Resumen: Se analiza la serie Merlin (BBC, 2009-2012) para mostrar que el cumplimiento del Destino de Arthur –convertirse en el legendario rey de Camelot– depende de su predisposición a abrirse a afectos socialmente estigmatizados en la Corte colonialista y heteropatriarcal de su padre Uther, arriesgándose así a su deslegitimación como sujeto. La premisa de la serie es que las potencias del joven Pendragon como gobernante descansan sobre los afectos que definen qué tipo de hombre es y qué tan éticas son sus acciones; por ende, la masculinidad de Arthur deviene arena de lucha política. Entre el príncipe y Merlin se establece una fuerte relación afectiva que toma la forma de un affidamento; ese vínculo permite a Arthur desujetarse de la masculinidad hegemónica representada por su padre y empoderarse para forjar su propio proyecto como gobernante, el cual ya no define la comunidad en términos de mismidad (“los que son como yo”) sino en términos de “alteridad llorable” (“los otros que quizás no son como yo pero de todos modos merecen duelo por ser vidas valiosas”). A partir de este estudio de caso reflexiono sobre la importancia de los afectos relacionados con la subjetividad masculina en los procesos de cambio social.
Palabras clave: masculinidad, ética, cambio social.
Abstract: The TV series Merlin (BBC, 2009-2012) is analysed to show that the fulfilment of Arthur’s Destiny - becoming the legendary king of Camelot - depends on his willingness to open up to socially stigmatised affects in the colonialist, heteropatriarchal Court of his father Uther, thus risking his delegitimization as a subject. The premise of the series is that young Pendragon’s powers as a ruler rest on the affects that define what kind of man he is and how ethical his actions are; thus, Arthur’s masculinity becomes an arena of political struggle. Between the prince and Merlin is established a strong affective relationship that takes the form of an affidamento; this bond allows Arthur to desubjugate from the hegemonic masculinity represented by his father and to empower himself to forge his own project as ruler, which no longer defines the community in terms of identity ("those who are like me") but in terms of "grievable otherness" ("the others who may not be like me but deserve mourning all the same for being valuable lives"). From this case study I reflect on the importance of affects pertaining to male subjectivity in processes of social change.
Keywords: masculinity, ethics, social change.
Afectos y desujeción en la formación de un rey. Arthur Pendragon en la serie Merlin
Affects and desubjugation in the formation of a king. Arthur Pendragon in the TV series Merlin
Merlin | Johnny Capps, Julian Jones, Jake Michie | 2008-2012
Recepción: 19 Abril 2021
Aprobación: 12 Octubre 2021
En los últimos 20 años han proliferado las ficciones audiovisuales –series televisivas, películas– que recrean las historias de héroes legendarios que forman parte de la identidad nacional de diversos países anglosajones. Los mitos y las leyendas proveen elementos discursivos con los cuales una sociedad puede extrapolar sus problemas y necesidades; por lo tanto, sus sucesivos reversionamientos van marcando hitos en la dinámica imaginaria con la cual una cultura se piensa, se representa y se legitima a sí misma.
En las obras que integran el corpus de análisis de mi investigación, [1] los cambios efectuados por el hipertexto audiovisual contemporáneo en las características de los protagonistas de sus respectivas constelaciones míticas [2] afectan la manera en que se entienden su heroicidad y su masculinidad, convirtiendo la definición de la categoría “hombre” en una arena de lucha política. En este trabajo analizo la serie Merlin (conocida también como The Adventures of Merlin; difundida en Hispanoamérica con el título Las aventuras de Merlín; BBC, 2009-2012). Este hito de la leyenda artúrica tiene la interesante (y hasta ahora única) peculiaridad de ser una especie de bildungsroman bifronte, el cual presenta a Merlin y Arthur como muchachos de la misma edad y articula sus respectivas historias de formación: Arthur Pendragon es un bravucón que necesita aprender a ser rey, para lo cual resultan indispensables los consejos de Merlin sobre las consecuencias éticas de sus actos; por su parte, Merlin es un mago inexperto e impulsivo que necesita aprender disciplina y prudencia, para lo cual son fundamentales los desafíos que le presenta la convivencia diaria con Arthur. Ninguno de los dos puede llegar a ser quien está destinado a ser sin el trabajo cooperativo con el otro, por lo que el proceso de devenir excepcional de cada uno de ellos depende del devenir excepcional del otro. El objetivo de este trabajo es mostrar que el cumplimiento del Destino de Arthur –convertirse en el legendario rey de Camelot– depende de su predisposición a abrirse a afectos [3] socialmente estigmatizados y arriesgar su deslegitimación como sujeto; a partir de este estudio de caso, pretendo reflexionar sobre la importancia de los afectos en los procesos de cambio social, especialmente aquellos afectos relacionados con la subjetividad masculina.
