Editorial
Recepción: 02 Octubre 2021
Aprobación: 03 Octubre 2021
El pasado 16 de julio falleció Francisco López Valadez, Pancho para sus amigos. Después de superar una afección pulmonar severa, murió a causa de una infección bacteriana de naturaleza hospitalaria. Pancho, “ciudadano” del entonces Distrito Federal, vivió desde 1983 en el área metropolitana de Guadalajara, con su esposa Patricia Ríos y su hijo Paco, ya arquitecto. No es fácil captar o aprehender la personalidad de Pancho, por muy diversos motivos, pero quizá dos razones que explican esta dificultad fueron su extrema sensibilidad, en el mejor de los sentidos del término, y su profunda inteligencia, infatigable curiosidad y amplia cultura. No tendría mucho sentido recordar a Pancho con una fría enumeración de logros. Por ello he optado por una semblanza con base en nuestra relación y proyectos compartidos.
Conocí a Pancho en 1974. Fue mi estudiante en la recién restructurada Maestría de Análisis Experimental de la Conducta en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fue un estudiante especial, pues provenía de la licenciatura de Derecho. Su tesis profesional había tratado sobre el castigo, sanción privilegiada por el sistema legal. Le interesaba conocer acerca de la efectividad del castigo, y esa fue la razón principal de entrar a un programa de posgrado con orientación experimental, incluyendo a la conducta animal. Durante los dos años en que fui su tutor de investigación supervisada, participó en varios estudios sobre sistema T, algunos de ellos publicados en la Revista Mexicana de Análisis de la Conducta. Desde un principio, destacó como un estudiante de inteligencia excepcional.
En 1977, le invité a incorporarse como profesor del área de psicología experimental en el nuevo programa de la entonces ENEP-Iztacala. A pesar de que el nuevo plan modular se había aprobado a finales de 1975, el programa, contemplado como secuencias de unidades de enseñanza-aprendizaje, se iba diseñando gradualmente. Fue así como Pancho participó de manera importante en la conformación de las unidades de enseñanza-aprendizaje de los módulos teórico y experimental sobre comportamiento animal y humano. Su experiencia con el sistema T contribuyó a la estructuración de dichas unidades con base en un criterio paramétrico, de modo que se transitara del comportamiento estrictamente biológico hasta alcanzar formas de comportamiento humano complejo y las interacciones diádicas. Fueron días, meses y años de intensa actividad, discusión y elaboración y selección de materiales, intercalados con una entrañable convivencia en la añorada “Toluquita, la bella” y numerosas reuniones sociales en nuestras casas. Esa atmósfera caracterizó esa época, en la que las pequeñas ambiciones académicas todavía no alcanzan a convertir la relaciones entre colegas en relaciones impersonales.
Durante ese período comenzaron a madurar algunas de las ideas que se concretarían en el libro de “Teoría de la conducta: un análisis de campo y paramétrico”. Algunas de ellas, insatisfactorias finalmente, se incluyeron como testimonio en el libro colectivo que reseñaba, fundamentaba y justificaba el proyecto curricular de psicología en Iztacala (“Enseñanza, investigación y ejercicio de la psicología: un modelo integral”). Es posible que los dos problemas que más atrajeron la atención de Pancho fue el de la noción de medio de contacto convencional (llamado normativo en aquella época), y el de la diferencia entre el conocimiento científico y el tecnológico. Posteriormente, en sus últimos años haría aportaciones importantes al problema de los modos de conocimiento, y sus relaciones con la cultura y las instituciones.
Hasta 1981, aprovechamos la formación jurídica de Pancho para intentar redirigir las actividades del CNEIP (Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación en Psicología). Después decidimos dejar de participar en lo que, a mi juicio, se ha convertido en un Frankenstein, muy alejado de los fines para los que se concibió su creación en 1971. En 1979 comenzaron a aflorar los conflictos gremiales y “territoriales” de los docentes al interior de la carrera de psicología, conflictos que rompieron con la armonía de grupo que había caracterizado hasta entonces el trabajo académico colectivo. Los conflictos se hicieron manifiestos cuando, alegóricamente, se sacrificaron los módulos de enseñanza-aprendizaje al apetito de las áreas tradicionales de aplicación.
