Resumen: El presente artículo pretende mostrar la inserción de la misión de Batuc, Sonora, en los circuitos comerciales de su época. El objetivo que persigue la investigación es examinar a partir de un caso concreto la conexión entre la economía agraria local con la economía minera regional y su vinculación con los flujos mercantiles novohispanos y globales, convergiendo todos en la ciudad de México. De este modo, quiere señalar la composición del mercado interno colonial de la Nueva España y sondear el alcance de la globalización temprana. Además, echará luces sobre la evolución de la cultura material de las misiones. Para ello, se exploran los pedidos de mercancías, las llamadas “memorias”, que los misioneros enviaban cada año a la Procuraduría de la Compañía de Jesús en la ciudad de México. Dada la disponibilidad de las fuentes, el trabajo se centra en el periodo entre 1700 y 1767.
Palabras clave: Misiones jesuitas, Batuc, Sonora, Compañía de Jesús, economía agraria y minera, siglo XVIII.
Abstract: This article aims to show the way the mission in Batuc, Sonora was embedded in the commercial circuits of its time, using a concrete case to examine the connection between the local agrarian economy, the regional mining economy and New Spanish and global commercial flows, all of them converging in Mexico City. It thus aims to reveal the composition of the colony’s internal market and explore the scope of early globalization. It will also shed light on the evolution of the material culture of the missions, examining orders for goods, the so-called “memories” that missionaries sent to the Procurator of the Society of Jesus in Mexico City. Due to the availability of sources, this article is focused on the period between 1700 and 1767.
Keywords: Jesuit missions, Batuc, Sonora, Society of Jesus, agrarian and mining economy, eighteenth century.
Artículos
La misión jesuita de Batuc, Sonora, en los circuitos mercantiles novohispanos del siglo XVIII: de lo local a lo global
The Jesuit Mission in Batuc, Sonora in Eighteenth Century New Spanish Commercial Circuits: From the Local to the Global
Received: 24 September 2023
Accepted: 09 February 2024
El presente artículo pretende mostrar la inserción de la misión de Batuc,1 Sonora, en los circuitos comerciales de su época. Su enfoque está inspirado por la microhistoria, la que Giovanni Levi ha caracterizado como “método que se proponía poner en evidencia eso que no aparecía sin un lente de aumento”; para ello, la microhistoria “quiere identificar preguntas que tienen un valor general, pero que dan lugar a un amplio espectro de respuestas diferentes”.2 Siguiendo estas premisas, el objetivo que persigue la investigación es examinar a partir de un caso concreto la conexión de la economía agraria local con la economía minera regional y su vinculación con los flujos mercantiles novohispanos y globales, convergiendo todos en la ciudad de México. De este modo, quiere señalar la composición del mercado interno colonial de la Nueva España y sondear el alcance de la globalización temprana. El análisis parte de la idea de que los fenómenos globalizadores en las periferias de los circuitos mercantiles de la época proporcionan indicios importantes para verificar la validez del concepto. Además, echará algunas luces sobre la evolución de la cultura material de las misiones.3 En concreto, exploraremos los pedidos de mercancías, las llamadas “memorias”, que los misioneros enviaban cada año a la Procuraduría de la Compañía de Jesús en la ciudad de México.4 El sistema de suministro misionero fue construido durante el siglo XVII, aunque la mayoría de las fuentes de que disponemos son del XVIII. Por consiguiente, este trabajo se centrará en el periodo entre 1700 y 1767, año de la expulsión de los jesuitas de los territorios de la Monarquía Hispánica.
La misión jesuita en el noroeste novohispano arrancó en 1591 en Sinaloa. La fundación de Batuc, en 1629, formó parte de la expansión española al norte del río Yaqui, territorio que una década más tarde se convirtió en la alcaldía mayor de Sonora.5 La misión fue formada por dos pueblos, a una legua de distancia: San Francisco Javier de Batuc y Santa María de Tepuspe. Como todas las misiones jesuitas novohispanas, fue dirigida por un solo misionero. Los dos pueblos de la misión no eran poblados nuevos, sino asentamientos eudeves, ubicados en las fértiles tierras aluviales en las orillas del río Batuc, hoy río Moctezuma, afluente del río Yaqui. Los eudeves cultivaban, sobre todo, maíz y, de esta suerte, la zona era relativamente próspera desde épocas premisionales. Así, el P. Martín de Azpilcueta, en 1630 informó que los pobladores de Batuc “nunca tienen hambre, que llueva o no, porque cuanto siembran es de regadío […], que sus milpas parecen todas huertas con tantas sacas de agua, y eras como de hortaliza, para regarlo con más comodidad”.6 Como todos los nativos del noroeste, complementaban sus cultivos con actividades de caza y recolección. Los jesuitas, además de continuar la agricultura existente, introdujeron nuevos cultivos, sobre todo el trigo, y la ganadería. El plan era que estuviera asegurada la subsistencia y, de esta manera, la permanencia de los habitantes en la misión durante todo el año. Asimismo, los misioneros se esforzaban por lograr excedentes que se pudieran vender y ganar así los medios necesarios para la administración decente de una misión, cuestión central para el tema de este texto. Para este propósito, en Sonora, los jesuitas dividieron las tierras de la misión, que legalmente siempre permanecieron en propiedad de la comunidad nativa, en dos secciones. Ambas tuvieron que ser trabajadas por los indios durante diferentes días de la semana. Las cosechas de una parte se destinaban a su subsistencia, el producto de la otra estaba reservado para las necesidades del misionero y para la venta. Ahora, aunque las tierras de Batuc eran fértiles, siempre estaban expuestas a las irregularidades ecológicas. Así, a finales de los años veinte del siglo XVIII se sentían las consecuencias de “grandes secas”,7 y en 1739 fuertes inundaciones devastaron, como en muchas partes de Sonora, las milpas.8 En 1741, el P. Alejandro Rapicani lamentó que buena parte de su trigo se había “achaguistlado”.9 Por estas fechas, además, la misión empezó a padecer las incursiones de los apaches.10
Hay que enfatizar que la expansión misionera en la región avanzó paralelamente a la de la minería de plata.11 Los poblados mineros del noroeste, con la excepción del real de los Álamos, no fueron de larga duración, pero cubrieron el territorio con una -aunque inestable- red de asentamientos. En suma, produjeron cantidades no despreciables. Eran la plata y, hacia finales de la época aquí estudiada, también el oro los medios que conectaban el noroeste con los circuitos mercantiles del virreinato y sus enlaces globales. La minería fue posible gracias a la misión, la que ayudó a pacificar la zona, organizó a su población nativa como reserva de mano de obra e instauró una producción agropecuaria de mercado para el sustento de la población minera.12 Los jesuitas, por su parte, de esta manera se hicieron de las entradas de plata necesarias para el financiamiento de su labor. En Batuc, las condiciones les eran particularmente favorables, tanto por la fertilidad de la tierra como por el fácil enlace con el mercado minero. Aunque las misiones sonorenses vendían sus productos a distancias largas, como a la villa de Chihuahua, la cercanía de diferentes explotaciones favorecía sus negocios. Batuc estaba sólo a siete leguas, es decir, unos 30 kilómetros, de uno de los primeros asentamientos mineros de Sonora, el real de Santiago, y durante las décadas siguientes siempre hubo minas en sus alrededores, por ejemplo en 1764, el real de Todos Santos a cinco leguas.13
