Investigación en Humanidades

Globalización versus identidad cultural: un conflicto presente

Pachakay kikin yaćhaywan tinkuchi: kanan mana tinkuyniyu

Globalization versus cultural identity: An ongoing conflict

Globalização versus identidade cultural: um conflito presente

Alfredo María Villegas Oromí
Municipio de Punta del Este, Uruguay., Uruguay

Globalización versus identidad cultural: un conflicto presente

Horizonte de la Ciencia, vol. 7, núm. 13, pp. 11-26, 2017

Universidad Nacional del Centro del Perú

Los autores otorgan el permiso a compartir y usar su trabajo manteniendo la autoría del mismo.

Recepción: 05 Agosto 2017

Aprobación: 27 Octubre 2017

Resumen: Si bien se considera que la globalización dio sus primeros pasos a fines de los ’70, los cambios tecnológicos que posibilitaron la masificación de las comunicaciones, la influencia de las redes sociales y las políticas económicas internacionales producidas por el neocapitalismo –China incluido– hicieron de este proceso una herramienta fabulosa para lograr, con un impulso extraordinario, el enriquecimiento de unos pocos. Era necesario uniformar al consumidor para estandarizar la producción y oferta de bienes y servicios, penetrando en los más profundos cimientos de la cultura, con la nada inocente estrategia de arrasar las identidades culturales provocando un impacto social tremendo encubierto en la falacia del “bienestar para todos”. Esta situación ha sido anticipada por intelectuales y filósofos mucho antes, cuando el germen de la globalización aún no había infectado a la sociedad. Acha (1964) y Ricoeur (1966) fueron de los primeros, luego hicieron sus aportes García Canclini (1995), Flores Ballesteros (1997), Bayardo y Lacarrieu (1997) y Massuh (1999). La polémica no está cerrada. Nuestra libertad está en juego bajo el peso de estrategias comerciales ultracapitalistas donde las personas dejan de ser tales para convertirse en consumidores cautivos.

Palabras clave: civilización, diversidad, globalización, identidad, multiculturalidad.

Abstract: Although it is considered that globalization took its first steps at the outset of the 70s, the technological changes that allowed for the massive spread of communications, plus the influence of social networks and the international economic policies introduced by neo-capitalism –including China– have led this world-wide process to breed an outstanding tool to boost the enrichment of a few. It was necessary to adjust the type of consumer to standardize production and offer, cutting deep into the foundations of culture, with the devious strategy of destroying cultural identities, producing a tremendous social impact under the guise of a “welfare for all” banner. This situation has been exposed by philosophers and intellectuals long before, when the germ of globalization had not yet infected society. Acha (1964) and Ricoeur (1966) were the first, followed by García Canclini (1995), Flores Ballesteros (1997), Bayardo & Lacarrieu (1997) and Massuh (1999). The controversy is not closed. Our freedom is at stake under the pressure of ultra-capitalist strategies, in which people cease to be themselves to turn into captive consumers.

Keywords: Civilization, diversity, globalization, identity, multiculturalism.

Resumo: Embora se considere que a globalização deu seus primeiros passos no final dos anos 70, as mudanças tecnológicas que permitiram a massificação das comunicações, a influência das redes sociais e as políticas econômicas internacionais produzidas pelo neocapitalismo - incluindo a China – fizeram deste processo uma ferramenta fabulosa para atingir com um impulso extraordinário, o enriquecimento de uns poucos. Era necessário uniformizar o consumidor para padronizar a produção e a oferta bens e serviços, penetrando profundamente nos alicerces da cultura, com a nada inocente estratégia de arrasar as identidades culturais provocando um tremendo impacto social encuberto na falacia do "bem-estar para todos". Esta situação foi anticipada por filósofos e intelectuais muito antes, quando o germe da globalização ainda não havia infectado a sociedade. Acha (1964) e Ricoeur (1966) foram os primeiros, seguidos por García Canclini (1995), Flores Ballesteros (1997), Bayardo & Lacarrieu (1997) e Massuh (1999). A polémica não está encerrada. Nossa liberdade está em jogo sob o peso de estratégias ultra-capitalistas, nas quais as pessoas deixam de ser elas mesmas para se tornar consumidores cativos.

Palavras-chave: civilização, diversidade, globalização, identidade, multiculturalismo.

Palabras clave Nunakay, achkakaniyu, pachakay, kikinniyu, achkayaćhayniyu

Introducción

El fenómeno de la globalización –tal como entendemos el concepto en nuestros días– fue haciéndose sentir en el mundo a fines de los años ‘70, iniciando su expansión desde los Estados Unidos y los países predominantes de Europa Occidental. La caída del muro de Berlín, la implosión política-ideológica de la Unión Soviética y la masificación de las redes sociales imprimieron una aceleración extraordinaria a este proceso cuyo propósito era expandir una concepción –por ahora diremos política– a través de la ilusión del bienestar al alcance de la humanidad.

Argentina y la región empezaron a caminar hacia la globalización aplicando el ABC para su funcionamiento: la instalación de equipos de tecnología avanzada en las comunicaciones. Las mejoras en los enlaces internacionales, el incipiente desarrollo informático y las políticas neoliberales, constituyeron un tímido tanteo. El prólogo técnico–político se diseñó con motivo del Mundial de Fútbol de 1978.

Un nuevo desembarco globalizador ocurre a fines de los ‘80, y se consolida a principios de la década del ‘90 de la mano de un desarrollo tal que permitió su masificación con la evolución cibernética. El obsoleto telefax fue reemplazado por los correos electrónicos, la telefonía celular y las computadoras personales hicieron posible la interacción a través de las redes virtuales y las comunidades en el ciberespacio.

Estas herramientas –junto a otras que se expandieron en los ámbitos de la salud, los alimentos, el vestido, la publicidad, las comunidades multinacionales, la manipulación genética en el mundo vegetal, animal e incluso humano– empujaron al hombre hacia el postmodernismo en un sentido único: la necesidad de pertenecer al mundo de una nueva civilización. Esta imposición social obligó a modificar actitudes y relaciones de convivencia, impulsó otros comportamientos que rigieron los cánones de una cultura diferente y –en muchos casos– ajena.

