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Recepción: 01 Septiembre 2023
Aprobación: 01 Noviembre 2023
Publicación: 01 Junio 2024
DOI: https://doi.org/10.26512/patryter.v7i14.47709
Resumen: La expansión del agronegocio continúa en Michoacán, principalmente con el cultivo de aguacate. A la par, existen procesos de resistencia en torno a la agricultura con maíces nativos y a la protección del bosque. Este proyecto tiene como objetivo: 1) analizar espacialmente la resistencia a través de las prácticas productivas y el valor de la tierra para las y los campesinos; y, 2) analizar el papel de las resistencias en el proceso de producción del espacio. Para lograrlo, se retoma la idea de “espacialidad de la resistencia” de Oslender y la discusión sobre cómo la resistencia es parte de la producción del espacio. La información es resultado de una reflexión teórica, de entrevistas y del trabajo etnográfico realizado en la comunidad de San Francisco Pichátaro y en el ejido El Grande de Puácuaro, Michoacán. Se presenta una propuesta de tipología de las resistencias que servirá como acercamiento para futuros estudios.
Palabras clave: resistencia, producción del espacio, territorio, multiescalaridad, agricultura.
Resumo: A expansão do agronegócio continua em Michoacán, principalmente a partir do cultivo do abacate. Ao mesmo tempo, existem processos de resistência em torno da agricultura com milho crioulo (nativo) e da proteção da floresta. Este projeto tem como objetivo: 1) analisar espacialmente a resistência através das práticas produtivas e o valor da terra para os camponeses; e 2) analisar o papel das resistências no processo de produção do espaço. Para isso, se retoma a ideia de "espacialidade da resistência", de Oslender, e a discussão de como a resistência faz parte da produção do espaço. As informações aqui apresentadas são resultantes de reflexão teórica, entrevistas e trabalho etnográfico realizados nas comunidades de San Francisco Pichátaro e de El Grande de Puácuaro, Michoacán. Apresenta-se também uma proposta de tipologia das resistências que servirão como aproximação para estudos futuros.
Palavras-chave: resistência, produção do espaço, território, multiescalaridade: agricultura.
Abstract: The expansion of agribusiness continues in Michoacán, mainly with the cultivation of avocados. At the same time, resistance processes are generated around agriculture with native corn and forest protection. This project aims to: 1) spatially analyze resistance through productive practices and the value of land for farmers; and; 2) analyze the role of resistance in the process of spatial production. To achieve this, two notions are taken up, Oslender's idea of "spatiality of resistance" and the discussion on how resistance influences the production of space. The information presented is the result of a theoretical reflection, interviews and ethnographic work carried out in the communities of San Francisco Pichátaro and El Grande de Puácuaro, Michoacán. A proposed typology of resistance is presented, which will serve as an approach for future studies.
Keywords: resistance, production of space, territory, multiscalarity, agriculture.
1. Introducción[i]
Las actividades que se desarrollan en el espacio rural, al igual que en otros espacios, se encuentran constreñidas por la lógica capitalista. Santos (2000) dice que el espacio tiene cada vez más un sistema de objetos y sistemas de acciones más artificiales, en el mundo actual donde las acciones de un lugar son producto de necesidades ajenas localizadas en otro punto de la tierra. Un ejemplo es la constante expansión del aguacate en Michoacán, debido a su inserción en los mercados globales, lo cual se manifiesta en el espacio, en la deforestación y en la disminución de cultivos de importancia como los maíces nativos. Y aunque existen dichas relaciones de dominación, también existen espacialidades de la resistencia que se manifiestan en el cuidado del territorio por parte de los pueblos P’urhépecha.
La agricultura cuando obedece a lo lógica global neoliberal afecta a los territorios debido a que: a) Busca una producción competitiva y la integración a los mercados globales, favoreciendo la territorialización del capital (Manzanal & Arzeno, 2011; Castro & Arzeno, 2018); b) Intensifica la agricultura sin importar el impacto ambiental, la salud humana, las condiciones laborales y el desplazamiento de la agricultura tradicional, las culturas y los modos de vida (Delgado, 2010; Giraldo; 2018); c) Genera espacios favorables para el proceso de acumulación y ciclo del capital (Romero & Ortega, 2007; Dueñas; 2017); d) Aumenta la flexibilización y precariedad laboral (Kay, 2009; Kay, 2019); e) Fomenta el dominio del capital financiero con un control monopolista del mercado global, los monocultivos, el libre comercio y la concentración de tierras, favorece a las empresas y causa exclusión social (Barkin, 2005; Kay, 2019).
México no es la excepción (a partir de la década de 1980) hizo un ajuste estructural, incentivó el modelo agroindustrial y firmó diversos tratados para insertarse a los mercados internacionales. Las decisiones del Estado afectaron a campesinos e indígenas y asumieron a las estructuras ejidales y comunales como un obstáculo para la concentración de tierras y la eficientización de la agricultura, lo que llevó a la modificación del artículo 27 en 1992 para facilitar la venta y renta de tierras. Desde este modelo de agricultura predomina una visión que omite que el espacio es una producción social, por ende, se pierde de vista la dimensión inmaterial de la agricultura y su valor que va más allá de lo monetario. Este es el caso de Michoacán –estado con la mayor producción de aguacate en el país, siendo México el principal productor del mundo– en donde la inserción a los mercados internacionales ha tenido un alto costo socioambiental, lo cual ha sido ignorado por el gobierno. En medio de las condiciones adversas, la voracidad del capitalismo y del abandono del sector rural por parte del Estado mexicano surgen múltiples resistencias.
