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Poetizar “la alquimia de lo disruptivo”: cuerpo, percepción y afecto en La contingencia (2015) de Alicia Genovese
Poetize “the alchemy of the disruptive”: body, perception and affect in La contingencia (2015) by Alicia Genovese
Revista Caracol, núm. 21, pp. 100-118, 2021
Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas da Universidade de São Paulo

DOSSIÊ


Recepción: 23 Junio 2020

Aprobación: 13 Julio 2020

DOI: https://doi.org/10.11606/issn.2317-9651.i21p100-118

Resumen: Este trabajo propone una lectura de La contingencia de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, Argentina, 1953) a la luz de la Teoría de los Afectos. Gestado tras las muertes cercanas del padre y el hermano menor de la autora, el texto explora agudamente el dolor de la pérdida y la posibilidad de una reconstrucción subjetiva a través de la escritura poética (Salomone, 2017, 256). Nuestro abordaje apunta a examinar algunas estrategias discursivas que cooperan en esta doble tarea, haciendo foco en el cuerpo representado como “espacio vacío”, rasgado por una enorme “fisura” donde advienen las emociones (Genovese, 2018, 481, 483). Así, será posible rastrear un itinerario que va de la experiencia de la pura contingencia (el dolor, la sed, el deseo y el frío de una hablante “cuerpeada”) hasta la transformación o “alquimia de lo disruptivo” que postulan “los poemas/del ligero equilibrio” (497, 524), centrados en imágenes de belleza y dinamismo que “abren futuros” (Ahmed, 2015, 304).

PALABRAS CLAVE: Alicia Genovese, Poesía Argentina, Cuerpo, Afecto, Percepción.

Abstract: The article proposes a reading of La contingencia, the ninth book of poems by Alicia Genovese (Lomas de Zamora, Argentina, 1953) in the light of Affect Theory. Written after the death of the author's father and younger brother, the text sharply explores the pain of loss and the possibility of subjective reconstruction through poetic writing (Salomone, 2017, 256). Our approach aims to examine some discursive strategies that cooperate in this double task, focusing on the body represented as an “empty space”, torn by a huge “fissure” where emotions come to light (Genovese, 2018, 481, 483). Thus, it will be possible to trace an itinerary that goes from the experience of pure contingency (the pain, the thirst, the desire and the cold of a “disembodied” speaker) to the transformation or “alchemy of the disruptive” postulated by “the poems/of light balance” (497, 524), centered on images of beauty and dynamism that “open futures”(Ahmed, 2015, 304).

KEYWORDS: Alicia Genovese, Argentine Poetry, Body, Affection, Perception.

1 DEL AGUJERO DEL YO A LA POSIBILIDAD DEL POEMA

La trayectoria poética de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, Buenos Aires, Argentina, 1953) comprende una serie de textos que dan voz a una hablante que no elude las grandes preguntas, individuales y colectivas, en el ejercicio de descubrir y pensar el mundo que la rodea. Después de dos libros iniciales, una galería de retratos femeninos constituyen el eje de la reflexión en Anónima (1992), mientras que la impronta del paisaje -sea natural o urbano- se manifiesta privilegiadamente en El borde es un río (1997), Puentes (2000) y Química diurna (2004). La compleja trama que se teje en torno a la memoria y el olvido, tanto en la esfera pública como en la privada, resulta fundamental en La hybris (2007), poemario donde se inician muchos de los interrogantes políticos y existenciales que resurgirán en Aguas (2012). En este trabajo, ofreceremos una lectura de La contingencia, el noveno libro de poemas de Genovese, que resultó ganador del Premio Internacional de Poesía “Sor Juana de la Cruz”, en 2015. Posteriormente, vieron la luz otros tres libros de la autora: La línea del desierto (2018), volumen que reúne la obra poética compuesta entre 1977 y 2015, a la que se suma el nuevo poemario que da título al libro; Ahí lejos todavía (2019), un conjunto de relatos de corte autobiográfico; y Sobre la emoción en el poema (2019), ensayo cuya temática se relaciona estrechamente con las propuestas que expondremos en las páginas que siguen.

