A HISTORIOGRAFIA SOBRE AS MISSÕES JESUÍTICAS: A ESCRITA E O TEMPO

La vida del jesuita Román Arto a través de sus escritos sobre su experiencia misional entre mataguayos y tobas

The life of the Jesuit Román Arto through his writings on his missionary experience between Mataguayos and Tobas

Carlos A. Page *
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina

La vida del jesuita Román Arto a través de sus escritos sobre su experiencia misional entre mataguayos y tobas

Anos 90, vol. 27, e2020204, 2020

Universidade Federal do Rio Grande Sul, Programa de Pós-Graduação em História da Universidade Federal do Rio Grande do Sul

Recepção: 05 Fevereiro 2020

Aprovação: 10 Maio 2020

Resumen: En la segunda mitad del siglo XVIII los jesuitas tomaron una activa participación en la evangelización del Chaco, tutelando reducciones creadas para la defensa del escaso territorio conquistado por los españoles. La resistencia indígena por momentos fue implacable, pero a costa del sacrificio de miles de vidas. El presente trabajo no pretende debatir sobre la escritura jesuítica como problema historiográfico, como tampoco profundizar en el método biográfico y menos aún en el carácter etnográfico de los protagonistas secundarios ya que son temas arduamente tratados. Simplemente aspiramos a recorrer la vida de un misionero poco conocido, a través de sus memorias escritas desde el exilio, donde relata los sucesos por él vividos entre mataguayos y tobas. Momentos con diversas vicisitudes que, a pesar de un relato apologético, no dejan de visibilizar una constante decepción por reformar una cultura diferente, en una agotadora entrega por intentar el reconocimiento del otro como individuo, en cierta forma considerado como opuesto. Tentativas que parecieran verse consoladas y sosegadas en el ostracismo del destierro.

Abstract: In the second half of the 18th century, the Jesuits took an active part in the evangelization of the Chaco, protecting reductions created for the defense of the scarce territory conquered by the Spanish. The indigenous resistance at times was implacable, but at the cost of the sacrifice of thousands of lives. The present work does not pretend to debate on the Jesuit writing as a historiographic problem, nor to delve into the biographical method and still less in the ethnographic character of the secondary protagonists since they are arduously treated subjects. We simply aspire to go through the life of a little-known missionary, through his memoirs written from exile, where he recounts the events he lived through between Mataguayos and Tobas. Moments with various vicissitudes that, despite an apologetic account, do not fail to make visible a constant disappointment at reforming a different culture, in an exhausting dedication for trying to recognize the other as an individual, in some way considered as opposed. Attempts that seem to be consoled and calm in the ostracism of exile.

Keywords: Jesuits, Román Art, Mataguayos, Tobas, Exile.

Palabras clave: Jesuitas, Román Arto, Mataguayos, Tobas, Exilio

Introducción

El género biográfico ha tenido una prolongada vigencia, desde las construcciones heroicas de la antigüedad clásica, hasta las derivaciones metodológicas de la prosopografía, que considera al sujeto como parte de determinadas colectividades. El revival por la biografía se enlaza con una etapa por retomar las vidas dentro de cada experiencia individual (BURDIEL, 2000, p. 40-41). El clásico género perdura, pero adaptado a las actuales bases epistemológicas y objetivos de la historia. Pues se constituye en una aproximación plausible a la explicación de tiempos pasados y la reconstrucción de tramas sociales (NÚÑEZ GARCÍA, 2013, p. 206).

La revalorización del género biográfico en el sentido de recuperación del papel del protagonista como sujeto y actor histórico, asiste dentro del marco historiográfico a superar frías estadísticas del cuantitativismo, del determinismo económico, del estructuralismo braudeliano y otras tendencias.

El individuo/sujeto histórico, pasa a ser el centro del relato en su necesario contexto y su interrelación con el otro y el mundo que lo circunda. De tal manera que desde la recuperación del género biográfico se rescata al individuo desde una corriente de la historia científica y académica en desmedro de los esquemas positivistas decimonónicos, los paradigmas estructuralistas del siglo XX, como así también, las biografías noveladas.

Los antiguos jesuitas utilizaron el modelo biográfico de la antigüedad en distintas etapas, para alcanzar una construcción final del relato. Desde las cartas de edificación, escritas por testigos de las muertes, hasta las Cartas Anuas que informaban al general del deceso, los historiadores contaban con el material necesario para construir un texto hagiográfico acorde a su tiempo (PAGE, 2008).

Dentro de la historiografía jesuítica moderna, el P. Furlong retoma en nuestro medio la historia del individuo, en su conocida serie Escritores Coloniales Rioplatenses. Con ello se inserta en una prosopografía que pareciera no tener final, ante la avalancha de biografías de jesuitas que quedan por hacer. En este sentido nuestra contribución intenta acercarse a los sucesos protagonizados por el P. Román Arto con la expectativa de insertarlo dentro del marco de la ocupación española en el Chaco.

Datos biográficos del P. Arto fueron marginalmente mencionados en la relación de su compañero de misión, el mártir Francisco Ugalde de quien, en su momento, el provincial del Paraguay P. José Isidoro Barreda escribió su obituario en la Carta Anua firmada el 19 de mayo de 1757 (SALINAS; FOLKENAND et al., 2017, p. 803-808). Poco después, Pedro Juan Andreu, escribió un libro sobre la “vida, virtudes y muerte” (1761) del mártir. Edición que fue reimpresa en facsímil por la Diputación Provincial de Vizcaya en 1956, en conmemoración a los doscientos años de su martirio1. Estos escritos fueron construidos seguramente con la información que aportó el P. Arto2 quien, como testigo presencial de su muerte, escribió una “Relación del levantamiento de los mataguayos y de la muerte que han dado al P. Ugalde”, firmada el 23 de octubre de 1756 y el “Informe de lo mucho que hizo y padeció el P. Francisco Ugalde en el tiempo en el que vivió entre los mataguayos” (ORDÓÑEZ; PÉREZ LARRAYA, s/f (I), p. 24).

En base a estos textos, y en el siglo XIX, también escribió sobre el mártir jesuita, el P. Estanislao Jaime Labaytu (1882), biografía que luego incorporó a su Galería de Vascongados Ilustres (1893, p. 229-253).

En los últimos años, los mencionados jesuitas Valeriano Ordóñez y Félix Pérez de Larraya, escribieron una compilación de biografías de jesuitas navarros y sobre el P. Arto en particular, lo hizo el primero. Obtuvimos un ejemplar mecanografiado y encuadernado en el Archivo Histórico del Santuario de Loyola en Azpeitia, donde el P. Isidro Sanz, a su vez, nos facilitó otro trabajo propio, ampliatorio del anterior, donde incluye otras biografías, mientras que la del P. Arto, se limita a transcribir el reducido texto del P. Ordóñez.

