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Los centros históricos latinoamericanos: conservación, urbanismo, arquitectura y paisaje
Os centros históricos latino-americanos: conservação, urbanismo, arquitetura e paisagem
The Latin American historical centers: preservation, urbanism, architecture and landscape
PatryTer, vol. 7, núm. 13, e52403, 2024
Universidade de Brasília



Recepción: 01 Enero 2024

Publicación: 01 Marzo 2024

Resumen: Los valores urbano-arquitectónicos de la ciudad tradicional, incluída la inserción de nueva arquitectura posibilita una visión de paisaje urbano histórico, como una etapa más de la evolución e historia urbana; como parte de la memoria colectiva y las expresiones actuales de alta calidad, respetuosa de las preexistencias, la estratigrafía y los límites de cambio en las transformaciones. Se ofrece una mirada a la conservación de los centros históricos latinoamericanos desde la conservación, el urbanismo, el paisaje y la arquitectura y en el presente, desde el pasado y hacia el futuro. Con el objetivo de explicar las condicionantes de análisis y cómo inciden en las primeras décadas del siglo XXI, o sea el período más reciente, se propone metodológicamente un análisis sincrónico por períodos y un análisis diacrónico de las variables relacionadas, en el último momento de los cinco considerados.

Palabras clave: conservación, centro histórico, latinoamerica, paisaje urbano histórico.

Resumo: Os valores urbano-arquitetônicos da cidade tradicional, incluindo a inserção da nova arquitetura, possibilita uma visão de paisagem urbana, como mais uma etapa da evolução e história urbana; como uma parte da memória coletiva e as expressões atuais de alta qualidade, respeitando as preexistências, as estratigrafias e os limites de troca nas transformações. Se apresenta um olhar à conservação dos centros históricos latino-americanos desde a conservação, o urbanismo, a paisagem e a arquitetura e no presente, desde o passado visando o futuro. Com o objetivo de explicar as condicionantes de análises e como incidem nas primeiras décadas do século XXI, isto é o período mais recente, se propõe metodologicamente uma análise sincrônica por períodos e uma análise diacrônica das variáveis relacionadas, no último momento histórico dos 5 considerados.

Palavras-chave: conservação, centro histórico, américa latina, paisagem urbana histórica.

Abstract: The urban-architectural values of the traditional city, including the insertion of new architecture, make possible a vision of historical urban landscape, like another stage of the evolution and the urban history; as part of the collective memory and the current expressions of high-quality, respectful of the preexistences, the stratigraphy and the limits of change in the transformations. It offers a look at the conservation of Latin Americans historical centers including the preservation, urbanism, landscape and architecture at present, from the past and toward the future. With the objective of explaining the conditions of the study and how they influenced the first decades of the XXI century, the most recent period. Methodologically, it intends a synchronic analysis for periods and a diachronic analysis of the related variables are proposed from the foundational period.

Keywords: conservation, historical center, Latin American, historical urban landscape.

1. Introducción

La conservación de los centros históricos es un proceso complejo y transdisciplinar, en el que intervienen numerosas variables y relaciones que se produce no solo en el marco de los condicionamientos históricos, políticos, económicos, sociales y culturales de cada época, sino como parte intrínseca e interrelacionada del desarrollo de la ciudad, el urbanismo, la planeación y el paisaje; la arquitectura y la inserción de la nueva arquitectura en los contextos comprometidos; y dónde uno de los aspectos importantes de este proceso es la conducción de las transformaciones necesarias para dar respuesta a los problemas, con herramientas y metas claras que marquen los límites del cambio en esas transformaciones.

Al analizar la conservación de los centros históricos latinoamericanos, se establecen las regularidades que los hacen afines y las particularidades que los distinguen y que puedan haber marcado comportamientos o tendencias en la conservación del patrimonio en los mismos, en el presente pero desde el pasado y hacia el futuro..

Todo ello teniendo en cuenta múltiples aristas: los documentos internacionales icónicos, la evolución de las concepciones teóricas de la conservación, las actuaciones prácticas sobresalientes y su relación con las influencias europeas, sus tendencias y escuelas; así como del desarrollo del urbanismo, la arquitectura y el paisaje, íntimamente relacionados con la conservación del patrimonio y los cambios de la ciudad.

Se considera también, que las influencias externas, demoran en conocerse, madurar y aplicarse en contextos diferentes, por lo que pueden observarse desplazamientos en tiempo o solapes, en la evolución del pensamiento y las acciones de conservación, en los diferentes países; o sea que no se produce la misma secuencia lineal de los estilos, como solía suceder con los géneros consagrados que surgieron a lo largo del tiempo como reacciones, continuidades o rupturas, en relación con lo producido anteriormente.

Para ello se propone metodológicamente un análisis sincrónico por períodos o momentos históricos y un análisis diacrónico del conjunto de variables relacionadas, en cada momento definido, tomando como referencia la periodización planteada por algunos autores como Arango, (2012), Carrión, (2001) y López (1992); para arribar a cinco momentos, que se resumen en la tabla 1. El trabajo se estructura en cuatro epígrafes: el origen: las ciudades del Nuevo Mundo se convierten en centros históricos; los conceptos, criterios y principios necesarios: la evolución: conservación de los centros históricos latinoamericanos y su desenvolvimiento en las primeras décadas del siglo xxi.

Entonces, el objetivo es explicar las condicionantes de conservación, urbanismo, arquitectura y paisaje que se tienen en cuenta para el análisis y cómo ellas inciden en las primeras décadas del siglo xxi, o sea el período más reciente; entre la Carta de Cracovia del 2000 hasta la actualidad, en el que las prácticas de conservación en el continente se dan en proyectos de gran complejidad, con tecnologías de avanzada, pero principalmente con alto nivel teórico, mediante el cual se reconceptualizan y suman nuevas categorías de intervención.

El concepto de patrimonio construido y centro histórico está consolidado —al dejar muy atrás la noción de monumento aislado y de obra excepcional— y la necesidad de conservación del mismo es incuestionable, cuyas teorías se han diversificado, al considerarse además de la Restauración Crítica evolucionada hacia la Restauración Crítico-Conservativa de la escuela italiana, también la Restauración Objetiva y la Preventiva, válidas no solo en la antigua dualidad histórico-artística sino también en la dimensión proyectual y de resignificación del patrimonio.

nivel urbano, el centro histórico se convierte en protagonista de la contemporaneidad y en ellos el desarrollo de la cultura como futuro; así como los planes especiales y de gestión sostenibles, resilientes y participativos que hacen posible la adecuada implementación de dichos planes físicos o programáticos, —aunque con peligros como la gentrificación— pero en los que se promueve que la conjunción de la ciudad tradicional y la nueva arquitectura forme parte del paisaje urbano histórico (puh) como una etapa más de la evolución e historia urbana, como elemento expresivo de lo actual y de la memoria colectiva; de alta calidad y respetuosa de las preexistencias y la estratigrafía del centro histórico.