La globalización tuvo como aliado indispensable al avance tecnológico que, en los últimos treinta años, ha sido escalofriante y es consecuencia resultante – ¿o fundamento?– de las políticas, especialmente económicas, elaboradas por los países del primer mundo, cuyos gobiernos responden a las estrategias comerciales de diversos grupos económicos y de poder. Estas corporaciones son las principales beneficiarias de la expansión planetaria de los mercados; de la multiplicación exponencial de su facturación; del incremento del consumo y la creación de nuevas necesidades para una creciente masa de individuos: los consumidores, regidos por una economía de mercado.

Este fenómeno tuvo la particularidad de promover la idea del bienestar mundial, una equidad que se acrecentaría de la mano del consumo de bienes materiales, culturales y hasta espirituales, pero esa falsa ilusión no tardó en revelar su verdadero rostro: los sueños se transformaron en necesidades en pos de esa ilusión de bienestar que nunca se alcanzó.

Con meridiana claridad, hablando sobre la cuestión del poder, Ricoeur (1966) dice: “la civilización universal es un bien, ya que representa el acceso de las masas humanas a los bienes elementales” (p.255). Mas, Ricouer (1966) advertía:

Hay que confesar que este mismo desarrollo presenta un carácter contrario. Al mismo tiempo que una promoción de la humanidad, el fenómeno de la universalización constituye una especie de sutil destrucción, no solo de las culturas tradicionales sino del núcleo creador de las grandes civilizaciones. (p.256)

De la inteligencia puesta en el manejo de los cambios dependerá el futuro de la humanidad. “Sufrimos la presión de dos necesidades divergentes” (Ricouer, 1966, p.251): entre la uniformidad pretendida por la cultura global y nuestro derecho a la diversidad cultural. La esencia de culturas regionales y tribales se ve comprometida por el aislamiento provocado por las sociedades urbanas, el rechazo de los jóvenes que salen hacia las ciudades, encandilados por sus luces, la ilusión del confort y atrapados por la maraña de las redes sociales. Ello condiciona el recambio generacional en el medio rural, la sana incorporación de nuevas ideas y muchas veces estos jóvenes renuncian a su herencia, a su identidad y a su lengua. Estos pueblos representan los grupos cuyas manifestaciones culturales están más expuestas a su desaparición.

A la luz de los hechos recientes que han sumergido a Europa en una crisis más que severa, debemos intentar responder: ¿a dónde vamos?, ¿a dónde nos llevan?, ¿a dónde queremos ir? Artus y Virard (2009) nos advierten sobre el fin de la mundialización feliz: “la globalización, lejos de ser la amalgama de las economías y los pueblos, se convirtió en una formidable máquina de generar desigualdades, que atiza el fuego de todo tipo de desórdenes financieros, económicos, sociales y ambientales”. (p.17)

Bauman (2010) considera a:

La globalización como un cambio radical e irreversible. Percibe ésta como una “gran transformación” que ha afectado a las estructuras estatales, a las condiciones laborales, a las relaciones interestatales, a la subjetividad colectiva, a la producción cultural, a la vida cotidiana y a las relaciones entre el ser y el otro. (p.16)

Ante semejante poder de transformación, es evidente que el manejo irresponsable de las estrategias globalizadoras ha producido un profundo impacto mundial. Por lo tanto, cuesta creer en la inocencia de su propuesta o que no haya detrás de la misma poderosos intereses que influyan, incluso, sobre la intelectualidad y la crítica del modelo al punto de lograr que, al decir de Grimson (2011): “Muchas veces las lógicas del mercado intelectual y académico fuerzan invenciones conceptuales o radicalidades teóricas que no dialogan con la experiencia social ni con la investigación empírica o teórica”. (p.16)

No es una visión alejada de la realidad. Gran parte de los investigadores, científicos, economistas e intelectuales neoliberales, festejaron el arribo del tsunami globalizador, al punto de pontificar los beneficios de una nueva era de prosperidad para la humanidad. Muchos fueron peones serviles de una causa, sin siquiera conocer el rostro de su amo. Dicen Artus y Virard (2009):

Pues la globalización desató fuerzas que pronto se mostraron indomables por no estar reguladas de manera cooperativa, fuerzas que, muy por el contrario, se han transformado en el terreno de todos los egoísmos. En realidad, el siglo XXI nació al pie del derribado muro de Berlín con una década de adelanto, pero (…) será el siglo de todos los excesos, y también de todas las locuras. Veinte años después de noviembre de 1989, vemos hasta qué punto todo se descarrila. Como si perdiéramos colectivamente el control. (p.20)

Y eso que en el 2009 aún no se había desatado en toda su virulencia la crisis europea ni, poco después, el látigo del fundamentalismo del estado islámico había desatado su furia sobre Francia, Bélgica, Alemania, países donde los atentados sufridos han impactado más en occidente, aunque los perpetrados en Iraq, Afganistán, Pakistán, Siria y Nigeria hayan producido la mayor cantidad de muertes. Estos cinco países contabilizan el 80% de las muertes provocadas por el terrorismo entre los años 2000 y 2015. Global Terrorism Database y Pew Research [GTD] (2016)

La violencia de todo tipo, las masacres del hombre por el hombre, la permanente agresión contra la naturaleza toda, el despojo de nuestra identidad, son temas de profunda preocupación a los que no se ha dado ninguna respuesta eficaz y en los que, como ya se ha dicho, la globalización no es inocente.

Estos desmanes hechos en nombre del progreso material, del bienestar y en nombre de la paz mundial hacen sospechar que la globalización se está utilizando como una nueva forma de dominación, de penetración ideológica y cultural.

Nuestra sociedad recibe el obsequio de múltiples Caballos de Troya y –a pesar de sabernos la historia de memoria– seguimos obnubilados como un Paris insensato que imagina imposibles: la generosidad de Agamenón y el perdón de Menelao.

