Resumen: Andrés Manuel López Obrador ahora como presidente, está demostrando sus características de tiranía. Algunas de sus acciones políticas son de corte neo-autoritario: sus “consultas ciudadanas”, su discurso, sus acciones y sus decisiones, legitiman decisiones que previamente él ya tomó. Él no cree en la democracia participativa, sólo la utiliza de manera discursiva para convencer a las masas de que es un líder demócrata. Sus limitaciones como líder político, lo hacen incapaz de responsabilizarse de sus decisiones, involucra al pueblo a su conveniencia para respaldar políticas públicas que le son complejas. No obstante, el gobierno que él dirige, fue electo por una minoría que ahora lo respalda en cualquier decisión que su líder toma, no importa que dichas decisiones sean las menos deseables o las más retrógradas. De hecho, hay una regresión a las políticas del pasado. Así como a las viejas prácticas autoritarias y de fraude como en regímenes anteriores. Él utiliza los medios masivos de comunicación y de información para adoctrinar a sus masas: con su discurso promueve la confrontación entre mexicanos. De esta manera, la participación de los ciudadanos está totalmente dividida.
Palabras clave: Espacios Públicos, Participación ciudadana, Neo-autoritarismo, Democracia Participativa, Líder, Decisiones Públicas.
Abstract: Andrés Manuel López Obrador now as president, is demonstrating its characteristics of tyranny. Some of his political actions are neo-authoritarian in nature: his "citizen consultations", his speech, his actions and his decisions legitimize decisions that he has previously made. He does not believe in participatory democracy, he only uses it in a discursive way to convince the masses that he is a democratic leader. His limitations as a political leader, make him incapable of taking responsibility for his decisions, involves the people at his convenience to support public policies that are complex. However, the government he leads was elected by a minority that now supports him in whatever decision his leader makes, no matter whether those decisions are the least desirable or the most retrograde. In fact, there is a regression to the politics of the past. As well as the old authoritarian and fraud practices as in previous regimes. He uses the mass media of communication and information to indoctrinate his masses: with his speech he promotes confrontation among Mexicans. In this way, the participation of citizens is totally divided.
Keywords: Public Spaces, Participation of Citizens, Neo-authoritarian, Participatory Democracy, Leader, Public Decisions.
Participación ciudadana y democracia directa en las decisiones públicas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador
Citizen participation and direct democracy in public decisions of the administration of Andrés Manuel López Obrador
Recepción: 15/01/19
Aprobación: 21/02/19
El triunfo como presidente de México de Andrés Manuel López Obrador (en adelante AMLO), en las elecciones del 1o de julio de 2018, es un signo de pluralidad y fortalecimiento de la democracia electoral. Lo anterior no se pone en tela de juicio, pero es necesario destacar algunos temas discutibles sobre la democracia directa y la participación ciudadana de esta nueva administración iniciada el 1º de diciembre de 2018.
Como bosquejo del tema, debemos decir que en otros países con contextos y momentos históricos diferentes a México, la democracia directa no ha funcionado del todo, a pesar de tener buenas y grandes experiencias exitosas. En la práctica y viéndolo negativamente, los argumentos en contra de la democracia directa o la aplicación de sus instrumentos ha sido perjudicial, porque los expertos señalan con énfasis los efectos del debilitamiento de las instituciones democráticas[1]. En diversos casos los instrumentos de la democracia directa, debilitan el gobierno representativo y conducen a una visión de la democracia sin responsabilidad gubernamental. Por otro lado, los legisladores pierden los incentivos para tomar decisiones, porque el carácter dicotómico de las decisiones plebiscitarias, alienta la polarización de las opciones políticas y lleva a la adopción de decisiones forzadas. En este sentido, los expertos señalan que la asamblea representativa o los parlamentos tienen una ventaja sobre las consultas: sus miembros se reúnen regularmente, entablan diálogo, buscan soluciones concertadas y tienen tiempo para tomar decisiones. En el mismo sentido, la participación directa del electorado en los procesos legislativos debilita las bases fundamentales del gobierno representativo, porque desaparecen las nociones del debate, deliberación y compromiso y se desvanece la responsabilidad legislativa. Además, los derechos y las libertades de las minorías son amenazados, por el uso de estos procedimientos: el principio de mayoría en que se apoyan estos instrumentos pone en peligro los derechos de las minorías.
Por último, y contrariamente a lo que afirman los defensores de la democracia directa, sus mecanismos pueden llegar a ser controlados por grupos de intereses poderosos, que encuentran en ellos una manera de soslayar los procedimientos legislativos normales. Los grupos de interés, bien organizados y financiados, terminan dominando esos procesos y los emplean para rodear de obstáculos a los procesos legislativos tradicionales.
El primer tema a resaltar sobre la participación de los ciudadanos en el nuevo gobierno es sobre la participación ciudadana en las elecciones, y se refiere a que la mayoría de los mexicanos votó por AMLO y/o su partido y aliados. Una ciudadanía embravecida se volcó a las urnas dándole una mayoría aplastante, y para ello basta con verificar los resultados oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE)[2] AMLO: 53.19 por ciento, Anaya: 22.27 por ciento, Meade: 16.40 por ciento y Rodriguez: 5.23 por ciento. Los números no mienten, y con las cifras a la vista sus seguidores se sienten muy empoderados, porque ganó su candidato. Lo anterior significa que el famoso “pueblo sabio” como lo ha llamado AMLO votó por su líder, pero el resto, es decir una gran cantidad de mexicanos por lo tanto, no son “sabios” sino ignorantes por no haber votado por él.
