Resumen: El artículo de reflexión cuestiona las consecuencias de un mundo hiperconectado globalmente y sus ambivalencias en lo local. Desarrolla una crítica desde la categoría grobalización, efectuando un abordaje al problema de la precarización del trabajo y al impacto de estas fuertes tendencias globales en el derecho laboral, como un subproducto derivado explícitamente del desarrollo de la “McDonalización” en la sociedad contemporánea. El proceso de investigación se implementó desde la aplicación del paradigma hermenéutico, centrado en la revisión de textos y artículos científicos en repositorios institucionales y bases de datos indexadas.
Palabras clave: Globalización, grobalización, trabajo precario, globalización y derecho, e- paranoia.
Abstract: This reflective article questions the consequences of a globally hyperconnected world and its ambivalences at the local level. It develops a critique from the category of "grobalization," addressing the issue of labor precarization and the impact of these global solid trends on labor law, as an explicitly derived subproduct of the development of "McDonalization" in contemporary society. The research process was implemented through the application of the hermeneutic paradigm, focusing on the review of texts and scientific articles in institutional repositories and indexed databases.
Keywords: Globalization, grobalization, precarious work, globalization and law, e-paranoia.
Resumo: Este artigo de reflexão questiona as consequências de um mundo globalmente hiperconectado e suas ambivalências no local. Desenvolve uma crítica a partir da categoria grobalização, abordando o problema da precarização do trabalho e o impacto dessas fortes tendências globais no direito do trabalho, como um subproduto explicitamente derivado do desenvolvimento da "McDonalização" na sociedade contemporânea. O processo de investigação foi implementado a partir da aplicação do paradigma hermenêutico, centrado na revisão de textos e artigos científicos em repositórios institucionais e bases de dados indexadas.
Palavras-chave: Globalização, grobalização, trabalho precário, globalização e direito, e- paranoia.
Artículos
Grobalización, precariedad laboral y e-paranoias: la cara oculta de la narrativa globalizante1
Grobalization, Precarious Work, and E-Paranoias: The Hidden Face of the Globalizing Narrative
Grobalización, precariedad laboral y e-paranoias: la cara oculta de la narrativa globalizante
Recepção: 15 Abril 2023
Aprovação: 15 Maio 2023
Los dirigentes políticos, ya sean de la izquierda tradicional o de la derecha, ya sean del Sur o del Norte, confiesan una verdadera devoción por el mercado, y en particular por los mercados financieros. En realidad, habría que decir que ellos han erigido una verdadera religión del mercado. Cada día, en todas las casas del mundo que tienen televisión o internet, se celebra una misa dedicada al mercado durante la difusión de la evolución de las cotizaciones de la bolsa y de los mercados. (Toussaint, 2012, p. 81)
En 1989, ante la estruendosa caída del Muro de Berlín, la apresurada unificación de Alemania y la irrupción con fuerza del capitalismo de mercado en los más recónditos lugares del mundo, el filósofo político Francis Fukuyama (1992) decretó la muerte de cualquier alternativa diferente al liberalismo. Su famosa tesis del fin de la historia se abrió paso de manera frenética en el ámbito académico, como una narrativa innovadora que justificaba desde un punto de vista filosófico la imparable tendencia de la globalización. Precisaba este autor que:
Lo que podríamos estar presenciando no solo es el fin de la Guerra Fría, o la culminación de un período específico de la historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano. (Fukuyama, 1992, p. 4)
Desde ese entonces, casi en todo el mundo, la performatividad del relato neoliberal se impuso con unanimidad. Adalides del desarrollismo capitalista, como Friedman (2012), defendían las fuerzas aplanadoras de la globalización. En su famosa defensa del mundo altamente globalizado e hiperconectado, este periodista económico sostenía que la Tierra era plana y que las grandes desigualdades de los países pobres se eliminarían de forma permanente como consecuencia de las fuerzas homogeneizantes de la economía global (Tique y Barón, 2020; Mosquera y González, 2020).
De forma eufórica vaticinaba que era solo cuestión de tiempo y de una estrategia visionaria de las naciones para lograr insertarse económicamente en las bondades del gran mundo global. Para esto, citaba un conjunto de ejemplos multivariados de inserción efectiva en la economía mundial, los casos exitosos de los tigres asiáticos y de las economías hiperconectadas como la de China y la economía de Japón y el que se ha identificado como mayor alcance de inserción global, el caso de Bangladesh en la India.
33 años después, el mundo sigue inmerso en guerras híbridas (Mattis y Hoffman, 2005), combates fratricidas y violentos enfrentan a Rusia con Ucrania, existe un riesgo inminente de recesión económica global y se mira con estupefacción el afianzamiento de nuevas tipificaciones de guerras en la perspectiva, ya anticipada por los trabajos analíticos de Kaldor (2001), guerras biológicas (frente al avance de nuevos virus), guerras para preservar el medioambiente y guerras políticas con nuevas denominaciones y nuevos actores. Todas ellas ambientadas en un extraño telón de fondo: la posverdad, la polarización y el populismo (Naim, 2022).
Las fuerzas aplanadoras de la historia no se materializaron, tal y como lo predecía Friedman (2012).
¡Definitivamente la Tierra no es plana! En la época actual, solo los terraplanistas creen en esta falacia pseudocientífica de una Tierra plana. Al parecer, el funeral de la historia se equivocó de muerto, como lo bosquejó en su momento el periodista uruguayo Galeano (2017), advirtiendo proféticamente que el curso de la historia no se detendría y que el capitalismo necesitaba de las crisis y de la pobreza para poder continuar con su curso inexpugnable.
Lo que es factible identificar, después de décadas de globalización, es un trastocamiento de los órdenes jurídicos locales ajustándose a los órdenes globales, así como una fuga sin precedentes del derecho público al tranquilizador y altamente estandarizado derecho privado (Bahamón, 2020; Sánchez y Calderón, 2017). El famoso “glocalismo” (pensar globalmente y actuar localmente) solo terminó funcionando para las economías altamente desarrolladas que de manera paradójica son las que lo imponen, con recetas neoliberales provenientes de instituciones supranacionales. Las bondades del nuevo metarrelato global son cada vez más esquivas, posiblemente se esté materializando el vaticinio del sociólogo polaco Bauman (2008): “hoy tenemos problemas globales con impactos locales”.
Y uno de estos impactos locales es la desigualdad y la precarización de los derechos. A manera de ejemplo, es válido recordar que uno de los objetivos de desarrollo sostenible del milenio planteaba la reducción de la pobreza en todas su formas y manifestaciones, es más, una de sus grandes metas antes de la pandemia era que esta pobreza se redujera a nivel mundial en menos del 3 %. Hoy por hoy, es imposible alcanzar estas cifras. En el planeta mueren de hambre 2,1 millones de personas, mientras que 252 personas son propietarias de una riqueza que supera la sumatoria de ingresos de más de mil millones de personas habitantes de África, América Latina y el Caribe (Ahmed, 2022).
