Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Buscar
Fuente


Sara y el gigante que baja el frío de las nubes
Sara and the Giant that Lowers the Cold From the Clouds
ESCENA. Revista de las artes, vol. 83, núm. 2, pp. 209-231, 2024
Universidad de Costa Rica

Obras artísticas


Recepción: 18 Mayo 2023

Aprobación: 08 Noviembre 2023

DOI: https://doi.org/10.15517/es.v83i2.55181

Personajes

Sara

Abuela Nana

Gigante

Coyote

Lechuza

ACTO I.

En el escenario, vemos el interior de una casa vieja con tablas de madera que a veces dejan entrar el frío de la noche. Dentro de la casa, hay una mesita con algunos utensilios de cocina e ingredientes para hornear galletas. Entra Sara.

Sara: (Al público) ¡Hola, niños y niñas! Yo soy Sara y hoy quiero contarles un cuento. Presten mucha atención porque esta historia está llena de valentía, miedo y mucho frío.

La abuela entra a la cocina y se dispone a hacer la masa de galletas, mientras se mueve al ritmo de la Canción #1.

Canción #1: Vamos a soñar

Nana: Sara,

ven, vamos a soñar.

Prepárate, que vamos a crear.

Sara, ven.

Vamos a viajar.

Lugares mágicos a visitar.

Sara: Montañas y dragones.

Historias y canciones

vamos a crear.

Con historia y fantasía vamos a volar.

Nana: Sara,

asiento ve a tomar,

que muchos cuentos te voy a contar

Sara, cierra los ojos,

déjate llevar,

por lo que vamos a imaginar.

Sara,

ven, vamos a soñar.

Un cuento juntas vamos a crear.

Sara: (Al público) Ella es mi abuelita, Nana. Yo la amo demasiado porque me cuenta los mejores cuentos de la vida. Con una taza de aguadulce y las galletas que me hornea, puedo escucharla por horas. Es divertidísimo porque una se puede imaginar las cosas más impresionantes en su cabeza, desde aventuras en el mar hasta heroínas que salvan el universo. Nana le pone tanta emoción que yo viajo a otro mundo con ella.

Sara se pone a jugar cerca de Nana.

Nana: Sarita, ¿vos sabías que cuando yo era joven era cuentacuentos?

Sara: ¿Cómo así, Nana? ¿Los cuentos que me contás a mí se los contabas a la gente?

Nana: Exactamente, mi amor. Mi abuelita, doña Fidelina, también era cuentacuentos y ella me enseñó a mí y adiviná quién le enseñó a mi abuelita.

Sara: ¿Su abuelita?

Nana: ¡Ajá! Tu tatara… (pensando) Tatara tatara… o más bien, tatara tatara tatara. ¡Ay! No, ya me pasé. Bueno, digamos que tu tatara tatarabuela le enseñó a tu tatarabuela.

Sara: Mi tartarabuela suena como alguien de hace mucho tiempo.

Nana: Tatara, Sarita, y sí, hace algunos años ya de eso. El asunto es que, cuando hacía mucho frío en la noche, mi abuela tenía un… (la interrumpe la tos)… tenía una tradición muy bonita y era que nos preparaba aguadulce, nos horneaba galletitas y nos contaba alguno de los ciento cincuenta cuentos que se sabía de memoria.

Sara: ¿Cómo se aprendió tantos cuentos?

Nana: Pues de tanto contárselos a la gente.

Sara: Entonces, ¿por eso vos hacés lo mismo conmigo cuando hace frío?

Nana: Exactamente. Solo que mis galletas no son tan ricas como las que horneaba mi abuela.

Sara: Pero si a mí me encantan tus galletas. Son las más ricas que he probado en toda mi vida.

Nana: Gracias, mi amor, pero también son las únicas que has probado en toda tu vida.

Sara: ¡Ay! Pues sí, ¿verdad? (Ambas ríen). Pero igual me encantan.

Nana: Pues adiviná qué.

Sara: ¿Estás haciendo galletitas?

Nana: Sí. Vení, ayudame que ya estoy terminando.

Sara con mucho entusiasmo se sube las mangas del suéter y le ayuda a su abuela a poner las galletas en la bandeja.

Sara: Estas huelen a jengibre. ¡Qué rico!

Nana: Sí, yo sé que son tus favoritas (vuelve a toser).

Sara: Nana, ¿querés que te traiga tu jarabe?

Nana: Sí, por favor, Sarita.

Sara se va a buscar el jarabe, pero regresa con las manos vacías. Mientras, la abuela pone las galletas en el horno.

Sara: Nana, yo creo que ya te lo terminaste porque la botella está vacía y las demás también.

