Artículos Centrales - Dossier

Recepción: 16 Noviembre 2020
Aprobación: 06 Abril 2021
Resumen:
La oferta de sexo en el espacio público usualmente impulsa la emergencia de conflictos entre los grupos que se encuentran (in)directamente implicados. En estos conflictos surgen sentidos y disputas sobre para quién es el barrio, quién lo merece. En este trabajo se reconocen los aportes de la perspectiva del conflicto urbano para problematizar la relación entre trans que ofertan sexo y vecinas/os que residen en dos barrios de clase media de Montevideo pero también se pondrá énfasis en cómo, simultáneamente, una trama de reciprocidades se crea y acerca a grupos que ocupan posiciones distanciadas en lo social pero próximas en lo geográfico.
Este artículo parte de un trabajo de campo realizado en la ciudad de Montevideo en 2016 y 2017, con una perspectiva cualitativa que trianguló diferentes técnicas de recolección de información. A diferencia de otros trabajos realizados anteriormente, en este se apeló a las entrevistas en profundidad realizadas a vecinas/os que no participaron de la organización vecinal en pos de expulsar a las trans de su barrio.
Si bien este subgrupo de vecinas/os reconoce problemas de convivencia con las trans que ofertan sexo en las puertas de sus casas, no lo experimentan como una contrariedad. Es más, las entrevistadas pueden encontrarle ventajas a la presencia de las trans en horarios nocturnos. Sin embargo, el tejido de reciprocidades que se conforma se ve amenazado constantemente por los riesgos que la oferta de sexo nocturna en la vía pública trae consigo.
Palabras clave: sexo, espacio público, conflicto urbano, diversidad sexual, reciprocidad..
Abstract:
The offer of sex in the public space usually drives the emergence of conflicts between groups that are (in) directly involved. In these conflicts meanings and disputes arise about who the neighborhood is for, who deserves it. This paper recognizes the contributions of the urban conflict perspective to problematize the relationship between transgender people who offer sex and neighbors, who reside in two middle-class neighborhoods of Montevideo, but it will also emphasize how, simultaneously, a plot of reciprocities creates and brings to different groups that occupy positions that are socially distant but geographically close.
This article is based on a fieldwork carried out in the city of Montevideo in 2016 and 2017, with a qualitative perspective that triangulated different information gathering techniques. Unlike other works carried out previously, this one used in-depth interviews with neighbors who did not participate in the neighborhood organization in order to expel transgender people from their neighborhood.
Although this subgroup of neighbors recognizes problems of coexistence with transgender women who offer sex at the doors of their homes, they do not experience it as a setback. Furthermore, the interviewees may find advantages to the presence of transgender people at night. However, the plot of reciprocities that is formed is constantly threatened by the risks that the offer of night sex on public space roads brings with it.
Keywords: sex, public space, urban conflict, sexual diversity, reciprocity..
Introducción
La oferta de sexo en la vía pública protagonizada por travestis y trans suele desatar conflictos entre los diferentes grupos que directamente o indirectamente se encuentran. Así, esta actividad pone en diálogo a funcionarias/os públicas/os, vecinas/os y trans si se quiere lograr una situación cercana a la armonía. Y Montevideo no es la excepción.
Durante el período 2016-2017 desarrollé un trabajo de campo en Montevideo en la frontera entre dos barrios (Jacinto Vera y Larrañaga) que cuentan con oferta de sexo en sus calles desde finales de la década de 1970. En los últimos 15 años se produjo un recambio en la población que oferta servicios: en el presente, la mayoría ya no son mujeres cis y sí son transfeminidades. La presencia de las trans le da un nuevo matiz a los conflictos de convivencia que se desatan con las/os vecinas/os.
Dicho todo esto, el objetivo de este artículo es concebir a la oferta de sexo callejero desde una perspectiva del conflicto urbano pero también dar cuenta de cómo la presencia en el espacio público de trans trae beneficios para sus vecinas (mujeres, sobre todo) y para trabajadores/as de la noche. Esta situación es el punto de partida para la emergencia de una trama de reciprocidades atravesada por la oscuridad, el refugio y la complicidad.
La decisión de realizar el trabajo de campo en Montevideo con una beca externa posdoctoral de CONICET partió del saber de la existencia de un marco normativo en Uruguay muy diferente al argentino. Argentina se posiciona frente a la oferta de sexo como un país abolicionista y Uruguay como un Estado reglamentarista. Si bien el debate sobre si la oferta de sexo es trabajo o es explotación divide aguas en el movimiento feminista y organizaciones de travestis y trans, los interrogantes iniciales que me planteaba en torno a la diferencia normativa estaban vinculados con la derivación del conflicto urbano en sí: ¿Qué harían las/os vecinas/os en Montevideo si la oferta de sexo es legal? ¿Qué rol cumplen las fuerzas de seguridad? La existencia de un marco legal que considera a quienes ofertan sexo como “trabajadores” (siempre en masculino), ¿qué matiz le da al conflicto? ¿La normativa modifica la mirada de las/os vecinas/os?
Si bien en otros artículos (Boy, 2020a y Boy, 2020b) me centré de lleno en las disputas que la oferta de sexo generaba en los dos barrios montevideanos mencionados a partir de los reclamos iniciados por un grupo de vecinas/os que quería expulsar a las trans de sus calles, en este artículo me centraré en otro subgrupo de vecinas/os que advierte la existencia de problemas con la presencia de trans pero que, a su vez, considera beneficiosa su presencia.
En el próximo apartado se dará cuenta de la perspectiva teórica que acompañó el trabajo de campo y su posterior análisis: el conflicto urbano.
La oferta de sexo desde la perspectiva del conflicto urbano
El abordaje de la oferta de sexo en la vía pública desde una perspectiva del conflicto urbano tiene diferentes elementos que me permiten analizarlo con especificidades analíticas, temporales y desde la posición de los grupos implicados.
En cuanto a lo analítico, el conflicto da cuenta de cómo una situación concreta como la oferta de sexo callejero hace emerger una trama de sentidos entre los diferentes grupos. En este sentido, el conflicto es nómade (nunca estanco) y esta mirada permite analizar las luchas que surgen para conquistar el barrio. Es decir, para imponer los intereses que cada uno de los actores tiene. En este sentido, me interesa recuperar a Oszlak (2019) quien a través de la reedición de su libro “Merecer la ciudad” nos permite pensar las disputas que se generan por el espacio público. Este autor define el concepto del derecho al uso y disposición del espacio urbano como
la capacidad de fijar el lugar de residencia o de localización de la actividad económica dentro del espacio, capacidad que puede extenderse a la disposición unilateral de los bienes que lo ocupan o a la participación en procesos de decisión sobre obras de infraestructura y servicios colectivos en espacios públicos o privados adyacentes. La propiedad de una vivienda o una fábrica serían ejemplos de la primera situación. La locación de una vivienda por parte del propietario, o el cambio de su destino, ilustrarían una primera forma de extensión de ese derecho (Oszlak, 2019: 35).