Los creadores de la serie han dicho públicamente que su hipotexto principal fue Le Morte d’Arthur, texto escrito o compilado en 1485 por Sir Thomas Malory, considerado referencia clave de la constelación mítica arturiana; de hecho, el último capítulo de la primera temporada de Merlin se llama “Le Morte d’Arthur”.
Ahora bien, el argumento de la serie demuestra que hubo otros tres hipotextos. En primer lugar, es inevitable referirse a History of the Kings of Britain, escrito alrededor de 1135 por Geoffrey of Monmouth, pues este relato combina las historias hasta entonces independientes de Merlin y del rey Arthur, y justamente el núcleo temático de la serie es la particular relación entre estos dos personajes; además, el guiño a esta obra es explícito: en la serie, Geoffrey of Monmouth es el genealogista de la corte y guardián de la Biblioteca Real de Camelot. Por otro lado, podría decirse que la ficción audiovisual contemporánea crítica y se distancia de la representación victoriana de la identidad nacional británica tal como aparece en Idylls of the King, conjunto de doce poemas narrativos publicados por Alfred Lord Tennyson entre 1859 y 1885, pues Idylls la presenta como homogéneamente inglesa, sin rastros de rasgos celtas, mientras que el motivo principal de los desacuerdos entre Uther Pendragon y su heredero Arthur en la serie es el menosprecio cultural y moral que el rey hace de los pueblos celtas y las consecuentes políticas de Estado que se implementan contra ellos.
El tercer –y, para mí, principal– hipotexto es explícitamente aludido desde el primer episodio de la serie: se trata de la pentalogía The Once and Future King (traducido en España como Camelot) [4] de T. H. White, publicada entre 1938 y 1971. La obra se atiene bastante rigurosamente a su hipotexto Le Morte d’Arthur, pero agrega algo nuevo a la constelación mítica: la detallada historia de las experiencias de juventud de Arthur, entre las que cobra especial relevancia la educación que recibe de Merlin acerca de la ética y la justicia para contrarrestar la práctica generalizada de que "Might makes Right" ("el poder otorga el derecho"). [5] Si bien el tema de la ética del gobernante es prominentemente tratado en Idylls of the King, considero que al respecto la serie televisiva no dialoga con esta obra sino con The Sword in the Stone –primer libro de la pentalogía de White–, pues tanto allí cuanto en la serie de la BBC la relación entre el mago y el futuro gobernante tiene un gran componente pedagógico, cifrado en el proceso que le permitirá al joven Pendragon devenir hombre adulto y rey ético.
Creo que es este proceso de formación del sujeto lo que la versión televisiva de la leyenda extrapola para examinar lo que de problemático tienen esos procesos en el contexto de la sociedad británica contemporánea; por eso voy a analizar los personajes principales de la serie, comparándolos con los de The Sword in the Stone cuando resulte pertinente.
En la serie de la BBC, Merlin, un desmañado muchacho de pueblo recién llegado a Camelot, se topa por casualidad con Arthur Pendragon, príncipe heredero de Camelot, e inmediatamente ambos se detestan mutuamente. Pero, por un evento fortuito, Merlin termina apostado en la Corte como valet personal del príncipe, [6] algo que ambos muchachos lamentan profundamente.
La primera aparición de Arthur en la serie lo muestra como un príncipe bravucón y altanero, así que, cuando el dragón Kilgharrah le comunica a Merlin que “Arthur is the Once and Future King who will unite the land of Albion” [7] (Merlin, 1X01, “The Dragon’s Call”, min. 31:01) y que su destino es ayudar al príncipe a cumplir el suyo, Merlin contesta que “must be another Arthur, because this one’s an idiot,” [8] (1X01, “The Dragon’s Call”, min. 32.02). Kilgharrah responde a esa apreciación tan descorazonadora con una frase cargada de posibilidades: “Perhaps it’s your destiny to change that,” [9] (1X01, min. 32.06).
Los destinos del mago y el príncipe están entrelazados en una historia épica. La épica narra las acciones memorables desarrolladas por personajes extraordinarios para llevar a cabo una Misión cuyo cumplimiento redundará en un beneficio que no es meramente personal sino principalmente colectivo. Para poder embarcarse en dicha Misión, el individuo excepcional debe adquirir primero las competencias necesarias para superar obstáculos y derrotar oponentes: un poder hacer (habilidades específicas para la Misión), un saber hacer (experiencia, sabiduría para guiar la acción) y un deber hacer (criterio moral o ético para tomar las decisiones necesarias).