Nana: ¡Ay! No puede ser. Es que con estos fríos que han hecho últimamente me pongo peor y no me había dado cuenta de que se me estaba acabando.

Sara: ¿Y cómo hacemos para mantenerte calientita?

Nana: Voy por otro abrigo.

Sara: Yo voy (Sara sale corriendo).

Abuela Nana se asoma a la ventana y se queda mirando a lo más alto preocupada.

Sara: (Sara regresa con el suéter y descubre a Nana pensativa) Aquí está, Nana. Ojalá se te pase pronto.

Nana: Gracias, mi amor.

Sara: Nana, ¿por qué será que hace tanto frío?

Nana: ¿Alguna vez has escuchado la historia de un gigante malencarado que vive en las montañas?

Sara: No.

Nana: ¿No? Esta es la primera historia que me contó mi abuelita. También fue la primera que aprendí de memoria y la que más escuchaba en estas épocas difíciles, así que poné mucha atención. Hace muchos años vino, por estas tierras, un niño que era muy, muy grande y, además, algo torpe. Nadie sabía de dónde venía, pero se notaba de lejos que no era de ningún lugar cercano a nuestro pueblo. El gigante luchó por encajar, trató de hacer amigos, pero era tan grande que rompía los juguetes de los otros niños con sus enormes manos, razón por la cual empezó a ser muy solitario. Dicen que solo tuvo una amiga de verdad que lo vio sufrir y tuvo compasión de él. Solían jugar juntos en el bosque, pero el pueblo lastimó tanto el corazón del gigante que poco a poco se fue alejando de su única amiga y ya no quiso volver a verla. Esto la lastimó mucho, pero el pueblo le hizo creer que era mejor que se alejaran. Con el tiempo, aquel niño se hizo aún más gigante, con manos pesadas, barbas largas y mirada resentida. Él intentó volver a encajar, trató de buscarse un trabajo como leñador, porque le resultaba fácil cortar los troncos con sus manos, pero era tan torpe para guardar la leña que terminaba destruyéndolo todo y solo lograba enojar a su jefe. Adonde él fuera hacía tanto desastre que finalmente lo terminaron echando del pueblo y, furioso, se fue a vivir a lo más alto de las montañas, y en el pueblo nadie volvió a saber de él (la interrumpe la tos. Toma agua y continúa). Un día, el gigante estaba fuera de su casa aburrido y solitario y, al mirar las nubes en el cielo, trató de alcanzarlas. Ahí se dio cuenta de que con sus grandes manos podía tomarlas y bajarlas a la tierra él solo. Al sentirlas, percibió el frío como nunca antes en la punta de sus dedos y le encantó.

Sara: ¿Le encantó? Pero el frío es horrible.

Abuela Nana se levanta y saca las galletas del horno.

Nana: En ese momento, se le ocurrió una idea malévola para vengarse de aquellos que lo habían echado del pueblito. Todas las noches nubladas, el gigante baja el frío de las nubes y lo lleva por los árboles y los campos hasta nuestras casas y deja un poquito en tu ventana (Nana no puede continuar el cuento por el ataque de tos que, poco a poco, ha venido asomándose, pero trata de ocultar su preocupación). Creo que vamos a quedar hasta aquí por hoy. No me siento muy bien, mi niña.

Sara: Pero, ¿qué pasó con el gigante?

Nana: Mañana lo terminamos (se levanta y se va).

Sara: Está bien… (al público) Nana está enferma. Hace dos noches que no termina ninguno de sus cuentos. He notado que cada vez que hace mucho frío le da más tos de lo normal. Pero si el frío lo trae ese gigante resentido, será cuestión de hablar con él y pedirle que pare (grita). ¡Gigante! ¡Gigante!

Nana: Sara, a dormir.

Sara: Sí, ya voy, Nana (Silencio. Abre la ventana y llama en voz baja). Gigante, Gigante… Ya no bajés más el frío de las nubes, por favor (luego de esperar unos segundos y sin tener respuesta alguna, cierra la ventana y se sienta triste en la silla). Si dejas de bajar el frío de las nubes, te prometo chocolates, agua dulce, juguetes, más juguetes y, por supuesto, unas galletitas de las que hace la abuela Nana. Son deliciosas (se queda dormida).

Se escucha el sonido de las ráfagas del viento cada vez más fuerte. Se abren las ventanas y se asoma el gigante.

Gigante: Hola, niña.

Sara: (Aún medio dormida) Ya voy, Nana.

Gigante: Despertá, niña.

Sara: Ya me alisto para ir a la escuela.

Gigante: ¡Que despertés, niña!

