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Entre la construcción y reconstrucción de la identidad étnica en contextos urbanos. El caso de las mujeres Nasa en la ciudad de Cali

Between construction and reconstruction of ethnic identity in urban context. The case of the Nasa women in the city of Cali

Stephania Recalde-G.
Universidad del Valle, Colombia
Nelly Andrea Ramírez-G.
Universidad del Valle, Colombia
Daniela Erazo-M.
Universidad del Valle, Colombia

Entre la construcción y reconstrucción de la identidad étnica en contextos urbanos. El caso de las mujeres Nasa en la ciudad de Cali

Prospectiva, núm. 23, pp. 173-198, 2017

Escuela de Trabajo Social y Desarrollo Humano, Facultad de Humanidades, Universidad del Valle

Recepción: 02 Enero 2017

Aprobación: 22 Mayo 2017

Resumen: En este artículo se analiza la construcción de la identidad cultural de las mujeres Nasa, asentadas en Cali, que han sido desplazadas de sus territorios, víctimas de la violencia política, y su relación con el cabildo indígena de la ciudad como un espacio de reconocimiento. Describimos también los cambios sociales, culturales y económicos que han tenido desde su desplazamiento forzado a la ciudad.

En la primera parte, se definen los aspectos metodológicos y contextuales de la investigación realizada; en la segunda parte se describen los cambios sociales, culturales y económicos que las mujeres han tenido desde su desplazamiento forzado, especialmente el lugar preponderante de las creencias religiosas a la hora de reconstruir sus vidas en la ciudad. En tercer lugar, se plantean los nuevos vínculos que han construido las mujeres en la ciudad, siendo el cabildo indígena un espacio donde se fortalece su identidad como indígenas Nasa. Finalmente, se reconoce la categoría de etnicidad y las múltiples formas de ser indígena, en un contexto urbano.

Palabras clave: Mujeres indígenas, Nasa, Víctimas de violenciapolítica, Identidad étnica.

Abstract: In this article we analyze the construction of the cultural identity of the Nasa women settled in the city of Cali who have been displaced from their territory and suffered political violence and their relationship with the city’s indigenous Cabildo as a place for acknowledgement. We also describe the social, cultural and economic changes that they have undergone since their forced displacement to the city.

The first part defines the methodological and contextual aspects on which the qualitative research was based. The second part describes the social and cultural changes that the women have faced since their forced displacement and especially the preponderance of religious beliefs when it comes to reconstructing their lives in the city. In third place, we discuss the new bonds that the women have built in the city with the indigenous Cabildo as a space in which their Nasa identity is strengthened. Finally, the category of Ethnicity is appreciated, as well as the multiple ways of being indigenous in an urban context.

Key word: Indigenous women, Nasa, Victims of political violence, Cultural identity.

1. Introducción

El presente artículo presenta los resultados de la investigación titulada Del campo a la ciudad. Vivencias de mujeres del pueblo indígena Nasa víctimas de violencia política y su construcción de memoria en el contexto urbano de Santiago de Cali. En el trabajo mencionado se hizo énfasis en las vivencias que han construido las mujeres Nasa víctimas de violencia política sobre los diferentes acompañamientos de los que han sido participes desde el cabildo y la institucionalidad, y su construcción de memoria frente a los hechos victimizantes.

El conflicto armado y la violencia política en Colombia ha dejado más de siete millones de víctimas según reporte actualizado (2016) del Registro Único de Víctimas, donde el desplazamiento forzado, el homicidio, las amenazas, el reclutamiento forzado, las desapariciones y los secuestros, entre otras modalidades, hacen parte de este repertorio de violencia, con el agravante de que la población civil ha sido la más afectada (CNMH, 2013). Según Luis Evelis Andrade, presidente en 2011 de la ONIC, toda esta problemática aumentó durante el periodo presidencial de Álvaro Uribe Vélez y su política de Seguridad Democrática, en el cual se dio lugar a un discurso de guerra contra la insurgencia evidenciado en el aumento de las Fuerzas Militares y el auge de los paramilitares, intensificándose la confrontación armada en el país.

Según la ONIC, citada en un artículo de la Revista Semana (2011), entre 2002 y 2010 más de 1.500 indígenas fueron asesinados en Colombia. Desde sus inicios, dicho conflicto ha continuado con las mismas lógicas de control territorial manteniendo como víctimas a campesinos y comunidades étnicas. Si bien los pueblos indígenas representan un porcentaje menor del 4% de la totalidad de los colombianos, es una población en extrema vulnerabilidad dado que cada acto violento representa un riesgo de extinción física y cultural de los pueblos (ACNUR, 2012).

De esta manera, el desplazamiento y demás actos violentos, han constituido grandes problemas para su supervivencia viéndose obligados a desplazarse hacia las cabeceras municipales o a las grandes ciudades del país, con mínima o nula posibilidad de retornar a sus territorios, poniendo en riesgo su integridad y la cultura propia. Particularmente, han sido las mujeres de estas comunidades quienes sufren en mayor medida los efectos del conflicto armado, al tener que vivir de forma diferenciada la violencia, mediante la instrumentalización sexual de sus cuerpos como estrategia de guerra, la privación de su autonomía y libertad, además del desplazamiento, la pérdida de hijos y parejas, lo que las ha llevado a asumir nuevos roles, encarando así cambios en su cotidianidad donde empiezan a enfrentar situaciones de acuerdo a su condición de mujeres, indígenas y víctimas.

2. Metodología

En la investigación se aplicó metodología cualitativa, la cual se interesa por interpretar la realidad “a través de los ojos” de la población participante, buscando recuperar las formas de ver la vida de los sujetos. Como técnicas se utilizaron la entrevista semi-estructurada, la historia de vida y la observación participante, que permitieron ahondar en las interpretaciones y valoraciones de cinco mujeres Nasa víctimas de violencia política, asentadas en la ciudad de Cali durante el periodo 2002-2013, con edades entre los 44 y 65 años, además de una entrevista al Gobernador electo del Cabildo en el 2015.

Las mujeres Nasa, participantes en la investigación, vivieron el conflicto armado desde su infancia, por la acción de las insurgencias armadas (FARC, ELN) y las desmovilizadas (M-19, Quintín Lame), el ejército, y los constantes enfrentamientos entre ellos. Más tarde, entrados los años noventa, sufrieron la crudeza de la acción paramilitar en sus territorios (CNMH, 2013). En la década del 2000, al presentarse un incremento del conflicto armado, donde millones de personas civiles fueron amenazadas, asesinadas y desplazadas de sus territorios, estas mujeres se vieron obligadas a partir de su natal Cauca (Suárez, Cordillera Nasa, Tambo, Morales, Inzá) entre los años 2000 y 2008, algunas debido a amenazas directas y, otras, para proteger a sus familias y así mismas de la violencia.