La identidad en crisis

De acuerdo a las experiencias vividas en la convivencia con las comunidades criollas y aborígenes por haber trabajado por años en ellas (1977–2005), y lo alejado que ese universo está del bienestar declamado, en ese mundo, esencialmente rural, aún hoy se padecen profundas dificultades en el acceso a los derechos básicos de salud, educación, alimentación, cultura y justicia, entendidos todos ellos como derechos inexcusables que merecen como miembros activos de la sociedad.

El enfrentamiento entre globalización e identidad es tan fuerte que ha suscitado la atención de los intelectuales y generado los pensamientos más diversos, incluso antagónicos. Desde considerar a la identidad como algo negociable, un lastre atávico que impide el progreso de la modernidad con la ambivalencia de ser nostalgia por el pasado junto a la conformidad absoluta con la “modernidad líquida” (Bauman, 2010, p.20).

Tan peligroso es desconocer y desdeñar la identidad como fortaleza del hombre frente a la homogeneización y hegemonía globalizadora como lo es la creación de falsas identidades, asumiendo efectos simpáticos por aquello que nos hubiese gustados ser.

Así lo expresa Grimson (2011):

Dos de los casos que permiten constatar la banalización de ideas potentes son las nociones de “invención de la tradición” y de “construcción de la identidad. En la historia humana, constantemente ha habido intentos de inventar pasados y tradiciones y generar interpretaciones comunitarias. Cada una de esas acciones está enmarcada en una lógica situacional donde se juegan conflictos e intereses” (p.17).

En Uruguay, por ejemplo, se acentúa como identidad predominante la herencia europea –en particular proveniente de las islas Canarias y Azores– así como gran parte de su población declaman su afrodescendencia.

Curiosamente, se enorgullecen de la falta absoluta de pasado americano ya que, tal reza el dicho popular, “los uruguayos descienden de los barcos”. Aunque, a la hora de sostener el pasado americano, se dicen charrúas, en total desconocimiento de la fuerte y extensa herencia guaraní, en un notable esfuerzo por tergiversar el pasado con una “falsa construcción de identidad” que no deja de tener un trasfondo ideológico.

En Argentina, más precisamente en los ámbitos de la alta sociedad de la ciudad portuaria de Buenos Aires, y haciendo gala de su histórico desprecio al ser americano, al interior mestizo y moreno, se acuñaron los más desagradables epítetos, entre ellos el de “cabecita negra” por el color cobrizo de su piel. Borges escribía, con ácida pluma “los argentinos somos europeos en el exilio” y eso ya era toda una definición.

Es necesario profundizar en el valor intrínseco de la identidad, no como una bandera ideológica, ni pendón del fundamentalismo étnico, tampoco ejerciendo tendenciosas políticas sobre la identidad que distorsionan y manipulan la verdad conceptual.

Identidad no es frontera ni nacionalismo. De hecho, la delimitación de los países americanos, surgidos del proceso independentista, no se hizo sobre la base de la identidad. No se pensaron las fronteras respetando las territorialidades ni la tradición cultural para con la tierra –uno de los constituyentes de la identidad– sino por los intereses y ambiciones de las nuevas metrópolis.

Esto es palpable en la región del Chaco Argentino-Paraguayo, el Guayra (ParaguayArgentina y Brasil), la Puna (Bolivia-Chile y Argentina), como en otras regiones de América.

La identidad es tradición y proceso, es dinámica evolutiva pero arraigada en la idiosincrasia. Y esto se ve con particularidad en las dificultades iniciales de inclusión y las transformaciones de conductas y costumbres de quienes decidieron emigrar, realidad que se ha acentuado exponencialmente por las ilusiones del progreso económico.

Precisamente, y debido a la dinámica que la humanidad está manifestando en la construcción multicultural y aluvional de las nuevas sociedades, sabemos que la afirmación de los conceptos identitarios son imprescindibles, no para aislar y dividir, no para construir barrios étnicos ni alentar xenofobias, sino para aportar a la diversidad, para ampliar el espectro de valores propios de cada grupo consolidando el “vigor híbrido” del mestizaje cultural.

Hibridación cultural que ha profundizado como nadie García Canclini (2012), quien sostiene que:

en las actuales condiciones de la globalización, encuentro cada vez mayores razones para emplear los conceptos de mestizaje e hibridación. Pero al intensificarse la interculturalidad migratoria, económica y mediática se ve que, como dicen François Laplantine y Alexis Nouss, que no hay solo “la fusión, la cohesión, la ósmosis, sino la confrontación y el diálogo”. En este tiempo en que “las decepciones de las promesas del universalismo abstracto han conducido a las crispaciones particularistas” (Laplantine-Nouss, 1997), el pensamiento y las prácticas mestizas son recursos para reconocer lo distinto y elaborar las tensiones de las diferencias. La hibridación, como proceso de intersección y transacciones, es lo que hace posible que la multiculturalidad evite lo que tiene de segregación y pueda convertirse en interculturalidad. (p.20)

Es por ello que debemos hallar un nuevo contexto al concepto de identidad, como consecuencia de esa dinámica de la que hablamos y como respuesta a los cambios mundiales, pero no desde el manipuleo tendencioso y acomodaticio de la globalización salvaje sino desde la necesidad de definir un marco de referencia inclusivo que contenga y ampare al hombre contemporáneo en el hecho de su propio reconocimiento frente a sí mismo y la sociedad.

Es doblemente valioso que, a pesar de su gran tradición sociológica europea, Bauman (2010) sostenga que la identidad “es lo que posibilita anular los efectos planetarios de la globalización y de utilizarlos de una manera positiva”. (p.20)

Las empresas colonizadoras

Si nos atenemos a la historia de la humanidad, vemos que desde las primitivas y domésticas luchas tribales hasta las irrupciones de los grandes imperios, los objetivos fueron pasando desde la dominación territorial al enriquecimiento económico y la satisfacción de las ansias de poder. No obstante, se establecieron enlaces culturales diversos, la mayoría de las veces impuestos por el conquistador al conquistado: Pautas de comportamiento, dioses, alimentos, vestidos y costumbres.