En perspectiva comparada, debe decirse que la participación electoral de 2018 calculada en 63.43 por ciento, fue casi la misma que en 2000: 63.97 por ciento, por lo que tampoco puede decirse que esta vez fuera mayor o la más alta. Es cierto que AMLO obtuvo más votos que Fox, pero en el año 2000 las elecciones fueron más competidas, pero debe resaltarse que los partidos perdedores no eran tan débiles como en 2018, año que por diversas situaciones marcara la historia político-electoral de México, al haber ganado un candidato que había intentado ser presidente desde hace varios años.
El segundo tema importante, se refiere al “pueblo sabio” al que alude constantemente AMLO: el nuevo presidente ejecutó desordenadas, ilegales y absurdas consultas de participación ciudadana y de democracia directa desde antes de tomar posesión de su gobierno. Si ya arriba decíamos que solo una minoría votó por él, lo mismo está pasando con esos ejercicios que pretenden ser democráticos: una pequeñisima minoría ciudadana de la que votó por él, esto es su “pueblo sabio”, son los que están votando en dichas consultas, pero es una minoría desinformada y oclocrática como veremos más adelante. Así, las consultas de AMLO no tienen nada de democracia participativa, porque ésta primera consulta (la que decidiría sobre la aceptación del aeropuerto de Santa Lucía y la construcción en Texcoco del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) ha sido todo lo contrario por las siguientes razones:
En primer lugar, la "consulta ciudadana" o “ejercicio democrático” como se le quiera llamar en realidad fue ilegal, porque carece de fundamento jurídico y es una grave regresión a la democracia. Expliquémoslo de manera simple: a) La consulta tenía que haber sido solicitada por el Congreso de la Unión a petición por el presidente en función o la ciudadanía. Para entonces, AMLO aún no había tomado posesión como presidente de la República. b) La Suprema Corte de Justicia debe resolver sobre la constitucionalidad del tema, es decir, decidir si es tema consultable o no. c) La Ley Federal de Consulta Popular establece que sólo se puede hacer una consulta si el tema afecta a todo el país y no sólo una región. La “consulta” la organizó AMLO y la declaró legal sin ser aún presidente constitucional. Dicha consulta no debería ser vinculante ya que hasta los mismos organizadores (legisladores del partido de AMLO, y él mismo) se deslindaron de su legalidad argumentando esto mismo.
En segundo lugar, una de las características de los dictadores es la desaparición de instituciones democráticas: recordemos cuando AMLO mandó al diablo las instituciones, bueno ahora lo cumple usándolas sólo cuando le favorecen y cuando no, simplemente las hace a un lado. Explicado de manera simple: a) El INE es el órgano facultado legalmente para llevar a cabo éste tipo de encuestas, no las organizaciones civiles. El INE es una institución que lleva años organizando elecciones y tarda al menos un año en organizarlas, siendo que tiene experiencia de varios procesos anteriores. Y llega a tardar hasta tres días en dar resultados cercanos a la realidad y ayudándose del Programa de Resultados Electorales Previos (PREP). Los Lopezobradoristas hicieron elecciones de cuatro días y sin que los escrutadores hayan recibido algún tipo de capacitación y tuvieron resultados en tres horas. La consulta en comento, no la organizó una institución acreditada que dé certidumbre al proceso, fue la Fundación Arturo Rosenblueth (FAR), y así seguirá siendo según AMLO, porque ya lo dijo veladamente en una ocasión, las consultas las organiza dicha Fundación porque: “esta es honesta, mientras que otros aparatos administrativos burocráticos consumen muchísimo dinero y no son confiables”[3]. Bajo ese entendido, falta por ver qué hará AMLO con el INE más adelante. Si las próximas consultas van a ser organizadas por la FAR y estas serán utilizadas para “reafirmar” lo que el Ejecutivo federal quiere imponer, entonces la autonomía de la máxima instancia electoral puede representarle un estorbo. b) El INE es el único organismo que es capaz de emitir resultados que sean vinculatorios. Pero la interpretación de los resultados en las consultas plantea problemas, porque no hay manera de medir realmente la intensidad del apoyo a las decisiones y la definición de las mayorías aceptables varía en función de los contextos políticos. Según los expertos, en caso de que las consultas sean nacionales, la heterogeneidad del electorado plantea problemas de interpretación de los resultados: en muchos casos, las minorías afectadas por la decisión votan de manera totalmente opuesta a la mayoría. La fragmentación étnica, geográfica, profesional, etc, se fomenta cuando las decisiones se plantean a partir de una sola alternativa; no hay lugar para el compromiso, los temas que pertenecen a la agenda federal son mucho más complejos que los que son sometidos a la aprobación pública a nivel estatal y local. c) AMLO realizó una consulta ilegal, porque la distribución de casillas deber ser equitativa y corresponder al padrón electoral, lo cual no sucedió. Así, solo por sus caprichos aunque no es vinculatoria, AMLO la convierte en tal.
En tercer lugar, y aunque los seguidores del partido político Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) digan que no, ésta institución política afín al presidente o mejor dicho de su propiedad, fue quién llevó a cabo dicha consulta. AMLO y sus seguidores aprobaron los métodos que en otra circunstancia los hubieran rechazado, minimizaron errores, falta de árbitros o instituciones detrás de ella, distribución de mesas amañadas y no representativas. Los ejecutores de la consulta han argumentado libertad de expresión y el mismo AMLO llama corruptos, enemigos o miembros de la “mafia del poder” a quienes no están de acuerdo con sus propuestas. El mismo AMLO mostró preferencia por una opción, al igual que la mayoría de su gabinete, y luego dijo que el “pueblo sabio” decidió.