Tal como advierte este autor en otros pasajes, el problema surge cuando no todos los territorios están equipados de la misma manera. De esta forma, aquellos barrios que cuentan con mayor infraestructura serán más requeridos y se iniciarán disputas entre quienes quieren arribar para residir o para desarrollar actividades que proporcionen ingresos económicos y quienes quieren permanecer. Este litigio me permite pensar cómo en dos barrios linderos de Montevideo habitados por clases medias y equipados con viviendas tipo chalet con patio delantero y jardín trasero y una localización próxima al centro de la ciudad, se desata una discusión entre vecinas/os y las trans que ofertan (y practican) sexo en las puertas de sus casas.
En cuanto a la dimensión temporal, pensar la oferta de sexo callejero desde la perspectiva del conflicto urbano implicar dar cuenta de un proceso que ocurre a lo largo de un tiempo, invita a reconstruir una película y no capturar una foto de una situación congelada. Esta mirada que da cuenta de los movimientos permite pensar cómo en el desarrollo del conflicto, los diferentes grupos implicados se alían y se escinden, se acercan y se alejan, para lograr imponer sus deseos en un territorio concreto (el barrio) por el que tienen intereses específicos. La creación de nuevas normativas, el cambio de la gestión política de una ciudad, la llegada de nuevos pobladores o la aparición de nuevos comportamientos y/o dinámicas en quienes ya estaban, pueden provocar cambios en el escenario de disputas. Esto se cristaliza en las argumentaciones que los grupos explicitan en los debates públicos, en los testimonios que aparecen en los medios de comunicación y/o en la participación más o menos activa para hacer uso y disponer del espacio urbano lindante a la vivienda que se habita o al espacio urbano que se utiliza para obtener ingresos. Melé expone que existen diferentes formas de concebir a los conflictos sobre el territorio. Algunos creen que se puede hablar de un conflicto a partir del momento en que se expresa en los medios de comunicación como tal; para otros/as, desde que se vuelve jurídico y, desde una tercera posición, se considera que se puede hablar de conflictos en el caso de cualquier expresión de antagonismos, controversias u oposiciones (Melé, 2003). Para el caso de la oferta de sexo en la vía pública de Montevideo, puede decirse que estas tres posibilidades se cumplen. Sólo para dar un ejemplo, en julio de 2016 se había publicado una nota en uno de los diarios de mayor tirada de Uruguay (El País) en el que se señalaba el hartazgo de las/os vecinas/os.
Un concierto de gritos, ruidos de vidrios rotos, botellas tiradas, preservativos usados, bocinazos a cualquier hora, gente que grita. Así es la vida de un grupo de vecinos de la calle Quijote, una de las paralelas a bulevar Artigas en los alrededores de Canal 5. Están preocupados por la forma en que los travestis[1] ejercen la prostitución en la zona (Elpais.com.uy, 30/07/2016).
Esta nota periodística se publicó y no tuvo un gran impacto mediático. En simultáneo, las/os vecinas/os sí habían presentado una cantidad de denuncias y solicitado reuniones con la Defensoría del Vecino y con la Secretaría de Diversidad donde se expresaron sus disconformidades con respecto a lo que sucedía con la oferta de sexo de las trans en la vía pública de su barrio
En cuanto a la posición ocupada por cada uno de los grupos en el fenómeno de la oferta de sexo callejero, la perspectiva del conflicto urbano implica necesariamente dar cuenta de los encuentros entre diferentes más que de las distancias. De acuerdo con lo que sostiene Cedeño Pérez (2005), la disposición del espacio no es neutral, desconflictivizado, sino que se “desarrollan en él una serie de acontecimientos, entre ellos la confrontación de fuerzas, la lucha por el control y el uso desigual” (en Rodríguez, 2010: 195). Este espacio está constituido por “prácticas, representaciones simbólicas y discursos que realizan ciertos sectores para apropiarse material y simbólicamente de él (Cedeño Pérez en Rodríguez, 2010: 195). Este encuentro entre grupos que ocupan posiciones sexo-genéricas y socioeconómicas bien disímiles permite reactualizar la vigencia del espacio público como un escenario donde las diferencias sociales siguen encontrándose, con molestias pero también con reciprocidades. Esto contradice aquellos abordajes que enfatizan en la ciudad segregada y segmentada en ciudades latinoamericanas atravesadas por el neoliberalismo y sus, ya incuestionables, efectos urbanos. Sin embargo, en este artículo y tal como vine señalando en trabajos anteriores (Boy, 2015), la perspectiva del conflicto urbano invita a enfatizar en el encuentro entre desiguales y qué emerge cuando eso sucede.
La oferta de sexo callejero suele ser vista como una práctica protagonizada por grupos que tienen una baja jerarquía social y que, usualmente, se ubican en la periferia social o marginalidad. Además, siguiendo a Sabsay, “el trabajo sexual[2] funciona como un medio de regulación sexual de todo el espacio social (…) se produce imaginariamente una frontera que asegura un espacio incontaminado a una pre-supuesta e igualmente imaginada ‘original sexualidad normal’” (Sabsay, 2010: 102). Entonces, lo “puro” queda confinado al espacio de la familia y a la sexualidad normal, practicada en el ámbito doméstico y bajo formatos cis-hétero-normados.
Cuando esta oferta se produce en la puerta de viviendas habitadas por vecinas/os de clases medias y medias altas y, además, cuando es protagonizada por identidades trans, el conflicto no tarda mucho en desatarse. Usualmente, las familias que se organizan frente a esta problemática, argumentarán abiertamente que no saben cómo explicar a sus hijas/os “inocentes” la situación en general y las corporalidades desnudas en particular; que la tranquilidad del barrio se ve amenazada por los ruidos de los bocinazos y de las puertas de los coches de los clientes y por las peleas callejeras y por la llegada de vendedores de droga y el consecuente incremento de la inseguridad. En la vereda de enfrente, otras/os vecinas/os dirán que la presencia constante de las trans implica, sobre todo para las vecinas mujeres, la posibilidad de andar más seguras por la calle e, inclusive, muchas veces se entablan vínculos de vecindad y de reciprocidad con las trans. Sobre este punto se volverá más adelante.