Por lo demás, contamos con información básica del Catálogo del P. Storni (1980), no siendo su nombre incluido en el Diccionario Histórico Temático de la Compañía de Jesús (2001).

Se cita al P. Arto lateralmente en obras del P. Furlong, quien escribió en particular que el P. Arto “[…] es autor de una interesante ‘Relación de los indios Tobas y Mocobíes (sic, en realidad mataguayos)’, señalando las páginas del legajo del Archivo de Barcelona, que lleva el título ‘Misiones del Chaco, Mártires y Tonkin’” (FURLONG, 1938, p. 6) como parte de las quince monografías que solicitó Joaquín Camaño para su “enciclopedia étnica”. Este legajo, que se encuentra en el Archivo Histórico de la Compañía de Jesús en Cataluña (ARXIU), fue publicado por Maeder, (et al., 2016). También y es importante señalar que el P. Furlong dejó un manuscrito inédito titulado Entre los Tobas de Jujuy, de aproximadamente doscientas páginas que se encuentra perdido (GEOGHEGAN, 1975, p. 492) donde suponemos que hizo especial referencia al P. Arto, ya que estuvo con ellos hasta la expulsión. Finalmente, no podemos dejar de mencionar el sustancial aporte de María Laura Pensa (2017) sobre los grupos tobas en el Chaco dieciochesco.

El P. Arto escribió, entre varias cartas, una serie de tres relaciones sobre los tobas y los mataguayos, con quienes convivió el mayor tiempo de su estadía en América. Fueron escritos en el exilio y solo uno fue publicado por un grupo de investigadores dirigidos por el mencionado Maeder (2016, p. 185-199). En este relato del P. Arto, señala nueve puntos por los que justifica la imposibilidad de la pacificación y conversión de los indígenas, argumentando sus malos hábitos, sin situarse desde la perspectiva de aquellos, siguiendo con una breve historia y costumbres por él vividas, desde su punto de vista. Los otros dos documentos se extienden en las mismas consideraciones y se conservan inéditos en el citado Archivo de Loyola y fueron escritos para el P. Lorenzo Casado, quien compiló varias relaciones para el P. Pedro de Calatayud que intentaba escribir en el exilio una historia de la provincia del Paraguay (PAGE, 2019).

Para completar su biografía también utilizamos otros documentos complementarios que se encuentran en diversos archivos, como a su vez textos de sus contemporáneos, como los PP. Andreu, Muriel, Miranda, Jolís y Paucke.

De Sangüesa a Salta

El P. Arto nació el 9 de mayo de 1719, en Sangüesa, pequeña ciudad española de la Comunidad Foral de Navarra, cercana a Pamplona. Se levanta sobre un terreno llano que cruza de norte a sur el río Aragón. Quizás fue bautizado en la iglesia medieval de Santa María la Real, entre otros posibles templos y conventos que se hallaban en su tiempo.

Cuando contaba con veintisiete años de edad fue admitido en la Compañía de Jesús, precisamente el 19 de agosto de 1746. Pasó al Paraguay dos años después, en la numerosa expedición del P. Ladislao Orosz. Este sacerdote húngaro había sido electo procurador a Europa en la congregación provincial de 1744, junto con el P. Bruno Morales que, al poco tiempo de llegar, falleció en Madrid (FURLONG, 1966, p. 31). Al dar cuenta de la extensa lista autorizada para viajar a América, mencionan a: “Román Arto, de Navarra, vino de Villagarcía”, por lo tanto, tenemos la certeza de dónde hizo su noviciado. Aunque de esa expedición no fue el único, pues de Villagarcía habían llegado al puerto los estudiantes: Diego Iribarren, Francisco Javier Miranda, Juan García, Bartolomé Franco, Mateo González, Pedro Ruiz, Gaspar Fernández, Juan Antonio Morurelo, Agustín Plana y Pedro Antonio Garay. Todos se sumaron a la expedición del P. Orosz que contó con renombradas figuras como Domingo Muriel, Florián Paucke, Martin Dobrizhoffer, Julián Knogler, y muchos otros, entre pintores, cerrajeros, carpinteros, boticarios, canteros y sastres, de un total de cuarenta y ocho religiosos y estudiantes y diez coadjutores (PASTELLS, 1948, p. 701-702). Muchos de los cuales se reencontrarán camino al exilio.

Levaron anclas en Lisboa, el 18 de setiembre de 1748, en el buque mercante “Santa Ana y de las Almas”, a cargo del capitán portugués José Ferreira, aunque en otra fragata inglesa se embarcaron seis sacerdotes. La flota se componía de cincuenta y tres buques que los acompañarían hasta las Canarias para protección por posibles ataques de moros y piratas. Así comenzó el viaje que detalla con precisión, día por día, el P. Paucke, (2010, p. 51-89). Arribaron a Montevideo el 25 de diciembre y de allí tomaron rumbo a Colonia del Sacramento, donde desembarcaron por unos días, para retomar el viaje en otra embarcación rumbo a Buenos Aires. Allí llegaron el 1º de enero de 1749, donde los esperaba el provincial Manuel Querini y todos los jesuitas del colegio. Permanecieron hasta fines de marzo, cuando viajaron a Córdoba, donde la mayoría terminó sus estudios en el Colegio Máximo, del que era rector el P. Pedro Arroyo.

El P. Arto obtuvo su sacerdocio el 12 de marzo de 1750 (STORNI, 1980, p. 24). Al poco tiempo, más precisamente en 1753, cuando ya había asumido como provincial el P. Barrera, se encontraba en el colegio de Salta, donde era rector el P. Francisco Lardín. En el catálogo correspondiente a este año, ya contaba con sus estudios completos de Filosofía y Teología, siendo misionero itinerante y maestro de gramática3. En este periodo los catálogos son escasos y el próximo recién es el de 1763, donde ya se lo menciona como cura de San Ignacio de Tobas, con su compañero, el riojano de Logroño P. Simón Hernáez4.

Al año siguiente y continuando con el P. Storni (1980, p. 24) profesó sus últimos votos. Al respecto, el mismo Román, en una carta al visitador Contucci le cuenta que hizo su profesión el 7 de octubre en el pueblo de Valbuena o San Juan Bautista de isistines, en manos del P. José Ferragut, por ausencia del P. Félix del Bono, superior de las reducciones del Chaco, quien había ido a los Pitos o fuerte de San Luis a encontrarse con el gobernador5.