La premisa de la versión televisiva de la leyenda artúrica es que el “poder hacer” del príncipe –derrotar a adversarios en justas caballerescas y aniquilar enemigos del reino mediante misiones oficiales–, aunque admirable, aún es deficiente pues está desvinculado de un “saber hacer” afectivo que le dé un foco ético respetuoso de las diversidades y lo ligue al “deber hacer” necesario para garantizar la justicia y el bienestar a todos los súbditos de Camelot –romano-británicos y celtas, gente común y magos–. A partir de allí se desarrollará el arco argumental principal de la serie: la historia de cómo Merlin ayuda al príncipe malcriado a cambiar y cómo, en el proceso, ambos cumplen sus respectivos destinos.
La pareja despareja de Arthur y Merlin en la serie televisiva remite a una muy similar en The Sword in the Stone: el joven príncipe no sabe que es hijo del rey y está siendo criado como pupilo de Sir Ector junto al hijo legítimo de éste, Kay. Las diferencias jerárquicas entre ambos muchachos son notables y las constantes pullas de Kay no dejan que Arthur las olvide; de hecho, el apodo que aquel le ha endilgado a Arthur es Wart (“verruga”). [10] Sin embargo, hay un verdadero amor fraternal entre los dos jóvenes que los une y los convierte en pares. La serie de la BBC recupera este emparejamiento y lo reelabora: por un lado, asigna al joven mago las facetas más entrañables de Wart –humildad, sensibilidad, empatía por los desfavorecidos, avidez de conocimiento–, mientras que asigna al joven príncipe los rasgos irritantes del malcriado Kay. [11] Por otro lado, exagera las diferencias jerárquicas entre los muchachos: en vez de hijo y pupilo, amo noble y criado aldeano. Finalmente, reemplaza la intimidad de la crianza familiar compartida por la extrema renuencia de ambos muchachos a quedar ligados por el vínculo que Uther les ha impuesto.
Todo esto, sumado al hecho de que mago y príncipe en la serie de TV son casi de la misma edad, hace parecer casi imposible que se desarrolle una relación pedagógica entre Merlin y Arthur como la que nos presenta la leyenda: el mago no sólo carece de la autoridad y legitimidad que la edad y la posición estamental le confieren en la constelación artúrica sino que además carga con la falta de credibilidad que los nobles feudales consideran inherente a la naturaleza de aldeanos y criados. [12] Pero la extrema lealtad y el afectuoso cuidado que el joven mago brinda al igualmente joven príncipe, junto a las muestras de sensatez que da Merlin en numerosas ocasiones, le granjean la confianza y, eventualmente, el respeto de su amo. Esto, a su vez, permite a Arthur prescindir cada vez más frecuentemente de su circunspecto distanciamiento principesco y expandir los límites de su privacidad [13] para incluir a Merlin. Así, de a poco, se va forjando entre ambos un vínculo de apego y confianza mutuos que no toma la consabida forma de estadista y asesor, ni la de mentor y aprendiz en la que focaliza The Sword in the Stone, sino la de un affidamento.
“La palabra affidamento es bella, contiene la raíz de palabras como fe, fidelidad, fiarse, confiar,” (Librería de las Mujeres de Milán, 2004, p. 16), “apoyarse, dejarse aconsejar, dejarse dirigir” (Librería de las Mujeres de Milán, 2004, p. 7); las feministas italianas [14] inventaron esa palabra para referirse a la alianza entre una mujer vieja, experimentada, experta, cargada de conocimientos y una mujer joven, llena de potencia pero falta de experiencia, que requiere de guía y consejo para empoderarse y poder así actuar en una sociedad patriarcal. Yo desplazo la palabra de su campo habitual de uso –las relaciones entre mujeres– para nombrar este inusual vínculo afectivo masculino que aún no tiene un nombre que signifique apropiadamente lo que éste tiene de anti-heteropatriarcal (ya volveré sobre esto).