Los precarios del mundo o los expulsados bulímicamente (Young, 2003) representan la cara no publicitada del impacto de la fuerzas globales en un mundo orientado hacia la narrativa edulcorada del mercado, en el cual, de manera silenciosa y cautivadora, estamos ingresando a pasos agigantados en la lógica funesta de reconfigurarnos desde las transacciones económicas de bienes y servicios en el mercado a interacciones sociales centradas y orientadas por el mercado (Naranjo, Naranjo y Navas, 2018; Llano, Rengifo y Rojas, 2018).
En este contexto de análisis, se planteó la pregunta problema que orientó todo el proceso de búsqueda y sistematización de la información: ¿cuál es el impacto de la grobalización en el desarrollo de los sistemas de precarización del trabajo? Como objetivo general, se planteó comprender la fuerte tendencia global denominada grobalización y su incidencia en la precarización del trabajo.
El método de investigación se guio por las pautas paradigmáticas de la hermenéutica jurídica, entendida como una propuesta de aproximación epistemológica que deviene de la aplicación de las técnicas del análisis de textos en el campo del conocimiento de los hechos jurídicos. La hermenéutica presupone una aproximación interpretativa, pero también se asume como un acercamiento comprensivo de los contextos sociales y políticos que propician el derecho, porque, obviamente, si se habla de derecho, debe hablarse de la sociedad y del contexto que lo reproduce. En este sentido, se asumen las indicaciones planteadas por Hernández (2019) cuando define la hermenéutica jurídica como
La interpretación jurídica puede entenderse desde dos vertientes: como proceso (actividad) y como producto. Como proceso, se refiere a la operación cognitiva del intérprete en busca del contenido significativo que las normas jurídicas intentan expresar por medio del lenguaje, en relación con las conductas y demás realidades concretas sujetas a ellas, con la intención de atribuirle, de entre una extensa gama de posibilidades, un significado específico, singular y transformador. Desde esta perspectiva, toda norma jurídica, desde la situación concreta de su aplicación, requiere ser interpretada sin importar su grado de claridad. (p. 47)
El análisis de tendencias estuvo afincado en la técnica reconocida como etnografía virtual. Hine (2019) la define como las diferentes indagaciones, el análisis de tendencias y la identificación de interacciones que se pueden delimitar y explorar a través de la inmersión sistematizada en bases de datos y repositorios. En síntesis, el método se basó en la interpretación de textos, la elaboración de fichas de análisis de contenido y la construcción de guías de resúmenes analíticos, lo que viabilizó la aproximación y comprensión de las fuerzas sociales inherentes a lo glocal.
Se analizaron textos provenientes de investigaciones jurídicas y sociojurídicas, lo que hace que las discusiones y hallazgos que aquí se consignan se puedan asumir como una aproximación al objeto de investigación en perspectiva cross que, en palabras de Rodríguez (1991), implicó la conjunción de los análisis provenientes de las ciencias sociales y la mirada transdisciplinar entre los diferentes ámbitos del conocimiento de otras ciencias.
Una princesa inglesa —la princesa Diana— con un novio egipcio, utiliza un teléfono celular noruego, se estrella en un túnel francés a bordo de un auto alemán con motor holandés, conducido por un chofer belga, ebrio de whisky escocés, seguida de cerca por paparazzis italianos, montados en motocicletas japonesas, quien recibió atención de un médico estadounidense, con el auxilio de personal paramédico filipino, utilizando medicamentos brasileños; ¡la princesa muere! (Pieterse, 2004, p. 122)
¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Ante la clásica pregunta sobre las diversas variantes evolutivas de la especie humana y la vida social, el antropólogo Marvin Harris (2011) responde de forma radical: “primero fue el pie”. La globalización de la humanidad empezó con el movimiento. Homínidos corriendo en las grandes estepas, moviéndose en torno a la búsqueda de alimentos para la necesaria supervivencia. Sus migraciones daban respuesta a los problemas prácticos que le exigían los entornos altamente peligrosos dados por la agreste y salvaje naturaleza. El pie y las grandes correrías permitieron el avance evolutivo de los diversos homínidos que en la actualidad no paran de correr.
En la detallada historia de la globalización, el economista Jeffrey Sachs (2021) analiza la fuerza del cambio global en torno a tres grandes interrelaciones que propician lo que él denomina las edades de la globalización: las correlaciones y el aprovechamiento de las ventajas que ofrecen la geografía física, la dinámica de poder cambiante en torno a las tecnologías disruptivas y la fortaleza en la cohesión social posibilitada por un conjunto de instituciones que logran armonizar estas interrelaciones. Anotaba de modo claro que
El concepto de globalización se refiere a las interrelaciones de sociedades diversas a través de grandes áreas geográficas. Estas interrelaciones son tecnológicas, económicas, institucionales, culturales y geopolíticas, y se producen entre sociedades de todo el mundo a través del comercio, las finanzas, las empresas, la inmigración, la cultura, los imperios y la guerra. (Sachs, 2021, p. 22)
En esta exposición sumamente argumentada, este autor diferencia siete grandes edades de la globalización: la Edad Paleolítica, la Edad Neolítica, la Edad Clásica, la Edad Oceánica, la Edad Industrial y la Edad Digital. Para Sachs (2021), los efectos y el carácter de cada etapa histórica de la globalización están ligados a los avances longitudinales. Los cambios geográficos presuponen cambios globales, los cambios tecnológicos renuevan la dinámica de las interrelaciones y la fortaleza institucional garantiza los órdenes necesarios para aprovechar las ventajas de la geografía, regular las tecnologías y preservar el orden social.
Las necesarias trasformaciones terminan obligatoriamente afectando a las estructuras sociales y a las personas, son tan vertiginosas que en ocasiones no logran percibirse a simple vista. A esta paradoja del cambio, el sociólogo Alvin Toffler (1984) la denominó en su momento “el shock del futuro”, para referirse a una particular forma de percepción de la realidad que abruma al sujeto en su cotidianidad: vivenciamos cambios abruptos en intervalos de tiempo cada vez más cortos.
En este sentido, adquiere preeminencia uno de los puntos álgidos que denuncia Sachs (2021), la forma como el cambio actual asume una fuerza exponencial nunca antes vista: “Por lo tanto, la primera lección del cambio global a largo plazo es que ha sido superexponencial, lo que significa que se ha producido a un ritmo creciente, y cuyos últimos cambios han tenido lugar en el pasado muy reciente” (p. 29).