En cuarto lugar, los morenistas minimizan al sector económico y financiero argumentando que están en contra del aeropuerto de Texcoco, solo porque no les conviene: los empresarios son también parte del pueblo mexicano y debe administrar también para ellos. El discurso de AMLO desde antes de la consulta, ha sido de extrema polarización. Pero en la consulta su discurso fue en el sentido del “pueblo bueno” versus “los empresarios fífis perversos”. Esta primera consulta sirvió para que López Obrador cancelara la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) en Texcoco, un proyecto de cerca de 13.000 millones de dólares en el que ya se había invertido un tercio del total. Y lo canceló sin argumentos, sin números, sin razón alguna: nada más porque sí. En la interpretación más favorable, lo hizo para mostrar su poder, y esa racionalidad sería la única explicación de la destrucción de miles de millones de dólares. Es dinero que se pagará a acreedores (bonos en el exterior y Fibra E) sin recibir absolutamente nada a cambio. Con esto, podemos decir que los rudos en el equipo de AMLO ganaron una batalla política ideológica pero no económica, porque algunas horas después del anuncio del vocero dando como resultado una mayoría por el aeropuerto de Santa Lucía, los mercados financieros respondieron con devaluación hacia nuestra moneda, pero también se devaluó la confianza, que finalmente es la divisa más importante de un gobierno y de un país.
Ahora bien, respecto a la segunda “consulta popular” del 24 y 25 de noviembre de 2018 sobre diez temas de la agenda gubernamental que organizó el gobierno de AMLO apoyado por Morena, en contubernio con la FAR se cometió un fraude, porque entre muchas fallas particularmente existe la evidencia de que hubo casillas donde retacaron las urnas de votos inexistentes. En ese ejercicio, a la ciudadanía se le pidió opinar si estaba de acuerdo o no con la construcción del Tren Maya, del Tren del Istmo de Tehuantepec, la refinería en Tabasco, la reforestación de selvas, bosques y plantación de árboles frutales, el aumento de la pensión a adultos mayores, becas y capacitación laboral a jóvenes que no estudian y no trabajan, becas a estudiantes de nivel medio superior, entrega de pensiones a personas con discapacidad, atención médica a quienes no cuenten con servicios de salud y cobertura gratuita de internet[4].
De acuerdo con lo reportado por el vocero del gobierno de AMLO, Jesús Ramírez, y el presidente de la FAR, Enrique Calderón, 946 000 ciudadanos participaron en la “consulta”. Se instalaron 1096 mesas de votación en 548 municipios del país. Según el análisis de Sebastián Garrido,[5] el 62% de los votos de la consulta se registraron en 7 de los 32 estados, todos ellos donde Morena tiene una fuerte presencia electoral. Son Tabasco (14%), CDMX (14%), Estado de México (11%), Veracruz (8%), Oaxaca (6%), Chiapas (5%) y Puebla (4%). Sólo en un municipio —San Pedro Garza García— de los 548 donde se realizó la “consulta” se votó mayoritariamente en contra de construir el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas. En los 547 municipios restantes el resultado fue a favor de estas propuestas. Este consenso contundente (de tipo soviético dirían algunos), también puede observarse a nivel de cada casilla. Sólo en una de las 1096 instaladas ganó el “no” al Tren Maya y en dos a construir la refinería. En el resto, votaron abrumadoramente por el “sí”. En cada uno de los diez rubros, alrededor del 90 por ciento de los que supuestamente votaron lo hizo a favor. El tema del fraude o de la sospecha fundada en los datos, es que llenaron las urnas con votos falsos. Garrido analizó el promedio de votos por minuto procesados en las 1096 casillas en la base de datos reportada por los organizadores. En el 75% de las casillas procesaron en promedio 0.8 votos por minuto, pero en 254 se procesó una cifra mayor. Lo más interesante ocurrió en 31 casillas, la gran mayoría de ellas en Tabasco. Ahí “votaron”, en promedio, tres o más “personas” por minuto. Los “votos” ahí obtenidos representan nada menos que el 20 por ciento del total de los registrados en la “consulta”. La suma de los “votos” en estas 31 casillas es mayor que la suma de votos registrada en todas las casillas de todos los municipios de 18 estados de la República: Baja California Sur, Colima, Nayarit, Tlaxcala, Aguascalientes, Coahuila, Durango, Zacatecas, Querétaro, San Luis Potosí, Morelos, Nuevo León, Sinaloa, Campeche, Chihuahua, Hidalgo, Quintana Roo y Sonora. El récord se lo llevó una casilla en Huajuapan de León, donde votaron nada menos que 11.5 personas por minuto. Según los expertos no hay manera de que vote más de una persona por minuto en cualquier casilla. Mucho menos tres y desde luego, imposible que más de once. Lo que hay detrás de estos números es muy claro. En la antiguo jerga política electoral priista, “embarazaron las urnas”, es decir, las retacaron de votos de ciudadanos inexistentes todos ellos votando a favor de los programas del nuevo gobierno. Todo lo anterior significa que esos resultados, para empezar, no son los de un país plural y democrático, sino los de las épocas doradas del autoritarismo priista. Sólo alguien como AMLO, que es un genio para inventar realidades alternativas, puede presumir con orgullo que se trató de un ejercicio de democracia participativa pero definitivamente no lo es, aquí estamos frente a un fraude y los números así lo comprueban. Y eso mismo hubieran dicho los lopezobradoristas si esto lo hubiera organizado el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en lugar de Morena. Nefasto por cualquier posición que se quiera ver, para una opción política que durante años se quejó de supuestos fraudes electorales, demandando limpieza y transparencia en los ejercicios de consultas a la ciudadanía.