Pero también, y de forma muy sutil, hubo un retorno del dominado al dominador sobre todo a través de las personas de servicio que estaban encargadas de la crianza de los niños, quienes actuaron –en la medida de lo posible– humanizando los vínculos como una forma de supervivencia. Con ello incorporaron nuevas formas de expresión en una incipiente cultura plural.

Podemos mencionar los vínculos culturales plasmados en las interrelaciones originadas en las disputas del hombre, aquellas emergidas de los enfrentamientos entre los pueblos nómades a lo largo del planeta: germanos y sajones; hunos contra todos, mapuches y tehuelches, tupíes y guaraníes, hurones y mohicanos, watusis y kalúas; beduinos árabes y tuaregs.

Las civilizaciones asentadas en centros urbanos, hicieron de la expansión territorial su modo de expresar la grandeza de sus imperios: asirios, caldeos, egipcios, persas, griegos, romanos, mayas, aztecas, incas, las guerras religiosas medioevales y la invasión de los moros a España. Como consecuencia de esos conflictos y ocupaciones, se realizaron diversos aportes para la construcción de nuevas cultura, en algunos casos, producto de mestizajes forzados.

En 1482 (Portugal) y 1492 (España), una Península Ibérica triunfante, soberbia y hambrienta a la vez, se vio impelida hacia su expansión ya no interna sino hacia el mundo desconocido (por ellos), presuntamente deshabitado y sin dueños (o sea sin ellos). Entonces se lanzaron a la conquista de América. Europa, por su parte, hizo de las suyas con la dominación del África y la colonización de gran parte de Asia. De esa manera se gestó el primer modelo de globalización con el proceso de apertura económica y la europeización del orbe.

Así llegamos a las guerras ideológicas en Europa: la Revolución Gloriosa (Inglaterra, 1688), la Revolución Francesa (1789), el Imperialismo Británico (1870), la Revolución Rusa (1917), el Fascismo Italiano (1918), el Nazismo Alemán (1922), la Guerra Civil Española (1936/1939) y las dos grandes guerras mundiales (1914/1918 y 1939/1945) cuya consecuencia fue la partición del mundo en Yalta. Luego, la Revolución China (1949).

Estos procesos de dominación política-económica gestaban en sí el germen globalizador que fue perfeccionándose con el tiempo y encontró en las herramientas aportadas por la tecnología de fines del Siglo XX las claves para la modificación de la ecuación tiempo-espacio y ya nada fue imposible.

La globalización, ¿una herramienta del progreso?

El uso político del desarrollo tecnológico alcanzado hacia fines del segundo milenio contribuyó decisivamente en la difusión de los nuevos conocimientos e invenciones. Pero estos no son sino el fruto parido por el hacer del espíritu científico y ese espíritu es patrimonio de la humanidad. Por lo tanto, podríamos concluir que los desarrollos científicos estimularon la creación de herramientas cuyo beneficiario es el género humano en su conjunto; y esta es una verdad incuestionable. “Aunque sea posible atribuir a tal o cual nación, a tal o cual cultura, la invención de la escritura alfabética, de la imprenta, de la máquina a vapor, etc., un invento pertenece por derecho propio a la humanidad” (Ricouer, 1966, p.252)

Es por ello que, la “auténtica comunidad del género humano” que esperanzaba a Buber “es una utopía que muchos ven prefigurada en las mejores promesas de la globalización” (Massuh, 1999, p.67). Es notable que estos pensamientos –instalados en el mundo de las ideas– hayan entusiasmado a pensadores, filósofos y antropólogos, a científicos e investigadores a ver la universalidad del desarrollo humano como la panacea del progreso. Con claridad, Ricoeur (1966) advertía que “hay progreso cuando se cumplen dos condiciones: es por un lado un fenómeno de acumulación y por otro un fenómeno de mejoría” (p.254)

De aquí se infiere que la universalización de tecnologías, de utilidades diversas y aplicadas en ámbitos múltiples, es solamente una herramienta al servicio del hombre y nos es un bien ni un mal en sí misma.

Su aplicación debería introducirnos en una civilización universal, de relaciones múltiples entre los hombres que, conscientes de las necesidades de expandir sus habilidades y conocimientos, estén dispuestos a incorporar –apropiarse– tradiciones culturales, vocablos, costumbres de alimentación o vestido, manifestaciones artísticas, arquitectónicas, técnicas, estrategias de gobierno tanto políticas como económicas, y todo quehacer proveniente de otra u otras comunidades –civilizaciones– que enriquezcan su bagaje cultural y, al mismo tiempo, ofrezcan lo suyo en una verdadera construcción de una cultura plural.

Se podría pensar en una humanidad que, dispersa en su lenguaje luego del episodio de la Torre de Babel, hubiera decidido, inteligentemente, reunirse a compartir lo que cada uno experimentó, descubrió, amó, se equivocó, en definitiva: vivió, ofreciéndolo con generosidad al servicio de los otros.

Tal vez en esto pensaba Ricoeur (1966) al afirmar:

La civilización universal es un bien, ya que representa el acceso de las masas humanas a los bienes elementales; ningún tipo de crítica de la técnica podrá equilibrar el beneficio absolutamente positivo de la liberación de las necesidades y del acceso masivo al bienestar; hasta el presente la humanidad ha vivido por procuración de alguna manera, bien sea a través de algunas civilizaciones privilegiadas, bien a través de algunos grupos selectos; es la primera vez que vislumbramos, desde hace un par de siglos en Europa y desde la segunda mitad del Siglo XX para las inmensas masas humanas de Asia, de África y de América del Sur, la posibilidad de un acceso de todos los hombres a un bienestar elemental. Pues bien, el acceso masivo de los hombres a ciertos valores de dignidad y de autonomía es un fenómeno absolutamente irreversible, un bien en sí mismo. Vemos cómo aparecen en la escena mundial grandes masas humanas que hasta ahora estaban mudas y aplastadas; puede decirse que un número cada vez mayor de seres humanos tienen conciencia de que hacen historia... (p.225)

Evidentemente, el pensamiento de Paul Ricoeur no fue profético sino una ilusión incumplida. El despertar de la humanidad tuvo un desarrollo conflictivo y una actualidad generalmente violenta.