La celeridad del cambio social y el auge del concepto de sociedades en transición (Preyer, 2016), con las causalidades que emergen de estas mutaciones, hace que poco a poco el debate por las fuertes incidencias y trastocamientos en la vida social que ha agenciado la globalización sea uno de los principales interrogantes que marca la pauta de la teoría sociológica, hasta tal punto de que ha sustituido el conjunto de análisis sociológicos sobre la modernidad y la posmodernidad que marcaron la agenda del análisis teórico-sociológico en las décadas de 1980 y 1990.
Tal vez uno de los pensadores sociales que inició la exploración de los efectos de la mundialización sobre la vida de las personas, es el reconocido semiólogo Umberto Eco (1984), en su ya clásico ensayo Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, en el que planteaba las dos formas posibles de asumir los efectos de la cultura de masas y de su impacto en los órdenes sociales: los apocalípticos o detractores y los integrados o apologistas. Es factible extrapolar estas clasificaciones para asumir el debate, tal y como lo realiza el sociólogo Preyer (2016) cuando clasifica las posturas teóricas como una álgida discusión entre homogeneizadores y heterogeneizadores.
Un variado grupo de pensadores que se puede clasificar como los homogeneizadores (Wallerstein, 1991; Giddens, 2000; Boudoin, 1981; Fukuyama, 1992; Ohmae, 2005; Friedman, 2012) se inclinan por la creencia en las bondades del relato globalizador, que es entendido como la proyección de una modernidad global que termina cocreando la convergencia en los diversos cambios estructurales como un derivado directo del sistema mundo occidental, el cual irradia sus valores y grandes avances civilizatorios de Occidente a los lugares apartados y precarios del mundo. Esta evolución convergente es exaltada por Fukuyama (1992) como una homogenización con variaciones locales.
Los heterogeneizadores (Ferguson, 1992; Ritzer, 2007; Bauman, 2008; Beck, 1998; Clifford, 2009; Bhabba, 2016) han venido cuestionando el proceso de disolución de las culturas por la hegemonía cultural norteamericana, lo que se denomina como la americanización de la vida social, imponiendo el modo de vida americano bajo el encubrimiento ideológico de aspiración cultural de los países precarios. Este proceso es denominado como “McDonalización” y significa el proceso mediante el cual las formas racionalizadoras de la vida social emergen de manera sistemática y de forma seductora se apropian de la organización social. Ritzer (2006) explica este tipo de expansión, cuando afirma que
Dedico toda mi atención a McDonald’s (así como a la industria de la cual forma parte y en cuya expansión jugó un rol tan importante) porque es el principal ejemplo y el más paradigmático de un proceso de amplio alcance que llamo Macdonalización, es decir, el proceso mediante el cual los principios del restaurante de comida rápida están invadiendo y llegando a regir un número creciente de sectores de la sociedad americana, así como del resto del mundo. (p. 20)
En esta misma linealidad argumental, es sumamente crítico el análisis de Ferguson (1992) cuando señala que las metamorfosis que crean los fenómenos asociados a la globalización son fragmentarias de la vida local y se dirimen en la adhesión silenciosa a la mitología de la globalización. En esta perspectiva analítica, la narrativa de la globalización se convierte en la portadora ideológica de los principios estandarizadores de la vida social: el cálculo, la predictibilidad, la racionalización del mundo de la vida en el marco axiológico de una sociedad de consumo que afecta a todas las dimensiones societales (Velandia y Sánchez, 2020).
Llegados a este punto del análisis, es factible afirmar que la globalización puede ser entendida como un hecho social totalizante. Marcel Mauss (2010) acuñó la categoría de fenómenos sociales totalizantes, cuando afirmó que la complejidad de las interacciones sociales implicaba una mezcla de hechos sociales:
En ellas hay gran cantidad de hechos, ellos mismos muy complejos. Todo está mezclado, todo lo que constituye la vida social de las sociedades que precedieron a las nuestras, hasta las de la protohistoria. En esos fenómenos sociales “totales”, como proponemos llamarlos, se expresa a la vez y de un golpe todo tipo de instituciones: religiosas, jurídicas y morales — que, al mismo tiempo, son políticas y familiares—; económicas —y estas suponen formas particulares de la producción y el consumo o, más bien, de la prestación y la distribución—; sin contar los fenómenos estéticos a los que conducen esos hechos y los fenómenos morfológicos que manifiestan tales instituciones. (p. 70)
Obviamente ello no excluye la vivencia de coyunturas críticas (Acemoglu y Robinson, 2020): esos momentos decisivos de la civilización humana que trastocan, mutan y redefinen los órdenes sociales y las instituciones. Si se revisan históricamente algunas coyunturas críticas, se podría evidenciar el encadenamiento social que crea la fuerza de la globalización. En el siglo xiv la peste bubónica, también conocida como la peste negra, aniquiló el 60 % de la población europea. La propagación del virus desde China hasta Italia tardó alrededor de 16 años (1331-1347), el virus se movilizó en barcos, carretas y diversos modos de trasporte (Sachs, 2021).
La lentitud de su expansión contrasta con la reciente pandemia producida por el virus SARS-CoV-2. El coronavirus, que al mes de junio de 2023 ha dejado a nivel mundial más de 6,9 millones de personas fallecidas (Orús, 2023), viajó en avión en un vuelo sin escalas de Wuhan a Roma en la comodidad que ofrecen las sillas de primera clase. Fue solo cuestión de tres meses para que el virus se propagara a más de 140 países.
Estas coyunturas críticas, cada vez más cíclicas, tienen una fuerza, un motor que las propulsa: la globalización. Como un hecho social totalizante, lo global posee el carácter de expresar, contagiar e implicar la institucionalidad y las dimensiones de la vida social, las tendencias sociales se imponen redefiniendo lo local como nunca antes se había logrado evidenciar en la historia de la humanidad.
En esta misma línea argumental, Méda (2012) entiende el trabajo como un hecho social igual de totalizador. En este sentido, es válido recordar cómo los sistemas altamente estandarizados de tiempo y movimientos pensados y operacionalizados en el nacimiento del mundo fabril perduran en la actualidad, obviamente con las adecuaciones que han posibilitado la tecnología y la ciencia del rendimiento humano.
En la actualidad, asumimos unas nuevas vertientes de la hiperproductividad: la gamificación de los trabajadores, la cuantificación del yo y la hiperespecialización de las funciones. Pero en una parte no publicitada de este metarelato de la competitividad, se encubre la precarización laboral, la fragmentación de los movimientos sindicales y la autogestión del yo, bajo el eslogan del codiciado: se tu propio jefe y maneja tus propios horarios.