En síntesis, las consultas sobre el NAICM y el Tren Maya son un falso ejemplo de democracia directa que contaron con poca participación y déficits técnicos que cuestionan su legitimidad. Como decía Don Jesús Reyes Heroles en política la forma es fondo, y aunque estamos a favor de ampliar los espacios de participación en el país, es seguro que esta no es la forma más virtuosa de llevarlo a cabo, porque López Obrador intenta tener un control férreo y total de su administración. Aún con lo anterior, y después de realizar ambas “consultas” y con base en las propias palabras de AMLO:
“Qué bueno que estamos inaugurando esta etapa de consultas, y a mis adversarios les digo que se vayan acostumbrando, porque cada vez que sea necesario, cuando se amerite, habrá consulta. Es más, vamos a reformar la Constitución para que no haya límites y los ciudadanos puedan solicitar –cuando haya un tema de interés público–, que se haga una consulta. Existe en la Constitución ya un principio de consulta, pero está muy limitado”.[6]
Lo anterior no es sólo parte de un discurso, es una advertencia y sobre todo la obsesión de AMLO por la consulta popular. Y no es gratuito o fortuito, las “consultas populares” tendrán en éste nuevo gobierno un propósito fundamental: construir una maquinaria electoral y un apoyo social que permita al presidente gobernar como le plazca y le acomode. Debe decirse que más que preguntas, son mensajes dirigidos a los 53 millones de pobres. A ese ejército social y electoral que busca reclutar para gobernar al margen de la ley, del Congreso, de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del resto de las instituciones. “Aquí manda el pueblo”, repite todos los días AMLO. Pueblo que acudirá a las urnas cada vez que el presidente lo mandate; ya para encarcelar expresidentes y perseguir adversarios, para convocar a una asamblea constituyente y aprobar una Constitución a la medida de sus ambiciones o bien —si la salud se lo permite— para prolongar su mandato. Así, las consultas de AMLO prevén el inicio de un trabajo de ingeniería para remodelar el electorado, para fabricar mayorías que voten a favor de lo que se busca instaurar. Lo que sea, no importa, porque de acuerdo a su discurso, será la voz del “pueblo sabio” la que manda, esto último es otra característica de los dictadores: hacerse un “líder del pueblo” y así luchar por sus causas.
Aunque López Obrador dice en su discurso que está a favor de una democracia participativa, lo cierto es que en las consultas antes analizadas, se han presentando opciones excluyentes que alimentan la división y la polarización del país y él como presidente no establece reglas claras o fórmulas que promuevan el diálogo y el debate. A partir de dichos ensayos plebiscitarios con consultas mal hechas, ha empezado a tomar decisiones de forma deficiente, su falta de oficio político está demostrándose con un ejercicio del poder muy irresponsable, de allí su aversión a la ley previamente establecida y su ansiedad por cambiarla a su modo. Está demostrando tener un gobierno ineficiente, sin experiencia y débil en sus recursos humanos. Porque los que conocemos un poco de la ciencia política, sabemos que el uso que está dando el presidente a las consultas no es nuevo, es una práctica y una herramienta que paradójicamente, utilizan con gran frecuencia y habilidad los dictadores. Recurren a la democracia participativa como una obsesión, para ocultar su autoritarismo, asediar en nombre de las libertades, el Estado de derecho, e imponer sus decisiones.
El historiador griego Polibio, partiendo de las ideas de Aristóteles y advirtiendo también sobre sus posibles degradaciones de las estructuras de poder, elaboró una clasificación sobre las formas de gobierno, algunas de las más conocidas como la monarquía, aristocracia, oligarquia, tirania, democracia, y la poca conocida oclocracia. Recordemos que en la antigua Grecia, el pueblo estaba formado por los polloí o todos; los pleíones o los muchos y por último la óchlos, que era la mayoría o la multitud pero en sentido degenerado. Por esa razón, la oclocracia era un gobierno dirigido por la óchlos, o sea el populacho o la multitud; era el estado de cosas en que la autoridad suprema descansaba en la masa del pueblo y la organización gubernativa estaba controlada por ella, entendiéndose por populacho las gentes del común y excluyendo a todos los individuos distinguidos por su rango, ministerio, educación o profesión. En teoría, esto se consideraba como una aproximación a la democracia, pero en la práctica por decirlo de alguna manera, era una especie de “chusmocracia”[7]. Así, la oclocracia según lo decía Polibio es cuando la decisión no la toma el pueblo sino la muchedumbre, cuando el pueblo es manipulado y decide sin información y se nutre del rencor y la ignorancia: la oclocracia es el peor de los sistemas políticos, es el último estado de la degradación del poder, esto es, la degeneración de la democracia según Polibio. Debemos resaltar que éste gran pensador, fue uno de los primeros asesores políticos de la humanidad, porque asesoró a las autoridades romanas sobre cómo organizar el gobierno. Su pensamiento fue asertivo lo cual le dio el reconocimiento de sus contemporáneos que pudieron comprender a profundidad el funcionamiento y la toma de decisiones de la administración pública. En suma, de acuerdo a los clásicos gran parte de la ciudadanía no está preparada para intervenir en los procesos legislativos o consultivos: el ciudadano ordinario no está preparado para tomar decisiones complejas e importantes. Debe decirse que no es que no se acepten la consultas públicas, o que se pregunte al pueblo sobre temas de relevancia nacional, pero la consulta es eso, una consulta no una elección, ya que hay factores (físicos, humanos, tecnológicos etc) que van más allá del conocimiento del pueblo en general, entonces en muchos casos sólo deberían ser un termómetro y tendrían que ejecutarse de manera legal, ordenada y planeada.