Sara: (Despierta asustada) ¿Quién sos?

Gigante: Soy el gigante que baja el frío de las nubes con sus propias manos. El viento llevó hasta mí tu mensaje (en tono sarcástico). ¡Pobre niña! Se muere de frío.

Sara: No soy yo, es mi abuelita.

Gigante: Qué ridiculez. A mí me encanta el frío.

Sara: Pues a mí no.

Gigante: A mí sí.

Sara: A mí no.

Gigante: A mí sí.

Sara: A mí no.

Gigante: (Enojado) ¡A mí sí!

Sara: Señor Gigante, ¿va a dejar de bajar las nubes?

Gigante: No.

Sara: Pero mi abuelita…

Gigante: Mis noches también son duras y tristes, así que estamos a mano. No hay nada más que hablar. Me voy.

Sara: Pero qué malo que es. ¿Su abuelita no le ha enseñado que debe ser bueno con los demás?

Gigante: ¿Y has sido vos buena conmigo en algún momento de tu corta vida?

Sara: Pero si apenas lo conozco.

Gigante: Eso no importa, ninguno de ustedes lo ha sido nunca.

No se merecen mi compasión.

Sara: ¡Tiene que detener el frío, por favor!

Gigante: Y si no lo hago, ¿qué vas a hacer? (sale riendo y el viento cierra la ventana).

Sara: ¡No le doy de mis galletas! Mentira si le doy… Señor Gigante, no se vaya por favor, señor Gigante (al público). En ese momento, sentí un fuego que entró desde las plantas de mis pies y llegó hasta mi cabeza. El fuego suficiente para querer demostrarle al gigante que yo era capaz de cualquier cosa por mi abuelita Nana. Entonces, tomé mi abrigo, mi gorro y salí a buscar a ese gigante para hacerlo cambiar de opinión, sí o sí (está por salir de la casa y recuerda). Necesito mis botas y galletitas recién horneadas (recoge algunas galletas y las coloca en una pequeña bolsa, se pone sus botas y sale de la casa).

ACTO II.

La acción se desarrolla en un bosque oscuro y misterioso en medio de la noche. Hay sombras y árboles alrededor que dan la impresión de peligro. Se ve entre las sombras a Coyote, quien observa vigilante con precaución. El viento suena de fondo. Sara entra y avanza por el bosque.

Sara: ¿Dónde vivirá ese gigante matón? Es un gigante, no puede ser tan difícil de encontrar (percibiendo el fuerte viento). ¡Ya sé! Ahora que lo recuerdo, el gigante traía con él vientos que lo rodeaban y lo seguían. Lo que tengo que hacer es seguir la dirección del viento y él me va a llevar justo hasta la puerta de su casa (caminando en dirección del viento, poco a poco se ve rodeada de una tormenta). ¿Qué está pasando con el viento? De repente parece estar atacándome (Sara es atrapada por una ráfaga de viento que la rodea como un remolino. Ella trata de librarse de la tormenta hasta que el Coyote interviene y la pone a salvo).

Coyote: (Habla con cierto ceceo por tener la lengua salida) El bosque no es un buen lugar para que una niña como vos ande sola caminando.

Sara: ¡Ahhh! ¡Un Coyote que habla! ¡Auxilio! (Intenta salir huyendo).

Coyote: ¡Congelado! (Sara se queda quieta) Niños…

Sara: Yo no soy niño. ¡Soy niña!

Coyote: No importa. ¡Descongelada! (Sara se descongela).

Sara: ¿Por qué me ayudó? Yo podía sola.

Coyote: Acabo de salvarte de una tormenta asesina. ¿Esa es la manera de agradecerme?

Sara: Tiene razón, discúlpeme. Muchas gracias por salvarme. Yo nunca había visto que el viento se comportara de esa manera.

Coyote: El viento es muy inteligente y es un aliado del gigante que vive en lo más alto de las montañas. Solo ataca a sus enemigos, lo cual me lleva a preguntarte: ¿qué estás haciendo sola en medio del bosque?

Sara: ¡Ah, sí! Yo estoy buscando al gigante que baja el frío de las nubes para darle una lección.

Coyote: ¡¿Qué?! ¿Vos tenés idea de lo que el gigante puede hacerte?

Sara: Sí, ya lo enfrenté antes, pero fue muy maleducado. Así que pienso visitarlo en su casa.

Coyote: ¿Y cómo fue que lo enfrentaste?

Sara: Lo que pasa es que mi abuelita Nana está muy enferma. El frío no le hace nada bien, así que le pedí al gigante que dejara de enfriarnos las noches, pero él no quiso y se fue, así como si nada.