Es esencial subrayar que no es factible idealizar modelos organizacionales, puesto que todos son tendientes a precarizar las condiciones laborales, sobre todo cuando se dio el paso del fordismo al toyotismo y de ahí a la empresa en red: “la precariedad no está determinada por el modelo organizativo flexible sino por el deterioro de los pactos sociales que habían caracterizado el fordismo” (Aja Valle, Vallejo Martín y López-Guzmán, 2020, p. 80). Por ende, es factible encontrar en todo tipo de organizaciones, ya sean públicas o privadas, las técnicas de precarización del trabajo a través de los sistemas contractuales en los que queda en evidencia la vulneración constante de los derechos laborales.
Las organizaciones en red y sus sistemas de empresas piramidales con trabajos y contratos orientados a ser duraderos, e incluso los famosos trabajos para toda una vida, hoy fenecen ante las fuerzas imparables del outsourcing, las órdenes de prestación de servicios (concepto tomado de los procesos de contratación en las instituciones del Estado colombiano) o simplemente en la existencia de vínculos laborales sin ningún tipo de garantía jurídica y enmarcados en una nueva narrativa: las disruptivas economías de cooperación centradas en las nuevas tecnologías a solo un clic de distancia.
Esta desaparición de las certidumbres del vínculo contractual laboral ya había sido anticipada por el análisis del sociólogo Richard Sennett (2000), quien confirmaba cómo se destruían las certezas y los esperanzadores planes sobre el futuro que se podían edificar centrados en el contrato de trabajo para toda la vida, lo cual sucumbe en el marco del paso del fordismo a las organizaciones en red:
En el nuevo capitalismo, la concepción del trabajo ha cambiado radicalmente. En lugar de una rutina estable, de una carrera predecible, de la adhesión a una empresa a la que se era leal y que a cambio ofrecía un puesto de trabajo estable, los trabajadores se enfrentan ahora a un mercado laboral flexible, a empresas estructuralmente dinámicas con periódicos e imprevisibles reajustes de plantilla, a exigencia de movilidad absoluta. En la actualidad vivimos en un ámbito laboral nuevo, de transitoriedad, innovación y proyectos a corto plazo. Pero en la sociedad occidental, en la que somos lo que hacemos y el trabajo siempre ha sido considerado un factor fundamental para la formación del carácter y la constitución de nuestra identidad, este nuevo escenario laboral, a pesar de propiciar una economía más dinámica, puede afectarnos profundamente, al atacar las nociones de permanencia, confianza en los otros, integridad y compromiso que hacían que hasta el trabajo más rutinario fuera un elemento organizador fundamental en la vida de los individuos y, por consiguiente, en su inserción en la comunidad. (p. 25)
Estos cambios organizacionales, de modelos piramidales a organizaciones de círculos concéntricos focalizadas en los parámetros de la calidad total, que saltan rápidamente a empresas en red, implican también, en una primera instancia, una lucha por el acoplamiento de los órdenes jurídicos nacionales para que se permita la viabilidad de las exigencias del desarrollo de estas innovadoras ideas empresariales. El primer ataque es tendiente a reconfigurar el derecho y al cercenamiento de los derechos laborales enmarcados en nuevas narrativas y argumentaciones que apelan a la individualización del sujeto.
La segunda vertiente que garantiza el éxito de la globalización es la precarización del trabajo. Mientras algunos pueden de forma exultante señalar los procesos de interrelación económica centrados en lo tecnológico, la otra cara de la globalización, la que no sale en los titulares de la prensa y a la que el sociólogo norteamericano George Ritzer (2007) denominaba “grobalización”, asume una precarización del trabajo y una licuefacción de los derechos esenciales de los grupos y comunidades. Ritzer (2007) señala las diferencias entre lo global y lo grobal:
Acuñaremos un nuevo término aquí a fin de complementar el concepto de glocalización — grobalización— que permitirá describir el proceso que, regido por imperativos de crecimiento (por ejemplo, la necesidad de incrementar ventas y utilidades de un año al próximo con el fin de mantener los precios de las acciones altos y en crecimiento) lleva a organizaciones y naciones a expandirse globalmente y a imponerse sobre lo local. Por ello la globalización involucra una profunda lucha entre lo grobal y lo glocal. (p. 18)
El caso de la manufactura es diciente de este expansionismo. Muchos de los productos del prete a porter de marcas globales son elaboradas en Bangladés, en factorías que violentan los derechos humanos y los derechos laborales (Gil, 2021), o en el caso de la alta y costosa tecnología de Apple, fabricada en grandes factorías de la empresa Foxconn en China, donde recientemente 18 jóvenes rurales se suicidaron arrojándose por una ventana como única forma de escapar a las condiciones de esclavitud impuestas por contratos de trabajo inhumanos. Estas factorías geolocalizadas de forma estratégica en países muy pobres no dudan en contratar a niños y niñas en las peores condiciones laborales (Ngai, Chan y Selden, 2020).
Este expolio se ha reconfigurado de forma sofisticada en el relato neoliberal, hasta llegar a ser una autoexplotación. El filósofo contemporáneo Byung-Chul Han (2012) explicaba cómo la narrativa del rendimiento social y la gamificación se impone en los procesos de autoexplotación laboral. Este filósofo coreano, de manera original, revisita el mundo del trabajo en la era posindustrial, precisando el cambio en la subjetividad poscapitalista, la cual implica un punto de inflexión: trasegamos de un mundo laboral que explotaba a las personas a una nueva mentalidad donde lo que prima es la autoexplotación.
La sociedad del consumismo global tiene como imperativo la sed del rendimiento, y este rendimiento es el que implica el éxito. Ser altamente productivos, ser jefe de uno mismo; la exigente gerencia del yo implica evitar la extenuación, de ahí la predominancia de los medicamentos y bebidas energizantes que permitan trabajar sin cansancio. Cuando el sujeto no cumple los altos estándares laborales, la endo culpa agita la conciencia individual. Se configura así un binomio trágico, la autoexplotación como una clave esencial para la falsa autorrealización, el desarrollo y el crecimiento humano, amortizado por el brazo ideológico del neoliberalismo: la psicología positiva y la agotadora esperanza que promueve de alcanzar la felicidad posteada hasta el cansancio en redes sociales (Ehrenreich, 2019).