La participación ciudadana que ha promovido AMLO, está conformada por su llamado “pueblo bueno y sabio”, pero es una oclocracia con seguidores que se han ido convirtiendo en feligreses enloquecidos, adoctrinados y fanatizados que descalifican apriori al distinto. Otra de las características de los dictadores es el adoctrinamiento de las masas: los seguidores de AMLO están ávidos de azuzar pleitos entre “buenos y malos”. De ahí su afición a etiquetar en bandos ficticios, a quienes no piensan como ellos. Dichos seguidores, asumen que están en una épica guerrera, y que hay enemigos acechando que deben ser destruidos para que la novela tenga sentido y no decaiga la energía de sus soldados. Pero la sociedad mexicana es diversa, plural, con matices, con mezclas culturales y religiosas, con diversos grados de escolaridad. Así como no hay lo que su líder llama: el “pueblo bueno y sabio”, tampoco hay “malos” acechando cada acción del gobierno. Más bien, existen ciudadanos que sienten la obligación de vivir en la indignación permanente: criticando, denunciando, proponiendo, sacudiendo, ya que los buenos gobiernos se construyen con base en una ciudadanía demandante y crítica y sólo los inconformes lo son, porque la crítica y la denuncia son algunas de las expresiones más sanas de la democracia. Los mexicanos que no votaron por AMLO tienen derecho a exigirle que se comporte como presidente de todos, no debe tratarlos como ciudadanos de segunda o enemigos del régimen sólo por disentir con él. Pero serán seis largos años de la nueva administración llenos de encono innecesario y doloroso, si el gobierno y sus simpatizantes no entienden que la crítica a su desempeño no es antagonismo ni tiene como objetivo sabotearlo, debilitarlo o derrocarlo. Porque un país democrático también demanda mejores ciudadanos, que luchen para que se den condiciones como la pluralidad, rotación de las élites políticas, accountability (rendición de cuentas), transparencia y gobernanza.
Otra de las características de los dictadores es el culto a la personalidad. Los Lópezobradoristas defienden al mesianismo como piedra angular de su régimen, y aceptan lo que significa el culto a la personalidad y la demagogia, porque muchos de ellos tienen como ejemplo regímenes autoritarios de países como Cuba o Venezuela. Pero debe decirse por ejemplo que en Brasil, ganó recientemente Bolsonaro, un candidato de ultraderecha y lo eligió el “pueblo sabio”, es decir el que da triunfos, dicho “pueblo sabio” es o puede ser proclive al fascismo, como lo fue también el nazismo en Alemania en tiempos de Hitler al llevar a los nazis al poder. Los pueblos son en realidad volátiles o si se prefiere, inconstantes: a veces votan por la derecha o por la izquierda, a partir de lo que ellos creen que les convenga. Definitivamente lo adecuado es no calificar al pueblo de sabio, ignorante o bueno, porque es un ente social complejo, diverso y heterogéneo y lleno de matices. López Obrador sabe que tiene a su favor que el pueblo es un ente mucho muy difuso, con una capacidad muy baja de organización para ejercer un control directo y eficaz del ejercicio de gobierno, con lo que tiene margen de maniobra para reconducir los debates públicos. Pero debe decirse que, una nación peligra cuando su presidente o jefe máximo habla todos los días y se cree la persona más importante de su país, ya se ha visto históricamente con varios dictadores. Aunque para algunos analistas políticos, debe admitirse que el hábil discurso mimético de López Obrador sirve para engañar a las masas. Frases como: “La democracia participativa va a estar en la ley”; “consulto al pueblo, porque ningún gobierno lo ha tomando en cuenta”; “la consulta no es una simulación, es una reafirmación”; “no ocultamos nada”, lo hacen ver como un político respetuoso de la legalidad.
Sin embargo, lo cierto es que detrás de cada invocación a la democracia participativa, a la Constitución y el respeto a las instituciones democráticas hay una intención velada de cercenarlas, de adaptar las leyes a su conveniencia personal y coyuntural, de tener un dominio total con poder omnipotente (que es otra de las características de los dictadores). La incisiva voluntad por parte de AMLO de realizar consultas se está convirtiendo en una terquedad, porque éstas son un mecanismo de democracia directa que no necesariamente fomenta una participación más informada que permita a los ciudadanos conocer y brindar mejores razones para orientar y nutrir el proceso decisorio. Para ello debieran establecer mecanismos que fomentaran un verdadero debate y lograr una democracia participativa con mecanismos formales de democracia directa.
Una de las características de los buenos gobiernos, es precisamente el fomento de la participación ciudadana para el diseño e implementación de las políticas públicas. Y popularmente algunos han afirmado que todas las decisiones y políticas públicas deben ser: jurídicamente válidas, políticamente correctas y socialmente útiles. Y así, los ejercicios de participación y consulta ciudadana todo el tiempo serán bienvenidos, siempre y cuando dichos ejercicios consoliden y solidifiquen nuestra vida pública, refuercen el tejido social y protejan nuestra democracia participativa que está en ciernes y que ha costado mucho trabajo iniciarla. El padre del empirismo filosófico y científico Francis Bacon decía que: “Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde”. En ese sentido, aunque AMLO ya es presidente, pareciera que sigue como candidato en campaña política dividiendo al pueblo en lugar de unirlo, alimentando las diferencias cada vez que no están de su lado: se empeña en confundir al pueblo. Está tan embebido en el México del siglo XIX, que busca reeditar en el siglo XXI la lucha entre liberales y conservadores: y como cree ser liberal, está en batalla constante contra los “conservadores”. No debería tratarlos de forma despectiva si a quienes antes llamó “la mafia en el poder”, por ejemplo, paradójicamente los ha aceptado después como parte de sus cuerpos de asesores[8].
A lo largo de la historia política de la humanidad, los dictadores crean un enemigo o enemigos para echarles la culpa de todo. Aunque AMLO es presidente de todos los mexicanos no pareciera, porque ha logrado la polarización de la sociedad a través de la política y actúa como el caudillo, portavoz y combatiente de una fracción, porque sigue calificando a quienes no estén con él que son muchos como: “mafia del poder”, el “PRIAN”, los “de arriba”, la “derecha”, “conservadores”, “pirrurris”, “fifís”, “señoritingos”, enemigos del “cambio verdadero” y de la “4ª transformación”, “mezquinos”, “canallas”, “camajanes”, “neoporfiristas”, “prensa vendida”, “chayoteros”, “amarillistas”, “huachicoleros” y lo peor: “neofascistas”[9].
