RESENHAS
Estímulos Alberto Giordano (Ed.). El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80. Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2015
Estímulos Alberto Giordano (Ed.). El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80. Buenos Aires, Santiago Arcos Editor, 2015
Caracol, núm. 12, pp. 259-266, 2016
Universidade de São Paulo
| Giordano AlbertoWacht Paulina, Roitman Ari. Estímulos. 2015. Buenos Aires, Santiago. Arcos Editor |
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Recepción: 21 Julio 2016
Aprobación: 18 Septiembre 2016
En Roland Barthes. Literatura y poder (1995), Alberto Giordano, al pensar cómo la literatura para Barthes se definía “a la vez por lo que puede y por los modos en que resiste a las efectuaciones del poder” (1995, 9), al observar cómo el ensayista excedía sus propios principios al dejarse tomar por la intensidad del cuestionamiento que genera la experiencia literaria, sostenía:
La crítica, toda crítica, está animada por una firme e inevitable voluntad de reacción. Cuanto más sensibles nos hacemos a la intransitividad de la afirmación literaria, más fuerte es la presión moral, el impulso a negar su precariedad y su incertidumbre atribuyéndoles un valor admisible (la más astuta estrategia de reacción, a la que cedemos inadvertidamente, es convertir a la precariedad y a la incertidumbre en valores admisibles). (1995, 27)
La producción de Giordano se ha sostenido en gran medida sobre las tensiones que este libro ponía en juego, obteniendo de ellas gran parte de su potencia. La defensa del ensayo, esa forma de la escritura y del pensamiento sobre la que insisten los textos que el autor elige reunir en El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80, se fue constituyendo en uno de los motores fundamentales del intento por poner en jaque, aunque sea por un instante, esa inevitable voluntad de reacción. Sin duda, este intento ha adquirido diversas formas a lo largo de su obra: la escucha de las voces que resonaban en la escritura de Manuel Puig (Manuel Puig. La conversación infinita (2001)) pero también, convirtiendo el ensayo en objeto (en Modos del ensayo (1991-2005)), la interpelación de los momentos en que la autofiguración de ciertos escritores centrales de la literatura argentina era desviada de sus estrategias previstas justamente a través de los avatares inesperados a los que los exponía este modo de la escritura. El ensayo se fue consolidando así como “el” modo de dialogar con la literatura: en tanto búsqueda que se somete al azar y que, por lo tanto, pone en el centro su carácter provisorio (sin que por esto su efecto de verdad se desestime), el ensayo, siempre impertinente, nos otorga una respuesta “auténtica”, en la medida en que constituye y a la vez preserva los interrogantes que pusieron en movimiento la lectura. En esta línea, el intento de generar acercamientos que permitan al que escribe y al que lo lee entrar en contacto con la potencia de los materiales con los que se ha elegido trabajar, muta cuando la atención del ensayista es captada por los diarios de escritores (en Una posibilidad de vida. Escrituras íntimas (2007) y en La contraseña de los solitarios. Diarios de escritores (2012)). Este objeto complejo que se construye en los umbrales le exigió al autor un nuevo matiz: prestar atención a lo íntimo en la cotidianidad. Pero entendiéndolo, en función de sus desarrollos previos, no como lo más secreto de lo privado, sino como aquello que pone al escritor en contacto con algo que lo distancia de sí mismo y que lo priva del refugio seguro de la identificación. De ahí a sostener la hipótesis de un giro autobiográfico que marcaría la literatura argentina actual (en El giro autobiográfico de la literatura argentina actual (2008) y en Vida y obra. Otra vuelta al giro autobiográfico (2011)) había sólo un paso; movimiento mínimo pero a la vez salto radical en el que la fidelidad a ese impulso originario habilitó una singular autofiguración del ensayista que, arriesgando ahora su yo, decidió jugar en el borde peligroso que instalaba la necesidad del escándalo.