La progresiva concentración del poder, su unitiva acumulación y la deplorable situación planetaria son pruebas palpables del rumbo al que nos quiere conducir la tan promocionada globalización. La ambición y el poder de los globalizadores saquean los magros recursos de los globalizados.

Pero como veremos más adelante, Ricouer también anticipó las consecuencias que la manipulación de semejante herramienta podría traer a la humanidad.

La globalización en la cultura

Si empezamos a indagar las acciones de la estrategia global en la cultura, no podemos dejar de considerar el punto desde donde se mira: el mismo que juzga es quien impone, transmite, condiciona y enarbola los paradigmas de la civilización o la barbarie.

Una evidencia de quien es el que reparte los roles la señala el propio Ricoeur (1966) cuando dice “el hecho de que la civilización universal haya procedido durante mucho tiempo del foco europeo ha mantenido la ilusión de que la cultura europea era, de hecho y de derecho, una cultura universal”. (p.257)

Ricoeur habla de una concepción eurocéntrica en la definición de la cultura universal. No podemos ignorar la vocación hegemónica de los Estados Unidos de Norteamérica, por lo tanto, es más apropiado hablar de procesos neocolonizadores promovidos desde el hemisferio norte occidental. A todo ello, tampoco podemos dejar de considerar el impacto de la invasión de la espiritualidad oriental, como expresiones culturales ajenas a nuestra identidad.

Por ello, es pertinente poner en tela de juicio la validez de tal universalidad en cuanto se manifiesta como una imposición de valores, incluso una neoestética sutil del poder; mientras se subordina a una colonización cultural con objetivos de establecer pautas de distribución y consumo, tan habituales en las artes en general y en la literatura y la cinematografía en particular.

Cuando se habla de globalización de la cultura, no debe entenderse solamente al arte, sino a la cultura en su totalidad. Si la globalización fuese en esencia un intercambio, un dame y doy moderadamente parejo, la realidad cotidiana sería diferente. Los jeans y los tenis pululan por todos los rincones de la tierra mientras que las ropas autóctonas son consideradas extravagantes, hasta de mal gusto, incluso en la propia tierra.

Si un hombre, salido de la terminal de ómnibus, camina por el centro de Buenos Aires vestido con ropas de trabajo de campo, alpargatas negras, sombrero y pañuelo al cuello con su pasador de plata, va a ser muchos más mirado en forma curiosa y con cierta burla por los cientos que a su lado van por la calle vistiendo camisas desopilantes, bermudas desflecadas, ojotas, panzas al aire con apliques en el ombligo, tanto en ellas como en ellos, aritos en la nariz, en las cejas y tetillas y rematan su apariencia cocoliche con sus pelos multicolores. En el país del bife y las vacas, el extravagante es el hombre del campo. Si eso no es el fruto de la discriminación como evidencia de una derrota cultural, entonces ¿qué es?

Lo grave de la “Mcdonalización” no es solo la comida chatarra y la obesidad consecuente sino el desplazamiento de nuestra cultura alimenticia, así como el reemplazo de las tradicionales pizzerías italianas, incorporadas a nuestra identidad con la inmigración, por los fast-foods cuya escenografía nos es insípida y ajena, tanto como su negocio global.

Así, los restaurantes rioplatenses en Frankfurt o California son lugares exóticos que mezclan las boleadoras con el tango a lo Rodolfo Valentino. La identidad del ser latinoamericano se ha convertido en otro producto de exportación, no “vendido” por nosotros sino diseñado por la idea que los consumidores foráneos tienen de nosotros, es decir una identidad sustituta, ficticia, alejada de nuestra realidad.

La identidad cultural

El conflicto entre globalización e identidad cultural es una hipótesis válida y presente. “En nuestros días estos conceptos se entrecruzan, se tensionan y se transforman, como las realidades que están en juego” (Flores Ballesteros, 1997, p.131).

El concepto de identidad, y las discusiones generadas en cuanto a su definición más exacta, vienen de lejos. “El principio ontológico de identidad es uno de los pilares de la filosofía occidental” (Flores Ballesteros, 1997, p.133).

Desde el ámbito sociocultural relacionamos la identidad con los orígenes étnicos, tribales, grupales, nacionales, regionales; niveles educativos, sociales; grupos de afinidad política, religiosa, artística, etc.

Si bien muchas de estas características no sufren variaciones, otras se ven modificadas por la evolución del pensamiento en el tiempo, por las modificaciones del ambiente personal, por la incorporación de comportamientos o costumbres aprehendidos de otras culturas, ya sea por contactos con grupos migrantes, o por viajes realizados. Esto nos indica que la identidad no es estática, sino dinámica, aunque siempre nos indique la idiosincrasia individual o colectiva, lo que nos asemeja a unos y nos diferencia de otros.