Por todo lo dicho, la perspectiva del conflicto urbano permite dar cuenta de procesos que implican alianzas y alejamientos entre los grupos que se encuentran implicados en la oferta de sexo callejero a lo largo de un tiempo y permite enmarcar el encuentro entre grupos que se encuentran ubicados en posiciones distanciadas en la jerarquía social, pero próximas en el espacio público.
Antes de avanzar con el análisis del trabajo de campo, será necesario dar cuenta de algunas aproximaciones metodológicas.
Aproximaciones metodológicas: la trastienda
El trabajo de campo que dio lugar a este artículo parte de un diseño de investigación flexible, el cual orientó esta pesquisa a partir de un modelo interactivo. Tal como sostiene Maxwell, este tipo de modelos cuenta con “una estructura interconectada y flexible” (Maxwell, 1996:2) que pone en diálogo permanente a los propósitos, el marco conceptual, las preguntas de investigación, los métodos y la validez o factibilidad. Cuando se modifica uno de estos elementos, se trastoca el otro.
Durante este trabajo de campo realizado entre 2016 y 2017 se implementaron diferentes técnicas cualitativas de recolección de información de acuerdo a cómo se fue desenvolviendo la investigación. Por un lado, tomé entrevistas en profundidad a vecinas/os organizadas/os del vecindario de dos barrios contiguos (Jacinto Vera y Larrañaga) de la ciudad de Montevideo porque consideraban a la oferta de sexo en la vía pública como un problema; por otro lado, entrevisté a vecinas/os de los mismos barrios pero que no se organizaban en torno a esta actividad y a funcionarias/os públicas/os que se desempeñaban en los distintos organismos que directa o indirectamente se veían implicados en la resolución de este conflicto. A su vez, la forma en que se desenvolvió la investigación, me dio la posibilidad de participar en reuniones con trans que ofertaban sexo, con vecinas/os organizadas/os y encuentros mixtos en los que los diferentes grupos planteaban cómo solucionar la situación que fue definida usualmente por las/os involucradas/os como un “problema de convivencia”. Estas reuniones fueron convocadas por la Secretaría de Diversidad de la Intendencia de Montevideo y acompañadas por otros organismos públicos tales como la Defensoría del Vecino, de ediles electos en los territorios donde se producía el conflicto y se organizaron en espacios públicos del barrios como por ejemplo la sala de la biblioteca barrial, cercana a las viviendas de las/os vecinas/os y de la zona donde las trans ofertaban sexo. Por mi parte, y a raíz de mis antecedentes e investigación en curso fui convocado a participar de estos encuentros por la Secretaría de Diversidad en mi rol de observador participante y de actor interviniente ya que tuve la oportunidad de presentar propuestas en función de resolver las situaciones de conflicto. Una de estas fue, justamente, realizar las reuniones en el barrio y no en las oficinas de la Intendencia, en horario nocturno para promover la participación de ambos grupos: con las trans los encuentros fueron en la plaza cercana a donde ofertan sexo y con las/os vecinas/os en la biblioteca del barrio. También se llevó a cabo un análisis de documentos que implicó la revisión del marco normativo uruguayo sobre la oferta de sexo y cómo éste incidía en el desarrollo del conflicto en torno a esta actividad y los informes con información estadísticas que daban cuenta de los rasgos sociodemográficos de la población trans residente en Uruguay.
Tal como ya anuncié, en otros artículos (Boy, 2020a y Boy, 2020b) se trabajó con el subgrupo de vecinas/os organizadas/os y con trans reconstruyendo las disputas y soluciones generadas en las rondas de negociación. En esta oportunidad, me centraré en quienes residen en estos dos barrios pero que no desean fervientemente que las trans se retiren del barrio y que, incluso, encuentran ventajas a partir de su presencia y construyen lazos de reciprocidad. Sin desconocer que existía un conflicto de intereses latente y que se derivaba de una disputa por el uso y disposición del espacio público y privado de estos barrios entre los diferentes actores, en este artículo me propongo dar cuenta de los matices que suponen los conflictos de corte urbano y de cómo en el grupo de las/os vecinas/os hay una diversidad de intereses, convicciones y experiencias sobre qué es la ciudad y para quién es.
Vivir el espacio público
Se podría asumir rápidamente que el tamaño de las ciudades capitales por su aglomeración de personas proporciona experiencias urbanas que gozan del anonimato, ya que nadie se conoce entre sí. Este anonimato podría permitir a sus residentes transitar y experimentar la ciudad sin sentir que deben dar explicaciones a un Otro desconocido. Sin embargo, estas aseveraciones rápidas entran en duda cuando se comienza a hablar de una ciudad capital pequeña en relación a otras y cuando el recorte de la investigación se focaliza en la escala barrial. En este sentido, Montevideo y los dos barrios de casas tipo chalet donde se realizó el trabajo de campo permite dar cuenta de dinámicas urbanas que están atravesadas y disciplinadas por la mirada social. Tal como alguna vez me señaló quien fuera mi director de beca posdoctoral, “los montevideanos no necesitamos de la policía, para eso estamos nosotros”. A continuación, entonces, se retomarán algunos aportes conceptuales que nos permitirán encontrar pistas sobre cómo trabajar los usos del espacio público a escala barrial en una ciudad capital que, según el último censo de 2011, alberga a casi un millón trescientos mil habitantes.
Carreteiro y Santos (2003) conciben a la calle como un espacio de encuentro de universos complementarios y opuestos y, como tal, la vía pública es vivida como el territorio de la multiplicidad por excelencia. Esta convivencia no supone necesariamente una experiencia armoniosa, sobre todo cuando estos universos se encarnan en grupos que ocupan posiciones desiguales en la sociedad en la que habitan. Estas desigualdades sociales motorizan usualmente tensiones que se presentan en la vía pública. En esta dirección, Delgado Ruiz (2002) sostiene que el
… espacio público es aquel en el que el sujeto que se objetiva, que se hace cuerpo, que reclama y obtiene el derecho de presencia (…), se convierte en una nada ambulante e inestable. Esa masa corpórea lleva consigo todas sus propiedades, tanto las que proclama como las que oculta, tanto las reales como las simuladas (Delgado Ruiz, 2002).