La vinculación de la agricultura regional con las minas significó un cambio de gran trascendencia. La producción de subsistencia nativa estaba sometida a una estricta ciclicidad anual. En ella, la producción de excedentes, más allá del almacenamiento de pequeñas reservas, carecía de sentido por falta de mercados donde colocarlos. Con la llegada de los jesuitas y mineros la ciclicidad de la agricultura de subsistencia fue complementada por la idea del posible crecimiento, expresada por el permanente esfuerzo de lograr excedentes vendibles y, de esta suerte, acumular crecientes cantidades de bienes y promover el florecimiento de la misión.14 Es importante destacar que los jesuitas reservaran esta perspectiva para la producción organizada en las tierras que controlaban, mientras que las milpas de los indios debían seguir destinándose a la autosubsistencia. Para los indios, esto significó una nueva presión sobre su disciplina laboral, al servicio de objetivos que no compartían del todo y en cuya definición apenas tenían voz, situación ante la que reaccionaron de múltiples formas. Así, en la práctica, los padres no podían impedir que los indios vendiesen de sus cosechas, lo que les pudo dejar sin las semillas necesarias para la siguiente siembra y obligar a los misioneros a dárselas de su parte de lo cosechado. Además, la relación con las minas tenía su costo. Desde los inicios de la misión, los españoles aplicaban el mecanismo del repartimiento para sacar trabajadores forzados (aunque con un pequeño salario) de las comunidades misioneras. Tampoco eran pocos los que se iban a trabajar a las minas por iniciativa propia, para gastar la paga que recibían en deseos que los padres no estaban dispuestos a satisfacerles. Por consiguiente, los jesuitas enfrentaron la creciente ausencia de los indios de las misiones, que pudo ser transitoria, prolongada y no rara vez permanente. En suma, los jesuitas no logaron controlar las relaciones de los indios con el mundo extramisional, tanto por la oposición de los intereses mineros como porque los indios perseguían su propia agenda frente a las cambiantes condiciones creadas por la colonización europea, vacilando entre el esfuerzo de conservar sus formas de vida tradicionales y el deseo de participar de las novedades materiales que la sociedad extramisional les ofrecía. Así, en 1678, el padre visitador Juan Ortiz Zapata apuntó sobre Batuc:
[…] la gente […] anda la mayor parte muy bien tratada por lo que logran en su trabajo y venta de semillas; muchos de ellos por la asistencia que tienen en las minas y poblaciones de españoles son muy ladinos y hablan nuestra lengua castellana; tienen sus casas de terrado y viven con policía cristiana, habiendo algunos que tienen sus crías de ganado mayor y caballada.15
Y en 1723, la relación del P. Daniel Januske es del mismo tenor:
La gente es […] aplicada al laborío, y aun codiciosa para tener que gastar en sus vestidos y fiestas, en que son muy espléndidos. La cual codicia los hace ser muy aficionados a la minería, y dejar muchas veces sus pueblos y irse hasta Chihuahua, Parral y Sombrerete; en las cuales partes se hallarán no pocas familias batuqueñas, como también repartidas en varias cuadrillas de mineros de esta provincia, con notable daño de sus pueblos”.16
Los padres veían lo perjudicial de este proceso en varios campos: en la disrupción de las familias cristianas, en el mal ejemplo de la vida en los reales de minas y en la merma de la mano de obra disponible en la misión. Batuc, a pesar de las favorables condiciones que ofrecía su ubicación, nunca fue una de las misiones más populosas. Aunque eso, en buena parte, se debía a las epidemias que habían reducido su población original; la atracción del mundo español y el abandono de la misión tuvieron un impacto notable. Hacia finales de la época jesuítica muchos misioneros se vieron obligados a contratar peones externos para los trabajos necesarios.17 De forma curiosa, muchos de ellos eran yaquis atraídos por la posibilidad de ver remunerado su trabajo con un pequeño salario, que no recibían en sus propias misiones, donde los misioneros se quejaban de los mismos problemas que se derivaban de la ausencia de los nativos locales.
El cuadro 1 da una idea resumida de la evolución demográfica de Batuc. Sin entrar en el debate de la complejidad de estos datos, es evidente la disminución de los indios, mientras que empezaba a vivir cada vez más gente fuereña en las cercanías de sus pueblos y finalmente en Batuc mismo. A lo largo, la creciente presencia de “gente de razón”, atraída, sobre todo, por las posibilidades del mercado minero, aumentaría la presión sobre las tierras de la misión.
Acerca de los vecinos de Batuco es de saber que a excepción de tal cual español criollo de Sonora, todos los demás son mulatos, coyotes o lobos conocidos; y porque no son puros indios, no quieren ser del pueblo; pero sí vivir en él, y sembrar. Quieren que el padre misionero les administre [los sacramentos], como si fuera cura, siéndolo un clérigo seglar que vive distante, y a quien pagan obvenciones. Pero para las iglesias de la misión nada sirven, que todo el trabajo cae sobre los indios.
Los más de dichos vecinos viven en los ejidos del pueblo, distantes de una sola legua […]. Éstos meten en dichos ejidos ganado mayor y menor, cuando quieren, caballada y mulada, burros, y hasta cerdos, con lo cual han causado y causan gravísimos daños en las siembras, cercas y acequias de los indios que están inmediatas. Y aunque la real justicia más de una vez, […] les mandó salir, siempre han vuelto, y parece que ahora son más que nunca. El ejemplo que dan a los pobres indios no es nada bueno.18

Como ya se ha señalado, en Sonora -y en particular en Batuc- la base de la liquidez de la economía misional fue su producción agropecuaria. Es de suponer que los nativos siguieron cultivando maíz como antaño, pero para la venta los jesuitas produjeron en Batuc sobre todo trigo. En cuanto a los precios, tenemos información del P. Rapicani, quien dice que el gobernador de Sonora y Sinaloa, Agustín de Vildósola, le había ofrecido comprarle 82 fanegas de trigo a 3 pesos.33 Según un informe, probablemente del P. Andrés Ignacio González, de cerca de 1735, en buenos años se podían recoger 1 000 fanegas de trigo, pero sólo 100 fanegas de maíz y de 8 a 10 fanegas de tepari, un tipo de frijol que “es malísimo”; además se daban pequeñas cantidades de lentejas, habas, garbanzo, alverjón y chile, “sólo para el gasto del misionero”.34 En 1753, a cuenta del misionero se cosecharon 901 fanegas de trigo, al haber sembrado 30, y 250 fanegas de maíz, así como cantidades menores de frijol y caña de azúcar.35 Este panorama se puede ilustrar con el cuadro 2, en que se enlistan los productos guardados en la despensa de la misión, en 1741 y 1762.36 Pero ciertamente, las misiones producían muchas cosas más para el autoconsumo, que no entraron en estos registros. Así, en 1747 el P. Alejandro Rapicani pidió el envío, desde México, de “especias, menos culantro, anís y comino que aquí sembramos”.37

Como las tierras en el valle del río Batuc se usaban para la siembra, no quedó mucho para la ganadería, y, en la sierra adyacente, no era “apto el terreno para criar ganado, así por lo montuoso como por lo áspero, y sobre todo por la falta de agua y pasto”.41 No obstante, tampoco faltaba (véase el cuadro 3). Para la cría de ganado, la misión mantenía una estancia a distancia de los pueblos, para que los animales no causaran daños en las milpas. Las notables variaciones del número de ganado mayor, probablemente, se explican por la cambiante medida en que se incluía el ganado alzado al conteo. Los relativamente altos números de bueyes y mulas se deben al uso de estos animales en la agricultura; los bueyes para la preparación de los campos, las mulas en el transporte de los productos a los mercados regionales.


Sobre los ingresos de la misión hay algunos indicios en los autos de visita de mediados del siglo XVIII (cuadro 4). Hay que advertir que en cuanto al déficit para el periodo entre 1741 y 1744, el padre visitador general Juan Antonio Baltasar supuso algún error en los números registrados en los libros de la misión, considerando probable una balanza positiva también en estos años.53 Sin embargo, el déficit podría ser consecuencia de las inundaciones de 1739 y la rebelión de los yaquis en 1740, acontecimientos que afectaron tanto la agricultura misionera como la explotación minera. En todo caso, los números sacados de los libros de cuentas de las misiones no ofrecen más que una idea de sus transacciones, pues como señaló el padre visitador general José de Utrera, en todas las misiones “hay otras entradas o cambios de géneros por géneros o frutos por frutos”.54
La sólida base de la economía misional de Batuc la muestran los cortes de caja a mediados del siglo XVIII, cuando la misión dejó de tener deudas (cuadro 5).