Comunidades P’urhépechas de Michoacán están en la búsqueda de producir su territorio desde su visión de espacio deseado, incluso luchando por su autonomía. En la presente investigación el eje central fue la espacialidad de la resistencia, acercamiento planteado por Oslender (2002). En este artículo se consideró a la resistencia como una fuerza que permite la transformación del territorio y como un ejercicio de la soberanía territorial. Las resistencias son un frente de oposición a los aspectos indeseados, por lo tanto, también son la búsqueda del espacio deseado. Por ende, este artículo tiene dos objetivos: 1) analizar espacialmente la resistencia a través de las prácticas productivas y el valor de la tierra para las y los campesinos; y, 2) analizar el papel de las resistencias en el proceso de producción del espacio.
Fernandes (2011) menciona que los territorios están compuestos por territorios materiales e inmateriales. Por su parte Lefebvre (2013) dice que las resistencias se encuentran en los espacios de representación, entonces ¿cómo analizar aquello que no se ve y que es parte del territorio? En esta investigación se optó por el método etnográfico para tener un acercamiento a aquello que no se ve, que da fuerza y motiva los procesos de resistencia, y posee una espacialidad.
La etnografía en general requiere un trabajo de campo minucioso, observación directa, conversaciones, entrevistas, observación participante y un diario de campo para registrar las reflexiones de lo que se aprende, observa y escucha (Ariza & Velasco, 2012). Además, es una forma de investigación que involucra la interacción social entre las personas (Taylor & Bogdan, 1994). Las etnografías son comprensiones situadas, son la descripción de lo que hacen las personas desde su propia perspectiva y permiten mirar formas de habitar, de imaginar, hacer y significar el mundo de cada persona o grupo social, así como vislumbrar otras realidades (Restrepo, 2018). La etnografía permitió dar cuenta de las múltiples realidades, de las resistencias y sus espacialidades.
Este estudio parte del trabajo etnográfico realizado en 2017 y de observaciones en los años posteriores en la comunidad de San Francisco Pichátaro y en el ejido el grande localizado en Puácuaro[ii], en Michoacán, su ubicación se muestra en el mapa (figura 1). Pichátaro cuenta con 250 comuneros y se realizaron 41 entrevistas en los 7 barrios que lo conforman: San Francisco, San Miguel, Santos Reyes, Santo Tomas I, Santo Tomas

II, San Bartolo I y San Bartolo II. El ejido El Grande cuenta con 72 ejidatarios y se realizaron 18 entrevistas. En el texto se omiten los nombres y se asignaron claves, seguidas de un identificador numérico, para Pichátaro es SFP y para Puácuaro es EGP. Cabe mencionar que la intención no fue un análisis estadístico riguroso sino analizar las resistencias, por la extensión del texto sólo se ponen algunos testimonios.
En el primer apartado se plantea cómo el espacio es producto del ser al hacer, posteriormente se habla del papel de la resistencia en el proceso de producción del espacio. Finalmente, se habla de los casos de estudio y se presentan las tipologías de la resistencia cuyo objetivo es contribuir al entendimiento de los procesos de resistencia, esto sin omitir que cada territorio tiene sus procesos particulares de resistencia, y que el tema debe analizarse en distintas escalas espacio-temporales.
2. La producción del espacio del ser al hacer
A lo largo del artículo se usa el concepto de ‘espacio’ para analizar, un aspecto central en la geografía, el proceso de producción del espacio, y en este caso para conocer el papel de la resistencia. También se usa ‘territorio’ ya que es en él y por él que se dan los procesos de resistencia. Campesinos e indígenas no hablan del espacio como lo hacemos geógrafos y geógrafas, sino más bien hablan de una lucha y defensa del territorio. A partir del territorio podemos analizar los conflictos, los discursos y las resistencias sociales.
El concepto territorio indica formas concretas de ser y estar con la tierra, es parte de la construcción de una determinada identidad, por ende, la lucha por el territorio implica también la lucha porque se reconozcan otros saberes ( Arzeno, Ponce & Villareal, 2018). Este permite articular –en un enfoque multidimensional– el análisis de las relaciones de dominación, las disputas por los recursos, y la conformación de identidades sociales (Gómez & Hadad, 2007). Este es usado en las políticas públicas, pero sin comprender su profundidad, ya que predominan las lecturas que ignoran la conflictividad y promueven las disputas territoriales, pero cuando es usado adecuadamente posibilita la superación de lecturas sectoriales (Fernandes, 2011).
¿Cómo se produce el espacio? ¿por qué se produce de una manera u otra? No existe una respuesta absoluta, pero a partir de una reflexión teórica y de lo observado en campo podemos decir que se produce del ser al hacer. Santos (2000), plantea que el espacio es un sistema de valores en constante transformación y que da forma a la ideología y a sus simbolismos, y a su vez forma objetos, por lo que, el sistema de acciones y objetos se conectan por medio de la intencionalidad.
Retomando a Fernandes (2011), los territorios tienen el carácter de ser multiescalares por lo que existen disparidades entre las intencionalidades del primer y el segundo territorio:[iii] el primer territorio o territorio de Estado, son los espacios de gobernanza y sus unidades internas en las escalas: nacional, regional, provincial, municipal y distrital; el segundo territorio, son las propiedades particulares: individual y colectiva; capitalista y no capitalista. Esta idea se entrelaza con los tres momentos de la producción del espacio, planteados por Lefebvre (2013): a) Las prácticas espaciales. Formas en las que se genera, utiliza y percibe el espacio; b) Las representaciones del espacio. Los espacios derivados de una lógica particular, de saberes técnicos y racionales, una conceptualización del espacio de científicos, urbanistas, tecnócratas e ingenieros sociales; y c) Espacios de representación. Son las experiencias de la vida cotidiana, las memorias colectivas de formas de vida íntimas y personales, poseen un vínculo con las prácticas espaciales. Y en estos últimos es dónde cobran fuerza las resistencias.