2. Desarrollo

2.1. El origen: las ciudades del Nuevo Mundo convertidas en centros históricos

Los conquistadores españoles y portugueses lograron el dominio del vasto territorio del Nuevo Mundo en poco tiempo, ejerciendo los poderes militar, jurídico y civil, apoyados firmemente por el poder de la Iglesia Católica, al establecer un sistema de asentamientos bien estructurado. Los pueblos, villas y ciudades fueron trazadas con base en un modelo urbano ordenado


Tabla 1
Resumen del análisis diacrónico y sincrónico de los centros históricos latinoamericanos: Arquitectura (nueva, conservación y arquitectura de integración); Urbanismo (nuevo, conservación y paisaje)
Elaboración propia.

que fue perfeccionándose, desde la retícula irregular de las primeras fundaciones del Caribe, la retícula regular influenciada por los trazados prehispánicos, hasta la cuadrícula clásica de cinco por cinco manzanas cuadradas, propia de Suramérica, a partir de 1530. Cada núcleo urbano jugó un papel en el sistema de asentamientos, según su enclave: ciudades portuarias que servían de enlace con la Metrópoli o entre ellas, en cruce de caminos o en sitios de abundantes recursos naturales; enclaves en los que desplegaron sus características propias.

El ambiente construido de América Latina es representativo y expresión de varias culturas; en él se integraron la herencia prehispánica, la española —y la portuguesa—, la africana y tantas otras posteriores, en un mestizaje sin precedentes. Las culturas precolombinas más evolucionadas se asentaron en los actuales territorios de México, Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia; mientras que en la mayoría de ellos, los europeos encontraron sociedades originarias de diverso nivel de desarrollo que fueron asimilando sus influencias en un proceso de transculturación, inicialmente unidireccional y posteriormente, en un venir e ir, por ejemplo, al llegar a España los influjos de la cultura mestiza, palpable en la arquitectura de las llamadas «casas de indianos».

La plaza mayor[i] (figura 1), el vacío del nuevo espacio urbano, conformada por los edificios de poder —cabildo e iglesia y posteriormente comandancia, audiencia, cárcel— y las casas de los vecinos notables, modelaron cierta homogeneidad, en un proceso urbanizador como nunca antes había experimentado la Humanidad; sin embargo, a pesar de esas aparentes semejanzas, establecidas en las diferentes ordenanzas reales, cada asentamiento adquirió sus rasgos propios de identidad que las fueron diferenciando en cada medio natural específico, de altas montañas, volcanes, desiertos, extensas llanuras o caudalosos ríos; afectados por sismos, huracanes, inundaciones, deslaves o por el cambio climático; con cada potencial de desarrollo económico particular, y con cada manifestación de la superestructura: costumbres, tradiciones, comportamientos sociales, estilos de vida, idiosincrasias, creencias, entre otros aspectos.

A ese núcleo central original marcado por la plaza mayor, común a todas las ciudades, trazadas en cuadrícula o no, y por los edificios dónde se ostentó y en muchos casos se ostenta aún, los poderes civil, judicial, religioso y militar, se le sumaron otras zonas, al crecer las funciones urbanas, con gran flexibilidad y capacidad para asumir los cambios que sucederían posteriormente.

El trazado ordenado se hizo tridimensional con la arquitectura, la casa de patio como unidad básica, y el conjunto de casas alineadas al frente, alrededor de las manzanas, con vegetación al interior —patios y traspatios— (figura 2). Los soportales, los arcos, los techos en varias aguas, cubiertos de tejas de diferentes tipos fueron las invariantes arquitectónicas, durante todo el período colonial en el continente, cuya diferenciación se logró con el uso de códigos arquitectónicos locales y técnicas constructivas elaboradas con los materiales locales, y según la procedencia de los maestros de obra y alarifes que las ejecutaron.

La historia de las ciudades latinoamericanas es bastante corta si se tiene en cuenta que sus fundaciones se producen a partir de 1510 cuando el Renacimiento en Europa había cambiado el oscurantismo de la Edad Media y se comenzaba a enaltecer la antigüedad greco-latina, lo que inicia la conservación moderna según Alois Riegl (Amaro, 2018). Las formas de hacer y pensar fueron traídas por los conquistadores al continente, en el que sus perspectivas de desarrollo y circunstancias fueron diferentes y fueron traídos también los ejecutores de obras que supieron fusionar sus experiencias con los saberes de las culturas americanas, dando como resultado ciudades y arquitecturas con sello propio. Durante la segunda mitad del siglo xix y principios del xx, cuando el continente va logrando su independencia de las respectivas metrópolis, la nueva ciudad ecléctica crece, diferente a la colonial, pero coherente con ella, y se observa una invariable búsqueda de lo autóctono, sin embargo, la influencia de patrones externos —europeos, estadounidenses y también entre países americanos— se hace palpable. Los factores que llegaron a formular una arquitectura propia maduran en un primer momento en la expresión de estilos singulares y exclusivos del continente, el neoindigenista y el neocolonial, también conocidos como estilo nacionalista, que se consolida más tarde con la producción arquitectónica y urbana de un movimiento moderno de características internacionales, pero también de carácter regional propio, además de una producción vernácula destacada.

Los centros urbanos que en un momento fueron la ciudad misma, no siempre tuvieron la connotación de centro histórico, esta es una cualidad adquirida al pasar el tiempo; primero al crecer la ciudad y el antiguo centro desbordar las funciones alrededor de la plaza mayor, sobre ejes urbanos interiores; después, al extenderse y perder su importancia a favor de ejes exteriores y nuevas áreas fuera del centro de la ciudad que implicaron


Figura 1
Plaza Mayor de la ciudad de Santísima Trinidad, Cuba
Hyppolyte de Saint-Rambert, 2011.


Figura 2
Patio interior de la Casa Natal de Ignacio Agramonte y Loynaz, Camagüey, Cuba
Fotografía de Lourdes Gómez Consuegra, 2014.

diversas centralidades, ignorando los valores culturales que encerraba el centro original.

En esos momentos en que los estándares habitacionales mejoraban y nuevos modelos urbanos eran propuestos por el Movimiento Moderno (MoMo), las clases pudientes que habitaban los centros urbanos, los abandonaron en busca de mejores condiciones de habitabilidad.