El pensador y filósofo italiano Norberto Bobbio decía que: “el fascista habla todo el tiempo de corrupción. Lo hizo en Italia en 1922, en Alemania en 1933 y en Brasil en 1964. Acusa, insulta, agrede como si fuera puro y honesto. Pero el fascista es sólo un criminal, un sociópata que persigue una carrera política. En el poder, no vacila en torturar, violar, robar sus pertenencias, su libertad y sus derechos. Más que corrupción, el fascista practica la maldad”[10].
México tiene una sociedad que históricamente ha luchado por tratar de no ser clasista, racista, discriminatoria e intolerante, pero los mexicanos aún rechazamos por la condición social, por la nacionalidad, por la manera de hablar, por las filias y fobias políticas, por el estrato social, en fin, por todo. Nada ni nadie ha podido erradicar el racismo transformado en clasismo. Nos gustan los prejuicios y en pleno siglo XXI seguimos siendo intolerantes. Pero el nuevo presidente por tener esa investidura, debe dejar de dividir y gobernar para todos los mexicanos, independientemente de la clase social o la filiación política a la que pertenezcan y aunque primero sean los pobres, como él lo ha dicho reiteradamente, no debería denostar a quienes no lo son ni los trate como si estuvieran segregados o fueran sus enemigos. Porque debe quedar claro que la pobreza no dignifica, no es algo deseable, no ennoblece y tampoco es sinónimo de ser bueno, honrado o mejor que nadie. Los mexicanos no podemos ni debemos dejar que esa idea se arraigue en México, por más que López Obrador lo utilice insistentemente en sus discursos. Por lo tanto, no debe descalificar a quienes no son pobres, lo critican o no coinciden con sus puntos de vista y sus supuestos proyectos de cambio.
En el nuevo gobierno, toda crítica a la incompetencia gubernamental es interpretada como un ataque personal. Y AMLO responde como está acostumbrado, descalificando con bajezas después de décadas de lucha callejera. Es casi seguro que los mexicanos opuestos a él no saben: ¿qué es más alarmante su incongruencia rampante o su desmemoria galopante? El país requiere algo de calma luego de años de desgaste con gobiernos corruptos y poco eficientes, pero tiene en AMLO a su principal obstáculo, pues se ha convertido en el promotor número uno de la polarización y del encono. Porque el presidente un día habla de reconciliación y al siguiente acusa a sus opuestos de lo peor: crear identidades falsas entre “buenos y malos” es antimoderno, induce polarización y genera confusión. En lugar de construir la unidad con el ejemplo de un líder de alto nivel, incita a unos contra otros desde la cúpula del poder político. El mensaje que está mandando a sus más fanatizados seguidores es el de confrontación, pero entonces: ¿Adónde quiere llevar a México? ¿A la confrontación entre ciudadanos? De persistir en esa intemperancia y estulticia verbal, va a conseguir lo que ningún presidente democrático se propone: la división total de sus gobernados. Si no baja la temperatura de sus discursos cargados de una fogosidad polarizadora, vamos a terminar enfrentándonos de verdad. Y esa falta de tacto político acabará en confrontaciones reales y el tejido social se destruirá aún más, de manera irreparable, y el país no se lo merece. De no haber una corrección en el camino, nos va a dividir de verdad y su fantasía guerrera de conservadores y liberales nos va a meter en un callejón sin salida. Ya es presidente, y entonces tendrá gobernar para un país con casi 130 millones de habitantes. Hasta ahora no lo ha querido hacer, o no ha entendido que es su tarea hacerlo. Urge que recapacite, y actué como líder electo y no como eterno aspirante o candidato a un cargo.
Debe decirse que en México no importa que haya extremos ideológicos, ya que hay centros ideológicos y extremas izquierda y derecha, lo que debería entenderse y que es más importante, es que hay extrema pobreza, ignorancia y corrupción. Pero el ascenso al poder ejecutivo de un actor político que se dice de izquierda, que bajo la retórica del “pueblo sabio” y del “pueblo bueno” busca legitimar una u otra decisión sobre temas transcendentales para los mexicanos, es una preocupación constante para lo cual debemos estar alertas, porque su tiranía o en el mejor de los casos su neo-autoritarismo, está siendo muy evidente y previsible. Ya los expertos en partidos políticos lo han asegurado; AMLO no es un líder de izquierda como él cree o dice, y su partido de Morena no es de la corriente ideológica de izquierda, son más bien populistas (y no lo han señalado de manera peyorativa), procapitalistas en propósitos (al no ser anticapitalistas) y poco consistentes ideológicamente. Al ser populistas, no debiera exigírsele más de lo que puede hacer un gobierno de este tipo en un sistema capitalista que no cambiará sustancialmente con su llamada “cuarta transformación”. Recordemos que hay populismos de izquierda o de derecha, pero en la historia política de la humanidad o al menos la del siglo XX, han sido sobre todo las derechas las que han explotado aún más el populismo a su favor[11].
