación de estas dimensiones para problematizar cómo se construye la ciudad y para quién/es.
Según el arquitecto argentino Horacio Torres (1993), la estructuración espacial de las ciudades en general y de Buenos Aires en particular no puede entenderse si no se tienen en cuenta los contextos económicos, políticos y sociodemográficos. Es decir que el modelo económico, el régimen político y los procesos (in)migratorios dejan huella en cómo las ciudades y su infraestructura urbana se desarrollan. Sin embargo, Torres no incorporó en su análisis a las representaciones culturales relativas al género y las sexualidades como variables a tener en cuenta a la hora de explicar cómo se habita y experimenta el espacio público.
La representación de lo que una determinada cultura entiende por masculino y/o femenino se expresa también en la estructuración del espacio y su ornamentación. En Buenos Aires, los monumentos (en general realizados por artistas varones) suelen representar a las mujeres con cuerpos en poses eróticas y a los varones como héroes y/o guerreros montando caballos[11]. A un nivel más vivencial, nuestras experiencias de la ciudad variarán de forma exponencial si como transeúntes portamos una expresión de género masculina, femenina o inclasificable; si tenemos una orientación sexual no heterosexual y la manifestamos[12]; o si ejercemos actividades asociadas a lo indecoroso como, por ejemplo, la oferta de sexo en la vía pública o mostrar parte de la teta al amamantar. Todas estas diferencias atraviesan nuestras vidas cotidianas y hasta modifican nuestras conductas: los riesgos que corren varones y mujeres en el espacio público son diversos y éstos inciden en los recorridos que hacemos (muchas veces se elige el más largo pero más seguro), en la ropa que usamos, en las decisiones sobre qué transporte público elegir, qué ritmo de caminata dar y cómo nos mostramos frente a los otros transeúntes. Estos transeúntes de acuerdo a su identidad y expresión de género, vestimenta, rasgos corporales (el color de la piel, por ejemplo) y actitudes, entre otros elementos posibles, son juzgados a priori como peligrosos, vulnerables, atractivos, pobres merecedores (o no) de las políticas sociales existentes, entre otras posibilidades. Retomando lo expuesto, la producción del espacio se da en forma simultánea y contradictoria y, tal como indicó Lefebvre (1978), la concepción y planificación que los/as urbanistas y arquitectos/as tienen de éste y cómo lo proyectan, entran en contradicción mucha veces con “la forma en la que los grupos y clases sociales crean espacios o participan en la creación de espacios, o, por el contrario, padecen las construcciones o las creaciones de espacios” (Lefebvre, 1978: 221). En este sentido, es importante tomar en cuenta cómo ciertos actores (gobiernos, planificadores, diseñadores/as, consejos profesionales de urbanistas/arquitectos/as, entre otros) producen espacio desde posiciones ideológicas pero también cómo los/as grupos citadinos se reapropian del espacio muchas veces en una dirección opuesta a la planificada y cómo construimos representaciones sobre lo que nos amenaza, lo que nos tranquiliza y/o seduce. Estas representaciones determinan cómo vivimos el espacio en convivencia o desavenencia. A partir del (des)encuentro con el Otro se (re)producen las fronteras materiales y simbólicas en el espacio público.
Las diferencias de género, clase, raza/etnia y sexuales se encuentran por excelencia en el espacio público. Estos encuentros de los grupos que ocupan posiciones de desigual legitimidad social despiertan solidaridades pero también conflictos. Tal como se dijo en otra oportunidad, el espacio público continúa siendo el lugar donde las diferencias se encuentran, se solidarizan, se dirimen y se molestan (Boy y Perelman, 2008). Estas rispideces originan conflictos urbanos en los que los diferentes grupos involucrados se posicionen acerca de cuál es el modelo de ciudad que les interesa habitar, qué es lo que se puede hacer en determinados espacios a tales horarios, qué puede visibilizarse y qué se debe mantener en el ámbito privado, cuáles son las vestimentas apropiadas. En fin, cuáles son las normas de convivencia y cuáles son los valores que deben imperar en ese convivir, cuáles son las afectividades que pueden demostrarse en público y entre quiénes. Y también quiero destacar que los conflictos que se originan de estos (des)encuentros pueden ser concebidos como importantes oportunidades analíticas para quienes trabajamos en la investigación para, así, dar cuenta que todas las prácticas que mencioné construyen ciudad y que esta no es para todos (y menos para todas) según tiempo (horarios) y espacios (barrios, territorios, áreas concretas).