La voz que asume la enunciación en la poesía de Alicia Genovese delinea la figura de una mujer inteligente e inquisitiva, que se compromete de forma visceral con aquello que ve y describe. Citas de otros/as autores/as y diversos referentes de la poesía y el pensamiento habitan sus textos, que, sin embargo, suelen tomar como punto de partida un suceso, un advenimiento o un estado de cosas del presente vivo. Tal es el caso de los poemas que integran La contingencia, escritos en pleno proceso de duelo tras las muertes cercanas del padre y el hermano menor de la autora. Se trata, como ha señalado Alicia Salomone, de un poemario que explora agudamente el dolor de la pérdida y la posibilidad de una reconstrucción subjetiva a través de la escritura poética (Salomone, 2017, 256). De esto da cuenta la estructura bipartita del libro, que incluye una primera parte llamada “El espacio vacío” y una segunda que responde al título de “Ligeros equilibrios”. Nuestro propósito es rastrear el itinerario que va de la experiencia de la pura contingencia -el dolor, la sed, el deseo y el frío de una hablante “cuerpeada”, que, al principio, escribe desde “el agujero del yo” (Genovese, 2018, 483, 490)- hasta la transformación o “alquimia de lo disruptivo” que postulan “los poemas/del ligero equilibrio” (497, 524), dando paso a una renovada apuesta vital. A lo largo de este trayecto, la mirada crítica hará foco en algunas conceptualizaciones provenientes del llamado “Giro Afectivo”, paradigma que desde hace aproximadamente dos décadas ocupa un lugar central en las agendas de las Ciencias Sociales y las Humanidades.1 En consonancia con una serie de estudios que examinan el rol de los afectos descritos por la literatura y sus avatares en las sociedades latinoamericanas, nos interesa explorar algunos modos en que la poesía contemporánea contribuye al surgimiento, la visibilización y la reelaboración -tanto individual como social- de las emociones.2 Entendemos que, a través de su lenguaje denso y polisémico, portador de hablas residuales y resquicios del inconsciente, la poesía funciona como un sofisticado laboratorio donde se modela imaginariamente aquello que Sara Ahmed definió como “el desorden de lo experiencial, la manera en que los cuerpos se despliegan en mundos, así como el drama de la contingencia, la manera en que nos toca lo que se acerca” (Ahmed, 2010, 22).

2 EL CUERPO SUBASTADO

La palabra amor se menciona nueve veces en La contingencia. La simbología de este número podría remitirnos a la Vida nueva de Dante, donde se asocia el nueve a Beatrice (Pinto en Alighieri, 2003, 27). Como sabemos, para el autor florentino, el amor a la mujer es figura y antesala del Amor con mayúscula, el encarnado por un Dios “que mueve al sol y las demás estrellas” (Paraíso, Canto 33). Sin tener que indagar acerca de las complejas arquitecturas de la teología tardomedieval, es posible afirmar que, para Dante, el amor es el afecto fundamental del sujeto, la energía que le permite aprehender como una unidad los misterios del cosmos y el deseo. Esta visión se plasma en la escritura, depósito de la sabiduría, que, en la Comedia, resulta una de las claves alegóricas de Beatrice. Giorgio Agamben va incluso más allá al afirmar que “Beatriz es el nombre de la experiencia amorosa del acontecimiento de la palabra que está en juego en el texto poético mismo” (Agamben, 2016, 115).

Amor y poema aparecen unidos, entonces, en el umbral de la modernidad. En su ensayo dedicado a pensar los vínculos entre poesía y emoción, Alicia Genovese define justamente el afecto como “una línea de fuerza invisible” que “impulsa”, “sostiene” y “alimenta” el sentido de un poema (2019, 7). Si el afecto se entiende como un flujo pre-lingüístico y pre-racional, la emoción, en cambio, equivale a “la captura del afecto en la interioridad de un sujeto” (Massumi, 2015, 211). Lo corporal, lo discursivo y lo social confluyen en el sustrato afectivo que anima toda expresión humana (Arfuch, 2015, 252), desde el registro de las artes hasta la celebración de un ritual familiar, la preparación de una comida o la participación en una protesta política.