Misionero en una nación “muy dilatada y temida de otras”

Su primer destino como misionero entre los indígenas fueron los mataguayos del Chaco, una etnia que por aquel tiempo era muy numerosa y que el P. Arto consideraba como de “traidores” y “tímidos”6.

Menciona cuatro grandes parcialidades: una ubicada en la frontera con Tarija, tutelada por un dominico que, al fallecer, se hizo cargo de la misma el jesuita José Pons, que se encontraba en las reducciones de chiriguanos. Posiblemente se refiera al poblado de Nuestra Señora del Rosario, donde por un tiempo convivieron mataguayos y chiriguanos, hasta que los primeros se fueron al Valle de Chiquiaca (PAGE, 2012, p. 216).

Otra parcialidad era la de los matacos (wichí), con las que el P. Arto dice haber tratado en varias oportunidades, pues comercializaba con ellos. Una tercera, muy numerosa, se ubicaba en las riberas del Pilcomayo. Finalmente señala al grupo más poblado, situado en un lugar llamado “Las Conchas”, distante a cien leguas de la ciudad de Salta7. Según el P. Arto estos últimos mataguayos pidieron8 ser reducidos, y así fueron ubicados junto al fuerte de Nuestra Señora del Rosario de Ledesma, refundado por el gobernador Esteban de Urizar y Arespacochaga, emplazado cercano al río San Francisco (Lavayen) entre los ríos de los Ocloyas y Ledesma9. El virrey, conde de Superunda, otorgó cuatro mil pesos para la fundación, bajo la advocación de Jesús, María y José, siendo destinados el P. Arto y el italiano P. José María Félix del Bono, a los que se sumaron solo tres soldados, llegando todos juntos por agosto de 1750. Cuenta el P. Arto que poco podían hacer, más que rezar a la mañana y a la noche, como el de bautizar a los recién nacidos.

Otro problemático inconveniente que enfrentaban los misioneros eran las grandes borracheras10, con bebidas que los indígenas hacían fermentando miel con agua y llamaban guarapo, “que es tan fuerte como el aguardiente” (MAEDER, 2016, p. 191). Pero el problema real era que al poco tiempo todos se peleaban, siendo las mujeres, las que se anticipaban a esconder las armas en el monte, pues de lo contrario se mataban. Aunque no siempre pudieron hacerlo y decidieron irse de Ledesma a sus tierras.

Predeciblemente, la reducción no llegó a durar un año, y por octubre los mataguayos se llevaron la caballada y algunas reces. Antes de irse quisieron matar a los jesuitas, pero fueron prevenidos por un indígena, capitán o cacique, llamado Bernardo. Tampoco pudieron avisar al fuerte más cercano de Dolores o Río Negro, ubicado a ocho leguas al sur, porque los indígenas habían sitiado Ledesma. Luego de cuatro o cinco horas, el P. Félix pudo salir e ir al mencionado fuere donde el maestre de campo Miguel Pacheco, alistó a unos soldados, a los que se sumaron tropas del gobernador, que él mismo comandaba, pero no pudieron encontrarlos. Ambos jesuitas fueron enviados al colegio de Salta y de allí, del Bono fue destinado a Miraflores de indios lules y Arto se quedó en el colegio como maestro de gramática.

Transcurrieron tres años y los mataguayos volvieron a pedir reducirse y el gobernador les dijo que les concedería la petición, pero con la condición de estar un año a prueba para comprobar su constancia, junto con el P. Juan Reus. El sitio que se escogió fue uno inmediato al fuerte de San Fernando del río del Valle, fundado por el gobernador Martínez de Tineo en 1750, donde habían estado los malbalaes y que se encontraba por ese entonces “[…] totalmente intacto, y entero, como ellos lo habían dexado, con una grande, y hermosa Cruz en medio de la plaza” (ANDREU, 1761, p. 65).

Pasado el año se fundó la reducción en el por entonces abandonado fuerte de San José, siendo destinado el P. Arto, quien partió de Salta a su nuevo oficio para acompañar al P. Reus, escribiendo: “Si lo hicieron mal en Ledesma, en San José lo hacían peor”11, y llena de ejemplos su afirmación. Pero pone énfasis en la creencia de los indígenas, que el bautismo mataba, por lo que el sacramento se limitaba a los párvulos y a aquellos que estaban por morir (in articulo mortis). No solo tenían esa opinión, sino que se burlaban, como, por ejemplo, cuando un día le llevaron al P. Arto un cabrito recién nacido para que lo bautizara (ANDREU, 1761, p. 55).

Tantas fueron las quejas por la escasez de ríos para bañarse y pescar que, por el mes de octubre de 1753, se mudaron al piquete o piquetillo de la Asunción, un pequeño fuerte con pocos soldados, ubicado a cincuenta y seis leguas de Salta, entre el fuerte de San Fernando y el Potrero del Rey, sobre el río del Valle (ANDREU, 1761, p. 50). Fue entonces que quedó solo el P. Arto, aunque al poco tiempo llegó como compañero el P. Francisco Ugalde, un jesuita recién ordenado y con su tercera probación cumplida. Venía de la reducción de San Esteban de Miraflores de indios lules, donde había compartido la misión con el P. Juan Fecha (ANDREU, 1761, p. 30).

Nuestro protagonista cuenta que el P. Ugalde “padeció bastante”, pues “para tratar a los mataguagos era necesaria no solo paciencia, sino sorna, y aun ser insensible”. El P. Ugalde, llegado en febrero de 1756, se rindió pronto y se refugió a leer en su habitación, en tanto que los domingos se acercaba al fuerte de San Fernando a platicar con los soldados. Mientras el P. Arto intentaba adoctrinar por las tardes una media hora, procurando también hacerlos trabajar, cosa que le resultaba difícil. Por eso contaba con tres peones para las tareas necesarias, además de la protección de doce soldados con su capitán.