Ahora bien, muchas veces la identidad individual no siempre concuerda con la identidad de nuestras expresiones artísticas. Las escuelas de formación, la influencia de autores y lecturas, la exterioridad distinta a lo propio –que nos atrae e incorporamos– van a dificultar la posibilidad de definirnos, no personalmente, sino cuando se quiere establecer un conjunto, por ejemplo: Literatura Latinoamericana. Juan Acha (1964).dijo:

Si consideramos que nuestra identidad constituye un proceso al calor de la realidad local y mundial, en cuanto somos y queremos ser, y si pensamos que somos plurales, en tanto nacemos y crecemos rodeados de las diferencias más opuestas, nos nutren varios mestizajes y podemos adoptar indistintamente varias maneras de ser (lo cual nos hace inestables o imprevisibles, para la mente europea) entonces no todo lo latinoamericano es típicamente latino ni nadie puede señalar con probidad lo que es y no es legítimamente latinoamericano en arte; menos aún imponérselo a los artistas” (p.201)

La dinámica de la identidad cultural, que en nuestro caso como habitantes del Sur de Sudamérica es sumamente variada y plural, se evidencia en características muy claras determinadas por:

¡ los orígenes étnicos: mogoliodes, australoides, polinesios, tasmanios u otros orígenes posibles

¡ la región de pertenencia: pueblos andinos, amazónicos, marítimos, puneños, serranos, patagónicos, fueguinos, isleños, pampeanos, fluviales,

¡ los hábitos poblacionales y fuentes de sustento: nómades y sedentarios, cazadoresrecolectores y cultivadores

Por ello sus culturas son tan diversas como propias. Luego vendría el pródigo cruzamiento con el europeo durante la conquista junto el aporte de diversas etnias africanas. Este mestizaje, que definió al criollo, al gaucho, continuó luego con las diferentes corrientes inmigratorias de italianos, alemanes, chinos (en Perú), árabes, judíos, armenios y todo hombre de buena voluntad que quiso habitar esta región del planeta.

Con todo este mestizaje y a pesar de las culturas arrasadas por las diversas “conquistas”: la española, la del desierto (Argentina), el genocidio charrúa (Uruguay) la del norte y las cibernéticas, sería una barbarie fundamentalista pensar en restituir los orígenes tal cual fueron sin considerar las modificaciones que, bien o mal, han transformado nuestro ambiente, nuestro entorno. Tal como dice García Canclini (1995):

Siguen existiendo, como dijimos, movimientos étnicos y nacionalistas en la política que pretenden justificarse con patrimonios nacionales y simbólicos supuestamente definitivos. Pero me parece que la operación que ha logrado más verosimilitud en el fundamentalismo macondista es la que congela lo “latinoamericano” como santuario de la naturaleza premoderna y sublima a este continente como el lugar en el que la violencia social es hechizada por los afectos. (p.95).

La disolución de la propia identidad es más evidente en el medio urbano, y más crítico aún en las grandes ciudades, donde el impacto de la globalización, sobre todo en la calidad de vida, ha sido enorme. Sus mecanismos son la teleidiotización a través del sensacionalismo sangriento, los crímenes en directo y las persecuciones espectaculares. Cámaras ocultas, talk shows y reality shows con los dramas y bajezas más increíbles que aderezan las horas de la cena junto a la parafernalia escenográfica de sectas mediáticas y predicadores burlescos como sustitutos de la verdadera relación personal con Dios.

El deseo de la fama inmediata a cualquier precio despliega sus estrategias lúdicasdependientes, su sexo al instante, la degradación humana como ejercicio y la difusión multiestelar con el ciberespacio infinito por delante. Esto es signo de un nuevo drama de nuestro tiempo que merecería un análisis extenso, puntual y que se define como “La cultura de lo efímero”.

Por otro lado, la violencia intrafamiliar y la callejera, la desnutrición y la mortalidad infantil, la gente sin techo y el abandono de los ancianos. La pobreza mudada en la miseria más atroz, las enfermedades sociales como el sida, la obesidad, la bulimia y anorexia, cánceres de todo tipo, las depresiones y crisis cardio y cerebro vasculares. La intolerancia, la xenofobia, incluso con los vecinos. La droga asesina. El tráfico de personas y de órganos. La pedofilia y el maltrato infantil.

El crimen y la miseria se han globalizado, transmitidos en directo por la televisión financiada por poderosas empresas, generalmente globalizadoras.

Hemos incorporado lo peor, ya lo advertía Ricoeur (1966) como uno de los mayores peligros:

Sentimos muy bien que esta única civilización mundial ejerce al mismo tiempo una acción de desgaste o de erosión a costa del fondo cultural que ha forjado las grandes civilizaciones del pasado. Esta amenaza se traduce, entre otros efectos inquietantes, por la difusión ante nuestros ojos de una civilización de pacotilla que es la contrapartida irrisoria de lo que hace poco llamaba la cultura elemental. (p.256).

Más adelante dirá, con meridiana contundencia “lo cierto es que el descubrimiento de la pluralidad de las culturas no es nunca un ejercicio inofensivo” (Ricouer, 1966, p.257).

Globalización y literatura

La literatura no fue ajena a los avatares de la globalización. Conmovida por una furiosa transformación, pasamos desde la incipiente literatura de la independencia, que con “vocación integradora en la América Latina, la larga carrera por aprehender una identidad compleja y proteica, son parte de preocupaciones que atañían ya a los intelectuales criollos del primer hispanoamericanismo (…) capaces de romper la dependencia de la metrópoli”. (Barrera Enderle, 2008, p.8).

Así se vio nacer a la literatura gauchesca, género genuinamente latinoamericano; de allí pasamos a una prematura globalización panamericana de principio del siglo XX, impulsada desde los Estados Unidos y fuertemente cuestionada por Martí. Luego, la revolución modernista y Darío sacuden los cimientos herrumbrados de la literatura en castellano y finalmente la irrupción del realismo mágico en el boom de los años ‘70. Desde ese último entonces, transitamos una extraña inconsistencia hasta el presente, solo conmovida por algunos lobos solitarios que logran escaparle al mercantilismo literario de los best sellers.

No es una afirmación exagerada considerar anodino el mundo literario de esta primera década del siglo XXI cuando nos vemos desbordados por una abrumadora industria editorial que presenta diversas caras, opuestas pero igualmente peligrosas.

Por un lado, y gracias a la modernización tecnológica, a la facilidad de lograr ediciones costeadas por los propios autores, se edita mucho más de lo que se puede leer: ediciones de tiradas cortas y económicas; antologías pagas organizadas por editoriales mercantilistas y los pseudos concursos instituidos con la excusa de editar un libro y otros negocios con la literatura como pretexto, son posibles gracias a una inusitada ambición por tener el propio libro, pocas veces justificado por su calidad y el dudoso talento literario de su autor, otras –demasiadas, tal vez– , se manifiesta de modo dramático aquellas palabras de Borges “hay muchos escritores que piensan más en publicar que en escribir”.