Como consecuencia, la acumulación de degradación física, social, funcional y económica y la obsolescencia de los edificios, espacios públicos o zonas urbanas produjo la pérdida del papel del centro histórico como área privilegiada para residir mediante procesos de tugurización y terciarización, que vaciaron o desequilibraron de contenido amplias zonas del mismo. Ello condujo a otros impactos colaterales como la marginalidad, la violencia, la delincuen­cia, y la invasión del espacio público. Posteriormente, al tratar de recuperar y rahabilitar dichos centros históricos, nuevos procesos urbanos han agudizado los anteriores, como la turistificación, la espectacularización o banalización de la cultura, la gentrificación o disminución de la población residente; así como las inserciones inarmónicas de nuevas arquitecturas, dando lugar, junto a un ineficiente control de las instituciones, a una renovación especulativa, de diferentes tipos, pero aún subyacente.

En contraposición, se cuestionan los principios del MoMo, se reconocen los valores de la ciudad tradicional y se vuelve la mirada al área central primigenia, se conceptualiza como centro histórico y a la vez se revaloriza su importancia patrimonial, cultural, funcional, social y económica; el regreso al centro urbano original, evidencia la necesidad de su conservación. Esta nueva visión, con enfoque más amplio, se elabora en Italia con propuestas que consideraban la ciudad antigua como centros o conjuntos urbanos, como objeto del planeamiento urbano, al unirse esta noción con la de restauración arquitectónica que iban hasta el momento, cada cual por su camino; esa idea cristaliza con el Convenio de Gubbio, 1960.

Por otra parte, se había evidenciado también, anunciado en las Normas de Quito de 1967, el valor económico del patrimonio y el turismo como fuente de ingresos, con el conocido criterio de «puesta en valor» del patrimonio que encaminó al turismo cultural bien gestionado como potencial de desarrollo económico y progreso de muchos países de la región latinoamericana, sin menospreciar que ese mismo criterio, con un turismo mal gestionado haya traído problemas como la visión de conjunto monumental estático, de ciudad museo y turística, de banalización y distorsión en la trasmisión de un necesario y auténtico mensaje cultural.

Las ventajas de la conservación quedan demostradas, y entonces acuden los antiguos dueños, primero con la turistificación, y más tarde con la elitización de la vivienda y los servicios, deformando los propósitos iniciales y obstaculizando la conservación de los centros históricos, cuyas transformaciones debían realizarse con sensibilidad y cautela. Sobre el primero de ellos, afirma Choay:

Esta cruzada por el consumo mercantil del patrimonio no sólo resulta perjudicial para los visitantes, engañados a la vez acerca de la naturaleza del bien por consumir, […] También conduce con demasiada frecuencia a la destrucción de los lugares etiquetados, tanto por la construcción de las estructuras de recepción necesarias (hoteleras u otras) como por la eliminación de actividades creativas vinculadas a la cultura local y su identidad, […] (Choay, 2020, p. 66).

Comprendidos esos problemas, se ha ido cambiando hacia una visión de centro histórico vivo y funcional para los residentes del mismo y también para los visitantes. Por ello, el carácter social del centro histórico como morada de una gran cantidad de población y también lugar de solución de sus problemas y aspiraciones debe ser el objetivo primordial del planeamiento urbano y la recualificación de esta zona de la ciudad, más en la actualidad cuando es evidente que los centros históricos están perdiendo aceleradamente su población residente.

La diversidad de usos acumulados en el centro histórico, como centro urbano es la que produce la vitalidad funcional y social que lo identifica, desde los administrativos y religiosos más antiguos, hasta los culturales y turísticos más actuales; se tiene entonces una multifuncionalidad expresada en el paisaje urbano histórico que es necesario conservar para que el espíritu del lugar (Gómez & Peregrina, 2009) y las características de identidad propias permanezcan, con una visión contemporánea; además de tener en cuenta las nuevas centralidades complementarias que surgieron al romperse la unidad centro urbano/ciudad, y las relaciones internas y externas que se producen en su funcionamiento, evitando en su evolución, el fenómeno acuñado por Muñoz (2008), como urbanalización.

De ahí, que los planes directores o maestros de las ciudades, comenzaran a contemplar los núcleos históricos como partes integrales de éstas, teniendo en cuenta los valores patrimoniales que encierra, y con ellos la identidad, autenticidad e integridad de los mismos, en la amplia dimensión de su historia urbana. El alto costo del suelo, el sistema complejo de propiedad y de los servicios, la obsolescencia de los edificios e infraestructuras y el deterioro acumulado, deben conducir las intervenciones en el centro histórico en armonía con la ciudad; en ellas, sus habitantes irán conformando las propuestas, teniendo en cuenta los principios de conservación integral y de participación ciudadana.

Todo ello garantizará el arraigo de la población original, generando empleos dignos, viviendas adecuadas y espacios públicos que garanticen la convivencia y la vida ciudadana en esos espacios. Queda evidenciado así, que los centros históricos son los lugares más dinámicos y cambiantes, en los que se expresan con mayor claridad los signos de contemporaneidad (figura 3).

Los resultados del planeamiento urbano de los centros históricos, deben basarse no solo en las soluciones de los problemas planteados, se debe partir ante todo de un concepto claro de centro histórico y de premisas conceptuales que marquen la esencia de su visión —desarrollo del turismo, rehabilitación de la vivienda, refuncionalización del centro urbano, u otros aspectos—, de variables que enfrenten el análisis de la complejidad del proceso y sus adecuadas relaciones, así como de una metodología que integre las principales salidas del planeamiento y la adecuada implementación de la gestión que incluye los recursos necesarios para llevarlas a cabo. El estado como rector que vele por el bien público, el privado y el comunitario; con políticas que serán las que conduzcan la conservación del centro histórico de forma integral, auténtica, sostenible, resiliente, con calidad de vida para sus habitantes y un alto sentido de apropiación y pertenencia de sus valores patrimoniales, ya que los centros históricos son ante todo, una zona residencial.