El departamento del Cauca, cuenta con la mayor población indígena de Colombia correspondiendo a un 20% de sus habitantes, incluido el pueblo Nasa. El desplazamiento masivo de los habitantes de este departamento hacia la ciudad de Cali en el suroccidente del país, está relacionado con la intensificación del conflicto en el Cauca como lo ha sido en Nariño y Chocó, regiones con una alta proporción de personas afro e indígenas, las cuales llegan a la ciudad movilizadas por el imaginario de que este nuevo espacio pueda brindar posibilidades económicas para ellas y sus familias, por ser éste reconocido como polo de desarrollo económico y social; sin embargo, el estar ahí les produce enormes choques culturales y sociales.

Así pues, un aspecto que emerge como significativo a partir del trabajo de campo realizado con las mujeres Nasa, luego de escuchar sus historias y su cotidianidad en Cali, es la categoría de etnia, pues al preguntar por su situación en la ciudad y cómo comienzan a encontrar redes de apoyo y acompañamiento por parte del cabildo, surge simultáneamente el interrogante acerca de su identidad como indígenas del pueblo Nasa. ¿Cómo se produce su identificación como indígenas Nasa? ¿Qué sucede con su cultura y cosmovisión en la ciudad? ¿Qué cambios sociales, culturales y económicos les produjo su desplazamiento a Cali?, fueron algunas de las preguntas que orientaron el desarrollo de la investigación.

3. Transformaciones en su cotidianidad al desplazarse a un nuevo espacio de ciudad

Los pueblos indígenas construyen formas particulares de ser y de actuar con la tierra, tratándola como su madre a quien cuidan y a quien le ofrecen todas sus actividades diarias. Pero una vez son obligados al éxodo de sus territorios, asumen una construcción y reconstrucción constante de sí, dado que esta relación se afecta al desplazarse a la ciudad y tener que adaptarse a condiciones adversas, generando que progresivamente sus tradiciones y costumbres desaparezcan o se transformen, tal como lo plantean Hurtado y Moncayo (2015) y según cifras oficiales:

[…] entre el 2004 y el 2008 se desplazaron 48.318 personas pertenecientes a pueblos indígenas (aproximadamente el 70% del total de desplazamiento indígena registrado) (ACNUR, 2009). De manera que tal ha sido el panorama en estos largos años de conflicto, que de los 87 pueblos indígenas reconocidos en el último censo del DANE, la Corte Constitucional por medio del Auto 004 de 2009, reconoció que 34 de ellos se encuentran en peligro de extinción a causa del conflicto armado y el desplazamiento forzado” (Hurtado y Moncayo, 2015, p. 154).

La situación de la comunidad Nasa no ha sido la excepción, han sufrido la vulneración de sus derechos propios y ésta se ha acentuado en los últimos sesenta años. Según Nancy Motta (2010) esta etnia ha tenido fuertes oleadas de migración desde el departamento del Cauca y municipios del Valle del Cauca a la ciudad de Cali, como consecuencia de la violencia por parte de la fuerza pública y grupos armados ilegales. La primera oleada se dio en la década de los años setenta cuando iniciaron procesos para la recuperación de territorios ancestrales; en los años ochenta hubo dos migraciones por desastres naturales y por la búsqueda de oportunidades laborales y de estudio. La última oleada que se registró fue en la década de los noventa debido a la violencia por parte de los grupos armados. Estos múltiples desplazamientos a las ciudades son causantes de la fragmentación de las comunidades indígenas, pues las necesidades que surgen en la ciudad ponderan formas de vida individualizadas más que el fortalecimiento de las relaciones comunitarias, además de los cambios en la identidad y los modos de vida de las familias que sufren dichos desplazamientos.

De manera particular, las mujeres -quienes tradicionalmente cumplen un rol de cuidadoras en el ámbito privado y se encargan de las labores del hogar, con el impacto de la violencia en el marco del conflicto armado donde han sido los hombres víctimas directas de homicidios-, han tenido que desplazarse migrando a las ciudades más cercanas, generalmente con todo su núcleo familiar, transformando esa constante histórica, que si bien obedece a un orden patriarcal de división de roles entre sexos, ha construido su cotidianidad en el campo y en sus comunidades, rompiéndose de manera abrupta al tener que migrar a la ciudad sin sus esposos.

Las mujeres Nasa, participantes en la investigación realizada, han asumido la responsabilidad de mantener sus hogares y tan solo dos la comparten con sus esposos. Según Bello (2000), en este panorama de violencia “las mujeres convertidas en jefes de hogar deben asumir la manutención y crianza de sus hijos, enfrentándose entonces al desempeño de oficios para la generación de ingresos, que trastornan radicalmente su cotidianidad” (Bello, 2000, p. 17).

Así, para estas mujeres que migraron del campo, lo que su territorio y su comunidad les ofrecían no es posible encontrarlo en una ciudad donde las lógicas de competitividad, economía e individualización entran en tensión con los principios de autonomía, ayuda mutua y solidaridad que se practicaban en sus territorios. En las urbes no se dan las condiciones para cosechar, cuidar la tierra y tener el derecho al territorio, por lo que las migraciones masivas producen precariedad en las condiciones de habitabilidad y supervivencia (Vera, 2014).

Por lo tanto, como lo refiere Pradilla (2002), empiezan a coexistir nuevas formas culturales que son producto de la hibridación de los cambios que a nivel social, económico y territorial se generan en la dinámica de represión, amenazas y hostigamientos que han afectado de manera significativa al campesinado y que se intensifican posterior al desplazamiento y cambio de contexto. Como se vislumbra en el caso de las mujeres, quienes se reconocen como víctimas directas de los intereses particulares de diferentes grupos armados: guerrilla, paramilitares y ejército.

