Dossiê
Resumen: Este documento desarrolla un planteamiento teórico acerca de las posicionalidad de las juventudes mexicanas en el marco de una crisis estructural generalizada. Proponemos tres metáforas para conceptuar el fenómeno de la posicionalidad de las juventudes: la metáfora del “No-lugar”, la metáfora de la “Banda de Moebius y la metáfora del “Diablotin”. Articulamos teóricamente el análisis discursivo desde el planteamiento de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y de Alicia de Alba, la posmodernidad y la educación líquidas desde la perspectiva baumansiana y la noción de crisis estructural generalizada también derivada de Alica de Alba. Consideramos que las juventudes se están constituyendo como un grupo social en dislocación, erosión y desplazamiento.
Palabras clave: Juventudes, Análisis del discurso, Posmodernidad, Crisis y Metáforas.
Resumo: Este documento desenvolve uma abordagem teórica sobre a posicionalidade dos jovens mexicanos no contexto de uma crise estrutural generalizada. Propomos três metáforas para conceituar o fenômeno da posicionalidade dos jovens: a metáfora do "no-place", a metáfora "Mobius Strip" e a metáfora do jogo de quebra-cabeça conhecido como "Diablotin". Articulamos teoricamente a análise discursiva do ponto de vista de Ernesto Laclau, Chantal Mouffe e Alicia de Alba, pósmodernidade e educação líquida de Bauman e a noção de crise estrutural generalizada de Alicia de Alba. Consideramos que os jovens estão se constituindo como um grupo social em deslocamento, erosão e deslocamento.
Palavras-chave: Juventude, Análise do discurso, Pós-modernidade, Crise e Metáforas.
Abstract: This document develops a theoretical approach about the positionality of Mexican youths in the context of a generalized structural crisis. We propose three metaphors to conceptualize the phenomenon of positionality of youths: the metaphor of “No-place”, the “Mobius Strip” metaphor, and the metaphor of the puzzle game known as “Diablotin”. We articulated thoretically the discourse analysis from Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y Alicia de Alba, liquid postmodernity and education from Bauman and the notion of generalized structural crisis from Alicia de Alba. We consider that the youths are being constituted as a social group in dislocation, erosion and displacement.
Keywords: Youths, Discourse analysis, Postmodernity, Crisis and Metaphors.
Introducción
Este trabajo tiene como fin analizar el fenómeno de la “posicionalidad” de las “juventudes” en el contexto de la Crisis Estructural Generalizada (CEG) (DE ALBA, 2007). Por “posicionalidad” nos referimos al fenómeno de movimiento dinámico e inestable del posicionamiento social e identitario de los sujetos en la estructura social en tiempos de crisis; tiempos en los que se presentan – de formas variables y diversas – fenómenos sociales que expresan la desestructuración, por ejemplo, a través de la aparición elementos flotantes, rasgos disruptivos y contornos sociales como resultado de movimientos de erosión (espacialidad) y dislocación (temporalidad) de las estructuras y de los sistemas de relaciones entre sus elementos. En este sentido, más que analizar a la juventud o juventudes sobre la base de un modelo de sociedad más o menos estático, nos orientamos hacia el análisis de los diversos movimientos de las juventudes sobre la base de un modelo de sociedad en desestructuración constante y generalizada, proceso que tiende a modificar o desestabilizar los juegos de lenguaje presentes en diferentes formas de vida.
En particular tomamos como eje de nuestro análisis el caso mexicano. 75
En la desestructuración, diferentes fenómenos sociales dan muestra de un proceso de desestabilización de los rasgos o elementos significativos de las juventudes, lo cual pone en entredicho los significados “estables” de la juventud asociados tradicionalmente a un rango de edad.[1] En la medida en que la desestructuración crece de diversas maneras y en diferentes ámbitos económicos, políticos, socioculturales y ambientales, el significado de la juventud y sus variadas expresiones como “juventudes” se desestabilizan, produciendo nuevos hechos sociales, fenómenos y significados que a su vez erosionan y dislocan otros elementos de la estructura contribuyendo aún más a su desestructuración. Nuestra tesis central deriva de la observación de una serie de fenómenos y hechos sociales específicos que dan cuenta de un proceso particular de desestructuración, el de un “movimiento posicional”, más o menos generalizado, mediante el cual
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algunas juventudes transitan de distintas posiciones que denominamos de “no-lugar” a otras que denominamos de “exterior constitutivo”. Es decir, posiciones de un “exterior” que posibilitan una aparente y frágil estabilidad de ciertos lugares clave de la constitución de la estructura, pero que a su vez los desestabilizan y tensionan en la medida en que esas formas exteriores crecen y se desbordan hacia el interior en diferentes expresiones significantes (contornos sociales, elementos disruptivos, significantes flotantes). Ubicamos el análisis de los fenómenos de posicionalidad de las juventudes como de gran relevancia en la comprensión de determinados movimientos generales y específicos de la CEG.
Proponemos tres metáforas que conceptuan el fenómeno de la posicionalidad de las juventudes: la del “No-lugar”, la de la Banda de Moebius y la del Diablotin. A partir de dichas metáforas interpretamos diferentes fenómenos actuales del movimiento posicional de las juventudes en la estructura en desestructuración; dando cuenta de ciertos fenómenos de la posicionalidad de las juventudes que muestran un fenómeno de reposicionamiento/deslizamiento de estas hacia lugares clave del movimiento de desestructuración y re-significación de la estructura.
Las juventudes en el contexto de la crisis estructural generalizada
Partimos del análisis de lo social desde una perspectiva discursiva[2] y antiesencialista de la realidad en la cual articulamos significativamente planteamientos del análisis político del discurso (LACLAU & MOUFFE, 1990; DE ALBA, 2007), de la modernidad y la educación líquidas (BAUMAN, 2004; 2005) y la crisis estructural generalizada (DE ALBA, 2007). Desde esta perspectiva se considera la imposibilidad de cierre de la estructura-sistema social en tanto que las redes simbólicas que definen sus elementos y reglas estructurales-estructurantes están ontológicamente imposibilitadas para “atrapar” y “ordenar” en su totalidad las rupturas, irrupciones e impulsos que provienen de lugares particulares del tejido real-simbólico-imaginario, registros de
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la “realidad”. Desde esta perspectiva, la realidad no es estable sino que se encuentra en un proceso de tensión y re-elaboración constante y permanente, si bien, en tiempos o espacios de relativa y aparente “estabilidad” social, esas tensiones y cambios no son completamente visibles o contundentes. Cuando el tejido de los tres registros es relativa y aparentemente estable, la percepción social es de orden, de reglas en diferentes ámbitos sociales más o menos válidas y compartidas (simbólico); de una visión de futuro (imaginario) más o menos colectiva que da la ilusión de predictibilidad de escenarios firmes y esperanzadores; sin amenazas severas (real) que pongan en riesgo la supuesta estabilidad de la estructura.[3] Cuando el tejido de los tres registros aparenta estar relativamente suturado, la estructuralidad-espacialidad prima sobre los fenómenos que surgen de la temporalidad: el tiempo parece navegar a un ritmo armónico y constante. Tal ha sido y sigue siendo el sueño de la modernidad, el de un registro simbólico e imaginario que terminará por sujetar lo real de tal forma que tendremos una sociedad sumamente ordenada, suturada, sin contingencias amenazadoras, una sociedad sin problemas de pobreza o ambientales,
una sociedad con recursos inagotables, y con un conocimiento científico que terminará por controlar completamente las fuerzas y limitaciones de la naturaleza, y de las sociedades y sus 77 Importar tabla
sujetos.
