Dossiê
Estrategias políticas y emancipación. Laclau discutiendo con Rancière
Political strategies and emancipation. Laclau with Rancière
Estratégias políticas e emancipação. Laclau argumentando com Rancière
Estrategias políticas y emancipación. Laclau discutiendo con Rancière
Simbiótica. Revista Eletrônica, vol. 6, núm. 1, pp. 12-45, 2019
Universidade Federal do Espírito Santo
Resumen: La estrategia política orientada a las emancipaciones democráticas ha sido central en el pensamiento de Ernesto Laclau. Producto del diálogo con múltiples autores y su adscripción post estructural, post marxista y post fundacional, sus posiciones fueron cambiando. La tensión entre la producción de un sujeto político que ponga en cuestión el orden y la reinscripción de lo social se propone un eje de lectura que permite sostener dos estrategias dependiendo del contexto histórico geográfico: la multiplicación de los antagonismos democráticos y la construcción de un Pueblo. El diálogo sobre todo con Mouffe y Rancière será útil para ordenar el debate en torno a cómo se van transformando las estrategias políticas emancipadoras.
Palabras clave: Laclau, Rancière, Emancipaciones, Estrategias políticas, Sujetos políticos.
Abstract: The political strategy aimed at democratic emancipation has been central for Ernesto Laclau`s thought. As a result of the dialogue with multiple authors and his post structural, post-Marxist and post-foundational adscription, his position was changing. The tension between the production of a political subject that challenges the order and the inscription of the social, proposes a reading axis that allows to sustain two strategies depends on historical geographical context: the multiplication of democratic antagonisms and the construction of a People. The dialogue with Mouffe and, in particular, with Jacques Rancière will be useful in ordering the debate.
Keywords: Laclau, Rancière, Emancipations, Political strategies, Political subjects.
Resumo: A estratégia política voltada para a emancipação democrática tem sido central no pensamento de Ernesto Laclau. Produto do diálogo com múltiplos autores e sua atribuição pós-estrutural, pós-marxista e pós-fundacional, suas posições estavam mudando. A tensão entre a produção de um sujeito político que põe em questão a ordem e a pré-inscrição do social propõe um eixo de leitura que permite sustentar duas estratégias dependendo do contexto histórico geográfico: a multiplicação dos antagonismos democráticos e a construção de um Povo. O diálogo com Mouffe, e, em particular, com Jacques Rancière será útil para ordenar o debate.
Palavras-chave: Laclau, Rancière, Emancipações, Estratégias políticas, Sujeitos políticos.
Introducción
A fines de la década de los setenta y durante la década de los ochenta, la crisis del marxismo teórico y la deslegitimación de los socialismos realmente existentes convocaron a un debate en torno a cuáles eran las posibilidades y las formas que podría asumir la “emancipación política”. La preocupación ontológica y el litigio sobre la naturaleza del orden social no fueron ociosos en relación con estos debates. El problema ontológico de la constitución del orden social y la manera de tratarlo tuvo un impacto directo sobre cómo se pensaron las prácticas políticas, sobre todo las democráticas y las populares. Por un lado, la democracia se revalorizó entre la izquierda y los marxismos como categoría no necesariamente atada al régimen de dominación. Por otro lado, la clase dejó de ser la única categoría por la cual pensar al colectivo transformador. En algunos casos, el Pueblo pasó a ser el nombre legítimo del sujeto político, aunque los denominados “nuevos movimientos sociales” y las políticas de la identidad se posicionaron como los protagonistas de la escena progresista a fines del siglo “corto”. La sociedad civil se acrecentó como un locus privilegiado para el cambio social. Pasadas las
décadas de los 80 y 90, más puntualmente, después de la consolidación del modelo neoliberal 13 Importar tabla
y el capitalismo financiero en el mundo y la emergencia de las resistencias populares en América Latina, las expresiones colectivas pusieron de nuevo en cuestión la organización económica y su relación con la forma del Estado.
Las posturas post estructuralista y la post fundacionalista asumieron diferentes actitudes en este debate. En términos generales, la política es definida como una práctica de construcción de sujetos colectivos que no puede atarse a ninguna determinación ni esencia predeterminada.
A diferencia de las totalidades fundantes del modelo esencialista, la unidad ya no puede ser constitutiva, sino más bien constituida o instituida como resultado de un esfuerzo por estructurar la diversidad fenoménica del mundo, imprimiéndole una forma o unidad específica (ARDITI, 1991, p. 112
Un punto de partida de ese pensamiento fue recuperar el concepto de “estructura abierta” para pensar al orden social como tarea política ineludible pero, también, imposible e infinita. La ventaja de esta forma argumental es que permitió explicar, reivindicar y legitimar la aparición de colectivos que, poniendo en cuestión diversas relaciones de subordinación, no podían ser atados ni revelados solo a partir de las posiciones que ocuparan en la estructura o topografía social. En este sentido, historizaba radicalmente la emergencia de los sujetos políticos, llamaba al compromiso militante (en tanto estos resultaban de la construcción y no de la necesidad histórica) e instaba a un optimismo en torno a la multiplicación de las luchas.
El debilitamiento del movimiento obrero como fuente de transformación en América Latina fue creciendo y la emergencia de otros protagonismos obligaba a repensar la relación teórica entre sujeto y estrategia. Por poner algunos ejemplos, el movimiento estudiantil y la matanza de Tlateloco en México (el otro “mayo del 68”), la presencia de un campesinado organizado y transformador en Bolivia, las luchas por la democracia y la guerrilla urbana en los 70, los movimientos sociales feministas, de derechos humanos y de género que tuvieron su protagonismo en los 80 y los 90 tenían demandas diversas, prácticas diferentes en torno a la institucionalidad política así como disímiles alcances en materia de proyectos nacionales, societales, estatales, regionales o globales. En ese contexto, el post estructuralismo y la post fundacionalismo tenían la ventaja de desplazar las explicaciones topográficas, esencialistas y economicistas. Ni el lugar en el sistema político o social ni el terreno económico o de las relaciones de producción eran elementos causales privilegiados (aunque tampoco eran excluidos). Además, la transformación o emancipación era sustituida por el plural emancipaciones o transformaciones. Dicho de otra manera, la convicción de alcanzar una 14 sociedad transparente o libre de relaciones de poder quedaba desplazada por la tarea de poner en cuestión múltiples relaciones de subordinación (económica, racial, sexual, etc.). Ni el fin del capitalismo era garantía de la eliminación del patriarcado o el colonialismo, ni a la inversa. La historización de las explicaciones y las estrategias se volvían centrales. Finalmente, la aceptación del conflicto como constitutivo de lo social se volvía consustancial con la acción democrática y, incluso, el antagonismo era una relación deseable al representar la aparición del sujeto y la libertad.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, por un lado, y Jacques Rancière, por el otro, son parte de esta discusión.[1] Para los primeros, el horizonte era la democracia radical y plural, donde primero se la garantizaría por la multiplicación de los antagonismos y, luego, por la categoría (y construcción) de un Pueblo. El primer constructo teórico se inspiraba en la necesidad de dar cuenta de la especificidad y la emergencia de los “nuevos movimientos sociales” como fuente de nuevos antagonismos en conjunto con acompañar la revolución democrática como
oportunidad para las emancipaciones.[2] En un segundo momento, Laclau (y más recientemente Mouffe) incorporan la idea de Pueblo, que si bien no abandona la concepción de la democracia radical y plural, si supone una modificación de estrategias políticas en el contexto de la consolidación del neoliberalismo como sistema hegemónico en el mundo (MOUFFE, 2018).
Como señala Laclau en repetidos trabajos desde “Hegemonía y estrategia” (1985) hasta los “Fundamentos retóricos de la sociedad” (2014), la articulación se volverá una categoría fundamental para pensar a la totalidad como dotada de sentido, donde el tipo de vínculo tiene prioridad ontológica sobre los elementos vinculados. En especial, antagonismos, cadenas equivalenciales y significantes vacíos son, a pesar de los momentos del pensamiento que se señalaran aquí, los hilos de continuidad que tensiona la estrategia emancipadora entre la necesidad de dislocar e instituir otra hegemonía. Además, como el mismo señala, se vuelven instrumentos para pensar alternativas contra los “fetiches emocionalmente cargados” de una izquierda impotente frente a un capitalismo transformado y globalizado (LACLAU [2005] 2006, p. 316).
Rancière también sostiene una reflexión histórica contextuada para elaborar su
propuesta teórica y recupera el rol del sujeto político como límite estructural. No obstante, 15 Importar tabla
mientras los primeros cuestionan la existencia de un fundamento último para anclar la política, el segundo argumenta que solo la igualdad garantiza la emancipación en su calidad de operadora de la diferencia (2003). Para este autor, la estrategia se resume en un conjunto de prácticas que ponen en cuestión las relaciones de dominación a partir de realizar efectivas formas de verificación de la igualdad de cualquiera con cualquiera. Pero una vez pasado este momento, la vuelta a la normalidad “policial”, como se verá, vuelve a introducirnos al momento de la dominación. La política de la rebelión será homologada al momento de la democracia y el Pueblo.
Estos autores han sido cuestionados desde la izquierda por abandonar al capitalismo como eje de su pensamiento y como sistema que es fuente de todas las opresiones sociales (GERAS, 1987). No es descabellado sospechar que la experiencia del socialismo en el mundo frustró el pensamiento de muchos intelectuales orgánicos de los partidos políticos marxistas, obligándolos a revisitar la cuestión del capitalismo, la democracia y otras emancipaciones posibles. La transformación producida en los países no capitalistas había derivado en otras fuentes de dominación tan violentas como las capitalistas. Al mismo tiempo, veían como una
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oportunidad el crecimiento de los movimientos sociales con nuevas demandas. Su maridaje con la democracia, en el caso de los autores de Hegemonía y Estrategia Socialista era muy oportuna para desentrañar las “condiciones discursivas de emergencia de una acción colectiva encaminada a luchar contra las desigualdades, y a poner en cuestión las relaciones de subordinación” (LACLAU Y MOUFFE [1985] 2004, p. 195). La preocupación central entonces era analizar “en qué condiciones una relación de subordinación pasa a ser una relación de opresión y se torna, por tanto una sede de un antagonismo” (LACLAU Y MOUFFE [1985] 2004, p. 195). En el caso de Rancière, la propuesta en torno a la democracia como régimen del disenso o desacuerdo, le permitirá construir una fuerte crítica contra la democracia liberal procedimental (MENDONCA y VIEIRA JUNIOR, 2014). Como se desarrollará, esta última se asemeja más a la lógica de designación de los lugares y las funciones que daña la igualdad.