Al llegar a Santiago de Cali, las mujeres expresaron que la principal forma de subsistencia que encontraron fue el trabajo doméstico, pero las condiciones de esta labor no son las adecuadas, los pagos no corresponden con las tareas, ni con las horas trabajadas. Según Bello, Giraldo y Cancimance (2009), las labores domésticas se presentan como una de las pocas oportunidades que de manera inmediata les brinda el nuevo contexto a las víctimas por desplazamiento, principalmente a las mujeres, configurándose entonces como una estrategia de inserción a la vida urbana, donde la explotación laboral se convierte en un aspecto transversal en la vida de las mujeres y sus familias. Según Mercedes Tunubalá (2010) del pueblo Misak, existe una importante presencia de mujeres indígenas (entre 15 y 30 años) trabajando como empleadas del servicio doméstico en las comunas de mayor estrato de la ciudad de Santiago de Cali.

Las posibilidades de conseguir otros trabajos se limitan, por ser mínimo o nulo su nivel de escolaridad1, aspecto que no es prioritario en sus contextos de procedencia según lo comentado por ellas, pero que en la urbe adquiere vasta importancia, al considerarse para el empleo y los trámites jurídicos que deben adelantar para reclamar sus derechos como víctimas de la violencia, presentándose así abusos por parte de sus empleadores y de algunos funcionarios públicos. El aspecto de la inclusión laboral preocupa, dado que los niveles de pobreza en la población más vulnerable aumentan, pues las habilidades agrícolas que muchas de las mujeres poseen no tienen cabida en una ciudad donde se exigen conocimientos técnicos y científicos. Por ello, algunas han accedido a cursos para adquirir habilidades para el trabajo, sin embargo, los ingresos son inestables, lo que provoca que a su vez aumente el trabajo informal.

Esta problemática del desempleo, sumada a la desnutrición, falta de vivienda, de acceso a servicios públicos de calidad, son situaciones que se agudizan o empeoran con relación al campo, sin decir con ello que las mujeres desconocen las necesidades o dificultades que en el mismo se presentaban, aunque en menor medida a la hora de establecer un paralelo. Refieren que en el campo tenían negocios propios o sus esposos trabajaban mientras ellas cuidaban del hogar y practicaban la agricultura, lo que les generaba una mayor estabilidad económica y tranquilidad con relación a la angustia constante que manifiestan sentir en Cali: “porque acá es, mejor dicho, es muy difícil la vida, por ejemplo, si uno no tiene un trabajito uno no puede ni comer, uno no puede nada, ni transportarse” (Entrevista a mujer Nasa de Inzá Cauca, 4 de Agosto, 2015).

Por otro lado, mientras las mujeres logran ubicarse en el nuevo contexto de ciudad, continúan viviendo la violencia de género, situación que las aqueja desde su infancia al iniciar procesos de socialización donde se legitimaron las relaciones entre hombres y mujeres transversalizadas por el poder de unos sobre otros, reforzándose dicha violencia no solo por parte de los hombres (familiares y actores armados), sino también desde otras mujeres como madres, cuñadas, suegras y demás familiares.

Así mismo, en el contexto de ciudad conviven con la violencia que se gesta y reproduce en las periferias y barrios excluidos, si bien las mujeres llegaron a Cali para tener mejores condiciones de seguridad, lo que se encuentra es que en los sectores donde viven (Oriente y Ladera) se ven abocadas a nuevas violencias que van desde el pandillismo hasta las diferentes expresiones del crimen organizado. Así, la violencia vivida en los campos se traslapa y aumenta en la ciudad, en palabras de Camacho y Guzmán, “el medio urbano expresa en Colombia de manera más desarrollada las características de una violencia que bien puede excederlos marcos de la ciudad y más aún, que es necesario romper la dicotomía urbano/rural en la explicación de la violencia” (1990, p. 48). En esta medida, se plantea que la violencia producida en los campos no es fortuita, se ubica como una pugna de poderes por adueñarse de tierras en donde viven las comunidades indígenas, campesinas y afrocolombianas que provoca, como consecuencia, un desplazamiento a las ciudades, conformando así un orden social que se impone y ubica a los “de abajo” en las zonas más desprotegidas de la urbe.

Así pues, teniendo en cuenta los más de diez años que llevan las mujeres habitando la ciudad a raíz del desplazamiento forzado, las preocupaciones son más recurrentes en este nuevo contexto y causan cambios a nivel familiar, pues debido a las condiciones económicas y sociales sus hijos han tenido que abandonar el hogar en busca de mejores oportunidades laborales, lo que representa una grave afectación a la unión familiar. Esta desestructuración acaba con los lazos de identidad cultural de la etnia, haciendo que se inserten rápidamente en dinámicas de explotación en el modelo neoliberal, transformando las prácticas colectivas y solidarias, pero además minando los esfuerzos por mantener vivos los rituales, mingas y actividades indígenas. Con ello, los símbolos, la lengua y las prácticas ancestrales desaparecen pues ya no tienen cabida en sujetos fragmentados que luchan por subsistir alejados de sus lazos familiares y comunitarios.

Si bien, la mayoría de las mujeres muestran una actitud resiliente, todo lo vivido ha dejado marcas de dolor en sus memorias y sus cuerpos, la mayoría guarda temor por los actores armados y la violencia vivida en sus territorios; viven con angustia porque algunas han sido amenazadas, mientras que otras sufren la zozobra de no poder encontrar trabajo para el sustento propio y el de su familia. Según el CNMH (2014) estos daños emocionales son vividos por las víctimas y modifican sus emociones, pensamientos y conductas ante hechos traumáticos que les dificultan dar continuidad a sus vidas, fijarse metas, relacionarse con los demás. Esto se aprecia desde que ocurrió el hecho violento hasta la actualidad, las mujeres Nasa expresan su dolor por todo lo ocurrido y la vida que llevan, proyectando la vida que hubiese podido ser.

Aquellos otros daños, llamados morales referidos al dolor y sufrimiento que modifica el espíritu, traen profundas preocupaciones y afectan el honor y el equilibro anímico de quienes sufren los hechos, al punto de incidir en lo que piensan, quieren y sienten, se apartan de todo un sistema de valores, transforman sus prácticas culturales y pierden la confianza en los demás (CNMH, 2014). Todos estos daños hacen que las mujeres lleguen desorientadas y confundidas a la ciudad, y que muchas no puedan retomar el rumbo que tenían en el Cauca, su tierra natal. Es así, como durante su asentamiento en Cali se acercan a nuevos espacios y toman apoyos principalmente espirituales y religiosos para superar sus duelos.