De Alba (2007) muestra con datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 1992) cómo es que el sueño de la modernidad – que se erige bajo el significante-proyecto de la globalización – solo podría considerarse vigente en un porcentaje mínimo de la población mundial, en donde el 20% más rico de la población recibe el 82,7% de los ingresos totales del mundo y el 20% más pobre recibe el 1,4%, desigualdad que se ha agravado hasta nuestros días. Para las sociedades o grupos que vivimos en la globalización, el 80% de la población mundial permanece invisible u oculto en callejones ensombrecidos o cercados de la estructuralidadespacialidad, y esto refuerza la sensación de seguridad, orden y distanciamiento de situaciones de inseguridad, amenaza, pobreza, violencia, entre otras.
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Para el 20% de la población mundial más aventajado el problema con el sueño de la modernidad y de la globalización como proyecto aparece cuando comenzamos a observar los datos y las cifras que muestran que esa figura de mundo no es sostenible, o bien, cuando presenciamos irrupciones de la “no-modernidad” en nuestros cómodos espacios modernos, que terminan por despertarnos momentáneamente de la ilusión. Para Alicia de Alba estas irrupciones y sus diferentes manifestaciones cada vez más presentes en diferentes lugares de la estructuralidad-espacialidad (sistema, totalidad, presente articulado con pasado y prospectiva o visión de futuro) no son sino expresiones de una desestructuación generalizada en donde la temporalidad (genealogía, historia, movimiento, cambio, transformaciones) prima con una fuerza cada vez mayor sobre la estabilidad de la estructura (DE ALBA, 2007, p. 48-49)[4], produciendo la percepción de cambio constante, contingente y en buen grado impredecible. Es tiempo de crisis, de inestabilidad, de la crisis estructural generalizada (CEG) en la cual se da un debilitamiento general de los elementos de los sistemas relacionales de distintas estructuras interrelacionadas que hasta ese momento han conformado una estructura o sistema de significación mayor. Se debilitan los elementos de las estructuras económicas, políticas, sociales, culturales, educativas, cognoscitivas y éticas. 78
A diferencia de las crisis coyunturales, las crisis estructurales “se refieren al rompimiento de la estructura, a su desestructuración” lo cual conduce a la proliferación de elementos flotantes (DE ALBA, 2007, p. 97). Una estructura puede ser desestructurada mediante la erosión o mediante la dislocación. La erosión implica el deterioro progresivo e interno de la estructuralidadespacialidad de una estructura. La dislocación alude al nivel de lo ontológico o de constitución de la realidad, es un desajuste fortísimo en el que la temporalidad rompe la espacialidadestructuralidad (LACLAU & MOUFFE, 1990, p. 57). En la CEG hay una gran movilización y reposicionamiento continuos de significantes y significados sociales: un proceso de desestructuración, de descentramiento, en donde “las decisiones que se toman en el espacio social, en el espacio discursivo, dependen menos de la estructura y más de los sujetos sociales, que de diversas formas contribuyen a la dislocación y erosión de la estructura” (DE ALBA, 2007, p. 53).
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Crece la percepción social de crisis de la modernidad o de la estructura social, cambia la percepción del tiempo, la distribución y generación del espacio, se desestabilizan las reglas de autocontención de la estructura, se erosionan y dislocan los discursos y espacios existentes, se generan nuevos discursos, grupalidades y formas de identidad como efecto de la desestructuración.
Entre la globalización como estandarte de la modernidad y la crisis estructural como proceso en generalización creciente, se presenta una trama compleja con una amplia diversidad de manifestaciones y tensiones en el tejido real-simbólico-imaginario, manifestaciones que se presentan a nivel macrosocial, microsocial, subjetivo e identitario. En este contexto nos interesa el análisis de las juventudes, no de sus posiciones “estables” dentro de la fotografía de la modernidad, sino de sus movimientos (posicionalidad) en el contexto de la desestructuración, contexto en el que coexisten miradas hegemónicas y “estables” de las juventudes que entran en tensión con las transformaciones que hoy experimentan. A continuación abordamos algunos hechos y fenómenos que para nosotros son muestra de dicho proceso de desestructuración, en particular en la sociedad mexicana.
Los jóvenes como sujetos sociales
La actual crisis estructural generalizada (DE ALBA, 2007) en tensión con la globalización económica, hoy, después de un poco más de sesenta años de desarrollo, muestra sus consecuencias descarnadamente: desequilibro ambiental y estabilidad planetaria en el límite; pobreza generalizada en la mayor parte del mundo y extrema pobreza en los sectores más deprimidos y depauperados; descomposición del tejido social a partir de la erosión – y dislocación en algunos – de los pilares sociales que habían sostenido al mundo moderno (familia, educación, religión, estado) (BAUMAN, 2004); violencia, narcotráfico, migración y trata de personas, cuando no, la guerra, asuelan la vida cotidiana. Contexto alarmante, difícil, peligroso y complejo. Este contexto en su gestación y desarrollo a lo largo de sesenta años, ha colocado a los sujetos sociales en una circunstancia de indefensión y vulnerabilidad creciente (BAUMAN, 1999), circunstancias a las que algunos responden con incredulidad, otros con miedo y otros más con una posición desafiante. En México y el mundo, la crisis ha sido vivida, pensada, discutida, teorizada y desafiada. El desafío como defensa se ha tornado en la expresión por antonomasia de la juventud. ¿Quiénes son los jóvenes que participan en esta – hoy reconstituida- práctica social? Sin duda, los jóvenes educados o “incorporados”, como los nomina Reguillo (2000), que “[…] son parte de las ’narraciones’ locales que, frente a los discursos de lo global, no pueden ni quieren ser parte de los mecanismos que promueven diáspora y dispersión de la solidaridad, de las comunidades y las culturas” (ZEBADÚA-CARBONELL, 2008, p. 51).
No se ignora que también están los otros jóvenes, los que no han encontrado respuestas institucionales a sus necesidades, que han encauzado de otra manera, y que han respondido – o han sido arrastradas – por discursos que interpelan a los jóvenes desde la delincuencia y el crimen organizado. Si bien es importante, no se aborda este sector de la juventud en este texto.
La juventud definida como categoría social ha sido pensada desde distintas perspectivas y posiciones que van desde la concepción de la juventud como estadio de transición, sin más objeto que esperar a SER adulto, a las posiciones que le confieren funciones sociales específicas. No es objeto de este documento presentar todas las concepciones existentes, sino retomar sólo aquellas
que, desde cierto ángulo de análisis apoyan la construcción de un andamiaje específico acerca de la juventud. Los jóvenes universitarios podrían ubicarse como parte de ese estadio de transición, 80 Importar tabla
en tanto esperan a constituirse como sujetos sociales reconocidos por las generaciones adultas. Su carácter de no autosuficiencia – principalmente económica – y, por tanto, de dependencia les asigna ese lugar. Es decir, una articulación social necesaria establecida por la sociedad para educar a sus jóvenes y reproducir la estructura social prevaleciente. Cuestión que trae a colación la concepción durkheimiana acerca del papel de los jóvenes en la estructura social: ser educados.
La juventud, según Alberto Fernández (2013), “[…] es muy joven, surgió hace menos de 200 años” (2013, p. 1) cuando el movimiento obrero logra liberar a niños y adolescentes trabajadores para proporcionarles educación. Pérez Islas (2008) considera que la influencia de Marx en la cuestión educativa podría haber incidido en la necesidad de separar al niño del adulto, pero los estudios de esa época son muy escasos, quizás deba considerarse específicamente a Durkheim cuando asume su concepción de educación. No obstante, fue hasta finales de la década de los veinte del siglo XX cuando dos tendencias emergieron con fuerza: los estudios antropológicos (Boas, Benedict y Mead) quienes consideran que la cultura tiene influencia definitoria en la asunción de la juventud; y la Escuela de Chicago.