La revitalización supone lograr un equilibrio satisfactorio entre las leyes del desarrollo económico, las necesidades y los derechos de los habitantes y la puesta en valor de la ciudad como bien público. Los enfoques patrimoniales, económicos, medioambientales y socioculturales no son antagónicos, sino que son complementarios y el éxito a largo plazo depende de que estos enfoques estén relacionados entre sí. (Iwamoto, 2017, p. 3)

Pero también, en el continente americano se patentizan con mayor claridad las asimetrías socio-económicas que han inducido el crecimiento desmedido de los núcleos urbanos originales monocéntricos y de las ciudades en general, con un flujo incesante del campo a la ciudad y de ciudades


Figura 3
Centro histórico de Quito, Ecuador
Cayambe, 2010.

menores a grandes ciudades, en busca de mejores oportunidades y que han conllevado otros graves problemas urbanos de concentración, al convertir las metrópolis en megalópolis y metápolis y la consecuente gravitación sobre los centros antiguos.

2.2. Los conceptos, criterios y principios necesarios.

a

La evolución de los centros históricos, vinculados al proceso de conservación de los mismos, ha estado acompañada de una creciente problemática teórica y práctica, también, urbana y arquitectónica, en la medida que se ha complejizado la ciudad y han evolucionado los criterios y principios de conservación y restauración, pero también del urbanismo, el planeamiento, el paisaje, la arquitectura, la inserción de nueva arquitectura, entre otros aspectos. Si además, agregamos nuevos atributos, valores y tipos de patrimonio, introducidos más recientemente, el panorama se hace más complejo aún.

Dichos conceptos y principios, vistos en el tiempo, pero también las antiguas nociones de monumento, patrimonio, valores y otros, han evolucionado y arribado a definiciones enriquecidas, selectivas y precisas; a conceptos amplios, plurales y diversos, que se reflejan en sus interrelaciones.

Además, los criterios de conservación últimamente, se han apartado definitivamente de la noción monumentalista de la obra maestra singular, que caracterizaron las concepciones del siglo xix, principios del sigloxx y anteriores, hasta abarcar en la actualidad dimensiones múltiples y transdisciplinarias; mientras que la nueva arquitectura que se construye en general en la ciudad y en particular en el centros históricos, así como las acciones de conservación en los edificios están íntimamente relacionadas con el urbanismo y las acciones de conservación urbanas.

Paralelamente, las interrelaciones de los componentes de los centros históricos como el espacio público, la vivienda, el transporte, la gestión, la financiación, entre otros, también han evolucionado, de acuerdo con el desarrollo alcanzado por la ciudad y la sociedad en general; por ello una visión holística de las interrelaciones y el sentido inacabado de los conceptos, en constante redefinición y construcción, son expresados por González Biffis, al recoger el parecer de varios autores, en su idea de centro histórico:

Los centros históricos concentran diversidad de expresiones arquitectónicas, artísticas, económicas, espaciales y culturales que las sociedades fueron produciendo y acumulando… […] No son algo acabado, sino que están en permanente construcción. Por lo tanto, no hay que pensarlos desde su pasado, sino desde su futuro […]. (González-Biffs, 2020, p. 22)

No obstante, es necesario conceptualizar el centro histórico, como parte integral de la ciudad y lugar representativo de lo más valioso del patrimonio tangible e intangible atesorado por la sociedad que lo ha forjado, como un lugar de especial significación de las ciudades; núcleo original y fundacional de la misma, heterogéneo en sus funciones —instituciones de poder civil y religioso, financieras, culturales, educacionales, comerciales, etc.—, contiene la memoria histórica y la huella de los cambios y eventos que se han ido produciendo en él —períodos de abandono, fenómenos naturales, políticas urbanas, entre otros hechos—, marcados en su estratigrafía urbana.

Las primeras consideraciones sobre los centros históricos, en su integridad con la ciudad como organismo urbano, tuvieron lugar, como ya se expresó, en Gubbio, Italia en 1960 y más tarde la Confrontación de Bolonia, de octubre 1974, se refiere al criterio de conservación integral e inmediatamente su repercusión se hace sentir en América Latina, dos meses más tarde, en la Resolución de Santo Domingo, del mismo año. No obstante, es el Coloquio de Quito de 1977, que define centro histórico como: “todos aquellos asentamientos humanos vivos, fuertemente condicionados por una estructura física proveniente del pasado, reconocibles como representativos de la evolución de un pueblo” (Gómez & Peregrina, 2009, p. 307). Sin embargo, sólo diez años después, se dejó patentado de forma oficial en la Complementación a la Carta de Venecia, Eger, 1983/84 considerada como Carta Internacional de Centros Históricos —poco conocida y difundida, por cierto— y la Cartas de Toledo y Washington de 1986 y 1987 respectivamente, sobre ciudades históricas.

Se puede afirmar entonces, que los centros históricos encierran por una parte, los valores legados que deben conservarse para las futuras generaciones y por otra, las crecientes necesidades de modernización de la ciudad y de las nuevas funciones que deben formar parte de ella (Gómez, 2019); manifestando así su principal contradicción, conservación/desarrollo; pero también la de centro histórico/ciudad histórica o la de continuidad/discontinuidad como resultado de nuevas valoraciones patrimoniales, por las que se van incluyendo otras zonas como parte del patrimonio urbano (Chateloin, 2008).

Estas argumentaciones expresan la constante pugna entre la conservación y los planes urbanos, entre la ciudad de la cultura y la ciudad del progreso; pero “la conservación y el desarrollo no se excluyen mutuamente; ambos deben, y pueden, formar parte de un solo proceso de planificación. Hace falta que los proyectos de conservación prevean el desarrollo de la misma manera que el desarrollo sostenible requiere un enfoque adecuado para determinar la política de conservación” (Lamandi, 2006, p. 8).

Dichas contraposiciones se producen de forma diferente en las desiguales realidades económico-sociales de la región latinoamericana; por tanto el planeamiento urbano, la gestión y el financiamiento del centro histórico son los instrumentos que pueden atemperar y equilibrar los contextos físicos a conservar y las realidades socio-económicas cambiantes. Así, el centro histórico es un objeto de estudio del sistema patrimonial, por los valores que encierra; del sistema de planeamiento, por ser un organismo urbano y encerrar su historia urbana; y del sistema de medioambiente por formar parte de una ciudad y un territorio.

Con ello, se llega a una noción amplia, más que de centro histórico encerrado en sí mismo, de contexto urbano o de entorno cultural, como establece la Carta de Cracovia del año 2000:

La conservación en el contexto urbano se puede ocupar de conjuntos de edificios y espacios abiertos, que son parte de amplias áreas urbanas, o de pequeños asentamiento rurales o urbanos, con otros valores intangibles. En este contexto, la intervención consiste en referir siempre a la ciudad en su conjunto morfológico, funcional y estructural, como parte del territorio, del medio ambiente y del paisaje circulante. Los edificios que constituyen las áreas históricas pueden o no tener ellos mismos un valor arquitectónico especial, pero deben ser salvaguardados como elementos del conjunto por su unidad orgánica, dimensiones particulares y características técnicas, espaciales, decorativas y cromáticas insustituibles en la unidad orgánica de la ciudad. (Gómez & Peregrina, 2009, p. 203).