Coyote: Entiendo. Son muy nobles tus intenciones, pero no sé si vas a poder sola contra él.

Sara: Yo no le tengo miedo a nada. Soy una niña muy valiente.

Coyote: De eso no tengo dudas, llegaste hasta acá sola. Te voy a contar algo muy personal, no le podés contar a nadie. ¿Sí? Mi manada y yo vivimos en este bosque desde hace mucho tiempo y todos los años el viento baja por el bosque hasta llegar a las casas de los humanos, pero siempre pasa primero por nuestros refugios. Algunos coyotes viejos no han podido soportar tanto frío y conseguir alimento es cada vez más complicado, así que entiendo lo que estás pasando. También es duro para nosotros.

Sara: Lo siento mucho, Coyote. ¿Y si me acompañas a la casa del gigante y le contamos nuestras historias? Tal vez se le ablande el corazoncito y deje de bajar el frío.

Coyote: Estás loca. Mi pata derecha está mala y fue por culpa de él. Además, mi manada dice que no debo alejarme mucho. Ellos no me toman en cuenta cuando van a ir a cazar porque no tengo la velocidad que ellos tienen, así que solo me hacen vigilar para que no sienta que soy un inútil.

Sara: ¿Y lo de tu lengua lo hicieron los otros coyotes o fue el gigante?

Coyote: ¿Mi lengua? ¿Qué tiene mi lengua?

Sara: Está así como salida para el lado. Como si la hubiera jalado muy fuerte y se hubiera roto.

Coyote: No, mi lengüita está bien, así es ella.

Sara: (Apenada) Ah, bueno, olvidalo entonces.

Coyote: (Para sí mismo) Mi lengüita está bien. No sé qué le pasa. ¿Por qué habrá dicho algo tan feo?

Sara: Pero vos podrías demostrarles que sos capaz de frenar el frío y con eso dejarían de morirse los coyotes más viejos y te ganarías el respeto de todos de nuevo.

Coyote: (Lo piensa) No, mejor no.

Sara: ¡Ay, Coyote! Pero si vos sos un coyotito valiente.

Coyote: No sé. No creo.

Sara: ¿Quién me salvó de los fuertes vientos?

Coyote: (Considerándolo) Yo.

Sara: ¿Quién se enfrentó al gigante?

Coyote: Yo.

Sara: ¡¿Quién es un coyotito valiente?!

Coyote: ¡Yo!

Sara: ¿Quién?

Coyote: ¡Yo, yo, yo!

Sara: ¡Eso es!

Coyote: Mmm… Está bien, me convenciste. Todo sea por mi manada. Te voy a acompañar. ¡Vamos a ir juntos por ese gigante y le vamos a morder los zapatos!

Sara: Vamos a hablar con él para que cambie de opinión, nada más eso. Mi abuelita Nana te lo va a agradecer muchísimo y tu manada también (empiezan a caminar. Al público) Y así fue como el coyote y yo nos aventuramos en el bosque. Con su olfato podíamos recorrer el camino que nos llevaba a la casa del gigante. Mientras avanzábamos, yo le contaba algunos cuentos que me cuenta mi abuelita Nana. (A Coyote) Coyote, ¿ya te conté el cuento de la Cucarachita Mandinga?

Coyote: (Aburrido) ¿Otro más?

Sara: Había una vez una cucarachita mandinga... (De repente la neblina empieza a llenar todo el bosque) ¿Qué es eso?

Coyote: La neblina, otro aliado del gigante. No quiere que sigamos avanzando.

Sara: ¿Y cómo nos escapamos de ella?

Coyote: No tengo idea, nunca había llegado hasta aquí arriba. No sé cómo enfrentarla.

Sara: Tiene que haber alguna manera.

Coyote: No te separés mucho. Es fácil perderse entre tanta neblina.

Sara: ¡Auxilio!

Coyote: Aquí nadie te va a ayudar.

Sara: Coyote, ¿dónde estás?

Coyote: ¡Sara!

Sara: No puedo ver nada.

Coyote: Tené mucho cuidado, intentá no avanzar. ¡Ya sé quién nos puede ayudar! (Aúlla al cielo y momentos después la neblina empieza a desaparecer. La lechuza entra volando y, con el movimiento de sus alas, mueve la neblina. Al terminar, se posa en la rama de un árbol ).

Sara: ¿Quién nos está ayudando?

Coyote: Es una vieja amiga.

Sara: ¡Un búho! Nunca había visto uno en persona. Es hermoso.

Lechuza: Patético. No soy un búho, soy una lechuza

Coyote: (A Sara) ¡Congelada… otra vez! (Sara se queda quieta. A la lechuza) Amiga, muchas gracias.