La interpretación de los estudios culturales de la Escuela de Chicago concibe a los jóvenes desde una perspectiva “subcultural”, en la que observa a la juventud delincuencial de las pandillas asociándola con clases depauperadas en oposición a la juventud de clase media (THRASHER, 1927; FOOTE WHITE, 1943). Trasher entiende a las pandillas como un elemento intersticial de la sociedad y entiende lo intersticial como “[…] fallas de la estructura de la organización social que lleva consigo al conflicto cultural […] y al antagonismo entre grupos de distinto nivel socioeconómico” (PÉREZ ISLAS, 2008, p. 6). Es importante destacar la inserción social de la juventud como “subculturas” debido a fallas de la estructura social; y retomar este planteamiento para asociarlo a la idea de imposibilidad de una sociedad suturada, sin fallas, a la que se refieren Laclau y Mouffe (1990); así también, conjuntar estos aspectos con el planteamiento de crisis estructural generalizada con la que Alicia De Alba (2007) caracteriza la situación actual y su desarrollo desde, por lo menos, los años ochenta. Es en las fallas de la estructura o intersticios sociales donde es posible ubicar a las juventudes, tanto los depauperados de las pandillas juveniles
– desde una posición beligerante e incluso delincuencial –, como las juventudes de las clases medias educadas desde una posición contestataria. Ambas desafiantes en tanto que posición de 81 Importar tabla
sujeto social.
Dentro de lo que Pérez Islas (2008) califica como la teoría de las generaciones -con enfoque clasista e inmerso en el ala crítica de la escuela estadounidense- se ubica el trabajo de Paul Goodman en 1960 titulado Growing Up Absurd, Problems of Youth in the Organized Society, en el que el autor considera que los jóvenes viven una crisis de identidad y pertenencia producto de la contradicción entre el crecimiento individual y social, “[…] el joven es un exiliado de su propia patria y de sus propias comunidades […] por ello pierde el sentido de continuidad y de historia” (GOODMAN, 1960 apud PÉREZ ISLAS, 2008, p. 12). Llama la atención que ya desde 1960 en la sociedad estadounidense se aprecie una crisis identitaria y de pertenencia en las juventudes, que apunta a una auto-diferenciación entre clases sociales por un lado y, por otro, a la ubicación de la causa, la contradicción entre crecimiento social e individual. Si en ese momento se apreciaba ya un empobrecimiento de ciertas clases sociales, este empobrecimiento ha llegado a una polarización escandalosa.
El auto reconocimiento por parte de los jóvenes como una fracción social sin oportunidades ha ido en aumento a lo largo de cincuenta años; y la escisión de las juventudes en los depauperados y los incorporados (REGUILLO, 2000) nos permiten hoy apreciar dos rasgos de un contorno social que, cada vez más, aparece en la ya compleja situación de la sociedad mexicana, los jóvenes instaurándose como un exterior constitutivo (ANGULO; BARRIOS, 2013).
Pablo Zebadúa-Carbonell (2008) en una apreciación histórica retoma a Martín Criado (1998), quien considera la aparición de los estudios sobre jóvenes como consecuencia del sacrificio de jóvenes en las grandes guerras. Discurre que los jóvenes son punta de lanza en los cambios generacionales. Otros autores de la teoría de las generaciones consideran los cambios generacionales como discontinuidades sociales que “son el motor propio del avance histórico” (JANSEN, 1977 apud PÉREZ ISLAS, 2008). Parecería que recientemente, 2017 en México, vemos reunirse en las calles a los jóvenes universitarios (incorporados según Reguillo, 2000) y a los jóvenes depauperados… juntos; parecerían estar en peligro, actuando como punta de lanza (otra vez) para los cambios sociales.
La juventud es una división arbitraria establecida por los “otros”, los adultos, los que
hegemonizan, los que ordenan. Es, dice Bourdieu, una forma de reservarse el poder y establecer límites. Se construyen socialmente, es el caso del efecto producido por la expansión escolar, un 82 Importar tabla
grupo de jóvenes que, de no haber sido captados por el sistema escolar, estarían trabajando pero se encuentran “[…] en esa especie de existencia separada, que lo deja socialmente fuera del juego” (BOURDIEU, 2000, p. 2). Esa sensación de quedar fuera del juego adulto, paradójicamente, también se reproduce al interior del sistema escolar que es, por naturaleza, selectivo y otorgador de privilegios, que no todos los egresados reciben.
Se está gestando una rebelión contra lo escolar -si bien confusa- que se opone a la experiencia de fracaso en el sistema. “Lo que se está dando a través de formas más o menos anómicas, anárquicas, de rebelión, no es lo que suele entenderse por politización […]. Se trata de un cuestionamiento más general y más vago, una especie de malestar […] es algo que se parece mucho a ciertas formas de conciencia política […] y poseen una fuerza revolucionaria formidable, capaz de rebasar a los aparatos” (BOURDIEU, 2000, p. 4). Los meses entre septiembre y diciembre de 2014 vieron salir a las calles de todo México – y de muchos países del mundo – a los jóvenes incorporados y depauperados juntos -queremos enfatizar, juntos – a exigir justicia en relación con el caso Ayotzinapa, México. Aquí como señala Bourdieu se aprecia ya una forma de politización que rebasa a los aparatos de control del Estado, razón por la que el mundo adulto en el poder empieza a fijar límites a través de diversas formas de represión que van desde lo simbólico hasta lo físico.
Zebadúa-Carbonell (2008) destaca el tratamiento iberoamericano de la juventud que abandona las visiones biologicista, psicologicista y de criminalización y culpabilización por el clima violento que se vive en muchas sociedades, rechazando la idea de conductas anormales con las que se concebía a los jóvenes para preocuparse por la participación de la juventud en lo social. Hasta llegar a la concepción del joven como actor social y activo protagonista de prácticas y discursos culturales (CUBIDES, 1998; MEDINA, 2000). El discurso que hoy promueven los jóvenes se está haciendo en el establecimiento de significados comunes, exigencias compartidas que han hecho suyo el reclamo de un sector social usualmente atrincherado por el temor a ver dañados o perdidos a los suyos, el sector de los padres de familia.
En esta trayectoria de la construcción social de la categoría de juventud, la consideración de la misma en sus procesos identitarios como
[…] producciones culturales de sentido” [implica que los jóvenes son parte de]… una estructura social… inmersa en un proceso histórico…donde la emergencia de los jóvenes como agentes sociales, se puede sintetizar como la historia de una representación social, que se va conformando en la interrelación de dos fuerzas: la de control, ejercida por las instituciones adultas; y la de resistencia, elaborada por parte de la nuevas generaciones (PÉREZ ISLAS, 1998, p. 4755).
Representación social que en la historia reciente de México – el período entre el fin de la Guerra Fría y la actualidad – ha conformado ya un sentido de pertenencia y direccionalidad entre los jóvenes: la vivencia y percepción de relaciones sociales injustas con el consecuente posicionamiento contestatario ante la misma.
Es la cultura vigente, entendiendo cultura en su acepción más amplia y comprensiva, la que heredan y viven los jóvenes, la que les transmite-impone una forma de ver la realidad. En ciertos casos, la cultura adquirida en las aulas universitarias, es la que hoy les permite expresarse en favor de una política social justa.