Por el mes de junio de 1756 visitó la reducción el gobernador del Tucumán, el brigadier Francisco de Pestaña, poco antes de ser elegido presidente de la Real Audiencia de Charcas. El mandatario llegó al fuerte de San Fernando, donde se reunió con los indios y los reprendió por su vagancia. Quedaron tan heridos en sus sentimientos que decidieron trocar su actitud frente a los jesuitas y no solo asistieron con mejor ánimo a la doctrina, sino que comenzaron a trabajar. Bajo la dirección del P. Ugalde, fabricaron adobes y levantaron una pequeña capilla y casa de tres cuartos para los jesuitas, reemplazando la que tenían hecha de paja, totora y cimbol. Estas construcciones estaban dentro de un pequeño fuerte de palo a pique y que fueron renovados. No solo eso, sino que también hicieron marcos para puertas y ventanas. A principios de octubre ya tenían todo listo para techar los ambientes con paja. El P. Arto recuerda que esta renovación de ánimos fue suficiente para escribirle al rector de Salta, P. Francisco Lardín: “[…] que o Dios abia hecho un milagro en convertir a los mataguayos, o que nos armaban una”12. Pues esto último es lo que sucedió, ya que, en la noche del 6 de octubre de 1756, incendiaron todo y murió el P. Ugalde, a los veintinueve años, junto con otras trece personas. El P. Arto, sospechó el ataque, pues se acercó con dos soldados a la ranchería, que estaba a una cuadra de la casa, y no encontró a nadie. Pero alcanzó a ver, gracias a ser noche de vísperas de luna llena, que por un camino se iban mujeres y niños. Cuando volvió, observó que en una barranca junto al fuerte estaban todos los indios en armas, con arcos, lanzas y macanas. El capitán del fuerte José Jiménez hizo entrar rápidamente a los jesuitas y soldados, cerrando el portón de reja y disponiendo a la milicia en la estacada. Los mataguayos largaron una lluvia de flechas y los soldados todas sus bocas de fuego, aunque no hirieron a nadie. El P. Arto intentó detener el ataque, diciéndoles que se podían ir en paz, si eso deseaban. Los indígenas reclamaron a sus hijos, que eran cuatro muchachos que ayudaban en la misa. Se les entregó e inmediatamente largaron un feroz ataque con flechas en cuyas puntas colocaron mechones de paja prendidas de fuego. El capitán murió a los pies del P. Arto, y su compañero recibió primero una flecha en la ingle y luego otra en el pecho13.

Cuando el P. Arto logró salir entre dos estacas, recibió dos flechas a ambos lados del cuerpo y un indio llamado Neves lo golpeó con su macana en la cabeza, deteniéndolo con un abrazo hasta que lo soltó. Quedó casi agonizando con solo otros sobrevivientes, gravemente heridos, que huyeron por donde pudieron. Entre ellos se encontraba el alférez Pascual García y Juan Páez, siendo el primero quien le contó que al P. Ugalde lo mató el mataguayo conocido como capitán Martín.

El P. Arto se refugió en el monte, quedando protegido por un indio llamado Josengo, y pasó la noche en medio de una lluvia, con mucho dolor hasta que se sacó él mismo los casquillos de hueso de las flechas. Intentó ir al fuerte de San Fernando, pero era una caminata que no resistiría ante la distancia de seis leguas, por lo que volvió a la reducción. Encontró un panorama desolador, todos muertos, desnudos y degollados, menos el P. Ugalde que, al ser calvo, no quisieron quitarle la cabeza. Halló a un soldado vivo, pero con una flecha que le atravesaba el pecho y murió al otro día. También a una india mataguaya cautiva que había ido a buscar a su padre, estando con un tucumano llamado Acuña, que trajo un caballo y llevó al P. Arto a San Fernando. Allí el P. Lardín envió un “mulato inteligente en medicina” que terminó de curar al P. Arto, hasta que se repuso y fue a Salta, donde llegó el 24 de octubre.

Enterado el gobernador de los acontecimientos, envió unos soldados a la destruida reducción y encontraron el cuerpo del P. Ugalde muy quemado, y así lo trajeron a San Fernando y luego lo llevaron a la reducción de San Esteban de Miraflores. Como era común, después de hechos de esta naturaleza vendría la represalia española. De esta manera el gobernador envió dos grupos de soldados que hicieron una terrible masacre entre los mataguayos, cautivando a los sobrevivientes. Uno los comandaba el maestre de campo de Salta Francisco Toledo y el otro el maestre de campo de Tucumán Felipe Aldunalde. Incluso se sumaron a la sangrienta persecución el P. Fecha al frente de un grupo de lules y el P. Ferragut con otro mayor de isistines (MAEDER et al., 2016, p. 198). Matanzas que persistieron hasta 1760, como escribe el P. Arto14, tiempo en que ya muy diezmados decidieron hacer las paces con el gobernador Joaquín de Espinosa, aunque no se consiguió reducirlos. Poco antes del arresto ordenado por la corona, el provincial Manuel Vergara pensó en la posibilidad de reducir nuevamente a los mataguayos, consultándolo al P. Arto quien, ya se encontraba entre los tobas y le respondió “[…] es de valde el ponerlos en reducción, sino se ponen en sitio, y lugar, que no se puedan ir, porque sino, en habilitándose de cuchillos, cuñas, ropa, etc, luego quieren escapar”, sobre todo cuando comienza el tiempo de juntar los frutos con que se emborrachaban. Por ello sugirió ponerlos en el fuerte de Río Negro, distante solo cinco leguas de la reducción de San Ignacio de tobas, donde estaba el P. Arto, a los fines que estos los contuvieran (Figura 1).

Detalle del mapa de los límites del Gran Chaco de Diego Ángel del Leyba de 1778, donde se ubica la reducción de San Ignacio junto al río Ledesma
Figura 1 -
Detalle del mapa de los límites del Gran Chaco de Diego Ángel del Leyba de 1778, donde se ubica la reducción de San Ignacio junto al río Ledesma
Fonte: BNB, cart531997.

El P. Andreu (1761, p. 75), cuenta que el P. Arto le escribió el 23 de octubre expresándole:

Y no se piense V.R. que me he acobardado; antes bien ahora tengo mayores deseos de padecer por Dios en Reducciones nuevas, pues he visto, quán dulce es el padecer por Dios. Y assi puedo decir á V.R. que aquella noche tan trabajosa en el campo, fue para mi la de mayores consuelos, considerandome debaxo de aquel arbolito, como á San Xavier debaxo del ramadon, en que murió.

San Ignacio de tobas

El P. Andreu, que también escribió una carta de edificación del P. Pedro Antonio Artigas, cuenta que para el año 1751 una parcialidad de tobas, con los caciques Niquiates y Marini, se instaló junto al fuerte Ledesma, quienes, según Muriel (1919, p. 75) cada uno fabricaron aparte su barrio, dejando en medio un espacio para iglesia. Varios meses permanecieron solo hombres, hasta que luego de un tiempo llevaron a sus mujeres e hijos. Esta decisión de los tobas quizás se haya debido a una previa epidemia de viruela que menciona el P. Arto y de las que eran frecuentes, al punto que muy pronto se adjuntó a la iglesia un cementerio15.