Por su parte Haesbaert (2020) propone la importancia del territorio como categoría práctica, que lo describe como la concepción del territorio en el sentido común, como lo es en la vida diaria de cada grupo social. Remarca que desde la categoría normativa se tiende a una planificación y ordenamiento reduccionista, es decir, no hay una comprensión del territorio como categoría práctica. También señala que, como categoría de análisis al acercarse a la categoría práctica, puede tener diálogos con la vida cotidiana y ser una herramienta política de los diferentes grupos y movilizaciones sociales.
A partir de estos planteamientos se evidencia cómo los diferentes actores y escalas territoriales tienen sus propios valores e intencionalidades que configuran las dimensiones de la realidad (espacio y tiempo). A su vez, a partir de las ideas Lefebvre (2013, 1969) se puede analizar cómo los espacios de representación y las representaciones del espacio no sólo apelan a diferentes valores e intencionalidades, sino también demandan diferentes estructuras, formas y funciones espaciales. Mientras que en la era de la globalización el capitalismo para perpetuarse apela a que estas sean homogéneas, desde lo local se buscan espacios diferenciados.
Los valores son producto de la influencia de la memoria histórica/geográfica, de los espacios de representación en la escala local y, al mismo tiempo, de las ideas provenientes de las representaciones espaciales de diferentes escalas, incluso la global. Actualmente la mayoría de las representaciones espaciales –y del tiempo– se hacen desde un sistema de valores inclinado a la acumulación del capital y los intereses corporativos, por ende, se dejan de lado los valores provenientes de los espacios de representación. Un ejemplo, es cómo el modelo agroindustrial y el campesino compiten por el espacio y promueven modelos de desarrollo distintos (Fernandes, 2011; Castro & Arzeno, 2018).
El capitalismo trata de someter a los espacios a su sistema de valores e invalida a otros para poder perpetuarse, pero desde los espacios de representación existen significados, simbolismos, identidad, historicidad, aspectos intangibles que le dan sentido al vivir en un punto geográfico de esta gran vivienda llamada Tierra. De acuerdo con Lefebvre (1976), las diferentes intencionalidades no poseen el mismo poder para decidir sobre el espacio, pero, así como permean ideologías dominantes también existen procesos de resistencia.
No toda intencionalidad y acción se espacializa sin filtro alguno, hay una compleja interacción entre relaciones de dominación y resistencia, entre y al interior de las escalas. En este sentido, las representaciones del espacio del primer territorio –la categoría normativa del territorio– pueden incidir de distintas maneras, por ejemplo, modificando de manera directa las estructuras o estableciendo formas y funciones ajenas a la concepción de espacio deseado de un territorio en particular. Aunque se entrelazan porque los cambios estructurales dan origen a nuevas formas y funciones, asimismo los cambios en estas pueden demandar nuevas estructuras. Conjuntamente, puede permanecer aquello enmarcado dentro de los procesos de resistencia. Por lo tanto, el espacio es producto del sistema de valores que producen el hacer y que dan origen a prácticas espaciales específicas. Esta idea se trata de resumir en el siguiente esquema (figura 2):
2.1. El papel de la resistencia en la producción del espacio
En cuanto al tema de resistencia aún queda mucho por ahondar desde las distintas disciplinas. García-Canclini (2013, p. 3) menciona que la noción de resistencia ha sido muy usada y debe ser más analizada de forma crítica y que falta definirla con mayor profundidad: “En los diccionarios de la política y la cultura, resistencia no aparece o suele asociarse u oponerse a otras palabras cuyo significado está en pleno debate: aculturación, alternativa, dominación, emancipación, hegemonía,

imperialismo, poscolonialismo”. También menciona que la idea de ‘poder’ inclusive se ha modificado más que este concepto. Por su parte Recasens (2008) menciona que incluso en trabajos clásicos como el de Scott se han omitido las divisiones y contradicciones dentro de los grupos subalternos. Es importante mencionar que muchos trabajos desarrollados por geógrafos retoman la teoría de Foucault respecto a las relaciones de poder (Lima, 2009).
Aquí no se pretende definir resistencia, aunque si se explicará que se entendió como resistencia y se espera aportar al tema desde una perspectiva geográfica. Durante la investigación fue cada vez más evidente la complejidad del proceso de producción del espacio, resaltaron las diferentes intencionalidades y espacialidades provenientes de distintas escalas, así como el papel de la resistencia. Muchas veces se habla de la resistencia de un pueblo como homogénea, pero al observar detalladamente se puede vislumbrar la heterogeneidad que hay al interior.
Las escalas que van desde lo local a lo global constituyen el espacio, justo la perspectiva espacial debate sobre la globalización y su implicación en las culturas y comunidades locales. Las resistencias se articulan y dependen del lugar en el que se forman y se alimentan de las experiencias cotidianas de vivir en un lugar específico, y en el espacio existe potencial para desafiar y subvertir al poder dominante (Oslender, 1999). Existen movimientos que se oponen al valor sólo monetario de las cosas, a la organización sistematizada del espacio y el tiempo, y que generan amplias resistencias por parte de los individuos que tratan de colocarse fuera de los límites hegemónicos, pero también es necesario reconocer que en gran medida están sujetos al poder del capital que muchas veces está fuera del alcance local (Harvey, 2012).
El espacio no es sólo dominio del estado que lo administra, ordena y controla. Las estructuras son creadas y, aunque presenten obstáculos, también pueden cambiarse, ajustarse y derrotarse por los mismos actores sociales, las prácticas sociales pueden reproducir o resistir las estructuras. La lucha por la tierra es una lucha por el espacio, sus interpretaciones y representaciones (Oslender, 2002). Harvey (2012) plantea que las resistencias, las luchas por la autonomía local y las formas de organización son la base para la acción política, y se fundamentan en el poder motivacional de la tradición, pero al mismo tiempo, es difícil mantener el sentido de continuidad histórica frente a todo un flujo y la transitoriedad de la acumulación flexible.