No cabe duda, entonces, que Batuc era una misión relativamente opulenta. Así, en 1717, el P. Luis Javier Velarde propuso que las misiones establecidas de Sonora aportaran un subsidio a las nuevas en la Pimería Alta, y asignó a Batuc -y a Ures- la mayor contribución monetaria, con 200 pesos, más ornamentos y un cuadro para las iglesias. En concordancia con lo que hemos dicho sobre la más bien modesta ganadería, a Batuc sólo le pidió 10 caballos y una mula y un macho aparejado; a Ures, a diferencia, 30 caballos y dos machos y dos mulas. Se permite constatar, por consiguiente, que Batuc fue considerada una de las misiones más ricas de la Sonora de la época.60 En 1741, el P. Alejandro Rapicani notificó con notable alivio al padre procurador que había sido transferido de la pobre Pimería Alta a Batuc, dando expresión a la esperanza de gozar ahora de mayor crédito de parte de la Procuraduría.61
Una expresión de la prosperidad de Batuc era su iglesia. Ya en 1678, el padre visitador Juan Ortiz Zapata constató que la misión tenía “una capaz y competente iglesia con sus altares muy lindos, lienzos y decente adorno de frontales y vasos de plata para el divino culto”, y lo mismo en Santa María.62 Más adelante, los templos de los dos pueblos se solían describir como deteriorados, pero bien ornamentados.63 “Las alhajas de las iglesias son las suficientes, mas la fábrica tal que necesita de total renovación; lo cual, así por la poquedad de gente, como por lo retirado de la madera, pide mucho tiempo y costará muchos pesos y trabajos.”64 Esta tarea la emprendió finalmente el P. Alejandro Rapicani, quien se puso a construir un nuevo templo que, no obstante su simpleza, no tuvo parangón en el noroeste jesuítico. Rapicani era un hombre rígido y a veces peleonero, conocido por “su tacañería, que quizá, concebirá su reverencia por cuidado en la pobreza”,65 “cuya industria, economía y ningún desperdicio pasa de raya”.66 Pero, tal vez por ello, fue el hombre apto para la obra, la que continuó el P. Bernardo Middendorff, cuando, por razones disciplinarias, Rapicani fue retirado de Batuc entre 1759 y 1763, para terminarla a su regreso. Correspondía a la fama de Rapicani, que el P. Juan Nentuig, en 1764, consideró la construcción de “la hermosa iglesia de sillería y bóveda”67 un asunto de economía, porque los edificios de adobe a la larga resultaban caros, sobre todo por el alto precio de las vigas y de los continuos reparos que requerían.68
Ya hemos insistido en los ingresos que los misioneros necesitaban para financiar la adquisición de bienes que sus pueblos no podían producir. Se trataba, sobre todo, de textiles para vestir cristianamente a los neófitos, objetos del culto y adornos de la iglesia, libros, papel, herramientas de hierro, tabaco y suplementos a las comidas del padre, como chocolate, azúcar o especias, más muchas otras cosas (véase el apéndice 2).
Algunos de estos productos podían comprarse en la región, pero la mayor parte llegó desde afuera, por varios caminos. Alrededor de las vetas de plata se había establecido una red de comercio que abastecía las comunidades mineras y canalizaba los flujos de plata hacia el centro del virreinato. Para evitar una imbricación demasiado intensa con los negocios de los laicos y esquivar los pleitos y conflictos que de ella se podían derivar, a los jesuitas les estaba prohibido comprar de comerciantes privados y que fuera de las misiones vendieran otra cosa que sus propios productos agropecuarios,69 aunque no hay duda de que tales transacciones se realizaban. Una impresión de ello se obtiene de la correspondencia del P. Andrés Michel, de Ures, de los años sesenta del siglo XVIII: “[…] suplico a Vuestra Reverencia”, le escribió, por ejemplo, un tal Juan de la Torre Cosío, “si se puede, me mande con persona segura media onza de seda, azul, si tiene […] para ella remito una vara de bretaña ancha y un frasco de pólvora […]; también le suplico, si tiene, V. R. me haga el gusto de mandarme una limeta de aguardiente”.70
Mas era esencial que los jesuitas organizaran su propio sistema de suministro, exclusivo para las necesidades de las misiones, manejado por la Procuraduría General de la Compañía de Jesús, y a partir de 1755, por una propia Procuraduría de Misiones, establecida en la ciudad de México. Cada año los misioneros le enviaban listas de lo deseado, las llamadas “memorias”, al padre procurador, quien adquiría lo pedido para enviarlo con las recuas que traficaban en el camino real de tierra adentro de México a Zacatecas, Durango, Parral y Chihuahua, o en la ruta que iba vía Guadalajara y Culiacán a Álamos, y finalmente en caminos secundarios a las misiones en la sierra. Llegaban a su destino, más o menos, un año después de la remesa de las memorias.71 A manera de ejemplo, las cargas entregadas al arriero Manuel Anaya y Villagrán, el 19 de noviembre de 1751 en México, llegaron a Parral el 17 de febrero de 1752, a Chihuahua el 6 de marzo y a la misión de Mátape, en Sonora, el 2 de junio.72 Una carta del padre procurador del 30 de abril de 1765 llegó a Batuc el 9 de julio de este año.73 Como flete los arrieros cobraban 32 reales por arroba a principios del siglo XVIII, precio que bajó a 28 reales en 1716 y estaba vigente todavía en 1752.74
Lo que no se puede dejar sin mencionar es que las misiones californianas contaban con una organización de abasto particular. A falta de una suficiente producción agraria, no se financiaban con la venta de sus productos sino con las ganancias de un conjunto de haciendas dispersas por toda la Nueva España, el llamado Fondo Piadoso de California. Con ellas se compraba lo que en la península se necesitaba y se transportaba en un barco, de propiedad jesuítica, desde algún puerto del occidente de México a Loreto. Este sistema se conectaba con las misiones de Sinaloa y Sonora, especialmente con las de los yaquis, las que mandaron alimentos a la península a cambio de mercancías que las misiones californianas recibían por su suministro marítimo.75
El inconveniente de este sistema era su lentitud, pues no permitió reaccionar a necesidades imprevistas. Su ventaja radicó en que posibilitó un avío relativamente barato. Baste un ejemplo. En los años sesenta del siglo XVIII, el P. Andrés Michel de Ures recibió de una fuente local 4 libras de “chocolate de regalo” a 11 reales la libra y 5 libras de “chocolate ordinario” a 5 reales. Según lo cobrado en la Procuraduría de Californias, entre 1762 y 1767, el precio del chocolate fino oscilaba entre 3.84 y 5.12 reales la libra, y el ordinario entre 2.56 reales y 3.03 reales.76 Más tajante queda la diferencia, cuando en 1702 el capitán Alonso de Valenzuela de Quesada, mercader de Guadalajara, envió a Pedro Ortiz, vecino de Huatulco, con 80 arrobas de chocolate y 84 arrobas de azúcar a Sonora, para que allí lo vendiera dentro de un año “a 10 pesos en plata la libra de chocolate, con libra de azúcar, que es el corriente de dicha provincia”.77 En contraste, en 1700, la Procuraduría cobró 4 y medio reales por la libra de chocolate fino y 1 real por la libra de azúcar, en total, 5.5 reales (véase cuadro 7) y en 1712, 4.16 reales por el chocolate fino y 1.2 reales por el azúcar, en suma 5.26 reales.78
Sobre el manejo de los negocios de la Procuraduría y sus fuentes de abasto se requeriría más investigación. Es posible que en parte se redistribuyeron bienes producidos por la propia Compañía de Jesús, por ejemplo, en sus haciendas especializadas en el cultivo de la caña, como la de Xochimancas. Los jesuitas producían también cacao en su colegio de Chiapas, que aumentó sus cultivos de 81 000 árboles en 1677 a 230 000 en 1751. Además, sus colegios en México, Querétaro y Puebla poseían obrajes.79 Pero lo más probable sería que la Procuraduría comprara donde convenía, y esto no siempre era dentro de la misma organización, pues a las haciendas y obrajes jesuíticos les convenía vender a precio alto y a la Procuraduría comprar a precio bajo. En cuanto a los productos importados desde Europa, posiblemente en parte fueron traídos, a su regreso, por los procuradores a los que las provincias americanas enviaron cada tres años a Europa para representar sus intereses en Madrid y en Roma.80 En todo caso, la temática está fuera de los objetivos del presente artículo.