3.1 De los rituales a los cultos: creencias de las mujeres Nasa en la ciudad

Las mujeres expresaron que al llegar a la ciudad como desplazadas se sintieron desorientadas frente al nuevo contexto, y si bien en la ciudad muchas encontraron a familiares o amigos que las apoyaron en ese tránsito, ellas sentían la necesidad de un soporte más fuerte para resistir la fractura física, emocional y espiritual vivida a partir de los hechos de violencia. Es ahí, donde planteamos que la religión se convierte en ese sustento que les permite continuar y llenarse de fuerzas para mantenerse en pie; algunas ya practicaban la religión cristiana o católica desde sus territorios de origen, pero al llegar a la ciudad refuerzan dichas creencias a partir de la vinculación con iglesias en el nuevo contexto modificando o recreando la identidad construida en el campo, por las necesidades sentidas en la ciudad.

Así pues, la adhesión de las mujeres a las iglesias cristianas, en su mayoría, puede comprenderse en la medida que, al llegar éstas como víctimas del desplazamiento a la ciudad, sus estructuras anteriores se movilizan, el hecho en sí, pérdida de un familiar, amenazas, desplazamiento, es referido como aquello “que no le desean ni a su peor enemigo” (Entrevista a mujer Nasa de Suárez Cauca, 16 de Mayo, 2015). La mayoría de las mujeres manifestaron tener un vacío, una carencia, emociones de odio, frustración, rabia y tristeza que las invadía y que sintieron alivianar al encontrar paz y tranquilidad en sus iglesias.

Los diferentes grupos religiosos que cada día tienen más acogida en diferentes sectores de la ciudad, ejercen algún tipo de influencia que termina permeando las acciones cotidianas de quienes asisten a estos espacios. Motta (2010), además, señala el posicionamiento mediático por parte de estos grupos religiosos en la ciudad, explicando que la probabilidad de que adopten la ideología religiosa de éstos aumenta cuando las personas que llegan se encuentran en estado de vulnerabilidad, siendo en principio, una de las primeras instituciones que les brinda apoyo al llegar a la urbe.

Actualmente, la mayoría de las mujeres entrevistadas refirió pertenecer a iglesias de la tradición cristiana expresando que por medio de las prédicas que en ellas se dan, han logrado superar el sufrimiento a causa de los hechos de violencia vivenciados y las situaciones de zozobra, discriminación y marginalización que experimentan en la ciudad. La fe y los símbolos de la religión, los han usado como canalizadores de su dolor, para tranquilizarse y poder vivir sus múltiples pérdidas, las han guiado por un camino donde entienden que pueden continuar su vida en este contexto, además les posibilita tener una red de apoyo en sus lugares de asentamiento.

Ellas han manifestado de manera constante el olvido y/o la superación de los hechos vividos en el momento de la victimización, pero éste es un aspecto que no logramos identificar en su totalidad. Pese a la referencia continua de la superación, cuando se pretendió indagar algún asunto con relación al tema, ellas manifestaron no querer recordar. Ahora bien, aunque reconocemos que el recuerdo y el olvido son una decisión de cada víctima, aquí se pone en discusión el papel de la religión en sus vidas como un factor que pretende la superación del hecho y la reconstrucción de su vida, ya que desde nuestra perspectiva las acciones que desde las iglesia puedan generarse, no representan de manera directa un acompañamiento para la superación de los hechos vividos, por el contrario, es más recurrente escuchar y sentir por parte de las mujeres un poco de temor de lo que pueda suceder si hacen algo en contra de lo que para la iglesia es correcto.

De esta forma, encontramos que la religión es un aspecto fundamental en sus vidas e incide en la forma como reconstruyen su vida en la ciudad, siendo mujeres con una identidad étnica que quieren recuperar y fortalecer, pero que en ocasiones se aleja de la visión autóctona para responder amandatos de tipo divino, contrarios a las prácticas llevadas a cabo en los escenarios comunitarios del pueblo Nasa. Lo importante aquí, es reconocer cómo las mujeres han buscado formas de articular los distintos procesos de los que hacen parte y que no choquen con su propia cotidianidad.

Las mujeres manifiestan sentirse mejor respecto a su situación inicial por pertenecer a la iglesia, sin embargo, se evidencia una tensión entre el deber ser proclamado por la iglesia, con el deber ser del cabildo de ciudad, espacio al que se han vinculado posteriormente a su llegada y donde se realizan acciones para la recuperación de lo ancestral. Aunque expresen que ninguna de las partes obliga a las personas de manera verbal y explícita a realizar o no alguna práctica, ellas aducen que han tomado la decisión de abstenerse en algunas situaciones, porque han leído la biblia y su interpretación las lleva a ello. Incluso han decidido no participar en rituales o actividades culturales de su pueblo porque consideran que no es bien visto en su religión y no quieren llevarle la contraria a Dios, aunque consideren que estos actos son bonitos y sientan curiosidad por cómo se llevan a cabo.

En este sentido, Sámano (2005), concuerda con que la introducción de religiones al interior de grupos indígenas ha provocado conflictos “no porque piensen diferente y profesen otra religión ciertos miembros de la comunidad, sino que las sectas religiosas rompen con la comunalidad y una cosmovisión, al introducir concepciones individualistas” (p. 250).

Por consiguiente, las mujeres expresan en ocasiones sentirse confundidas, al manifestar el deseo de practicar algunos rituales y asistir a encuentros espirituales del cabildo, pero a su vez hacen explicito un temor por lo que pueda representar para su fe y principios practicados en la iglesia. Si bien, las mujeres no manifiestan disgusto hacia las actividades que lleva a cabo el cabildo, es muy importante para ellas mantener respeto por sus creencias basadas en la fe en el Dios cristiano y los mandamientos pues, como en algún momento lo refirió la mujer de Morales, Cauca, “los rituales no son actos que pertenecen a Dios”.

4. Un nuevo vínculo en la ciudad: el cabildo como escenario de discusión y reconocimiento

Frente a las necesidades de los indígenas por las pocas o nulas condiciones que ofrece la ciudad y ante el reconocimiento por parte de la Constitución de 1991 de una nación multiétnica y pluricultural, desde donde se promueve el fortalecimiento de los resguardos y cabildos indígenas, se dio pie al surgimiento de los mismos en contexto urbano, los cuales emprendieron desde entonces procesos políticos de reivindicación y reconstrucción étnica, de recepción a personas desplazadas y de reclamación de derechos como población vulnerable organizada. En este sentido, el cabildo en la ciudad representa la mayor autoridad para los pueblos indígenas y se convierte en una estrategia de sobrevivencia en el nuevo contexto, dada su relación cabildo indígena rural-urbano, “los indígenas aprovecharon sus estructuras sociales y políticas para crear diferentes mecanismos que les permitan defender su autonomía política, cultural y territorial en medio del conflicto social y armado de Colombia” (Galeano, 2006, p. 23).