El reconocimiento del papel constitutivo de los jóvenes en la instauración de un discurso que denuncia la injusticia nos permite identificar en el esbozo tímido e incipiente de los rasgos de un nuevo proyecto social; que será o no constituido en la medida en que sea visibilizado y asumido por los “otros”, los adultos de la generación dominante. Hasta aquí, con este reconocimiento, llega la conceptuación de juventud que no queda cerrada –aun parcialmente-, no sin destacar el momento histórico en el que se constituye: el vertiginoso ascenso del neoliberalismo, el cual aún se erige a pesar de su constante resquebrajamiento.
El cuadro resultante al combinar las variables enunciadas en los párrafos anteriores refleja una configuración de tensiones diversas que constriñen, copan y desestructuran a la población joven. Las variables trabajo, educación, familia y salud, otrora puntales para el desarrollo de los futuros ciudadanos, se resquebrajan como instituciones sociales que configuraban la identidad de los jóvenes. Sin trabajo y educación o con dificultad para conseguirlas, con severas amenazas de salud y seguridad, y con una familia en proceso de recomposición y reconfiguración, la juventud ha abrevado en discursos alternos que ofrezcan respuesta a sus necesidades. Esto da cuenta más de un proceso de posicionalidad de las juventudes ante la desestructuración que de un proceso de posicionamiento en la estructura. Es preciso comprender esta dinámica tensional desde una perspectiva teórica que nos permita interrogarla y construir a partir de ella nuevos escenarios. Para ello hemos elaborado cuatro metáforas que desde nuestro punto de vista introducen ese análisis.
Metáforas para significar el juego de la posicionalidad de las juventudes en la desestructuración
La metáfora del no-lugar
El lugar designado a la juventud o juventudes en la estructura discursiva no suturada de la sociedad “en tanto que ‘sistema diferencial y estructurado de posiciones’” (LACLAU & MOUFFE,
1990, p. 124) es el de un “no-lugar”. No es que los jóvenes carezcan de posición en la estructura, es que ésta es producto y expresión de un acto de exclusión que adquiere diferentes sentidos. Conocemos que el fenómeno de origen y “alargamiento”[5] paulatino de la categoría juventud como grupo social deriva de la necesidad económica de generar un espacio de “espera”, “transición”,
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“formación” e incluso “maduración”; necesidad asociada al déficit creciente de puestos de empleo, a la progresiva complejización de las capacidades que son requeridas para el trabajo, a la necesidad de incrementar el periodo de formación, entre otras cuestiones intrínsecas al proyecto económico de la modernidad. Ese es el sentido fundamental de la categoría social juventud, un periodo de la vida que no tiene un valor en sí mismo sino como momento cuyo deber-ser es su propia extinción.
De ahí que se defina a la juventud como un “periodo de transición de la niñez a la vida adulta” (TAGUENCA, 2009).
El no-lugar que ocupan las juventudes en la estructura podría denominarse desde el psicoanálisis como “éxtimo”, como lo que habita en los límites y se encuentra a la vez dentro y fuera. Como lugar discursivo y simbólico, el no-lugar configura territorialidades, segmentaciones en el espacio, al igual que lo hacen otros no-lugares como son los destinados a los enfermos mentales, los criminales y los ancianos.[6] Los lugares éxtimos configuran territorialidades éxtimas en el tejido simbólico de la espacialidad, territorialidades que requieren ser permanentes en tanto
que lugares de transición: permanentes para la estructura, momentáneos para los individuos. Como extimidades, las juventudes presentan una relación antagónica, dicotómica, 85 Importar tabla
imprevisible, compleja y caótica con un interior y un exterior de la estructuralidad-espacialidad social. Los no-lugares, como significantes éxtimos que no viven (ni sirven) por completo en el
“interior” de la estructura, son rechazados de la sociedad de diferentes formas ya que representan entidades “indeseables”. Hacia ellos se dirigen ciertos impulsos agresivos, que mediados simbólicamente, se ven transformados en tolerancia, cuidado y protección, formas morales o dispositivos de contención de la agresividad social: la violencia se torna simbólica. Así, la escuela, si bien espacio para la formación, es un dispositivo de control de la juventud y de sus impulsividades. El no-lugar juvenil, a diferencia de otros no-lugares, conforma un grupo que ideal e hipotéticamente sólo estaría desplazado por un tiempo limitado, hasta que derive en fuerza productiva legitima. Mientras esa promesa se cumple, las juventudes carentes de valor productivo y social, son representadas desde distintos lugares de la estructura como un gasto/inversión; como subjetividades e identidades que requieren ser controladas, toleradas, censuradas, educadas,
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reprimidas, apoyadas; como voces sin valor, legitimidad o validez política o cognitiva; como personalidades inmaduras, emocionalmente inestables, rebeldes o peligrosas.
Las juventudes habitan o tienden a habitar fundamentalmente en no-lugares, lugares que se están desbordando y desestabilizando por efecto de la erosión y dislocación de la estructura; lugares que como parte de la estructura en desestructuración también se erosionan y dislocan, promoviendo la aparición de significantes flotantes, rasgos disruptivos, elementos inéditos y contornos sociales en proceso de conformación inédita de un exterior constitutivo abierto y en movimiento.
La metáfora de la banda de Moebius
La banda de Moebius constituye una figura topológica que puede representar cualquier
objeto con un exterior y un interior en relación de continuidad. Es una banda “regular”, sin principio ni fin, cuya peculiaridad es que en alguna parte de ella existe un simple “doblez” que no altera la
eterna continuidad de la banda, sino que conservándola, pone en contacto la superficie interior con la exterior. De esta manera, la continuidad deja de ser una continuidad aislada del interior-interior 86 Importar tabla
por una parte, y del exterior-exterior por otra, para conformar una continuidad única interiorexterior, en donde no es fácilmente definible ni representable donde comienza o termina una u otra superficie. De esta manera, la definición del interior o del exterior depende del lugar específico en que se esté o desde donde se esté observando en determinado momento a la banda. Así, el doblez o bucle en la llamada banda de Moebius es un doblez constitutivo de una nueva estructura, de nuevas posiciones y relaciones en su interior.
En el doblez de la banda, el exterior y el interior tienen al mismo tiempo su punto más claro de unión y desencuentro, es el espacio que puede ser el inicio de un viaje hacia el interior o hacia el exterior, espacio fundamental de la “transición”, si bien, cualquier punto en la superficie de la banda integra diferentes proporciones de interioridad y exterioridad. Es por ello que esta figura puede representar la continuidad y el antagonismo presente entre diferentes posicionamientos sociales. La “superficie interior” estaría delimitada por lo que se considera legítimo desde los poderes hegemónicos de la estructura, agruparía posiciones “incluidas” y “mayoritarias”. La superficie exterior estaría delimitada por lo considerado ilegitimo desde los poderes hegemónicos, agruparía posiciones “excluidas”, y legítimamente “minoritarias”. Ningún grupo o sujeto social podría ocupar la exterioridad ni la interioridad absoluta. La exterioridad absoluta es sencillamente el aislamiento absoluto, la expulsión, el destierro hacia el desierto de lo real. La interioridad absoluta es el poder absoluto, la hegemonía depositada en una sola cabeza, la voz imperativa y sobrehumana de un padre supremo. No hay interioridad o exterioridad absoluta, aunque sí hay representaciones, creencias, ideas, fantasías, deseos, delirios, obras artísticas, que se acercan a ellas sin tocarlas.