Lechuza: Nunca habías estado por estos lados de la montaña y menos con una niña. ¿En qué travesuras andás metido ahora?

Coyote: (A Sara) ¡Descongelada!

Sara: ¿Ustedes cómo se conocen?

Coyote: Cuando el gigante vino por primera vez, su furia con el pueblo era tan grande que lo primero que hizo fue atacar a los animales del bosque. Fue muy difícil para todos, pero mi manada y algunas lechuzas unieron fuerzas y lograron asustarlo lo suficiente como para que decidiera hacer su casa en lo más alto de las montañas y así nadie tuviera más contacto con él.

Lechuza: Éramos unos cachorros cuando nos conocimos. Desde ese entonces, las lechuzas nos encargamos de vigilar que no baje.

Coyote: Y nosotros cuidamos más abajo para prevenir que llegue al pueblo.

Lechuza: Durante todos estos años, nunca había bajado, pero algo pasó esta noche que lo hizo y no pudimos detenerlo.

Sara: Él bajó para visitar mi casa porque yo lo llamé.

Lechuza: ¿Qué? Con razón. ¿Y no te hizo nada?

Sara: No, no me hizo nada. Estoy bien.

Lechuza: Entonces si no te hizo nada, ¿ustedes qué buscan por estos rincones tan peligrosos del bosque?

Coyote: Queremos encontrar la casa del gigante.

Sara: Para hablar con él y que deje de bajar las nubes del cielo.

Coyote: Para que su abuela Nana… (A Sara) ¿Es Nana, verdad?

Sara: Sí.

Coyote: Para que mejore su salud porque ha estado muy delicada últimamente.

Sara: Además, el coyote me está acompañando porque su manada ha estado pasando días muy duros.

Coyote: Así es. Nos cuesta mantenernos calientes y no logramos encontrar alimento.

Sara y Coyote: Entonces unimos fuerzas.

Lechuza: (Ríe) Sin ofender, pero no creo que una niña y un coyote logren hacer que el gigante cambie su pasatiempo favorito así como así.

Coyote: Pero tenemos que intentarlo, es lo único que nos queda.

Lechuza: No, no y no, eso es muy peligroso. Les puede pasar algo.

Sara: No nos va a pasar nada.

Lechuza: Claro que sí, es demasiado arriesgado.

Sara: ¿Y vos cómo sabés eso?

Lechuza: Yo sé porque una vez intenté subir hasta donde vive el gigante para acompañarlo y conversar con él. Tal vez solo quería hacerlo entrar en razón, pero la neblina y los vientos tan fuertes hicieron que me topara con algunos árboles y algunas ramas golpearon mis ojos cuando caí por la montaña. No recuerdo cuánto tiempo pasé inconsciente, pero cuando me levanté ya no podía ver. Desde entonces, decidí no volver a subir, así que ustedes no deberían hacerlo tampoco.

Coyote: Lo siento mucho, Lechu.

Sara: Pero no parece que estés ciega.

Coyote: ¡Sara!

Lechuza: Con el tiempo, aprendí a entrenar mis otros sentidos. Mis alas y mis plumas me guían. Puedo sentir todo a través de ellas.

Sara: Lo siento mucho, de verdad que sí, pero necesito hablar con el gigante porque no quiero perder a mi abuelita Nana.

Lechuza: Pero ahí arriba la que puede perderse sos vos.

Sara: Para eso tengo al coyote que me va a ayudar y yo a él. Juntos lo vamos a lograr.

Coyote: (Asustado) Así es. ¡Lo vamos a agarrar y le vamos a morder los zapatos!

Sara: Coyote…

Coyote: ¡Ah, perdón!

Sara: Por favor, Lechuza, déjanos pasar por esta vez. Prometemos cuidarnos.

Lechuza: Bueno, está bien, pero, por mi código de lechuza guardiana, yo los voy a acompañar. Si somos tres, creo que no nos va a pasar nada. Además, debo enfrentar mi miedo. Tengo que subir a la cima de la montaña porque estos fríos deben parar.

Sara: Gracias, querida lechuza. Vamos a encontrar a ese gigante y todo va a mejorar.

Coyote: Lo vamos a lograr todos juntos.

Lechuza: Entonces, mis queridos amigos, pongámonos en marcha.

Sara: (Al público) Y eso hicimos. Nos pusimos en marcha cuesta arriba por la montaña. El frío nos abrazaba cada vez más y nuestros pasos parecían querer congelarse como hielo, pero adentro, en algún lugar de nuestros cuerpos, el calor no moría y nos daba ese empujón que nos llevaba hasta el gigante para poder ser escuchados.