El costo de los bienes que la Procuraduría enviaba al norte se cubrió de dos maneras. Por un lado, cada misión, con excepción de las californianas, recibía la llamada “limosna” del rey, de 250 pesos y, más adelante, de entre 300 y 350 pesos; además, les estaba asignado un subsidio para el vino y aceite usados en los sacramentos.81 De esta suerte, alrededor de 1760, los misioneros de Batuc pudieron contar con un socorro de 310 pesos y 4 reales, es decir, con 300 pesos de limosna,82 y 10 pesos y medio para vino y aceite.83 De ellos, sin embargo, se les rebajaban “gratificaciones al tiempo de la cobranza”.84 En 1763, al P. Rapicani, y a otros misioneros, se les retuvieron 50 pesos 4 reales por “repar timien to cuaderno”, lo que probablemente correspondía a esta deducción. A la mayoría de los misioneros se les cobraron 58 p 4 reales por “repartimiento cuaderno y una libra de azafrán”, sin explicar esta venta forzosa del azafrán.85
La mayor parte de los productos pedidos por las misiones más pudientes, como Batuc, se pagó con los ingresos de la econo mía agroganadera de las misiones. En total, en 1756, la en ton ces nueva Procuraduría de Misiones disponía de 57 247 pesos ½ real para cumplir con los deseos de los misioneros. Alrededor de 27 000 pesos provenían de la limosna del rey, 1 400 de fundaciones privadas, y casi 29 000 habían sido enviados por los misioneros. El gasto de este año sumó 55 230 pesos 4 reales. La Procuraduría se quedó, por lo tanto, con una ganancia, pero enfrentaba una deuda antigua de las misiones con la Procuraduría General de 17 630 pesos.86 Para el caso de Batuc, el cuadro 6 da una idea del constante flujo de plata a la ciudad de México posibilitado por las ventas de sus productos.

Cabe mencionar que los datos reunidos en el cuadro confirman la vulnerabilidad de la agricultura misionera ante las vicisitudes naturales pues, en 1723, el P. Francisco Javier Door, imposibilitado de enviar plata, sólo pudo hacer uso de la limosna del rey para una memoria corta. “La causa es la gran falta de bastimentos, la cual fue tanta que, sin haber vendido, faltando todavía dos meses para la cosecha, me hallo del todo sin qué comer.”105 Por lo demás, el cuadro sugiere un notable auge de la fuerza financiera de Batuc a partir de los años cuarenta del siglo XVIII, evolución que no coincidió con el desarrollo demográfico de la misión. Puede ser que el uso de peones externos, en sustitución del trabajo de los habitantes de los pueblos, haya racionalizado la agricultura de mercado del pueblo. Pero igualmente es posible que los misioneros ahora compraran menos de comerciantes privados. Habría que relacionar los envíos de plata de parte de los misioneros con las coyunturas mineras de la región, para lo cual hasta ahora no tenemos suficientes datos. Por lo menos el envío de oro, en 1765, corresponde a la bonanza del metal amarrillo en estos años. Finalmente, hay que señalar que no toda la plata de las misiones se dedicó a la compra. En 1746, por ejemplo, el P. Rapicani dio de limosna 60 pesos a la casa de ejercicios de la Compañía de Jesús en la ciudad de México.106 En 1765, los misioneros de Sonora donaron 446 p a la construcción de la iglesia de Parral; de ellos, 20 pesos los dio el P. Rapicani (los más generosos fueron el P. Jacobo Sedelmayer, de Tecoripa, y el P. Luis Vivas, de Tubutama, con 40 pesos).107
Las memorias forman un cuerpo de documentación que, por un lado, permite observar un circuito mercantil en el interior de la Nueva España durante varias décadas y, por el otro, da muchos elementos para conocer mejor la vida material y cotidiana de las misiones, su situación económica y su poder adquisitivo.108 Muchas de las memorias están acompañadas de cartas en las que los misioneros justificaban sus pedidos, informaban de las remesas de plata o comentaban la llegada del envío anterior, los retrasos y las mermas. Estas cartas con frecuencia son bastante francas, probablemente porque el procurador prestaba un servicio a los misioneros sin representar un nivel jerárquico superior.
El análisis de las memorias guarda una serie de problemas metodológicos, empezando con la identificación de los productos y la amplia gama de medidas usadas que dificulta la construcción de series cuantitativas. Muchas mercancías se enviaron con especificaciones, lo que hace necesario decidir si éstas se cuentan por separado o como un solo producto. Para dar un ejemplo, mientras que algunos padres pidieron simplemente “chocolate”, otros querían “chocolate fino” y otros “chocolate ordinario”. Finalmente, la documentación dista de ser completa. Para el caso de Batuc, hemos recopilado hasta ahora 25 memorias, es decir, el 37% de las 68 que entre 1700 y 1767 deben haberse enviado (véase el apéndice 1).109 Es, además, importante recordar que las memorias ofrecen sólo información parcial de las necesidades y del consumo de bienes traídos de afuera de la región a las misiones. Pues, como ya hemos anotado, existían también otros flujos mercantiles hacia el noroeste.
Antes de proseguir, se debe destacar que las memorias documentan un pedido, pero no lo que se ha recibido. En algunas ocasiones, sin embargo, existe documentación que permite ver la diferencia entre lo pedido y lo enviado. Vamos a ver dos ejemplos. El primero es un libro en que el padre procurador al parecer había transcrito las memorias llegadas del año 1700.110 Estas listas muestran una multitud de taches, que interpretamos como los artículos que no se han remitido. A los otros productos se les han añadido los precios (cuadro 7). Respecto a Batuc, podemos contrastar este documento con otro de 1763, es decir, ya de finales de la época jesuítica. De ese año disponemos de las certificaciones del procurador de lo entregado a los dueños de recua con los precios de los productos (cuadro 8).111 Efectivamente, en este segundo caso casi todo lo demandado se envió, y hasta hay tres artículos que no están en la memoria, pues, el P. Rapicani puso al principio de su pedido que, además de lo alistado, quería lo ya solicitado en carta aparte (que no hemos localizado), “cosas todas para la iglesia”. Los productos ausentes en el envío son sólo tres: una “alfombra grande de Berbería, o a falta de ésta, otra semejante. Si no la hubiere, no importa”, las estampas de tres generales de la Compañía de Jesús y, sorprendentemente, los santos óleos.

El hecho de que el cumplimiento de los procuradores respecto a los deseos de los misioneros fuera mejor en 1763 que en 1700 se presta a varias consideraciones. Los dos años fueron años de guerra, pero si esto tuvo algún efecto fue únicamente en el primer caso, ubicado en los inicios de la Guerra de Sucesión española. Pareciera que el suministro de bienes importados había mejorado notablemente durante el siglo XVIII, después de décadas de arduos debates sobre el perfeccionamiento del comercio que conectaba América con el mundo. Pero, tal vez, los taches de 1700 hayan sido un intento de regularizar las finanzas de la Procuraduría y expresión de la renuencia de darles más créditos a las misiones, pues al cerrar cuentas, por lo menos Batuc quedó prácticamente sin deuda.120
Aparte de que no siempre todo lo pedido les fue enviado a los misioneros, había cosas que no llegaron en la cantidad solicitada,121 otras que aunque estuvieran en camino nunca llegaron, llegaron dañadas y hasta inservibles o no satisficieron las expectativas de calidad de los misioneros. El P. Rapicani informó al procurador que de las vinajeras que había recibido “coge el vino tan mal gusto […] que si no fuera duro de estómago, hubiera lanzado en la santa misa”;122 y en otra ocasión notificó que “la pasa que me vino y habían de ser 4 libras, son 3 libras de pepitas de pasa casi sin ninguna carne, y así no pido más pasas”.123
Muchas veces las reclamaciones de los misioneros estaban relacionadas con las dificultades del transporte. Reiteradas eran las quejas sobre las mermas que el descuido de los arrieros había causado. Tal vez la más fuerte, por lo menos expresada desde Batuc, era la del P. Juan de San Martín de 1712: “[…] tenía alguna noticia de lo defectuosa que venía mi limosna […], después que recibí y vi lo que venía, mayor ha sido mi disgusto, porque aseguro a Vuestra Reverencia que llegó tal que no puedo persuadirme sino a que García, el arriero, ha hecho voto de no hacer cosa buena”.124

No era el único que estaba teniendo estas experiencias, y así los misioneros se pusieron de acuerdo para exigir la elección de otro arriero para llevar sus memorias, platas y cartas. En el mientras tanto, el P. San Martín optó por no enviar mucha plata a México, aunque tenía unos 120 marcos preparados, y pedir al procurador un adelanto de 1 000 pesos, prometiendo que “será Vuestra Reverencia correspondido enteramente sin falta el año que viene”, es decir, cuando ya se viera si el transporte realmente había mejorado.126 Los padres obtuvieron lo que pidieron y el P. San Martín fue transferido a la ciudad de México, donde en 1715 y 1716 fungió como procurador.127
No obstante, el transporte de los productos siguió siendo constante fuente de reclamos. En 1746, el P. Rapicani una vez más pidió la sustitución del arriero.128 Mas un año más tarde dejó entrever que parte del problema se debía a la Procuraduría y que había que dejar al arriero arreglar los bultos según sus criterios.