Sin posiciones de interioridad o exterioridad absolutas lo que se tiene en la estructura discursiva de la sociedad son juegos de posicionalidad interior-exterior; grupalidades, subjetividades e identidades posicionadas de distintas formas y en diferentes proporciones en el interior y el exterior. Posicionalidad marcada por una constante tensión que únicamente en momentos de aparente estabilidad de la estructura parece controlada. Al mismo tiempo que los movimientos posicionales tensionan y desestabilizan la estructura, la temporalidad emerge generando variaciones en los juegos entre interior y exterior. Aparecen desestructuraciones en los
bucles o dobleces de la banda-estructura, permitiendo el paso descontrolado de elementos de interior al exterior y viceversa. Mientras que en tiempos de aparente estabilidad, las transiciones 87 Importar tabla
interior-exterior se dan mayormente por medios socialmente legitimados (p. e. la educación y el trabajo legítimo como medios de ascenso social) o hasta cierto punto controlados (p. e. la migración controlada, el comercio informal controlado). En tiempos de desestructuración dichas transiciones o movimientos se dan por abiertas, descontroladas y violentas irrupciones (p. e. la lucha social, el aumento de la criminalidad, el aumento inusitado del desempleo y la pobreza), lo cual tiende a desestabilizar aún más la estructuralidad-espacialidad.
En una sociedad aparentemente sedimentada hablar de “inclusión” social o democracia cognitiva se refiere a la posibilidad de que posiciones del exterior pasen a ser posiciones del interior, o bien, – desde un punto de vista económico – que bajo ciertas condiciones las posiciones exteriores “asciendan” socialmente hacia el interior. Estas transiciones se realizan por medio del doblez de la banda de Moebius, que en la estructura y dinámica social se encuentra conformado por todos los posibles mecanismos legítimos e ilegítimos de transición y/o represión y/o evitación hacia la transición en uno u otro sentido.[7]
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En “la banda de Moebius social” el no-lugar estaría ubicado en posiciones de exterioridad.
Los lugares legítimos o “sí-lugares” estarían ubicados en posiciones de interioridad, si bien hemos dicho que no hay posiciones absolutas. El juego de posicionalidad de la juventud se encuentra determinado por diferentes posiciones, movimientos y momentos en la estructura de la banda. El juego de la posicionalidad en las juventudes tiene que ver con distintos tipos de configuraciones interior-exterior. En gran medida consideramos que muchos de estos juegos de posicionalidad en las juventudes involucran una relación fuerte con diferentes formas o expresiones del bucle, con diferentes “bucles sociales”. Las juventudes como posiciones y expresiones momentáneas y transitorias del “no-lugar”, se encuentran en una relación especial con dichos bucles de “oportunidad” que pueden llevarlos a diferentes juegos de proporcionalidad entre el interior y el exterior. Esto sucede así, tanto en momentos de aparente estabilidad de la estructura como en momentos de desestructuración. Sin embargo, en el contexto de la desestructuración “las decisiones que se toman en el espacio social, en el espacio discursivo, dependen menos de la estructura y más de los sujetos sociales, que de diversas formas contribuyen a la dislocación y erosión de la estructura” (DE ALBA, 2007, p. 53). Esto significa que en la desestructuración, la estructura 88 determina menos los mecanismos de los bucles, o bien, nuevas formas de bucle aparecen, nuevas oportunidades de transición, nuevos tipos de posición o juegos de posicionalidad, formas de vida, grupalidad, identidades, contornos. El sujeto aparece en escena en el momento de la decisión, ya que éste es concebido como la distancia entra la estructura indecidible y el momento de la decisión
(LACLAU & MOUFFE, 1990, p. 76-77, citado por DE ALBA, 2007, p. 87). En la desestructuración los bucles pueden llevar igual a diferentes proporcionalidades interior-exterior. Nuestro punto de vista es que en la desestructuración que presenciamos hoy en día los bucles existentes y la aparición de nuevos bucles permiten un paso cada vez mayor de significantes del interior hacia formas exteriores, lo cual amplía la conformación de un exterior constitutivo.
La metáfora del irrepresentable sistema de cuadrantes
La banda de Moebius y los bucles son emblemáticos para la comprensión de la estructura y la desestructuración, el análisis de la posicionalidad, la conformación no suturada, estable o fija de la identidad, la aparición del momento de la decisión y del sujeto. Ahora bien, nuestro punto de vista consiste en que la banda se encuentra estructurada por un irrepresentable y complejo sistema de cuadrantes el cual marca la posicionalidad de los sujetos. Cuando la estructura es sedimentada, esta parece primar por encima de los sujetos ya que los bucles y las reglas de la transición posicional se encuentran muy bien arreglados.[8] Cuando la estructura se encuentra en desestructuración, los momentos de la decisión emergen con mayor frecuencia ya que los bucles debilitan sus límites internos y permiten mayor paso de significantes y formas interiores a exteriores y viceversa. A su vez aparecen nuevas modalidades de bucle.[9] Todo ello permite la proliferación de nuevas identidades, formas de vida, lenguajes, contornos, transiciones, desplazamientos.
A diferencia de un simple sistema de dos ejes y cuatro cuadrantes propuesto para sociedades sedimentadas, el análisis de la posicionalidad en una sociedad en desestructuración requiere de un sistema de cuadrantes mucho más complejo, un sistema en movimiento que permita representar un juego indeterminado, cambiante y contradictorio de posiciones. Desde nuestro punto de vista, dicho sistema es irrepresentable, si bien es posible representar ciertas condiciones de probabilidad según
el juego posicional. Por ejemplo, podríamos decir que algunas distinciones fundamentales del lugar de los sujetos en la sociedad están dadas por la distribución del capital económico y del capital 89 Importar tabla
cultural que grupos e individuos poseen. En este mismo sentido nos son conocidos algunos criterios de clasificación más comunes en los estudios demográficos sobre los jóvenes: 1) capital económico y cultural familiar; 2) incorporados, o no, al sistema educativo; 3) integrados, o no, al sistema laboral. Sin embargo, y aun considerando estas pocas variables, las posibles posiciones y pocisionalidades son tan diversas, contingentes y contradictorias, que un sistema de cuadrantes de dos ejes (uno vertical y otro horizontal) sería insuficiente para hacernos una idea clara del movimiento de los sujetos en la estructura. Habría que considerar muchos otros fenómenos, estructuras y sistemas como el contexto familiar, sociocultural, económico y político, la historia y los relatos, las características de los sistemas o marcos educativos, las historias de vida familiares y personales, las creencias o marcos religiosos e ideológicos, las muy particulares formas de
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sujeción a las estructuras, los marcos políticos, legales y comportamentales, las actividades productivas, las formas de distribución del poder político, cultural y económico, entre muchas otras cuestiones. Las posiciones jóvenes conforman configuraciones sociales diversas que definen su identidad de manera relacional, nunca fija, siempre cambiante.
Por lo anterior, lo mejor es quedarse en el nivel de la metáfora. Basta decir que la juventud no es igual para todos los jóvenes, y que los que se encuentran en las posiciones más excluidas o exteriores de la estructura, son jóvenes más propensos a caer en territorialidades exteriores y exteriorizantes. En la medida en que la desestructuración crece y da cabida a menos sujetos hacia formas legítimas de interioridad, la exterioridad se amplía posibilitando la proliferación de nuevas formas, posiciones e identidades “exteriores”, que terminan por buscar o generar nuevos bucles hacia nuevas formas de vida semejantes a las que estaban o todavía permanecen en el interior. En este sentido es emblemático el fenómeno del aumento del crimen organizado y la violencia en México, aumento que se encuentra principalmente nutrido por jóvenes que buscan en formas
exteriores oportunidades parecidas a las que les han sido negadas o imposibilitadas en el interior. De esta manera surge la ambivalencia tanto en los simbólicos (actividades productivas, normas, 90 Importar tabla
proyectos, etc.) como en los imaginarios (modelos, ideales sociales, etc.). Se conforman identidades sumamente hibridas. Estos movimientos y la aparición de nuevos elementos erosionan y dislocan la estructura.