Por otra parte, la noción de centro histórico no ha estado, en sus primeros momentos, vinculada a conceptos actuales como: sostenibilidad, resiliencia, participación comunitaria, inserción de nueva arquitectura, paisaje urbano histórico, entre otros; pero en la medida que ha surgido la necesidad de conceptualizar su contenido se ha ido asociando con esos nuevos atributos, vistos como la relación entre tres ejes importantes: «la conservación de la ciudad histórica, el desarrollo de la ciudad moderna y la gestión para proteger y aprovechar el patrimonio urbano arquitectónico en el siglo xxi» (Bandarin & van Oers, 2014).

Arribar al concepto de paisaje urbano histórico sostenible, constituye una nueva forma de enfocar la relación entre la conservación del patrimonio y el desarrollo urbano, el entorno natural y socioeconómico, integrados en la conservación, nueva arquitectura, el planeamiento y la gestión, para dar respuesta a una interrogante principal: ¿se trata de conservación en el sentido más ortodoxo o de continuidad en la estratificación, que la historia urbana ha venido aceptando en su devenir? o sea, de la reconfiguración del paisaje, de un mayor equilibrio entre la conservación del patrimonio y el desarrollo urbano pero marcando los límites del cambio, para que el resultado sea mesurado y armónico (Gómez & Almeida, 2018).

2.3. La evolución: la conservación de los centros históricos latinoamericanos

Las nociones de monumento, de restauración, de terminación de edificios inacabados, de adición de nueva arquitectura en contextos preexistentes, son tan antiguas como el surgimiento de la civilización humana, la arquitectura y la necesidad de habitar en casas reunidas en poblados, núcleos urbanos y ciudades. Pero estas nociones han sido muy variadas según la cultura y desarrollo de cada grupo humano y su visión del mundo, lo que ha conllevado a ciertos comportamientos y tendencias de enfoques diferentes.

La conservación de los centros históricos en general y del patrimonio cultural en particular, debe abarcar aspectos de diversa índole: culturales, económicas, políticas, estéticas, entre otras. De igual forma, el planeamiento urbano del centro histórico como parte integral de la ciudad, debe estar fundamentado también, en políticas urbanas públicas y estudios multi o trandisciplinarios, de las áreas y edificios sometidos a diferentes acciones urbanas y arquitectónicas; en costumbres y tradiciones, en los que se consideren los factores socio-culturales y económicos, y donde exista un equilibrio entre lo tradicional y lo moderno. El reto está entonces, en “cómo asimilar los cambios ineludibles sin alterar la esencia, en cómo adicionar y no restar valores a ese legado, ni borrar las fuentes creíbles y veraces para la cabal interpretación de su autenticidad” (Rigol, 2012, p. 226); se tendrán entonces, posturas diferentes ante este dilema ético de la conservación, con enfoques mas integrales y no de fragmentos de la realidad (Stovel, 2019) (figura 4).


Figura 4
Centro histórico de La Habana, Plaza Vieja
Fotografía de Lourdes Gómez Consuegra, 2016.

La conservación no es solo restaurar o rehabilitar edificios; la conservación como actividad multifacética es aceptada en su carácter sistémico y holístico, que abarca el patrimonio tangible e intangible, la diversidad cultural, el paisaje cultural, entre otros tipos de patrimonios; comprendidas sus interrelaciones en las diferentes escalas, territorial y medioambiental, patrimonial y del paisaje.

Los centros históricos tienen que expresar su historia, estratigrafía y paisaje urbano que se ha ido reconfigurando en su evolución, o sea “un centro histórico vivo obliga a compromisos para adecuarse a una circunstancia distinta de las de cuando se fue conformando y esos compromisos sucesivos aparecen evidenciados en las distintas capas del propio centro” (Coyula, 2008, s/p.). Las estratigrafías urbanas de los centros históricos latinoamericanos han quedado marcadas por fenómenos naturales y acontecimientos de diversa índole, cambios en el trazado, demoliciones y tantos otros, que van quedando también como parte de la historia urbana de dichas ciudades.

La inclusión de nueva arquitectura en contextos preexistentes constituye una actividad tan antigua como la arquitectura misma; la adición de nuevos edificios, conjuntos u otros elementos, que responden a las necesidades de desarrollo de la ciudad y el uso de los códigos estilísticos de cada época, es una constante en toda la historia de la misma; sin embargo durante largo tiempo este quehacer no poseía teoría y dependía solo del respeto o no, a las preexistencias mediante reglas de sentido común, buen gusto y pericia de quiénes ejercieron el diseño, así como de la evolución de los conceptos de arquitectura, urbanismo, patrimonio y conservación, que se fueron perfeccionando con una fuerte interacción entre ellos.

La conservación del patrimonio cultural impone, por tanto, un reto mayor cada día, pero ha de implicar la conciencia de los ciudadanos que se enfrentan a su preservación y conservación; buscar la autenticidad como parte de la ética de la conservación, no perder de vista que la integridad peligra al dar respuesta a las nuevas necesidades sociales y funcionales; lo valioso está relacionado con la identidad, el espíritu del lugar y debe tener una proyección social; buscar el equilibrio armónico y discreto entre lo contemporáneo y lo tradicional y que el valor, el significado, la identidad, la autenticidad, la integridad sean conceptos dinámicos que evolucionan (Rojas, 2012). Cada nación latinoamericana ha alcanzado así, niveles diversos en el desarrollo de la conservación patrimonial, pero sus características comunes evidencian a grandes rasgos la evolución del proceso en el continente a través de los momentos más significativos, que pudieran marcar diferencias y similitudes pero también tendencias o caminos a seguir en el futuro.

2.4. Los centros históricos latinoamericanos en las primeras décadas del siglo xxi

La ciudad del siglo xxi es la ciudad global, conectada y competitiva; inmersa en las crisis financieras, energéticas y climática. Los países del primer mundo de alto desarrollo poseen una visión globalizadora supranacional, donde el protagonismo lo tiene la conectividad como vía para acortar las distancias y funcionar conjuntamente y con ello hacer desaparecer las fronteras nacionales, con el consiguiente peligro de la atenuación de las identidades culturales; aunque se observa hasta el momento que en la realidad las identidades locales y regionales se han fortalecido mediante fenómenos tan complejos como la patrimonialización y la conciencia de la originalidad de las culturas (García, 2021). Salvar y defender estas identidades subregionales, nacionales y locales es el antídoto a la globalización; salvar y defender es resiliencia cultural (Turner, 2017).