[…] no vengan lanas apolilladas, y que todo venga bien acondicionado a gusto del arriero, quien ha de dar cuenta de ello, y que no se meta en fardos lo que se puede quebrar; que por esta causa me vino un violín en 30 p [sic] hecho pedazos todo, y el arco tronchado, y ahora de buena gana pidiere otro bueno, si alcanzara la plata; y la cera del norte tan cara no sólo vino quebrada, sino molida y aplastada.129
En 1763, el P. Jacobo Sedelmayer, de la misión de Tecoripa, anotó que su azafrán, de valor de 20 pesos, que tenía que llegar “según el conocimiento de una caja”, no se le había entregado. “Estoy haciendo la diligencia por si el arriero por equívoco, como hombre que no sabe leer, la hubiere llevado a otra parte.” Y agregó: “El tabaco que me vino no es bueno. Estimaré a V. R. me envíe tabaco bueno”.130 El arriero a quien Sedelmayer se refería, Felipe Jacobo Resende, además, usó para cubrir los costos de su viaje parte de la plata que transportaba para los jesuitas. Después no pudo regresarla enteramente, causando un daño de 953 pesos, los que se cargaron a la cuenta del P. José Garru cho, quien como visitador de las misiones sonorenses había elegido al arriero.131 El P. Rapicani, por su parte, se quejó de que Resende había dejado sus productos en una misión al otro lado del río Yaqui, aunque el flete de 3 pesos 4 reales por arroba era para que lo entregara en Batuc. “Las estatuas las trajo también todas hechas pedazos. Las pegamos como pudimos, pero no se acabaron de componer, y es fuerza que así sirvan.”132
A veces, tampoco las cartas y memorias llegaron a México, o tardaron mucho, lo que probablemente mejoró con la instalación de un servicio de correo mensual entre el noroeste y el centro de la Nueva España, aunque esto ocurría sólo en los años sesenta del siglo XVIII. Cada misión aportaba 5 pesos al costo de este servicio.133
Entre 1700 y 1767, los misioneros de Batuc solicitaron, según las memorias que tenemos, alrededor de 230 diferentes mercancías. Esta estimación es aproximada, debido a las muchas variantes que hay de algunos de los productos del listado, los que hemos agrupado en una sola entrada (véase el apéndice 2).
A veces los padres solicitaban cosas curiosas. El P. Middendorff, por ejemplo, quiso “una silla jineta bien hecha, con fundas de pistolas con mantillas y tapafundas de cuero de tigre, freno de espejuelo fino con riendas y cabezadas y estribos convenientes”.134 El P. Rapicani en 1747 puso en su lista “2 esco pe tas buenas, y media arroba de pólvora, para rechazar a los apaches”;135 cuando en 1767 el P. Andrés Michel, de Ures, recibió 2 libras de pólvora del presidio de San Miguel de Horcasitas, era sólo para cazar gansos (“ánsares”).136 Muchas cosas especiales se pidieron para la decoración de la iglesia, por ejemplo, los colores en la memoria del padre Middendorff, de 1760: 4 botijas de “aceite de chía para pintar ya compuesto y cocido”, 3 libras de color carmesí, 3 libras de otro colorado fino, 6 libras de bol de Armenia (un color rojo), 3 libras de añil, 3 libras de color amarrillo fino y media arroba de albayalde (un color blanco plomoso).137 En 1764, el P. Rapicani quiso dos lienzos grandes, uno de San Ignacio en la cueva de Manresa y otro de las ánimas en el purgatorio, y explicó: “No me parece conveniente pintar la Virgen y otros santos sacando ánimas, porque me parece que no bajan al purgatorio. Ángeles custodias sí se pueden pintar; y como los lienzos sean de pincel exquisito, poco me apuro por los remates de los lados y arriba de palo dorado, aunque algunos habrán de tener. Los maestros sabrán cómo lo han de hacer”.138
Digna de mención es la solicitud del mismo padre de enviarle “cuatro estampas de S. Miguel, S. Gabriel, S. Rafael y del Sto. Ángel Custodio, para sacar de ellas unas estatuas de piedra que quiero poner en unos nichos de la portada de la Iglesia”.139 Al parecer planeaba hacer estas estatuas en Sonora misma. Rapicani solía precisar sus pedidos para los altares y adornos de su templo con mucho detalle,140 pero todo esto ya sería material para otra investigación.
Vamos a echar una mirada más de cerca a algunos de los productos recurrentes, por ejemplo, a los zapatos que los misioneros solicitaron para sí: el P. Pallares en 1700, de 9 puntos; el P. Door, en 1723, de 10 puntos; el P. Rapicani, entre 1741 y 1766, de entre 2 y 6 pares al año, de 12 puntos, y el P. Middendorff, en 1759 y 1760, 5 y 6 pares de 13 puntos. Año con año pidieron nuevas sotanas, “de género” o “de paño”, sólo el P. Door nunca lo hizo, mientras que los padres Benito de Rivera, en 1707, y Rapicani, en 1760, querían 2. Este último siempre comentaba sobre la talla.141 También los sombreros, medias y calzones eran para el uso del padre; “2 pares de medias de estambre musgas, no negras”, apuntó Rapicani en 1765, “porque éstas luego se rompen”.
En las gráficas 1 y 2 hemos intentado visualizar los pedidos de zapatos y sombreros. Si ponemos estas cantidades en relación con la población de Batuc, se ve que sólo unos cuantos de los habitantes pueden haber recibido zapatos o sombreros. En 1746 y 1747 se ordenó un número mayor de pares, aunque aún así era insuficiente para todos. Es de sospechar que el P. Rapicani los adquirió para la gente que empleaba en la construcción de la iglesia, para los peones que se empezaron a contratar para trabajar la tierra o, tal vez, para los magistrados del pueblo (el gobernador y el fiscal).

Otras conclusiones las permite una mirada a los textiles más pedidos: bayeta, paños, ruan y sayal, que se usaban, sobre todo, para la vestimenta de los indios. Cuantificarlos enfrenta el problema que se ordenaron tanto en varas como en piezas. No sabemos cuánto medía una pieza. Pero, en la información recuperada para el cuadro 7, del año 1700, se identifica la longitud de algunas “piezas”. Oscila entre 37.5 y 66 varas, con un promedio de 48 varas, valor que hemos usado para la gráfica 3.
Con este cálculo, en las 25 memorias, se pidieron en total 12 791.5 varas de bayeta, paños, ruan y sayal; esto serían 511.66 varas por año o 428 metros. No sabemos qué tan anchas eran las telas, pero en un principio podemos dudar de que éstas hayan alcanzado para vestir a la población. Ahora, en tres memorias, las de 1716, 1718 y 1726, no se pidió ninguno de estos tejidos. Si consideramos que la misión en esos años puede haber conseguido sus telas de otras fuentes, convendría calcular sólo con 22 memorias, y llegaríamos a un pedido anual de 581.43 varas o 486 metros.142 Salta a la vista que las cantidades eran bastante constantes hasta mediados de los años cuarenta. El notable aumento en 1747 y 1748, ya observado en cuanto a los zapatos y la plata que la misión enviaba, también se dio en el caso de los textiles. Pensando que a cada habitante de la misión se destinaban unos cuatro metros de telas, se hubieran podido vestir a entre 107 y 122 personas. Si relacionamos estas cantidades con la población de Batuc, llegaríamos a una proporción de abasto considerablemente mayor que en el caso de los zapatos y sombreros, hecho poco sorprendente, pues cubrir el cuerpo era una prioridad cristiana, lo que no era el caso con la cabeza o los pies. Aún así, suena como una exageración, no libre de malicia, cuando el P. Rapicani, en 1741, señaló al procurador que de las telas pedidas el año anterior “eché de menos unas cuantas varas en la bayeta, quedando por eso dos indias sin naguas”.143 Ahora, las importaciones de telas aumentaron con el tiempo. Si consideramos sólo las 12 memorias a partir de 1741, se hubieran podido vestir en promedio a 196 personas con cuatro metros de telas cada una. Recuérdese que en este periodo se registraron entre 300 y 400 habitantes de Batuc, mas en 1765 se dio el número de 195, como el de los que realmente asistían a la misión. De esta suerte, a la hora de la expulsión de los jesuitas finalmente se alcanzó, a expensas del misionero, la vestimenta de los cuerpos casi completa.