Son alarmantes los resultados de la desaparición de los vínculos contractuales en el mundo de la vita activa (Arendt, 2016). Como nunca, los datos a nivel mundial arrojan un malestar indisoluble en las personas cuando van a sus sitios de trabajo. Según la empresa estadounidense de análisis y asesoría Gallup, es alarmante que nueve de cada diez empleados no se sientan comprometidos con su trabajo, el 36 % de las personas con un contrato de trabajo afirman sentir estrés en la oficina en la que laboran, el 20 % de los trabajadores con algún tipo de vinculación contractual asiste a su trabajo con rabia hacia su jefe y sus compañeros de labores. Poco a poco se consolida el fenómeno de la renuncia silenciosa, el 59 % de los trabajadores lo hace de manera sistemática. La ira acumulada podría explicarse por factores endógenos como el bajo compromiso, o factores exógenos como la alta inflación, que permea las economías globales (Gallup, 2023).
Mientras el sujeto se hunde en las arenas pantanosas de la autoexplotación, paradójicamente el desarrollo tecnológico implica a su vez un desempleo y una precarización del trabajo más agudo que nunca. Las cifras del desempleo a nivel global son una prueba del afianzamiento de esta incontrolable tendencia. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2022, pese a la reactivación económica pospandemia, el mundo padece un déficit de puestos de trabajo: más de 473 millones de personas no han podido emplearse.
El 6,4 % de las personas empleadas vive en condiciones de una pobreza extrema y 2000 millones de trabajadores tenían un empleo informal, solo el 47 % de estos trabajadores informales estaba protegido con al menos una prestación social. Lo anterior implica que muchos de estos desempleados se ven obligados a aceptar los MacJobs, es decir, contratos laborales indignos que aumentan los patrones de exclusión y pobreza (Organización Internacional del Trabajo, 2023).
Trabajamos hasta morir, sin pausa, nos autoexplotamos en un mundo de trabajadores por iniciativa propia, en el que los mensajes de emprendimiento y los símbolos del self made man van tomados de la mano con el yes, we can produce. Todo ello justificado argumentalmente en los relatos de la psicología positiva y la autorrealización del ser, que es impulsada con la gran metanarrativa de la felicidad (Illouz, 2010). Se materializa el apotegma marxista: el sepulturero terminó ayudando a cavar su propia tumba. Como lo recalca Cabanas (2013):
No nos hemos liberado de la dominación, ni mucho menos; más bien, de lo que nos hemos liberado es de pensar que existe. Y ahora, por medio de la felicidad, jamás en la historia hemos contribuido tanto y tan conscientemente a las mismas formas en que somos oprimidos. (p. 7)
En la crítica y aguda mirada de Byun-Chul Han, el nuevo trabajador deja de ser aquel sujeto activo que participaba en las diversas instancias de la organización y que formaba parte de los conflictos que garantizaban los derechos y que obviamente terminaban creando derechos. Este trabajador no tiene tiempo, está adormecido, la mayoría de las veces narcotizado, como lo argumenta Han: “dicho sujeto ya no es capaz de trabajar en el conflicto, pues tal trabajo simplemente requiere demasiado tiempo. Más fácil resulta echar mano de los antidepresivos, que rápidamente lo vuelven a hacer a uno capaz de funcionar y de aportar rendimientos” (2012, p. 29).
En concordancia con la evidencia aportada en párrafos anteriores, es factible señalar que las publicitadas fuerzas aplanadoras de la globalización hasta el momento solo han logrado aplanar a los grupos sociales, erosionando sus derechos, minimizando sus ingresos, precarizando sus trabajos y deslocalizando los contextos productivos. Ahora se revisará el impacto directo y las formas de dominación hegemónica que van aparejadas al afianzamiento de la grobalización.
[…] cada vez son más los estratos de población que están dispuestos en su oposición a los de arriba a pasar por alto hechos e incluso aceptar de buen grado mentiras evidentes. En la era posfáctica, la clave del éxito no es la reivindicación del derecho a la verdad, sino la expresión de la verdad percibida. La verdad objetiva, la científica, es una ofensa a los conciudadanos que no pertenecen al mundo académico. (Alba Rico et ál., 2017, p. 263)
Uno de los aspectos enfatizados por la teoría sociológica clásica y contemporánea es la seductora forma como la metafísica del mercado coloniza los intersticios de la vida social, convirtiendo el proceso de racionalización, ampliamente analizado por Max Weber (2014), como desencantamiento del mundo, en un proceso que salta cualitativa y cuantitativamente de la dominación del hombre de la naturaleza, a la dominación del hombre por el hombre.
Lejos de hundirse en las aguas turbulentas de los “tsunamis financieros” y de las “tormentas perfectas” de las recientes crisis financieras globales, el relato exitoso de la globalización y su dogmática conceptual permanece intacto y per-viviente en el neoliberalismo progresista. Como Nancy Fraser lo argumenta de forma analítica, el capitalismo cognitivo se ha adueñado de la narrativa progresista y la coopta en el secuestro de sus marcos heurísticos:
En esta alianza, las fuerzas progresistas se unen efectivamente a las fuerzas del capitalismo cognitivo, en particular a la financiarización, y les aportan su carisma, aunque sin proponérselo. Ideales como la diversidad o el empoderamiento, que en principio sirven a otros fines, acaban dando lustre a unas políticas que han devastado la industria manufacturera y han arrebatado a las clases medias sus antiguos medios de subsistencia […] El neoliberalismo progresista combina ideales truncados de emancipación con formas letales de financiarización. (Fraser, 2017, pp. 97 a 101)
Este encubrimiento es explicado de modo magistral por el filósofo Slavoj Žižek (2011) con el concepto de capitalismo cultural. Un encubrimiento de las relaciones económicas detrás de una pantalla fantasmagórica, en la que lo económico se esconde en eslóganes y narrativas filantrópicas del gran capitalismo corporativista. Compramos con culpa: la narrativa del capitalismo cultural nos hace sentirnos bien, sublimando la culpa, porque el dinero invertido está ayudando a que los dueños de Starbucks puedan hacer que los elefantes de la isla de Java no se pierdan en los senderos cultivados para sembrar café. En palabras de Žižek (2011):
A nivel del consumo, este nuevo espíritu es el del así llamado “capitalismo cultural”: compramos mercancías no por la consideración de su utilidad ni como símbolo de nuestro estatus, lo hacemos principalmente para obtener la experiencia que proporcionan […] Un caso ejemplar de este “capitalismo cultural” se encuentra en la campaña de publicidad de Starbucks: “no es simplemente lo que estás comprando. Es lo que representa” […] Este excedente “cultural” se explica con detalle: el precio es más alto que el de otras marcas porque lo que realmente estás comprando es la “ética del café”, que incluye el cuidado por el medio ambiente, la responsabilidad social hacia los productores, además de un lugar donde tú mismo puedes participar en la vida comunitaria (desde el mismo comienzo, Starbucks presentó sus tiendas de café como un sucedáneo de comunidad). Y si esto no es suficiente, si tus necesidades éticas todavía siguen insatisfechas y continúas preocupándote por la miseria del Tercer Mundo, entonces puedes comprar productos adicionales. (p. 34)
Paradójicamente, los ideales de la emancipación y su lenguaje cargado de fuerza y pasión libertaria, con apelación constante a la bondad innata del ser humano, queda atrapado en la fauces del capitalismo cultural (Žižek, 2017), y todo el escaparate conceptual del progresismo y la herencia reivindicativa es usado para dinamizar las políticas públicas cortoplacistas, simplistas y ante todo garantes de la pérdida de derechos, los cuales se minimizan de forma sistemática y reiterada, amparados en las sucesivas crisis económicas de la infalible mano invisible. En este orden de ideas, es factible afirmar que el derecho posiblemente deviene en un derecho postergado (Latorre-Iglesias, 2018).