Los centros históricos de las ciudades latinoamericanas, en la era de la globalización, de reelaboración y enriquecimiento de los conceptos relacionados con la conservación y restauración, crecen constantemente y han encontrado en la conservación, en el planeamiento conservativo la actitud mediadora entre pasado, presente y futuro, así como la sostenibilidad de sus actuaciones, involucrando a todos los actores sociales, con un enfoque integral como patrimonio urbano (Rojas, 2021), como nexo entre lugar y sociedad, con usos rentables y posturas de planeamiento más racionales hacia adentro, de densficación. Pero también se han dado tendencias negativas como la gentrificación, —la vuelta a los centros históricos de las clases pudientes, con el desplazamiento de la población que ya lo había hecho suyo—, como sucedió en la Colonia del Sacramento en Uruguay (Caraballo, 2011), en Cartagena de Indias o Antigua Guatemala; o la tendencia a la boutiquización[ii] (Carrión, 2013), —que implica la elitización de los funciones del centro histórico, la quiebra de los patrones culturales y sociales, la pérdida de población residente y su centralidad tradicional—lo que puede provocar que el centro histórico pierda su razón de ser, principalmente para la población local.

En la actualidad, los centros históricos han adquirido un papel relevante y protagónico en el desarrollo de las ciudades; las intervenciones operadas en ellos alcanzan un rol destacado, ya que la recuperación de sus valores patrimoniales plantea nuevas formas de acometer la conservación y han propiciado que el centro histórico se haya convertido en buen lugar para residir y de gran atracción turística. Ellos por sus características intrínsecas de centralidad presentan una gran potencialidad de reactivación económica y social que ahora se aprovecha al máximo, mediante planes urbanos bien concebidos que son también planes de conservación. “En la actualidad la situación ha cambiado, ya que la mayoría de las ciudades tomaron consciencia de la apuesta que representa el centro a nivel económico y social. Después de haber sido una carga, el centro se transforma en recurso” (Collin, 2008, p. 34). Un nuevo paradigma, el proceso de patrimonialización, surge contra la visión de colocar en el sistema mundial de mercado, los bienes culturales del patrimonio material e inmaterial, así como la identidad y diversidad cul­tural, desde instituciones nacionales o internacionales hegemónicas (Pérez & Machuca, 2017).

Los centros históricos se han convertido o tienden a convertirse en lugares embellecidos, recuperados, con espacios públicos agradables, escenografía perfecta para un turismo ávido de cultura, pero con peligros latentes de diversa índole desde la congestión de personas ajenas que chocan con los intereses de los residentes, pasando por la concentración de servicios hoteleros y gastronómicos, el embellecimiento de las fachadas sin atender las verdaderas necesidades de los residentes al interior, el reconstruir “a lo idéntico” o producir “nuevos paisajes antiguos”, términos acuñados por Collin Delavaud, y desde la espectacularización de la cultura, hasta el urbanismo corporativo —compra por una inmobiliaria de varios edificios como fondo especulativo— “que han diseñado estrategias encaminadas a la generación de plusvalías urbanas basadas en valores simbólicos, donde se han movilizado aspectos culturales como el patrimonio, convertido en un recurso que se comercializa con especial intensidad en ciudades históricas” (Jover & Silva, 2017).

En contraposición se ha demostrado:

[...] el poder de la cultura como un recurso estratégico para la creación de ciudades más inclusivas, creativas y sostenibles. La creatividad y la diversidad cultural han sido los principales motores del éxitourbano. Las actividades culturales pueden promover la inclusión social y el diálogo entre comunidades diversas. Asimismo, el patrimonio material e inmaterial es parte integrante de la identidad de una ciudad y genera un sentido depertenencia y de cohesión. La cultura representa el alma de una ciudad y le permite progresar y construir un futuro digno para todos (Bokova, 2017, p.5).

Por otra parte, la arquitectura postmoderna ha continuado evolucionando y las principales ciudades compiten por poseer su edificio “de marca” —neo-monumentos— o grandes conjuntos de la firma de los famosos arquitectos que construyen por todo el mundo. Las ciudades latinoamericanas también acogieron a esos arquitectos, como acogieron también a los representantes del MoMo en su tiempo; quienes han realizado sus obras en el continente: Panamá, Ciudad de México, Santiago de Chile, Buenos Aires, Río de Janeiro entre las más destacadas. Los edificios altos aparecen como nunca antes, en el perfil de las principales ciudades latinoamericanas. En esta etapa se destaca Panamá convertida en la primera ciudad del continente en rascacielos.

Sin embargo, los arquitectos locales han aportado obras en búsqueda de una expresión autóctona nacional o local, como en Córdoba, Argentina, en el Centro Cívico del Bicentenario de Córdoba; en Ciudad de México, la Bolsa Mexicana de Valores, el Museo Soumaya,Cineteca Nacional, el Papalote Museo del Niño, la Torre Reforma, entre otros; en Cuzco, Perú, la Casa Cartagena; en Costa Rica, la British American Tobacco, Caribbean and central America; en Chile la obra de Alejandro Aravena[iii] caracterizada por proyectos participativos de vivienda social, sostenibles y protegidos contra desastres naturales.

Durante lo que va del siglo xxi se ha profundizado y elaborado con mayor precisión los conceptos relacionados con la conservación y restauración de patrimonio, la Carta de Cracovia, 2000, deslinda claramente nociones que fueron hasta principios del siglo xx confundidas, entre otros aspectos:

[…] se valora la diversidad de culturas y patrimonios para su identificación y cuidado, los conceptos de autenticidad e identidad, la nueva idea dinámica de memoria que rescata del olvido y plantea el proyecto unitario de conservación, restauración y mantenimiento y un nuevo concepto de tiempo del monumento como resultado de todos sus acontecimientos (Rivera, 2005).

La Carta de Cracovia es una prueba palpable de la madurez de una cultura de la conservación alcanzada por la comunidad internacional, que ya no acepta la reconstrucción, la falsedad o la banalización del patrimonio y como apuntara Carbonara: “recordando que la restauración es una actividad crítica y creativa, en la cual el arquitecto necesita sensibilidad, competencia, respeto y capacidad de «escuchar» al monumento” (Viceconti, 2017). Estudiosos del patrimonio latinoamericano de sólida formación se destacan en este período: especialistas de Ecuador, Argentina, Cuba, Colombia, Brasil, México, entre otros muchos países representativos.