Si bien la particular posición de determinadas juventudes en la banda tiene que ver con la adscripción a una clase social que media ciertas probabilidades sociales, las juventudes son significantes flotantes deambulando y generando posibilidades de decisión y articulación a otros significantes flotantes, bucles, significantes vacíos, imaginarios, contornos sociales. El deambular en más ambiguo en contextos o lugares en desestructuración, inestabilidad y movimiento. Cuando los jóvenes se incorporan a alguna configuración social (familia, grupos, escuela, etc.) son influidos y determinados por el discurso prevaleciente, si bien el joven fija límites, ambos se articulan en una práctica imperfecta o incompleta, siempre expuesta a la contingencia y limitada por un exterior constitutivo (LACLAU, 2003 apud ETCHEGARAY, 2013, p. 4).
La metáfora del juego del diablotin
Recurrimos a la metáfora del juego del diablotin para abordar la relevancia constitutiva del no-lugar en determinada estructura de posiciones, relaciones y movimientos entre posiciones.
Para que el juego del diablotin funcione es necesario un lugar vacío. Una estructura sin movimiento, sin posibilidades de cambio, de entrada y de salida, una estructura cerrada, es una estructura muerta. El desequilibrio, la insatisfacción, el cambio, el intercambio de energía y la reorganización caracterizan una estructura viva, dinámica. La simplicidad del juego del diablotin muestra el valor estructural que tiene un lugar vacío en la estructura. El lugar vacío es un principio de reorganización, movimiento, sustitución de lugares.
Los lugares vacíos permiten el juego tanto en las estructuras sedimentadas como en la desestructuración. La sociedad como no suturada depende de estos lugares vacíos, de estas “aperturas”. Dice De Alba (2007, p. 49) que “la apertura es inubicable y al mismo tiempo
constitutiva de la estructuralidad; de la estructuralidad de la estructura, del sistema, de la configuración significativa”. Nuestro punto de vista es que el lugar vacío tiene dos tipos de 91 Importar tabla
expresión: simbólicas e imaginarias, ambas constitutivas y ordenadoras de la estructuralidadtemporalidad, ya sea sedimentada o en crisis. Ambas ordenadoras de un real que constantemente las sobrepasa. Las expresiones simbólicas se muestran a manera de exteriores constitutivos, como algo que la totalidad expele de sí misma a fin de constituirse (LACLAU, 2005, p. 94). Las expresiones imaginarias se muestran como significantes vacíos, es decir, como elementos que significan o tienden a significar la estructura o lugares de la estructura como totalidad, difuminando su ambivalencia intrínseca.
En momentos de aparente estabilidad, por ejemplo en los espacios más consolidados de modernidad, los lugares vacíos son relativamente fáciles de ubicar o demarcar. Por ejemplo, en el registro de lo simbólico, un lugar vacío, a manera de exterior constitutivo, lo constituyen las juventudes en espera de transitar a la vida adulta, o bien, como ejércitos de desempleados de central valor para el crecimiento económico. Aquí impera la visión hegemónica de la juventud como un momento de transición. A diferencia de la metáfora de las juventudes como no-lugar en la cual estas deben ser contenidas y controladas, en la metáfora de juego del diablotin, como lugares vacíos, las juventudes son sumamente valoradas precisamente porque permiten el juego. En el registro de lo imaginario, en espacios sedimentados, un lugar vacío a manera de significante vacío lo constituye, por ejemplo, del lado de la adultez, el ideal de la familia, la estabilidad económica, el proyecto, el ahorro, el esfuerzo, el trabajo, entre otros. Por el lado de la juventud, en cambio, un lugar vacío, a manera de significante vacío, lo constituye el imaginario de la vitalidad, de condición de sobrevivencia y reproducción de la especie humana. Ambos ideales son perfectamente ubicables y delimitables.
En los espacios sedimentados, la estabilidad de la espacialidad-temporalidad permite la elaboración de identidades y subjetividades más ordenadas y estables lo cual aparenta que la estructura prima sobre los sujetos. La “desestabilización” momentánea de las juventudes se encuentra al mismo tiempo controlada y valorada. En la medida en que los jóvenes crecen, van encontrando bucles que les permiten paulatinamente la ganancia de mayor interioridad, estabilización de su identidad y subjetividad a través del trabajo y el inicio de la propia familia. Es una sociedad ampliamente desestabilizada, esto sólo es cierto para grupos sociales de jóvenes en condiciones sociales favorecedoras, o bien para sujetos que logran romper parcial o totalmente con ciertas condiciones desfavorecedoras a través de bucles legítimos, ilegítimos o nuevos. 92
En la desestructuración, los lugares vacíos son difícilmente identificables ya que se encuentran menos delimitados y más diseminados en diferentes espacios. En el registro de lo simbólico un lugar vacío a manera de exterior constitutivo lo conforman los jóvenes instalados en un periodo de transición que se prolonga, lo cual desestructura la hegemónica definición de juventud como un periodo de edad delimitado anterior a la adultez. Los jóvenes no dejan de ser jóvenes a los 29 años sino que su juventud se prolonga hacia lo que debería constituirse como adultez. De esta manera aparecen nuevas formas de juventud y adultez, o bien, formas hibridas de juventud-adultez:
- Jóvenes-adultos que siguen dependiendo económicamente de sus padres o que prologan su estancia en el hogar familiar.
- Jóvenes-adultos que consiguen un trabajo informal o mal pagado que no les permite la independencia económica.
- Jóvenes-adultos que se embarazan y tienen hijos pero que siguen viviendo con sus padres.
- Jóvenes-adultos que no trabajan ni estudian.
- Jóvenes-adultos que prolongan el periodo de formación.
- Jóvenes-adultos que posponen el embarazo.
Con respecto a esto crece la ambivalencia. Si los jóvenes no pueden dejar de ser jóvenes o sólo dejan de serlo parcialmente, ¿cómo podrían llegar a ser valorados como exterior constitutivo de la estructura, como aquello que la estructura expele a fin de constituirse? El exterior constitutivo como lugar vacío dejar de servir por completo al juego de los significantes de la sociedad como discurso. Nuevos juegos y nuevas reglas del juego aparecen. Se trata de un juego distinto, de un exterior constitutivo diferente, uno que permite el juego, pero que al mismo tiempo contribuye a desestructurarlo aún más. Es lo que la sociedad expele hacia diferentes formas del exterior a fin y
amenaza de constituirse-desestructurarse. Si los jóvenes, o no todos los jóvenes, pueden transitar hacia la adultez, la agresividad de la estructura hacia ellos y de ellos hacia la estructura brota expresándose en múltiples y variadas formas. Algunas de ellas son sublimaciones a través de
nuevos elementos que se presentan como alternativas o contornos sociales; otras son típicas formas
ilegitimas de trabajo; otras son la canalización de la agresividad y la violencia a medios de ataque 93
explícitos hacia la sociedad y hacia el yo: la delincuencia y el crimen.[10] Cuando no pueden entrar al interior, los jóvenes buscan formas de exterioridad. La última forma de exterioridad, la más contundente de ellas, es el suicidio o la exposición velada al homicidio.