Este autor señala que en el espacio público es donde se producen las relaciones de tránsito, los vínculos ocasionales que muchas veces se encuentran en la frontera de no ser relación en absoluto. En el cruce de las personas se produce una cortés desatención, “consiste en mostrarle al otro que se le ha visto y que se está atento a su presencia y, un instante más tarde, distraer la atención para hacerle comprender que no es objeto de una curiosidad o de una intención particular” (Delgado Ruiz, 2002). Poco se sabe del “otro” en este tipo de relaciones en la vida urbana, se pueden presumir o sospechar cosas a partir de indicios (ropas, actitudes, modismos, etcétera), pero no tendremos casi ninguna certeza del prójimo. Esta imposibilidad de saber sobre el “otro”, nos otorga la posibilidad de ser anónimos en la ciudad, y esta condición, al decir de Delgado Ruiz, actúa como una capa protectora frente a las miradas estigmatizantes. Si bien los aportes de Delgado Ruiz pueden ser sumamente útiles para pensar los espacios céntricos y populosos de las urbes, a escala barrial, sin embargo, cuando el uso del espacio público supone rutinas, cuando el cruce es reiterado, cuando las personas o grupos comienzan a conocerse, este manto de impunidad que otorga el anonimato comienza a desdibujarse y afloran otro tipo de vínculos.
En cuanto al encuentro con el Otro en el espacio público, Goffman (1979) hace referencia a que los sujetos se dan pruebas de confianza mutua al cruzarse en repetidas ocasiones. Sin embargo, estos vínculos pueden resquebrajarse cuando se desobedecen las normas de comportamiento, los parámetros de conducta esperados en un contexto determinado. La desobediencia visibiliza y esto puede ser desventajoso si se quiere gozar de los beneficios del anonimato.
Dicho todo esto, por un lado, a partir de los autores citados podemos mencionar que en el cruce en la vía pública las personas o grupos que ocupan posiciones desiguales y heterogéneas viven una cortés desatención y, a su vez, estas interacciones por más efímeras que sean implican reglas que deben ser cumplidas. Y cuando estas normas se quiebran, se deja de pasar desapercibido y el Otro comienza a identificarte, dejando de lado cualquier capa protectora del anonimato. ¿Cómo vive un grupo de vecinas/os la presencia de trans que noche tras noche ofertan sexo en las inmediaciones de las puertas de sus viviendas? ¿Por qué no todas las personas rechazan colectivamente estas prácticas? A continuación, se presentarán testimonios de vecinas/os que no se organizan colectivamente para expulsar a las trans de sus barrios.
Son parte del barrio, algo más del paisaje
La oferta de sexo en los barrios Jacinto Vera y Larrañaga es histórica. En Montevideo, cuando una persona joven no estudia lo suficiente o no se esfuerza, las/os adultas/os a cargo suelen decir -si no te esfuerzas, terminarás en el bulevar Artigas-. Este refrán da cuenta de la visibilidad y la historia que tiene esta actividad en la zona.
Los testimonios relevados relatan que hace por lo menos 40 años se oferta sexo en el espacio público de esta zona. En un primer momento, las mujeres cis[3] lo hacían. Hace aproximadamente 15 años, llegaron las trans a estas calles. Y en 2016, un grupo de vecinos/as expuso en un medio gráfico de comunicación masivo su descontento. Desde unos años antes, presentaron distintas denuncias ante la seccional de policía correspondiente por ruidos molestos, por la presencia de cuerpos desnudos y porque en los pocos jardines de las viviendas aun sin rejas, las trans mantenían relaciones sexuales con sus clientes o defecaban. Y porque se arrojaban preservativos utilizados en las calles. Estas situaciones que modificaron la dinámica del barrio motorizó a un grupo de vecinas/os para echarlas, pero otro grupo de residentes entendió que el problema no se solucionaba expulsándolas y que, incluso, obtenían beneficios a partir de su presencia. En este último subgrupo se encuentran los testimonios de las personas entrevistadas.
Vanina[4] es médica y se encuentra realizando la residencia en oncología. Ella tiene 22 años y reside en la calle Colorado, a una cuadra del Bulevar Artigas. La ventana de ella da justo al escenario donde noche tras noche todo sucede. Ella lo describe de esta manera:
La zona donde estoy yo es como complicada, en el sentido de que es una calle que queda medio oscura, en la esquina de casa hay travestis. Y en la madrugada te despertás con gritos entre ellos, de peleas, se pelean mucho. O a veces se los ve teniendo sexo, porque está Canal Cinco y enfrente está el portón del estacionamiento y al lado hay un sector ‘escondido’. Y allí los travestis llevan a los clientes: tienen relaciones y se ven y se escuchan cosas. La ventana de mi cuarto justo da para ese lado. A veces llegas tarde de un cumpleaños o de una salida y te encontrás con esa situación. (…) Nunca tuve un problema. Una vez me tocó timbre un travesti pidiéndome plata, que se tenía que ir, que no tenía plata para el ómnibus, yo le di y listo, fue bastante amable (Vanina, 22 años).
El relato de Vanina reconoce que hay conductas que alteran sus prácticas o comodidades. Sin embargo, no lo termina de concebir como un problema mayor porque no duda en reconocer que obtiene beneficios de la presencia de ellas. Tal como afirma Flores Pérez (2014), encarnar una identidad de género femenina en el espacio público, en una sociedad que se configura por su carácter patriarcal, es motivo de acosos callejeros. La autora invita a
problematizar los usos y experiencias del espacio, diferenciales y jerárquicos entre hombres y mujeres, y en este sentido, develar los mecanismos sociales y culturales que sostienen la subordinación de las mujeres, visibilizando las formas en que las relaciones de dominación organizan los espacios urbanos (Flores Pérez, 2014: 59).
En esta línea, la experiencia de Vanina cuando por las noches desea salir a correr para ejercitarse implica encontrar aliadas en el espacio público para poder afrontar los peligros que esta actividad en este horario supone. La presencia de las trans le permite salir a correr con sentimientos de seguridad. Si de alguien tiene que cuidarse es de sus clientes, no de ellas. A su vez, ella reconoce que su madre (50 años) también tiene lazos de reciprocidad con ellas. Una vez, recuerda, en un día de lluvia iba caminando y
había un travesti que se estaba mojando y ella (la madre) le dio un paraguas. No tiene ningún problema, es como yo. Mientras no se metan conmigo, los respeto. Lo único que la otra vez me comentó es que no pudo dormir por los ruidos. O sea para nosotras no es problema (Vanina, 22 años).