AMLO tampoco es un líder liberal, aunque siempre lo ha dicho y se asuma como tal. Si recurrimos a la historia política del país, debemos recordar que él construyó su carrera política a partir de la interpretación binaria y simplista de la historia: ha estereotipado a los actores y creó como en las novelas épicas que requieren estereotipos de la lucha entre buenos y malos. Y obvio él es el bueno, es el mesías, el salvador de la patria y lucha contra una mafia que se resiste a perder sus privilegios y –como en el siglo XIX–, su lucha es contra los “conservadores”. Esa construcción maniquea de la historia requirió identidades de fácil asimilación para sus seguidores, que caricaturicen a los presuntos enemigos de su proyecto político que llama “cuarta transformación”. En suma, él ha tergiversado conceptos como el liberalismo político para justificar sus argumentos políticos e históricos. No obstante, un liberal predica la libertad de los individuos, la supremacía de la ley y la iniciativa privada en lo económico y cultural. Un liberal cree en los individuos y busca protegerlos frente a los abusos del Estado, del que desconfía de forma permanente; por eso no cree en colectividades como el pueblo[12].
Definitivamente AMLO no es un hombre de Estado o mejor dicho un auténtico estadista, es más bien un líder conservador, porque según la Real Academia Española, un conservador es aquel que: “sigue las ideas del pasado”, busca mantener valores tradicionales frente a los cambios. Y definitivamente debemos decir que su gobierno parece una regresión a los gobiernos populistas del México de los años setentas. Dicho lo anterior, debe vigilarse el devenir y desempeño del nuevo gobierno, porque cuenta con una mayoría simple en ambas cámaras del poder legislativo, entre otros triunfos en el ámbito local, y ya se vislumbra un proyecto regresivo a formas centralizadas de gobierno en ausencia de contra pesos reales.
Por todo lo anterior, debe decirse que si tomamos a Max Weber como referente teórico, el nuevo gobierno encabezado por AMLO tiene las características de neo-autoritario, porque cuenta precisamente con un líder carismático y un pequeño grupo -su camarilla en el gabinete y en el Congreso- que ejercen el poder dentro de límites establecidos formalmente. Con AMLO, su gabinete, sus legisladores y sus “consultas”, México puede convertirse o puede estar convirtiéndose en un país en el que la democracia directa puede deteriorarse aún más, o definitivamente perderse frente al poder absoluto encarnado en una sola persona, por la regresión al país de un sólo hombre, es decir, la posibilidad de una restauración del antiguo régimen priista, del regreso a los tiempos del presidencialismo fuerte, vertical, unidimensional, es la principal preocupación que han mostrado distintos analistas, líderes de opinión y clase política ahora oposición. Porque AMLO está apostando a una movilización limitada, no amplia o intensa pervirtiendo así la democracia directa: consultas a la carta y a capricho del líder, tanto en temas, tiempo, forma y lugar. Uno de sus grandes problemas como gobernante es su voluntarismo patológico: dice qué, pero no cómo, con qué y con quiénes.
El libro que Umberto Eco entregó a la imprenta poco antes de morir titulado: “De la estupidez a la locura” (Lumen, 2016), está dedicado a explicar pacientemente a qué se refería el autor con aquella declaración de: “las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas” (imbecilli, en el original). Sacada de su contexto, dicha aseveración sufrió toda clase de malinterpretaciones que atribuían al semiólogo italiano un desplante elitista y desató la ira de no pocos usuarios de las redes sociales. Para Eco, las reacciones en caliente, las noticias falsas y las afirmaciones sin sustento estaban alcanzando una atención superior a la que tenían las opiniones mesuradas, el periodismo profesional y las apreciaciones de los expertos. Lo preocupante era la falta de filtros, subrayaba el escritor: al poner a todos los comentaristas en un mismo escaparate, Twitter o Facebook daban al imbécil una audiencia similar a la de cualquier premio Nobel. Puestas así las cosas, no era difícil advertir, en un extremo, cierto tufo antidemocrático, como tampoco lo era, en el otro, dictaminar sin mayores evidencias un estado de estupidez colectiva, que había encontrado en internet un medio idóneo para expandirse. El recurso de atribuir a las legiones de idiotas toda clase de acciones perjudiciales y gustos abominables, los linchamientos en redes sociales y las polémicas insustanciales, tiene a bien completar el pensamiento complotista. Decía Eco que la idea de la conspiración ordena el caos, lo mismo que el convencimiento de que los imbéciles se han apoderado de los medios. Si el síndrome del complot “sustituye los accidentes y las casualidades de la historia con un diseño obviamente malvado y siempre oculto” la invasión de los idiotas aclara de modo satisfactorio cómo es que las masas colaboran en detrimento de sí mismas. Ahí donde las teorías de la conspiración fracasan (en el reducido número de personas que necesitan organizarse para llevarlas a cabo) la de la estupidez generalizada triunfa: no importa cuántos idiotas estén trabajando en ello, por definición son los suficientes y siempre dan en el blanco[13].
El nuevo presidente ha impuesto un cambio importante e inédito en la manera de hacer política al sumar a la ciudadanía a la “toma de las decisiones” explotando los diferentes medios de comunicación, pero uno especialmente se ha convertido en el más importante: el gobierno electrónico.[14] Entendemos por gobierno electrónico, el derribamiento de la frontera que existe entre las sociedades y los gobiernos, recurriendo a las facilidades que brindan las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) poniéndolas a disposición de la ciudadanía. Es la combinación de mecanismos por los cuales el ciudadano podría estar permanentemente informado de todo lo que sus gobiernos hacen, acceder fácilmente a la información referente a tales hechos o relacionarse con los ciudadanos de una manera eficiente, rápida, cómoda. Usar un medio de comunicación como las redes sociales (twitter, facebook), o para difundir algo como denuncia ciudadana que beneficie socialmente (change.org), o urna electrónica o un gobierno electrónico que utilice Blogs, muros o páginas de internet, es cada vez más común su uso entre la ciudadanía.