Ahora bien, en la desestructuración, en el registro imaginario, un lugar vacío a manera de significante vacío lo constituye ya no el ideal de la adultez como forma de vida estructurada y estable, sino un imaginario social que se disemina cada vez más y que ubica ciertos rasgos de la juventud como ideales a seguir: belleza, potencia física, libertad, adaptabilidad, movimiento, hedonismo, consumo, relajamiento, felicidad, pasión, exploración. Las modelos, los deportistas,
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los innovadores, los emprendedores, los arriesgados, los consumidores, son casi siempre representados como jóvenes o como adultos con “espíritu joven”. La economía neoliberal y la actual sociedad del consumo son promotoras de estos valores e imaginarios diseñados para las nuevas identidades jóvenes-adultas.
En la desestructuración, la desestabilización de la espacialidad-temporalidad promueve la aparición de identidades y subjetividades más indefinidas e inestables lo cual hace más evidente de los sujetos priman sobre la estructura indecidible. Emergen nuevas formas de identidad y subjetividad joven-adulta. La desestabilización de las juventudes no constituye ya un periodo de transición sino una nueva forma de vida, una transición permanente. La juventud se escapa o desborda de los medios sociales diseñados para su contención. La juventud comienza a ser valorada ya no como momento sino como posición permanente: formación para toda la vida, inestabilidad laboral para toda la vida, transición eterna, jóvenes para toda la vida, hedonismo, aprovechar el momento del hoy eterno, la ausencia de proyecto. La interioridad se reduce, algunos bucles se
debilitan, otros desaparecen y surgen. En este contexto, muchos jóvenes solo logran parcialmente arribar a formas de interioridad, lo cual impide la estabilización de su identidad y subjetividad: 94 Importar tabla
requieren estar preparados para el cambio, la adaptación, la movilidad. Se privilegian los vínculos sociales y amorosos inestables o pasajeros (BAUMAN, 2005). Las nuevas juventudes, en su mayoría, no arriban al puerto de la adultez legítima, llegando a constituirse desde el punto de vista que aquí sostenemos como “jóvenes-adultos”. La excepción la constituyen un bajo porcentaje de jóvenes en condiciones sociales favorecedoras, o bien sujetos que logran romper parcial o totalmente ciertas condiciones desfavorecedoras a través de bucles legítimos, ilegítimos o nuevos.
Los jóvenes encaran la disolución de las estructuras sociales (BAUMAN, 2005) y la persistencia de imaginarios y elementos de distintas tradiciones y formaciones. Reciben múltiples mensajes de identidades que los obligan a tomar alguna posición al respecto e incluso a reposicionarse como sujetos formando parte de alguna identidad dislocada. Las dislocaciones son efectos de la incursión de nuevas identidades en configuraciones sociales sedimentadas e implican contradicciones estructurales. El quiebre y la disolución de las estructuras sociales implica la pérdida de referentes que les permiten a los jóvenes constituir su identidad. Este proceso genera “[…] al mismo tiempo una crisis en las formas establecidas de relación social y una ruptura de las formas de comunicación […] y crea las condiciones para la emergencia de nuevos sujetos políticos […] que […] luchan contra el orden, o mejor aún, contra el desorden que hizo posible su existencia” (ETCHEGARAY, 2013, p. 5).
A manera de cierre: del no-lugar al exterior constitutivo
En la desestructuración las nuevas formas de exterior constitutivo (simbólicos) y las nuevas formas de significantes vacíos (imaginarios) funcionan como elementos vacíos que son a la vez estructurantes y desestabilizadores de la estructura en desestructuración. Son nuevos síntomas sociales, a la vez de defensa y de transformación de una sociedad no suturada en tiempos de crisis y siempre en tensión estructuración-desestructuración. Por lo tanto, estamos ante nuevos elementos que son a la vez efecto y causa de la desestabilización de la estructura. Elementos de este momento de la espacialidad-temporalidad, formas particulares de combinación contradictoria de elementos – simbólicos e imaginarios – estructurantes y desestructurantes. Para nosotros, esta combinación
indeterminada de elementos (significantes flotantes, rasgos disruptivos, significantes vacíos, contornos sociales, bucles) conforma un exterior constitutivo indeterminado, de orden diferente, 95 Importar tabla
que aparece en tiempos o contextos de CEG.
Mientras que en la estructuralidad el exterior constitutivo puede entenderse como no-lugar fijo o más o menos estable, en la crisis el exterior constitutivo como lo que la estructura expele a fin de constituirse se desborda y comienza a ampliarse articulándose a nuevos elementos. En la CEG, los esfuerzos de re-amarrar simbólicamente ese exterior en desbordamiento se traducen en formas de control y contención de la desestructuración. En el caso de los jóvenes, algunas medidas como, por ejemplo, ampliar la escolarización obligatoria, o la cobertura de los distintos niveles educativos, ampliar los programas sociales de apoyo a los jóvenes, las becas educativas, los programas de empleabilidad, los sistemas de apoyo, los programas de salud, e inclusive ampliar la edad de los jóvenes para que más individuos tengan acceso a los programas del estado destinados a controlar y contener la desestructuración.
En la CEG el exterior constitutivo se acompaña de significantes vacíos que aparecen como elementos que buscan sostener y dar consistencia a la estructura en desestructuración. Artificios o
manipulaciones del imaginario que fingen la unidad en la desarticulación. Es por ello que a pesar de que la modernidad-globalización no ha llegado a establecerse como figura de mundo, su proyecto económico-político sigue pujante fingiendo estabilidad y orden a través de la promoción de formas de vida centradas, ya no en una visión de estabilidad, sustentabilidad y equilibrio futuro, sino en el consumo y en hedonismo inmediato, en la inestabilidad como forma de vida instalada en el presente. Observamos cómo es que ante la desestructuración, el proyecto moderno sigue encontrando estrategias de estabilización. Nuevos significantes vacíos promovidos desde la cultura cumplen con esa función. En gran medida esos significantes son retomados de los espacios en los cuales las culturas juveniles se conforman y recrean, de esos no-lugares de espera, inestabilidad y transición, esos lugares en los que se originan fenómenos de desbordamiento y desestabilización de la estructura. Al igual que el yo crea mecanismos de defensa de su propia identidad hasta el punto de adoptar en momentos de crisis el antagonismo como un elemento de su propia identidad, así la estructura sedimentada ha adoptado como propios significantes e imaginarios de la juventud que antes se encontraban relegados y que ahora se promueven como ideales de vida, figuras de mundo que no buscan más la estabilidad del interior, sino el riesgo, los límites entre interior y
exterior. Al igual que las juventudes en la desestructuración, la sociedad mundial se ve impedida o 96 Importar tabla
limitada en cuanto a la generación de un proyecto de futuro global, un imaginario diferente, una configuración espacial-temporal estable. Es casi como si la juventud se convirtiera en un paradigma global de la llamada posmodernidad. Vemos que el descentramiento de las juventudes ha provocado la erosión y dislocación de la estructura debido a que la estructura ha sido incapaz de mantener la categoría social de juventud como lugar de tránsito para la mayor parte de los jóvenes en determinados contextos sociales. No es que la categoría social de la juventud desaparezca, es que la categoría misma como no-lugar fundamental se encuentra en desestructuración y diseminación de sus elementos a otros espacios y lugares de la estructura. Entonces, al mismo tiempo que se sostiene, dicha categoría trastoca otras categorías sociales, por ejemplo y de manera significativa, la categoría de adultez.