Florencia (45 años) también es vecina del barrio y manifestó que le daba pudor ver a personas que se apretujaban contra una pared o ver que alguien orinaba en la calle: “te choca la intimidad en un lugar público, qué sé yo, me da como pudor. Y nada, no hacía nada, no me metía, nadie me decía nada…” (Florencia, 45 años, nutricionista). Florencia no siente lo mismo que Vanina, la presencia de trans no le da seguridad pero tampoco temor. Ella vive a unas dos cuadras de donde se oferta sexo y admite que esa característica le permite poder administrar la distancia con respecto a los conflictos. Cuando pasa manejando las ve pero no interactúa “son personas que son parte del barrio, algo más del paisaje”. No desearía residir donde ellas están por los ruidos: sostiene que disfruta el boliche y que ama el carnaval, pero que no le gustaría tenerlo al lado de su casa donde descansa.
Celia, historiadora de 46 años, se crió en el barrio Jacinto Vera y creció junto con la oferta de sexo. Cuando contrajo matrimonio, continuó viviendo en el barrio y recuerda cómo fueron los tiempos de la transición de la dictadura a la democracia, de las continuas razias policiales a los tiempos donde las fuerzas de seguridad perdieron protagonismo, sobre todo a partir de la legalización de la oferta de sexo callejero en 2002. Celia recuerda cómo hace 15 años volvía a la nochecita en ómnibus desde el centro y que continuamente compartía el viaje con una mujer cis que ofertaba sexo en su cuadra:
me la encontraba en el ómnibus y me decía ‘hoy cociné milanesas’ y venía normal vestida, como me ves a mí ahora, entonces como que algunas veces se cambió debajo de mi casa. (…) Ella, que ahora no me acuerdo el nombre, era una mujer de cuarenta y pico, iba atrás de un árbol (…) Ella se vestía con una minifalda, se llevaba muy bien con los curas del barrio y tenía mal vínculo con el vecino de la esquina, que estaba enfermo y era ex militar, retirado. Después, con el resto de la cuadra, no tenía ningún vínculo. Contaba solo con nosotros (Celia y su ex marido) (Celia, 46 años).
Tiempo después y en tiempos democráticos, allá por mediados de la década de 1990, las razias policiales eran permanentes. Ya en los noventa estaban las trans y Celia y su ex pareja se solidarizaban ante estas situaciones.
Yo me acerqué con mi ex marido, y le(s) dijimos -‘cualquier cosa que precisen…’-, que me tocaran el timbre, porque en esa época, a veces, venía la policía. Y una noche me tocaron timbre. Mi casa, tenía un espacio que a veces lo usaban. Yo me reía porque a la mañana encontraba preservativos o también se escondían ahí (…) Ellos me golpeaban la puerta y entraban, eso era común. Pero después, empieza otro vínculo ahí, entre travestis y taxistas. Yo me acuerdo que lo llamaba al Negro Juan (le decíamos El Negro Juan con mi marido, no le sabíamos el nombre o era un nombre raro). Le decía: -“che, sentí ruidos anoche, no me golpeaste-”, “-No, porque tenemos un acuerdo con los taxistas-”: Los cuidaban, los llevaban a comer un choripán y los traían. Yo, más que ‘-hola, ¿cómo andás?’-… Y a veces me agarraba para hablar del clima (yo no recuerdo bien, en el año 2000 creo. Una vez me dijo -‘te aviso que este año va a haber problemas con el agua’-. Y justo hubo unas inundaciones o algo. O sea, teníamos conversaciones muy extrañas. Ahí había escándalos, había gritos. Nosotros mirábamos y si podíamos ayudar… Y venían. Escándalo había. Los vecinos estábamos acostumbrados. Yo, capaz es un problema mío, pero yo no lo veía como un problema, era un problema que ellos estuvieran pero por ellos; para mí, era lo mejor que me podía pasar: yo llegaba a cualquier hora y tenía en la esquina a alguien (Celia, 46 años).
El testimonio de Celia es claro. Las trans contaban con su colaboración, eran aliadas ante el peligro que representaba la llegada de las fuerzas de seguridad. Quizás no sabía el nombre de alguna, pero ellas eran parte de las conversaciones que Celia mantenía junto con su ex marido y eran claros los acuerdos. Si bien reconoce la presencia de escándalos y conflictos con otros vecinos, ella se sentía segura con la presencia de las trans y las dejaba cambiarse en su jardín delantero y hasta les abría la puerta de su casa para protegerlas. También, con el tiempo aparecieron otros grupos que comenzaron a formar parte de la trama de actores: los taxistas. Ellos usualmente son quienes las trasladan a la zona o a domicilios de clientes y, además del intercambio económico que eso supone, también entablaban vínculos estables con ellas. Celia al divorciarse cambió de barrio cinco años antes de la entrevista y lo añoraba. No recuerda la presencia de ellas como un problema.
La presencia de las trans para las vecinas puede ser un motivo de seguridad en los horarios nocturnos, sobre todo para quienes salen a ejercitarse o vuelven a sus casas en transporte público. Cuando el traslado es en automóvil, la interacción es más lejana y efímera. La forma en que experimentamos la ciudad pareciera (des)habilitar vínculos. ¿Qué sucede con los comerciantes de la zona? Durante el trabajo de campo también se entrevistó a dos empleados de una playa de estacionamiento ubicada en el barrio Larrañaga que fueron de sumo interés porque trabajaban en horarios nocturnos, toda la noche, y porque presenciaron un asesinato que cambió la dinámica de la oferta de sexo en esas esquinas del barrio.