Múltiples territorios rurales en medio de la globalización están expresando su resistencia a las intencionalidades ajenas a su visión del territorio, mantienen sus modos de vida, de organización social y territorial, así como formas de producir alimentos –aunque con nuevos tintes–, en muchos casos resistiendo a las formas de organización territorial hegemónicas y con un bajo apoyo del Estado. Las resistencias van ligadas a la historia y a la geografía particular del territorio, son una expresión de la apropiación y las aspiraciones sobre el espacio y, a la par, existen aspectos que se integran, otros que se toleran y otros que reciben una negación rotunda de acuerdo con una perspectiva local.
Ningún sistema de producción nuevo puede llevarse a cabo sin trastocar las relaciones y el espacio ya existente (Lefebvre, 1976). Ninguna técnica es adoptada con plenitud, pues siempre hay un contexto preexistente, de ahí la resistencia en el espacio cuando es impactado por nuevos acontecimientos (Santos, 2000). En ese sentido es de esperarse que las resistencias sean todas aquellas acciones que emprenden las poblaciones para proteger y asegurar sus medios de sustento (Pelayo, 2022). Las resistencias son ideas y acciones que se posicionan ante las intencionalidades y proyectos que se construyen e implementan desde un ámbito ajeno a los territorios, y que destruyen el tejido social y los componentes de la naturaleza.
Al interior de un espacio existen formas de apropiación hegemónica (dominación) y otras que cuestionan la organización dominante (resistencias) ( Sznol, 2007). Con la tendencia a la homogenización y al acentuarse las contradicciones surge la búsqueda de un contra-espacio “Toda propuesta de contra-espacio, incluso la más insignificante en apariencia, sacude de arriba abajo el espacio existente, sus estrategias y objetivos: la imposición de la homogeneidad y la transparencia ante el poder y su orden establecido” (Lefebvre, 2013, p. 415). Aunque tampoco se pueden negar que, así como hay resistencias, hay procesos de cooptación (Oslender, 2010). La búsqueda del contra-espacio, es resistencia, es la búsqueda de construir el espacio deseado, es un posicionamiento en contra de las representaciones dominantes del espacio.
En un mismo espacio están articuladas múltiples resistencias, en los espacios de representación, dentro de los conocimientos locales, los simbolismos y los significados, construidos y modificados en el tiempo por los actores sociales (Oslender, 2002). Al respecto, Oslender (2002) a partir de la espacialidad de la resistencia analiza las formas concretas y decisivas en las cuales espacio y resistencia interactúan el uno sobre el otro, sus ejemplos parten de analizar la espacialidad de los movimientos sociales. Halvorsen, Fernandes & Torres (2021), por su parte menciona que el territorio es central para las estrategias de los movimientos socioterritoriales y es parte de las luchas. Aunque aquí se abordarán también otras formas de resistencia, no menos importantes que aquellas vinculadas a los movimientos socioterritoriales.
Es relevante mencionar que los atributos del territorio descritos por Fernandes (2011) –totalidad, soberanía, multidimensionalidad, multiterritorialidad– inspiraron y contribuyeron a construir la tipología de la resistencia que se presenta más adelante, ya que como dice el autor es importante mirar los distintos territorios que están unos dentro de los otros, por lo que existe conflictividad. Por lo tanto, la resistencia también se entiende como esa búsqueda de ejercer la soberanía para demarcar el rumbo del propio espacio vivido, del territorio.
Tema que se conecta con la pregunta que planteaba Neil Smith (2002) ¿Cómo se conectan las diferentes escalas? Con sus aportes contribuyó a usar la escala para analizar procesos sociales, y entender cómo las personas o grupos sociales están atrapados o tratan de liberarse del espacio, observó los esquemas de cooperación y contradicciones existentes. También él habla de la escala como una forma de restricción y de exclusión o bien como herramienta para recuperar el espacio de la aniquilación y liberarse de la lógica económica del capital (Smith, 1992). Además, en la geografía ha estado presente la necesidad de ahondar en el tema de escala, incluso para la construcción de una teoría de la escala geográfica, principalmente desde una Geografía Política ( Melazzo & Castro, 2007). Así como para comprender sus conexiones a partir de la acción social y las cuestiones de poder presentes (Grandi, 2022).
Es interesante articular los conflictos como choques entre las interpretaciones geográficas. Se debe reconocer que la Geografía es una disciplina situada en la confluencia de una amplia gama de discursos geográficos, elaborados en ámbitos muy diferentes (Harvey, 2007). En este caso se abordarán las resistencias en el espacio rural haciendo un énfasis en la agricultura. Además, se considera que existe una idea de espacio deseado, que es cómo se aspira a que sea el territorio y se vincula con la búsqueda del contra-espacio. Por lo tanto, también se consideran como resistencias, las intencionalidades y acciones presentes en el territorio que se efectúan desde una oposición a aquello que busca espacializarse, pero que se opone a la idea de espacio deseado.
3. La producción del espacio: una mirada en la escala local
El espacio es un sistema de valores, si bien se produce entre la dominación y la resistencia, en todas las escalas territoriales están presentes distintas intencionalidades y no hay homogeneidad, aquí se muestran parte de esos matices. Las actividades que se realizan en la región se espacializan y pueden provenir de una tradición ya existente en el territorio, pero otras obedecen a la lógica del agronegocio u otros actores.
En el ejido El Grande de Puácuaro y en la comunidad de San Francisco Pichátaro –que de forma resumida se nombran en el texto como Puácuaro y Pichátaro– una parte de su población se dedica a la producción de granos básicos (maíz y avena), principalmente de autoconsumo. Ambos realizan artesanías, Pichátaro elabora muebles tallados (figura 3) y Puácuaro elabora figuras con el tul proveniente del lago de Pátzcuaro (figura 4)–lo que manifiesta la relación indisoluble entre sociedad y naturaleza–. En ellos existen valores e intencionalidades que son parte de sus espacios de representación y que se vinculan con la memoria histórica/geográfica. Además, está presente un arraigo hacia sus tradiciones, sus usos y costumbres, sus formas de organización, su lengua (principalmente en Puácuaro), el cuidado del territorio y los maíces nativos (principalmente en Pichátaro). Se resumen algunas de sus características en el Cuadro 1.