Los resultados de esta nueva andanada y reinvención del capitalismo son notorios en las cada vez más homogéneas realidades sociales de América Latina: economías basadas en el modelo extractivista, acumulación por despojo, aumento del precariado y en especial el resentimiento (Mishra, 2017), esa frustración colectiva afincada en los anhelos fallidos de riqueza y estatus a partir del mérito que nos convierte en los portadores de una ciudadanía fallida que a su vez deviene en procesos radicales de individuación.
Las consecuencias nefastas de este proceso inciden de forma directa en seres apáticos a lo político y han devenido paulatinamente en la erosión de la norma a través de la pseudo ley, una manera soterrada y sigilo-crática de enfrentar la institucionalidad en el mundo global (Naim, 2022). Las lecciones de la “grobalización” son también los aprendizajes de cómo detentar el poder político y la cooptación del Estado, preservando la historia del mundo feliz que siempre ha propugnado la narrativa neoliberal. El sociólogo Oliver Nachtwey (2017) ya lo precisó, cuando escribe que
El mercado sigue siendo el valor de referencia en todos los ámbitos de la vida […] el mercado se ha interiorizado como si fuera lo más natural del mundo, se aprueba su lógica, en parte de buena gana, en parte a regañadientes. En el neoliberalismo, el peso de la autocoacción, de la sublimación permanente es elevado: hay que ser siempre competitivo, compararse, medirse y optimizarse. La culpa de desconsideraciones, degradaciones, humillaciones y fracasos hay que echárselas a uno mismo, y después uno ha de esperar de buena gana hasta que se presente una nueva oportunidad. (p. 257)
Pero, además de la pérdida de derechos, la creencia cada día más arraigada de que las realidades alternativas son posibles, están lacerando con fuerza uno de los pilares de la modernidad y el constitutivo esencial de su gran metanarrativa: un conocimiento construido socialmente a partir del contraste entre teoría y evidencia empírica. Los virus sociales, cargados de la dosis amplificada de miedo social, colonizan con facilidad los marcos cognitivos y logran respuestas emocionales de manera masiva: las oleadas de fake news se constituyen en una evidencia abrumadora de la sociedad posfáctica.
Pasamos de manera radical de ser los habitantes de la sociedad del conocimiento, a ser los espectadores pasivos de la sociedad del desconocimiento (Innerarity, 2022), signados por el indigente cognitivo, una particular tipología de individuo caracterizado por su fuerte apetencia al consumo constante de relatos morbosos y amarillistas de los diversos portales comunicativos que cumplen con una función clave dentro de la grobalización: propiciar miedo.
El miedo, en la perspectiva de Nussbaum (2023), es un elemento vital en los sistemas actuales de debilitamiento de las libertades y del ocaso de las democracias, estas monarquías del miedo tienden a polarizar y exacerbar las paranoias sociales. El concepto de paranoia social es desarrollado por el psiquiatra Luigi Zoja (2013), quien logra encontrar en la dinámica conflictiva de la historia un motor: la exacerbación de los miedos inconscientes con la proyección reiterada de imágenes y conceptos que los atizan, agrandan y afianzan. Estos miedos son la palanca de cambios del poder, una forma encubierta de obtenerlo, preservarlo y transmitirlo, como plantea el mencionado Zoja (2013): “[…] hay un potencial paranoico presente en todo hombre común, en todas las fases de su existencia, y cualquiera sea la sociedad en la que viva. Y el ambiente circundante tiene el poder de activarlo” (p. 31).
La paranoia tradicionalmente era configurada por las mitologías y cuentos del folclore popular, enmarcada en las tradiciones, costumbres y rituales, condicionaba las conductas, implementaba controles sociales y señalaba pautas comportamentales y las configuraciones de la interacción social. Con el auge de los mass media y el nacimiento de la comunicación política, los movimientos paranoides abandonaban lo local y se constituyen en referentes globales que alimentan las narrativas de guerras (que pueden entenderse como narrativas “al borde del abismo” y una de las excusas recurrentes para la restricción de la libertad como única alternativa para evitar el salto al abismo), las formas colectivas y los procesos de desdiferenciación social. El momento estelar de la paranoia llega con el surgimiento y expansión de la internet, en especial de las redes sociales, que en la medida en que se tornan de uso común, logran viralizar nuestros pánicos más acendrados, logrando el salto de la paranoia a un nuevo nivel, el cual es factible categorizar como la e-paranoia.
Como un ejemplo del punto de inflexión que ejemplifica la fuerza de la posverdad y los universos conspirativos propios de los e-paranoicos están los terraplanistas, a los cuales se les ha mencionado a lo largo de este artículo. La sociedad de religiosos de derecha que a nivel global desafían la evidencia empírica cuestionando la idea mil veces comprobada sobre la redondez de la tierra: en contravía del sentido común, más de ciento treinta mil seguidores están convencidos de que la tierra es plana, horizontalmente infinita y que tiene al menos nueve mil kilómetros de profundidad.
Se podrían citar más casos de estos fenómenos que “alteran” la realidad y sus versiones “alternativas”, pero todo ello hace parte del amplio escaparate de subterfugios que se expanden en los ríos mediáticos para poder atemorizar y vender, en especial, el lenguaje de choque de los medios que encaja perfectamente en los marcos cognitivos. Por ello, vivimos con un constante miedo líquido (Bauman, 2017b) a que las pesadillas distópicas se materialicen en cualquier momento, pero al mismo tiempo negamos de forma inverosímil los peligros que saltan a simple vista: el ecocidio planetario y la posibilidad de una tecno guerra a escala planetaria (Garcés, 2017).