Tal como yo lo entiendo, el affidamento es un tipo específico de afecto, con su propia articulación de prácticas corporales, emocionales, sociales y culturales. Para que haya affidamento entre dos personas –cualquiera sea su autopercepción genérica–, cada una de ellas debe abrir una conexión con la otra y dejarse afectar por la otra. Esa conexión tiene una dimensión ontológico-afectiva y una dimensión pragmática. La dimensión ontológica puede ser entendida como una interlocución (cf. Collin, 1996) [15] o como una desposesión (cf. Butler, 2009) [16] que ponen en cuestión las certezas de esa persona sobre sí misma y sobre el otro, pero que al mismo tiempo establecen la necesidad y el deseo de una intimidad compartida en la cual cobijarse afectivamente de ese Afuera que –por algún motivo– se ha vuelto amenazante, pues “al suprimir la distancia entre ellos, pueden volver a poner ese mundo a distancia” (Jullien, 2016, p. 9). [17] La dimensión pragmática de la conexión con el otro, por su parte, atañe al proceso de “articular la vida propia en un proyecto de libertad y darse con ello razón del propio ser” (Librería de las Mujeres de Milán, 2004, p. 22): una de las personas del par permite que la otra la ayude a lidiar con ese Afuera amenazante y sea su guía en dicho proceso. De este modo, el affidamento funciona como un buen encuentro, [18] como una práctica social empoderante: empoderante para la persona necesitada de orientación, pues logra desarrollar recursos necesarios para contrarrestar su precaridad; [19] empoderante también para quien orienta, pues puede encauzar los saberes que ha extraído de su propia experiencia en tareas que solventan su responsabilidad ética ante el prójimo. [20]
El vínculo entre príncipe y mago funciona como un affidamento pues el encuentro con Merlin causa que Arthur tome conciencia de sus propias dudas sobre el modelo de gobierno implantado por Uther: la (in)efectividad de gobernar mediante el temor y la violencia; la (in)justicia y la (in)utilidad de las leyes que condenan el uso de la magia y clasifican a quienes la practican como enemigos del reino; en última instancia, la (ausencia de) verdad del marco epistemológico y ético sobre el cual se sostiene el reinado de su padre. La amistad con Merlin también le hace cuestionar los prejuicios generalizados entre los nobles respecto de las supuestamente pocas capacidades y casi nula valía de la gente considerada “inferior” o “diferente” por estamento o por etnia. En suma, la relación con Merlin despoja a Arthur de las certezas que lo convertían en sujeto prototípico y digno heredero de Uther, para situarlo incómodamente cerca de la condición de sujeto abyecto; pero a la vez dicha relación abre la posibilidad –la aventura y el riesgo, según Jullien (2016)– de encontrar en esa relación el apoyo y la guía [21] necesarios para tomar su propia postura sobre tales asuntos y forjar su propio proyecto como gobernante.
Este affidamento es muy particular por dos razones. En primer lugar, no hay un individuo más conocedor que el otro en virtud de su mayor edad y, por ende, mayor experiencia, sino que ambos son igualmente jóvenes e inexpertos. Pero Merlin ha aprendido de su familia –su madre, su tutor Gaius– un marco de reconocibilidad [22] que le permite abrirse a la diferencia y reconocer al Otro como “vida digna de ser llorada” (cf. Butler 2010), mientras que Arthur ha recibido de su padre un marco de reconocibilidad diametralmente opuesto, el cual exacerba las diferencias entre los individuos del reino y las transforma en precaridad. Dado que el locus de enunciación de la serie pone el foco en la insatisfacción de Arthur respecto de este marco y en su necesidad de adoptar otro como el que Merlin puede ofrecer, el mago es posicionado como el individuo más experimentado del par a pesar de su juventud.
El marco de reconocimiento que impone Uther para Camelot articula las condiciones feudales del contexto histórico recreado con las condiciones colonialistas del momento contemporáneo en que se recrea la leyenda; por ende, aparece como estamental, xenófobo y heteropatriarcal. [23] Y es esta última característica lo que causa la segunda de las peculiaridades del affidamento entre Merlin y Arthur: la renuencia con la cual se desarrolla. Para que un affidamento masculino pueda establecerse, los varones involucrados deben suspender el cumplimiento de dos de los mandatos sociales que funcionan como dispositivos panópticos de la masculinidad heteropatriarcal: competir con otros varones para demostrar superioridad y mantener la distancia emocional-sentimental respecto de otros hombres, so pena de que su virilidad sea puesta en duda y su prestigio de “macho” sea devaluado. Sólo de ese modo es posible que el hombre necesitado de guía reconozca la mayor sabiduría del otro hombre sin ponerse a sí mismo en posición de inferioridad y subordinación, que acepte la contención emocional que el otro ofrece sin ponerse a sí mismo en posición feminizada/emasculante. Pero Arthur es reacio a poner en suspenso esos dos mandatos, porque su padre Uther estigmatiza su incumplimiento y presiona constantemente al príncipe para que los cumpla. Además, la intimidad emocional y el cuidado nutricio entre Arthur y Merlin hacen a su relación especialmente susceptible a la estigmatización social, pues le dan la forma de un bromance.