Cada individuo y cada grupo social tiene su manera de estar en el espacio –un conjunto de valores e intencionalidades–, hasta en la escala local no existe una homogeneidad. Los cambios en el sistema de valores también se espacializan, y son perceptibles no sólo en lo visible, sino también en la experiencia sensorial que genera el espacio, y pueden ser considerados positivos o negativos de acuerdo con la idea de espacio deseado que posee cada individuo o grupo social.
Los cambios en las personas se relacionan con los cambios en el espacio y viceversa. Los pobladores de Pichátaro y Puácuaro perciben cambios en sus territorios y en algunas personas. Los jóvenes están más influenciados por la tecnología, hay más problemas de adicciones, y también existen cambios por la migración y la influencia de actores externos. En algunas personas disminuyó el interés por las tradiciones, las costumbres, las fiestas, la lengua, la vestimenta, los trabajos del pueblo y la agricultura, y hay cambios en la alimentación y las formas de construir viviendas. Además, se perciben problemas de inseguridad, robo de ganado, y una pérdida del respeto y de ciertos valores. También, existe molestia hacia quienes no respetan los acuerdos comunales/ejidales e inquieta la adopción de cultivos comerciales, lo cual evidencia la disputa por el espacio entre el modelo campesino y el agroindustrial.



En la producción del espacio tienen peso los significados y simbolismos de los espacios de representación. Las representaciones espaciales gubernamentales (la categoría normativa del territorio) asumen que el bienestar se traduce en el crecimiento económico, pero desde el espacio vivido se desean aspectos invaluables e inmateriales; en ambas localidades se valora la tranquilidad, la armonía, la buena convivencia, la unidad familiar, la seguridad, la alimentación, la educación y la salud. No obstante, en todos los lugares están presentes los valores inducidos por el capitalismo: “[…] las familias de hoy son muy materialistas” (SFP22, 17/10/2017). Asimismo, la tierra y la agricultura tienen significados más allá de una visión monetaria, existe un estrecho vínculo entre el agricultor y su parcela, además esto se relaciona con el interés de conservar, cuidar y defender la tierra, aquí yacen las
memorias familiares y de las luchas agrarias que alimentan a las resistencias.
En Pichátaro sólo se siembran maíces nativos (y están avalados como libres de transgénicos) y no suelen usar insecticidas y herbicidas. Puácuaro, siembra maíces nativos, pero adoptaron los maíces híbridos y mejorados, y el uso de químicos. Actualmente ambas localidades aplican fertilizantes por recomendación del gobierno y técnicos agrícolas. Los agricultores se consideran más dependientes de los insumos agrícolas, los ejidatarios de Puácuaro compran semilla de maíz año con año, aspecto que hace evidente cómo el agronegocio se infiltra hasta en los lugares con agricultura de autoconsumo. En el pasado se sembraba de una manera y la “modernidad” trajo consigo otra idea de agricultura, que se espacializa y se promueve como superior, pero que conlleva a diferentes consecuencias socioambientales.
El ejido El Grande pese a la modificación del artículo 27 no entró al PROCEDE,[iv] consideraron que era perder control territorial. Por su parte Pichátaro mantiene su organización comunitaria, defiende su territorio y luchó por su autonomía, la cual les otorga una mayor libertad para emprender proyectos y les permite deslindarse de una parte de las representaciones espaciales ajenas a su concepción de espacio deseado. En ambas localidades su organización y luchas se entrelazan con el discurso agrario de sus antepasados, que es una de las principales motivaciones para evitar la venta de tierras.
Las representaciones espaciales no siempre inducen cambios estructurales, a veces se infiltran y se adaptan en el territorio para establecer las formas y las funciones que desean, esto se observa en la introducción de cultivos comerciales. En Pichátaro, los paperos no pueden comprar tierras y tampoco es de su interés, porque operan bajo un sistema de acumulación flexible –necesitan movilidad espacial–, cuando degradan el suelo se van a otro lugar, también generan ganancias rentando las tierras a bajo costo y ofertando trabajos de baja remuneración, lo que les permite deslindarse del compromiso social, ambiental, económico y con la salud de sus trabajadores. Aunque en Pichátaro se evita el uso de agroquímicos, cuando las tierras son rentadas a los paperos se establecen nuevas prácticas, formas y funciones. Las parcelas son territorios de paso para las empresas, pero las consecuencias socioambientales y las afectaciones a los cultivos tradicionales se quedan en la comunidad, por ejemplo, para la siembra de papa hay un uso excesivo de químicos y con ello han aumentado las plagas como el kuimboro (Frailecillo mexicano) y se han afectado frutales que eran fuente de ingresos, como los tejocotes que ya no producen la misma cantidad que en el pasado.
El caso del aguacate es similar a la papa, pero este cultivo es perenne y requiere permanecer por más tiempo en el territorio. En Pichátaro se ha frenado la expansión de aguacate, debido a que no es un cultivo aceptado, pese a que el pueblo se encuentra dentro de la franja aguacatera. En la comunidad está prohibida la venta de tierras, el cultivo logra ser una forma presente –modificando funciones y prácticas– por medio de prestanombres, los promotores prometen dejar las huertas al propietario del terreno después de cumplirse un período de cinco años y se desconoce quiénes inducen el cultivo.