El gobernador Pestaña acudió al provincial jesuita, quien designó al P. Artigas para hacerse cargo de la reducción. Partió desde su asiento en San Juan Bautista de isistines, por el mes de mayo de 1756 dándole a aquella por patrón a San Ignacio. Lo primero que hizo fue aprender su difícil lengua, componiendo oraciones y catecismo que dejó en varios manuscritos para sus sucesores, además que el pueblo “[…] bajo la dirección del P. Pedro, edificaron con simetría, y ya en las copiosas sementeras de maíz”. Abrió una escuela para los niños, varios de los cuales comenzaron a ayudarle en las misas que se daban en la iglesia. Pero debido a una enfermedad, el P. Artigas regresó a San Juan Bautista, hacia enero de 1757 (ANDREU, 1762, p. 47-50). Antes de ello, el superior Andreu, envió al P. Roque Gorostiza para acompañarlo, permaneciendo solo siete meses, antes que llegara el P. Arto (ANDREU, 1761, p. 35-36).

Ya curado de las heridas que le infligieron los mataguayos, el P. Arto solicitó expresamente ser enviado con los tobas (ANDREU, 1762, p. 47-50), teniendo por compañero al P. Antonio París, que luego fue al colegio de Tarija, siendo reemplazado por el santafesino P. Francisco Oroño, quien lo acompañó hasta la expulsión.

Por una serie de pleitos que se suscitaron entre los tobas y los soldados, el P. Arto decidió, con aprobación de sus superiores y el gobernador, trasladar el poblado a un sitio llamado Pampa de los Naranjos, ubicado a tres leguas del fuerte. La población creció rápidamente y llegó a contar, entre setecientas y ochocientas personas, con doscientos indios armados16 que cumplían la función de defender a los españoles de los insurrectos del Chaco, ya sea haciendo incursiones tierra adentro, donde secuestraban niños o asesinaban, especialmente a mataguayos. Mientras tanto, los hacendados españoles veían crecer sus riquezas en tierras y ganados, como don Pedro López de Velazco, dueño de Palpalá17, o el mencionado Francisco Toledo, rico estanciero que, según el P. Arto, reconocía a los indígenas de las reducciones como protectores de su riqueza, expoliada a los mismos, a pesar de la resistencia y las incursiones de los insurrectos que perpetraban en las ciudades y estancias españolas (MAEDER et al., 2016, p. 187).

Poco antes de la Semana Santa de 1759 corrió la voz, en la reducción, que tres indios se habían conjurado para matar al P. Arto. Pero uno de los tobas advirtió de esto al P. Paris, quien lo comunicó a los jefes de los fuertes vecinos para que lo auxiliaran. Llegaron soldados de los enclaves de Ledesma, Río Negro y del fortín de San Bernardo, mientras el P. Paris se refugió en el de Valbuena. También llegó el gobernador con tropas de Jujuy y Salta, lo que exaltó un tanto a los indios y debieron retirarse (MURIEL, 1919, p. 85-87).

En aquel mismo año los españoles del Tucumán habían secuestrado a la esposa, tres hijas y un hijo, del cacique principal de los tobas llamado Ovagaiqui, quien no tuvo más remedio que entregarse en la reducción de San Ignacio18. Por el mucho respeto que le tenían los tobas, llegó con su gorro y bastón, siendo recibido “[…] bajo un paragua, fabricado de plumas de avestruz”. Siguieron una serie de celebraciones que incluían las acostumbradas borracheras en honor al huésped, quien quedó tan conforme que tiempo después trajo a la reducción a cuarenta y dos personas. Enfermó en 1761 y fue bautizado antes de morir, para seguir con un pomposo funeral a su usanza, y al que el P. Arto no se negó (MURIEL, 1919, p. 77).

El P. Muriel, fue secretario del provincial P. Alonso Fernández (1757-1761), cuando fue enviado como visitador general de la provincia, alcanzando Tarija, pero pasando por las reducciones del Chaco. Allí volvió a ver al P. Arto con quien había llegado a Buenos Aires, y a muchos otros insignes misioneros (MIRANDA, 1916, p. 252).

Como dijimos, la reducción crecía en población y hubo intentos de algunos caciques de apartar algunas personas y formar otro pueblo, como los llamados Quitaydi, Payqui e Ybacache. De tal manera que para esta misión se encomendó a los PP. José Jolís y Luis Olcina quienes, a mediados de 1762, formaron una expedición con algunos tobas de San Ignacio. Al llegar a las cercanías del fuerte de Pitos sumó unos trescientos tobas y más adelante otro grupo de mocovíes, tobas y malbalaes, que decidieron reducirse en un sitio junto al río Dorado, donde elevaron una cruz que los indios pintaron con colores. Dedicaron la reducción a San Juan Nepomuceno, construyeron sus viviendas y comenzaron a arar la tierra, cuando a los pocos meses, un ataque de los isistines destruyó todo y la reducción se abandonó (JOLIS, 1972, p. 115; FURLONG, 1932, p. 84-85)19.

En la Carta Anua del P. Andreu, que firma el 20 agosto de 1763, inserta un cuadro estadístico de la población de San Ignacio de tobas, que alcanza a trescientos catorce habitantes (SALINAS; FOLKENAND et al., 2017, p. 839).

Para fines de agosto de 1765, el P. Arto le remitió al visitador Contucci, a través del hijo de un cacique, dos libros manuscritos que contenían los memoriales que dejaron los superiores cuando visitaron San Ignacio de Tobas, de los cuales no se conservó ninguno. Allí le cuenta que cuando llegó a la reducción, hacía nueve años, no halló libro de cuentas, sino algunos papeles sueltos correspondientes a los diezmos que se recogían. El P. Román ordenó esos papeles en un libro e hizo el otro de cuentas, antes que lo pidiera el visitador, pero a su pesar ya que “[…] siempre abia tenido un genero de aversión a Procuraduria”. También llevaba un libro de los conchabos, que solían ser unos cinco o seis y que se habían reducido a dos. Otro libro era el que anotaba los bautismos, confirmaciones, matrimonios y entierros, remarcando que desde el día 13 de enero de 1757 estaban anotados los que el P. Román había bautizado y que los que presidían eran los bautizados por su antecesor el P. Artigas, quien solo estuvo siete meses y medio. En este documento hace referencia a que envía “un cuaderno de la lengua tova, para que lo vea, aunque no esta perfecto” 20.

Otra vez los tobas en el sosiego del destierro

Cercanos a la fiesta de San Ignacio, los tobas habían confeccionado “[…] una alfombra muy buena para la iglesia de todos los colores”. Además se “[…] abia pintado hasta media pared desde el suelo la capilla con una tierra colorada”, la misma con que solían las mujeres pintarse la cara21. Pero el P. Arto partió para celebrar la festividad con sus compañeros del colegio de Salta. Viajó con varios tobas, que nunca lo dejaban solo, por temor a que el jesuita los abandonara. Entre ellos, dos caciques principales: Santiago Marini, que había estado desde el principio con el P. Artigas, y Juan Thuodi, que fueron previamente bautizados por el rector P. Andrés Delgado, siendo padrino el gobernador del Tucumán Juan Manuel Fernández Campero22. Allí se enteró del arresto en Córdoba, aunque no se lo comentó a los tobas. El 2 de agosto partió de Salta a la reducción y en la madrugada siguiente arrestaron a los jesuitas del colegio de aquella ciudad23 y los llevaron a Punta del Agua, a tres leguas de la misma, donde el gobernador les proveería lo necesario para seguir s itinerario a Buenos Aires.