El artículo consta de cuatro partes. La primera corresponde al desarrollo del sistema teórico de Ernesto Laclau, por momentos elaborado junto con Chantal Mouffe, tratando de reflexionar sobre las potencialidades de sus propuestas pero también sobre sus límites internos y las consecuencias en relación con las estrategias políticas. Esta sección se centrará en la idea
de multiplicación de los antagonismos como garantía de la democracia (en su acepción radical 16 Importar tabla
y plural). En la siguiente parte se hace referencia a Jacques Rancière, sus definiciones y algunas comparaciones con la teoría de la hegemonía para introducir la dimensión de la necesidad de construir al sujeto político (no como un producto de la negatividad sino como productor de la misma). La reflexión sobre este autor se guiará a través de la idea de que, a diferencia de los anteriores, este reduce lo político solo a las luchas de tipos democráticas y populares. Esto que puede ser una desventaja para el análisis de los procesos de emancipación concretos (en tanto que reduce las formas en que estos surgen) es, a la vez, más útil para reflexionar sobre la idea de que este no es producto de una ontología social negativa sino de un conjunto de prácticas históricamente contextuadas (el problema de la voluntad popular). La siguiente sección mostrará a un Laclau orientado a construir una amplia alianza entre demandas, donde el Pueblo ocupa un lugar central en el cuestionamiento de lo universal, que aquí será asociado al problema del Estado.
El abordaje de ambos autores estará centrado en torno a los conceptos centrales que hacen a la estrategia política de cada autor al respecto de la emancipación. En este sentido, sujetos políticos y emancipación, democracia y Estado, serán organizadores de la discusión. Finalmente, la última parte concierne a las posibles conclusiones o consecuencias que poseen los desarrollos teóricos de ambos autores para el análisis de los procesos políticos concretos contemporáneos y la posibilidad de pensar una estrategia combinada.
La tarea de la emancipación: la multiplicación de los antagonismos
Si quisiéramos caracterizar en pocas líneas los rasgos distintivos de la primera mitad de los años noventa, yo diría que ellos deben buscarse en la rebelión de los diversos particularismos - étnicos, raciales, nacionales y sexuales. Contra las ideologías totalizantes que habían dominado en las décadas precedentes, el horizonte de la política (LACLAU, 1996, p. 7).
La obra de Ernesto Laclau en relación a la democracia radical y plural como horizonte ético regulador puede dividirse en dos etapas. Mientras en la década de los 80 realiza una lectura histórica contextual y apuesta a la multiplicación de los antagonismos, en sus últimos años la construcción de un Pueblo abrió otras reflexiones desde y para América Latina. Ambas etapas están asociadas a los contextos de producción históricos en los que el autor se encuentra.
Una de sus obra más conocida “Hegemonía y Estrategia Socialista” fue escrita con
Chantal Mouffe (1985) y elaborada en un momento específico; el generalizado desencanto de 17 Importar tabla
los intelectuales de izquierda frente al comunismo “realmente existente” y el entusiasmo provocado por los movimientos sociales con demandas “postmateriales” o “multiculturales” actuantes desde la sociedad civil.[3] Para ambos autores, la emergencia de esos nuevos sujetos políticos era posible, aún en procesos de mercantilización y burocratización creciente de las relaciones sociales que representaban los gobiernos de Thatcher y Reagan. La ideología liberal democrática, pensada estrictamente como la expansión de las luchas por la igualdad y no como mero complejo institucional, se volvía la fuente de transformación. En América Latina, el proceso de doble transición (hacia las democracias como poliarquía y hacia los mercados liberalizados) se imponía en la vida política y académica de la región (MUÑOZ, 2017). “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo” (1990) y “Emancipación y diferencia”
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(1996)[4] fueron escritas por Laclau en el agonizante mundo comunista y la hegemonía neoliberal en periodo de consolidación.
Estas obras pueden ser entendidas como un arma conceptual con dos frentes de batallas y una propuesta. Contra el marxismo cuestionaban el esencialismo de clase y el determinismo economista. Contra el liberalismo, se criticaba las posiciones centradas en el individualismo metodológico y la liberad privada como fundamento de lo social (MUÑOZ, 2016). Por un lado, realizaba un ataque sistemático e ingenioso contra toda posición determinista en torno a la política. Por otro lado, emprendía una defensa de la democracia radicalizada y plural como mejor forma de organización política de una sociedad.[5] En otras palabras, si bien se declaraban contra cualquier principio de “necesidad histórica”, no renunciaba a la posibilidad de alcanzar una política “radicalizada”. En cambio, La Razón Populista ([2005] 2006) fue escrita solo por Laclau recuperando algunas viejas tesis asociadas a los problemas políticos de América Latina pero en un contexto de emergencia de resistencias frente a los neoliberalismos hegemónicos globales.
Aunque el pensamiento situacional fue un elemento importante en las reflexiones, la
primacía de la dimensión ontológica por sobre las emergencias óntico- históricas fue evidente 18 Importar tabla
(y muchas veces no necesariamente productivo para las reflexiones en torno a la estrategia política, la formación de los sujetos y la emancipación). De allí, la emergencia de las críticas en torno a la superposiciones entre estas dos dimensiones (ónticas y ontológicas) del uso de la política, la hegemonía y luego el populismo (ARDITI, 2010; BALSA, 2010, MUÑOZ, 2010).[6]
El abandono de la categoría de clase por la de antagonismo y, luego, por la recuperación de la de Pueblo, será clave tanto para Laclau como para Mouffe. Esta operación no los distancia de una visión emancipatoria. Más bien intentan instalar un elemento clave para la estrategia política; las resistencias contra las diversas formas de subordinación no son el resultado de la estructura económica ni de una antropología humana ni de un momento determinado de una
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estructura. Éstas son un dato de lo político, es decir, no son inevitables sino un tipo específico de acción “cuyo objetivo es la transformación de una relación social que construye a un sujeto en relación de subordinación” (LACLAU Y MOUFFE [1985] 2004, p. 195). Por ello, en una primera etapa es el antagonismo el que se estructura como crítica al esencialismo de clase y al economicismo marxista partiendo de un punto de vista ontológico. Este consiste en afirmar, luego de un desarrollo de inferencias causales teóricas, que la negatividad es constitutiva de toda objetividad, con lo cual no es posible pre-fijar el momento del conflicto político a algún punto de la estructura social. Esta no desaparece sino que adquiere un carácter “abierto”. Dicho de otra manera, no puede determinar todos los momentos internos, lo que hace imposible prever qué sujeto político será fuente de las transformaciones sociales.
En esta primera etapa, la dislocación se volvió un concepto que abonaba a la idea de ontología negativa, rompiendo con “la ilusión de la inmediatez” y las teorías que sostenían que se podía tener un acceso directo, objetivo o trasparente sobre la realidad (filosofía analítica, fenomenología y estructuralismo) (LACLAU, 2003). Esto restituía el protagonismo de los sujetos (y la decisión) en la escena política. Además, le permitirá a la Laclau sostener una
mirada positiva en torno al carácter del capitalismo contemporáneo. Sus múltiples dislocaciones 19 Importar tabla
son oportunidades para la multiplicación de los antagonismos, que en convivencia con discursos asociados a la igualdad aumentan las posibilidades de una política radicalizada (LACLAU, [1990] 2000). Es decir, de la dislocación se pueden deducir algunos corolarios que impactan sobre el análisis de las prácticas políticas; los sujetos de cambio son múltiples e impredecibles, los espacios de aparición de lo político se expanden y las posibilidades de emancipaciones se amplían, no hay puntos de presión privilegiados para la transformación estructural, etcétera. (MUÑOZ, 2006).
Por esta razón, la democracia radical y plural se propone como proyecto renovador de la izquierda.
El rechazo de los puntos privilegiados de ruptura y de la confluencia de las luchas en un espacio político unificado, y la aceptación, por el contrario, de la pluralidad e indeterminación de lo social, nos parecen ser las dos bases fundamentales a partir de las cuales un nuevo imaginario político puede ser construido, radicalmente libertario e infinitamente más ambicioso en sus objetivos que el de la izquierda clásica (LACLAU [1985] 2004, p. 194).
Ahora bien, para Laclau y Mouffe, lo político no está asociado solo al momento de subversión de lo instituido y de aparición del antagonismo que muestra el carácter contingente del orden social (como se verá más adelante, pareciera ser la posición de Rancière). Más bien, todo el desarrollo de la teoría de la hegemonía (y luego del populismo) supone la superación de esta dislocación inicial a través de relaciones de poder.[7] Esto permite integrar la ya elaborada crítica de Lefort (1990) en torno a confinar la política a un subsistema social y pensar a lo político como momento de institución de lo social.[8] Pero también posarse sobre otros antecedentes teóricos que apuntaban hacia la necesidad de sostener la estructura como fuente de relaciones de poder y determinación y al sujeto político como los que abren el juego de la transformación.[9]
De nuevo, las consecuencias teóricas de la aceptación de una negatividad constitutiva de todo objeto son varias. Al eliminar cualquier fundamento de lo social que privilegie algún elemento o lugar dentro del orden para explicar su constitución, pero sostener que sí tienen que existir centros históricos parciales que deben ser explicados a través del análisis de casos concretos, habilita la cuestión de la lucha por esos fundamentos. Es decir, si existe estructura sobre determinada y sujetos políticos que disputan esta sobre determinación, la democracia radical y plural deviene en el esquema “natural” o extensivo de esa forma de ser del orden.[10]
Pero además, la elaboración de su teoría escapará a una crítica introducida por Zizek en 20 Importar tabla
1999 (ZIZEK, 2007). El sostendrá que el posestructuralismo (entre los que agrupa a Balibar, Rancière y Laclau, aunque no la nombra a Mouffe) se aferra a instituir demandas irresponsables o, como él las llama, “histéricas” (p. 258). Esto es, aquel apoya todo su aparato conceptual en demostrar e impulsar el momento de negatividad del orden social, sin asumir la responsabilidad del costo que implica el momento de superación y positivización de la demanda. Al hacer esto, quedan irrevocablemente ligados al fracaso político, en tanto no logran reflexionar sobre la
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reestructuración del orden. El acto heroico por excelencia es el de “sostener la transformación del socavamiento subversivo del sistema existente en el principio de un nuevo orden positivo que encarne esa negatividad” (ZIZEK [1999] 2007, p. 258). Aunque esta crítica ético política será más oportuna frente a la propuesta de Rancière, también hay algo de cierto en relación con Laclau.