Desde la década de los 90 en lo adelante, nuevos atributos se suman al concepto de patrimonio cultural y de centro histórico, que ahora evolucionan: sostenibilidad y participación, resiliencia cultural y climática —en sintonía con la Nueva Agenda 2030— (Hosagrahar, 2023), diversidad y pluralismo, interpretación del patrimonio, patrimonialización, entre otros; ellos van a ir perfilando un concepto cada vez más amplio, diverso, plural y flexible en el que se consideran nuevos componentes patrimoniales como, paisaje cultural, pinturas murales, patrimonio subacuático, digital, industrial, moderno, itinerarios culturales, y otros; así como la consideración de más amplios valores.

Numerosos documentos internacionales redactados en el ámbito continental, junto a otros del resto del mundo, han permitido la producción teórica necesaria; así como las definiciones de diversidad cultural, patrimonio inmaterial, patrimonio construido o edificado, paisaje cultural y el paisaje urbano histórico, que aún sigue en elaboración (tabla 2).

La comprensión y protección que se ejerce sobre el patrimonio cultural y las prácticas de conservación en el siglo xxi, se definen en cada circunstancia local específica y aunque las recomendaciones internacionales traten de guiar el proceso, cada contexto asume una forma de desarrollarlo, lo cual supone un gran reto y compromiso con la comunidad internacional y las generaciones futuras, pero principalmente con la población de cada país; teniendo en cuenta que esos criterios también van evolucionando. En este punto, se han ido cambiando las posturas radicales de los primeros conservadores por la búsqueda de la tradición y las fuentes culturales; otras nociones como el “genio del lugar” o “espíritu del lugar”, los paisajes e itinerarios culturales, el turismo cultural sostenible, la resiliencia cultural, la relación armónica de lo nuevo con lo viejo, entre otros aspectos, se fueron incorporando a la recuperación del patrimonio arquitectónico y urbano; así como elementos del patrimonio inmaterial o intangible, costumbres, festividades, tradiciones, etc.


Tabla 2
Conceptos y principios de conservación de las primeras décadas del siglo XXI, y la teoría aportada por los documentos internacionales

Los documentos citados se encuentran en Gómez, & Peregrina, 2009.

Elaboración propia.

Los cambios de uso o reuso responden a la obsolescencia funcional, física o económica de los edificios, con más razones que antes y mejores recursos; buenos ejemplos pueden mencionarse de Cartagena de Indias, el convento de Santa Clara convertido en Hotel; de Panamá el Hotel La Compañía; de Porto Alegre, Brasil, el Centro Cultural Usina del Gazômetro; de Montevideo, Uruguay, el antiguo Mercado del Puerto que alberga nuevas funciones recreativas, gastronómicas y artesanales.

El factor económico impone en el continente grandes desafíos; una población de escasos recursos y amplias necesidades, no podría lograr la sostenibilidad del proceso de conservación, si ella no se involucra en dicho proceso; si no se buscan políticas viables de autofinanciamiento y activación de capital privado, créditos, entre otras formas de financiamiento.

Por otra parte, algunas afectaciones han producido la introducción de los sistemas actuales de transporte; con el precedente del muy elogiado sistema de ómnibus en red, implementado en Curitiba, Brasil, 1974, se han implementado otros muy agresivos a la escala de un centro histórico, como es el Trolebús de coches articulados y el Metro de Quito, el Transmilenio de Bogotá o el Tren Ligero de Guadalajara.

Otro desafío importante para los centros históricos latinoamericanos y su patrimonio es la afectación por constantes fenómenos naturales: sismos, volcanes, huracanes, deslaves, inundaciones, etc. que han sido en ocasiones los detonadores de planes de actuación de urgencia, por lo que los programas para la atenuación de riesgos por desastres, son muy importantes dentro de los modelos de gestión. No obstante las dificultades, numerosos centros históricos han sido recuperados —en mayor o menor grado— tanto en Centroamérica, como Suramérica, México y el Caribe; pero también se alerta sobre varios sitios en peligro de perder su condición de Patrimonio de la Humanidad.

Es la época de los planes de rehabilitación, planes especiales y de gestión de los centros históricos latinoamericanos, planes que conducidos por estrategias de conservación integral, criterios de sostenibilidad y participación comunitaria, resultan ya incuestionables, llevados adelante por instituciones maduras, que cuentan con recursos financieros. Ejemplo de ellos se puede mencionar de Ecuador, el Plan Especial del centro histórico de Quito, 2003-12 y el de Cuenca; de México, el Plan Integral para la Reconstrucción de la Ciudad de México, 2011; de Brasil el Programa Monumenta 2000, para la conservación de veintiseis centros históricos del país; de Cuba, el Plan de Rehabilitación Integral de La Habana Vieja[iv], cuyo modelo de gestión se replicó en las siete ciudades más antiguas del país; de Panamá, los Planes 2000 y 2005. Otro tipo de planes enfocados a objetivos específicos, a manera de campañas, también han sido exitosos como el “Adopta un balcón, Lima, 2012”, en la búsqueda de patrocinios para el rescate de uno de los elementos de mayor identidad de ese centro histórico.

En cuanto a la conservación y restauración arquitectónica, la prevalencia de la Restauración Critica de la escuela italiana convertida en Restauración Crítico-Conservativa, concepto introducido en 1980, por Amedeo Bellini (Carbonara, 1998), ahora se diversifica. Nuevas categorías de intervención han sido inducidas por la evolución y las valoraciones prácticas, como la re-restauración, la des-restauración o la resta-habilitación.

Se acometen las restauraciones de edificios complejos en los que se aplican tecnologías contemporáneas de avanzada, criterios de sostenibilidad arquitectónica, entre otros aspectos; ejemplo de ello en México, la restauración de la Catedral Metropolitana y su altar mayor, como parte del edificio, culminada en 2001 (figura 5); en Bogotá, Colombia, la restauración del Teatro Colón, 2011 o la manzana Liévano en la Plaza Bolívar, 2005-11; en Ecuador, la rehabilitación del Edificio del Correo de Quito, 2019; en Buenos Aires, la Casa de los Pavos Reales, o la Casa Rosada, 2010; en Cuba el Centro Gallego, 2015 o el Capitolio Nacional, 2020.

Pero también se acometen acciones en edificios vernáculos, donde el uso residencial es predominante, como partes de un todo que es el centro histórico, dónde los habitantes forman parte importante del patrimonio cultural con sus costumbres, tradiciones, modo de vida, etc. (Gutierrez, 2017).