En el caso de La contingencia, el amor es la savia que circula a través de cada verso, ya sea de modo silencioso y parejo, o ya sea pegando saltos que conducen a un estallido de las emociones. El amor mueve a la memoria cuando trae episodios del pasado que escenifican la complicidad entre padre e hija. Al modo de un panegírico íntimo y personal, se superponen los retratos: el padre que iba a buscar a la hija cuando llegaba de un viaje, el que le enseñó a manejar, el que compartía con ella la pasión por las carreras de autos. La matriz narrativa de algunos poemas convoca episodios y fechas claves, pero eventualmente los recuerdos se hilvanan entre sí para desembocar en un canto a las exequias:



Que el camino te sea propicio
rama extendida del afecto,
hoy del abrazo,
tierra bañada, costa
indemne al diario sinsabor

que te acompañen armoniosos
motores veloces
sonoros, en primera a fondo,
los seis cilindros devoradores
de tu camioneta Ford (482)

La ternura dicta el tono en los poemas del padre apelando a diminutivos (“autito rojo”) y detalles que adquieren nueva luz a la distancia (la puntualidad, el “abrazo ancho”). Los ecos antiguos volverán a sonar en los versos dedicados al hermano, trazando puentes con los Tristias de Ovidio. Se trata de una serie de poemas que cierra la primera parte del libro evocando también como intertexto la “Elegía” de Miguel Hernández. Hacia el final, la voz poética le pedirá alivio a un árbol de alcanfor que ha brotado sorpresivamente en su jardín:



El azar hizo que brote,

como de la nada, en la orilla
un árbol de alcanfor;
quien huela sus hojas obtiene
la medicina de la calma.
Arbolito creceme adentro
con tus gajos azarosos,
voy por tus algodones
entendiendo las tristias,
el exilio bochornoso
en los poemas de Ovidio,
la elegía de Miguel,
el dolor
como patria necesaria. (516)

El último verso citado nos remite a la espacialización de las emociones, tema estudiado por Martha Nussbaum en Paisajes del pensamiento (2001). Allí la filósofa norteamericana tomaba como epígrafe un pasaje de Proust que presenta las emociones de M. de Charlus como “levantamientos geológicos” que pueden preservar la “llanura” o hacer surgir “montañas” en la mente del personaje (Nussbaum, 2008, 10). A lo largo de los siglos, los poetas acudieron a imágenes espaciales para expresar las complejidades de la vida interior: “el cerebro tiene pasillos”, escribió Emily Dickinson (1997, 333), en tanto que un poema de César Vallejo menciona el acto de “escuchar mi caverna alternativa” (1987, 146). En el poemario de Alicia Genovese, el dolor asume el paisaje de la desolación y toma forma como terreno baldío o “decampado” del suburbio, donde hubo “saqueo” y “robos” (485):



Un blanco emocional
para atraer la suerte;
basura y más basura
en el suburbio de la evocación,
carcoma del cuerpo subastado. (486)

Ante el hueco que deja la falta del ser amado -recordemos que, según Lacan, al enlutado se le produce “un agujero en lo real” (Allouch 2011, 290-91)-, el blanco emocional y el cuerpo subastado se definirán también como espacio vacío (481), cuerpo helado (487) y atonía (501) de una subjetividad cuerpeada (483), es decir, arrebatada. El dolor instala un letargo que la mujer desafía con tareas concretas: trasplanta hortensias, poda árboles, con las ramas arma una fogata.3 Cuando la angustia le trae la imagen de la apaleada, una perra sumisa y sin hogar, teme reconocer en ella a su doble. En este estado, le resulta imposible el quehacer poético:



Escribir o morir,
muero
en un océano paupérrimo
en una arena sin pasos. (515)

Igual que del amor, existe una socialización del dolor, emoción que puede ser caracterizada como el “vínculo contingente” de ser con otros (Ahmed, 2015, 65). Tristeza, vacío, vulnerabilidad extrema: en el poemario analizado, el binomio amor-dolor articula la escritura cumpliendo a rajatabla la fórmula spinoziana que define el afecto como la capacidad de ser afectado por otros. Según Richard Rorty, quien tiene una actitud poética ha renunciado a las grandes certezas filosóficas para reconocer y abrazar, en cambio, su contingencia (Rorty, 1995, 28). Esta noción puede relacionarse con la de indefensión de Lévinas, que conecta “el arriesgado y sincero desvelamiento de uno mismo” con el acto de exponerse y quedar a la intemperie (Lévinas, 1998, 48). La conciencia de la propia indefensión como verdad punzante no paraliza, de todos modos, la pulsión vital que es característica de la poesía de Alicia Genovese. Comprobaremos cómo, en otros poemas -mayormente concentrados en la segunda parte de La contingencia-, la palabra volverá a la carga para hacer frente a “la vida con hambre” (509).