En otro aspecto, el filósofo francés Alain Finkielkraut, citado por Jorge Fornet en el prólogo del libro de Barrera Enderle (2008) dijo:

Se escandalizaba hace unos años ante el desolador panorama de la cultura devastada por la industria del ocio: el pensamiento avasallado por el entertainment. Todo tiende a igualarnos, pero por el más empobrecedor de los raseros. Dentro de ese arrollador proceso (…) las culturas particulares y periféricas ocupan un lugar tan precario como decisivo. (p.10).

Y ese juicio no debe entenderse como una sentencia de elitismo, no es oponer “culto versus popular” sino enfrentar la tabla rasa de mercado, la industria del “mejor vendido” aunque muchas veces sea el peor escrito. Es desnudar la “alfaguarización” de la literatura.

Una nueva censura

Desde los principios-mediados de los años ‘80, ya superados los años oscuros de las dictaduras en el Río de la Plata y los países del Sur continental (Argentina / Uruguay / Chile / Paraguay / Bolivia / Perú) en los que la censura decidía que se editaba y leía y que no, las editoriales independientes iniciaron una floreciente actividad. Un aire fresco recorría las estanterías de las librerías y se pudo saciar, con amplia libertad, las ansias de leer lo que el lector quisiera. Por su parte, España avanzaba a pasos agigantados luego de la muerte de Franco (1975), ya se perfilaban las alternativas de un negocio literario fabuloso. Las principales editoriales españolas fueron fusionándose, creando grupos editoriales. Prisa-Alfaguara es adquirida por Santillana y el grupo absorbe prestigiosas editoriales españolas y rioplatenses (Aguilar, Taurus, Debate, De bolsillo, Grijalbo y Sudamericana entre otras). Luego, el conglomerado es adquirido por Penguin Radom House (Estados Unidos) y se consolida uno de los grupos editoriales que publica y distribuye obras en lengua española en todos los formatos –papel, digital o audio– en España, Portugal, los países de América Latina y Estados Unidos.

Por su parte, Planeta, con sede en Barcelona, se convierte en una corporación editorial enorme con más de 100 sellos editoriales de España y Latinoamérica, entre ellos: Espasa, Seix Barral, Minotauro, Tusquets, Emecé, Paidós. Además, construye un imperio multimedia con su participación dominante en A3M Corporación (con Antena 3, La Sexta y la cadena de radio Onda Cero) y en prensa con el periódico La Razón. Barrera Enderle (2008) sentencia en “Literatura y Globalización”, un libro imprescindible para entender a fondo este proceso en el que se mercantiliza la literatura que “si la censura fue censurada, su lugar lo ocuparon las nuevas editoriales privadas y transnacionales” (p.31). De esta manera, el umbral de expectativas de los lectores en Hispano-América sufrió con las decisiones impuestas por esta corporaciones: la rentabilidad editorial estimulada por el marketing y el aumento descomunal en la producción de libros:

Tabla 1
Libros con ISBN editados –Resumen General–
Datos CERLALAC 2000 2015 Crecimiento
América Latina 59.568 197.587 331.70%
España 65.807 92.986 141.30 %
Portugal 13.000 18.715 143.96%
Totales 138.375 309.288 223.51%

Ahora, ante estos números oficiales del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) no se entiende con qué criterio las casas matrices de las grandes editoriales toman las decisiones sobre qué y a quién se publica. Según propias palabras de las filiales locales (Uruguay y Argentina) ellos, a la hora de proponer la inclusión de un autor a su catálogo, se someten a las decisiones tomadas en las casas matrices y no depende tanto de su calidad literaria, sino a la venta esperada.

Salvo el esfuerzo de algunas editoriales independientes o los Fondos editoriales universitarios, la industria editorial en América Latina se ha convertido en un gran negocio y ha dejado de ser literatura.

Como dato complementario, veremos los números de los seis países latinoamericanos que más libros editan según el mismo informe del CERLALC.

Tabla 2
Libros con ISBN editados –por países en América Latina–
Datos CERLALAC 2000 2015 Crecimiento
Brasil 20.838 88.685 425.60%
México 6.533 29.895 457.60%
Argentina 13.149 28.966 220.29%
Colombia 6.465 17.759 274.70%
Chile 2.418 6.268 259.22%
Perú 1.390 6.094 438.42%
Totales 50.793 177.667 349.78%

Los trece países restantes (Puerto Rico está excluido de la lista del CERLALC) editaron en el año 2015 entre unos 4.000 libros (Cuba) y 318 (Nicaragua). En Uruguay se editaron 2.081 libros. Si comparamos estas cifras con la producción informada por el CERLALC vemos que estos seis países editaron en el 2015 el 90 % del total publicado en América Latina y el 57% de la producción total en Hispanoamérica. Esto hace aún más incomprensible la ausencia de los escritores nacionales en los catálogos, salvo un grupo privilegiado, unos por sus méritos literarios y muchos más por la bendición del dios mercado.

Por eso, resaltamos los conceptos que sostiene Barrera Enderle (2008): “Más libros y menos talentos, a pesar que se nos asegure a diario el surgimiento de grandes promesas: ¿quién recuerda el autor más celebrado del año pasado?” (p.39). Podríamos sería más cáusticos aún, ¿quién puede nombrar a tres de los seis Premios Nobel de Literatura de Sudamérica?

Pero, “No solo la literatura ha mudado sus formas, sino los medios de difusión, acceso y recepción han padecido transformaciones considerables bajo la maquinaria de la industria cultural” (Barrera Enderle, 2008, p.13). No podemos ignorar estas transformaciones que no se limitan a los apocalípticos anuncios sobra la muerte del libro papel sino a la pobreza y manipulación de los contenidos que terminen convirtiéndolos en “un simple instrumento de propaganda de interés ajeno” (Barrera Enderle, 2008, p.14).