Un bromance (neologismo que fusiona brother con romance) es una relación íntima y amorosa pero no necesariamente sexual entre dos hombres heterosexuales que comparten intereses similares y han desarrollado una mutua dependencia afectiva. La serie de TV representa esta relación mediante las estrategias narrativas de la lad flick (“peli para chicos”): comedia en la cual la tensión dramática y las situaciones humorísticas emanan tanto de la incertidumbre del protagonista acerca de lo que debe ser la masculinidad cuanto de sus esfuerzos por adecuarse a lo que percibe como modelo. [24] Y en el caso de Merlin, el protagonista del aspecto lad flick de la serie es, indudablemente, el joven Pendragon.
Todas estas razones causan que Arthur sea renuente a reconocer la importancia de su vínculo con Merlin, no sólo ante los demás sino también ante sí mismo; es por eso que el príncipe sienta la necesidad de reinstalar periódicamente las distancias con su criado mediante menosprecios físicos y verbales –un coscorrón, una pulla–, y la igualmente urgente necesidad de atenuar el cariz insultante de éstos mediante un tono o una actitud amistosos. [25] Asimismo, la acción pedagógica del joven mago sobre el joven gobernante se desarrolla sotto voce, de manera encubierta, bajo la forma de tareas de cuidado. Por ende, este affidamento es tácito, desarrollado a los tropezones, bajo la superficie del orden social, en los espacios físicos y emocionales de la intimidad; sólo será plena y abiertamente reconocido por Arthur en los momentos previos a su muerte.
Desaprender viejos hábitos afectivos, adquirir hábitos nuevos
A pesar de su carácter renuente, el affidamento/bromance permite a Merlin desarrollar la tarea pedagógica que le fue Destinada por Kilgharrah: guiar al príncipe heredero para que éste dé a su “poder hacer” el foco ético necesario para cumplir su destino de convertirse en el rey legendario que unirá las tierras de Albion. Para Merlin, dicho foco consiste en un “saber hacer” afectivo que permita a Arthur percibir la precaridad a la que están sometidos los súbditos de Camelot que tienen vínculo con la magia y que motive al futuro rey a hacer algo para disminuirla. Para eso, el príncipe necesita adquirir disposiciones afectivas diferentes a las que le fueran enseñadas por su padre Uther.
Las disposiciones afectivas son hábitos que delimitan formas socialmente aceptables, pertinentes y esperables [26] de involucrarse emocionalmente [27] (ser afectados) y de actuar en relación a personas y acontecimientos concretos (afectar). Por ejemplo, la indignación es una disposición afectiva que socialmente se espera que desplieguen quienes son confrontados con manifestaciones de crueldad e injusticia, mientras que la impasibilidad respecto de un bebé humano es una disposición afectiva socialmente inaceptable cuando viene de una mujer pues lo que se considera pertinente y esperable es la ternura. Debido a que las disposiciones afectivas orientan los modos de relacionarnos con los demás en sociedad, están inextricablemente articuladas con las normas del “deber hacer” que pautan los modos –morales, éticos– de influir en la agencia de otros y de ser influidos por los otros en nuestra propia agencia –ya sea para potenciarla, ya sea para reducirla–. En otras palabras, las disposiciones afectivas forman parte del marco de reconocibilidad del que habla Butler, en tanto establecen condiciones de posibilidad para responder a la interpelación de los otros con reconocimiento y responsabilidad: el reconocimiento del otro como una “vida que importa y merece ser llorada”, la responsabilidad ética por la porción de precaridad asignada a los otros.