Negar lo evidente, defender lo indefendible y crear pruebas que respalden la verdad percibida ha permitido el resurgimiento de los neopopulismos de derecha. Las manifestaciones palpables de los efectos del lenguaje de choque están en los nuevos dictadores de la telerrealidad: el caso de Duterte en Filipinas y los asesinatos mediatizados, el Rolex en la mano del fundador de Isis mientras dictamina la guerra al pecado global, Modi en la India con sus trajes a la medida diseñados en la Savile Row, pero apelando en su retórica neopopulista al nacionalismo indio (Mishra, 2017), Bukele con sus videos en formato cinematográfico trasladando pandilleros a cárceles de máxima seguridad. Todos los nuevos neopopulistas comparten un ideario común, su odio a la democracia:
Por lo tanto, se está escribiendo un nuevo capítulo en la historia mundial de los populismos autoritarios basado en un parcial solapamiento entre las ambiciones y promesas de sus líderes, por una parte, y la mentalidad de sus seguidores, por otra. Esos líderes aborrecen la democracia, porque es un obstáculo para su monomaniaca ambición de poder. Sus seguidores son víctimas de la fatiga democrática y ven la política electoral como la mejor manera de salir de la democracia misma. (Appadurai, 2017, p. 46)
En la era posfáctica no es necesaria la evidencia, no es necesario el hecho, estos pueden ser reescritos y siempre se apelará a la deformación y a la subjetividad. Tal vez lo más grave de esta visión deformada de la acción política es la vuelta al pasado glorioso como apelación al éxito perdido. El denostado expresidente de los Estados Unidos Donald Trump es un claro ejemplo de un indigente cognitivo en el poder que constantemente trae imágenes idílicas de un pasado inexistente. En especial, cuando en medio de la fuerza devastadora de la pandemia, invitó a la ciudadanía a que se inyectara desinfectante, el resultado, más de 100 casos atendidos por los servicios de urgencias ante múltiples situaciones de autoinyecciones de desinfectante en diferentes Estados de Norteamérica.
Bauman (2017a) denomina como retrotópias al efecto taumatúrgico del volcamiento de la comunicación política a las nostalgias de un pasado en el que todo tiempo fue mejor. Lo retro implica la e-paranoia por el futuro, su premisa básica es que los seres humanos de la sociedad del cansancio global (Han, 2017) pierden la capacidad de creer en el futuro y se les arrebata la posibilidad de soñar con un mundo mejor. Bauman (2017a) precisa esta idea, que explicaba cómo los antepasados entendían el futuro:
[…] el lugar más seguro y prometedor en el que podían invertir sus esperanzas, nosotros solemos proyectar en él principalmente nuestros múltiples miedos, ansiedades y aprensiones: el miedo a la escasez cada vez mayor de empleos, a la fragilidad aun mayor de nuestras posiciones sociales, a la temporalidad de los logros de nuestras vidas o al desfase cada vez mayor entre las herramientas, recursos y habilidades que tenemos a nuestra disposición y la trascendencia de los desafíos que se nos oponen. Por encima de todo, tenemos la sensación de que estamos perdiendo el control sobre nuestras vidas y viéndonos reducidos a la condición de peones movidos de un lado para otro en una partida librada por jugadores desconocidos e indiferentes a nuestras necesidades, o incluso directamente hostiles, crueles […] (p. 55)
En esta misma línea de pensamiento, Bauman señalaba que la política hace tiempo dejó de mirar al futuro, en una inversión genial de la famosa interpretación del cuadro de Paul Klee que hace Walter Benjamín, en el que se plantea que el ángel de la historia mira al futuro, Bauman con ironía, precisa que en la era actual el ángel de la historia ya no quiere mirar el futuro, retorna su mirada al pasado, y en él encuentra la magnificencia necesaria para posicionar las nuevas narrativas políticas que mueven a las masas, es decir, los sujetos sociales, fragmentados y dispersos, se encuentran desesperados en la búsqueda de paraísos perdidos.
Posiblemente una de las conclusiones de esta confluencia fenoménica de factores extraños en el interregno contemporáneo sea la de la erosión de la otredad. Esta atomización, fragmentación o agonía de los lazos sociales va cargada de una gran cosificación, los seres humanos terminan siendo cosas y el derecho, por ende, se constituye en una ciencia gerencial que inunda con la retórica económica su acción específica, tratando de ser un paliativo en el inmenso desván de lo humano, parafraseando al filósofo Byung-Chul Han (2017): “es un proceso que progresa sin que por desgracia muchos lo adviertan” (p. 10).
A manera de cierre una reflexión final. En la película Tiempos modernos (1936), dirigida, producida y actuada por Charles Chaplin, es factible apreciar en la representación de la vida de un obrero en el mundo industrializado, la aplicación de un conjunto de tareas repetitivas en jornadas desproporcionadas de trabajo. La personificación que se hacía en ese momento del trabajo altamente estandarizado en el sistema industrializado fabril develaba desde el humor negro el impacto en el ser humano de la mecanización del trabajo al aplicar radicalmente las innovadoras técnicas tayloristas de tiempos y movimientos (Taylor, 1984).
El filme, posiblemente de forma anticipada, logró dimensionar las implicaciones socioestructurales que resignificaron la vida personal y social con la implementación de las técnicas del naciente management moderno en el mundo de las organizaciones empresariales. Siguiendo los postulados de Méda (2012), nos lleva a un punto de reflexión, y es el afianzamiento global de las pautas estandarizadas de producción en serie.
El antropólogo James Suzman (2021) llega a conclusiones similares. Después de convivir más de diez años con sociedades bosquimanas de África, concluye un revelador estudio sobre las ideas contemporáneas que se han construido en torno al valor del trabajo y el pensamiento de alta hiperproductividad que hoy inunda las subjetividades en el mundo global. Este autor inicia rastreando la categoría de trabajo en el análisis histórico que bosqueja. Esta acepción nace en la Francia de la Ilustración y se implementó para comprender la energía que implicaba la transformación de la materia: el gasto de energía necesario para realizar una trasformación es lo que se remunera en el marco de la lógica capitalista.
El mayor descubrimiento de este antropólogo estriba en la configuración societal de los bosquimanos de África alrededor de este gasto. Para ellos no existe una idea de realización personal en el trabajo, tampoco predomina la idea de acumulación, ni mucho menos la de estatus tan corriente en el ahora. Todo lo contrario, los bosquimanos invierten menos de 16 horas a la semana para conseguir alimentos, el resto de las horas lo dedican al arte, la oralidad, a construir sus casas o simplemente a contemplar atardeceres.