Canción #2: Fuego en tu corazón

Todos: Mira el horizonte y ahora dime qué ves (¿qué?).

Pronto notarás que el camino no es fácil.

Pero el frío que sientes es poco,

cuando hay fuego en tu corazón.

Sara: La niebla cae y el frío nos quema la piel.

Aunque nos cueste, aún tenemos por quien luchar.

Cuando el gigante baja el frío,

quiere arruinarle el día a la gente.

Vive muy solo.

Se siente muy triste.

Todos: Pobre él.

Lechuza: Si el gigante

supiera lo rico

de dar un abrazo,

tal vez pueda cambiar.

Coyote: Vive muy solo.

Se siente muy triste.

Todos: Pobre él.

Mira al horizonte y ahora dime qué ves.

Pronto notarás que el camino no es fácil,

pero el frío que sientes es poco

cuando hay fuego en tu corazón.

ACTO III.

Conforme van subiendo la montaña, el bosque se torna más azul, las plantas están congeladas y la niebla abunda alrededor. Hay una puerta muy grande que abre la casa del gigante.

Sara: (Al público, titiritando) Y de repente, ahí estaba. Una casa enorme, con una puerta tan grande como aquel que la usaba.

Coyote: Necesitamos una estrategia.

Lechuza: Pensemos.

Coyote: ¿Qué tal si yo entro y le muerdo los zapatos y luego ustedes …

Lechuza: Que nadie le va a morder los zapatos a nadie. ¿Qué tal, más bien, si yo entro por la puerta trasera y ustedes hacen alguna distracción, así yo le amarro las manos?

Sara: No, no. Venimos en son de paz. No queremos violencia.

Lechuza: Bueno.

Piensan en conjunto.

Sara: Ya sé, ya sé. Tengo una idea, la mejor de todas hasta ahora.

Lechuza: Eso lo decidiremos nosotros.

Sara: El gigante dijo que sus noches también eran duras, que nadie nunca había sido bueno con él.

Lechuza: Siempre lo han tratado mal.

Sara: Claro, porque desde pequeño era más grande y torpe que todos los demás. Tenemos que demostrarle que nosotras somos diferentes, que no nos importa que sea tan grande, lo que importa está en su corazón.

Coyote: ¿Pero cómo lo hacemos?

Sara les cuenta la idea entre susurros. Van hasta la puerta del gigante.

Lechuza: ¿Hacia dónde?

Sara: Hacia el frente, Lechu. A la cuenta de tres. Uno, dos…

Lechuza y Coyote salen huyendo.

Coyote: ¡Corran por sus vidas!

Sara: ¿Qué están haciendo?

Lechuza: Estamos tomando distancia.

Coyote: Sí, estábamos analizando el asunto.

Sara: Ustedes me dijeron que me iban a ayudar, amigos.

Lechuza: Bueno, en eso tenés razón. Vamos, Coyote.

Coyote: Es que me da miedito.

Sara: ¡Ay, vamos! Nosotros podemos. Ya vinimos hasta acá. A la cuenta de uno, dos, ¡tres! (tocan la puerta).

La puerta se abre lentamente. Los fuertes vientos soplan en todas direcciones. Sale el gigante de su casa.

Gigante: ¡Vaya! Lograron llegar hasta mi casa. Ni mis ráfagas de viento, ni mi abrumadora neblina lograron detenerlos. Han sido muy valientes al tocar a mi puerta, mocosos insolentes. ¿Acaso no tienen miedo?

Coyote: Un poquito nada más.

Lechuza: Tal vez, pero no tanto como para detenernos.

Sara: Señor Gigante, usted tiene que saber que muchas personas están sufriendo por su culpa.

Coyote: Y animalitos también.

Gigante: ¡Fuera de mi casa, no quiero escucharlos! (El viento los golpea y los derriba).

Coyote: Bueno, está bien. Fue un gran intento (trata de huir).

Sara: No, nosotros no vinimos hasta acá para nada.

Lechuza: Pero él se ve muy enojado.

Sara: No importa, él tiene que escucharnos.

Lechuza: Sara, tené mucho cuidado.

Coyote: Él podría congelarnos.

Sara: Señor Gigante, necesito que me ponga atención.

Gigante: Ya les dije que se fueran de mi casa (cierra la puerta).

Lechuza: Él ya no confía en nadie. Es mejor que nos vayamos o podría lastimarnos.

Coyote: Bueno, me voy (silencio). Voy a contarle todo esto a mi manada. Les diré que luchamos por horas y que le mordí los zapatos.