Rodolfo (48 años) había llegado a Montevideo hacía siete años de una ciudad de 20 mil habitantes del departamento de Flores para comenzar a trabajar en una playa de estacionamiento. Tiempo después, migró hacia la capital de Uruguay el resto de su familia. La llegada a esta ciudad le implicó acostumbrarse a nuevas dinámicas de índole urbano: el tránsito, el (no) saludo entre las personas, el menor respeto por el otro. También, tuvo que comenzar a convivir con una realidad que no conocía: la oferta de sexo de travestis en la esquina de su trabajo, con quienes comenzaría a tener una relación cordial ya que comenzarían a ser aliadas/os durante sus guardias nocturnas. En esta dirección, Rodolfo contó un hecho puntual en que un varón tuvo intenciones de pelearse con él y cómo las trans salieron a defenderlo:
Un equis día, de madrugada, andaba uno ahí rompiendo las pelongas y me dejó un par de botellas. Entonces salgo y le digo –‘No seas malo’-. Acá, en una época, también andaba gente de la noche, que andaba drogada. Entonces, salgo y le digo –‘no lo hagas, vos sabés que tengo autos afuera, que pueden cortar una cubierta’-. Y me contestó: -‘¿vos qué te creés?’- Y los mismos travestis que me habían robado le dijeron –‘pará, vos con él no te metés, yo no me hablaré con él, pero él a nosotros nos respeta y nos cuida. Vos acá no te metés, tocá porque te picamos [golpeamos]’-. Y salieron tres o cuatro en defensa (mía) (Rodolfo, 48 años)
Rodolfo da cuenta de cómo en los siete años que llevaba trabajando en este garage, la relación entre el Estado y las trans que ofertaban sexo había mutado. Él relató que en los primeros tiempos en los que trabajaba, el Estado se hacía presente mediante los móviles de “Orden Público”, dependiente de las fuerzas de seguridad, que arrestaba, “metía palo en las comisarías” y “calabozeaba”. En el momento del trabajo de campo, Rodolfo señaló que a la zona se acercaban móviles pero de otras dependencias para brindar educación sexual y entregar preservativos. Él recuerda de esta manera aquellos tiempos:
Orden Público salía cada tanto y cuando lo hacía, se llevaba a cuatro o cinco, venía y arrasaba con lo que encontraba. Yo veía que andaba la camioneta y, en su momento, yo tenía hasta los celulares de alguno de ellos. Los llamaba (y decía): -‘miren que viene Orden Público’-. Y desaparecían. Y yo no lo hacía en busca de nada, lo hacía porque son cosas, no me arrepiento, cada cual creo que tiene la libertad de elegir su opción sexual (Rodolfo, 48 años).
Rodolfo recuerda cómo era la relación entre las trans que ofertaban sexo y las fuerzas de seguridad. Ante esta situación de persecución él se solidarizaba con ellas, las convertía en sus aliadas y entablaba prácticas de reciprocidad. El aviso a ellas por mensajes de celular puede interpretarse de esa manera. Cuando la acción de Orden Público era sorpresiva, él también las ayudaba escondiéndolas en la playa de estacionamiento.
Acá, yo puedo cerrar la reja y (los policías) no pueden entrar. Ahora la tengo abierta pero después por seguridad, la cierro. Nosotros los dejábamos entrar al baño, cuando yo entré acá. El tipo que estaba antes, era un policía jubilado, que a veces viene. Él ya los dejaba entrar al baño. Y yo a eso lo heredé. (…) Aparte siempre tenía la idea que mejor tenerlos de amigos que de enemigos. Yo no me metía con ellos ni ellos conmigo, te pedían pasar al baño, te pedían un vaso de agua: -‘Sí’-, yo no tengo problema. Pero claro, después fueron pasando varias cosas. Es indudable que hay de todo, como en la vida, había algunos que eran más bravos, de armar lío y otros no. Yo, en general, no tuve problema, algún caso puntual, pero nada del otro mundo, pero está, hasta que de a poco lo fui cortando (Rodolfo, 48 años).
Estos lazos de reciprocidad no eran desinteresados, tal como alguna vez estudió Adler Lomnitz (2001), aún en economías capitalistas hay intercambios que van más allá de lo económico. Sobre todo en los grupos que no ocupan posiciones privilegiadas en la escala social. La autora sostiene que en las “relaciones de reciprocidad existe un énfasis moral explícito en el acto de dar, o de devolver el favor recibido, antes que de extraer el máximo beneficio inmediato de una transacción (mercantil)” (2001: 93). Ambas formas de intercambiar (por mercado y por reciprocidad) pueden coexistir pero en el caso de los marginados urbanos, quienes comparten la inestabilidad como norma en el día a día y el riesgo, el principio de la reciprocidad es el que termina asegurando la supervivencia de la persona o grupo.
Rodolfo señala claramente que para él era importante entablar lazos de amistad con las trans, que mejor tenerlas de aliadas que de enemigas. Así, dejarlas ir al baño, esconderlas de las fuerzas de seguridad y brindarles un vaso de agua, respondía a la necesidad de ser cómplices. En sus palabras, “por lo general, esa gente tiene códigos: vos los tratás bien, ellos te tratan bien”.
Rodolfo ocupa una posición privilegiada en el barrio ya que puede observar los movimientos de todos los grupos implicados (in)directamente en la oferta nocturna de sexo. Él, para esta investigación, se transformó en un informante clave que permitió reconstruir el escenario donde suceden los vínculos. Desde su posición, puede observar que distintas/os vecinas/os también entablan relaciones cordiales y de hasta amistad con las trans que se hacen presentes asiduamente. Rodolfo resaltó lo siguiente:
El hombre que saludé recién, vive acá enfrente, no tiene problema (con ellas). O sea, encontrás vecinos que te dicen que en una vuelta les quisieron robar y los travestis los salvaron, como que al primer grito, (ellas) llaman a la Policía. Como todo en la vida, te encontrás de todo. Este que yo te digo, ‘La Gaby’, conversa con la mayoría de los vecinos, y estuvo con gente que tiene ciertos cargos. Hay una mujer, que ahora es jubilada, que tuvo cargo en el Poder Judicial y ella baja, le da un beso, todos sabemos. No con todos, pero sí con algunos. El tema es tratarlos con respeto, si vos salís y les decís –‘puto de mierda, qué hacés vos’-, lógicamente, te van a putear a vos también. Es mi punto de vista (Rodolfo, 48 años).
Tal como anuncié anteriormente, el relato de Rodolfo permite dar cuenta de cómo en la dinámica del barrio las trans también ocupan una posición, son parte del entramado, de los intercambios. Y hasta se transforman en las guardianas del barrio. Sin embargo, tal como el entrevistado dejó entrever, las dinámicas comenzaron a cambiar a partir de hechos extremos que también son parte de los peligros que emergen durante las horas nocturnas de la oferta de sexo. Sobre este punto, seguiré en el apartado siguiente.
Espacios nómades: escenarios, momentos y lugares en permanente construcción
Los espacios públicos portan una dimensión física pero también pueden ser analizados desde las prácticas que se desarrollan y hasta desde el aspecto sensorial, los campos perceptivos de los que hablaba Deleuze (2005). Tal como sostiene Torres, es importante reivindicar la naturaleza interactiva de las relaciones y las estructuras espaciales. Este enfoque que surge en la década de 1960 rechaza la postura que ve al espacio como un epifenómeno, como una mera reflexión de la estructura social. En esta línea, Torres agrega:
Por el contrario, siguiendo las reflexiones de Gregory y Urry (1985) acerca de la relación entre las relaciones sociales y las estructuras espaciales, puede afirmarse que “la estructura espacial no debe ser vista solamente como la arena en la cual la vida social se desarrolla, sino como el medio a través del cual las relaciones sociales se producen y reproducen” (Torres, 1993:4).