Por otra parte, el tardío reconocimiento de los valores patrimoniales de las obras del MoMo ha traido como consecuencia la desaparición de edificios de ese período incluyendo algunos de determinada importancia. El hecho que desencadenó estas y otras muchas demoliciones fue la declaración simbólica “del día en que murió la Arquitectura Moderna”[v]. Como consecuencia, en numerosas ciudades del continente, inumerables inmuebles construidos a partir de los años sesenta han sido poco a poco demolidos para construir edificios multifamiliares, oficinas, comercios o ampliar vías.


Figura 5
Catedral Metropolitana de Ciudad de México, sometida a importantes trabajos de restauración, 2001
Salvador, 2017.

Por su parte, el Memorándum y la Declaración de Viena, 2005 (WHC-UNESCO, 2005), además de cuestionarse la afectación visual que producen nuevos edificios cercanos al centro histórico, constituyen un hito en la elaboración posterior del concepto de paisaje urbano histórico (puh) como una nueva forma de mirar al centro y a la ciudad histórica. Sin embargo, este concepto por ser muy abarcador, “es impreciso, difícil de aplicar y fácil de tergiversar” (Lalana, 2011, p. 15) y conlleva utilizar “los subterfugios del dinamismo imparable y la necesidad de cambio como requisito indispensable para una adaptación al nuevo contexto urbano contemporáneo, y de la nueva dimensión adquirida por los valores intangibles del patrimonio cultural, tuvieran cabida propósitos de índole mercantilista” (Azpeitía & Azcárate, 2016, p. 49).

La Recomendación sobre el paisaje urbano histórico de 2011 (WHC-UNESCO, 2011), se pronuncia a favor de la inclusión armónica de arquitectura contemporánea en los centros históricos, como un proceso natural de reciclaje del centro histórico; intervenciones planeadas y diseñadas de forma significativa en el ambiente histórico construido y que respondan a una determinada dinámica de desarrollo. Los Principios de La Valeta del propio año, advierte de establecer los límites del cambio en cada caso y señala las precauciones a tomar en la inserción de arquitectura contemporánea:

La nueva arquitectura debe ser coherente con la organización espacial del área histórica y respetuosa de su morfología tradicional; todo ello sin renunciar a expresar los modos arquitectónicos de su tiempo, pero evitando los efectos negativos de contrastes drásticos o excesivos, las fragmentaciones, y las interrupciones en la continuidad del entramado urbano. (ICOMOS, 2011).

En este sentido se observan teorías nuevas, como la que enuncia Carbonara (Sanfilippo, 2012). En Europa son numerosos y muy depurados en su diseño el conjunto de realizaciones, respetuosos del contexto en el que se insertan; podemos mencionar, solo para ejemplificar, la ampliación del museo Reina Sofía de Madrid. Del continente americano pudieran mencionarse de México, el Centro de Convenciones de Puebla, la Casa Aldama 26 y la calle Allende 45 y 47 en San Miguel de Allende; de Ecuador el proyecto de regeneración urbana del Malecón de Guayaquil, 2000, el antiguo mercado de Santa Clara de Quito, que fue trasladado de lugar, como Centro Cultural Itchimbía, 2000; de Colombia el Centro Cultural de Cali; de Costa Rica: la Sucursal del Banco BAC de San José, Curridabat; de Argentina el antiguo Palacio Biol; de La Habana, la rehabilitación del antiguo centro comercial La Manzana de Gómez como hotel Manzana Kempinsky, 2018.

Algunos ejemplos europeos han sido criticados por no respetar las vistas relevantes hacia y desde el centro histórico y aunque en ocasiones se ubican fuera del mismo, lo han afectado visualmente (Almeida & Gómez, 2021); en América Latina ha sucedido lo mismo, en Cartagena de Indias, las cuatro torres Aquarelaque afectan las visuales hacia el Castillo de San Felipe y en Cuzco, el hotel Sheraton, volumen de siete pisos de altura, cercano a la Plaza Mayor[vi], son ejemplos a destacar.

En este período ha continuado la colaboración de organismos e instituciones extranjeras, entre ellas, la aeci que se había fundado 1988 y se convierte en (aecid)[vii], 2017, con mayor alcance y contribuciones en las acciones de colaboración en los centros históricos de América Latina, donde ha enarbolado su lucha contra la pobreza y el desarrollo humano sostenible haciéndolo patente en la conservación del patrimonio con la organización de programas de rehabilitación, eventos, cursos, becas y las escuelas taller de oficios para jóvenes, con la recuperación de las labores tradicionales de restauración, en más de quince países de la región.

3. Para finalizar

Los centros históricos latinoamericanos han transitado caminos comunes, no solamente en la conservación del patrimonio, sino también en la arquitectura, el urbanismo, y otros muchos quehaceres que se interrelacionan en la ciudad; mientras que al hacerlo, diferentes condicionamientos y circunstancias han colmado el camino de divergencias y singularidades, que son los elementos que hacen único a cada uno de ellos y los distinguen del resto; experiencias analizadas en el presente pero con una visión que desde el pasado pudieran indicar nuevos caminos hacia el futuro.

El reto hacia el futuro sería asegurarse, como plantea (Jokilehto, 2015), que las convenciones, cartas y documentos internacionales de conservación y restauración sean aplicados y aplicables en contextos amplios, pero también locales, con el reconocimiento de cada sociedad de las especificidades de su patrimonio cultural para ser entendidos como parte de la conservación integral en una cultura sostenible y resiliente, ante la globalización.

4. Referencias bibliográficas

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Notas

5. Notas [i] El concepto de Plaza Mayor no aparece en el urbanismo portugués, lo que no quiere decir que aparezcan plazas en el trazado urbano.

[ii] Término acuñado por Fernando Carrión, la conversión del comercio tradicional en comercio de boutiques, de alto estándar y de élites.

[iii] Premio Pritzker, 2016

[iv]Premio Internacional Dubai, 2000; Premio Stockholm Partnerships for Sustainable Cities; Premio Metrópolis, 2001; Premio de la Asociación para la Gerencia de Centros Urbanos, Valencia, España, 2002; Premio de la Real Fundación de Toledo, 2003; Premio Reina Sofía, 2007 y otros.

[v] Demolición de forma programada en 1972, del conjunto de edificios Pruitt Igoe de M. Yamasaki, construidos en 1954 en San Louis, Missouri, EEUU.

[vi] Ambas construcciones han sido paralizadas debido al peligro de perder las declaratorias de Patrimonio de la Humanidad y se han comenzado su demolición.

[vii] Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo



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