De esta manera, los diversos actores sociales se identifican “con un área que interpretan como propia, y que se entiende que ha de ser defendida de intrusiones, violaciones y contaminaciones” (Delgado Ruiz, 1999:30; 2002:2 en Rodríguez, 2010: 195). En este sentido, hace relativamente poco las mujeres comenzaron a organizarse en pos de denunciar como acoso callejero al anteriormente conocido como “el piropo” y a la forma en la que muchos de los varones disponen de los espacios en el transporte público a partir de ciertas prácticas corporales (los varones que abren las piernas en forma exagerada al sentarse puede ser el ejemplo prototípico también conocido como el “manspreading”)[13]. Esta denuncia de las mujeres bajo la categoría de “micro-machismos” puede ser pensado como un intento por reapropiarse de un espacio público planificado por y para varones, como una disputa que comienza a darse.
Siguiendo la perspectiva del conflicto y las disputas alrededor del espacio público, es importante recuperar el concepto de “narrativas morales” que trabaja Gabriel Noel (2011), para pensar cómo ciertas tramas de sentido de determinados grupos que apelan a valores morales se imponen sobre otros relatos y otras prácticas y construyen representaciones centrales o hegemónicas a partir de su diferenciación con aquellas consideradas periféricas o desviadas. Estas tramas demarcan fronteras entre los distintos actores que gozan de mayores o menores beneficios de acuerdo al prestigio social con el que cuenten en espacios y comunidades determinados. Las fronteras suelen naturalizarse y se visibilizan cuando los conflictos urbanos se desatan. Algunas veces estas narrativas morales apelan a los esfuerzos de los primeros pobladores inmigrantes europeos que con su esfuerzo y cultura del trabajo construyeron los barrios (Cosacov, 2017) en contraposición a los deslegitimados inmigrantes de países limítrofes y Perú que portan pobreza y rasgos corporales y culturales que no se ajustan a la venerada raíz blanca y europea. Otras veces, estas narrativas morales pueden surgir ante la oferta de sexo en la vía pública en barrios residenciales de clase media en los que los/as vecinos/as promoviendo los valores de la familia intentan expulsar o retirar a las travestis que ofertan sexo en las calles donde ellos/as residen defendiendo la inocencia de las niñeces puras de sus hijos/as (Boy, 2017).
El encuentro de las diferencias (re)produce desigualdades sociales y pueden convertirse en conflictos urbanos. Las narrativas morales promovidas por los grupos intervinientes expresan las (des)igualdades y en su contenido se encuentran con mayor o menor facilidad representaciones asociadas a valores culturales legitimados. Cuando los grupos defienden sus intereses apelando a la “cultura del esfuerzo/trabajo”, a “la familia” (siempre en singular, por supuesto), a “sujetos sospechosos” encarnados en cuerpos que portan ciertas características fenotípicamente homogéneas, a personas que desarrollan actividades moralmente (in)aceptables, estamos ante la presencia de una narrativa moral que está operando. Estas narrativas expresan proyectos de ciudad que prescriben cómo debe ser el espacio público, cuáles son los usos (i)legítimos, quiénes pueden utilizarlo y quién merece vivir en la ciudad.
Por todo lo dicho, reitero, los conflictos urbanos son excelentes oportunidades analíticas para observar cómo el género y las sexualidades también son dimensiones que construyen ciudad. La propuesta de este artículo es recuperar a la identidad y expresión de género de los cuerpos y a las sexualidades diversas como variables fundamentales que, junto con la clase social y la raza/etnia, terminan convirtiéndose en dimensiones analíticas claves a explorar cuando se analizan conflictos urbanos.