El cabildo Nasa en Cali es uno de los seis cabildos con mayor población2, y cuyo proceso organizativo en el contexto urbano, se ha posicionado como un espacio reconocido públicamente desde el 20033, desde donde ha generado junto con los otros cinco pueblos indígenas4 procesos culturales, políticos y sociales, con acciones dirigidas a la exigencia de sus derechos, para promover el empoderamiento y la autogestión. En dichos procesos identificamos cómo las mujeres se han destacado por su papelde lideresas en el cabildo, respondiendo a una “tradición organizativa del pueblo ancestral que se ha caracterizado porque las mujeres han ocupado un papel central como dirigentes” (Corporación Nasayach, 2014, p. 12). Particularmente en Cali, algunas mujeres, por su trayectoria histórica, se han desempeñado como gobernadoras, consejeras mayores y se encuentran en el nivel de coordinación de los procesos organizativos.

Esta entidad de derecho especial, desde su origen se ha centrado en aportar a la reivindicación de la identidad indígena Nasa en la ciudad, a través de actividades donde se resalta el reconocimiento, pervivencia y/o recuperación de las costumbres indígenas, el rescate de la lengua Nasa5, la medicina propia, la comida tradicional, la oralidad y los tejidos, entre otros aspectos de orden organizativo dirigidos a los comuneros(as) en general. Estas actividades se han llevado a cabo constantemente con la comunidad para rescatar la mística en su relación con la naturaleza, rituales, tradiciones, y demás aspectos importantes para esta población que en el momento de la victimización pudieron ser vulnerados.

Otra de las apuestas del cabildo es mantener el contacto con los territorios de origen y sus cabildos rurales, particularmente del Cauca e instituciones como el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), con el fin de trabajar mancomunadamente fortaleciendo la fraternidad y resistencia para mantener usos y costumbres desde la selva y la ciudad (Diario de campo, Agosto 2015), dado que estas apuestas permiten construir un “referente identitario” fundamental para la comunidad urbana (Motta, 2010, p. 25).

En la relación que el cabildo ha mantenido con la institucionalidad, se ha articulado a programas y actividades encaminados a la recuperación cultural y desde los que se ha pretendido aportar en aspectos como la educación y la salud, procurando de manera gradual y progresiva la construcción de modelos con un enfoque diferencial reconociendo las prácticas ancestrales y tradicionales que se han perdido en el tiempo o se encuentran en vía de extinción a razón de las exigencias de un nuevo contexto donde muchos y muchas de sus participantes ya no las reconocen.

En este punto, resaltamos el papel del cabildo como una organización que reivindica desde sus saberes y sus quehaceres los derechos propios, ubicándose como un agente activo exigiendo y reconociendo la responsabilidad histórica del Estado y su obligación de velar por la pervivencia física y cultural de los pueblos tal como lo exige la Constitución de 1991, lo que ha llevado a sus directivas a estar en una constante articulación y veeduría para el cumplimiento de sus derechos aportando al logro de un trabajo mancomunado.

El cabildo realiza diversas actividades de tipo ritual (recreativas y formativas) como las mingas, la fiesta del Inti Raymi, y de asesoramiento jurídico al tratar lo relacionado con los Derechos de los pueblos y comunidades indígenas, así como la legislación que los cobija en caso de violencia política (la Constitución Política de Colombia y los artículos correspondientes a los derechos de las comunidades indígenas, la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, el Decreto 4633 de 2011). Además, se realiza la limpieza de espacios sagrados como lagunas y la siembra de árboles para la protección del medio ambiente. En este sentido, la antropóloga Nancy Motta señala que:

El cabildo Nasa ha agenciado una forma de socialización y reinvención de la identidad en la ciudad haciendo uso de estrategias como el conocimiento jurídico tanto ancestral como institucional, la lucha por la visibilización de la diferencia cultural, el deseo de organización de un territorio compartido en el marco urbano como proyección a futuro, la colectividad de la minga como espacio festivo, ceremonial y político, las relaciones con los cabildos de origen y el trabajo articulado con los seis pueblos indígenas habitantes de Cali (2010, p. 26).

4.1 Sentir de las mujeres frente al Cabildo

Así mismo, la gestión y las actividades desarrolladas por el cabildo han aportado a la construcción o reconstrucción de redes comunitarias, estableciendo relaciones fundadas desde la ayuda y la solidaridad con otro u otra con quien empiezan a sentirse identificadas al compartir aspectos como la victimización sufrida o la pertenencia a una misma etnia, pero que al llegar al cabildo de la ciudad de Cali y al conocer de la existencia de una población que ha sido vulnerada y que ellas se encuentran dentro de ésta, las han llevado a pensar de manera diferente lo indígena, a algunas con indignación al reconocer la historia de sometimiento de esta población y a otras con interés por las reparaciones que puedan lograr, pero ha hecho que se despierte una motivación para continuar en la reclamación de sus derechos.

Estos espacios comunitarios que además son de esparcimiento, aprendizaje y apoyo, funcionan como un puente para construir estrategias de afrontamiento ante la situación vivida, se construyen y fortalecen solidaridades y amistades, haciéndolas sentir seguras, al encontrar nuevamente quién se preocupe por ellas y sus familias. Según Bello, Giraldo y Cancimance (2009), la creación de lazos de solidaridad permite tramitar el dolor, fortalecerse en las diferentes situaciones y además moviliza acciones transformadoras en las personas más aún cuando éstas se sienten acompañadas.