Para nosotros, por el contrario, la posibilidad de una transformación socialista y democrática de la sociedad depende de la proliferación de nuevos sujetos de cambio, lo cual sólo es posible si hay algo realmente en el capitalismo contemporáneo que tiende a multiplicar las dislocaciones y a crear, en consecuencia, una pluralidad de nuevos antagonismos (LACLAU, [1990] 2000, p. 57).[11]
Aunque posteriormente aclara que el antagonismo es una tramitación discursiva de la dislocación (LACLAU, 1997), hacia depender la democracia radical y plural de la multiplicación de esos momentos de interrupción estructural contenidos en las formas de los capitalismos. El feminismo y los nuevos movimientos sociales eran el centro del debate. Laclau y Mouffe, señalaban que, al igual que el movimiento obrero, eran formas de dominación discursiva de las dislocaciones que podían ser tan funcionales a la radicalización de la 21 democracia, como a las reformulaciones liberales conservadoras (crecientemente hegemónicas en el mundo post Thatcher y Reagan). Allí es donde anclaba la cuestión de la contingencia como limite a la necesidad histórica y la tarea de lo político; finalmente las transformaciones del capitalismo podían producir dislocaciones pero no necesariamente antagonismos y menos aún Pueblo (en el sentido que se otorgaría luego a esta figura). Décadas después se siguen construyendo explicaciones que otorgan sentidos a las experiencias dislocatorias vividas y que tienen gran capacidad de interpelación social; “la falta de empleo es producto de las incapacidades individuales para incorporarse a las exigencias de un mercado cambiante”, “se generaron cambios en la estructura productiva a la cual debemos adaptarnos y no se han generado capacidades nacionales para dicha tarea”, “la culpa es del capital financiero pero escapa a nuestras posibilidades, hay que adaptarse”. Parecería ser que en nuestros actuales regímenes es posible discutir todo, menos las formas económicas que condenan a grandes grupos de la población a batallar solo por su subsistencia diaria.
En el caso de Laclau, con Mouffe, este primer momento se puede resumir en las siguientes líneas “multiplicar los espacios políticos e impedir que el poder sea concentrado en
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un punto son, pues, precondiciones de toda transformación realmente democrática de la sociedad” (LACLAU Y MOUFFE [1985] 2004, p. 223).[12] En este punto es necesario hacer una aclaración. No se trata de optar por un multiculturalismo que tiende a tener posiciones conservadoras de defensa de lo comunitario. Tampoco de negar el rol del universal que es el cemento que posibilita lo social. “La afirmación de la propia particularidad requiere apelar a algo que la trasciende” (LACLAU, 1996, p. 89). Dicho de otra manera, la negociación entre lo particular y lo universal esta mediado por las articulaciones radicalmente contingentes y, por tanto, radicalmente históricas. Además, aclara, no existe un terreno privilegiado para la construcción de estos sujetos. Tanto la sociedad civil como el Estado son “superficies de inscripción” posibles o más bien necesarias en las luchas (LACLAU Y MOUFFE [1985] 2004, p. 225-226). No obstante, su insistencia en el reconocimiento de lo plural es sintomática.
El reconocimiento de la limitación histórica de los agentes sociales es la condición misma de la democracia; por el mismo motivo, el poder es la condición misma de la libertad […] Esta fragmentación y limitación creciente de los actores sociales y esta permanente disociación entre los imaginario sociales y los espacios míticos capaces de encarnarlos, es un proceso profundamente enraizado en la revolución democrática de los últimos dos siglos y en las condiciones generales de las sociedades contemporáneas (LACLAU, [1990] 2000, p. 96).
La democracia era vista como un terreno de apertura y visibilidad de la contingencia que permitiría la universalización a partir de principios como la libertad y la igualdad.
La política como producción de subjetivación y suspensión
La emancipación no puede ser la satisfacción de una necesidad histórica ni la abolición heroica de esa necesidad. Debe concebirse partiendo de su inoportunidad, lo cual significa dos cosas: primero, que no haga falta una necesidad histórica para que exista y, segundo, que sea heterogénea con respecto a las formas de experiencia estructuradas por el momento de dominación (RANCIERE [2009] 2010, p. 177)
Rancière es parte de la tradición marxista y crítico del estructuralismo, que revaloriza el lugar del sujeto político como causa de la emancipación. De origen argelino, atento a los sujetos anticoloniales africanos pero formado en Francia, refiere a la democracia como al momento del
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disenso (RANCIERE [2000] 2006). También al igual que Laclau y Mouffe, hace de la emancipación no un acontecimiento sino un proceso, el cual no culmina en una sociedad transparente, sin poder, donde se terminan las desigualdades. Esta es una lógica, una práctica política más que un régimen o Estado particular (MUÑOZ, 2006; MENDONCA y VIEIRA JUNIOR, 2014). La misma operación realiza para reflexionar sobre comunismo, aunque este no es un momento interior de la democracia (como en el caso de Laclau y Mouffe de Hegemonía y Estrategia). Para el francés – argelino “la significación de la palabra comunista es inherente a las prácticas de la emancipación” (RANCIÉRE [2009] 2010, p.167). Democracia, comunismo y emancipación conviven en su pensamiento como ética política.[13]
A diferencia del pensamiento post fundacional de los anteriores autores, que orienta su crítica a la ausencia de fundamentos últimos y eternos, Rancière apela a la igualdad como único principio operador de la política. A la vez, niega una vía que describa una ontología acerca del orden, tal vez por la insistencia en posicionarse en contra de un arché o elemento previo al momento de lo político que ordene lo social.[14] La tarea principal será, entonces, defender a la política emancipatoria como proceso por el cual se desanuda la convención humana y la
naturaleza, que rompe la continuidad entre orden de la sociedad y orden del gobierno. La 23 Importar tabla
estrategia se orienta a forzar un reconocimiento o a “hacer reconocer la calidad de iguales y de sujetos políticos a aquellos que la ley estatal arrinconaba en una vida privada de seres inferiores, y hacer reconocer el carácter público de ciertos espacios y relaciones que habían sido dejados a la discreción del poder inherente a la riqueza” (RANCIERE [2000] 2006, p. 81).
Ya nos encontramos en un terreno donde se puede llegar a dos conclusiones, en primer lugar, no está de acuerdo con las posiciones que festejan el fundar efímero de lo social como condición de posibilidad de lo político. Se volverá sobre esto más adelante, pero no realiza una defensa del espontaneísmo. Pero, en segundo lugar, no queda tan claro cuando la creación de una institución es asunto de una estrategia política emancipadora (antes se había hecho referencia a la crítica de Zizek en torno a este rechazo a la positivización de la negatividad como necesaria condición de un sujeto político emancipador).
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El principio del arché supone un gobierno que exhibe en acto la legitimidad de su principio. Designa quienes son propios para gobernar porque destina quienes “[...] tienen las disposiciones que los hacen aptos para este papel, y propios para ser gobernados, y quienes tienen las disposiciones complementarias de las primeras” (RANCIERE [2000] 2006, p. 60). Por ello se posiciona contra los liberales que encuentran en la democracia puros riesgos: la excesiva participación popular que desborda los Estados, la anomia de un individualismo hedonista que no permite involucrarse en los asuntos públicos. Según Rancière, para ellos la participación debe ser justa, exacta y propia. La representación parlamentaria, el equilibrio de poderes, el respeto a las libertades individuales son trincheras de los “(anti)demócratas liberales”, frente al odio de los desbordes de una “verdadera” democracia librada a las pasiones colectivas.
de buscar “[...] la pérdida de la medida según la cual la naturaleza daba su ley al artificio 24 Importar tabla
Como Laclau (y Mouffe), el filósofo francés parte su reflexión tratando de sacar cualquier astilla esencialista de la política. Pero si ancla a esta ultima en un fundamento: la igualdad.[15] Esta no funciona como una ley en la historia ni tampoco refiere a la reducción de la misma a las condiciones materiales. Al contrario, esta se volverá clave en la estrategia política comunitario a través de las relaciones de autoridad que estructuran el cuerpo social” (RANCIERE [2000] 2006, p. 63).
Por un lado, se posiciona contra la concepción de que la política se define por la existencia de un bien común encarnado en el Estado o por la permanencia negociada del conjunto de los intereses individuales. Por otro lado, embiste contra la “filosofía política” que se funda en la justicia geométrica que podría alcanzar una comunidad equilibrada, un orden perfecto o el buen gobierno. (RANCIÈRE, [1995] 1996; [2012] 2014). La política es posible justamente por su opuesto, por la cuenta errónea, por la incongruencia entre lógicas irreconciliables. Contra esta filosofía que se orienta en la pretensión de encontrar los caminos apropiados para la comunidad, la democracia se sitúa para él en el otro extremo, en la acción que es impropia o inexacta. En la inexistencia de un título para gobernar.
Política y democracia se vuelven sinónimos. “La política no está hecha de socios que representan grupos efectivos sino que se refiere a la cuenta en sí de un sujeto excedente respecto a toda distribución social. Y pasa así por un proceso de subjetivación de aquel que toma la palabra y adopta un nombre para designarse” (RANCIÈRE, 1999, p. 251). Con este párrafo se
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puede ir adelantando un argumento, la estrategia política es la de la “suspensión”. Pero para ello hay que incurrir en la contradicción. Las prácticas políticas emancipatorias se producen en la aparición contingente de un sujeto político que desestabilice las funciones y que establezca el poder de los que no tienen más título para gobernar que para ser gobernados. Por ello la política es siempre contingente, es decir, no resulta de un cálculo apropiado, es un resultado más dentro de las posibilidades de afrontar una estrategia política. Para comprender esto desarrollemos una serie de conceptos ofrecidos por Rancière.
La emergencia del sujeto político sucede en el encuentro contingente entre dos heterogéneos: la política y la policía. La primera supone la lógica de la emancipación o lo que es lo mismo, la verificación de la igualdad de cualquiera con cualquiera. La “policy” o policía es el “conjunto de procesos mediante los cuales se efectúan la agregación y el consentimiento de las colectividades, las organizaciones de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esa distribución” (RANCIÈRE, [1995] 1996, p. 43).
Resume la policy en la operación de “gobernar” y “crear” el asentamiento de la comunidad (RANCIÈRE, [2000] 2006, p. 145).[16] Bajo esta concepción, nunca un gobierno puede ser
democrático, siempre es “oligárquico” (p. 76). Describe el orden policial como régimen de 25 Importar tabla
visibilidad que configura el lugar y la distancia entre las diferentes partes pero, para que exista un visible, tiene que existir por definición un invisible, por lo que también representa un dispositivo que se estructura sobre una exclusión. Sobre esto se volverá más adelante, puesto que será clave para entender la cuestión de la estrategia política como un proceso que descansa (entre otras cosas) en una potencia igualitarista o democrática.