Esta percepción se fortalece si tomamos en cuenta que, además de los géneros de tela considerados en el cuadro, llegaron otros, aunque en cantidades mucho menores, como bombasí144 (28 piezas+45 varas=1 398 varas, si volvemos a calcular las piezas con 48 varas), bramante145 (1 pieza+120 varas=168 varas), crea146 (1 pieza+57 varas=105 varas), lanquines147 (14 piezas=672 varas) o sarga148 (12 piezas+55 varas=576 varas), y sobre todo considerables cantidades de bretañas, frazadas y mantas. Al sumar los diferentes tipos de estos tejidos, el resultado da una idea aproximada de la realidad. Lo que de nuevo salta a la vista es el claro aumento hacia finales de la época considerada (gráfica 4). Así, puede ser que la relación que nos ha dejado el exmisionero sonorense Ignacio Pfefferkorn, desde su exilio en Alemania, sea un adecuado retrato de la situación al momento del destierro de los jesuitas:
Mínimamente se procuraba que el atuendo tanto de los hombres como de las mujeres no ofendiera la moralidad como antes. A los hombres se dieron pantalones, a las mujeres faldas largas de ruda tela azul, que se produce en Querétaro […]. La restante ropa de los hombres consistía en un trapo de 3 varas [Ehlen] de largo y 2 varas de ancho de sayal [Sarsch] azul de mala calidad que adelante y atrás colgaba del cuerpo; en el centro tenía un hoyo, por el cual el indio metía la cabeza, con que este tipo de vestimenta, que se llamaba Tilm o Tilma, se pareció mucho a la casulla sacerdotal. Igual era la ropa del sexo femenino, sólo con la diferencia que su tilma era algo más corta que la de los hombres y, por la honradez, fue cerrada en los dos lados, como un jubón [Wams], salvo dos hoyos, por los que salieron los brazos.149

Es de notar en esta descripción que los indios de misión no estaban vestidos de blanco, como uno se lo imaginaría, sino de azul, lo que se confirma en otras fuentes. Sobre la Antigua California, el P. Baegert contó que se usaban diferentes telas rudas blancas y azules para vestir a los neófitos.150 Y el padre visitador general José de Utrera apuntó que los jesuitas mantenían en la misión de Rahum una escuela, a la que cada una de las misiones yaquis enviaba dos alumnos para su educación, los que vestían un tipo de uniforme azul, y lo mismo contó el obispo de la Nueva Vizcaya una década más tarde: “Su ropaje es manto azul con bonetes y becas encarnados”.151 En las memorias son frecuentes, si bien no de modo dominante, los pedidos de tela azul. En 1746, para dar sólo un ejemplo, se pidieron dos piezas de paño fino azul y dos piezas de sarga azul.152 El P. Rapicani hace suponer que el color de la vestimenta no era sólo una elección del padre sino correspondía también a una preferencia de los indios, pues en 1765 escribió al procurador: “[…] y si Vuestra Reverencia me quisiere enviar cinco bayetas azules, será bueno, porque es muy mucho lo que me piden los indios y porque me falta; aquí hube de comprar a peso de plata la vara, que no tiene cuenta”.153
Un comentario más: en las memorias nunca aparecen naguas, pantalones o tilmas, y sólo en 1700 y 1707 se pidieron 30 quexquémitles, a partir de 1757 en total 208 rebozos y, en 1759, el P. Middendorff solicitó “6 camisas grandes para mi uso”.154 La ropa de los indios y, en parte, de los padres, se elaboraba, entonces, en la misión misma. En las memorias esto se refleja en constantes pedidos de hilos de diversos tipos, de seda torcida y floja, de pita y de agujas, sobre todo agujas de arria que posiblemente no se usaban para coser vestimenta (si no es que dan testimonio de lo rudo de la confección).
Para terminar este apartado, dos puntos más, el primero sobre los productos alimenticios y estimulantes. Debido al costo de transporte, no llegaron alimentos básicos de México a la frontera. La única excepción, según los estándares de hoy, sería el arroz. El P. Avendaño, quien sólo pasajeramente estaba en Batuc, pidió una arroba en 1715, y después el P. Rapicani de 1741 a 1743 media arroba, y después todos los años una arroba.155 Como el hermano Juan de Esteyneffer, en su libro medicinal para las misiones, recomendó el arroz para varias dietas de enfermos,156 es de sospechar que los padres no sólo lo pedían para diversificar su alimentación cotidiana, sino también para cuidar su estómago durante las frecuentes enfermedades que les afligían en la frontera.
La misma observación hay que hacer sobre las especias, que por un lado daban sazón a los platos, pero también se les atribuyeron efectos positivos en la salud. Así el P. Door justificaba su pedido relativamente alto de nuez moscada con que no podía “entrar en las cosas que se guisan con chile y que fuera [de] la comida me sirve para varios medicamentos y principalmente contra el mal aire que es muy frecuente en estás partes”.157 En el libro del H. Esteyneffer, se puede observar el amplio uso medicinal de las especias, como el anís, el azafrán, la canela, el clavo, el comino, el jengibre y la pimienta.158
Aunque los textiles, tanto en volumen como en valor, abarcaban la mayor parte de los productos solicitados, la mercancía que casi todos los padres pedían y en la que más se gastó era el chocolate,159 junto con el cual se solían pedir cantidades aproximadamente idénticas de azúcar. Tenemos el problema de que el azúcar a veces se cuantificó en arrobas, a veces en tercios. El peso de un tercio no era fijo, pero en el registro reproducido en el cuadro 7, se equivale con 6 arrobas, y así lo hemos usado (gráficas 5-6).160

Sintetizando estos datos, se pedían en promedio 67 kg de chocolate por año y por cabeza, más 53 kg de azúcar. Tales cantidades, que a veces preocupaban a los superiores en la ciudad de México,161 se explican no sólo porque el chocolate fue el desayuno habitual y uno de los pocos placeres de los misioneros en la árida frontera del noroeste. El chocolate endulzado formaba parte de las convenciones sociales, pues había que ofrecerlo a las visitas de rango, como a oficiales de presidio, funcionarios reales o mineros, que pasaban por las misiones.162 El debate teológico, sin embargo, si el consumo del chocolate, o del tabaco,163 rompía los preceptos del ayuno, ya era cosa del pasado.164
Dada la importancia de la agricultura para las misiones y, en particular, para su solvencia, no puede sorprender que en las memorias siempre aparecen diversas herramientas. Así, en total, hemos registrado 32 rejas de arar, 26 puntas de arar, 90 coas, 124 hoces y108 belduques, que sospecho que se usaban como machetes; además 15 hachas carpinteras, 10 hachas carboneras, 3 sierras, 2 barrenas y 2 barretas de cantería, las que probablemente servían en la construcción de la iglesia. La pregunta que surge es semejante a la que hemos planteado en cuanto a los textiles. ¿Alcanzaban estas herramientas para el trabajo de campo de toda la misión? En otras palabras, ¿se usaban sólo en los campos controlados por los misioneros? ¿o también en los de los indios? A diferencia de los tejidos es de suponer que las herramientas no se desgastaban tan rápido y que se podían usar durante más que un año. Por consiguiente, los utensilios que aparecen registrados en las 25 memorias batuqueñas localizadas (que son sólo el 37% de las 68 que entre 1700 y 1767 deben haberse enviado desde Batuc) pueden ser un indicio de su amplio uso, aunque todavía al tiempo de la expulsión de los jesuitas se complementaban con herramienta tradicional de madera y huesos.165
Como los motores de la globalización temprana se han identificado los esfuerzos expansionistas de los imperios, el anhelo de las religiones universalistas de propagar su fe entre toda la humanidad, el comercio y los movimientos migratorios.166 La práctica de la misión jesuita combinaba todos estos impulsos. Servía a explícitos intereses imperiales. Formaba parte de la Iglesia romana y su organización administrativa que abarcó gran parte del globo, promoviendo la conversión de los pueblos. Sobre todo, en las sociedades nativas de América, la labor evangelizadora generó profundos cambios religiosos, culturales, sociales y económicos. El carácter globalizador de la obra jesuita queda asimismo manifiesto en sus agentes. Los misioneros eran especialistas reclutados en distintas partes del mundo católico a quienes su organización movía entre los continentes. La misión de Batuc fue establecida por los padres Martín de Azpilcueta, de Navarra, España, y Lorenzo Cárdenas, de Culiacán, en el mismo noroeste.167 De los misioneros de los que tenemos los pedidos de productos, el P. José Pallares era de Barcelona, el P. Juan de San Martín de Génova, el P. Benito de Ribera de España, el P. Juan de Avendaño de Puebla, el P. Francisco Javier Door de Ámster dam, el P. José de Armas de Querétaro, el P. José Bueno de Guada la ja ra, el P. Andrés Ignacio González de Mérida, Yucatán, el P. Rapicani, hijo de un padre napolitano y de una madre sueca, de Bremen, en Alemania, y el P. Middendorff de Westfalia, en Alemania también.168
Estos diferentes trasfondos culturales dejaban rasgos en los pedidos expresados en las memorias. No parece casual que Rapicani, de un puerto hanseático con estrechas relaciones comerciales con los Países Bajos y con Inglaterra, pidiera té (“cha”) en 1741, 1743 y 1757, aunque no sabemos si lo recibió.169 Al P. Antonio Luis Hüttl, de Bohemia, más al sur y más cercano a las influencias culturales otomanas, venecianas y vienesas, en 1764, se le enviaron seis libras de café a la Sierra Tarahumara;170 en 1765, solicitó dos arrobas, “por ser muy provechoso para el estómago de que los más padres de esta provincia padecen”, y en 1766 y 1767 de nuevo “algunas libras”.171 De esta suerte, la popularización de las bebidas estimulantes (cacao, café, y té), endulzadas con azúcar, un fenómeno eminente de la globalización temprana,172 alcanzaba las regiones fronterizas de la América española. El chocolate, ciertamente, era un antiguo bien cultural mesoamericano que los españoles habían adoptado y resignificado ya en el siglo XVI, y de ahí llegó a formar parte de una particular tradición novohispana. De esta suerte, en las misiones se conjugaban estas dos dinámicas, la regional y la global y, por consiguiente, los jesuitas novohispanos y europeos disfrutaban del chocolate de la misma manera.173 Como siempre, lo global se inscribe en contextos locales.