En Puácuaro el aguacate se introduce de manera distinta y ha aumentado por diversas razones, se identificaron las siguientes: existe cansancio ante la baja remuneración por la siembra de granos básicos (maíz y avena) por lo que el aguacate se considera más rentable,[v] la concentración y el abandono de tierras en el ejido, y la constante presión en Michoacán hacia la siembra de aguacate. Para algunos ejidatarios es una estrategia para generar mayores ingresos y algunos desean insertarse en los mercados internacionales. Su adopción también se relaciona con la infiltración de los valores provenientes de las representaciones espaciales del gobierno, el capitalismo y los grandes mercados: “en 1991, se puso la primera huerta retando las heladas, cambiar de lo tradicional a lo de vanguardia, que nos da dinero” (EGP15, 24/10/2017).
En Pichátaro desde tiempo atrás se siembra la avena como forraje para el ganado de autoconsumo, pero actualmente aumentó su producción por la demanda por parte de empresas productoras de carne como SuKarne, además el gobierno fomenta su siembra ya que oferta la semilla a mitad de precio. La avena, a diferencia de otros cultivos, tiene una aceptación porque las empresas sólo se dedican a comprar el forraje, no imponen prácticas o el uso de insumos químicos, es una fuente de ingresos y no se percibe como una amenaza fuerte, pero sí se considera que compite con el maíz.
La producción de cultivos comerciales es una función deseada por el agronegocio, las formas cambian cuando la agricultura se somete a este modelo y pasa a satisfacer las necesidades de las empresas en vez de las necesidades sociales. A diferencia de quienes demandan del territorio para generar ganancias económicas, en la escala local se desean cuidar aspectos que se defienden en los procesos de resistencia, que bajo la luz del capitalismo son símbolo de atraso.
Pero al mismo tiempo aparecen y desaparecen formas, funciones y prácticas espaciales, por ejemplo, se perdió la siembra de trigo. En ambas localidades cuentan que se compró semilla de trigo contaminada con chahuistle (roya lineal) y no pudieron controlar la enfermedad, lo que desanimó a continuar con su siembra. Han disminuido los frutales (tejocote, pera, membrillo, capulín), el haba, el frijol y algunas variedades nativas de maíz. Estas últimas principalmente en Puácuaro, ya que las empresas y el gobierno han promovido los maíces mejorados e híbridos, al mismo tiempo que existen cambios en las preferencias: “el mejorado porque el viento no le tumba y el criollo sí” (EGP14, 24/10/2017). Cambios que se vinculan con la presión de los cultivos comerciales, la migración, la falta de mercados y los cambios en los patrones de consumo, entre otros factores
Tanto las representaciones espaciales como los espacios de representación son parte de la producción del espacio. En Pichátaro y Puácuaro son evidentes las consecuencias por el ajuste estructural en México, son pocos los apoyos para los cultivos tradicionales y existe presión por el impulso del agronegocio. En medio de estas adversidades surgen los procesos de resistencia que muestran las disparidades entre el primer y el segundo territorio, puesto que promueven distintas formas de desarrollo, de organización, de sembrar y de vivir. En ambas localidades el territorio se protege por medio de la organización y de acuerdos, a pesar de las adversidades se siembran y conservan los maíces nativos, aunque en Puácuaro se mantenga parte de la siembra por medio de la contratación de mano de obra. Sus procesos de resistencia hacen que prevalezcan formas y funciones de los espacios de representación, esto se observa en la agricultura, el cuidado del bosque y la elaboración de artesanías.
Los valores y las intencionalidades se manifiestan en el espacio, un territorio por más pequeño que parezca alberga diferentes formas de pensar, sentir y producir el espacio. Las nuevas ideas respecto al modo de vivir y del trabajo provenientes de la modernidad –sólo por mencionar algunos aspectos– favorecen la aparición de unas u otras formas, al mismo tiempo que las anteriores y simbólicas permanecen. Entonces, troje (casa tradicional de la región P’urhépecha, se muestra en la figura 5) y vivienda, yunta y tractor, agricultura tradicional y agricultura industrial, variedades nativas y variedades comerciales comparten y compiten el mismo espacio; ya que este se produce entre las relaciones de dominación y resistencia.
4. La espacialidad de las resistencias campesinas
¡Qué no se acabe la tierra y la siembra! (SFP22, 17/10/2017).
Las resistencias son parte de la producción del espacio, se inspiran en el territorio y en la búsqueda del espacio deseado, se fundamentan en las formas de sentir, de pensar y de concebir la realidad (el tiempo y el espacio). El tiempo es parte de las resistencias, a partir de la historia y la memoria colectiva las personas seleccionan las estructuras, funciones y formas que deben permanecer en el espacio y descartan aquellas no deseadas. Resistir es romper con elementos del pasado y a la vez rescatar otros de manera selectiva, también es transformar y construir un futuro en combinación de lo viejo y lo nuevo.
Retomando lo descrito en el apartado teórico, principalmente, la producción del espacio de Lefebvre (2013), los atributos del territorio (Fernandes, 2011), la importancia del tema de escala de Smith (1992, 2002) y lo distante que se encuentra la categoría normativa de la categoría práctica del territorio (Haesbaert, 2020) se desarrolla el tema. Se hace énfasis en el atributo de soberanía del territorio ya que implica tener el poder de decisión para producir el espacio deseado y que este sea manifiesto de las aspiraciones colectivas, lo que también demanda de analizar la conflictividad presente entre territorios y las escalas.
Cada escala tiene soberanía y a su vez cada una está sujeta a otras escalas o regula a otras, por ejemplo, México posee una constitución política, reglas y normas que regulan a las 32 entidades federativas, pero a la vez cada una tiene sus propios mecanismos de regulación y organización: luego cada municipio, cada comunidad, ejido, barrio y colonia. Esta interacción se torna más compleja si pensamos en las políticas mundiales y en los procesos de globalización. Entre países se crean lazos, acuerdos, reglas, tratados que influyen y regulan procesos sociales, ambientales y económicos en otros países. Entonces, aunque en teoría cada país es soberano puede estar sujeto a las decisiones del ámbito internacional. Como menciona Santos (2000), la escala de mando a veces no obedece a la lógica de la escala en la que se ejecutan las acciones.