Más o menos a mitad de camino hacia la reducción, un soldado alcanzó al P. Arto y le entregó una carta del P. Delgado, donde le manifestaba que el gobernador le ordenaba que volviera a Salta. De tal manera que el P. Arto les dijo a sus acompañantes que se volvieran a la reducción y siguió al soldado, junto a dos curacas y un muchacho que quisieron acompañarlo. Llegó a la casa del gobernador, quien mandó a los indios a otra casa y le notificó la Real Cédula. Por lo que en la noche del día 5, dos soldados, lo llevaron a Punta del Agua, para sumarse al resto de los jesuitas de Salta, incluso su compañero de San Ignacio, el P. Francisco Oroño, quien rubricó el inventario que hizo el maestre de campo comandante Francisco Javier de Robles, el 10 de agosto de 1767. El funcionario dejó a cargo de la reducción al franciscano portugués Joaquín Corti o Coito, que era capellán de los soldados y que los tobas lo recibieron de mala gana, por lo que a los pocos días dejó la reducción y designaron a otro, llamado Miguel Cañete, que no hizo más que dejar que gran parte de los tobas se fueran24.

En el relato de los tobas del P. Arto, escrito en el exilio para el P. Casado en 1770, menciona cómo era la reducción y el estado en que la dejó25. Allí manifiesta que había “[…] una capilla de 26 baras de largo, y a proporción de ancha con su sacristía”. En tanto que, en el inventario mencionado, agrega que tenía “[…] seis tirantes, con su altar, y en él un lienzo de vara y media de largo y poco más de vara de ancho, su advocación, Nuestra Señora del Rosario y a los pies San Ignacio y San Francisco Javier”. Pintura que en su relación aclara “[…] un lienzo de Nuestra Señora del Rosario, solo era o mio, o buscado a diligencias mias”.

El P. Arto relata además que el rey les había dado lo necesario para celebrar la misa. Menciona otros ornamentos de todo tipo, que les obsequió el gobernador Pestaña y el provincial Querini y que en el inventario de las Temporalidades se encuentran bien detallados. En cuanto a la vivienda, expresa: “[…] teníamos un patio con 4 aposentos y dos lienzos de corredores con sus pilares de madera, cerrado todo de pared de adove con su puerta y llave, y un cubo, que llaman en las indias, que es como un fortin, para la defenderse de los enemigos”. Continúa describiendo lo que había quedado en la casa, desde tabaco, ropa, herramientas, etc. Pero sobre todo, documentos concernientes a la reducción y libros de autores como Lacroix, Busembaum, los Ejercicios de Pinamonti, la Suma de Barcia, una Biblia, breviarios y la Brasilia Pontificia de Simao Marques26. Entre ellos menciona nuevamente, un “[…] Arte y vocabulario de la lengua, que hize en el tiempo de 13 años”27.

La reducción también tenía una estancia de ganados, llamada San Lucas, cuyo capataz era “Juan José Argañaraz, pardo libre”28, con unas tres mil quinientas cabezas de ganado vacuno, pero a su vez, mulas y caballos, además de sembradíos de unas “40 leguas en circuito”, con “abundancia de pastos en todo tiempo, ramoneos, cañaverales, maderas, cedreria: ríos 5 dentro de la estancia”, que eran el Grande o de Jujuy, el Negro, el de Ledesma, el de los Ocloyas y el Sora, además de muchos manantiales y arroyos, de donde habían construido una acequia que pasaba por el poblado y de donde se desprendían otras para las casas de los jesuitas y de los indios. Incluso con lo que se obtenía del sebo y grasa de las vacas, además de miel, se vendía para comprar ropa y herramientas29. El inventario de las Temporalidades agrega que en la estancia había un “Oratorio chico con su puerta de bastidor de lienzo”, donde se encontraba un “lienzo mediano de poco más de vara de largo y poco menos de vara de ancho, su imagen Nuestra Señora de las Angustias con el Señor en los brazos”, además de varias estampas y ornamentos. Adjunta a ella, se encontraba una vivienda con dos salas y un corredor delante, además de una despensa. Finalmente, el inventario da cuenta de la presencia de ocho “Negros esclavos”, cinco “Mulatos esclavos”, tres “Negras esclavas” y tres “Mulatas esclavas” (BRABO, 1872, p. 463-465).

En su relato también expresa la espiritualidad de los tobas, cuando cuenta que acudían comúnmente al rezo y misa, siempre en su lengua. Celebraban fiestas religiosas, confesaban y comulgaban. Los muchachos sacristanes, unos veinte en cada misa, lucían sus sotanas y roquetes, algunos pocos se casaban por la Iglesia, pues no le fue fácil al P. Arto modificarles la costumbre de cambiar de mujeres. Todos los niños eran bautizados apenas nacían, los adultos eran más difíciles por la mencionada aprehensión sobre que el bautismo mataba.

Al llegar a Buenos Aires fueron conducidos a la Casa de Ejercicios del colegio de Belén, cuya puerta de la iglesia se había tapiado. La primera tanda de jesuitas había permanecido en el mismo sitio tres meses, mientras que esta nueva más de medio año. Como a los otros, no se les permitió celebrar ni escuchar misa, por más que los jesuitas habían solicitado autorización al obispo y al mismo gobernador Bucarelli que era el que se negaba rotundamente.

Fueron conducidos al puerto cuando recién se contó con una nave para hacerlo. Era la fragata La Esmeralda, de treinta y seis cañones, que había llegado en marzo de 1768 bajo el mando del capitán Mateo del Collado Nieto. Partieron de Montevideo, el 6 de mayo, llevando a bordo a ciento cincuenta y un jesuitas que sufrieron hacinamiento y hambruna con las consiguientes enfermedades. Arribaron al Puerto de Santa María el 22 de agosto de 1768, siendo alojados en principio, en el Hospicio de Misiones y luego en conventos de religiosos. Siete meses después, dieciocho jesuitas alemanes volvieron a su patria, mientras que el resto lo hizo directamente a Italia sin pasar por Cerdeña, como lo habían hecho los jesuitas del Paraguay que los presidieron (HERNÁNDEZ, 1908, p. 159-160).