Si bien este tipo de emocionalidades se moviliza en hombres y mujeres, se resalta su papel transformador en las vidas de ellas al ser el cabildo un escenario donde éstas son en su mayoría lideresas, desnaturalizando así relaciones de subordinación que muchas habían experimentado en sus familias y con los actores armados que particularmente han utilizado como estrategias de guerra, la intimidación y la violencia basada en género6 para lograr sus objetivos de despojo y desplazamiento, generando así sumisión, inseguridades y miedos. Por tal motivo, reconocemos el cabildo y los espacios de construcción comunitaria, como escenarios de referencia para la reconstrucción y rememoración de prácticas y sucesos pasados, y sobre los que se empiezan a compartir memorias y a reinventarlas constantemente, teniendo como punto de partida aspectos comunes como su pueblo indígena y los sucesos de violencia vividos por quienes han sido víctimas. Así pues, los aspectos individuales se reubican en un marco colectivo que inducea recordar y a ubicar a quienes participan en una memoria colectiva, por lo tanto “(…) podemos decir que el individuo recuerda cuando asume el punto de vista del grupo y que la memoria del grupo se manifiesta y realiza en las memorias individuales.” (Halbwachs, 2004 citado por Diego, 2013, p. 5), construyéndose a partir de dicha memoria, la identificación colectiva por los sucesos vividos, sus lugares de origen y algunas tradiciones, una identidad étnica que, además de hacerlas sentir parte de un colectivo con historia, se convierte en una categoría política para acceder a sus derechos como indígenas, mujeres y víctimas del conflicto armado.

5. Ser indígena en la ciudad

La relación que tienen las mujeres en mayor o menor medida con el cabildo, les brinda un lugar como grupo social en la urbe y permite dar respuesta a necesidades simbólicas y culturales. Ahora bien, es necesario retomar el concepto de etnicidad para entender el vínculo que tienen las mujeres con el pueblo indígena Nasa.

La etnicidad se refiere a la afiliación o identificación de los miembros de un grupo de acuerdo a condiciones específicas. En esta medida, las identidades étnicas se generan por el contacto con otros grupos y no por el aislamiento, teniendo en cuenta que los contenidos o formas de las identidades culturales no son fijas (Bath, 1976 citado por Posso, 2008). Así, los grupos étnicos poseen diferencias culturales de acuerdo a la zona donde se encuentren y a sus formas particulares de trabajo, alimentación y de relación social, que contemplan tanto la solidaridad y la ayuda como también los procesos de conflicto.

Los pueblos indígenas han podido conservar parcialmente su riqueza cultural y su cosmogonía, pero no se desconoce el proceso de aculturación7 que han sufrido a través de los años, su lucha por subsistir y los amedrentamientos por parte del Estado, de los grupos paramilitares y de la insurgencia armada en Colombia, que han provocado cambios en su cultura para poder sobrevivir a la intromisión de estos grupos y al orden social que imponen en sus territorios.

Dussel (2005) en su texto Transmodernidad e interculturalidad profundiza sobre este tema, al referir cómo la modernidad y la globalización han impuesto la cultura occidental acabando progresivamente con otros sistemas culturales llamados subdesarrollados, haciéndolos casi desaparecer. En este sentido, a las culturas que no entran en estos marcos “se las va destruyendo por medio de la propaganda, de la venta de mercancías, productos materiales que son siempre culturales (como bebidas, comidas, vestidos, vehículos, etc.), aunque por otro lado se pretende salvar dichas culturas valorando aisladamente elementos folklóricos o momentos culturales secundarios” (p.15). Esta táctica se plantea desde un diálogo intercultural, que termina imponiendo y negando las culturas indígenas, sin embargo, éstas han sobrevivido y guardan una riqueza cultural importante que lentamente renace, producto de la resistencia, no como algo inamovible sino como una identidad que ha ido evolucionando ante los retos de la misma modernidad, así pues “se trata de una “identidad” en sentido de proceso y crecimiento pero siempre como exterioridad” (p.18), por fuera de la modernidad.

Bajo estos planteamientos, se presenta una extensa y diversa historia de construcción y reconstrucción de la identidad étnica emprendida por un vasto número de individuos o por grupos, cambios que han ocurrido repentinamente o a lo largo de varios periodos (Belote y Belote, 2000) y que se presentan por los conflictos que surgen, producto de la misma modernidad y los aspectos estructurales, pero también fruto de las decisiones individuales y colectivas de los grupos indígenas.

Desde esta perspectiva, los grupos étnicos no deben ser estudiados como portadores de contenidos culturales específicos y homogéneos dado que los rasgos tenidos en cuenta no son la suma de diferencias objetivas, sino las que los actores refieren como significativas, aquí es importante resaltar la capacidad de agencia que posee cada individuo. Los grupos mutan y se adaptan de acuerdo con los procesos particulares que viven en su entorno inmediato, su riqueza consiste en poder llegar a acuerdos, subsanar sus conflictos y continuar con su identidad cultural a pesar de los cambios.

En este escenario, las mujeres Nasa llegan a la ciudad para salvar su vida y la de sus familias, pero en el proceso de asentamiento en este nuevo contexto unas afianzan su identidad étnica y otras comienzan a reconocerla. Las primeras pertenecían a un cabildo de origen, asistían a actividades colectivas y asumían un reconocimiento individual y familiar como parte del grupo étnico Nasa que al llegar a Cali las hacía identificarse como tales, mientras que las segundas se identifican a partir de su asentamiento en la ciudad y la relación con el cabildo, pues no tenían conocimiento de pertenecer a una etnia indígena. Según las mujeres, en sus lugares de origen no cobraba importancia reconocerse a partir de la diferencia, es decir, ser o no ser indígena o Nasa, porque la mayoría de su población lo era y se relacionaban en un mismo entorno. Al llegar a la ciudad y entrar en contacto con el cabildo, comienzan a notar la importancia de reconocerse como indígenas, siendo el cambio de contexto, la pérdida de derechos y la vulnerabilidad lo que marca la necesidad de auto identificarse.

De esta manera, la adscripción como criterio para pertenecer a un grupo étnico implica que subsista la diferencia considerada socialmente importante entre propios y extraños. Así pues, la auto adscripción o auto identificación son los que determinan el grupo étnico y no los criterios planteados como objetivos por un observador externo (Posso, 2008). La propia mujer, desde su historia y vivencia, es quien puede reconocerse bajo la etnia Nasa que se encuentra en su territorio y bajo la cual ha convivido siempre.

Ahora bien, el hecho de identificarse con un pueblo indígena implica reconocer aspectos comunes como son entre otros: el vestido, el territorio, la lengua y la cosmogonía, que le permitan comunicarse y vivir de acuerdo con un proyecto sociocultural específico, sin que sea culturalmente homogéneo. En este sentido, “los sujetos de un mismo grupo étnico no son en todos los casos portadores de un mismo patrón cultural, ni todas sus acciones deben ser interpretadas como producto de un determinismo (cultural)” (Ariel, 2000, p. 17).