Lo impresionante de esta historia es que, paradójicamente, cuando los granjeros blancos colonizaron África, obligaron a los bosquimanos a abandonar su conjunto de creencias sobre la manera de satisfacer sus necesidades. De forma violenta fueron disciplinados y obligados a comprender el universo del esfuerzo centrado en la tarea y en la rentabilidad que devenía de esta. Cuando los bosquimanos estaban diezmados por la enfermedad y por la ingente cantidad de energía física que implicaba el trabajo agrícola precarizado, el Gobierno de turno promulgó un conjunto de leyes que obligaba a dar seguridad y protección social a estos grupos vulnerables. Frente a la fuerza del derecho, muchos granjeros blancos optaron por no emplear la mano de obra de los bosquimanos y focalizar su trabajo agrícola en la industrialización y tecnologización de sus granjas.
Los bosquimanos fueron despedidos inmisericordemente, y hoy muchos de ellos están en las inmediaciones de los caminos polvorientos pidiendo limosnas. Lo que Suzman (2021) denuncia, es precisamente lo que podemos apreciar en el mundo contemporáneo reiterado en diversos contextos en situaciones disímiles, pero con el mismo resultado, a la “grobalización” le debemos que el trabajo y los derechos laborales pierdan su esencia, su valor es opacado por otro tipo de valor que hegemónicamente domina los discursos políticos y económicos en la actualidad.
La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados. (Gramsci, 2013, p. 281)
En el desarrollo de este trabajo, se ha podido entrever una dinámica particular y es la dinámica cambiante de la mentalidad colectiva sobre el concepto de trabajo. La pensadora Méda (2007) explicaba desde la génesis histórica del trabajo, la manera en que se ha transitado desde la percepción de la carga laboral como un castigo divino y doloroso en el Antiguo Testamento, pasando por la distinción de los griegos clásicos entre ponos (esfuerzo en las rutinas y tareas diarias consideradas poco edificantes por la élite griega) y el ergon (considerada como obra que implicaba una creatividad), en ambos atisbos binarios, afirma Méda, existe una idea de desprecio a la labor, es decir, a la tarea que implicaba el uso de la fuerza física.
Con la desintegración del feudalismo, el debate se centró en la interrelación entre otium y negotium, despreciando el ocio creativo y asemejándolo con la vagancia y la haraganería. El negotium será exaltado en las mentalidades colectivas en el marco del naciente capitalismo industrial. Nos dice Méda (2007) al respecto:
[…] el formidable cambio de mentalidades que se produjo en el transcurso de varios siglos para resultar en la inédita promoción del enriquecimiento individual y colectivo, elevado de repente en objetivo supremo de las comunidades humanas, y desde entonces, para legitimar, de la manera más extraordinaria que sea, el enrolamiento de la población entera en el trabajo. (p. 22)
En este orden de ideas, el sueño del trabajo duro para materializar la realización creativa del ser humano se termina de difuminar con el desarrollo del mundo posindustrial. Es así, como a partir de las propuestas de los teóricos del liberalismo clásico, el trabajo pasa de ser la acción que posibilita la realización de la persona para convertirse en una mercancía y simbolizar el esfuerzo, lo que vale la pena hacer, para denotar el significado del ejemplo de sacrificio que permitirá la realización de la ciudadanía en la fuerte tendencia del consumo. La “grobalización” implica que se es ciudadano en la medida en que se puede acceder a las mitologías del consumismo y a la nueva narrativa que lo acompaña: la búsqueda de la felicidad (Ferguson, 1992; Illouz, 2010).
En esta misma línea de pensamiento, la socióloga Daniele Linhart (2013) analiza “la pérdida del don”, un concepto mágico contenido en el trabajo como la esencia de trasformar la naturaleza para satisfacer las necesidades, lo necesario se ha trasformado en un lujo que finaliza en el desencantamiento del mundo. Precisa esta pensadora cómo las modalidades fragmentarias del contrato de trabajo no solo destrozan el ámbito de derechos sociales obtenidos en las luchas obreras después de la Segunda Guerra Mundial, sino que las nuevas formaciones empresariales fragmentan los lazos sociales, individualizan al obrero para impedir la conjunción en torno a metas comunes y “gamifican” la acción con técnicas exacerbadas del management científico. La fragmentación implica la subcontratación a través del modelo de outsourcing y de bolsas de empleo, y estas la precarización laboral.
El ser humano se ve centrado en la tarea; su pensamiento está ocupado en cómo mantenerse al día en medio de las altas exigencias del corporativismo global: ser más productivos, rendir más en un proceso sofisticado de privatización de la subjetividad. En palabras de Linhart (2013):
Las medidas promovidas por las gerencias pretenden que los asalariados asuman comportamientos narcisistas en la actividad laboral: que acepten desafíos individuales, se pongan en competencia con los demás, persigan ser el mejor, busquen la excelencia, se realicen en esta. Así, las modalidades de gestión que se ponen en marcha en las empresas para canalizar la subjetividad de sus asalariados, orientarla, usarla como un factor eficiente de producción (según unas normas y una racionalidad establecida por las gerencias), tienden a desviarla de los fundamentos morales de la división social del trabajo. (p. 23)
Pero existen otros que ni siquiera pueden aspirar a la autopromoción del yo en la era del cansancio. Son los derrotados, las víctimas directas del proceso de grobalización, aquellos que en palabras de Danilo Martuccelli (2016) ocupan las topografías trasversales de la avalancha de las fuerzas aplanadoras del relato neoliberal: los excluidos. Este grupo, cada vez más creciente a nivel mundial, está conformado por aquellos que no pueden insertarse en ninguno de los vectores de la hiperproductividad y que solo pueden vender ocasionalmente su fuerza de trabajo. La historia para ellos no llega al final, la historia para ellos es la carretera como destino; forman parte del nuevo paisaje de nómadas.
La ensayista Jessica Bruder (2020) explica en su análisis etnográfico de inmersión la vida de los expoliados por la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos: los workcampers, los nuevos nómadas que recorren las autopistas en busca de trabajos de temporada. Se mueven de norte a sur por los Estados Unidos de Norteamérica en sus camionetas semiacondicionadas como casas ambulantes y, en medio de la precariedad, son la mano de obra barata que alimenta con su fuerza laboral a las grandes corporaciones como Amazon. Son los temporeros norteamericanos, adultos que perdieron sus casas y sus pensiones, los que tienen como historia lo que la carretera les entregue.
En definitiva, las batallas actuales del derecho laboral giran no solo en devolver las seguridades perdidas en el modelo neoliberal o las certezas derrumbadas por décadas de economía de mercado, sino por recuperar “el don”, la posibilidad de que el trabajador pueda encontrar el sosiego necesario para, por fin, poder ser creativo y así “abandonar la prehistoria de la humanidad”.