En el periodo del 80 al 83, Pancho se dedicó al área de Psicología Experimental, que quedaba como baluarte del proyecto curricular original y a la recién fundada Maestría en Metodología de la Teoría e Investigación en Psicología. Por mi parte, en ese tiempo me concentré en la creación y organización de la unidad de investigación de la ENEPI (UIICSE) y el posgrado. En ese tiempo, Pancho y yo adoptamos la sana costumbre de escaparnos todos los viernes posibles pasadas las 11 de la mañana. Tomar el metro Tacuba y dedicarnos a explorar el maravilloso centro histórico de la ciudad de México, descubriendo edificios poco conocidos, coloniales y modernistas, disfrutando de un catálogo insospechado de pintura mural disponible para los ojos curiosos, y concluyendo siempre con una buena comida en algunas las cantinas tradicionales como la Opera o el Gallo de Oro. Finalmente, en 1983, Pancho se trasladó a Guadalajara para iniciar lo que sería una larga convivencia con su compañera de vida, Patricia.
En el período 82-83 iniciamos la redacción del libro de “Teoría de la conducta: un análisis de campo y paramétrico”, que aun cuando se publicó en 1985 fue concluido dos años antes. Al trasladarse a Guadalajara, Pancho se concentró en actividades de planeación y coordinación técnica en el DIF Jalisco en relación con programas de atención a menores desprotegidos socialmente y en lo que entonces era el Departamento de Salud. Paralelamente se vinculó a talleres y proyectos de investigación social en el posgrado de la Universidad de Guadalajara.
Durante el período ente 1983 y 1991 nuestros contactos fueron escasos, por la distancia y por la naturaleza misma del trabajo que desarrollaba Pancho. Puedo destacar dos o tres visitas a Guadalajara en 1985 cuando se planteó la posibilidad de un centro de investigaciones CONACYT en colaboración con la UNAM y la UdG, en las que Pancho y Jeffry Fernández eran enlaces con Raúl Padilla, el promotor de dicha posibilidad. Otra ocasión fue en la celebración del congreso de Análisis de la Conducta en Puebla en octubre de 1987, en el que Pancho presentó una ponencia vinculando el concepto de medio de contacto normativo con aspectos de naturaleza jurídica.
A partir de 1989 se reanudaron nuestros encuentros. Raúl Padilla era ya rector de la Universidad de Guadalajara y me proponían recuperar el proyecto de un centro de investigación básica en psicología. La primera reunión fue regresando, en una larga travesía en coche (ida y vuelta) entre Cuernavaca y Hermosillo, del congreso de Análisis de la Conducta en el mes de febrero. Pancho y Jeffry Fernández me insistieron en retomar la creación del centro, dado de mi escepticismo por lo ocurrido anteriormente. A pesar de mis reticencias, finalmente iniciamos el proyecto de lo que es el CEIC de la Universidad de Guadalajara en febrero de 1991, Pancho no se incorporó al proyecto, pues en esa época era director de Orientación Educativa en la propia universidad, que se encontraba en un proceso profundo de reorganización para constituirse en red universitaria. Sin embargo, participó de coloquios y seminarios, y en lo personal reanudamos nuestros encuentros por casi dos años.
En ese periodo aceptó ser editor de la Revista Mexicana de Análisis de la Conducta, sin embargo, por motivos diversos, Pancho volvió a incorporarse a la administración universitaria en distintos cargos y lo perdimos de vista en el CEIC por un largo tiempo. Posteriormente. se dio un reencuentro, auspiciado por su interés en las ideas que desarrollábamos sobre la sociopsicología y otros conceptos como el de medio de contacto y las contingencias de función. Como resultado, escribió la introducción a “Teoría de la conducta 2: avances y extensiones”, publicado en 2010. Paradójicamente, nuestra relación se estrecho nuevamente cuando me trasladé a Xalapa en 2009. Pancho hizo varias visitas a Xalapa, y siempre fue un placer poder conversar con él de diversos temas conceptuales en distintos ámbitos de la cultura, no solo de la psicología.
Finalmente, se inscribió en el doctorado que ofrecíamos en el CAICH en Xalapa, en el que se graduó con honores, con una tesis original sobre la cultura, los juegos de lenguaje y los modos de conocimiento, que fue publicada después como un volumen de la colección de la Cátedra Ludwig Wittgenstein de la Universidad Veracruzana. Pancho, por fin había encontrado la temática que le inquietó, preocupó y apasionó desde joven. En ese momento, alcanzó la claridad para abordarla de manera original y consolidar su vocación intelectual sin duda alguna. Al mismo tiempo, Pancho cultivaba su otra vocación, la literaria, escribiendo novela negra, como un complemento de sus poemas nunca publicados.
Pancho fue un hombre inquieto, solitario y retraído con frecuencia, con una gran curiosidad y que, a pesar de su reserva, disfrutaba compartir con otras personas, siempre y cuando no fueran triviales y superficiales. Debo decir que Pancho era dueño de una inteligencia notable, sobresaliente, difícil de encontrar en estos días y que, por esa razón, no solo lo extrañaremos como la persona sensible y afectuosa que era, sino también como la exquisita inteligencia que desplegaba permanentemente.