Sara: No, esto no puede quedarse así. Necesitamos pedirle al gigante que deje de bajar las nubes porque, si no, voy a perder a mi abuelita Nana. Por favor, amigos, no nos rindamos, necesitamos hacer algo. A mi abuelita no le queda mucho tiempo de vida y la está pasando muy mal.

Coyote: ¿No ves que podría lastimarnos?

Lechuza: Ya hicimos todo lo posible. Él no quiere escucharnos.

Sara: Mi abuelita Nana es la única persona que tengo en la vida. No me importa que pueda lastimarnos. Yo no puedo irme de aquí sin intentarlo.

Lechuza: No te pongas triste, Sara. Yo te voy a ayudar. Voy a luchar contra el viento hasta que el gigante nos escuche y deje de hacernos daño.

Sara: Gracias, amiga Lechuza.

Lechuza: Vamos, Coyote, ya llegamos hasta acá. No perdemos nada si lo seguimos intentando.

Coyote: Mmm… Bueno… Puede ser…

Sara: Vos sos un coyote muy valiente.

Coyote: Sí, yo soy un coyote muy valiente, pero esto me da un poquito de miedo.

Lechuza: Tranquilo. Si nosotros estamos juntos, nada nos va a pasar.

Coyote: Está bien. Vamos a hablar con él pacíficamente.

Sara: Pero la pregunta es: ¿cómo lo hacemos?

Coyote: Yo tengo un plan.

Se juntan los tres en un círculo. Luego de discutirlo, vuelven a tocar la puerta del gigante, quien se asoma y empieza una batalla. La lechuza pelea contra la neblina y el coyote contra los vientos. Sara intenta no salir volando. Luego, el gigante mueve sus manos y Lechuza y Coyote se congelan.

Sara: Lechuza, Coyote, amigos. ¡No! (Intenta darle calor a sus amigos congelados). Yo no quiero perder a nadie, no se vayan. No es justo, señor Gigante, no es justo (se vuelve contra el gigante y empieza a manotearlo, pero no logra hacerle daño). Solo queríamos ser sus amigos, contarle un cuento y compartir galletas con usted.

Gigante: ¿Galletas? (Se detiene el viento) ¿Por qué alguien me daría a mí galletas? Hace mucho tiempo que no pruebo una. Recuerdo que cuando era niño tenía una amiga que hacía unas deliciosas galletas y pasaba horas y horas contando historias en el bosque. Se llamaba Fidelina y vos me recordás un poco a ella.

Sara: (Se le ocurre una idea) Había una vez una abuelita Nana, con su corazón de oro y su sonrisa arrugada de tanto compartirla. Ella dedicó toda su vida al arte de contar cuentos. Estos eran sobre heroínas que salvaban al mundo, también de piratas que conseguían muchos tesoros; pero los cuentos de Nana eran extra especiales porque siempre terminaban con la misma sensación: esperanza.

Gigante: ¿Esperanza? ¿Y eso qué es?

Sara: (Ofreciéndole una galleta) La esperanza es cuando una cree con mucha fuerza que, más allá del frío, la lluvia o la neblina, el día de mañana siempre puede ser más calientito. Esperanza es que, en medio de las dificultades, encontrés amigos que te ayudan y que, a pesar de nuestras diferencias, podamos hacer un buen equipo. Esperanza es que, a pesar de que tengamos miedo de ser congelados, podamos juntar valor y hacerle frente a nuestros problemas. Nana lograba que las noches más frías estuvieran llenas de mucho calor familiar. No importaba el lugar, en la cocina, la sala o comedor, ella podía contarme las mejores historias, pero esta noche Nana no logró terminar su cuento.

Gigante: ¿Qué le pasó?

Sara: Ha hecho tanto frío que Nana enfermó y, por más galletas y aguadulce que le di, ella no pudo acabar, dejando un gran vacío en casa.

Gigante: Pero no es justo.

Sara: No, pero si cierta personita pudiera dejar atrás su rencor y dejara de enfriar el pueblo entero por puro capricho, tal vez mi abuelita podría volver a contar cuentos y seguir haciendo galletitas. Entonces, tal vez, si no hace mucho frío, yo podría venir a dejarle algunas con Coyote y Lechu, siempre y cuando se descongelaran algún día.

Gigante: Ellos se lo merecían por groseros.

Sara: Lo sentimos mucho, señor, pero esa gente que lo trató mal ya no vive en el pueblo. Eso pasó hace mucho y ahora los que estamos ahí no tenemos la culpa.

Gigante: Bueno, eso es cierto. Lamento mucho haberlos congelado, pero quiero que me traigas galletas. ¿Ok? Y más cuentos también.