En este trabajo pretendí dar cuenta del potencial analítico que tiene la incorporación del género y las sexualidades como dimensiones centrales que están presentes en los conflictos urbanos y que expresan cómo las ciudades se construyen, por y para quiénes. Entiendo que es importante comenzar a incorporar estas variables en los estudios urbanos y la sociología urbana locales. Tal como se anunció, distintos/as autores/as de Argentina han pensado la relación entre género, sexualidades y ciudad pero pocas veces desde marcos teóricos provenientes del campo urbano.
Las diferencias de clase, identidad y expresión de género y sexuales “se encuentran, solidarizan, dirimen y molestan” (Boy, 2008), por excelencia, en el espacio público. Este (des)encuentro muchas veces desencadena conflictos y permite pensar cómo se (re)producen desigualdades sociales a partir del cruce de los diferentes grupos involucrados. Por este motivo, es importante retomar la idea de fronteras simbólicas (casi nunca físicas) que demarcan (i)legitimidades ancladas muchas veces en la historia de la ciudad y que se expresan en las narrativas morales que los grupos utilizan estratégicamente a través de sus prácticas (discursivas o de otra índole) para promover un proyecto de ciudad determinado, en general excluyente. Estas narrativas podemos reconstruirlas a partir del análisis de las argumentaciones esgrimidas por grupos sociales en debates públicos, en entrevistas realizadas de primera mano o en testimonios publicados en medios de comunicación de vecinos/as y/o planificadores, en documentos elaborados por organismos públicos (decretos, ordenanzas, leyes, etcétera) o por organizaciones vecinales e, incluso, en el arte que se expresa en el espacio público (las esculturas, por ejemplo).
Las narrativas actúan como fronteras que ordenan y producen el espacio público en tal o cual dirección. Tal como sostiene Sabsay cuando analiza el conflicto alrededor de la oferta de sexo callejera en la Ciudad de Buenos Aires, las fronteras regulan el ordenamiento urbano,
“los modos normativos en que este espacio podría sexualizarse, produce así esta trama de relaciones sociales como lo opuesto al bien común. Y en este sentido, es también esta institución de fronteras la que hace que esta regulación implique la configuración del espacio público como ‘lo común’ y que califique entonces a ese espacio urbano como un espacio moral (…) en el que se definen a su vez los ‘modos de ser’ sustanciales a la ciudadanía imaginaria que ese espacio público-moral supone” (Sabsay, 2010: 101).
Podríamos afirmar que estas fronteras de clase, género y sexualidades (entre otras posibles) son manifestaciones claras de disputas entre narrativas morales que luchan por imponerse unas sobre otras y que van definiendo continuamente la historia de cada una de las ciudades que abordemos en nuestros casos de estudio.
Por todo lo dicho, el propósito de este artículo es abrir una indagación en el marco de los estudios urbanos y la sociología urbana en Argentina para que nuevas temáticas entren en agenda. Cotidianamente experimentamos la ciudad de una forma diferencial a partir de tener una identidad y expresión de género feminizada o masculinizada. Sabemos que ser varón o ser mujer (si aún creemos en los binomios) condicionará experiencias, temores/valentías, usos, conflictos y solidaridades distintas y resistencias a la hora de transitar de tal o cual forma por el espacio público. Lo experimentamos a diario. Creo que es hora de problematizar lo cotidiano para entender las dinámicas urbanas en las que estamos inmersos/as y comenzar así una reformulación de la ciudad, aquella que pocas veces nos sentamos a proyectar imaginariamente. La expresión de género de cada uno/a nos acompaña a diario y nos permite acceder a oportunidades y experiencias urbanas diferenciales y, por ende, resulta llamativo que aún no nos atrevamos a abordarlo cuando problematizamos las dinámicas urbanas desde las disciplinas que problematizan específicamente a la ciudad.