Cuando el P. Arto llegó a Faenza, los jesuitas del Paraguay ya estaban instalados en el palacio del conde Francesco Cantoni, aunque pronto se trasladaron a la propiedad del canónico penitenciario don Domingo María Fanelli. Faenza era una ciudad próspera, con unos quince mil habitantes, cuyos palacios y trazado urbano medieval, comenzaba a transformarse. Los primeros jesuitas que arribaron, deambularon un poco entre conventos y casas de familia, siendo ayudados por el superior jesuita de Faenza a ubicarlos, ya que no podían hacerlo en su propia residencia por orden del general Lorenzo Ricci. Incluso abrieron una escuela de Filosofía y Teología en el palacio del conde Scipione Zanelli.

El P. Arto recibió la pensión vitalicia decretada en la Pragmática sanción del 2 de abril, que era la mísera suma de cien pesos. Pero cada una de ellas las administraba el provincial en un fondo común y a los fines de llevar una mejor distribución.

Fue por octubre de 1768 cuando el general designó provincial al P. Robles y rector del Colegio Máximo al P. Muriel. Un año después, el 12 de julio de 1769, el rey prohibió que las provincias jesuíticas llevaran el mismo nombre que originalmente tenían en América y la del Paraguay pasó a llamarse provincia de San José. Esto se debió a que el general designó nuevos provinciales y el rey lo tomó como una ofensa a su persona y sus disposiciones. Desde entonces comenzaron las presiones de Carlos III al papado, que no cesaron hasta la supresión de la Compañía de Jesús.

Las designaciones siguieron y en 1771, al cumplirse el trienio de mandato, el general Ricci, decidió designar provincial al P. Muriel y rector al P. Robles (MIRANDA, 1916, p. 347). Mientras tanto se acentuaron las influencias borbónicas con el nuevo Papa Clemente XIV que terminó cediendo ante las presiones borbonas.

El P. Arto, como todos los jesuitas de Faenza, asistió a la convocatoria del obispo Monseñor Vidale Giuseppe de Buoi, quien el 25 de agosto de 1773 les intimó en su palacio, el Breve pontificio Dominus ac Redemtor que decretaba la supresión de la orden. (HERNÁNDEZ, 1908, p. 161). Con la extinción, las comunidades quedaron disueltas, no pudiendo los exiliados residir en grupos. Conseguían oficiar misas, con autorización especial, como sacerdotes seculares. A las calamidades que pasaron se sumaron otros problemas, como unas reformas monetarias con alta inflación que hizo reducir su poder adquisitivo, aunque desde América comenzaron a recibir ayuda, como como los Funes de Córdoba, los Zoloaga de Buenos Aires y Maciel de Santa Fe. Esto los salvó en más de una oportunidad de caer en la indigencia. Si bien la supresión les permitió a los jesuitas trasladarse a distintos puntos de Italia, el P. Arto se quedó en Faenza, como la mayoría de sus compañeros, dispersos en casas familiares.

Desconocemos las actividades que desarrolló el P. Arto luego de la supresión. Pero permaneció en Faenza, donde falleció el 30 de mayo de 1780 (, 1980, p. 24) a los sesenta y un años de edad. Sabemos que muchos fallecidos en Faenza fueron enterrados en la capilla del Sagrado Corazón de la catedral, conocida como la “sepultura de los españoles” (HERNÁNDEZ, 1908, p. 248), quizás allí hayan ido sus restos.

Entre el Chaco y el exilio (Conclusión)

El P. Arto estuvo casi dos décadas en América, de las cuales la mayoría las pasó agitadamente entre los mataguayos y tobas del Chaco. Mientras sus últimos trece años transcurrieron en el exilio de Faenza, donde escribió informes de su experiencia a los jesuitas Casado y Camaño. No conocemos nada más de su vida y lo que sabemos, en gran parte lo conocemos por esos escritos que no podría haber redactado otro, que conociera en su tiempo, tan bien a los mataguayos y tobas.

Obviamente y como la mayoría de los jesuitas, tuvieron una visión sesgada de su realidad, tomando una posición frente a su tiempo y espacio. La frontera con el Chaco, nunca pudo ser penetrada ante la defensa del territorio que ejercieron diversas etnias que allí habitaban. De tal manera que siempre fue una zona de conflicto, que los españoles y a los fines de defender sus ocupaciones, optaron por llevar a cabo sangrientas expediciones punitivas o bien la instalación de reducciones religiosas con sectores indígenas que en realidad se sometían ante el temor que causaban los españoles y en desmedro de sus propios hermanos con los que terminaban obligados a enfrentarse. Aunque también los españoles alentaban reavivar antiguos enfrentamientos entre etnias.

En este difícil contexto y con una convicción religiosa, si se quiere contradictoria, el P. Arto describe, tanto a mataguayos como a tobas en sus debilidades profanas, y sin advertir que estaba frente a una cultura diferente. Podríamos justificar sus resoluciones ante los padecimientos que sufrió, pero que son los comunes al tipo de enfrentamiento racial e invasivo en el que se vio envuelto. La muerte rondaba cada uno de sus días en el Chaco, salvando su vida en circunstancias previsibles, cuando asesinan a su compañero Ugalde. Pero no advierte, o no quiere ver, que detrás de esa muerte seguía la furia impiadosa del español con la venganza, a los que adhirieron algunos jesuitas, sobre todo de la región. No cuestionaban que eran tan solo un instrumento para apaciguar al indígena y usarlos para defender intereses que crecían con las riquezas que traía la ocupación.

Algún atisbo de permisividad se observa en consentir costumbres no aceptadas por la religión en los funerales de un cacique, en la resignación de que el matrimonio era imposible instalar y que debía combatir la creencia de los indios de que el bautismo era sinónimo de muerte, cuando en realidad era la única alternativa que tenían para salvar no solo sus almas sino sobre todo sus vidas.

El exilio no es menos cruel, pues lo quita de la escena donde eligió estar, a pesar de las dificultades que tenía que enfrentar. El P. Arto llegó a Faenza con cuarenta y nueve años de edad, y para entonces ya estaba promediando su vida, que pensamos la termina relajado de las espinosas tareas a las que estaba antes encomendado. Concluye en un largo letargo, en un espacio de tranquilidad superficial, aunque ajeno a su voluntad y pensando que su trabajo en el Chaco no fue tan positivo como esperaba.