Esta forma de concebir al espacio permite pensarlo no solamente como el lugar donde las trans, clientes, policías, vecinas/os, transeúntes y empleadas/os se desempeñan sino también cómo estos grupos lo utilizan como un recurso para producir y reproducir su cotidianeidad. A su vez, este escenario está atravesado por disputas, vínculos y afectos, negociaciones y conflictos entre los diferentes grupos implicados (in)directamente en la oferta nocturna de sexo.
La oferta de sexo en los alrededores del Bulevar Artigas fue modificando sus dinámicas y límites geográficos según los hechos que sucedieron: hay una rotación de trans, no siempre son las mismas; existen imaginarios sociales sobre cada uno de los rincones de estos dos barrios que van acercando o alejando a los clientes y, también, hay hechos delictivos que pueden marcar la desaparición de una esquina y la emergencia de una nueva intersección de calles en el mapa del sexo callejero nocturno. Diferentes entrevistadas/os manifestaron que las zonas y las personas “se queman”.
Los conflictos que implican a travestis y trans, tal como sostiene Sabsay (2010), dan visibilidad a una sexualidad repudiada, a otra normativa, y otorgan la posibilidad de darle forma legal a este repudio pre-existente. El debate público que se construye en torno a la oferta de sexo en el espacio
“determina la frontera imaginaria entre lo público y lo privado (…) supone la determinación de qué y cómo debe ser lo público, y asimismo qué características deben mantener ciertos espacios urbanos para que el espacio público se configure como un espacio moral” (Sabsay, 2010: 101).
Siguiendo el posicionamiento de Sabsay, Celia (46 años) entiende que la cultura determina que la sexualidad debe ejercerse en el espacio privado, por lo tanto la calle no es un espacio propicio para tener relaciones sexuales. Y, a su vez, los gritos tampoco serían una práctica habilitada para los espacios comunes del barrio y mucho menos durante la noche. Ella afirmó que
A veces, los problemas tienen que ver con ellos, con que los servicios los hacen en la calle. Y el conflicto con los vecinos tiene que ver con eso, con peleas porque alguien vino y se puso en un lugar que no tendría que estar y, a veces, lo que pasa es que al día siguiente encontrás los condones. Y la gente se va quemando. Además, si le sumás todo el prejuicio y el malestar que genera… (Celia, 46 años).
Aníbal complementa la idea de Celia al recuperar la idea de que con las mujeres cis que ofertan sexo no hay tanto problema porque no consuman las prácticas sexuales en la calle sino que eligen otros espacios tales como albergues transitorios o moteles. En ese caso, el ejercicio de la sexualidad queda confinado al espacio privado, a lo que no se ve. Y agrega para el caso de la oferta callejera de las trans, lo siguiente:
creo que se suman dos cosas: por un lado, la prostitución; por el otro lado, la homosexualidad[5], son dos cosas que todavía siguen generando incomodidad (…) una mujer prostituta que tiene sexo con un hombre, está dentro de lo que entendemos como “normal”, el travesti está dentro de lo desviado, lo perverso y lo pervertido, todas esas cosas que están metidas… Y a veces muy explícitamente, y por eso creo que genera un rechazo mayor (Aníbal, 45 años de edad).
Las personas se queman, se hastían, pero también las zonas ya que estas comienzan a ser referenciadas o relacionadas con ciertos atributos negativos. Este imaginario modifica las prácticas, los vínculos de reciprocidad. En este sentido, emerge la necesidad de responder a las expectativas del entorno. Es por esto que Rodolfo decidió comenzar a restringir el ingreso de trans al baño de la playa de estacionamiento donde trabaja:
Porque te vas dando cuenta de que vos estás en un local, que tratás con gente. Imaginate que vos venís a dejar un auto a las doce de la noche y que había un travesti entrando al baño. O sea, si yo estoy dejando un auto, no queda lindo que esté entrando un travesti: hay gente que lo tomaba bien, gente que no. Los clientes (del garage) no me decían nada, pero yo soy empleado, no dueño. Incluso el patrón nunca me decía nada pero uno ya entra a mirarlo de otra manera y yo me pongo en el lugar de cliente. Y no está bueno. No por discriminar, pero esto no es un baño público, es un local privado (Rodolfo, 48 años).
La existencia de robos de trans a clientes o, incluso, un episodio en el que Rodolfo dejó pasar a una de ellas al baño y después identificó un faltante de dinero, fueron determinantes para que él comenzara a tomar distancia con ellas, a bajar la intensidad de las reciprocidades. El punto de inflexión fue cuando uno de los clientes asesinó a una de ellas por un presunto robo de billetera en la esquina de su trabajo. Rodolfo fue testigo de la causa judicial y aportó elementos claves en la justicia para que el asesino fuera identificado y encarcelado.
La Policía pide la filmación, vienen a hablar conmigo. Los tipos me hablaron bien, me decían que me ven todas las noches acá y preguntaron qué vi. Y ellos vieron mi reacción, yo sentí el tiro (…) Les dije que vi una camioneta así y así, lo agarraron al tipo y lo metieron preso. Era un tipo con familia, con una bebé de un año, carnicero en el Cerro (…) era un tipo joven que venía en una camioneta. Después me enteré que era común que viniera, los toqueteaba o lo que fuera, y no les pagaba. Entonces, en una de esas, uno le robó la plata. Cuando el tipo se da cuenta, pega la vuelta a buscarlo, pero al que mató no era el que le había robado, pero se la agarró con que era ese. Bajó (de la camioneta) y le pegó un tiro. Allí en la esquina hay una cámara de la Grido, la heladería de la esquina (Rodolfo, 48 años).