El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80 vuelve a singularizar esa potencia en un “ánimo genealógico”. Giordano se convierte en documentalista y atrae nuevamente al campo de la discusión textos en los que Beatriz Sarlo, Nicolás Casullo, Eduardo Grüner, Horacio González, entre otros, reflexionan, como dije, sobre esta forma. Giordano nos advierte: el ánimo genealógico no constata sino que interpreta. Además nos aclara: el listado de revistas a través de las cuales el discurso sobre el ensayo ha explorado sus posibilidades, listado que determina de alguna manera aquello que se elige reunir hoy, no “es producto de una investigación exhaustiva (…) sino de la memoria y de la biblioteca de un lector apasionada sobre el tema” (2015, 15). Estas explicitaciones son índice de que la tarea de editor supuso para Giordano no sólo confrontar las selecciones siempre arbitrarias que implica la compilación en tanto formato editorial, sino también dejarse seducir por la tentación del archivo, por su saberse incompleto, atracción por la potencia que esa interrupción puede convocar, pero también por la pasión del recolector que lo impulsa.
Ahora bien, si se siguen las notas que detallan las fechas y los lugares de publicación surge, sin embargo y a pesar de la explicitaciones, el interrogante: ¿por qué actualizar hoy esa memoria en una compilación? Es cierto, hay varios textos a los que no es fácil acceder: la mítica intervención de Beatriz Sarlo en un ciclo en la UBA en 1984 puede contarse dentro de estos casos. Pero el facilitar el acercamiento a las instancias singulares no parece ser lo que moviliza esa pasión. Antes bien, la reunión intenta poner a disposición un diálogo. Si para Giordano la búsqueda del ensayo puede entenderse como una conversación, en términos heideggerianos, con la literatura (2005, 223), en este caso el impulso amoroso del editor que repasa su biblioteca sobre un tema que le apasiona decanta en la necesidad de generar un espacio para que esos textos que se consideran fundamentales puedan ponerse en movimiento conjunto. Volver esa inmediatez –que permite, al mismo tiempo que se atiende a la historicidad que nos imponen las fechas, pasar de un acercamiento a otro desarmando los límites autorales– necesaria es uno de los logros más importantes del libro. Al menos, uno de los logros para aquellos que ya estamos familiarizados con esta tradición: desde el momento en que experimentamos esa cercanía, percibimos su falta previa. El título refleja la posible apuesta. Si en mayúscula leemos lo intemporal de la reunión en torno a un tema, en minúscula se sostiene el anclaje contextual. El movimiento es el propio de toda compilación pero potenciado, vuelto ineludible. Sin duda, hay otro lector posible, el que desconoce el ensayo como modo de la verdadera interrogación (propia y de lo que se aborda): en este caso el libro es un excelente ritual de iniciación. A ambos lectores se les ofrece la misma posibilidad, ya sea por insistencia u obedeciendo a la novedad: pensar, interrogar, los caminos que el ensayo puede y debe tomar como modo de abrir intersticios en “la cultura del pragmatismo y la eficacia demostrable” que predomina desde hace tiempo en “la proyección y el desarrollo de las investigaciones en el campo de las humanidades y las ciencias sociales” (8).
Los textos tomados de Babel. Revista de libros dialogan intensamente con esa visión interesada del presente que elabora Giordano. Quizás sea Nicolás Casullo el que con más precisión se arriesga, sin invalidar el anacronismo al convertirlo en resguardo sino complejizando la propia temporalidad de la escritura, a definir lo actual a finales de los 80 y a pensar las diferencias con la modernidad, extendiéndose más allá del propio campo: “La desnarración es nuestro mundo poblado de signos, hablas catalogadoras, mediaciones notificantes, cotidianidad comunicacional, lógica informática del existir” (2015, 75). Ese diagnostico ¿sería hoy exactamente el mismo? El interrogante, al mismo tiempo que se sostiene, genera, en el diálogo entre los textos, una apreciación de otro orden. Una apreciación que al dejar entrever una lógica se torna más relevante para el hoy que la precisión del detalle: se vuelve evidente en el intercambio que la transformación en queja del no lugar del crítico literario que realiza Sarlo en su texto inaugural –que la lleva, como lúcidamente nos lo indica Giordano, a reducir el ensayo a una forma retórica– se ha elaborado desoyendo la expansión y las relaciones singulares de ese contexto que obliga a formularla y que tan bien describe Casullo (atención que sí parece marcar el modo en que González, antes que anular, reformula la pregunta por la comunicabilidad haciendo prevalecer la inteligibilidad como uno de los modos de abrir nuevos recorridos para un ensayo de entonación social crítica).