En la serie televisiva, Uther Pendragon se ha consolidado como rey de Camelot implementando sin ambages dos premisas: “Might is right”, practicar la magia es una abominación que debe ser erradicada. [28] Ambas cosas se combinan en la manera en que trata al pueblo druida. Según su marco de reconocimiento, los druidas [29] no son “como” el resto de sus súbditos sino un hatajo de terroristas que rechazan las formas de vida y las leyes de Camelot y usan la magia como arma para desestabilizar el orden del reino. [30] Por ende, las suyas no son vidas que merezcan ser protegidas del daño sino todo lo contrario. Uther ha elaborado una ley para lidiar con la gente que practica la magia; su primer parlamento en el primer episodio de la serie se refiere al modo de aplicar dicha ley a uno de esos “terroristas”. [31]
El trato diario con Merlin y el “saber hacer afectivo” que adquiere mediante su affidamento harán que Arthur reconozca sus dudas sobre el estilo de gobierno de su padre y se replantee su responsabilidad ética como futuro gobernante. El punto de inflexión está dado por las decisiones que el príncipe toma respecto de Mordred, un niño condenado a muerte por el rey Uther por la única razón de ser druida. La importancia de este evento es tal que merece una cita textual extensa:
Arthur —The Druid was only in Camelot to collect supplies. He meant no harm. Is it necessary to execute him?
Uther —Absolutely necessary. Those who use magic cannot be tolerated.
Arthur —The Druids are a peaceful people.
Uther —Given the chance, they would return magic to the kingdom. They preach peace, but conspire against me. We cannot appear weak.
Arthur —Showing mercy can be a sign of strength.
Uther —Our enemies will not see it that way. We have a responsibility to protect this kingdom. Executing the Druid will send out a clear message. Find the boy. Search every inch of the city. … Anyone found harbouring the boy is guilty of conspiracy, and will be executed as a traitor. (Merlin 1x8, “The Beginning of the End”, min. 05:06). [32]
Arthur —He’s just a boy. What harm can he do?
Uther —He is a Druid, and that makes him dangerous.
Arthur —Perhaps imprisonment is a more suitable punishment for the boy. I mean, he’s so young.
Uther —It would allow him to grow more powerful, more dangerous, until he strikes against us.
Arthur —We don’t know he’s gonna strike against us. He’s yet to do anything.
Uther —It is enough that his people conspire to overthrow me. This is harsh, but necessary. I take no pleasure in killing the boy.
Arthur —Well, then spare him… (Merlin 1x8, “The Beginning of the End”, min. 10:35). [33]
Desde su posición de príncipe heredero, Arthur plantea a su padre el rey objeciones justas y bien argumentadas a la aplicación a rajatabla de las leyes de Camelot, pero lo que lo motiva a hacerlo son dos disposiciones afectivas con claras connotaciones éticas: la compasión y la confianza en el otro. Arthur se debate entre dos mandatos de diverso orden: cumplir con su deber como príncipe heredero y acatar las órdenes de su padre el rey o cumplir lo que le dicta su conciencia; finalmente decide arriesgar su vida [34] y salvar al niño druida. Este debate interno de Arthur inicia un proceso crítico (desarrollado a lo largo de los capítulos de la serie), el cual retoma los planteamientos sobre la ética del poder del hipotexto The Sword in the Stone[35] y los replantea en un modo llamativamente similar al de la ontología socio-corporal de Judith Butler:
¿Hay otras personas de las que soy también responsable? Y ¿cómo, en general, determino el alcance de mi responsabilidad?... ¿Es sólo como un «yo», es decir, como un individuo, como soy responsable?... ¿no podría ser que, en el proceso de asumir una responsabilidad, el “yo” resulte ser, al menos parcialmente, un “nosotros”?... ¿cuáles son los marcos implícitos de la reconocibilidad en juego cuando “reconozco” a alguien “como” yo? ... Tal vez dicha responsabilidad sólo pueda empezar a realizarse mediante una reflexión crítica sobre esas normas excluyentes por las que están constituidos determinados campos de reconocibilidad, (2010, pp. 60-61).
El joven Pendragon de a poco va haciéndose cargo de que las impiadosas leyes de su padre el rey lo hacen a él, Arthur, responsable no sólo de la vida de un niño en particular sino de toda la comunidad druida a la que ese niño pertenece; y que su responsabilidad al respecto no puede quedar confinada al nivel de las decisiones personales en situaciones coyunturales sino que debe abarcar su capacidad de agencia como príncipe heredero del reino de Camelot. Para lo cual, es necesario que en su propio reinado Arthur abandone las disposiciones afectivas del marco de reconocibilidad con las cuales Uther determinó que los druidas no eran “como” el resto de sus súbditos y que, por ende, las suyas no eran vidas que merecieran ser protegidas del daño sino todo lo contrario.
En este sentido, el affidamento con Merlin es empoderante, pues le permite a Arthur rechazar el modelo de “el bien común” de su padre, diseñar su propia ética como gobernante y asumir su responsabilidad por la precaridad del pueblo druida.