Esta situación que tomó trascendencia en los medios de comunicación implicó que Rodolfo fuera a declarar al juzgado. Los datos que proporcionó fueron claves para la detención del asesino. En lo que respecta a lo espacial, el asesinato de la trans quemó la esquina. A partir de ese momento, migraron hacia la zona donde está el Canal 5, sobre el Bulevar Artigas, a diez cuadras del asesinato. Tal como plantea Flores Pérez, cuando recupera los aportes de Alicia Lindón, los espacios articulan su materialidad con los sentidos que los sujetos producen sobre él a través de “narrativas de vida espaciales que actúan como versiones interpretada de lo vivido” (Flores Pérez, 2014: 62). A partir de este concepto, Flores Pérez analiza cómo el miedo organiza las relaciones, las prácticas y los relatos urbanos, es decir, cómo el espacio está atravesado por una trama emocional que actúa como una resonancia que trasciende la escena del asesinato, en este caso. Estas resonancias fijan
marcas de peligro en los espacios y delimitan las temporalidades, desplazándose como un límite que se encarna en la movilidad de las mujeres (trans, en este caso), en la organización de sus itinerarios, en las formas de viajar, de habitar la ciudad y de ser habitadas por ella (Flores Pérez, 2014:70).
La gravedad de los hechos, lo irremediable de la muerte, haber tenido que ir a un juzgado e involucrarse y comenzar a mirar con otros ojos algunas prácticas usualmente presentes en la oferta de sexo en la vía pública, implicó que Rodolfo tuviera temores y decidiera romper las reciprocidades con ellas, construir fronteras simbólicas que lo alejaran de ese otro mundo que sucedía en la esquina de su trabajo y que, ahora, ya nada tenía que ver con él. Rodolfo señaló que
En algún momento, también corté (lazos). Porque acá con el travesti corría el alcohol y las drogas. Yo no me drogo, nunca fumé un cigarro. Pero los veía drogarse acá, delante mío, con pasta base, con la pipa, más que nada era pasta base lo que fumaban ellos. Y entonces entrás a decir –‘no, acá un día vienen los milicos y te agarran y yo estoy trabajando-‘. Yo no tengo nada que ver pero lo permití. Tal vez, al principio, pequé de inocente, me parecía que ya está, que eran cosas que nunca había vivido y las dejé ir. Cuando me di cuenta y recapacité, empecé a cortar, pero quedé bien, no los eché, no entran más (Rodolfo, 48 años).
Los relatos de Celia, Aníbal y Rodolfo recuperan diferentes ideas de por qué la proximidad de la oferta de sexo de trans puede ser problemática. Las razones son diversas. Sin embargo, coinciden en que existen límites que las personas no están dispuestas ni a tolerar ni a exponerse. La práctica sexual y sus vestigios cuando aparecen a la intemperie parecieran transgredir una norma cultural que establece qué es doméstico y qué puede ser público, tal como sostiene Sabsay. Por otro lado, cuando la situación te implica corporalmente, cuando te acerca a lo ajeno y a lo que está puesto en duda moralmente también produce la emergencia de las fronteras simbólicas entre unos grupos y otros. Tal como se expresó, las situaciones que pueden ser experimentadas por las/os vecinas/os como violentas o marginales (la oferta de sexo, el consumo de drogas adjudicadas a los sectores populares, los asesinatos a quemarropa y la persecución policial, entre otras) van contra la construcción de los lazos de reciprocidad que comienzan a tejerse entre vecinas/os, trans y empleados de comercios. Pareciera que aquello que se construye con el tiempo, con el conocerse, se desvanece rápidamente ante un hecho que supera el umbral de lo tolerable para el barrio donde una/o reside o trabaja.
Palabras que cierran e invitan
El conflicto es constitutivo de las ciudades y les otorga un carácter dinámico porque crea escenarios y los desmonta para que, luego, emerjan otros. En estas dinámicas, se encuentran los grupos que (in)directamente participan del conflicto y que dirimen sus intereses. Y como escenografía, se encuentra el marco normativo que termina siendo una variable trascendente. La perspectiva reglamentarista de la oferta de sexo callejero al que apunta Uruguay en general, y Montevideo en particular, implica que ciertas/os vecinas/os que quieren imponer su proyecto de barrio vinculado a la familia y el orden, no encuentra en las fuerzas policiales un aliado efectivo, ya que la posibilidad de echar/detener/reprimir a las trans se ve muy disminuida, sobre todo durante las intendencias del partido Frente Amplio. En este contexto, el artículo intenta sumar a la perspectiva del conflicto otras aristas que lo componen: las reciprocidades. En los estudios urbanos usualmente cuando ponemos el énfasis en las disputas nos olvidamos que también hay lazos, empatías, intercambios que, a su vez, también se van modificando a lo largo del tiempo, a medida que el nudo del conflicto se va desatando o ajustando aún más.
La oferta de sexo en la vía pública en la ciudad de Montevideo puede pensarse desde esta mirada. Esta actividad conlleva ruidos en horario de descanso, prácticas sexuales en el espacio público que deberían confinarse al espacio privado y elementos como los preservativos que en ámbitos domésticos son asociados al cuidado, en la calle se convierten en transgresiones. También, el sexo callejero ejercido por trans en barrios de clase media y media alta implica el encuentro entre desiguales. Estas diferencias ocasionan disputas pero también solidaridades. De eso versa este artículo, de pensar en este entramado de vínculos.
La trama de reciprocidades se traduce en comentarios nocturnos que apelan a las preocupaciones cotidianas (clima, receta de comidas, etc.), en refugiarlas ante la llegada de la policía o advertirles del peligro, en cuidar a las vecinas de los robos o del acoso callejero de los varones, en sentirse seguras en el espacio público a la noche por la presencia de ellas y en prestar un dinero para movilizarse en transporte público. En simultáneo, la mirada del vecino provoca ciertos disciplinamientos que obturan los vínculos con las trans (porque el deber ser aún manda), los faltantes de dinero por robos menores resquebrajan los permisos para ir al baño, el consumo de sustancias ilegales demarca fronteras simbólicas y morales con ellas y la muerte por asesinato a quemarropa sobrepasa el umbral de lo tolerable. Este hecho se convirtió en un punto de inflexión, en la toma de consciencia de que la oferta de sexo también es el riesgo y que estar cerca de ella es exponerse. Así, la trama de reciprocidades se ve puesta a prueba constantemente, existe en un equilibrio que puede desvanecerse rápidamente.
La invitación del modo de abordaje de este artículo es a pensar los espacios con sus vínculos, con su trama de interacciones compleja, con los sentidos y usos que los grupos le otorgan a los espacios. La rutina, el encuentro permanente con el Otro en la escala barrial implica la conformación de identidades situadas. El espacio otorga identidad, sentido de pertenencia. Y las personas al experimentarlo lo crean y, con su retirada, lo desmontan. Así, el espacio público es un escenario nómade que implica la intervención de actores que, con lo que creen, le darán entidad o lo desaparecerán. Si esto último sucediera, nuevos montajes serán producidos en otras esquinas, intersecciones, barrios.
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Notas