Por esta razón, planteamos que hay múltiples formas de ser indígena de acuerdo con patrones individuales de las propias mujeres y de los momentos que han recorrido en su vida. El desplazamiento forzado y los diferentes hechos de violencia hacen que comiencen a practicar labores distintas a las rurales, pero ello no desconoce sus formas de pensar colectivas y solidarias, su creencia en la medicina tradicional y la trascendencia que tiene la tierra; estos asuntos son comunes entre las mujeres, aunque provengan de diferentes zonas del Cauca. El autor explica que “lo distintivo de un grupo étnico no es, pues, una supuesta homogeneidad racial, lingüística o religiosa, ni los rasgos que el estado o la sociedad puedan establecer como exclusivos, sino las categorías que los mismos actores priorizan para interactuar entre sí y con los otros sectores” (Ariel, 2000, p. 17).

Siguiendo a Ariel (2000), se tiende a tener modelos estáticos y mecanicistas de las identidades y las culturas, negando su negociación individual y las interacciones con “otros” semejantes o diferentes, las cuales han sido banalizadas mediante procedimientos en los que los únicos rasgos (culturales) que cuentan para el reconocimiento son los inventariados desde afuera a través de representaciones estereotipadas que no facilitan el contacto intercultural.

Tener en cuenta estos aspectos dinámicos de las identidades, permite manejar la tensión entre lo colectivo y lo individual posibilitando una renovación constante de las culturas donde los sujetos comprueben, especialmente en los escenarios interculturales planteados en la modernidad, la eficacia práctica de su adscripción bien sea porque derivan estatus, reconocimiento, subsidiaridad y/o tratamiento diferencial (Ariel, 2000) que lo convierte, además, en una herramienta política de los pueblos indígenas. Así pues, estos derechos prioritarios a los que tienen acceso desde el Estado y el cabildo, por identificarse como mujeres Nasa, es un asunto que refieren como desconocido cuando estaban en su territorio y que les ha permitido confirmar su identificación hacia la cultura Nasa.

5.1 Procesos de construcción y reconstrucción de la identidad cultural en la ciudad

El progresivo reconocimiento y posicionamiento de la cultura Nasa en las mujeres, las ubica en un espacio identitario que algunas conocían y que otras comienzan a practicar según sus particularidades (tiempos, religión, gustos). Este fortalecimiento identitario, promovido desde el cabildo, ha facilitado la generación de nuevas actividades con el apoyo de entidades privadas o públicas como la Alcaldía (Posso, 2008) para avanzar en acciones que generen mejores condiciones de vida para los Nasa y que afiancen prácticas culturales desde la primera infancia hasta la edad adulta.

Ahora bien, las mujeres como partícipes del cabildo reconocen que éste ha establecido unos criterios que le permiten acercar personas a sus espacios ancestrales, por ello deben cerciorarse de que la comunidad censada, y que asiste a las actividades, efectivamente sea de la etnia Nasa. Esto con el fin de favorecer la recuperación cultural y la articulación con el Estado. Para el cabildo y sus autoridades, las personas que desean hacer parte del mismo deben provenir de un territorio de origen8, conservar los apellidos indígenas e identificarse como Nasa. Una vez sucede esto, es necesario conocer e integrar el proceso que viene desarrollando el cabildo, además de ser partícipe de la defensa y restitución de los derechos individuales y colectivos que éste abandera en las áreas de educación, salud y territorio.

En esta medida, “la identidad étnica deviene como opción política y organizativa que permite agregar intereses, obtener reconocimiento y acceder a cierta subsidiaridad oficial (Ariel, 2000, p. 21). Identificarse como Nasas para las mujeres implica, además de la construcción de vínculos en un nuevo contexto con una comunidad con la que comparte una historia, acceder a unos beneficios estatales por medio de los cuales se les debe dar un tratamiento diferencial y permitir el acceso a la reparación como víctimas de violencia política, lo cual se muestra como una ganancia adicional que les imprime razones materiales por las cuales continuar en el cabildo. Además de que es un espacio de encuentro, también se presenta como un mecanismo colectivo para lograr en la ciudad lo que hubiese sido más difícil conseguir a nivel individual. En este sentido, su doble condición “ser indígena” y víctima de violencia política les posibilita acceder a ciertos servicios, con los cuales en algunas se desdibuja la contribución hacia su identidad, dado que perciben en el cabildo una institución que puede ayudarlas a responder a sus necesidades concretas.

Justo ahí, se encuentran los dos puntos de vista: el de las autoridades indígenas que pugnan por fortalecer la identidad cultural y retomar los proyectos de las comunidades de origen, y el de los comuneros Nasa, en este caso las mujeres, que luchan por tener mejores condiciones en la ciudad; estas demandas, aunque van de la mano para sacar adelante el pueblo Nasa, son priorizadas de formas diferentes por cada actor.

Pese a esto, apreciamos cierto entusiasmo en las mujeres por participar de los espacios colectivos, reconocer sus costumbres e integrarse a los procesos culturales. Algunas han manifestado la alegría que les produce participar en espacios de danza, de rituales y la posibilidad de aprender la lengua propia. Es precisamente, lo que piensan y reflexionan las mujeres en sus historias de vida, lo que permite valorar los avances que tienen como pueblo para recuperar su identidad propia y llevar a cabo acciones colectivas en la ciudad.

6.Conclusiones

La trayectoria de vida de las mujeres Nasa está permeada por la violencia y el sufrimiento, sin embargo, se resalta el hecho doloroso del desplazamiento forzado, como un momento de inflexión en sus vidas que les permitió demostrarse a sí mismas que tienen la fuerza para salir adelante, tomar decisiones, vincularse a procesos colectivos y tener una postura frente a los mismos y frente a su propia vida.

En este sentido, identificamos que las mujeres Nasa que habitan desde hace más de una década en la ciudad de Cali, lugar al que llegaron desplazadas del Cauca, han hilado formas diferentes de sobrevivir con sus familias sin limitarse necesariamente a ayudas externas, su esmero por contar con un empleo y las soluciones que ellas mismas han gestado a sus dificultades, son aspectos que refieren las han fortalecido, pues ha sido en este contexto de ciudad donde se perciben como mujeres independientes y más seguras de sí. A través de sus acciones cotidianas, se refleja un esfuerzo por construirse como sujetos de derechos en escenarios de violencia, lo que resalta su capacidad de agencia.