Las memorias, ante todo, nos llevan a considerar el impacto globalizador del comercio. Así, hay que detenerse en el origen de los productos que a través del sistema de abasto jesuítico llegaron a las misiones del Noroeste. Aunque no es fácil identificar la proveniencia de muchas de las mercancías mencionadas,174 su escrutinio nos proporciona indicios para ponderar el grado de globalización del circuito mercantil observado. En un estudio sobre las memorias de 1712 ya hemos presentado los primeros resultados al respecto,175 los que se ven confirmados con la mirada a Batuc. A la misión llegaron productos de Europa (textiles, hierro, papel, libros, aceite, azafrán…) y Asia (textiles, seda, especias…). Pero los géneros más solicitados en términos cuantitativos con toda probabilidad eran de confección novohispana. Éstos eran los tejidos elaborados en los obrajes, como el sayal y los paños, o en las comunidades indígenas del centro y sur de México, de los que se extraían mantas y patíes por medio del reparto forzoso de mercancías o el tributo para distribuirse en todo el virreinato.176 También el cacao provenía en buena medida del sur de la Nueva España y de la Capitanía General de Guatemala, además del importado de Venezuela y Guayaquil.177
Dado el peso, quizá exagerado, que ha adquirido el papel de China en los debates de la historia global, los productos que entraban a la Nueva España por la ruta de Manila a Acapulco merecen unas líneas. Aunque no ocuparan el grueso del flujo de mercancía observado, es llamativo que se pidieran algunas cosas explícitamente como “de China”, lo que comprueba qué tan arraigada estaba la oferta asiática en la mente de los compradores novohispanos. En el caso de las memorias de Batuc, se trataba de cucharas y tenedores, tazas (probablemente de porcelana) y tazas de metal, platos y platos de metal, un salero de metal, tinta y telas: fileles,178 raso179 y ruan. Había otros tejidos no identificados expresamente como chinos, mas probablemente procedían de ese país, como la sayasaya180 y la zaraza.181 Ahora, también se sabía en las misiones de productos de otras partes de Asia, como el sarampur182 de la India, o norteafricanos, como una alfombra de Berbería. Mas parece significativo que tanto la alfombra como el serampur no fueron enviados a Batuc (cuadros 7 y 8), expresión de la deficiente conexión mercantil entre Hispanoamérica y el sur y oeste asiático, por lo menos en la época aquí tratada. La globalización del consumo que estamos observando, más allá de los flujos mercantiles efectivos, se muestra precisamente en esta conciencia de la oferta global. Como acabamos de ver, los misioneros pidieron productos de diversos orígenes concretos, porque sabían de ellos y de las diferentes calidades y precios. Y también sabían de las fuentes de abasto y de las vías de suministro. En 1715, el P. Marco Antonio Kappus (originario de la actual Eslovenia) se enteró en Arivechi, Sonora, de que el galeón de Manila de 1715 había traído grandes canti dades de chitas de China e inmediatamente escribió al procu rador para que le consiguiera hasta 12 piezas de este género para su sacristía.183 El P. Rapicani, en 1747, esperó que las mercancías en este momento fueran baratas, “pues aquí se dice que han llegado muchos navíos cargados a la Veracruz y que han [a]baratado mucho los géneros en México”.184 El grado de familiaridad con las calidades de los productos ofrecidos en la Nueva España lo muestra finalmente otra orden de Rapicani, que pidió “unos cuatro peines, no de China”.185
La globalización del consumo, sin embargo, no sólo se realizaba mediante la ampliación del comercio de larga distancia, tanto en extensión como en volumen, sino también por la acelerada difusión de cultivos. Así, el café que pidió el P. Hüttl, originalmente un producto del Yemen, por 1760, ya llegó a la Sierra Tarahumara de nuevas plantaciones que los holandeses y franceses habían fundados en el Caribe y Circuncaribe.186 Otro producto sería la cañafístula, una planta medicinal asiática cuyo intensivo cultivo en Colima hacia 1622 ha señalado Paulina Machuca.187 También el arroz es poco probable que procediera de importaciones desde Asia Oriental, pues ya a finales del siglo XVI se cultivó en la zona del Pacífico y un siglo y medio más tarde seguía presente en la costa de Acapulco y en la región de Tlapa (hoy en el estado de Guerrero).188 En el campo de los productos manufacturados ocurrió lo mismo, y, por ejemplo, tejidos de tipo europeo empezaron a elaborarse en la América española y otros de tipo asiático en Europa.
La misión jesuita, en un principio una institución con finalidad religiosa, estaba constituida como comunidad agraria. Como tal cubría la subsistencia de sus habitantes, pero también se organizó un sector de producción destinada al mercado minero. Ésta proporcionó a misiones como Batuc suficientes ingresos para facilitar constantes y considerables compras de una amplia gama de mercancías procedentes de diferentes partes del globo. Para ello, las misiones se beneficiaban, por un lado, de la limosna del rey y, por el otro, de su pertenencia a la organización administrativa de la Compañía de Jesús, que organizaba el envío de los géneros solicitados a precios moderados desde la ciudad de México. De esta forma, se promovió la evangelización de la población nativa del noroeste, en pos de salvar sus almas, de pacificar y asegurar la frontera del imperio y de posibilitar la minería, la que fue fuente de ingresos tanto para las cajas reales y los comerciantes novohispanos como para las de las misiones. Los jesuitas compraban productos importados, pero sobre todo novohispanos, insertando, de esta manera, sus actividades en el mercado interno colonial, analizado hace tiempo por Carlos Sempat Assadourian. Con ello se inició, por fin, la occidentalización de diferentes aspectos de la vida de la población nativa y de muchas pautas de consumo, nutrida por las conexiones comerciales que se estaban construyendo durante la globalización temprana.
Todo esto, hay que subrayarlo, tropezó con enormes dificultades y nunca funcionó con la perfección que la Corona, los jesuitas o los mineros hubieran deseado, y fue, además, un proceso impuesto a la población nativa y, por lo tanto, recibido y aceptado por ella de forma selectiva y a regañadientes. Fue un proceso en que nunca faltó la violencia; y, aún así, la occidentalización de los habitantes originarios quedó inconclusa. No obstante, hemos mostrado en el caso de una localidad concreta que el funcionamiento de la misión se definía en el contexto de una red de conexiones locales, regionales y transcontinentales, es decir, en el contexto de la globalización temprana.