Al plantear que el ejercicio de los gobiernos se funda en minorías regidas por un olvido acerca de una exclusión, de los invisibles, y un principio de organización o ley que funda esa exclusión, los gobiernos son heterónomos a la emancipación. Pero hay que aclarar, a diferencia de la dislocación, donde la negatividad está inscripta en la estructura como potencia de transformación, “la parte de los que no tienen parte” es un supuesto que no tiene lugar en la configuración sensible del orden policial. Esta distribución de las partes, las formas en que se
organiza la comunidad ha cambiado durante la historia de la humanidad, pero solo adviene antinatural, injusto y contingente cuando hace aparición la parte de los sin parte. La idea de que el orden se constituya sin una categoría como un exterior constitutivo (aún con todos sus límites) puede derivar en que pueda existir un orden social sin que haga aparición en ningún momento la política. Dicho de otra manera, hasta que esos “excluidos” no hacen público un argumento que opera como verificador del principio de igualdad y efectivamente generando una interrupción, no representan una amenaza hacia el orden policial (RANCIÈRE, [1995] 1996, p. 45).
Pero a diferencia del Laclau post fundacionalista, la apertura constitutiva se basa en un principio de igualdad.
La igualdad no es una ficción […]. Desde el momento en que la obediencia debe pasar por un principio de legitimidad; desde el momento en que tiene que haber leyes que se impongan como leyes, e instituciones que encarnen lo común de la comunidad, el mandato supone una igualdad entre el que manda y el que es mandado (RANCIÈRE [2000] 2006, p. 73).
Ahí, en esa relación entre el que manda y es mandado, están descriptas las potencias emancipadoras. Ahí está puesto el fundamento ontológico (no dicho) de la emergencia del 26 Importar tabla
sujeto político, a pesar de que el mismo Rancière luego diga “la política es el fundamento del poder de gobernar en ausencia del fundamento” (RANCIÈRE [2000] 2006, p. 74).
Así, entonces lo relevante es introducir ese dispositivo que subvierte la división de los lugares y las funciones, generando prácticas públicas “de la parte de los sin parte”. Este disturbio en el régimen de lo visible se provoca a través de la irrupción de una lógica heterogénea a la de la “policy”; la puesta en marcha de prácticas verificadoras específicas de la igualdad de cualquiera con cualquiera.
Igual que muchos posmarxistas y postestructuralistas, Rancière hace fugar la política más allá del subsistema de intercambios institucionalizados del conflicto político que, para él, sólo es una parte más del orden policial (ni siquiera el resultado de la lucha, la cristalización de las relaciones de fuerza o el resultado de un cambio de régimen simbólico habilita “el lugar vacío del poder”). Un Estado popular o democráticos representa un oxímoron para Rancière.
Pero a diferencia de aquellos instituye a la igualdad en la única forma de “dislocación” de la organización de lo social.
Al convertir a la política en un proceso ubicuo, puesto que se trata de un dispositivo que puede aparecer en cualquier rincón de lo social, desanuda al sujeto de una función social predeterminada o de un lugar específico dentro de la estructura social. Si bien, la mayoría de los ejemplos que utiliza para caracterizar al sujeto político nacen de su lectura en torno a la experiencia del movimiento obrero durante el siglo XX, el filósofo lo destaca por la posición estructural como agente “desclasificado” y “desclasificador”. El proletario es el nombre que señala una relación de alteridad particular, en otras palabras, es un sujeto político que no es más que una categoría temporal que genera una universalización del daño, un encadenamiento entre aquellos que se reconocen como oprimidos (RANCIÈRE, 2001b).
La democracia es la institución misma de la política, la institución de su sujeto y de su forma de relación (…). El pueblo que es el sujeto de la democracia, por tanto, el sujeto matricial de la política, no es la colección de miembros de la comunidad o la clase laboriosa de la población. Es la parte suplementaria respecto de toda cuenta de las partes de la población, que permite identificar con el todo de la comunidad la cuenta de los incontados (RANCIÈRE, 2001a, p. 65-66).
Pueblo, democracia y sujeto se yuxtaponen, rompiendo con toda figura sociológica o cultural privilegiada para pasar a cumplir una función estructural. En primer lugar, su
emergencia suspende las lógicas de dominación legitimadas. Supone, entonces, la suspensión de la institucionalidad. En segundo lugar, desune, divide la población en sí misma. Los “dos 27 Importar tabla
mundos alojados en uno”, supone la continuidad de la comunidad y su unidad a través del
conflicto. En tercer lugar, inscribe la cuenta de los incontados o la igualdad de “seres hablantes sin la cual la desigualdad misma sería impensable” (RANCIÈRE 2001a, p. 67). En cuarto lugar, es la plebs que se identifica con el populus. Pero es necesario aclarar esta lógica. Esa identificación con el todo de la comunidad (populus) es una parte vacía. ¿Cómo se interpreta ese suplemento o excedente?
La cuestión del Pueblo como identificación del todo es interpretada a veces como la imposición de un principio (el que el sujeto político en cuestión propone) como universal. Es decir, en el sentido de la lógica de la hegemonía de Laclau; un particular que ocupa el lugar del universal. Este ordena, organiza, impone un nuevo fundamento sobre lo social. Pero Rancière en este sentido plantea todo lo contrario. La emergencia del Pueblo pone en evidencia el vacío sobre el que se instituye lo social; la anarquía como ausencia de legitimidad del poder, “constitutiva del espacio mismo de la política” (RANCIÈRE 2001a, p. 67).[17]
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Es aquí, en este punto, que la estrategia no implica la instauración de un poder, no se orienta a un Estado, ni se trata de representar a los excluidos (plebs). La política popular para Rancière comienza y termina en la rebelión sostiene Zizek (2001). Se orienta a interrumpir el orden de dominación, la manifestación del disenso en el sentido del litigio efectivo sobre el orden policial (no intencional) a través de las operaciones de ese sujeto político llamado Pueblo.
Si en el Laclau de “Nuevas Reflexiones…” ([1990] 2000) los antagonismos estaban 28 Importar tabla
Cualquier sujeto político, por ejemplo el movimiento obrero, es aquel “que mide la distancia entre la parte del trabajo como función social y la ausencia de parte de quienes lo ejecutan en la definición de lo común de la comunidad” (RANCIÈRE, [1995] 1996, p. 53). El pueblo emerge como encuentro heterológico. Es operador de la lógica de la política, la manifestación o revelación de la parte de los sin parte que genera el encuentro de dos lógicas heterogéneas. Volvamos sobre esto. Por un lado, la lógica “policial” que daña la igualdad cuando busca el asentimiento de la comunidad y pone en marcha mecanismos de distribución y partición de lo sensible o visible. Por otro, las prácticas que se guían por la suposición de que somos todos iguales y, por ello, reactiva o pone en marcha un dispositivo particular verificador de esa igualdad. descriptos como una relación donde nada hay en común entre las partes más que la negatividad externalizada en el otro, en el caso de Rancière de “El Desacuerdo” ([1995] 1996) el principio de la igualdad funciona como un elemento ausente pero común (porque a la vez que está dañado se trata de verificar su existencia). Este opera para que los sujetos entiendan y simultáneamente no entienden lo que dice el otro. El acento puesto en la total exterioridad entre ambas fuerzas oculta el hecho de que hay un mínimo reconocimiento entre los antagónicos. En el caso de Mouffe con los años este fue el centro de su estrategia democrática: tramitar el antagonista como adversario. En el caso de Rancière la tramitación del conflicto entre las partes es ese objeto litigioso (la igualdad) que mientras tanto evita la guerra o la eliminación física del otro.
Se dijo anteriormente que la democracia exige de dispositivos específicos de subjetivación.
Por subjetivación se entenderá la producción mediante una serie de actos de una instancia y una capacidad de enunciación que no eran identificables en un campo de experiencia dado, cuya identificación, por lo tanto, corre pareja con la nueva representación del campo de la experiencia (RANCIÈRE, [1995] 1996, p. 52).
Por ello, subjetivación está asociada a la emergencia de un sujeto (colectivo) que se mide por un “in between” (entremedio), entre la función social asignada a la parte y la ausencia de la parte. Pongamos algunos ejemplos para hacerlos más claros, si la mujer está asignada a la función del “amor”, como reducido al cuidado, reproducción y atención del hogar, el movimiento feminista señala que este es un trabajo que no es pagado. Si somos seres iguales que el resto, entonces nuestras tareas deben ser asalariadas. Pero falta un movimiento en esta construcción de una subjetivación que no es mera identidad. Si la identidad se instituye en actos de identificación, acá se rebela la práctica de desclasificación que hace a la construcción del daño aunque también al momento de creación de algo que todavía no son (¿Trabajadoras? ¿Personas que pueden decidir sobre su propio cuerpo?). Por ello es un entremedio entre la desclasificación como algo que eran y lo que todavía no son.
La emancipación se trata de la construcción de una escena paradójica. Ésta resulta del proceso por el cual, una parte de la comunidad que no está autorizada a hablar, usurpa la palabra para demostrar que se la han negado, para mostrar el daño de que no tienen parte pero es esta misma disposición la que le permite expresar el universal de la igualdad, constituyendo un escenario común a partir de ese litigio. Los dos mundos alojados en uno (concepto análogo al de la producción de una frontera interna a lo social efectuada por los antagonismos) hacen
aparición a través de un proceso de argumentación que no se reduce a actos de habla sino que se extiende a todo tipo de prácticas públicas.[18] 29 Importar tabla
De esta manera, la democracia es el régimen de apariencia del pueblo que produce esta paradoja o tensión entre la simbolización del orden colectivo y la desidentificación.
Hay política porque quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo; el mundo en que son y aquel en que no son, el mundo donde hay algo entre ellos y quienes no los conocen como seres parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada (RANCIÈRE, [1995] 1996, p. 42).
Con la aparición de la política, la comunidad existe de un modo particular, como comunidad del conflicto y los sujetos existen en el proceso de anunciarse en ese conflicto. Si el antagonismo representa el límite de toda objetividad social, el encuentro entre dos lógicas heterogéneas también expresa la apertura del orden y la presencia de sujetos irreductibles a una lógica de la necesidad. La parte de los sin parte constituye una diferencia radical con respecto
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al resto de las partes de la sociedad. No son partes reales de la comunidad porque su palabra sólo cuenta a través del litigio.