Por supuesto, esta toma de posición lo enfrenta con su rey y padre. [36]
La desujeción de la masculinidad heteropatriarcal
El rey Uther valora cualidades como la competitividad, la reciedumbre y la autonomía mientras que desprecia como “debilidad” el trabajo cooperativo y la apertura al consejo de otros; [37] por ende, considera rémoras absurdas las cualidades afectivas y éticas que va desarrollando su heredero bajo la guía de Merlin. Cuando finalmente toma conciencia de cuánto se ha apartado Arthur del modelo que él mismo representa, Uther lo repudia porque le ha fallado como sucesor e incluso intenta asesinarlo. Esto pone a Arthur en una situación bastante precaria como gobernante e incluso como hombre, “ocupando esa posición ontológicamente insegura que plantea otra vez la cuestión: quién será un sujeto aquí y qué contará como vida,” (Butler, 2001, 20).
El “buen encuentro” con Merlin protege al joven Pendragon de este Afuera amenazante forjado por el constante menosprecio de Uther y le permite resignificar la falla como desujeción: “I am not you, Father,” [38] (Merlin, 5X03, “The death song of Uther Pendragon”, min 35:20). En la sociedad patriarcal y colonialista del Camelot de Uther, el éxito consiste en una masculinidad inverosímilmente autosuficiente [39] y un estilo de gobierno despiadadamente poderoso. Pero gracias a la guía afectiva [40] de Merlin, Arthur se da cuenta de que el costo de tal éxito es perder de vista las vidas que merecen ser lloradas y perder el amparo de lo íntimo con los otros; desde esta nueva perspectiva, la falla deja de ser callejón sin salida y se convierte en… en cosas diversas, según el lente teórico con el que se lo mire. Según Halberstam y su arte queer del fracaso, ésta es una oportunidad, un desvío alternativo hacia “formas más creativas, más cooperativas, más sorprendentes, de estar en el mundo,” (2018, p. 14). Según el lente de las tecnologías de la subjetividad de Foucault, la falla es una virtud, nacida de la crítica de las normas que le piden al sujeto someterse a ellas mecánicamente y de la consiguiente negativa a “ser gobernado de esa forma, por ése, en nombre de esos principios, en vista de tales objetivos y por medio de tales procedimientos,” (Butler, 2001, p. 10). Desde mi propio lente feminista y decolonial, la falla es una deserción [41] del sistema moderno-colonial de género. En suma, el supuesto “fracaso” de Arthur es un acto de coraje que pone en riesgo su propio estatus como sujeto pero que también lo libera para ensayar modos diferentes de subjetivación.
T.H. White escribió The Sword in the Stone poco antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial; no sorprende entonces que le preocupara especialmente la actitud de los gobernantes frente al lema “Might makes Right” y sus violentas consecuencias. En una carta de diciembre de 1940, White sostiene que el tema central de Le Morte d’Arthur es encontrar un antídoto contra la guerra; en la última novela de su pentalogía sostiene que la decencia y la caballerosidad son tal antídoto. La serie televisiva Merlin salió al aire entre 2009 y 2012, a casi diez años de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando ya estaban institucionalizados sus efectos a nivel global en áreas como la seguridad nacional, los ordenamientos jurídicos y los Derechos Humanos; tampoco sorprende entonces que resurja el tema de poder y ética, o que los relatos sobre el Rey Arthur y su mítico Camelot vuelvan a despertar interés. La serie recupera la propuesta de White sobre la educación del buen gobernante pero la expande, agregándole lo afectivo a lo ético-político.
La reinterpretación de la leyenda artúrica propuesta por Merlin se ocupa, cómo no, del circuito del consenso hegemónico por el que circula el poder socio-político que permitirá hacer de Camelot un modelo de gobierno justo y pacífico, pero se ocupa también del circuito de los hábitos afectivos por donde el biopoder discurre y se reproduce. De hecho, Merlin pone el foco en la inextricable articulación de ambos circuitos: no se puede separar el proceso de Arthur deviniendo rey de Camelot del proceso de Arthur deviniendo hombre adulto. Y esa articulación se condensa en la aparentemente simple afirmación de Arthur “I am not you, Father”.