AGN: Archivo General de la Nación
AHH: fondo Archivo Histórico de Hacienda
C: fondo Californias
I. V.: fondo Indiferente Virreinal
J: fondo Jesuitas
M: fondo Misiones
T, I: Temporalidades, Indiferente
AHPMCJ: Archivo Histórico de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús
BL, MM: Bancroft Library, Mexican Manuscripts
WBS: William B. Stephens Collection, Benson Latin American Collection

Productos solicitados desde Batuc, 1700-1766
aceite
aceite de chía
aceite de María
aceite ya compuesto y cocido para pintar en lienzo y madera
acero (acero; acero coronilla, es decir, acero de Milán)
agujas
agujas de arria
ajengibre (= jengibre)
alambre de hierro grueso, pero no muy grueso
albas
albayalde
alcaparrosa
alfeñique
alfombra
almendras
almidón
almofrez mediano religioso y fuerte
almirez
alucema
alumbre
amitos
anís confitado
anteojo
añil
aparejos con sus atarreas (= ataharres)
arroz
atril de tijera dorada
azadones
azafrán
azúcar
azúcar candi
azuela
azufre
bacinica (bacinica, bacín de latón)
bacinica de latón
badanas
balero
bálsamo de Guatemala
baquetas (¿vaquetas?) mexicanas
barrena
barretas de cantería
bayeta (bayeta; b. de Castilla; b. poblana)
belduques (belduques; b. ordinarios)
birrete
blandoncillos (bl. de palo dorado; bl. o candeleros para altares de bronce)
bocadillo
bol de Armenia
bombasí
bonete
botas
botones de hilo de plata
bramante
bretaña (bretaña; br. ancha; br. ancha contrahecha; br. angosta)
bricho (br. de oro; br. de plata)
caja
cajetas
cajitas
cajuelas de polvos de carey
calcetas de hilo
caldereta
cáliz
calzado jesuita
calzones (calzones; c. de tripe negro)
cambray
camisas
campanilla de plata
campeches
candados (c. medianos; c. de golpe, con sus llaves)
candelas de cera del Norte
candeleros de azófar o bronces
canela
cañafístula
cañones
cartillas
cazo
cedazos
cepillo
cera (c.; c. blanca; c. bujía; c. labrada; c. del Norte)
cha (= té)
chapas
chirimías
chocolate (ch.; ch. bueno; ch. fino; ch. ordinario; ch. con su azúcar)
chomite
cinchos de aparejos
cíngulos
clarín
clavo
clavos (cl. de barrote castellanos; cl. de medio barrote castellanos)
coas
cohetes
colaterales en dos lienzos
color (c. amarillo fino; c. carmesí; c. colorado fino; véase también albayalde, añil y bol de Armenia)
colcha
comino
cordobanes
cotense (c.; c. crudo)
crea
crismera (cr.; cr. de vidrio con Santos Oleos)
cruces de latón
cuadernillo
cucharas (c. de albañil; c. de China; c. de cobre; cucharitas de plata)
cuchillos (c. curvosos; c. de cinta; c. de mesa; c. marineros)
cuero para cabecear la caja
despabiladeras
elefantes
embudos
escarlata
escarpines
escobeta
escopeta
escoplo
espadrapo
especias
espuelas ordinarias
estaño
estatuas
estolas [de damasco de Italia encarnado con galones y fluecos (=flecos) de plata fina; e. de terciopelo verde con galones y fluecos de oro fino; e. de terciopelo morado con galones y fluecos de plata fina]
estoraques de China
flautas
fileles
forro
frenos (fr. caballares ordinarios; fr. de espejuelos fino; fr. mulares)
frazadas (fr.; fr. cameras; fr. conguillas; conguillas; fr. mediacameras; fr. pastoras; pastoras)
frontal
galón de plata de Milán
gaza
guangoche
hachas (h. carboneras; h. carpinteras)
hierba de Puebla
hierro (h., h. platanillo)
hijuelas
hilo (h.; h. buenos; h. de arria; h. de clemes; h. de plata; h. muñequilla)
hoces
holanda
incienso (in.; in. de Castilla)
jabón
jarro de batir chocolate
jerga
jeringa
lanquines
lazos
libros (diversos títulos)
libro blanco
lienzos de Ntra. Sra. de la Luz
lima
listón (l.; l. incarnado doble labrado de Genova; l. labrado de españa; l. liso; l. liso doble; l. liso de Nápoles)
macho de herrero grande
mantas (m.; m. anchas y entreanchas; m. anchas de Puebla; m. angostas de Puebla; m. de Campeche; m. de patíes; patíes; mantas de Puebla; m. de Villalta)
manteles de altar
mascada (m. madrileñas; m. de Granada)
medias (m.; m. de Bruselas; m. de estambre; m. de hilo; m. de seda de hombre; m. de seda de mujer; m. de seda punto milanesco)
membrillo
misal
mitán
munición
navajas de barba
nuez moscada
ojasén
ornamento (o. de damasco; o. de terciopelo negro, con su capa y frontal del mismo con galón y franja de plata finos; o. enteros, con frontales, paños de cáliz, bolsas, una capa, un almaizal, todo de damasco colorado fuerte de Italia, con galón y flucio, donde conviene, de plata fina; o. esto es, casulla, estola, manípulo, paño de cáliz, bolsa de corporales, frontal, y capa de coro)
ornamento de terciopelo negro, con su capa y frontal del mismo con galón y franja de plata finos
orozuz
palio de damasco doble de Italia
palvas?
paño (p. comulgatorio; p. común; P. de Castilla; p. de grana; p. ordinario; p. de polvos? de Granada; p. de Querétaro; p. de rebozo ordinario; p. dieciocheno; p. fino; p. fino de Inglaterra; p. fino mexicano; p. fino queretano; paño mantón de mediaseda; paño mantón de toda seda; p. mexicano, p. palmilla; palmilla)
papel
pasas
pastillas
patena
peines
peras cubiertas
perol grande
petaca
petates
piedra
píldoras (p.; p. de tribus)
pilitas de agua bendita, de la Puebla
pimienta
pita (p. azul; p. de Cartagena; p. floja, p. morada)
planchas de sastre
platos (pl. de China; pl. de metal de China; pl. de plata; platillo de plata; pl. de loza fina de Puebla; pl. finos de Pubas,
pólvora (p.; p. entrefina; p. fina)
polvos (p. buenos; p. de jumonte?: p. de la Habana; p. de vinagrillo; p. muy buenos; p. ricos)
pozuelos de China
prognóstico
puntas para arar
quexquémitles (qu. finos; qu. ordinarios)
quimones
ramilletes de moda
razo (raso) de China
rebocillo
rebozos (r. de media seda; r. encuadrados; r. mantones de todaseda; r. ordinarios)
rejas de arar
reliquias
romana
romero
ruan (r.; r. de China; r. de cofre; r. florete; r. florete morlés; r. morlés)
sábanas
sagrario dorado
salero de metal de China
Santos Óleos
sarampur
sarga
sayal (s.; s. ancho; s. de Guatitlán; s. de Holanda?; s. pardo)
sayasaya
seda (s.; s. floja; s. torcida)
sierra (s.; s. bracera)
silla (s. de caballo; s. vaquera)
silla vaquera
sobrepelliz
sobrerropa
sombreros (s., s. ordinarios; s. poblanos; s. finos poblanos)
sotana
tabaco (t.; t. conguillo; t. fino; t. ordinario; t. roto fino)
tablas doradas del canon, lavabo y evangelio de S. Juan
tachuelas (t. doradas para sillas; t. de hierro)
tazas (t. de China; t. de loza fina de Puebla; t. finas de Puebla)
tenedores de China
tijeras (t. de arria; t. de barbero)
tinta de China
tornillo de herrero
tripe (tr.; tr. doble)
ungüento (u. de Agripa; u. Isis)
vaso de plata
ventosas
vidrios de beber agua
vinajeras
yerba de Puebla
zapatos (z.; z. de clavo; z. de cordobán; z. de hombre; z. de muchachos; z. de mujer; z. de mujer sin tacón; z. de religiosos, z. de vaqueta; z. seculares de cordobán; z. cerrados de cordobán)
zaraza
zarza
zarzaparrilla