El neo-autoritarismo de AMLO apuesta como todo régimen no democrático, a promover entre los medios masivos de comunicación (prensa, radio, TV, internet etc) con sus publicistas o voceros oficiales y oficiosos, a emitir opiniones fanatizadas para ejercer influencia a partir de su admiración a la toma de decisiones de su líder. Lo que explica que en los meses previos y las semanas posteriores al inicio de su gobierno, hayan aparecido nuevos y antes desconocidos "opinólogos" y un gran número de pseudo-intelectuales en todos los medios antes mencionados, defendiendo lo indefendible y tomando como referencia los desaciertos de gobiernos anteriores para justificar las malas decisiones de la nueva administración. Porque las novelas épicas requieren estereotipos, y López Obrador ha creado etiquetas con fines de ataque o de propaganda en un proyecto autocrático que se construye rápidamente. De hecho, quien inició la división, las agresiones verbales y la construcción de una maquinaria de propaganda para insultar e intimidar en redes sociales a los que piensan diferente y a las instituciones del Estado, fue López Obrador y su grupo cercano. De ahí que en las redes sociales veamos todo el tiempo estas leyendas para defenderlo: #TodosConAMLO. #AmloNoEstásSolo. En el mismo sentido, recordemos por ejemplo, que la pregunta 10 de la 2ª consulta que realizó AMLO tenía un significado particular: ¿qué le parece tener acceso libre y gratuito a Internet, lo mismo en carreteras, plazas públicas, centros de salud y escuelas de todo el país? La oferta era atractiva. Tenía la apariencia de querer democratizar la modernidad tecnológica, cuando en realidad se trata de ir preparando el camino para convertir las “benditas redes sociales” -así bautizadas por él mismo- en el principal instrumento de control y manipulación política de su gobierno.
Algunos de los expertos en comunicación política en internet[15], han demostrado con estudios que las redes sociales son uno de los principales instrumentos de comunicación y activismo de Morena. A través de ellas se colocan los temas que forman parte de la agenda y línea discursiva de AMLO. También en ellas se reacciona ante mensajes o situaciones que signifiquen una crítica u oposición a su ideario y decisiones. Dice Angélica Recillas que con frecuencia y en coyunturas concretas, aparecen en Twitter tendencias promovidas por usuarios reales afines a Morena, con una fuerte influencia en dicha red social, pero en algunos casos, amplificada por cuentas automatizadas conocidas como “bots” o bien; también alentadas por “trolls”, es decir cuentas de usuarios que interactúan para descalificar e insultar a otros a los que se considera adversarios o enemigos de las causas que abandera dicho movimiento político. Según esta autora, los análisis realizados a algunos de los hasthags vinculados a simpatizantes de Morena, dejan ver este esquema de acción coordinada a la defensiva o al contraataque. En el caso de los bots asociados a Morena, su finalidad es casi siempre contrarrestar e inhibir las críticas hacia la persona de AMLO, así como los puntos de vista opuestos a las opiniones que el presidente y su partido manifiesten. Si en medio de una situación adversa o una decisión controvertida surge de pronto un hashtag aparentemente espontáneo, es muy posible que una revisión a detalle de la tendencia, nos lleva a concluir que no lo es tanto. De hecho, la autora asegura que desde la temporada de campañas se dieron a conocer algunos reportes sobre la actividad de los candidatos en las redes sociales, de los cuales se desprende que AMLO y Morena, encabezaron no únicamente las preferencias electorales, sino también el uso de bots en la difusión de sus mensajes.
A continuación y de manera puntual, se enlistan las conclusiones sobre el devenir del gobierno de AMLO en materia de democracia directa y participación ciudadana:
1. Con sus “consultas ciudadanas”, AMLO está demostrado ser un líder político con características dictatoriales y tiránicas o en el mejor de los casos para no ser tan duro, sus acciones políticas son de corte neo-autoritario. Su discurso, sus acciones y sus decisiones algunas veces dan a pensar que está preparando el terreno para una dictadura o que es un tirano en ciernes, porque realiza “consultas ciudadanas” amañadas y fraudulentas para legitimar decisiones que previamente ya tomó. AMLO no cree en la democracia participativa, sólo la utiliza de manera discursiva para convencer a las masas de que es un líder demócrata.
2. AMLO ahora como presidente, está demostrando sus características autoritarias y sus limitaciones como líder político, porque no es capaz de responsabilizarse de sus decisiones, involucra al pueblo a su conveniencia para respaldar políticas públicas que le son complejas.
3. El gobierno que dirige AMLO fue electo por una minoría que ahora lo respalda en cualquier decisión que su líder toma, no importa que dichas decisiones sean las menos deseables o las más retrógradas. De hecho, hay una regresión a las políticas del pasado. Así como a las viejas prácticas autoritarias y de fraude como en regímenes anteriores.
4. AMLO hace gala de su histrionismo y explota sus habilidades de homo locus, o el hombre hablante, porque utiliza los medios masivos de comunicación y de información como el internet para adoctrinar a sus masas. Con su discurso promueve la confrontación de sus seguidores con los que no votaron por él.
5. AMLO no es de izquierda, es un líder populista con visiones paternalistas obsoletas. No es un líder demócrata, es más bien neo-autoritario, y tampoco es liberal, sino más bien está demostrando ser conservador en varias de sus decisiones. Porque a partir de consultas mal hechas, ha empezado a tomar decisiones de forma deficiente, su falta de oficio político está demostrándose con un ejercicio del poder muy irresponsable, de allí su aversión a la ley previamente establecida y su ansiedad por cambiarla a su modo. Está demostrando tener un gobierno ineficiente, sin experiencia y débil en sus recursos humanos.
Cómo citar: Mellado Hernández, Roberto “Participación ciudadana y democracia directa en las decisiones públicas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.” Revista Buen Gobierno No. 26. Enero – Junio 2019 E-ISSN: 2683-1643 Fundación Mexicana de Estudios Políticos y Administrativos A.C. México Importar tabla
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