La política se instituye entonces sobre una lógica donde un universal se vuelve posible siempre de manera distorsionada e incompleta ya que es, a través de los dispositivos singulares que la igualdad se pone a prueba. Funda la estrategia de la emancipación en el momento de producción del litigio dirigido por aquellos que revelan un mundo común de habla, donde la disputa no es acerca del argumento, sino que éste pueda contar como tal.
Después de ello, ¿todo vuelve a ser “policy”? ¿Gobierno oligárquico? Frente a las críticas al respecto del espontaneísmo, la fugacidad de la política y el anti institucionalismo, Rancière sostiene que la organización (instituciones) es necesaria pero la pregunta es ¿Qué es lo que se organiza? ¿Por qué? ¿Cómo?
Si la política quiere decir que existe algo como el poder del pueblo, que es el poder de cualquiera, si ese poder tiene una especificidad debe haber instituciones de las que no necesariamente se espera que representen la política en su estado puro, sino que, en todo caso, sean diferentes en su modo de existencia, en su finalidad, en su estructura, de lo que son las instituciones del Estado […] Una institución política es una institución que tiene por meta el incremento del poder de cualquiera (RANCIÉRE [2012] 2014, p. 172).
Lo que sostiene es que las instituciones de la política tienen que tener una forma
específica de enunciación, de declaración y de acción que no rebaja la “institución de la libertad y la igualdad con la idea de institución en el juego estatal, tal como está definido” (RANCIÈRE [2012] 2014, p. 173). En este sentido, Rancière no reduce la estrategia al momento de emergencia sino también a la persistencia de esos universales. Señala que el socialismo es un mundo que no está estructurado por el principio de búsqueda del lucro máximo para el capital, los bienes son comunes para la subsistencia son de la comunidad, su uso en interés de la mayoría y la toma de decisiones es asociativa o colectivizada (p. 242). Pero de nuevo, no reduce lo político a lo económico, a lo social o a una base subyacente. Los escritos de Rancière a los que está haciendo referencia tiene como contexto específico el crecimiento del dominio (como él lo llama) de lo estatal y lo económico neoliberal, donde los “los gobiernos hacen más que impedir que algo cambie, imponen algunos dogmas económicos como si se trata de la mismísima ley” (p. 245) En este sentido, no se trata de un anti estatalista genérico, sino contextual.
Pero, su insistencia en reafirmar la distancia entre poder popular y el poder económico – estatal global merecen alguna discusión. Si bien es útil distinguir los procesos por los cuales se gobierna y se genera asentimiento en la comunidad de aquellos en que opera una disrupción, (la dimensión autónoma de la política), se debilita la estrategia por la cual el Estado es un terreno posible para fijar ciertos universales que, a su vez, permitan un “tejido social igualitario” (como el mismo afirma que debería alcanzar el socialismo democrático). Esta dimensión es recuperada por Laclau como se desarrolla en el siguiente apartado.
El Pueblo y el Estado en el centro de la escena[19]
Avanzar paralelamente en las direcciones de la autonomía y de la hegemonía es el verdadero desafío para aquellos que luchan por un futuro democrático que de un real significado al – con frecuencia advocado – “socialismo del siglo XXI (LACLAU [2013] 2014, p. 20).
Ya se dijo que en las primeras obras de Laclau y Mouffe, la eliminación de las relaciones subordinación en clave económica tenía el mismo nivel de jerarquía que otras luchas (como por ejemplo, las feministas, las ecologistas, etcétera). El llamado no es a la eliminación de las luchas anticapitalistas sino a su des jerarquización. En 1980 escribía que la izquierda latinoamericana
debía reconocer la especificidad histórica de las bases sociales heterogéneas y los antagonismos del continente. Pero “la hegemonía es algo más que el reconocimiento de la especificidad de 31 Importar tabla
estas posicionalidades democráticas: es la articulación de las mismas en torno a posicionalidades populares” (LACLAU Y MOUFE [1985] 2004, p. 36). En este sentido, sostenía que la experiencia de los gobiernos militares golpeaba tanto las tradiciones nacionales populares como las liberales generando la posibilidad de articular las tanto los derechos de carácter individual y la representación política como las formas de rechazo a la explotación y dominación. Años después, el auge de las políticas de la identidad y el reconocimiento y la emergencia de movimientos asociados con el género, la ecología, la raza y el debilitamiento de las sociedades asalariadas desplazaron al movimiento obrero y a los programas de transformación global contra el capitalismo.[20] En este clima de época, es que Laclau generaba un compromiso con la dislocación/negatividad como reflexión ontológica y con los
antagonismos como su emergente óntico.[21] Esta intuición en torno a los protagonismos de los nuevos movimientos sociales es que abonaba la multiplicación de los antagonismos democráticos. El pasaje al socialismo o al comunismo no garantizaba la emancipación total, por lo que había que convertir a todas las relaciones de subordinación en sede de antagonismos y la democracia, como imaginario radical, se volvía más importante que el socialista. Era el universal que permitía organizar lo social sin derivar en la descomposición de las sociedades.
Uno de los resultados de la fragmentación es que las diversas reivindicaciones sociales adquieren una mayor autonomía y, como consecuencia, confrontan al sistema político de un modo crecientemente diferenciado. Su manipulación y desconocimiento se hacen así más difíciles. El carácter evidente y homogéneo del sujeto del control social bajo el “socialismo” ha desaparecido, pero es posible sustituirlo por una pluralidad de sujetos que a partir de su fragmentación, ejerzan un control democrático y negociado del proceso productivo, con lo que puede resultar posible evitar toda dictadura, ya sea por parte del mercado, del Estado o del os productores directos (LACLAU, [1990] 2000, p. 98).
Al igual que Rancière, al abandonar una explicar determinista en torno a la emergencia del sujeto, lo lógico es abandonar cualquier necesidad en torno a quienes tendrán la capacidad de poner en cuestión el orden. Al contrario de Rancière, cualquier fuerza puede ocupar el lugar 32
del poder y a la postre hegemonizar lo social (“un particular que ocupa el lugar del universal”).
Ahora bien, la construcción del Pueblo, algo que será una preocupación de Laclau en el contexto del giro a la izquierda en América Latina, supone un tipo de acercamiento específico y diferente al problema de la estrategia política. En primer lugar, se desplaza la explicación al respecto de la democracia. Si la emergencia y multiplicación de los antagonismos eran la condición de existencia de la misma, ahora se pondrá mayor atención a una amplia articulación de demandas que generen una frontera interna a lo social (pueblo versus estatus quo) y un universal (no abiertamente) asociado al Estado y gobierno.[22] Esta era una vieja tesis que estaba en las reflexiones asociadas a la situación latinoamericana, como se dijo al principio. En este momento, hará depender la existencia de esta vacuidad de la posibilidad de la construcción de un Pueblo como figura que opera en la política democrática y como subjetividad construida a partir del juego de las relaciones equivalenciales y diferenciales. Hará referencia a una particularidad que “porque ha triunfado en la lucha hegemónica para convertirse en el
significante vacío de la comunidad, tiene derecho legítimo de ocupar ese lugar” (LACLAU
[2005] 2006, p214). Aquí, lo que surge (entre otros) es el problema del Pueblo como sujeto político que ha logrado hegemonizar la escena y como aquel que pone en cuestión el orden institucional y provoca una distancia entre régimen, sistema y sujeto (motivo por el cual muchos sostiene que el populismo como expresión de la emergencia de este tipo de pueblo, es incompatible con la democracia). Algunas aclaraciones servirán para mostrar la estrategia.
Como categoría, Pueblo, era una preocupación teórica que estaba presente en Laclau desde sus primeros escritos (LACLAU, [1977] 2015; 1985). No obstante, cambia producto del desarrollo previo de su teoría de la hegemonía y sus reflexiones ancladas en la teoría del discurso (LACLAU [2005] 2006; 2008). Aquella supone un proceso complejo de formación de una identidad colectiva capaz de articular un amplio espectro de demandas heterogéneas capaces de poner en cuestión el orden social.
Finalmente, cuando las relaciones de equivalencia entre una pluralidad de demandas van más allá de un cierto punto, se verifican amplias movilizaciones contra el orden social en su conjunto. Vemos aquí la emergencia del pueblo, como actor histórico más universal, cuyos objetivos cristalizan, necesariamente, en torno a significantes vacíos como objetos de identificación política. Hay una radicalización de las exigencias que puede conducir a una reconfiguración de la totalidad del orden institucional (LACLAU, 2008, p. 28).
En La Razón Populista, Laclau propone a la demanda como unidad de análisis de los sujetos políticos y además distingue entre demandas democráticas y demandas populares. Se podría decir como síntesis que si hay demanda, hay sujeto. Ahora bien, es importante diferenciar las adjetivaciones (democrática y popular) en tanto expresan formas de construcción de subjetividades diferentes (sujetos democráticos y sujetos populares). Las demandas democráticas son aquellas formuladas “al sistema” pero tramitadas por él, son la indicación de un sujeto que por definición ha sido excluido, y sostiene que existe una dimensión “igualitaria implícita en las mismas” ([2005] 2006, p.158). Ahora bien, es importante insistir en un punto la tarea de construcción del Pueblo, no elimina la multiplicación de las luchas, pero si desplaza el esfuerzo a pensar un sujeto político con mayor exigencia de articulación equivalencial.
Este cambio tiene lugar mediante la articulación variable de la equivalencia y de la diferencia, y el momento equivalencia presupone la constitución de un sujeto político global que reúne una pluralidad de demandas sociales. Esto a su vez implica, como hemos visto, la construcción de fronteras internas y la identificación de un otro institucionalizado (LACLAU [2005] 2006, p. 251).
Ahora bien, de nuevo esta tarea será de la política y no de una inmanencia presente en la negatividad del sistema. La crítica que realiza Laclau tanto a Zizek como a Rancière en repetidas ocasiones es que no existe determinación en el sistema (ya sea capitalista, o el que produce relaciones de subordinación de género, raciales o coloniales) que cree sus “propios enterradores” (2008, p. 32). Más de acuerdo con Rancière, Laclau dice del filósofo francés que:
(…) afirma acertadamente que el conflicto político difiere de cualquier conflicto de intereses, puesto que este siempre está dominado por la parcialidad de lo que es contabilizable como tal. Hasta aquí adhiero totalmente a su argumento. Sin embargo, en ese caso no existe ninguna garantía priori de que el pueblo como actor histórico se vaya a constituir alrededor de una identidad progresista (LACLAU, [2005] 2006, p. 306).