3 EL MUNDO REMATERIALIZADO

Tras haber recorrido “el camino de los desprendimientos” (538), la voz poética inicia una auto-reconstrucción subjetiva a través de la escritura. Este proceso es nombrado mediante una frase recuperada del habla materna:



Volver a agarrar la zapa
era la expresión de mi madre
cuando había que recomenzar
desde la nada.
Brota la frase
en esos momentos de desazón
que te devuelven
al inicio oscuro de los tiempos.
Cargar la zapa al hombro
desde la herencia campesina
y, otra vez, hacer surcos en la tierra
para iniciar el ciclo;
retomar, casi por instinto,
la tarea básica,
como el abuelo que colgaba
las herramientas de la huerta
en la pared del galpón.
Volver a agarrar la zapa, repito
como si hablara en lenguas
mientras voy vaciando
de papeles mi escritorio. (539)

La metáfora que da inicio a este poema tiene un fuerte “sentido performativo” y permite identificar el “movimiento” y el “hacer” de la persona lírica (Salomone, 2017, 255). La asimilación del acto de tomar la zapa o pala campesina con la “tarea básica” de la poeta, que es la escritura, recuerda la asociación entre arar, sembrar y escribir que presentaba la adivinanza veronesa y que, siglos después, se actualiza en la obra de Seamus Heaney. Como en la poesía del autor irlandés, aquí, la cultura letrada de la hija aparece al final de la cadena de generaciones que ejercieron el trabajo manual.4 El contacto con la tierra y la vida agreste resultan, por lo tanto, en modos de retornar a las propias raíces y se vuelven cruciales para llevar a cabo la reconstitución simbólica del yo.

El ciclo de las estaciones va pautando el ritmo en La contingencia, donde -tras la crueldad del invierno- se celebra el despertar de la naturaleza en todas sus formas. Una bandada de petirrojos surca el cielo, irradiando “su círculo de fuerzas” (529). Gracias a la extensión de sus ramas, los árboles “reinventan el mundo” (508). Las azucenas salvajes se empecinan en crecer y las azaleas “se reabren” para confirmar que “no hubo / devastación” (527). Todo ese mundo vibrante porta una promesa secreta para la hablante: “vendrá el verde para justificarme” (536).

Una nota característica de la dicción poética de Alicia Genovese es el asombro, que Descartes consideraba la primera de las pasiones. Este consiste en una relación afectiva con el mundo, que implica pararse frente a las cosas como si fueran vistas “por primera vez” (Ahmed, 2015, 272). En efecto, los poemas apuntan a describir las pequeñas maravillas que son dadas a la percepción, estableciendo una especie de catálogo que registra los placeres de los cinco sentidos: el canto de un pájaro le permite al oído reconocer su especie; adviene “el olor dulce” de una naranja cortada al medio (517); se evoca el saboreo de “un fruto aceitoso y semiamargo” (498); la lluvia cae suave como “un papel de seda moviéndose” (496). En especial la visualidad atraviesa la escritura, donde se diferencian múltiples matices cromáticos y se rescatan formas impensadas. Así, una pequeña revelación puede producirse al mirar dos camelias cortadas del jardín:



En cada flor abierta
su blanco,
un centro nuevo indesafiable
para el ojo dormido
cegado en lo mismo. (507)

Estos microuniversos sensoriales estructuran lo que Tuan (2007) llamó la topofilia, una percepción amable del espacio. Junto con los seres de la naturaleza, la sintagmática de los poemas abarca también una serie de objetos distinguidos por el “efecto relacional” que producen en la subjetividad lírica (Bennet, 2004, 354). Entre ellos se destacan un frasco de cenizas volcánicas, cortezas de pino y vainas de jacarandá que conviven junto a los papeles del escritorio, todos ellos “objetos habladores, / fetiches” que portan su carga emocional como “maravillas de un universo violento” (540). El recurso de la enumeración se impone en varios poemas de La contingencia, entre ellos el último del libro. Reproducimos a continuación los primeros versos:



El jazmín la semana que florece,
las maderas tibias del deck al acostarse,
la velocidad contra el viento,
la bici en el charco que derrapa,
las manzanas claras de estación.
Los limones arrancados de la planta,
el agua de la crecida tapando el sendero,
la imposibilidad de salir, los sonidos ahuecados,
la marea que baja después y te despide
en un oleaje limpio.
El amarillo suave, el naranja hiriente,
la luz de toda ciudad. (544)