Referencias - Archivos

AHL: Archivo Histórico del Santuario de Loyola

ARSI: Archivo Romano de la Compañía de Jesús

AGN: Archivo General de la Nación (Argentina)

ANCh: Archivo Nacional de Chile

BNB: Biblioteca Nacional de Brasil

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Notas

1 El original se encuentra en el AHL, C 17 05.
2 El mismo P. Arto expresa que “lo que tenía visto en estas materias se lo envié al P. Pedro Andreu siendo Superior de las reducciones del Chaco y lo puso en la vida de mi compañero P. Francisco Ugalde” (MAEDER et al., 2016, p. 189).
3 ARSI Parq. 6, Cat. Trien. 1703-1762, f. 354.
4 Ibíd., f. 371v.
5 AGN, Sala IX, 6-10-6. Carta del Padre Roman Arto al Padre Nicolas Contucci sobre agradecimiento de concederle la profesión de fe realizada en el pueblo de San Juan Baptista, Salta, 14 de octubre de 1764.
6 AHL, Misiones. Paraguay, caja 19, n.º 1, 1570-1770, Fundación de los indios mataguayos, Doc. 8, f. 1.
7 Las Conchas o Quebrada de las Conchas se halla ubicada dentro de los Valles Calchaquíes en la provincia de Salta, distante de la capital a 157 km.
8 Es común en los relatos jesuíticos que empleen la palabra pidieron, en el marco de una bastante controvertida situación, que indirectamente la explica el mismo P. Arto cuando menciona lo poco que podían hacer.
9 El fuerte Ledesma fue levantado por el teniente de gobernador de Jujuy Martín Ledesma Valderrama en 1626, posiblemente antes de fundar la efímera ciudad de Santiago de Guadalcázar, a los efectos de proteger el flamante enclave urbano. Por ello fue asentamiento temporal de varias etnias chaquenses que se subordinaron a los españoles. Fue destruido y levantado varias veces, hasta que a fines del siglo XVIII se constituyó en sede de la comandancia general de frontera.
10 Para este tema ver Paz, 2017, p. 50-72.
11 AHL, Misiones. Paraguay, caja 19, n.º 1, 1570-1770, Fundación de los indios mataguayos. Doc. 8, f. 2.
12 Ibíd, f. 3v.
13 Ibíd, f. 4v.
14 Ibíd, f. 6.
15 AHL, Misiones, Paraguay, Caja 19, n.º 1, 1570-1770, Doc. 9, Relación del estado de la reducción de los indios tobas, Faenza, 8 de mayo de 1770, f. 9v.
16 Ibíd, f. 1.
17 Ibidem.
18 Ibíd, f. 8.
19 Ibíd., f. 4-4v.
20 AHN, Sala IX, 6-10-5 Carta del P. Arto a Contucci, San Ignacio de Tobas, 20 de agosto de 1765.
21 AHL, Misiones, Paraguay, Caja 19, n.º 1, doc. 9, Relación del estado de la reducción de San Ignacio de indios tobas, Faenza, 8 de mayo de 1770, f. 4.
22 Ibídem. Campero, junto con el obispo Manuel Abad Yllana coordinaron la expulsión de los jesuitas de Santiago del Estero, Tucumán y Salta. Paradójicamente fue acusado de malversación por la Audiencia de Charcas y al poco tiempo arrestado y cesado en sus funciones. Se lo envió a España para ser sometido a un juicio de residencia, donde no solo fue absuelto, sino honrado con el hábito de la Orden de Santiago, y regresó al Perú.
23 Junto al rector Andrés Delgado, fueron 9 sacerdotes y 6 coadjutores, dos de los cuales se encontraban, uno en el Bañado y otro en La Caldera (PAGE, 2011, p. 117).
24 AHL, Misiones, Paraguay, Caja 19, n.º 1, doc. 9, Relación del estado de la reducción de San Ignacio de indios tobas, Faenza, 8 de mayo de 1770, f. 2. Sobre el destino de los tobas, podemos agregar que el gobernador intendente García Pizarro puso en práctica el recurso de vender parte de las tierras de las reducciones con el fin de obtener ganado y útiles para su mantenimiento. Es la suerte que corrió Nuestra Señora del Pilar de Macapillo y San Ignacio de los tobas. Así, en 1791, el Comandante de Fronteras a cargo de los fuertes de Ledesma y Río Negro compró parte de las tierras, adjudicadas originariamente a la reducción, a cambio de 150 cabezas de ganado vacuno, 50 yeguas, 50 cabras y ovejas, 5 fanegas de trigo y 5 de maíz (TERUEL, 1994, p. 231).
25 El inventario de las Temporalidades del poblado y su estancia, fue publicado (BRABO, 1872, p. 460-467), mientras que su original se encuentra en Chile (ANCh, Inventario de la hacienda de San Lucas y la reducción de tobas, vol. 150-4, ff. 40-46). Lo suscribió el maestre de campo comandante Francisco Javier de Robles, el 10 de agosto de 1767.
26 En el inventario de las Temporalidades se mencionan, además, el libro del P. Machoni sobre la lengua lule, la relación historial de las misiones de chiquitos, un libro de cuentas, dos de conchabos, otro de bautismos, olios, confirmaciones y matrimonios, varios de apuntes y sermones, y hasta el título de cura de la reducción (BRABO, 1872, p. 462-463).
27 AHL, Misiones, Paraguay, Caja 19, n.º 1, doc. 9, Relación del estado de la reducción de San Ignacio de indios tobas, Faenza, 8 de mayo de 1770, f. 2-2v. También se menciona en el inventario de las Temporalidades. Por otra parte el P. Barzana escribió un arte y vocabulario de la lengua toba, publicada por Manuel Lafone Quevedo en 1896, de un manuscrito conservado, por entonces, por el general Mitre. El P. Hervás y Panduro menciona a los tobas y al P. Arto, pero no afirma que éste haya escrito una lengua y vocabulario (HERVÁS, 1800, p. 176). Otro expulso, el P. Ramón María de Termeyer, colaboró con Hervás en información sobre las lenguas mocoví y toba. Lo cierto es que en una carta que envía el P. Arto al visitador Contucci le manifiesta que, entre otras cosas le envía un: Quaderno de la lengua tova, para que lo vea, aunque no esta perfecto (AGN, Sala IX, 6-10-6, Carta del P. Román Arto al P. Nicolás Contucci, 20 de agosto de 1765).
28 Brabo, 1872 y ANCh, Inventario de la hacienda de San Lucas y la reducción de tobas, vol. 150-4, ff. 40-46.
29 AHL, Misiones, Paraguay, Caja 19, Nº 1, doc. 9, Relación del estado de la reducción de San Ignacio de indios tobas, Faenza, 8 de mayo de 1770, ff. 2-3v

Autor notes

Doutor em História, professor e pesquisador da Universidad Nacional de Córdoba (UNC), do Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS) e do Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Córdoba, Córdoba, Argentina.

*E-mail: capage1@hotmail.com

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