Sara: Trato hecho. Voy a aprender más cuentos y los compartiré con usted.

Gigante: Perfecto (repite el gesto con su mano y el coyote y la lechuza se descongelan).

Coyote: (Listo para la pelea). Sabía que no nos congelaría, nos tiene miedo.

Lechuza: Ay, mi alita. Sí nos congeló.

Coyote: ¿Ah, sí?

Gigante: Hace mucho tiempo nadie se había arriesgado tanto por querer hablar conmigo. Cuando el viento me trajo tu reclamo esta noche, bajé apresurado porque pensé que eras aquella vieja amiga. Desde que me alejé de ella, paso solo y triste, escondido en estas montañas. Lo siento mucho. En ese tiempo estaba muy asustado. Gracias, amigos, por venir a acompañarme, contarme un cuento y perdonarme.

Sara: Vas a ver que, a partir de ahora, todo será diferente para vos y para todos. ¿Tenemos un trato, señor?

Gigante: Sí, Sara. (Al viento) Vientos de la montaña, aliados en mi soledad, les pido que por favor no vuelvan a visitar el pueblo. Quédense aquí conmigo, en lo alto de las montañas, para que la abuela de Sara no se enferme más. (Escucha al viento) ¿Qué dices? ¿La abuela? Sara, los vientos me dicen que tu abuelita Nana está muy enferma en casa. ¡Corré! Tenés que auxiliarla pronto. ¡Corré! Prometo que nunca más volveré a bajar el frío de las nubes.

Sara: ¡No, abuelita! ¡Vamos, Coyote! ¡Vamos, Lechu! ¡Nos vemos, Gigante! (Al público) Y corrimos, bajando la montaña velozmente.

El espacio cambia y volvemos a la casa de Sara.

Sara: Coyote y Lechuza me acompañaron hasta la puerta de mi casa. Entré y busqué a Nana, pero no se oía nada. ¿Será que llegué demasiado tarde? (Llamándola) ¡Abuelita!

Coyote: ¡Nana!

Lechuza: ¿Nana?

Entra Nana

Sara: ¡Estás bien! (Al público) La abracé tanto que hubiera podido quedarme ahí sintiendo sus arruguitas todo el día. (A su abuela) Nana, tengo que presentarte a mi amigo Coyote.

Nana: (Extrañada) ¡Hola, Coyote!

Sara: Él es muy valiente. También quiero presentarte a Lechuza. Ella también es muy valiente, es una guía.

Nana: Qué hermosa, Sara, pero, ¿cómo los conociste?

Sara: Fuimos a la casa del gigante que baja el frío de las nubes.

Coyote: Y tuve que aullar ferozmente para ahuyentar el viento.

Lechuza: Y yo peleé con la fuerte neblina.

Nana: Mi amor, ¿pero cómo así? ¿Por qué hiciste eso?

Sara: Para que deje de bajar el frío y ya no estés enferma, para que podás seguir contando tus cuentos.

Coyote: Y para que nuestras manadas estén a salvo.

Nana: Bueno, pues la verdad sí se siente un poquito más cálida la mañana, ¿no? Y mi tos ya se alivió un poco porque hace rato sí me sentía muy mal. ¿Y cómo está ese viejo gigante?

Sara: Bien, ya hablamos con él y le vamos a llevar galletitas y lo vamos a visitar muy seguido, ¿verdad?

Lechuza y Coyote: (Con ánimo dudoso) Sí…

Nana: Me alegra saberlo. Sarita, ya tenés tu primera historia.

Sara: Sí, Nana, ¿pero por dónde empiezo?

Coyote: Por el principio.

Canción #3: Mil historias

Sara: Nana, te voy a contar una historia que te va a encantar.

Nana, vas a encontrar frío, lluvia y neblina de verdad.

Sara, Coyote y Lechuza: Nana, sorpresas hallarás, coyotes, lechuzas y algo más.

Nana, hoy fuimos a luchar y encontramos amor de verdad.

Nana: Sara, vamos a soñar y mil historias vamos a crear.

Coyote: ¡Y yo le mordí los zapatos al gigante!

Todos: ¡Coyote!

FINAL

Notas de autor

1 Encargado del texto dramático. Estudiante de la Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. Bachiller en Artes Dramáticas por la Universidad de Costa Rica.
2 Encargado de la composición musical. Procesador de préstamos. Estudiante de la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica.

Información adicional

Dedicatoria: Esta obra está dedicada a Alex Condori, Katherine Marchena, Vivian Bonilla, Adolfo Gómez y Michelle Almendares, por inspirar nuestro trabajo y hacer los sueños realidad.



Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS por