Resumen: La memoria y el imaginario referidos al territorio y al trabajo muestran dimensiones paradójicas de la vida ubicada de los sujetos. Así, este artículo tiene el objetivo de realizar un acercamiento a dos momentos en la región de Tierra Caliente de Michoacán (México): la Hacienda Nueva Italia –parte de un sistema latifundista– y el Ejido –forma colectiva de propiedad agraria– para comprender la relación del trabajador con esta área definidora de un territorio singular, a principios del del siglo XX. Metodológicamente, se trabaja con testimonios de habitantes de la actual Nueva Italia, para una reconstrucción de estas etapas con el análisis de los imaginarios y percepción pretérita del territorio, develados por los ex trabajadores informantes. Para ello, se articula la discusión sobre i) el espacio y el imaginario de la hacienda en la memoria local; ii) la cotidianeidad del trabajo en la hacienda y la vida privada de los trabajadores; iii) la lucha por la tierra, iv) la abundancia y la violencia en el ejido, y v) los Cusi y el General Cárdenas como alegoría de la hacienda y el ejido.
Palabras clave:territorioterritorio,memoriamemoria,hacienda Nueva Italiahacienda Nueva Italia,Ejido ColectivoEjido Colectivo,familia Cusifamilia Cusi.
Resumo: A memória e o imaginário referidos ao território e ao trabalho mostram dimensões paradóxicas da vida situada dos sujeitos. Assim, este artigo objetiva realizar uma aproximação de dois momentos na regiao de Tierra Caliente, no México: a Fazenda Nova Itália – parte de um sistema latifundiario- e o Ejido –forma coletiva de propriedade agraria-, para compreender a relação do trabalhador com esta área definidora de um território singular, no início do século XX. Metodologicamente, trabalha-se com testemunhos de habitantes da atual Nova Itália, para uma reconstrução destas etapas com a análise dos imaginários e percepções pretéritas do território, revelados pelos ex-trabalhadores entrevistados. Para tanto, articula-se a discussão sobre (i) o espaco e o imaginário da fazenda na memoria local; (ii) a cotidianidade do trabalho na fazenda e a vida privada dos trabalhadores; (iii), a luta pela terra; (iv) a abundancia e a violencia no ejido, e v) os Cusi e o General Cárdenas como alegoria da fazenda e do ejido.
Palavras-chave: território, memória, Fazenda Nueva Italia, Coletivo ejido, família Cusi.
Abstract: Memory and imaginary referred to territory and work show paradoxical dimensions of located life of subjects. Thus, this paper aims an approaching of two historical periods in the Tierra Caliente of Michoacan (México): the Hacienda Nueva Italia –belonging to a large state system– and the Ejido –a type of collective farming property– in order to better understand the relationship of the worker with this area, which defines a singular territory at the beginning of 20th century. Methodologically, the research compiles testimonies of current Nueva Italia’s inhabitants for a reconstruction of these periods through the analysis of imaginaries and bygone perception of territory, revealed by the former workers-informants. Consequently, the discussion is articulated around (i) the space and imaginary of the hacienda Nueva Italia in local memory, (ii) quotidian work in the hacienda and private life (iii) the struggle for the property of the land, iv) abundance and conflicts in the ejido, and (v) the Cusis and Cárdenas as allegories of the hacienda and the ejido.
Keywords: territory, memory, hacienda Nueva Italia, Collective ejido, Cusi family.
Artigos
Territorio, memoria e imaginario del trabajo.La hacienda y el Ejido Colectivo en Nueva Italia, México
Território, memória e imaginário do trabalho. A fazenda e o Ejido Coletivo en Nueva Italia, México
Territory, memory and imaginary of work: Hacienda and Collective Ejido in Nueva Italia, Mexico

Recepción: 14 Noviembre 2018
Aprobación: 23 Enero 2019
Publicación: 04 Abril 2019
La memoria es una forma de salvaguardar aquellos hechos del pasado que han modelado el presente y de cuyos aciertos y errores se debe aprender a fin de proyectar el mejor futuro posible. En la memoria se conserva, a nivel individual y colectivo, los acontecimientos, eventos o vivencias que son considerados “memorables”: merecen ser recordados por su importancia para el devenir de una persona o de una colectividad.
Maurice Halbwachs – sociológo francés que escribió su obra en el primer tercio del siglo pasado – señala que el lenguaje, el aprendizaje, la conciencia y la memoria individual, se conforman y se definen dentro de los procesos de desarrollo social que vive cada individuo. En ese devenir, tienen un papel importante la comunicación y la interacción con diferentes grupos que integran los marcos sociales (familia, escuela, amigos, trabajo, grupos religiosos, comunidad, nación…) que a su vez moldean la conciencia individual y colectiva, que son interdependientes y se construyen de forma recíproca: cada persona con la que un individuo se relaciona aporta información –nombres, fechas, hechos, localizaciones, mentalidades, modelos de pensar y razonar – que, al momento de recordar, es interpretada, ordenada y situada a partir del orden simbólico vigente. Esos elementos integrantes de los marcos sociales, de cierta forma se imponen al individuo y limitan su imaginación; al mismo tiempo, hacen posible recordar eventos pasados, ya sea psíquicos o sociales, dentro de un esquema complejo de interrelaciones (Halbwachs, 1990a).
Dando continuidad a los conceptos de Halbawachs, a finales de la década de 1980, Jan Assman, egiptólogo alemán, matiza el concepto de memoria colectiva, proponiendo dividirla en memoria comunicativa y memoria cultural. La primera, se manifiesta en la expresión oral; trata de un pasado relativamente reciente y se conforma dentro de los marcos sociales vigentes en una temporalidad determinada; es la memoria individual en relación con un evento histórico trascendente. La segunda, se materializa de forma exteriorizada y objetivada, se preserva en formas simbólicas estables, elementos y soportes diversos divulgados en medios históricos; va más allá de situaciones específicas y se refiere a una dimensión ceremonial y no a prácticas de lo cotidiano (Assmann, 2010).
Bruner (2000) señala que la capacidad que poseen las colectividades para narrar sus experiencias es un instrumento para crear significados; narración y oralidad suelen converger para reconstruir experiencias pasadas y así reordenar el proceso social de una colectividad. La narración es, entonces, uno de los medios por los que la memoria colectiva hace llegar al presente acontecimientos del pasado. De igual manera, el testimonio incorpora la memoria en el discurso, en el relato, en las narrativas (Ricoeur, 2002). Así, el testimonio se convierte en puente entre el archivo y la memoria, debido a que el testigo vio, escuchó o experimentó, por lo que probablemente fue alcanzado por el acontecimiento, es decir, fue marcado o afectado por un evento.
De tal suerte, el testimonio es un monumento, el relato del que se forman ideas sobre determinados acontecimientos o episodios de una colectividad y luego se vuelven a comunicar (Riegl, 1987). Cuando se narra el pasado, se transmite lo que se sabe o se cree saber sobre algún hecho o momento social y al mismo tiempo, el relato, la forma de contarlo revela una serie de imágenes, de percepciones personales sobre los acontecimientos o el territorio.
Bajo el marco conceptual de la memoria que se desarrollará, este artículo tiene como objetivo realizar un acercamiento a dos períodos históricos en la región de Tierra Caliente de Michoacán (México): la hacienda y el ejido, para comprender la relación del trabajador con esta área definidora de un territorio singular, a inicios del siglo XX.
Metodológicamente, se trabaja con testimonios de habitantes de Nueva Italia, para, a partir de la historia oral, realizar una reconstrucción de estas etapas con el análisis de los imaginarios y percepción pretérita del territorio, develados por los ex trabajadores informantes a lo largo de sus relatos. Para ello, se articula la discusión sobre i) el espacio y el imaginario de la hacienda en la memoria local; ii) la cotidianeidad del trabajo en la hacienda y la vida privada de los trabajadores; iii) la lucha por la tierra iv) la abundancia y la violencia en el ejido, y v) los Cusi y el General Cárdenas como alegoría de la hacienda y el ejido.
Se comprenderá que la memoria y el imaginario referidos al territorio y al trabajo enseñan dimensiones paradójicas de la vida ubicada de los sujetos.
Halbwachs (1990a) destaca la importancia del espacio para la memoria colectiva, lo que denomina milieu de mémoire, o el entorno, es decir, un espacio compartido por los integrantes de la comunidad de remembranza. El autor señala la importancia de analizar los procesos de rememoración que ocurren en colectividades como las localidades rurales, la familia, el grupo de trabajo, el grupo religioso o la clase social, puesto que la vida de la mayoría de los sujetos transcurre en esos sitios.
Para contextualizar el contenido de las entrevistas que a continuación se revisarán, en este apartado se presenta brevemente al marco geográfico e histórico del lugar de residencia de los informantes.
Apenas empezando el siglo XX, la Tierra Caliente de Michoacán, localizada al suroeste del estado (ver figura 1) fue testigo de un importante acontecimiento histórico, económico y social: la fundación y florecimiento de las haciendas Lombardía y Nueva Italia, propiedad de la familia Cusi[i]. El territorio que antes estaba casi despoblado e improductivo se transformó rápidamente en una de las regiones más lucrativas y con mayor crecimiento demográfico del estado.

En el lapso de dos décadas, la intervención de los empresarios Cusi había transformado el territorio y la dinámica social de la región. En 1938, un acontecimiento cambia la realidad del lugar: el presidente Lázaro Cárdenas expropia las tierras y la infraestructura de producción a los Cusi, para repartirlas entre los trabajadores, dando origen al Ejido Colectivo de Nueva Italia, la mayor entidad de este tipo en el país y orgullo de su artífice, el General Cárdenas. Los antiguos peones serían, entonces, propietarios de la tierra y de los medios de producción (en otro apartado, se profundizará en los datos correspondientes al reparto de la propiedad y los beneficiarios).
Así, la hacienda Nueva Italia, inmensa propiedad de casi 36 mil hectáreas pertenecientes a una sola familia, se convirtió, a partir de noviembre de 1938, en el Ejido Colectivo de Nueva Italia, organización en la que los antiguos peones de los Cusi eran los dueños del terreno, el ganado y la infraestructura productiva. Ese movimiento o cambio de la propiedad de la tierra representa un proceso de formación territorial singular, lo que se pretende desarrollar en los próximos apartados, fundamentados en los testimonios orales registrados en las entrevistas con los dichos trabajadores. Actualmente, Nueva Italia es una localidad de poco más de 32 mil habitantes y cabecera del municipio de Múgica, en el estado de Michoacán.
Partiendo de la idea de que la narración es el vehículo de transmisión de la memoria colectiva (Halbwachs, 1990, 1990a) o, más específicamente, de la memoria comunicativa (Assmann, 2010) y considerando que la oralidad es el camino primigenio para la comunicación del pasado, en este caso se recurrió a la metodología de historia oral. A diferencia de la tradición oral, cuyo objetivo es transmitir narraciones de generación en generación, la historia oral tiene por objetivo registrar de primera mano el conocimiento y experiencia de los informantes. En las décadas de 1960 y 1970, se reconoció el valor de la historia oral para descubrir y preservar las experiencias de los sujetos, y se considera, desde entonces una herramienta para evidenciar historias y situaciones de existencia espacial localizada poco visibles, la relación con el lugar de residencia y memorias de personas subalternizadas, grupos minoritarios y otros cuyas perspectivas no son consideradas o cuyas vidas no son objeto de registros escritos (George y Stratford, 2010).

En este trabajo, la investigación de campo se llevó a cabo entre enero y junio de 2013, entrevistando a 27 personas residentes en Nueva Italia y que tuvieran alguna relación con el sistema de la hacienda (ser hijos de empleados de esa empresa o haber sido ellos mismos empleados) o que hubieran vivido el proceso de formación del Ejido[ii] Colectivo. De esa muestra, se seleccionaron 15 informantes nacidos entre 1924 y 1933; ellos vivieron en su infancia bajo el sistema latifundista y, durante su adolescencia y juventud, atestiguaron el cambio de régimen, inducido por la Reforma Agraria de Lázaro Cárdenas; en ese proceso, las tierras pasaron a manos de los trabajadores. En la actualidad, todos los informantes son ejidatarios “del censo básico”, es decir, la primera generación de trabajadores que recibieron tierras gracias al reparto agrario. Cabe señalar que entre los 15 entrevistados solo hay una mujer, lo cual responde a la dificultad de localizar ejidatarias (fueron una minoría en el reparto) y en el rango de edad que interesaba a este estudio. Para preservar la privacidad de los informantes, se presentan únicamente las iniciales de cada uno y el año de nacimiento que declararon en la entrevista.
El análisis del contenido de las entrevistas seleccionadas permitió establecer cinco categorías principales en los contenidos i) el espacio y el imaginario de la hacienda en la memoria local; ii) la cotidianeidad del trabajo en la hacienda y la vida privada de los trabajadores; iii) la lucha por la tierra iv) la abundancia y la violencia en el ejido, y v) los Cusi y el General Cárdenas como alegoría de la hacienda y el ejido. Dentro de cada apartado se incluyen algunos testimonios representativos para dejar en voz de los informantes la descripción de los acontecimientos y vivencias y reforzar o contrastar entre ellos las diferentes perspectivas.
Aunque este análisis incluye las narraciones de los 15 informantes, delimitará los espacios-tiempos correspondientes a la hacienda y el ejido, a partir de los recuerdos narrados por los entrevistados. Es importante reconocer que la función del relato oral o de la historia oral no se restringe a la metodología aplicada; “también tiene función social democrática, relevante e instigante; permite la investigación de fenómenos o cuestiones y de camadas sociales, normalmente, omitidas en la documentación oficial escrita dada al presente” (Costa, 2015, p. 21).
Por imaginario nos referiremos a la suma de imágenes o percepciones que el sujeto posee al respecto de un territorio, momento o evento determinado. En este caso, los relatos serán los referentes para el estudio de los imaginarios de la hacienda y el ejido de Nueva Italia. Como recuerda Halbwachs (1990), son cosas que perduran por generaciones y por generaciones, favorecen la producción de un imaginario sobre vidas pasadas que constituyen la lógica de la vida presente, en otra dinámica.
Lo primero que destaca en los relatos es la percepción de la hacienda como un lugar de oportunidad, de trabajo, de abundancia. Ahí llegan los nuevos residentes para convertirse en peones al servicio de la empresa agrícola. Hay que recordar que la hacienda Nueva Italia, a mediados de la década de 1910 y hasta el momento de su expropiación, vivió un período de alta productividad que requería mano de obra, mientras la mayor parte del país se encontraba sumido en la crisis generada por el estallido de la Revolución de 1910 y las décadas posteriores de guerrilla que terminaron prácticamente hasta que Lázaro Cárdenas asumió la Presidencia en 1934 (Glantz, 1974; Pureco, 2008; Alvarado-Sizzo, 2014).
Ante el desolador panorama del resto del país “…el productivo latifundio de los Cusi se había convertido en un polo de atracción para aquellos que buscaban un trabajo y un lugar donde pudieran llevar una vida tranquila al lado de sus familias” (Alvarado-Sizzo, 2014: 29). Aunque las condiciones de trabajo eran duras –se trabajaba de sol a sol por un salario semanal relativamente bajo– las oportunidades eran mayores que en sus lugares de origen, y el salario y prestaciones que ofrecían los empleadores de la hacienda eran mejores que otras empresas similares en el ámbito nacional (Glantz, 1974).
Los testimonios obtenidos en las entrevistas muestran la diversidad de los sitios de origen de los trabajadores que en ese contexto llegaron a residir en la hacienda Nueva Italia:
Mira, mi familia, la familia d’él… la familia de todos no son de aquí, cayeron aquí, cayeron aquí, la familia d’él es de Tumbiscatío…Mi familia es de la Huacana, de Chavinda, es… mi abuelita y se vino a casar con… mi abuelito (Entrevista concedida por el señor EOL (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, Michoacán, enero de 2013).
Es que mire, le voy a platicar. Mi papá se llamaba Francisco, y él allá, pus allá no hay trabajo, no hay nada. Y él le dijo a mi mamá: “¿Pus sabes qué? Voy a ir a buscar la vida y si veo que hay modo pus te mando decir o vengo por ti.” Pero acá se buscó otra señora y ya no volvió. Y otro señor de aquí fue p’allá y se junta con mi mamá, y ese se la trai. Por eso vivimos aquí (Entrevista concedida por el señor ECP (n.1924), en Gámbara, municipio de Múgica, Michoacán, febrero de 2013).
Además del sueldo semanal, los hacendados dotaban a los trabajadores de casa para ellos y sus familias. Este beneficio los convertía en “peones acasillados” (Glantz, 1974; Pureco, 2010), y era otorgado siempre y cuando se mantuvieran activos en las labores demandadas. Cuando el peón incumplía este intercambio de trabajo por sueldo y vivienda, no sólo era despojado de esos beneficios, sino que era “exiliado” del territorio. Seguramente, la vivienda es elemento fundamental para el arraigo con el territorio. La memoria revelada por las narrativas sugiere la relación sujeto-espacio, a través de las necesidades fundamentales de la vida. Podemos considerar a Halbwachs (1990, p. 143), para quien es sobre el espacio, sobre nuestro espacio “aquel que ocupamos, por donde siempre pasamos, al cual siempre tenemos acceso, y que nuestra imaginación es capaz de reconstruir, que debemos volver la atención; es sobre él que nuestro pensamiento debe de fijarse, para que reaparezca esta o aquella categoría de recuerdos”.
Los Cusis, cuando trabajan con ellos, ellos ‘taban al pendiente de ver si tenían casa [...] Entonces, el que no tenía casa, le hacían casa pa que viviera. Y no había más trabajo más que los Cusis. Todo el que trabajaba, trabajaba con los Cusis, ya le digo. Yo porque todavía me acuerdo que a mi padre le dieron una casa, todavía me acuerdo… (Entrevista concedida por el señor NRR (n.1932) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Y todo el que se quedaba, le hacían una casa de tejamanil, había tejamanil. Le hacían una casa pa dormir y una cocina pa cocinar. Y si no ibas tú a trabajar, te sacaban, te sacaban en puerta [indica que se los llevaban con las manos atadas al frente, como prisioneros] Sí, el ese pistolero de los haciendados traía un treinta[iii] aquí [señala el hombro] y una carrillera. Entonces, los amarraban así a pata, así a las cuerdas y él a caballo y el otro jalando. Ahí va jalando, jalando, hasta que brincaban arriba, ahí te soltaban (Entrevista concedida por el señor JR (n.1925) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013 ).
Por un lado, la violencia relacionada con el trabajo casi forzado, asegurado por el derecho de tener un techo; por otro lado, en los testimonios de los entrevistados, se aprecia una clara asociación entre el recuerdo de la hacienda y el sentimiento de abundancia, que en este caso está determinado no por el hecho de que la ganancia monetaria permitiera a los peones acumular riqueza o propiedades, sino porque la comida no faltaba. Tal vez, uno de los grandes motivadores de la migración mundial sea la búsqueda de la dignidad espacial por medio del trabajo, o sea, vínculos materiales con el territorio capaces de generar la vida de un individuo, de una familia o de un grupo social. Así, podemos decir que la vida y la dignidad espacial son catalizadas por el movimiento y la fluidez posibilitada por las técnicas. Al respecto G. Lukacs (2012) es categórico: el trabajo es el que produce la condición de existencia, la vida material y, sobretodo, la conciencia.

Nooo! Esta hacienda estaba rica, taba rica, rica […] Arroz, había mucho; había mucho que comer cuando yo estaba muchacho. Había unos pescadones así, secos; los ponían a secar y en la cuaresma hacía unos torreznones su familia así, capeaditos con huevo. Y orita ¡ya cuándo jallas ya un pescado! Puro pescadito así [hace gesto de algo muy pequeño] (Entrevista concedida por el señor JR (n.1925) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
Nosotros vivíamos, nosotros nos criamos, en El Pará […] cuando era de los… ¿cómo?, de los Cusis. Tenía yo como unos 8 años. Allá duramos 3 años. Don Guido[iv] mandó a mi papá para allá […] Allá había hartos ganados, abajito ya ve, era una limonera ‘onde es 4 caminos, y ya un pará pa darles de comer al ganado del ejido. Allí nomás le decía mi amá a mi papá: “Viejo, ya tengo ganas de comer albóndigas de venao”: Mañana había […] Había veces que unos venadotes, grandotes; y había veces que pus unos chiquitos, ¿veda? De todo. Le hacía mi amá albóndigas de venado y picadillo de venado (Entrevista concedida por la señora CC (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
El propio espacio y las condiciones impuestas por los hacendados eran un recordatorio constante de la relación de poder existente entre propietarios y trabajadores; al mismo tiempo, se trataba de un espacio dedicado a la producción y no a la vivienda que era, en todo caso, una herramienta del sistema productivo, en tanto que la mano de obra requería de hospedaje. Impresiona la perspectiva de impedimento de algunos vínculos productivos propios, que los propietarios imponían a
a los trabajadores, o sea, se les prohibía plantar o producir cosas que pudieran favorecer un mayor vínculo con la tierra y, con ello, lograr un mayor empoderamiento con el territorio.
Entonces no podía uno plantar un árbol pa tener una sombra, no se podía nada de eso. […] No daban permiso, porque plantar un árbol es crear derecho y ellos no querían gente que tuviera derechos de nada (Entrevista concedida por el señor GR (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Nos las daba la hacienda antes esas casitas, y no nos dejaban criar ni un palito, no nos daban agua pa regar ni un palito. Porque l’agua la ocupaban pa’l arroz, pa todo. A nadie le daban, nomas la casita, allí nomás (Entrevista concedida por el señor AF (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Se presenta, entonces, la hacienda como un espacio abierto al trabajo, y cerrado a una digna vida privada del trabajador, al que solamente tenían acceso quienes aportaban al engranaje productivo, y como un sistema controlado por las leyes de los propietarios. Aquellos que aceptan vivir bajo las normas establecidas por los patrones, podían habitar sin problemas; aquellos que se rehúsan a entrar en la dinámica laboral son expulsados del territorio de control. Finalmente, la hacienda era una empresa capitalista, sita en una propiedad privada y el control de la misma estaba en manos de los propietarios.

En este sentido, es recurrente entre los informantes la historia de Ramón Saldaña[v], un personaje subversivo que desafiaba la autoridad de los hacendados, imponiéndose él mismo un sueldo muy por encima del que percibían el resto de los peones. El castigo en este caso fue ejemplar: los soldados lo persiguieron, lo emboscaron y finalmente lo asesinaron. De esta forma, el gobierno en turno legitima y respalda el poder de los terratenientes como controladores del territorio y de los destinos de los habitantes resistentes.
“Oye, Ramón, Ramoncito ¿Cuánto vas a querer de semanario?” En ese tiempo los peones ganaban un peso al día, ganaban seis pesos a la semana, y ya le decía: “Ponme un semanario de 80 pesos”, por ejemplo, más o menos. “Ponme un semanario de 80 pesos, aquí a cada uno. A Arnulfo y a mí, a cada quien 80 pesos”, y era un dineral. Y ya le tenían miedo […] y cada semana, cada semana. Y luego de ahí, ya, este, los patrones acá miraban la lista, y otros pedían un semanario de 8 pesos, 10 pesos, y éste de 80. Y ya iba agrandando más la cuenta. Y luego pedía ya mucho dinero. Entonces ya don Luis les dijo a los patrones, dijo, este pus ya ustedes verán, porque el muchacho ese es peligrosillo (Entrevista concedida por el señor FI (n.1924) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Él era contrario de todo, del gobierno y de los Cusi, porque él le exigía el dinero a los representantes de los Cusi y se lo tenían que dar, porque si no, les sacaba la pistolita. Antonces el gobierno, pus le cargaron el gobierno, pues… (Entrevista concedida por el señor MCP (n.1932) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
En síntesis, la memoria y el imaginario de los trabajadores de la hacienda Nueva Italia revela algo fundamental para esa discusión, para la Geografía: la simbiosis entre territorio y memoria o la fuerza que la memoria adquiere si evoca una referencia espacial o material. En ese sentido, Costa (2017) señala que la memoria tiene base espacial, localización producida y retratada por los sujetos, por medio del territorio recordado, transportado y vivido. La vivienda, la alimentación, la libertad para producir y el derecho de consumir y recibir dignamente gracias al trabajo realizado, son algunas de las dimensiones existenciales referidas a la memoria de esos sujetos en diálogo con su espacio imaginario.
En el imaginario y la memoria de los entrevistados, la hacienda se presenta como un espacio contradictorio: por un lado, es un lugar de oportunidad, de dignificación por el trabajo, de condiciones habitables frente al resto del país, y por el otro lado es un lugar de represión, de duras condiciones de trabajo, pero sobre todo, es un lugar, un territorio que no les pertenecía, y en el que no podían ser propietarios de nada. Las condiciones sociales del país los obligaban a aceptar unas condiciones de vida en las que podían contar con los elementos básicos para la supervivencia: casa, comida, salario; pero sin poder aspirar a mejoras sustanciales en su proyecto de vida. Esa particular situación, favorecía el clima político que culminaría con el reparto de los terrenos de la hacienda entre los trabajadores.
Algo en lo que hacen énfasis los entrevistados, es que los habitantes de la hacienda vivían todos dedicados al trabajo. Las actividades laborales iniciaban temprano tanto en edad como en horario. En la medida de sus posibilidades, todo el núcleo familiar formaba parte de un sistema productivo organizado y jerarquizado. Los hombres trabajaban en las labores del campo, ya fuera la siembra o el pastoreo del ganado, las ordeñas, la producción de alimentos (queso, pan, etc.) para consumo del resto de los habitantes de la comunidad. Las mujeres preparaban la comida para toda la familia. Los hijos varones podían integrarse a cualquiera de las tareas que se asignaban a los niños: pajareo[vi], desclavillo[vii], o bien como morrongos[viii] o gorderos[ix].

Las niñas se quedaban en casa ayudando a la madre con las labores del hogar. De manera excepcional, las mujeres se integraban a las labores del campo, esto ocurría cuando quedaban viudas o el marido las abandonaba y ellas debían asumir la manutención de los hijos. G. Lukács (2012) llama la atención hacia el reconocimiento de la importancia del trabajo en la vida cotidiana, pues habla del estrato del ser social, donde el ser humano solo puede desenvolver vida psíquica simultáneamente con su socialibilidad.
… gente ya de, de 16, 17 años, ya de ahí p’arriba se empleaban con guadañas en los matones de huizache que quedaban, los bajaban y ya subiendo el arroyo ya los dejaban salir, al huizache. Y eso era lo que hacían la gente grande, todo eso. Y nosotros los chiquillos, corriendo los pájaros, replantando arroz, desclavillando, limpiando el arroz. Todo eso era el trabajo de nosotros en aquel tiempo (Entrevista concedida por el señor JMP (n.1924) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
Y me fui a trabajar al campo, me escurría la sangre de los limones, porque me fui primero al corte de limón y pos yo no estaba impuesta pues a eso. Y, ¿si conocía usté a Ignacia Silva? Pus ella lloró de verme que me estaba escurriendo la sangre […] Bueno, las dos ‘taban platicando, diciendo de mí que pobrecita muchacha que mi marido pues me había dejado y andaba yo sufriendo lo que no. Y le digo yo: Pus sí pues, sí cierto, yo cuando en mi vida trabajando. Yo a echar gordas, yo a lavar, planchar, remendar, y todo , todo en la casa. Pero en el campo pues no, veda […] Me dejó por otra, me dejó por otra (Entrevista concedida por la señora CCC (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
veda […] Me dejó por otra, me dejó por otra (Entrevista concedida por la señora CCC (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Elisa, y todas esas, la otra Librada, y un montón de mujeres viudas que se tiraban a trabajar al corte de arroz, al desclavillo, a toda la plantación. Se turnaban, pues, cuando le tocaba a uno por letra, hey por letra. Era la vida antes de aquí, uno se trabajaba y el otro no, así, por semanas (Entrevista concedida por el señor AFM (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Esta serie de narrativas de trabajadores y trabajadoras muestran que la división sexual del trabajo era algo muy bien definido en la hacienda, repitiendo el patrón mundial de la relación de géneros relativo a las divisiones de las actividades laborales. También, se puede considerar que ese modelo tiene relación con la división territorial del trabajo, ya que es a partir de la interacción campo-ciudad, en la constitución de la ciudad industrial moderna, cuando la mujer empieza a salir del hogar, para asumirlo nuevamente como plena responsable, paradójicamente y en un ciclo vicioso de opresión.
En lo que se refiere a otros beneficios laborales que los hacendados brindaban a la comunidad de trabajadores, y sus familias, avecindados dentro de la hacienda, el propio Ezio Cusi relata en su obra Memorias de una colono (1955) que tanto en la hacienda de Lombardía como en la de Nueva Italia (ambas propiedades conformaban el latifundio de 64 mil hectáreas propiedad de la familia Cusi) se contaba con facilidades como rastro, panadería, farmacia, consultorio médico, tiendas, capilla y escuela –información que es confirmada en el estudio etnográfico de Glantz (1974). Según el hacendado, todas las instalaciones estaban diseñadas para la vida cotidiana de los residentes de la propiedad.
La cotidianeidad de los sujetos trabajadores se mezclaba con la cotidianeidad del trabajo, lo que parecía dificultar la ascendencia a una vida digna con derecho a recreación. Lo cotidiano tenía una concepción de la plusvalía para los propietarios de la hacienda y de trabajo para el inmigrante. Según Lefebvre (1999), el drama de lo cotidiano aparece cuando la gente deja a los sujetos o grupos dominantes lo cuidado y la preocupación de decidir sobre su destino. “La actividad se refugia en lo cotidiano, en el espacio petrificado, en la reificación inicialmente soportada, después aceptada” (Lefebvre, 1999, p. 168).
En relación con lo anterior, los testimonios de los entrevistados señalan que había en Nueva Italia una escuela con maestros pagados por los hacendados (información confirmada también en el estudio de Glantz) pero, a decir de los entrevistados, la prioridad en las familias de los peones no era estudiar sino apoyar a los padres en el trabajo para lograr el sustento:
Allí nos daban clases a todos allí. Nomás que mi padre me sacó de la escuela porque no alcanzaba él a mantenerme ya con mis hermanos. Dijo: “Vas a trabajar”, pos ya me sacó de la escuela y allí quedó. Sí le hago al martajado, pero no… (Entrevista concedida por el señor JA (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
A leer no me enseñé porque no me pusieron más de que ocho días. Fue en aquellos tiempos que andaban los polecías sacando los muchachos de las casas pa que fueran a la escuela. Y a mi amá me mandó 8 días pero ya no me dejó ir, porque le hacía falta pal quehacer. Nomás me enseñé a conocer la ‘a’, la ‘i’, la ‘o’ y la ‘r’, fue todo (Entrevista concedida por la señora CCC (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Por un lado, se observa un menosprecio a la escuela y a la formación educativa; por el otro, una exacerbación de la vida laboral. Aunque los entrevistados coinciden en que el salario era bajo, todos señalan que en el dinero alcanzaba para vivir. Se pagaba el día sábado y los miércoles se daba un “suplemento”, que era una especie de vale que se cambiaba por mercancía en la tienda de raya de la hacienda, y esa cantidad se descontaba del pago semanal.
Hay que destacar que esa tienda era mantenida por los propietarios de la hacienda, lo que era una forma de control a los trabajadores, por medio de los productos que consumían, su precio, su acceso y valores. El historiador J. Chevalier (1999) señala el origen de las tiendas de raya en 1642 en pleno período colonial, cuando se legitimó a través de un mandato eclesiástico esa forma de esclavitud por endeudamiento autorizando a los propietarios a retener a sus trabajadores. A finales del siglo XVII, la tienda de raya estaba instituida formalmente y en ellas los peones de las grandes haciendas adquirían las cosas de las que tenían necesidad y al comprar “…marcaban mediante rayas sus deudas” [en los registros de la propia tienda] (Chevalier, 1999: 230). Incluso cuando el trabajo era remunerado, era raro que se pagara en efectivo a los peones pues el importe de su salario se abonaba directamente a su débito. Glantz (1974) señala que a principios del siglo XX, la tienda de raya no se limitaba a un abuso de los hacendados, sino que ya era una necesidad económica en el sistema de manejo de una propiedad, al grado que no era posible concebir una hacienda sin ese elemento.
La hacienda Nueva Italia, respondía a esa lógica y los trabajadores acudían a la tienda de raya para adquirir los productos básicos para la supervivencia.
Los sábados rayaban. Mira, ganaban cualquier cosa, pero alcanzaba pa traer el sustento. El miércoles daban un suplemento. Si usté tenía tres días le daban lo de un día y medio, y ya iba por ellos hasta la Nueva Italia. Ya a partir de aquí, hace su mandadito. Pero estaba todo pues barato, orita no (Entrevista concedida por el señor JA (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Y a media semana -ellos tenían una tienda por ahí, todavía la alcanzó a agarrar la carretera- tenían una tienda ‘onde surtían maicito, arrocito, frijolito y sólo ellos tenían porque nadie más había, no había más tiendas. Y ellos entre semana les daban un peso, un boleto de a peso pa que fueran a surtir la comida allí. Allí quedaba el pesito pues, veda. Y ya el día sábado ya nomás les daban una boletita por los pesos que les sobraban pa que fueran a cobrar. Se amontonaban en unas ventanillas que había con barandalillos de fierro, ahí se amontonaban esas gentes (Entrevista concedida por el señor JMP (n.1924) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
Sobre los beneficios adicionales al sueldo, hay una divergencia entre los informantes: algunos dicen que sí recibían una despensa (que incluía queso, arroz, frijoles, maíz) y una vaca para ordeñar y tener leche para la familia; algunos otros dicen que no se les daba nada; y un tercer grupo cuenta que recibían despensa pero sólo productos de segunda que los hacendados no querían. Es posible considerar la hipótesis de una distinción hecha por los propietarios y administradores de la hacienda a algunas familias o trabajadores, por dos motivos como recompensa por la dedicación a las labores o por el referencial de liderazgo que algunos trabajadores o familias detentaban frente a todo el grupo; ambas parecían connotar estrategias de control sobre el grupo de subalternos[x]. Con base en investigación de archivo, Pureco (2008) señala que en las haciendas de los Cusi, entre los peones existían dos categorías: los acasillados, que residían dentro del casco de la hacienda y contaban con ciertos privilegios, y los peones libres que eran la mayoría, quienes sobrevivían junto con su familia en condiciones de pobreza e insalubridad, realizando los trabajos más sufridos del proceso productivo y recibiendo los salarios más precarios.
Pos mira…cuando estaban los Cusis ellos nos trataban bien a todos. Nos mandaban cuatro kilos de arroz a la semana. Una pieza de queso. El almacén allí onta el ejido, allí era el almacén del queso, la leche que entregaban allí […] Gratis. Todo gratis, por parte de los Cusis (Entrevista concedida por el señor JA (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013)[xi].
…porque los Cusis les decía: “Oyes tú, Ramón, agárrate dos, tres vacas y ordéñalas pa tu familia, pa tus muchachos, ahí tú reconócelas nomás las que vas a agarrar”. Nos daban una pieza de queso así cada año; nos daban maíz, nos daban ajonjolí, mataban vacas, animales y secaban la carne y nos daban las cecina; azúcar también les daban; ¡!arroz! bulto de arroz, un bulto de azúcar. Todo eso teníamos ¡y leche!, y queso y todo. Así nos lo daban todos. ¡Ah, y manta!, para ropa (Entrevista concedida por el señor EA (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013)[xii].
A media semana nos daban un valecito pa ir a sacar, este, nos daban arrocito allí, el mandadito de lo que ellos nos querían, frijol picado y queso del que…del viejo, el bueno se los llevaban ellos… ‘taba hecho piedra. Y en esa forma, sacaba uno. Y ya cuando se llegaba la cosa de la raya, ahí le rebajaban a uno sus centavitos y le daban allí lo que le quedaba a uno. Sí porque ahí nos daban todo ahí en la tienda. Taba el almacén, ahí tenían queso, tenían todo. Lo bueno se lo llevaban ellos y ya a nosotros nos dejaban lo que ahí más… [malo] (Entrevista concedida por el señor AMR (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013)[xiii].
En cuanto a la jerarquización del trabajo, al igual que ocurría en los núcleos familiares, en la hacienda también existían niveles de mando bien definidos. Hasta arriba de la pirámide se encontraban los dueños de la hacienda, los Cusi, que de hecho sólo visitaban esporádicamente la hacienda y tenían poco contacto con los trabajadores. Enseguida, se encontraban los administradores y técnicos que eran en su mayoría italianos, de este grupo dependía la gestión y organización de todo el engranaje productivo, ellos vivían en el casco de la hacienda, separados del resto de los trabajadores y disfrutando de ciertos privilegios como electricidad y comida de mayor calidad. De acuerdo con las narrativas, y comparándolas con lo que asegura Paul Claval (2005), es posible entender que la curiosidad, la intencionalidad o el deseo en el cual se cristaliza y se refugia la memoria está ligada al momento particular de la historia del narrador, donde la conciencia de la ruptura con el pasado se confunde con el sentimiento de una memoria rasgada.
Porque a don Dante Cusi nunca lo conocieron. Aquí a Ezio y a Eugenio, hijos de don Dante Cusi, fueron a los que conocían aquí. A don Dante Cusi nunca lo conocieron. Cuando una vez que vino a Lombardía -aquí nunca vino- que vino a Lombardía, ya lo llevaban así de la mano, así [gestos de decrepitud]. Ya estaba grande […] Sí, pero se la pasaba allá en Uruapan y en México, en Morelia. Por eso, aquí don Ezio, Ezio Cusi y don Eugenio Cusi eran los que trabajaban. No trabajaban, mandaban. Porque ellos tenían a Massini, a don Pedro Ñequi [Gnecchi], a don Guido Orio, a don Guido Sizzo, a don Cuco Dadda, él trabaja allá en Lombardía. Pero esos eran los que venían aquí, esos italianos (Entrevista concedida por el señor EOL (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, Michoacán, enero de 2013).

Junto con Dante Cusi y sus hijos, el equipo de italianos empleados en la hacienda son recordados por los entrevistados como “los Cusis”, con ese apelativo se refieren a los de apellido extranjero, que hablaban “como mochito”: Gibellini, Gnnechi, Dadda, Masini, Doddoli, etc. Pureco (2010) señala que durante los primeros años del siglo XX, a fin de cubrir puestos especializados y de confianza –administradores, contadores, abogados, ingenieros y técnicos operarios de los diversos equipos– en las haciendas Cusi ocurrió “un reclutamiento sutil, casi imperceptible pero a la larga inocultable, de extranjeros dentro de los negocios agrícolas de la familia” (p.111). Ese recuerdo pervive en la memoria local, en la que los italianos se distinguen de los trabajadores mexicanos no sólo por el físico y la forma de hablar sino por el mayor rango en la jerarquía laboral. Estos testimonios apuntan a una clara diferencia en el esquema social establecido al interior de la comunidad de la hacienda.
Pero sí me acuerdo que los trabajos de ellos se manejaban por medio de gentes de confianza de ellos, de allá, italianos, eran italianos. Estaba como un señor, que lo cargaban en el campo, un Pedro Ñequis [Gnecchi]; un Massini, que le decían, que tenía un bracito trozado; aquí en la maquinaria que usaban ellos para la trilla de los arroces era Orio […] ese señor, ese era de confianza de ellos para trabajar la máquina esa que majaba el arroz, majaba la granza (Entrevista concedida por el señor JMP (n.1924) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
Esa percepción coincide con lo que apuntan investigaciones anteriores. Glantz (1974: 90-91) señala que existía en la hacienda Nueva Italia:
Italia:
…una diferencia social y étnica tajante, caracterizada por dos estratos bien diferenciados, integrado uno por los patrones, administradores, mayordomos y empleados de confianza y el otro por la peonada. El primero [en su mayoría extranjeros] ocupaba las mejores habitaciones dentro del casco, gozaba de todos los servicios y comodidades posibles; el segundo vivía en pésimas condiciones materiales y de salubridad. Los privilegios de una clase y la sumisión de otra imposibilitaban la movilidad social.
Los italianos organizaban el trabajo pero no ejecutaban las órdenes, para eso estaban los mayordomos que se encargaban de aspectos desagradables como expulsar a los que eran despedidos e incluso hacían de pistoleros en caso de alguna oposición o rebeldía. Para nuestros informantes estos personajes un tanto oscuros eran los malos de la historia, más que los propios hacendados o los administradores, era a los mayordomos a quienes había que temer.
Los patrones era, era raro que se platicara con ellos porque ellos tenían mucha gente este para que mandaran a los otros, ellos, por ejemplo […] don Manuel Arteaga ese trabajo con ellos, ese era uno de las personas que se puede decir de los pistoleros que dicen por ahí de repente, entonces, porque ese todo el tiempo cargaba con pistola, cargaba con rifle, todo el tiempo […] y allí no había quien este hiciera bulla como hacen orita, allí no había nada, allí el que quería hacer algo, lo corrían (Entrevista concedida por el señor GR (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, Michoacán, febrero de 2013).

A cargo de los mayordomos estaba el resto de los peones: manchoneros, compuesteros, cerqueros, replantadores, tableros… y una larga lista de funciones que se realizaban durante la siembra y cultivo del arroz.
Algo que está muy presente en los testimonios es la imagen de los hacendados como “gente inteligente”, especialmente Dante Cusi, quien fue capaz de llevar el agua del indomable río Cupatitzio hasta los desérticos llanos de Antúnez, mediante artilugios, no sobrenaturales, pero nunca vistos en la región como los grandes sifones. Desde esta perspectiva, se reconoce a Cusi como el transformador del territorio, el conquistador no de los hombres sino de la naturaleza. Como bien señala G. Lukacs (2012), la esencia social no puede ser alcanzada sin que se establezca el contraste correcto entre la causalidad de la naturaleza y la finalidad del trabajo, sin el esclarecimiento de sus interrelaciones dialécticas concretas.
…unas canteras que olvídate, que sabe Dios como hayan hecho ese trabajo esos individuos, pura piedra labrada y pa hacer ahí la cosa ‘on ’taba la hacienda, el molino, ahí ‘tán todas las bardas, ‘tán ahí, bonito que todavía se ve. Todavía se ve bonito ese trabajo que hicieron allí. Ese trabajo de veras eran ingenieros que de veras la supieron hacer. Porque fíjate: l’agua esa que han metido, ahí nomás le fueron tomando nivel, nomás que hacia arriba, que hacia arriba de las ‘cequías viejas que hicieron los Cusis pa sacar esa agua ahí de Uruapan. Sí, todo eso. En los abrevaderos, todo eso. En La Gallina, tan especiales trabajos esos que hicieron. Como la inteligencia de los hombres pa venirse de por allá ellos y ver estas soledades aquí y decir: “Esto se va a hacer
hacer aquí, y eso aquí y esto aquí” Y tener dende Lombardia, no dende… de ahí de más allá, de Charapendo p’acá era de los Cusis. De Charapendo. Y todo bien ubicado que tenían todo, el ganado y metían sus ordeñas (Entrevista concedida por el señor AM (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Estos relatos demuestran, de hecho, que los vínculos sociales identitarios con el territorio comprenden la realización de la vida en diferentes escalas y grupos específicos, o sea, la experiencia espacial del sujeto (Costa, 2017). Lo cotidiano del trabajo y la vida privada, no siempre conducen o están dirigidas al bienestar estar del trabajador. Queda claro en los relatos una paradoja: por un lado, hay una perspectiva más dura de la represión de las libertades individuales que del trabajo que la hacienda Nueva Italia generaba para los trabajadores; por otro lado, revelan un imaginario afectivo, o de tentativa de consolidación de vínculos con el territorio, que se realizaba simultáneamente.
No obstante, la hacienda como tal y con su régimen de trabajo instituido por los Cusi, no perduró en la historia, debido al empeño del General Lázaro Cárdenas en establecer un sistema más justo con los trabajadores como se verá en el siguiente apartado.
Las narraciones de los entrevistados sobre la hacienda Nueva Italia se ubican temporalmente en el primer tercio del siglo XX, en esa época las ideas socialistas hacían eco entre la clase trabajadora de México. Hacerse con los medios de producción era una de las propuestas de Lázaro Cárdenas, quien en 1933 se presentó como candidato a la Presidencia de la República. La promesa de expropiación de bienes y tierras nacionales era su carta fuerte en la campaña política. Al poco tiempo, Cárdenas llega a Nueva Italia convertido en Presidente, dispuesto a cumplir su promesa, pero para ello pedía el apoyo de los trabajadores:
En 1932 nos visita el General Cárdenas, ya estaba yo asinilla, mire, a pedir el voto porque él quería ser presidente de la República. Y ya le dijimos nosotros: “Mire, necesitamos tierras pa trabajar”. Había seis, siete, aquí y todos le dijimos “Ayúdenos”. “Ayudenme ustedes primero. Si llego a la Presidencia, la tierra se las voy a entregar a los campesinos. Lo que está en México es de los mexicanos” (Entrevista concedida por el señor EC (n.1924), en Gámbara, municipio de Múgica, Michoacán, febrero de 2013)
Pus ya no recuerdo como estuvo cuando ya se empezaron a ir porque el general Cárdenas los mandó correr [a los Cusi]. Les deba un plazo de quén sabe cuánto tiempo para que desalojaran, se fueran a su país, desalojaran Michoacán. Porque ellos eran dueños de aquí y de Gabriel Zamora, allá parte de los Bancos […] Cárdenas fue en 1936, por ahí, fue cuando fue presidente y él fue pues el que promovió todo eso de recogerles los terrenos para formalizar los ejidos, dárselo a los pobres (Entrevista concedida por el señor JM (n.1924) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
Detalles sobre el conflicto sindicalista y las huelgas organizadas por los trabajadores de las haciendas Nueva Italia y Lombardía están ampliamente documentadas en los trabajo de Pureco (2008, 2010), quien señala que el momento de mayor tensión y violencia entre patrones y peones ocurrió en 1932 cuando los segundos fueron violentamente reprimidos. A partir de ese momento y con el posterior respaldo del presidente Cárdenas, la repartición de la tierra entre los campesino comenzó a dibujarse como una realidad posible. En noviembre 1938, finalmente se concreta la expropiación de las tierras y la fundación del Ejido Colectivo de Nueva Italia, conocido como “ejido modelo” (Glantz, 1974; Pureco, 2010) por lo ejemplar del reparto que benefició a mil treinta y ocho peones, hasta entonces trabajadores agrícolas de la hacienda Nueva Italia, que se convirtieron en ejidatarios. Esa transición, evidentemente, marcó un cambio de época en la pujante localidad, que hacía apenas tres décadas había pasado de ser un territorio inhóspito a ser una zona de cultivo altamente productiva (Alvarado-Sizzo, 2014).
La fundación del ejido en Nueva Italia fue un parte aguas en la vida social de una comunidad que recién se había conformado a raíz de las necesidades de mano de obra de la empresa agrícola propiedad de la familia Cusi, la hacienda Nueva Italia. Pensar una localidad con poco menos de tres décadas de existencia en donde la mayoría de los residentes había llegado de otras partes del país, y que un breve lapso experimenta una serie de cambios vertiginosos, lleva a pensar en las complejidades socio-espaciales derivadas de esa rápida transición. La hacienda, en cuanto sistema económico y de control territorial, tenía un lado turbio que era las condiciones de pobreza de la mayoría de los trabajadores quienes no podían ser propietarios de nada y vivían a la sombra de los hacendados. En ese contexto, pensar en ser dueños de la tierra resultaba una utopía. Utopía que fue realizable gracias a la creación del ejido. Sin embargo, ese cambio, aunque muy positivo en un primer momento, también implicó el surgimiento de nuevos conflictos y desigualdades que redundaron, a la vuelta de unas décadas, en la acumulación por parte de unos cuantos a costa de la desposesión y empobrecimiento de la mayoría.
Cuando la hacienda Nueva Italia fue dividida entre los trabajadores, la población entró en un nuevo sistema en el que se trabajaba en forma colectiva y los otrora peones eran los dueños del terreno, el ganado y la infraestructura productiva. Esta experiencia de colectivización, por la magnitud, única en América Latina; la Reforma Agraria en ese período favoreció establecer a la familia campesina en la tierra rural, de manera que aquello que H. Lefebvre (2001) denominó como una brusca transformación del campo y de las ciudades, una disolución de la estructura agraria que lanza hacia las ciudades a campesinos sin posesiones, arruinados, ávidos de un cambio, fue relativa y temporalmente detenida gracias a la distribución de tierras productivas a los peones novoitalenses, a inicios del siglo XX. La utopía en operación no duraría mucho tiempo
En la memoria colectiva, principalmente en la memoria comunicativa, de Nueva Italia se recuerdan los años inmediatos al reparto agrario, la primera década del ejido, como una época utópica, marcada por la abundancia. Una abundancia ganada por derecho propio y a la que todos tenían acceso, sin depender de patrones. El dinero, antes tan escaso entre los peones, no faltaba entre los ejidatarios gracias a los generosos préstamos del Banco Nacional de Crédito Ejidal, institución financiera federal encargada de otorgar créditos a los ejidatarios, así como asistencia técnica para lograr con éxito las cosechas, mejorarlas y realizar los estudios para introducir nuevos cultivos y adquirir mejores semillas e instrumentos de cultivo (Glantz, 1974).
Aquí la gente no estaba pobre en ese tiempo. Toda la gente vivía bien, todos vivían bien, todos tenían trabajo, todos vivían bien. Y luego el General Cárdenas les puso un Banco de Crédito Ejidal pa que se llenaran de centavos ellos. Hey. Los sábados, desde el viernes, los sábados el banco en la tarde era una feria (Entrevista concedida por el señor EA (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Aquí, el ejido fue dueño del estadio, el estadio lo mandó hacer el ejido. El hospital ese, también, nomas que […] no sé que presidente lo tumbó pa decir que lo habían hecho ellos. Ora, el cine Lázaro Cárdenas era también del Ejido (Entrevista concedida por el señor NR (n.1932) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
En este período de transición entre el latifundio y la propiedad colectiva impulsada por Cárdenas, comienzan a notarse los primeros síntomas de los problemas que llevarían al Ejido a la ruina en las décadas posteriores: corrupción y despilfarro por parte de los encargados la administración (al respecto ver los trabajos de Glantz, 1974 y Guerra, 2017). Las diferencias entre los ejidatarios ocasionan que, a partir de 1950 el gran Ejido Colectivo de Nueva Italia, se dividiera en propiedades privadas, situación que beneficio a unos cuantos y afectó a la mayoría que no contaba con los conocimientos ni las herramientas técnicas para lograr la producción agrícola (Glantz, 1974; Barret y Lynk, 1975).
En este tema en particular, es tangible la forma en que la memoria colectiva no olvida los grandes errores de los líderes locales. Aunque indulgente, la memoria es implacable: en el imaginario de Nueva Italia está muy claro cuáles han sido las causas del fracaso del Ejido Colectivo:
¡El ejido más grande de toda la República! Nueva Italia. Nueva Italia era una, señito, Nueva Italia era una, un -¿cómo le dijera?-, un centro de trabajo, grandísimo, tenía muuucho dinero. Pero los administradores que entraron, ire (hace seña de rascar con la mano, robar). Bueno, […] a uno se llamaba […] Le pusieron “el burrito de oro”. Nomás iba a los centros a Uruapan, él era el secretario del Ejido, y se llevaba las pacononas [de dinero] (Entrevista concedida por el señor EO (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, Michoacán, enero de 2013).
Pero luego empezaron a entrar comisariados rapaces, y luego vendieron el molino, y que vendieron esto, y que vendieron aquello. Y luego lo peor que empezaron a lotificar, a agarrar lotes adentro y así… (Entrevista concedida por el señor EA (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Antonces, precisimamente por esa circunstancia, nosotros tenemos todos los tesoros en nuestro poder, pero desgraciadamente, que la gente por un refresco, por un taco de animal que les dan, por unos 50 pesos que les dan, se venden. Orita mire, mira, cómo crees que estamos, que los compañeros han vendido hasta la dignidad de sus familias (Entrevista concedida por el señor MCP (n.1932) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Las luchas por el poder al interior del ejido generaron una ola de violencia, recordada en la memoria colectiva como “el agarre del 49”: dos grupos antagónicos, buscaban hacerse con el control del Ejido; los muertos de uno y otro bando eran una constante en la vida cotidiana de Nueva Italia. Al respecto Guerra, (2017) señala un panorama violento en la región, especialmente en esa localidad, a raíz de conflictos por la propiedad y el control de la tierra; el mismo autor señala que a pesar del ideal social que planteaba el ejido “… la forma en que se distribuyeron los beneficios de ese modelo de agricultura de exportación no fue equitativa” (p. 63).
En medio de todo el conflicto, estaba el interés por administrar el dinero que llegaba al Ejido y las propiedades que esta institución tenía a su cargo. De acuerdo con Meyer (1987) una de las consecuencias de la reforma agraria es que generó ejidatarios pobres (únicamente poseían la tierra), y ejidatarios ricos (además de la tierra contaban con instrumentos técnicos y capital). Ante el acaparamiento de los apoyos crediticios y la falta de recursos de los ejidatarios, los inversionistas privados aprovecharon la situación, convirtiendo a la región en un territorio caracterizado por una “gran riqueza agrícola y mucha pobreza social, cuyo principal beneficiario ha sido el capital internacional” (Angón, 2001: 279).
Aunque en los recuerdos de los informantes, la memoria comunicativa, aporta datos verídicos, se aprecia que los hechos históricos se mezclan con recuerdos y percepciones personales, al mismo tiempo que no se aportan datos precisos en cuanto a fechas o cantidades, pero en una investigación que emplea la metodología de historia oral, se debe ser consciente de que la memoria individual no es documento preciso ni inamovible. Un aspecto importante es que, de acuerdo con lo que señala Halbwachs, si la memoria individual se sustenta en los marcos de la memoria colectiva, los eventos del pasado se olvidan cuando se extinguen parcial o totalmente los marcos sociales. El pasado no se mantiene intacto ni se revive en la memoria individual sino que su interpretación cambia en función de las transformaciones de los marcos sociales del presente (Seydel, 2014). En este sentido, la memoria colectiva no se rige por la precisión de los acontecimientos sino por la reconstrucción y significado que los sucesos pasados tienen para un grupo social determinado (Mendoza García, 2005a).
En ese sentido, y a propósito de la violencia, es posible, a partir de la memoria comunicativa, hacer una caracterización sobre la percepción de tal aspecto en la época de los Cusi y durante el ejido. Según los recuerdos de los entrevistados, en la época de la hacienda los episodios violentos estaban relacionados con los castigos a transgresores y eran situaciones muy concretas. Durante el ejido, aunque se describe una escalada en los hechos violentos y el número de asesinatos, existe la percepción de que era una violencia focalizada y delimitada a los grupos en conflicto. No afectaba al resto de la población. El contraste más notable surge cuando se comparan esas épocas con el presente que se revela como caótico e incierto, donde la delincuencia e inseguridad no dejan paz para nadie:
… el pleito que había era entre los grupos, no entre la gente de la población, porque en ese tiempo hacían bailes en lo que era ahí la casa… el asoleadearo. Y las muchachas salían a la una o dos, tres de la mañana a sus casas, a pie, y ni quién les faltara al respeto, ni quién les faltara al respeto. Las respetaban completamente, ya nada […] ora es el poder por el poder un grupo dominante, los carteles esos que quieren dominar toda la situación. Toda la política y la situación. Ellos quieren dominar todo, y antes no, antes era una cosa interna del Ejido, nomás. No se metían en política de presidencias municipales, no, nomás el control del Ejido […] no había miseria, ni había bandidaje, ni nada […] nosotros dejábamos en el campo, en el campo, dejábamos los, lo que se nos necesitaba pa sembrar, pa las mulas o lo que tuvieran, y ni quién se los agarrara. Ahí los dejaban, ahí amanecían (Entrevista concedida por el señor EA (n.1933) en Nueva Italia, municipio de Múgica, febrero de 2013).
Entonces, en ese tiempo de los algodones, te daban 600 pesos pa tres toneladas de algodón, el banco… Y cambiabas tú de morralla harto, pa pagar; ponías una mesa y ahí tenías el dineral, ni quién te lo robara. Y gentillal, montonones de algodón, y gentillal, vaciando las sacas y ni quién te robara. Y ora? Orita está duro. Tá duro, durísimo (Entrevista concedida por el señor JR (n.1925) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013).
En cierta forma, el presente es un territorio desolado y sin esperanza: los antiguos peones son ya dueños de la tierra pero ahora enfrentan una situación que está fuera de sus manos controlar; ya no hay promesas de expropiación para cambiar las cosas; el ejido colectivo ha fallado, incluso ahí han perdido el control los campesinos: “Ya hay gente de esa en el comisariado” se quejan refiriéndose al crimen organizado; los apoyos al campo son cada vez más escasos; si acaso los ejidatarios rentan su parcela para obtener algo de dinero, o la van vendiendo de a poco para sobrevivir. La sombra de Lázaro Cárdenas, omnipresente en las memorias de todos los entrevistados, ha dejado de extenderse sobre aquellos a quienes antes protegió.
Es así que la memoria colectiva se construye sobre el espacio social, sobre el “marco espacial”, dice Halbwachs (1990: 143). El marco social y su vida en la superficie terrestre denotan el movimiento universal del individuo como individuo y de los intereses de individuos como representantes de clases que se antagonizan sobre el territorio, produciendo, construyendo y representándolo, distintamente. En ese movimiento, se forman memorias particulares individuales y la memoria colectiva. Halbwachs (1990) considera el espacio como una realidad que perdura, de forma que nuestras impresiones se suceden, una tras otra y no sería posible comprender que pudiésemos recuperar el pasado, si este no se conservase, de alguna forma, en el medio material que nos rodea.
En la memoria colectiva, revelada en la memoria comunicativa, de Nueva Italia se percibe que la etapa fundacional de la localidad se divide en dos etapas antagónicas: la hacienda y el Ejido Colectivo. A cada sistema corresponde un personaje que aglutina el paradigma funcional y el modelo social de la época. Así, en el imaginario local, la hacienda es representada por los Cusi: los extranjeros, los explotadores, los que no se parecían a los trabajadores, los que se llevaban lo mejor de todo, los que se enriquecían a costa del trabajo de muchos.
En oposición a los Cusi, que son descritos como acaparadores de bienes y ganancias, Lázaro Cárdenas –en quien encarna la justicia social, el exterminador del régimen de explotación, el que llevó la justicia a los trabajadores, el patriota que expulsó a los extranjeros– aparece como el donador por excelencia pero además, como un personaje cercano a la clase trabajadora. “Mi general Cárdenas”, dicen todos los informantes. Un hombre tan humilde que se conformaba con la comida de los campesinos, sin exigir privilegios:
Entonces, yo cuando conocí a Mi General, tenía 8 años. Yo oyía: “Que va a venir un General", y: “Que va a venir un General onta doña Cuca”. Y entonces, allá vivía ‘ontá el templo, allá comenzaba un cura a hacer una capillita, una capillita corrientita. “Que va va venir un general a comer ‘on’tá doña Cuca, a almorzar”. Y yo fui, yo fui. Llegó él en un jeep; tres: dos atrás y otro con el chofer, hey, él era. Allí almorzó ontá doña Cuca, allí almorzó (Entrevista concedida por el señor JR (n.1925) en Nueva Italia, municipio de Múgica, abril de 2013 )
Don Lázaro Cárdenas era una persona que para venir aquí nunca andaba preguntando “¿’onde van a hacer la comida?”…Él venía a ver que se iba a hacer, cómo se iba a hacer y donde había así una mujer que, en aquel tiempo había hartas partes que no había casitas, había unas casitas pues así que no tenían pues ni zaguán, nada; nomas veía unos las chimeneas y las tortillas y los frijoles buenos ahí, sanos y todo “-¿Me vende?”, “Si señor”- No conocían al General. “Mi General fíjese que ya está la comida” “Coman. Yo ya comí. Allá una señora me vendió” (Entrevista concedida por el señor EO (n.1930) en Nueva Italia, municipio de Múgica, Michoacán, enero de 2013).
En el otro extremo, está la percepción que se tiene de los patrones, que a pesar de que los trabajadores reconocen que no eran el estereotipo de amos crueles, se llevaban lo mejor de los productos y vivían separados de la clase trabajadora, y eran además extranjeros, lo que los distanciaba aún más de los trabajadores que los veían como algo ajeno; por ello, no fue difícil pensar en exigirles la tierra como algo propio, aunque como los mismos entrevistados explican, tampoco ellos, los trabajadores, eran de originarios de la localidad, pero eran mexicanos, y de acuerdo con la ideología difundida por Lázaro Cárdenas: “Lo de México es de los mexicanos”.
En el caso peculiar de Nueva Italia, queda de manifiesto que la memoria colectiva, a través de la memoria comunicativa, cumple el papel de elemento legitimador de eventos histórico, en este caso la expropiación, justificándolos con la narración en primera persona de las penurias que vivían los peones bajo el régimen hacendario. Por otro lado, esa memoria compartida reconoce el papel importante de Lázaro Cárdenas en pro de una utopía que beneficiara a los trabajadores. Al mismo tiempo, los informantes son conscientes de los errores que llevaron al fracaso de la utopía, lo cual es sumamente importante para advertir a las generaciones presentes y futuras. Hay que tener en cuenta que la memoria comunicativa se refiere al suceso que el sujeto comparte con un colectivo –familia, amigos, trabajo, etc.)– como contemporáneo y testigo ocular. Esos eventos forman parte de la biografía del individuo. Es, finalmente, la memoria del recuerdo vivo, se expresa en la comunicación cotidiana usando un lenguaje informal y vernáculo, se estructura de forma espontánea y no cuenta con soportes institucionales de transmisión (Assmann, 2010).
Con este análisis se ha visto cómo la memoria colectiva, a través de las narraciones, dibuja imágenes de mundo, visiones de una realidad que concierne a un grupo social en el territorio. Es así que la historia oral mediante los testimonios de fuentes vivas nos permiten acercarnos a historias cotidianas cercanas, que a su vez están inscritas dentro de grandes acontecimientos de la Historia. La memoria colectiva proporciona elementos para comprender las sociedades y las culturas, pues como afirma Paul Claval (1999: 27): “La cultura está formada por informaciones que circulan entre los individuos y que les permiten actuar”.
Si la finalidad de narrar desde la memoria es transmitir conocimientos, aunque quizá no los datos precisos que requiere la historiografía, los relatos analizados en este trabajo destacan que hubo tiempos mejores, de trabajo duro y sin muchos bienes materiales pero con la seguridad de que habría siempre comida en la mesa. Nos enseñan también que no basta con dar, como lo hizo Cárdenas con los ejidatarios, hay que guiar, capacitar, educar. Y finalmente, nos muestran estas historias que la corrupción ha sido y es el mayor obstáculo para el progreso de nuestra sociedad.
Lo que está claramente manifiesto en estos relatos es que existe en la memoria colectiva una añoranza del pasado; se idealiza el trabajo como fuente de bienestar, incluso durante la época de la hacienda cuando los trabajadores vivían sometidos a un régimen de explotación, pero que a fin de cuentas, al ser un sistema tan organizado, ofrecía a los peones seguridad en cuanto a vivienda y alimentación, especialmente en el contexto de pobreza y violencia que vivía en la segunda y tercera décadas del siglo XX. Además, existía la esperanza de cambiar de estatus cuando, literalmente, les hiciera justicia la Revolución, y se convirtieran en dueños de la tierra.
En suma, este recorrido diacrónico por los elementos que integran la memoria colectiva, analizada a través de la memoria comunicativa, y dan forma al imaginario popular sobre la hacienda y el Ejido de Nueva Italia, nos permiten una visión comparativa entre ambos regímenes desde la perspectiva de las personas que vivieron, disfrutaron y sufrieron ambos sistemas. La acumulación de experiencias, memorias y recuerdos también permite plantear una mirada crítica para analizar el presente desde el pasado, con base en ese territorio singular de México.