El problema no es la multiterritorialidad, sino que se omite y que aquellos que tienen más poder en la producción del espacio cambian el rumbo de los territorios y establecen arbitrariamente estructuras, formas y funciones. Un ejemplo fue el ajuste estructural y la firma del Tratado de Libre comercio de América del Norte (TLCAN), ya que el Estado decidió el rumbo del sector agropecuario sin considerar a los sectores vulnerables y los impactos territoriales (sociales y ambientales). Esto se puede observar en los procesos de resistencias aquí presentados.
Las decisiones gubernamentales, en un escenario ideal, deberían ser consensuadas, pero en muchas ocasiones se ejercen de manera vertical abusando del poder que ostentan; existe evidencia que estas favorecen al capitalismo y de que muchas voces no son escuchadas. Entre los diferentes territorios las relaciones de dominación están presentes y van desde las formas más “sutiles” –pero no por eso menos voraces– como la renta de tierras y el uso de prestanombres –como es el caso de cultivos comerciales en ambas localidades–, hasta las formas más agresivas de desterritorialización o de ejercicio de la violencia.

No obstante, estas no son las únicas formas en las que los territorios influyen los unos sobre los otros. Algunos actores sociales buscan que otros adopten sus ideas, valores e intencionalidades. Un ejemplo son los países que aceptan modelos de desarrollo de otros países, dándole mayor peso a la dimensión económica que a la dimensión social, cultural y ambiental. Otro es cómo el agronegocio difunde como superiores sus semillas e insumos químicos, y dice qué y cómo se deben producir los alimentos. En Puácuaro esto se observa en el establecimiento de maíces mejorados e híbridos –de empresas como ASGROW de Bayer–, el aumento en el uso de plaguicidas y herbicidas, y la adopción del aguacate.
En la era de la globalización, la adopción de estructuras, formas y funciones espaciales en cualquier escala son producto de los territorios cercanos y lejanos, y estas se imponen, se adaptan, se aceptan o se rechazan. Uno de los frenos más importantes a las imposiciones es la resistencia, además, ante la dominación los territorios recurren a las reglas y acuerdos que juegan a su favor para regular o rechazar lo indeseado. Del mismo modo, la organización, la defensa y el cuidado del territorio forman parte de la resistencia.
Cada territorio tiene límites geográficos, pero las resistencias, son un escudo, son barreras que impiden la espacialidad de las intencionalidades de diferentes escalas que entran en conflicto con la concepción de espacio deseado. Las resistencias se espacializan, son parte de la producción del espacio, y se llegan a inspirar en los procesos de resistencia de otros lugares o toman fuerza por medio de hacerse visibles en otras escalas territoriales. La suma e integración de resistencias individuales y
colectivas conforman procesos de resistencia más amplios. Las resistencias pueden traspasar las barreras geográficas para lograr su visibilización y ganar las luchas, un ejemplo, es el logro de la autonomía de Pichátaro.
Las resistencias retoman elementos que remiten a la identidad y a las particularidades del territorio, tienen múltiples facetas y escalas de construcción, se construyen a partir del peso y del valor de lo intangible que le da sentido al espacio, estas buscan romper las imposiciones de las representaciones espaciales. Las resistencias no siempre impiden la entrada de las intencionalidades de las representaciones espaciales, ya que estas pueden ser aceptadas o adaptadas, y en el peor de los casos impuestas. Esto se ejemplifica en el esquema (figura 6).
4.1. Tipología de las resistencias
Las resistencias se manifiestan de diferentes formas, pero la mayoría se estructuran y cobran fuerza en los significados provenientes de los espacios de representación. A partir de la reflexión teórica presentada anteriormente y del análisis de los procesos observados en campo se construyeron dos tipologías de la resistencia que permiten entender su espacialidad.
4.1.1 La resistencia del ser al hacer
La resistencia en la manera de pensar (ideológica). Surge en cada individuo o grupo social y cobra fuerza en los significados provenientes de los espacios de representación, en la memoria colectiva, histórica y geográfica. Es la claridad mental y sensible de conocer lo que se

opone a la idea de espacio deseado, por ende, surge del posicionamiento en contra de las posturas hegemónicas, de un anhelo de subvertir las relaciones de dominación y la opresión sufrida. Aunque esta resistencia no siempre se llega a materializar en el espacio, en algunos casos sólo es una postura –un pensar y un sentir– hacia lo que no se siente propio o correcto desde la lente de los valores de cada individuo o colectividad, pero es el origen de otras manifestaciones de la resistencia.
En el caso de Puácuaro algunas personas no están de acuerdo con la siembra del aguacate, pero la resistencia al cultivo sólo se manifiesta en algunas parcelas y no en acuerdos ejidales. Otro ejemplo, es la oposición al acaparamiento y la venta de las tierras, aunque existe una postura de cuidar la tierra ganada por medio del reparto agrario no existen acciones claras para controlar este proceso. Las resistencias son posturas ideológicas que pueden conllevar a acciones o movilizaciones para contrarrestar los aspectos indeseados. Por ejemplo, el descontento hacia el aguacate puede llegar a espacializarse y frenar su expansión.
Pichátaro sirve para ejemplificar cómo la resistencia ideológica puede conllevar a acciones y a espacializarse a nivel comunidad, la lucha por su autonomía y la prohibición del aguacate están presentes en la producción del espacio. También la resistencia ideológica se contagia por medio de la comunicación y puede trastocar a diferentes individuos y territorios.