Esta observación, es de carácter crucial en la estrategia política elegida y algo que comparte Laclau con su compañera de carrera Chantal Mouffe en su último libro (MOUFFE, 2018). “La consecuencia es inevitable: construcción de un pueblo es la condición sine qua non del funcionamiento democrático. Sin la producción de vacuidad no hay pueblo, no hay
populismo pero tampoco democracia” ([2005] 2006, p. 213). La emancipación requiere, en este segundo momento del pensamiento de Laclau, de una 34 Importar tabla
tarea política que implica construir antagonismo pero no de manera multiplicada sino articulada alrededor de un universal que tenga la capacidad de poner en jaque el sistema institucional y superarlo. Construir un Pueblo es la tarea principal de la política radicalizada (LACLAU, [2006] 2008) tanto porque supone la amplia articulación de demandas a través de un sujeto
“político global” que las reúne, la construcción de fronteras internas y la identificación es otro
“institucionalizado” (LACLAU, 2006, p. 150-151).
Aquí entonces se modifica la fórmula por la cual la contingencia es la causa de la historicidad (no se puede determinar de antemano qué sujeto de transformación existirá y que resolución histórica tendrá). Como se dijo a propósito de la primer etapa, la articulación se hace necesaria (no alcanza con analizar la posición de subordinación ni de denunciarla) aunque no suficiente para no dejar en manos de otros discursos el devenir del conjunto de dislocaciones y subordinaciones que producen los sistemas. Esta concepción ya estaba presente en los anteriores textos, pero el acento está puesto en otro lugar. En esta nueva etapa la tarea de la política no es tanto construir múltiples antagonismos sino una articulación entre demandas que tenga la capacidad de poner en jaque el orden institucional pero también (y acá reside una gran diferencia con Rancière) superarlo a través de una nueva hegemonización donde el problema del Estado adquiere centralidad.[23] Si la primera tesis era la creciente “dispersión y proliferación de los agentes sociales” (LACLAU, [2013] 2014, p. 19), la segunda es que “la dimensión horizontal de la autonomía sería incapaz, si es librada a si misma de lograr un cambio histórico de largo plazo, a menos que sea completada por la dimensión vertical de la hegemonía, es decir, por la radical transformación del Estado” (p. 20). El problema del Estado surge entonces como un nuevo problema teórico, que no podrá ser tratado en detalle aquí, pero si se puede adelantar que sostiene una nueva pretensión de universidad que no estaba presente en las obras anteriores mencionadas.[24]
Pero además, algunos elementos nuevos son importantes para reflexionar sobre la estrategia política; mediado por las intervenciones previas de Rancière, Laclau recupera la tensión del Pueblo como movimiento de un plebs que quiere devenir en populus. Para Laclau este movimiento es similar a la explicación de un particular que quiere ocupar el lugar del universal (lógica de la hegemonía que difiere al desarrollo de Rancière). Pero esta relación entre la plebs, como plebeyos, “underdogs” o dañados que devienen en populus, que es sede de la soberanía, le da otro cariz al problema. En el contexto latinoamericano, en el cual tuvo
recepción la obra de Laclau (La Razón Populista), introduce el tema de la injusticia y la 35 Importar tabla
polémica que supone la deconstrucción de las relaciones que se dan entre las subordinaciones asociadas a la raza, el género y la ganancia y los procesos de concentración económica. En segundo lugar, este movimiento entre plebs y populus, desplaza del centro la dislocación como concepto ontológico prioritario que estaba presente en la etapa previa. El pueblo como plebs es el que introduce la negatividad al sistema.[25] En tercer lugar, la universalización que actúa en la
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formulación de un significante vacío que supone un populus, implica la presencia de un proyecto (o plenitud ausente) que alude a la soberanía de una comunidad. Aquí se opone al pensar acontecimental como salto al vacío y al espontaneísmo de la multitud. Si en la etapa previa la tarea era demostrar que todo orden se basaba en una decisión ético política renegada o sedimentada que podía ser reactualizada (dicho de otra manera, el pasaje desde la subordinación a la opresión) ahora el esfuerzo es mayor. “Los significantes vacíos solo pueden desempeñar su rol si significan una cadena de equivalencias, y solo si lo hacen constituyen un pueblo. En otras palaras, la democracia solo puede fundarse en la existencia de un sujeto democrático, cuya emergencia depende de la articulación vertical entre demandas equivalenciales” (LACLAU, [2005] 2006, p. 215).
En resumidas cuentas, la estrategia política emancipadora dependerá de la producción de un sujeto popular que se orienta a la construcción de una cadena de equivalencias, las cuales se definen “equivalentes frente a” un significante vacío pero también un antagonista. En este sentido, el sujeto popular se propone como aquel conjunto de prácticas articulatorias que producen (no solo expresan) la negatividad del sistema institucional, a la vez que intentan
superarla.[26] Sistema institucional que, bajo la forma histórica de las sociedades que está 36 Importar tabla
pensando el argentino, incluye la sociedad civil pero se resume en el Estado. El pueblo es el resultado de la articulación de una heterogeneidad de demandas que imprimen en el orden una división singular. El antagonismo emerge bajo la forma de la práctica efectiva de un conjunto singular histórico que pone a prueba no solo la totalidad social, sino quien es el depositario de la soberanía popular (populus). Pero aquí se va a distanciar de Rancière, este pueblo no solo pone en cuestión a la institucionalidad, sino que (al modo del peronismo o de los populismo más contemporáneos) construyen otra institucionalidad. La producción de la política no solo de una rebeldía, resistencia o una interrupción, es la de la producción e una nueva necesidad histórica y construcción de una nueva hegemonía.
Más que conclusiones… aperturas
Ninguna de las posiciones aquí interpretadas renuncia a la emancipación como objetivo posible de la estrategia política, pero existe un acuerdo en que esta no puede caracterizarse como única y definitiva. Más bien las emancipaciones están confinadas a un terreno de acción
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política permanente y a la emergencia de los sujetos políticos. Dichos procesos serán contingentes y no puede asociarse o preestablecerse debido al lugar que ocupan en la estructura.
Ninguna de las propuestas aquí desarrolladas rechazan la importancia de las luchas contra el capitalismo, sino que están en contra del pan –economicismo o societalismo (liberal o marxista) que muchos anticapitalistas sostienen.
Sumado a todo esto eso, para ellos la emergencia del sujeto político tiene un alto componente de imprevisibilidad pero, no por eso, rechazan la responsabilidad; esta es producto de una tarea de la política cotidiana, de una serie de toma de decisiones (no de un devenir económico, de una intensificación de la explotación o una naturaleza humana) donde la lectura contextual se vuelve fundamental para la estrategia a seguir. Desde los puntos de vista de los autores tratados aquí, es imposible decir de antemano o de manera teórica que división social o que antagonismo será el que sobredetermine y articule las posiciones y transforme las relaciones de subordinación. Muerta la necesidad de un solo enterrador de la historia, y frente a la evidencia de la multiplicidad de luchas, entonces, ¿cuál es el sujeto de cambio? Para ambos el Pueblo será el sujeto político central. Pero no refieren a una descripción sociológica, económica,
cultural o jurídica constitucional, sino a aquella figura que tiene capacidad de doblarse entre lo 37 Importar tabla
particular excluido y lo universal.
No obstante, las estrategias políticas asociadas a la emancipación van a tener aspectos diferentes en cada uno de los casos. En Rancière la insistencia en sostener que la misma se reduce a la irrupción de la lógica policial es tal, que no queda claro en qué sentido se puede crear organización e institucionalidad asociada a la igualdad. En el caso de Laclau (y Mouffe) será una construcción donde la dimensión diferencial (propiamente institucional) queda explícitamente sostenida como parte de la estrategia, además del momento equivalencial de “ruptura” o “disenso”. La clave de lectura sobre Laclau, no obstante, fue proponer dos etapas, una de la multiplicación de los antagonismos tras el universal de la democracia radical y plural y otra la del Pueblo (donde la relación equivalencial logra fracturar el espacio social nacional).
En particular, la lectura optimista de la democracia radical y plural (post socialista), en un contexto europeo, sostenía que el “carácter finalmente incompleto de lo social es la fuente principal de nuestra esperanza política en el mundo contemporáneo: sólo él es el que asegura las condiciones de una democracia radical” (LACLAU, [1990] 2000, p. 97).[27] La negatividad
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operaba desde el centro de la estructura garantizando la multiplicación de los puntos de ruptura. En los trabajos más recientes el optimismo está puesto en las capacidades de rearticulación de demandas democráticas y la convocatoria a la construcción de un Pueblo.
La gente nunca está solo en contra, sino que está en contra de algunas cosas determinadas a favor de otras, y la construcción de un en contra más amplio – una identidad popular más global – solo puede ser el resultado de una extensa guerra política de posición que por supuesto puede fracasar (LACLAU [2005] 2006, p. 300).
La estrategia de emancipación de la multiplicación de los antagonismos, no es del todo incompatible con la construcción del Pueblo, aunque fue pensado y supuesto en dos contextos diferentes. Como se dijo, para Laclau y Mouffe, el socialismo era un momento interno de la revolución democrática (en Europa) que hacía que los discursos de la igualdad y la libertad fueran incompatibles con la lógica de la ganancia y la acumulación del capital ([1985] 2004). La posibilidad de captar las formas generales de lo social y lo político, incluyendo las prácticas políticas emancipadoras y las que responden a un ejercicio de “dominación y “subordinación”,
se sustentan en esta pretensión. El pasaje de la subordinación a la opresión implicaba también la nueva hegemonización del espacio social permitido por el imaginario democrático liberal. 38 Importar tabla
Pero para el Laclau, en diálogo con la Mouffe del populismo, la tarea será construir una frontera interna en el orden institucional, con la consiguiente preocupación por la heterogeneidad pero en el marco de una amplia articulación que pongan en jaque un amplio espacio social con la consiguiente transformación en otro (¿nacional, regional, global?).
La tensión entre institucionalización y frontera social, se dijo, lo lleva a la preocupación en torno al problema del Estado. En el caso del francés, en cambio, la emancipación es solo ese momento de rebelión, donde la interrupción de los lugares y las funciones son efectivas. El sujeto político emancipador es un mediador evanescente entre un orden policial y otro. “El futuro de la emancipación solo puede significar el crecimiento autónomo del espacio de lo común creado por la libre asociación de hombres y mujeres que pongan en vigor el principio igualitario” (RANCIÈRE [2009] 2010, p. 177).