La ampliación del espectro de los afectos “apropiados” entre hombres permite al joven Pendragon desujetarse de ciertos dispositivos conformadores de masculinidad interseccionalmente atados a los dispositivos propios del sistema moderno-colonial de poder con los cuales se constituyen subjetividades alienadas [42] y precarizadas. La desujeción implica un desaprender disposiciones afectivas colonialistas y patriarcales que conforman la comunidad y “lo común” en términos de igualdad/mismidad (“los que son como yo”, “lo familiar”, “lo Mismo”) para poder re-sujetar, reconfigurar la subjetividad mediante disposiciones afectivas capaces de conformar “lo común” alrededor del eje de la alteridad “llorable” (“los otros que quizás no son como yo pero de todos modos merecen duelo por ser vidas valiosas”). El enfoque con el cual la serie recrea la leyenda artúrica destaca la incidencia –la importancia– que la desujeción de su rey respecto de un marco de intelegibilidad moderno-colonial-heteropatriarcal tiene en la transformación del reino de Camelot.
Esto desplaza excéntricamente la posición desde la cual se examinan los fenómenos de cambio social: de los circuitos de poder por donde discurren los movimientos político-sociales a los marcos de intelegibilidad que otorgan (o niegan) al sujeto reconocimiento como tal; de las luchas de los grupos sociales por la hegemonía a la (des)estabilización de las disposiciones afectivas que sostienen el orden social; de la toma del poder en la esfera pública a la construcción de formas más inclusivas de vivir en comunidad. Esta posición excéntrica sitúa las potencialidades de los hábitos y de los afectos para movilizar a los sujetos en el centro de los procesos de transformación social. Y dado que en la serie las potencias del joven Pendragon como gobernante y como héroe descansan mayoritariamente sobre los afectos que definen el tipo de hombre que Arthur es, su masculinidad deviene arena de lucha política.
Esto en sí mismo no es una novedad en Gran Bretaña: los debates sobre el significado de la masculinidad se han estado desarrollando desde la década de 1970: varones de distintas clases sociales, etnias y sexualidades [43] vienen cuestionando críticamente los modelos hegemónicos de masculinidad y planteando la importancia de encontrar otros tipos de relacionamiento entre hombres. En particular, las comedias televisivas británicas han capitalizado estos debates y han caricaturizado la masculinidad tradicional (pensemos por ejemplo en series como Monty Python’s Flying Circus). Pero en la primera década del siglo XXI, la opinión pública sobre la masculinidad es que ésta está bajo ataque y en crisis: bajo el ataque de las agendas feministas (ya sea porque quieren feminizar a los hombres, ya sea porque los odian), en crisis debido a la falta de guía que ayude a navegar la desconcertante proliferación de modelos disponibles. El problema se plantea en términos de grieta generacional entre las formas tradicionales y las formas contemporáneas de incardinar la masculinidad, de vivirla, de enseñarla (cf. Beynon, 2002).
En este contexto, las productoras de Merlin aprovecharon el capital simbólico de prestigio, autoridad, desiderabilidad que tiene la leyenda artúrica para problematizar la masculinidad, para mostrarla como experiencia que necesita ser revisada, como tema de importancia política. Para eso, recuperaron un hito de la constelación que, si bien no ha tenido la difusión masiva de otras adaptaciones de la leyenda, [44] destaca por presentar a Arthur en el proceso de apartarse de la subjetividad masculina hegemónica. [45]
“Arthur es el Rey que Fue y el Rey que Será, quien unirá las tierras de Albión.” Nota: todas las traducciones del inglés en este trabajo son mías; considero necesario citar en el idioma original por fidelidad a la fuente pero proveer traducciones para beneficio de lectorxs que no sepan inglés.
Uther —Absolutamente necesario. Aquellos que usan la magia no pueden ser tolerados.
Arthur —Los druidas son un pueblo pacífico.
Uther —Si tuvieran la oportunidad, traerían de vuelta la magia al reino. Predican la paz, pero conspiran contra mí. No podemos parecer débiles.
Arthur —Mostrar misericordia puede ser un signo de fortaleza.
Uther —Nuestros enemigos no lo verán así. Tenemos la responsabilidad de proteger este reino. Ejecutar al druida enviará un claro mensaje. Encuentren al niño. Registren cada centímetro de la ciudad. ...Cualquiera que sea encontrado albergando al niño es culpable de conspiración, y será ejecutado como traidor.”
Uther —Es un druida, y eso lo hace peligroso.
Arthur —Tal vez el encarcelamiento sea un castigo más adecuado para el chico. Quiero decir, es tan joven.
Uther —Le permitiría crecer más poderoso, más peligroso, hasta que ataque contra nosotros.
Arthur —No sabemos si va a atacarnos. Todavía no ha hecho nada.
Uther —Es suficiente que su gente conspire para derrocarme. Esto es duro, pero necesario. No me complace matar al muchacho.
Arthur —Bueno, entonces perdónalo.”