Las mujeres reconocen el papel que ha desempeñado el Cabildo Nasa de Cali con relación al reconocimiento de sus derechos propios como pueblo indígena, la recuperación y/o fortalecimiento de su identidad cultural junto con su oralidad, tejidos y medicina tradicional, siendo un baluarte de la pervivencia de sus costumbres. Además, el cabildo les ha posibilitado conocer sus derechos como víctimas de la violencia política y exigirlos, sirviendo de puente entre la institucionalidad en procesos como: la declaración ante la Unidad de Víctimas, el acceso a las medidas humanitarias, el derecho a la salud y formación para el trabajo, con el fin de que puedan adquirir habilidades, resignificar los hechos de violencia y habitar la ciudad encontrando redes de apoyo. Manifiestan que, aunque no ha sido un apoyo constante, el cabildo las ha acompañado en procesos colectivos y les ha permitido tener una visión jurídica y política frente a su situación en la ciudad.

En el proceso de investigación reconocimos cómo cada mujer Nasa ha construido una forma diferente de ser indígena de acuerdo a su contexto, edad, familia y lugar de origen; en algunas, su identificación se produce al llegar a la ciudad, mientras que otras tienen un conocimiento mayor de las prácticas culturales y organizativas del pueblo Nasa desde antes. Es en el proceso de asentamiento en la ciudad, donde unas van afianzando su identidad étnica, en tanto pertenecían a un cabildo de origen y asumían un reconocimiento individual y familiar como parte del grupo étnico Nasa, mientras que otras han comenzado a hacerlo desde cuando participan en el Cabildo de la ciudad.

Para las mujeres Nasa que migraron del campo, el desplazamiento a la ciudad se convierte no sólo en un cambio de contexto, sino que implica una reconstrucción de su vida, pues la oportunidad de vivienda y alimentación que les brindaba su territorio no es posible encontrarla en una ciudad como Cali. De esta manera, comienzan a coexistir nuevas formas culturales que son producto de la hibridación de aquellos cambios a nivel social, económico y territorial que para ellas representa una transformación drástica en su diario vivir.

La religión se convierte para las mujeres en ese sustento que les ha permitido continuar y llenarse de fuerzas para mantenerse en pie, las creencias de las mujeres, en su mayoría cristianas desde el campo, se refuerzan desde el momento que entran en interacción con las diferentes expresiones religiosas o iglesias en la ciudad. Es de suma importancia reconocer cómo empiezan a coexistir en mayor medida con las prácticas que desde la iglesia se imparten, sin llegar a perder el respeto por las prácticas que desde el Cabildo Nasa se realizan. Por otro lado, sin poner en cuestión el papel que ha jugado la iglesia en sus vidas y en lo que ésta significa para ellas en cuanto al perdón, el olvido y/o la resignación frente al hecho violento, encontramos que no ha sido suficiente para mitigar el dolor puesto que aún algunas de ellas aún no logran poner en palabras el pasado de violencia, manifestando no querer recordar.

Finalmente, reconocemos el potencial de la investigación como un proceso que no sólo permite acercarnos a la forma como las personas significan y comprenden la realidad a partir de unos hechos vividos, sino que además, parte de este conocimiento compartido posibilita el pensarse procesos de intervención o formas de contribuir de manera sentida, crítica y reflexiva a la resolución de problemáticas que afecten a la sociedad.

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Notas

9 Artículo resultado de la investigación “Del campo a la ciudad. Vivencias de mujeres del pueblo indígena Nasa víctimas de violencia política y su construcción de memoria en el contexto urbano de Santiago de Cali” realizada en el marco del Semillero de Investigación del Grupo Sujetos y Acciones Colectivas en el eje de Violencia, Memoria e Intervención Social de la Universidad del Valle
1 La población indígena que vive en la ciudad de Cali presenta las mayores tasas de analfabetismo, en el nivel educativo la gran mayoría llega hasta el bachillerato y con una cobertura incompleta en salud, (Tunubalá, 2010).
2 Según Cristhian Findicué, Gobernador del Cabildo Nasa electo en el año 2015, en Cali viven alrededor de 5.000 Nasas que se encuentran en todas las 22 comunas y 15 corregimientos, con mayor concentración en los barrios de Ladera y Centro-Oriente, pero existe mucha dispersión de los grupos familiares por lo que se contempla que puede haber entre 8.000 y 10.000 Nasas.
3 Según la información recopilada durante las asambleas, el proceso de constitución del cabildo tuvo inicio en 1999 y en el año 2003 se reconoció públicamente.
4 En la ciudad de Santiago de Cali, la Alcaldía mediante el acto administrativo municipal, posesiona como entidades de derecho público especial a los cabildos indígenas residentes en dicha ciudad –Inga, Nasa. Kofán, Yanacona, Misak, Quichua– (Alcaldía de Santiago de Cali, 2006, p. 6) los cuales “se aglutinaron en torno a la Política Pública Indígena del 2006 y la Mesa Permanente de Concertación con el Gobierno Municipal” (Corporación Nasayach, 2014, p. 12)
5 La lengua ha sido uno de los aspectos más trabajados por el Cabildo, pues menos del 15% de los Nasa habitantes en la ciudad de Cali la hablan y comprenden, lo que se atribuye a que el proceso migratorio no es un fenómeno reciente (Alcaldía de Santiago de Cali, 2014).
6 La Violencia basada en Género, “es un tipo de violencia física o psicológica ejercida contra cualquier persona sobre la base de su sexo o género, que impacta de manera negativa sobre su identidad y bienestar social, físico y psicológico. De acuerdo con las Naciones Unidas, el término es utilizado «para distinguir la violencia común de aquella que se dirige a individuos o grupos sobre la base de su género” (PNUD, 2011 citado por Unidad para las Víctimas, S.F.).
7 Aculturación o asimilación: Procesos de cambio a largo plazo que ocurren a individuos o grupos, de forma inconsciente o por las acciones decididas por individuos, donde se acoge y adapta a una cultura diferente y se produce la pérdida de lo propia (Belote y Belote, 2000).
8 Territorio habitado milenariamente por el pueblo Nasa en la zona suroccidente de país, que comprende los departamentos de Cauca, Valle, Huila y Putumayo, y del que han sido despojados por razones de conflicto armado, criminalidad y explotación de recursos naturales.

Notas de autor

Autor de correspondencia: Stephania Recalde-G. Universidad del Valle. Cali, Colombia. Correo electrónico: stephaniarecalde@gmail.com

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