Hay que señalar que las dificultades surgen en el acento que ponen los autores a momentos diferentes de lo político y sus consecuencias para la estrategia política, pero es
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simplemente de las ideas de igualdad/libertad dispersas en la trama social y la creencia en la posibilidad de éxito ganada en las experiencias de lucha de los colectivos. Para continuar con esta reflexión será interesante desarrollar otro cuerpo teórico que no parte de un punto de vista ontológico para definir a “la política”.
posible que estas miradas puedan ser, en algunos aspectos, complementarias. Por motivos de espacio avanzaremos sobre dos cuestiones importantes en América Latina: el problema de la construcción de una subjetividad y el de la institucionalidad – Estado.
En ambos casos es clara la caracterización de la centralidad de la emergencia del sujeto político (siempre colectivo) en relación con la emancipación. Este es producto de una tarea y no de la espontaneidad, aunque esta no puede ser calculada ni mentada en todos los sentidos “racionalmente”. Dicho de otra manera, aunque la tarea del compromiso ético político es realizar una práctica orientada a la emancipación o práctica emancipatoria, es imposible garantizar el éxito de la misma. El sujeto político se instituye como tal, solo en la práctica de la demarcación de un conflicto (no existe antes ni menos no en la mera parodia de la discursividad como hecho textual u oral), el cual pone efectivamente en jaque una estructura de subordinación (no solo en la denuncia social). Otro punto en común es la igualdad como referente universal del problema de la construcción de los sujetos.
La primer diferencia notable son las consecuencias entre la construcción de subjetividad como efímero momento de rebelión o como articulación y hegemonización del espacio. En la
definición de los regímenes de visibilidad, que incluye al conjunto de instituciones típicas de la 39 Importar tabla
democracia liberal, que realiza Rancière obliga a las prácticas emancipatorias a ponerse solo en el lugar de la puesta en cuestión, de la rebelión. En el caso de la multiplicación de los antagonismos o la construcción del pueblo, el momento de la articulación (más o menos amplio en materia de la frontera interna de lo social que instituyen) es fundamental. Al reducir el momento de lo político a aquellas prácticas que ponen a prueba un mecanismo particular de verificación de la igualdad, se excluyen muchas otras prácticas que, desde Laclau y Mouffe, también desestabilizan las partes y los lugares de la comunidad. Muchos litigios que se fundan sobre la existencia misma del sujeto, del objeto y del terreno donde se desarrolla la polémica, no necesariamente se asientan sobre la verificación del principio de igualdad y, no atender a esta cuestión puede conllevar al problema de dejar terreno para que florezcan las prácticas articulatorias desde la derecha (que aun siendo subordinantes abren brechas dentro del orden).
La subjetivación como un “entremedio” entre lo que se quiere ser y “un nosotros que todavía no se es”, no necesariamente está atada a las lógicas de verificación de la igualdad. Los proyectos políticos asociados a la “libertad de los mercados” como utopías totales son evidencias de esto. La irrupción de un movimiento que demande el aumento de la seguridad policial, por ejemplo, puede irrumpir en un orden policial, desestabilizando los lugares y las posiciones, abriendo una brecha en la forma de ser de la comunidad. Al respecto, Rancière podría argumentar que a él le interesa definir estrictamente lo político como ese encuentro entre la lógica policial y la que intenta verificar el principio de la igualdad de cualquiera con cualquiera. Es decir, lo que le interesa es ligar la política a las luchas democráticas y emancipadoras. De nuevo, el riesgo es no prestar atención a que, en momentos donde las instituciones no logran tramitar las demandas, la tarea de construcción articulatoria puede ser hegemonizada por cualquier contenido específico.
Todo aquel que se acerque a los colectivos políticos puede analizar una amplia gama de los mismos pero también puede enfocarse en cortes transversales de estos. Pongamos el ejemplo del movimiento feminista a favor de la despenalización del aborto o por el pago de un salario en función de las tareas de reproducción y cuidado del hogar. ¿Este es parte del movimiento feminista más general o incluso de un colectivo asociado a la emancipación de la heteronimia y el patriarcado que incluye no solo demandas estrictamente asociadas a la mujer sino también a las de los gays, lesbianas, travestis, transexuales, etc.? Si es así, la búsqueda de mecanismos de institucionalización del ejercicio de la igualdad (por ejemplo, la posibilidad de conquistar una ley o un salario) pueden ser entendidas como una trinchera más (¿policial?) hacia ese otro que todavía no se es; sujetos libres de cualquier sanción que se distancia de la norma. 40
Otro aspecto de las diferencias entre los autores es que lugar otorgan a la institucionalidad. Como dijimos, las afirmaciones de Laclau al respecto de la necesidad de fijar o institucionalizar los tratamientos de las demandas (es decir, las conquistas alcanzadas por las luchas sociales) supondría el orden policial para el caso de Rancière. No obstante, es importante sostener que no hay en Rancière una voluntad asociada al anti-institucionalismo sino a la idea de que la democracia “representativa” y “constitucional” es garantía de algo. No es un puro anarquista. “Un momento no es solo un punto que se desvanece en el tiempo. También es un momentum el peso que inclina el platillo y produce un nuevo equilibrio o nuevo desequilibrio, un nuevo enfoque efectivo de lo que significa lo común, de una reconfiguración del universo de lo posible, tampoco es el mero remolino caótico de partículas sueltas” (RANCIÈRE [2009] 2010, p.175). La “hipótesis de la confianza” que defiende se sostiene en organizar lo social en función de que la propiedad común, de lo que concierne a la mayoría suponga “la participación de la mayoría en la gestión de la propiedad común” (RANCIÈRE [2012] 2014, p. 243). Esto supone estar en contra de cualquier institución que genera candados definitivos en torno a un principio de saber (como no saben, hay que garantizar su propia libertad e igualdad), riqueza (como tienen, saben gobernar sin necesidades), o corrección, (como seguro se exceden hay que generar mecanismos de control) etc. Incluso la defensa de la justicia social en término de organizaciones pasadas puede ser perjudiciales al proceso de la igualdad. Son innegables las dimensiones de reproducción de las funciones y los roles en las antiguas formas del Estado de Bienestar o Social. El movimiento feminista ha señalado bien que las protecciones sociales estaban asociadas a la reproducción de un esquema jerárquico donde la figura del asalariado (hombre y blanco) terminaba relegando a las mujeres al espacio privado, a las tareas de reproducción o a personas de otras etnias a trabajos peores pagos y a una menor representación política (¡ni que decir de las mujeres negras latinoamericanas!).
No obstante, esta lógica institucional es producto de determinadas luchas y supone un plafón que permitía la emergencia de subjetivaciones en clave de la igualdad. En América Latina pensar al mercado como un distribuidor de los bienes (materiales y simbólicos) no puede tener el mismo estatus que pensar el Estado en la estrategia política. Esta, si quiere estar orientada a las emancipaciones, también tiene que estar orientada a construir en los contextos históricos sin miedo a la sanción y el ordenamiento. Sí, como dice Rancière, la verificación de la igualdad se da desde (¡incluso!) la existencia de los esclavos, al existir al menos un mínimo de igualdad entre aquel que da las órdenes y aquel que las entiende, entonces la posibilidad de
experimentar instituciones de la igualdad debería ser una parte (solo una) de la estrategia 41 Importar tabla
política.
Es necesario preguntarse acerca de esa zona gris entre la política y la “policy”, y si efectivamente no hay algo en el funcionamiento de ésta última que permite la aparición de lo político. En primer término, se parte del supuesto que toda “policy” daña a la igualdad, lo que es condición de las prácticas políticas. Si no hubiera un “daño” no habría por qué poner a prueba verificadores de la igualdad y la denuncia de una exclusión. Agregado a ello, la aparición de la política tiene como antecedente la suposición de que somos todos iguales y de que éste sea un valor compartido. Apelando a un caso extremo, seguramente desde esta perspectiva en la Edad Media, la política tenía poco y casi nada de presencia. En relación con ello, Rancière niega al orden policial como la “noche en donde todo vale” (RANCIÈRE, 1996, p. 46). Existen órdenes mejores y peores y la diferencia se encuentra en que “las fracturas de la lógica igualitaria los llegaron a apartar las más de las veces de su lógica natural” (RANCIÈRE, 1996, p. 46). Haciendo de éstos los más preferibles. Para confirmar la bondad de uno y de otros, el filósofo apela a un ejemplo: la diferencia entre los órdenes modernos y el de los escitas que vaciaban los ojos de sus esclavos para castigarlos.
Pero más allá de la opción ética de rechazar los castigos físicos, el ejemplo de Rancière deja entrever que existen técnicas de gobierno que permiten u obstaculizan las prácticas políticas. En otras palabras, la zona gris entre las “policy” y las prácticas emancipatorias parecería ser más compleja que el simple encuentro entre ambas. Tal vez la explicación de Lefort (1990), acerca del advenimiento del lugar vacío del poder como resultado de la revolución democrática, es útil en este punto. Las sociedades que han consolidado un marco simbólico basado en un principio igualitario democrático que necesariamente tienen que expresarse en instituciones o “técnicas de gobierno”, parecerían favorecer aún más la aparición de la política. Aun así hay que concederle a Rancière que, la existencia de este complejo simbólico - institucional no deriva en una garantía en torno a la producción de subjetivaciones y prácticas políticas de “verificación de la igualdad”.
vista, la política existe porque la producción del orden es una tarea perpetua y esta apertura 42 Importar tabla
Laclau pareciera querer incluir esta imbricación entre el ejercicio de la construcción del orden y su cambio o disrupción. Al basar su desarrollo en una explicación ontológica acerca de la imposibilidad del cierre de lo social, asienta la tarea del poder en una constante, es decir, aún sin la aparición de antagonismos que generen amplias (populares) articulaciones de demandas, el sujeto hegemónico debe abocarse a una incansable tarea de creación, articulación y estabilización que siempre está amenazada por el fantasma de lo político. Desde este punto de generaría mayores posibilidades de aparición de luchas emancipadoras. Para el argentino “la política es una categoría ontológica; hay política porque hay subversión y dislocación de lo social” (LACLAU, 2000, p. 77). Es decir, hay política porque todo orden es incompleto, se fundamenta sobre una falta y, por tanto, es necesaria la introducción de una decisión (política) que permita dar un cierre que, aunque siempre es imposible, es necesario. Ahora bien, acá se introducen nuevamente las dudas ya planteadas. Desde la interpretación que se realizó aquí, Rancière seguramente le respondería que si bien existe una exclusión y, por lo tanto, una falta dentro del orden, esto no necesariamente se resuelve con un proceso de subjetivación donde un colectivo confronta e irrumpe el orden. El antagonismo es una forma de dar sentido o de dominar la dislocación a través de la espacialización. Pero no necesariamente toda dislocación deriva en un antagonismo. Entonces, si bien un orden está condenado siempre a fracasar, ese suplemento o vacío no determina la creación de sujetos políticos que se enfrentan.