Observamos que la accumulatio incluye un repertorio donde se alternan lo animado y lo inerte, lo natural y lo artificial. Se evoca una materialidad (flor, madera, fruta, agua) o bien una sensación (velocidad, color), rescatada por la memoria poética. Ambas instancias convergen en las “geografías emocionales” que plantean los textos (Davidson, Bondi y Smith 2007). No se trata de mapas preconcebidos, sino de redes de objetos y de figuras que se dibujan de forma sorpresiva e incluso aleatoria. Esto sucede particularmente en el poema llamado “La contingencia”: en la primera parte, el personaje es “la poeta” que va a dar clases en una universidad norteamericana y es sorprendida, en medio de sus cavilaciones, por un grupo de cardenales que aparecen en su ventana. La segunda parte del poema celebra su lugar incómodo en “ese estar precario de muebles / prestados y cajones semivacíos”, donde, de pronto, fue posible la irrupción de los pájaros. En este caso, la noción de contingencia remite a la idea filosófica de posibilidad y se relaciona con “lo accidental”, aquello que sucede al margen de la voluntad o la razón del sujeto (522-524). De ese modo, el poema introduce en clave metapoética la antinomia necesidad-azar, que resulta fundamental en la escritura de Genovese y que constituye una segunda tensión que estructura, junto con la del amor-dolor, el libro examinado.5 Fruto de esas tensiones, y agazapados como pájaros a punto de soltar vuelo, surgen los “poemas / del ligero equilibrio” (524).

4 ELOGIO DE LO QUE ADVIENE: LA POÉTICA EMOCIONAL DE ALICIA GENOVESE

El examen de La contingencia ha dado cuenta de los diversos modos en que el afecto se vehiculiza a través de la escritura poética de Genovese. Grandes sentimientos como el amor y el dolor se expresan a través de tres materialidades que se entrecruzan: la del cuerpo de la poeta, que, tras la pérdida, se experimenta vaciado y arrasado como una tierra baldía; la del mundo rematerializado en la escritura, que incluye una galería ingente de flores, insectos, pájaros, árboles, paisajes, objetos recolectados y escenarios biográficos; y la materialidad propia del discurso poético, dotado de un ritmo envolvente que abreva en repeticiones, enumeraciones, preguntas, pequeños relatos y cambios de tono que redundan en la configuración de un entramado complejo, desbordante de significación.

Hemos confirmado que el itinerario que va de la tristeza del duelo a la reconstitución del yo no solo se registra sino que se realiza por medio de la escritura poética. Esto abre una línea de reflexión en torno al poder sanador, además de heurístico y performativo, que puede ejercer la poesía contemporánea. Sin exhibicionismos narcisistas y sin auto-afincarse en el lugar de la víctima, la voz poética de Genovese logra hacer poesía desde la contingencia existencial, exponiendo la propia vulnerabilidad como probablemente no lo había hecho en ninguno de los libros anteriores. Las situaciones extremas o tsunamis emocionales que son las muertes de un padre y un hermano constituyen el punto de partida, pero no el destino final de los poemas.

Sin negar los componentes de error y azar que intervienen en la creación artística, los poemas de La contingencia defienden, por sobre todas las cosas, la preeminencia del trabajo de escritura. Este implica la asunción de un determinado punto de vista y una toma de posición -estética y, al mismo tiempo, ética y política- frente a un determinado estado de cosas: “Construyo, siempre construyo” (532). El poemario analizado explora tanto la inmediatez de las sensaciones como la distancia que requiere la reelaboración estética. Por tal motivo, resulta un texto profundamente autorreferencial, en el que la escritura se observa y se dice a sí misma en el acto de ser escrita. Ya sea que reponga anécdotas de infancia o replique escenografías cotidianas, la voz poética se muestra siempre consciente de su rol e ineludiblemente atenta a las modulaciones del lenguaje. Así sucede, por caso, cuando “la poeta” se autoparodia ante el desafío de “dar clases” sobre temas tan vastos como “poesía y paisaje, / poesía y violencia” (522), para terminar salvando la cuestión en el dístico final de libro: “La naturaleza no es solo / una armonía retórica” (546).