Presenciamos el debilitamiento de los límites entre categorías sociales juventud y adultez, y en esta medida, la aparición de diversas formas de hibridación juventud-adultez. En el campo económico esto se expresa a través de los nuevos tipos ideales de trabajador que se promueven: adultos desde el punto de vista de la competencia laboral, el compromiso y la responsabilidad; pero jóvenes desde el punto de vista del saber navegar entre el cambio, la incertidumbre, la poca seguridad social, el despido, la formación constante, la felicidad del momento. Esta nueva filosofía económica neoliberal se promueve como ideal de vida. Sin futuro posible ante las amenazas globales de crisis ambiental, económica y energética, la nueva filosofía juvenil aparece como un medio de desatención e indiferencia ante un futuro que parece inminente. Bien conocemos cómo muchas de las iniciativas de conformación de nuevos movimientos de protesta y cambio social, varias de ellas conformadas por jóvenes y jóvenes-adultos, no llegan a la consolidación sino que aparecen al mismo tiempo que se debilitan con prontitud. El compromiso perecedero, la identidad volátil, es lo que conviene a la estructura.
Nos parece imprescindible arribar a nuevas maneras de pensar el lugar y la posicionalidad de los jóvenes en la sociedad como medio de reflexionar en el contexto de las tensiones entre la globalización y la CEG. Es crucial trascender las tradicionales formas de intervención social, económica y educativa dirigidas a los jóvenes las cuales parten del supuesto de que las juventudes se instalan mayormente sobre las reglas de una estructura social sedimentada. Es necesario
considerar el contexto de la CEG y el movimiento posicional y paulatino de las juventudes de un no-lugar a un exterior constitutivo al pensar en las políticas económicas, políticas, sociales y 97 Importar tabla
educativas ya no dirigidas exclusivamente a ese grupo cada vez más ambiguo e indeterminado denominado “juventud”, sino a todos esos grupos de personas jóvenes-adultas de cualquier edad que comparten las condiciones de exclusión e incertidumbre que cada vez más caracterizan a las juventudes. Resulta crucial poner atención a los nuevos contornos sociales que emergen de los juegos de la posicionalidad y la desestructuración. Nuevos significantes surgen: significantes juveniles de incertidumbre, sobrevivencia y amenaza, pero también de esperanza e imaginación.
Notas
[1] Por ejemplo, diferentes agencias, como el Instituto Mexicano de la Juventud (2017), definen a la juventud como el periodo de vida comprendido entre los 15 y 29 años de edad. Se le considera pues, un fenómeno más o menos estático que no recupera los movimientos en la posicionalidad de las juventudes, y el “alargamiento” o “desplazamiento” de rasgos de las juventudes hacia lo que tradicionalmente se ha considerado la vida adulta. Desde la tradicional concepción de juventud demarcada por tales agencias, existe una cierta cantidad de políticas o programas dirigidos a los jóvenes; políticas y programas sociales que no consideran lo que aquí caracterizamos como “diseminación” gradual de la juventud a lo largo y ancho de diferentes lugares de la estructura.
[2] De acuerdo con Alicia de Alba (2007, p. 44) “Por discurso se entiende […] una configuración de elementos lingüísticos y extra lingüísticos, articulados de manera estructural, que constituyen un campo de significación, un sistema abierto, en el cual el significado de cada elemento se define por el uso que tiene en tal configuración; esto es, el significado de cada elemento se define por su uso en el juego de lenguaje al que pertenece, que se constituye por medio de las reglas del juego que establecen los mismos jugadores. En otras palabras, un discurso se conforma por elementos articulados que constituyen una configuración estructural articulada y significativa, inestable, precaria y abierta”.
[3] “El registro de lo simbólico se refiere a aquello que hemos organizado discursivamente: la realidad. El registro de lo real es lo que irrumpe en la realidad discursivamente ordenada y la disloca, por ello es irrepresentable, se muestra, pero en el momento en que irrumpe como dislocador no se le conoce, no se le puede nombrar. Lo real es contingente y constantemente desestructura a la realidad, a lo simbólico. El registro de lo imaginario se refiere a los deseos, a la imaginación, la fantasía, las utopías. Se vincula con lo real y lo simbólico, y de hecho coadyuva en el cambio de la realidad, simbólicamente construida” (DE ALBA, 2007, p. 80-81).
[4] De Alba (2007) menciona que teorías como las elaboradas por Durkheim son insuficientes en un momento en el que se borra toda “espacialidad-estructuralidad” por la irrupción de la “temporalidad”. Momentos en que la cartografía social conformada por posiciones, significados e identidades más o menos fijas, ampliamente compartidas y estables, da lugar a otro tipo de movimientos, más volátiles, posiciones multirreferenciales, cambiantes y hasta contradictorias, que dan cuenta de identidades móviles determinadas por la abolición de las creencias colectivas.
[5] Por alargamiento se entiende el fenómeno de ampliar desde diferentes perspectivas y discursos el periodo de la vida que comprende la edad joven. Ejemplo de ello lo encontramos en Colombia, donde en 2013 de acuerdo con el Nuevo Estatuto de Ciudadanía Juvenil, las personas de 27 y 28 años que eran anteriormente consideradas adultas, serán nuevamente jóvenes ante la ley. Este tipo de medida tiene como principal propósito no únicamente “retardar la entrada a la edad adulta” sino además ampliar el acceso a becas, convocatorias para créditos y oportunidades de emprendimiento (RCN televisión, 2013).
[6] Los no-lugares sociales se ven acompañados de “tecnologías” de control del espacio como los hospitales psiquiátricos (manicomios), los centros de readaptación social (prisiones) y las casas de retiro (asilos). Todos los no-lugares definen lugares en la estructura que son esenciales para su estabilidad. En el caso de los jóvenes el sistema escolar y la familia juegan las veces de principales mecanismos de contención-control.
[7] Por ejemplo, los seguros contra enfermedad o accidentes son mecanismos que evitan que la transición del interior al exterior. Las cárceles son mecanismos de contención que impiden el paso del exterior al interior.
[8] Por ejemplo, es bien sabido que en la Edad Media la actividad económica familiar primaba sobre la posibilidad de decisión de los sujetos sobre su vocación. Aun en estructuras familiares donde los padres construyen posiciones de poder con respecto al futuro de sus hijos, estos parecen ser “decididos” en cuanto a su orientación vocacional. Sin embargo, esto no evita el rompimiento, resistencia o rechazo de tal poder o estructura.
[9] En nuestra sociedad se presentan fenómenos donde grupos de clase media en países desarrollados pierden masivamente su empleo; o bien, donde grupos de jóvenes transitan económicamente hacia lugares más interiores por la vía de actividades ilícitas.
[10] Según Mora y De Oliveira (2012, p. 176) “Los y las jóvenes que a temprana edad trabajan, se exponen a situaciones de desempleo, informalidad, precariedad o inactividad forzada y tienen por delante un futuro incierto y carente de protección social. Ellos se encuentran fuera del sistema escolar, excluidos de los sectores más dinámicos de la economía y sin condiciones de establecerse por su cuenta de forma adecuada. La carencia de oportunidades y la incertidumbre laboral constituye un rasgo característico de su cotidianeidad. Las posibles repercusiones de situaciones de exclusión laboral en la trayectoria futura de la población joven pueden llegar a ser muy elevadas. Cuando la escuela y el trabajo pierden su potencial de fungir como ámbitos de integración social la población joven, es decir, cuando el sistema escolar no tiene capacidad de absorber y retener a las y los jóvenes, y los mercados de trabajo no les ofrecen empleos suficientes ni empleos de calidad, pocas son las vías alternas legítimas de que ellos disponen para tener acceso a los derechos ciudadanos. La reproducción intergeneracional de las desigualdades laborales encuentra, en esta situación, tierra fértil para su propagación”.
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