En conclusión, ambas posiciones poseen ventajas y desventajas que hay que seguir pensando. Pero lo relevante de estos autores es que, sin quedar encarcelado en concepciones esencialistas o evolucionistas de la historia, no se resignan a pensar las posibilidades de emancipación o, más bien, de las emancipaciones en sociedades como las nuestras.
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[1] Esta no está exenta de críticas sobre todo desde América Latina por su anclaje con el pensamiento del colonizador. Como sostiene Dussel (2011), es una ontología eurocéntrica que surge de la experiencia de dominación sobre otros pueblos (a lo cual agregaría y sobre sus propios pueblos como señalan numerosos autores, entre ellos Rancière).
[2] La idea de revolución democrática está inspirada en Lefort y el pasaje de lo imaginario a lo simbólico como momento histórico (1990).
[3] Antes de escribir esa obra, Laclau publicó numeroso de textos, entre los cuales se destacan los ensayos que se agrupan en el libro Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo ([1977] 2015). El último de los ensayo se llama “Hacia una teoría del populismo”. No se recupera aquí esta primera etapa porque, a pesar de ser una antesala importante, todavía no termina de formarse la ruptura epistemológica asociada a los textos que aquí se presentan como importantes. Su tesis puede considerarse como un movimiento previo de reflexión a la teoría del discurso donde están presentes la categorías de clase, relativa autonomía de la política o determinación en última instancia, las cuales que serían abandonadas posteriormente por la de antagonismo y Pueblo. No obstante, este compromiso ético político inicial con la idea de emancipación siguió presente hasta en sus últimos textos.
[4] Esta obra es la compilación de varios ensayos escritos entre 1991 y 1995. Una década atrás, en 1980 participó de un seminario en México denominado “hegemonía y alternativas políticas en América Latina” organizado por la UNAM donde se encontraron importantes intelectuales latinoamericanos para reflexionar sobre sobre la validez del concepto de hegemonía como herramienta de análisis de las luchas sociales de América Latina. Aquí Laclau presenta la “Tesis acerca de la forma hegemónica de la política” ([1980]185) donde presenta los elementos básicos en relación a “Hegemonía y estrategia socialista”.
[5] En conjunto con Chantal Mouffe, en el libro Hegemonía y estrategia socialista (1985), desarrollan la defensa de la democracia radical y plural.
[6] Laclau genera una especie de superposición entre la forma de la política y la teoría de la hegemonía, lo que parece un nuevo argumento de la necesidad que, para él, la única forma que puede asumir la política es la forma hegemónica. Esto se puede observar en el supuesto muchas veces repetido en que a una situación de anomia le sigue una “necesidad” de orden a través de la búsqueda de un punto nodal que articule una explicación a la dislocación, más allá del contenido óntico que éste asuma.
[7] Si bien el concepto de dislocación no fue completamente abandonado será reemplazado por lo real como sustituto conceptual de la imposibilidad del cierre de lo social. “Hay política cuando hay, de un lado, dislocación, y del otro lado, reinscripción, es decir, espacialización o hegemonización de esa dislocación” (LACLAU, 1997, p. 140). “el momento del antagonismo, en el que se hace plenamente visible el carácter indecidible de las alternativas y su resolución a través de relaciones de poder es lo que constituye el campo de lo político” (LACLAU, [1990] 2000, p. 51).
[8] Lefort sostenía que el régimen institucional democrático reconoce el principio de indeterminación, incertidumbre y vacuidad del poder (LACLAU, [2005] 2006, p. 207-216).
[9] Es así que en sus primeros trabajos están presentes la idea de “exterior constitutivo” de Henry Staten (1984), el método de la “deconstrucción” propuesto por Jacques Derrida y, como en sus últimos trabajos, el descubrimiento que hizo Sigmund Freud en torno al inconsciente y los desarrollos de Jacques Lacan. Desde diversas lógicas explicativas, estos cuerpos teóricos coinciden en que toda identidad, sistema u orden social se enfrenta a una apertura constitutiva o una indeterminación.
[10] Laclau no distingue entre lo político y la política como otros autores, entre ellos Claude Lefort, que distinguen entre el momento de cuestionamiento y puesta en marcha del orden y el subsistema donde los conflictos políticos están domesticados. Para Laclau, la diferencia se marca entre sedimentación y reactivación, es decir, “lo social” y “lo político”.
[11] El subrayado es mío.
[12] Dussel sostiene que si hay un principio de reproducción de la vida digna que está en la base de la sociedad y sobre el cual funda su política de la liberación que nace en el contexto de las luchas latinoamericanas. Butler sostendrá que la posibilidad de una vida y su reproducción en condiciones de ser vividas, también debe ser un principio ordenador de la política emancipatoria. En este sentido, el capitalismo debe ser eliminado en tanto viola estos principios y tendría efectos sobre el resto de las luchas.
[13] Aunque señala que socialista es también el nombre genérico de los que de diversas maneras traicionaron la idea socialista.
[14] “[...] trato de mantener la conceptualización de la excepción, daño o exceso separado de cualquier tipo de ontología. Hay una tendencia común de que no se puede pensar política, a menos que uno conecte sus principios con un principio ontológico; la diferencia heideggeriana, la infinitud espinoziana del ser en la concepción de Negri, la polaridad del ser y el evento en el pensamiento de Badiou, la rearticulación de la relación entre potencia y acto en la teoría de Agamben” (RANCIÈRE, 2003, p. 8).
[15] Por ello podría señalarse que Rancière es post estructuralista pero no post fundacionalista.
[16] La teoría de la Hegemonía posee un desarrollo mayor en torno a este punto. El significante vacío, la apertura constitutiva de lo social, la cadena de equivalencias y la de diferencia son conceptos que permiten explicar mejor, o con más detalle, el proceso de institución de un orden. Es importante agregar que al darle un carácter ontológico a lo político por el fracaso inevitable del intento de cierre de cualquier estructura, éste es precisamente la fuente que permite la constitución de la estructura. El orden policial en Rancière podría asimilarse a los momentos de mayor estabilidad de una hegemonía.
La diferencia está en que para Laclau la amenaza de la disrupción está flotando como un fantasma que condiciona la acción del sujeto hegemónico.
[17] Aquí Rancière discute con Lefort. Para éste, la emergencia de la democracia tiene un punto histórico de emergencia; el moderno sacrificio del rey. Para Rancière es un dato constitutivo de la política, incluso antes la muerte de la metáfora del doble cuerpo del soberano.
[18] A diferencia de la teoría de la hegemonía, Rancière no necesita recurrir al exterior constitutivo que disloca las identidades para explicar este equívoco. El momento de indecibilidad y de posibilidad, de libertad y de contingencia, que en Laclau se resume en la dislocación, se opera en el desacuerdo por el encuentro de dos lógicas incompatibles que crean un mundo común sobre la base del conflicto.
[19] Este concepto estaba ya presente en Hegemonía y Estrategia y refiere a una práctica que establece relaciones entre identidades en donde el resultado es que, los elementos de las mismas son transformados. Aquí es donde emerge de nuevo la cuestión del discurso como totalidad que se estructura a partir de esa práctica.
[20] Un clima de época existía sobre todo en el mundo anglosajón. En un debate que se dio en el año 2000 en la revista New Left Review entre Butler y Fraser, esta última sostenía que era necesario diferenciar el tipo de “ofensas” (en palabras de Laclau, subordinaciones) para pensar en la estrategia política. Mientras algunas se asociaban a la lógica de la exclusión radical de la comunidad, la otra se sostenía sobre la necesidad de explotación, la lógica de la ganancia y concentración de la riqueza. Fraser, no separaba lo económico de lo cultural sino en las lógicas sobre las que hace sede la subordinación. En este sentido, las luchas por el reconocimiento y las luchas por la distribución tenían el mismo nivel de importancia política, contra lo que cierta izquierda quería sostener.
[21] Como ya se analizó, la reflexión ontológica conducía a una difusa garantía en torno a la emergencia de estos últimos que luego sería abandonada.
[22] No es que antes la cuestión de la articulación no estaba presente. Sino que era pensado en el contexto de la multiplicación de los antagonismos.
[23] En su texto ¿Porque construir al pueblo es la principal tarea de la política radical? (2006) sostiene que construir fronteras políticas, subjetividades (en este caso identificaciones políticas) que muestren la contingencia del orden de subordinación y construir un universal otro a través del significante vacío vuelve a la articulación en un problema central.
[24] Se hace referencia en el presente texto al problema del Estado porque partimos del supuesto que este supone innumerables líneas escritas y sus consecuentes nuevas preguntas en torno a las estrategias políticas emancipadoras. Desde la temática inaugural de Hobbes y el problema del orden como causa y consecuencia del pacto, pasando por el Estado y el espíritu hasta el pensamiento latinoamericano de García Linera serían importantes mencionar en otro trabajo al respecto a esto. No obstante, es necesario conceder a Lechner (1981) que cuando aparece el Estado como categoría puesta en cuestión siempre está detrás la pregunta por las divisiones sociales y su integración vía política. Sin posibilidades de extender más allá esta reflexión es importante mencionar que esta categoría no está ausente en el pensamiento de Laclau sino que desde su formación gramsciana este será el trasfondo histórico de su mención sobre la universalidad (con mayor o menor grado de reflexión como aquí se está proponiendo).
[25] Si no hay necesidad de una secuencia entre la multiplicación de las dislocaciones y la pluralidad de los antagonismos no es suficiente nombrar los cambios del capitalismo contemporáneo como causa de la mayor “conciencia de la historicidad del ser”, ni a ésta como responsable de una maximización en las posibilidades de la democracia radical. Más bien, no son las dislocaciones en sí mismas, sino los significantes que quedan circulando en el espacio simbólico “quebrado” o “discontinuo” los que permiten la aparición de los antagonismos.
[26] Aquí está presente la idea de subjetivación de Rancière y la cuestión de la responsabilidad política planteada por Zizek (2007).
[27] En otras palabras, no es el capitalismo desorganizado el que debe ser la fuente de optimismo político, porque en realidad así como han proliferado los antagonismos también lo que se ha visto es el aumento de las conductas cínicas y desesperanzadas respecto del cambio. La dislocación no es suficiente para entender las posibilidades de una política radicalizada sino la extensión de los significantes nacidos de las experiencias democráticas o
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