La conversación que abre El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80 permite, entonces, superponer conceptualizaciones que en conjunto muestran mejor sus matices. De la singular y originaria relación del ensayo con el error que elabora Grüner; pasando por el pensamiento intenso de la forma en relación con la vida que, a través de la lectura de Georg Lukács, realiza Gregorio Kaminsky (el ensayo como una “nueva ordenación conceptual de la vida” (2015, 114) que se produce en “equilibrio entre el vértigo y el abismo”(2015, 116)); deteniendo el recorrido en el abordaje minucioso, casi de coleccionista, que articula la argumentación de Silvio Mattoni; hasta llegar al ritmo de Juan Ritvo en donde “el retener el orden momentáneo” y la pretensión de su abolición se confunden sin remedio (2015, 235) en la exploración del metalenguaje con el fin de rozar esos “momentos de refracción y de desvío” (2015, 232), el ensayo va mostrando sus infinitas posibilidades como objeto a la vez que condicionando e impulsando la escritura de los que lo abordan. Sin duda, el lugar preponderante que adquiere el yo, en sus diferentes variantes, es uno de los problemas que retorna frecuentemente en los diversos acercamientos (más incluso que el de los límites difusos con otros géneros como, por ejemplo, los literarios). La formula de Kaminsky parece condensarlo de manera feliz: “Una vida (que se) ensaya” (2015, 122). Ahora bien, el yo, en algunas perspectivas, supone un riesgo. Ferrer lo formula explícitamente: al mismo tiempo que sostiene que “hablar en nombre propio simboliza el homenaje debido a la ambigüedad de lo existente” (2015, 81) reconoce que el uso de la primera persona puede desembocar en la “vanidad autobiográfica” o en “la fetichización del apellido” con el fin de “integrarse a espacios de consagración intelectual, donde una economía del prestigio acaba manipulado por vía narcisista a un texto” (2015, 81). Plantear el problema de esta forma puede desembocar en una defensa del pudor (sobre ese límite también peligroso se escribe el final del primer ensayo de González). Pero al mismo tiempo desconocerlo impediría observar ciertos movimientos. Entre ellos el que realiza Giordano al incluir uno de sus ensayos entre los compilados. Incluirse a uno mismo en esa biblioteca que se recorre apasionadamente ¿supone una reconvención al pudor? ¿Hay todavía morales que podrían cuestionar esa decisión? ¿Es parte del ejercicio espiritual? Solo si no se anula la tensión, sólo si se piensa que el pudor es innecesario a la vez que se contemplan los poderes que pone en juego el narcisismo convertido en moral, puede leerse esta inclusión en el corpus como un verdadero arriesgarse del editor a poner el cuerpo; un verdadero (volver) a entrar en contacto con la potencia de los materiales con los que se ha elegido trabajar.
En un post reciente en su Facebook, Giordano sostiene:
Sabía de las connotaciones sexuales del apodo de “Jelly Roll” Morton, autodesignado “inventor” del jazz, pero no sabía que la propia palabra “jazz” era usada en el siglo XIX, por los afroamericanos del sur de Estados Unidos, con el significado de relación sexual. Cuando pasa a designar una forma musical, retiene, de su significación originaria, la idea de “estimulación nerviosa” y de “aceleramiento apasionado”. Ahora me falta descubrir alguna connotación de este tipo en la etimología de “ensayo” (acaso un deslizamiento del binomio “prueba y error” a “meta y ponga”) para que el círculo se cierre (24 de mayo de 2016).
Ritvo, en la intervención que cierra el libro, expone la paradoja: hablar del ensayo puede desembocar en su inscripción en la cultura suprimiendo su exceso. El discurso sobre el ensayo en la cultura argentina desde los 80 sortea esa dificultad mediante la conversación que se sabe siempre interrumpida. Y es tal vez en este intercambio singular que logra la compilación donde pueda descubrirse una erótica para el ensayo; un estímulo nervioso o un aceleramiento apasionado que, antes que cerrar, abra el círculo que pone en juego la forma en tanto experiencia modificadora de sí (de nosotros) mismo(s).
Notas de autor
Contacto: marianacatalin@gmail.com