Al examinar la temporalidad de las emociones, explica Sara Ahmed que, a través de formas como la herida, el pasado afectivo persiste en la superficie del presente. Pero también, en un movimiento inverso, existen emociones que “abren futuros” por su capacidad para implicar nuevas orientaciones en el sujeto (Ahmed, 2015, 304). Hemos identificado como emoción prospectiva el asombro que manifiestan los poemas, orientados a captar “lo accidental”, es decir, aquello que sucede “en la realidad” (524) y se manifiesta sensiblemente a la percepción del yo. Gracias a la mediación de la escritura, uno de los objetivos de la poesía tendría que ver, entonces, con el procesamiento de las sensaciones y su impacto afectivo, con la posibilidad de “redescubrir” la energía latente que habita “las emociones que no ceden / ni se corporizan” (533).

Se ha señalado que la dimensión afectiva otorga densidad a la experiencia y asegura una focalización en el presente (Macón, 2013, 14-15). Tal es el caso particular de la poesía de Alicia Genovese, que opta por describir la experiencia antes que explicarla, de modo tal que su sentido permanezca abierto, en investigación, lanzado como pregunta para que las y los lectores la hagan suya. Se trata de una obra que no teme internarse en los vericuetos del afecto ni plantear el elogio de los objetos y los seres que acercan la belleza, que también reflexiona sobre sus propios recursos pero que siempre apunta, en última instancia, a tomarle el pulso a la vida. Así lo demuestran los versos finales del poema “El azul colapsa”, con los que quisiéramos terminar esta lectura de La contingencia:



Las circunstancias varían,
los lugares difieren,
pero a veces sucede.
La mejor fruta es alcanzable,
los caminos se aclaran
en el reflejo de las piedras.
Abrir los ojos y pasar,
es tiempo,
la posibilidad
puede escaparse. (542-43)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Allouch, Jean. Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Buenos Aires: El cuenco de plata, 2011.

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Macón, Cecilia. “Sentimus ergo sumus. El surgimiento del «giro afectivo» y su impacto sobre la filosofía política”. In Revista Latinoamericana de Filosofía Política 11/6 (2013), 1-32.

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Notas

1 Como explica Ignacio M. Sánchez Prado, el bagaje teórico-crítico del Giro Afectivo o, más propiamente, de las Teorías del Afecto, “no se refiere a un vocabulario unificado ni a un corpus inmediatamente identificable de lecturas filosóficas. Más bien, se trata de un diverso espectro de lenguajes provenientes de paradigmas distintos y a veces contradictorios” (2012, 12).
2 El vínculo indisociable entre poesía y emoción fue proclamado en la era romántica, como se explicita en el Prefacio de William Wordsworth a las Lyrical Ballads (1798): “Poetry is the spontaneous overflow of powerful feelings: it takes its origin from emotion recollected in tranquility”. Luego la poesía moderna - a partir de Baudelaire y Rimbaud - complejizó este vínculo al entender que el poema condensa la emocionalidad de la experiencia: “Toute l’âme résumée”, según la fórmula mallarmeana de “Hommage” (Mallarmé, 1997, 98).
3 Parece existir un interludio o, mejor dicho, un oasis en medio del paisaje emocional de la devastación. Este se despliega en “La irrupción o la sed” (2018, 492-500), un poema en seis partes, y en las primeras secciones de “Mareas” (501-503). Allí se alude a un encuentro amoroso que desencadena “una aceleración / en el metabolismo / del deseo” (494). El epígrafe de Hilda Doolittle - “The reddest rose unfolds..,”- prefigura la “dulzura abierta” (496) que dará paso al sexo y la pulsión de vida de la hablante, que reconoce “esa exigencia / de amantes pidiendo / el agua de la transformación, / la alegría la desidentidad” (497).
4 Es especialmente significativo el final del poema “Digging” de Heaney, perteneciente a Death of a Naturalist (1966): “Between my finger and my thumb / The squat pen rests. / I’ll dig with it” (Heaney, 1990, 1-2). El acto de cavar remite a las figuras del padre y el abuelo, entre cuyas tareas campesinas se incluía la recolección de papas.
5 El poema paradigmático donde la autora explora esta dupla conceptual es “Azar y necesidad del benteveo”, incluido en Química diurna (2004). El título toma prestada su fórmula de un aforismo atribuido a Demócrito: «todo cuanto existe es fruto del azar y la necesidad», popularizado en el famoso ensayo de Jacques Monod (1970).

Notas de autor

Contato: mlpuppo@uca.edu.ar



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