El ejercicio del criterio

Vivimos un tiempo signado por la dificultad de marcar límites, por el facilismo y el “dejar hacer” y ello no significa que niños y jóvenes ganen libertades, sino, por el contrario, está condicionando la valoración del esfuerzo, la superación de dificultades como una instancia de proceso educativo, no solo en escuelas sino en el seno mismo de la familia. En este escenario, que afecta también al mundo de los adultos, la figura del crítico literario está pasando por una crisis severa. Si bien es cierto que nunca ha sido una tarea simpática:

su influencia ha disminuido, eclipsándose bajo la sombra multicolor de los medios masivos de comunicación. Su función cultural se reduce a la mal pagada reseña o al minúsculo comentario de solapa. Los juicios de valor son ahora determinados por las grandes empresas editoriales que los ejercen (los imponen) y emiten a través de una supuesta y sospechosa crítica pública, sostenida y dirigida por los intereses de una industria en expansión. (…) La industria cultural, agigantada en los últimos años, exige la rentabilidad y la manufactura de fórmulas de éxito; necesita diseñarle a sus productos estrategias para la competitividad en el mercado. El escritor precisa de un agente que lo represente, pues su agenda ya no se reduce a la solitaria búsqueda de inspiración, sino a una agitada gira publicitaria para cubrir los nuevos espacios creados para la macro venta editorial: ferias del libro, presentaciones, reuniones sociales, entrevistas, charlas cibernéticas, etc. (Barrera Enderle, 2008, p.14 / 15)

Lamentablemente, estas modalidades están marcando un rumbo que debe ser transitado, con mucho más esfuerzo y financiándose a sí mismos, por los escritores independientes so pena de quedar en las sombras, tanto ellos como su obra. Los escritores independientes deben buscar otros espacios para no caer, irremediablemente, en el más absoluto anonimato.

Conclusiones

La globalización está impulsada por poderosos intereses, millones de dólares puestos en un juego peligroso, sobre todo para los más débiles. La humanidad tiene que desarrollar sus propios anticuerpos. Demonizar la globalización sería entregarle en bandeja el triunfo a quienes la han manipulado en su propio provecho. Se debe modificar el uso de la herramienta no destruirla, aunque ello no sea fácil; Para ello hay que despertar “la osadía del héroe que busca espacios inéditos” (Massuh, 1999, p.9).

Es necesario custodiar esos valores, defenderlos y decirle al mundo, empezando por nuestra propia casa, que el poder expansivo de su oferta no siempre responde a lo que realmente el lector necesita o quiere; que sepan que los lectores exigentes no están dispuestos a empobrecerse más aún, creándoles necesidades superfluas. Ya bastante chatarra se ha consumido. Luego del entusiasmo que muchos vivimos ante los prodigios e invenciones de nuestro tiempo viene la reflexión, el desencanto, la toma de conciencia. Pero también la pregunta que salva y pide continuidad, otra vez. Maravilla de la historia humana: aunque haya metido un gusano en sus mejores frutos, siempre renacen el asombro, la lucha, la voluntad de intentar de nuevo: se cuentan las bajas y se limpia el campo. La reflexión, entonces, es una vela de armas para reiniciar la aventura. (Massuh, 1999, p.13).

Y nosotros, escritores, intelectuales, docentes, hombres y mujeres de la cultura, tenemos que asumir este desafío… porque en ello nos va la vida.

Referencias bibliográficas

Artus, Patrick; Virard, Marie-Paule. (2009) “Globalización: aún falta lo peor”. Capital Intelectual / Le Monde diplomatique, Buenos Aires.

Acha, Juan. (1964) Ensayos y ponencias latinoamericanistas. Caracas: Ed. Galería de Arte Nacional.

Barrera Enderle, Víctor. (2008) Globalización y Literatura. La Habana, Cuba: Casa de las Américas.

Bayardo, Rubens; Lacarrieu, Mónica. (1997) Globalización e Identidad Cultural. Buenos Aires: Ed. Ciccus.

Bauman, Zygmunt. (2010) Identidad. Conversaciones con Benedetto Vecchi. Buenos Aires: Ed. Losada.

CERLALC. (2017) “Indicadores del libro la lectura y las bibliotecas – Número de títulos con ISBN por país. Bogotá: UNESCO.

Flores Ballesteros, Elsa. (1977) Arte, Identidad y Globalización / Globalización e Identidad Cultural. Buenos Aires: Ediciones Ciccus.

García Canclini, Néstor. (1955) Consumidores y ciudadanos. México: Ed. Grijalbo.

García Canclini, Néstor. (2009) Culturas híbridas. Buenos Aires: Paidós.

Global Terrorism Database y Pew Research. (2016) Http: //www.eldiario.es/internacional/ atentados-organizaciones-islamistas-mayoria-musulmana.

Grimson, Alejandro. (2011) Los límites de la cultura / Crítica a las teorías de la identidad. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Massuh, Víctor. (1999) Cara y contracara, ¿una civilización a la deriva. Buenos Aires: Emecé Editores.

Ricoeur, Paul. (1966) Histoire et verité. Paris: Seuil.

Ricoeur, Paul. (1986) Ética y Cultura. Buenos Aires: Editorial Docencia.

Notas de autor

Alfredo María Villegas Oromí. Uruguayo. Ingeniero en Producción Agropecuaria por la Universidad Católica Argentina. Escritor, Investigador, Profesor Universitario y Gestor Cultural. Fundó Ediciones Botella al Mar – Uruguay en el año 2005 junto a la escritora uruguaya Rocío Cardoso. Creador y organizador de los Encuentros Internacionales “Poetas y Narradores de las Dos Orillas” que cuenta con las Declaraciones de Interés Cultural por el Ministerio de Educación y Cultura, y Turístico por el Ministerio de Turismo de Uruguay. Presidente del Consejo Asesor Municipal de la Cultura del Municipio de Punta del Este. Integrante del Comité Editorial de la Revista editada por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Jorge Basadre, en Tacna, Perú.
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