La resistencia en las prácticas espaciales. Este tipo de resistencia no es menos importante que las movilizaciones sociales, puesto que es manifiesto de distintas ideologías y es parte de la producción del espacio. Un ejemplo es cómo en ambos pueblos hay personas que deciden realizar prácticas agrícolas o prefieren cultivos, entre ellos el maíz nativo, para cuidar el medio ambiente y mantener la gastronomía tradicional. También hay personas que continúan sembrando y que se niegan a vender o rentar sus tierras, y que cuidan del bosque: “prefiero el agua, el pino da y el aguacate demanda” (SFP18, 05/07/2010). La resistencia puede estar o no consensuada a nivel localidad de manera explícita, pero aun así tiene una relevancia en la producción del espacio: “mientras nos den las fuerzas, vamos a seguir [sembrando]” (EGP12, 24/10/2017), "se va a construir en ese pedacito y de todos modos se va a buscar dónde sembrar" (SFP30, 19/10/2017).
La resistencia de acción colectiva. Engloba a las dos anteriores, pero esta manifiesta una organización articulada para hacer frente a los aspectos indeseados, son acuerdos escritos o verbales que regulan lo que sucede en el territorio, o bien movimientos territoriales. Este tipo de resistencia también se refuerza en la memoria histórica/geográfica por medio de la oralidad, un ejemplo es el deseo por mantener la agricultura en Pichátaro: “se trata de inculcar la siembra, es nuestro compromiso social” (SFP35, 20/10/2017).
En Pichátaro este tipo de resistencia se observa en la autonomía, en la organización para proteger el bosque, en los acuerdos en torno a la agricultura y la postura hacia los cultivos comerciales: “lo único originario de la comunidad es el puro maíz, los sembradíos de otros son puros empresarios los vamos a echar de aquí” (SFP47, 14/11/2017). En esta resistencia los comuneros participan de diferentes maneras, algunos apoyan y votan para la toma de decisiones, otros aportan recursos económicos y tiempo (ej. las faenas), y algunos son elegidos para efectuar acciones específicas.[vi] En Puácuaro aunque no existe un proyecto autonómico, ni acuerdos respecto al tipo de agricultura a la que se aspira, la resistencia se observa en la oposición al PROCEDE, en la decisión de no verter las aguas negras al lago, en la vigilancia del territorio y en los esfuerzos de conservar la lengua P’urhépecha: “al PROCEDE no quisimos, que no era obligado era voluntario […] de esa manera no queremos sembrar” (EGP13, 24/10/2017), “el agua del baño no va al lago, tenemos fosas sépticas y de esa manera cuidamos el lago” (EGP16, 24/10/2017).
4.1.2 La resistencia desde las diferentes escalas
La resistencia en el hogar. La escala más íntima de resistencia es el individuo –el cuerpo–. Pero el hogar es el primer sistema de valores con el que tienen contacto las personas y en donde, por medio de la comunicación y la interacción social, se adquieren las primeras ideas de cómo estructurar el espacio cotidiano para después contribuir a la producción del espacio colectivo y público. Esta resistencia se manifiesta en ambas localidades en las personas que siembran maíces nativos y que preservan la lengua, las costumbres, la vestimenta y la comida tradicional: “[la siembra es] el gusto de la casa, se usa para tortillas, tamales, pozole” (EGP13, 24/10/2017).
La resistencia desde la parcela. La parcela es un territorio, posee el atributo de soberanía, y también se conecta con las decisiones y acuerdos de otras escalas territoriales. En ambas localidades desde la soberanía de la parcela se resiste a los cultivos comerciales o se argumenta la libertad de sembrarlos. La parcela es un punto clave de resistencia, un ejemplo es la continuidad de la siembra de maíces nativos, pese a que otras escalas territoriales no resistan o propicien condiciones desfavorables.
En Pichátaro sólo se siembran maíces nativos, está prohibida la venta de tierras y se evitan los cultivos que producen afectaciones: “[cuidamos] no permitiendo gente que siembre cultivos que dañen y que apliquen químicos” (SFP43, 20/10/2017). Pero algunos han sido convencidos de rentar o ser prestanombres para la siembra de aguacate o papa, ya sea por necesidad o por la apuesta a otros cultivos. En Puácuaro, al contrario, existe una fuerte tendencia hacia la siembra de aguacate y no se evita la siembra de maíces híbridos y mejorados, ni el uso de productos químicos, pero desde la parcela algunos evitan la siembra del aguacate y conservan los maíces nativos: “no pusimos aguacate, es malo, hay mucha gente que tiene y se está acabando el agua, luego nuestros nietos qué van a hacer […]” (EGP16, 24/10/2017). Hay personas que desde su sistema de valores resisten y cuidan la tierra, el ambiente y el maíz. Las decisiones sobre la parcela no sólo obedecen al aspecto económico, ya que se le otorga un peso a lo que no se ve, pero se siente: “siento emoción grande cuando empiezo hacer los surcos” (SFP32, 20/10/2017).
La resistencia en el barrio. Pichátaro está conformado por siete barrios y quienes los encabezan se apegan a las normas de la comunidad, esta estructura ayuda a organizar el cuidado del territorio, las elecciones de los representantes comunales y la toma de decisiones. Cada barrio posee un grado de soberanía territorial y atiende sus problemas de manera distinta, y la resistencia se expresa de diferente forma, por ejemplo, en el cuidado del bosque: “hay barrios que no cuidan, nuestro barrio cuida el monte, cada quien cuida a su modo” (SFP40, 21/10/2017). Aunque hay unidad también existen diferencias: “antes cada barrio era un pueblo, cada barrio eran pueblitos y cada pueblo tiene su modo de trabajar […]” (SFP42, 20/10/2017). Como en todo territorio la inclusión de la multiterritorialidad es necesaria y a la vez es complicada, aun así, entre los barrios existe una relación de respeto e intereses conjuntos en cuanto al territorio, un ejemplo fue la lucha por la autonomía y la construcción de la universidad intercultural.
La resistencia en la localidad. El nivel de cohesión y organización, ideas y objetivos en común, que existe en el territorio establece la fuerza de la resistencia para lograr la producción del espacio deseado. En el caso de Puácuaro el nivel de organización se manifiesta principalmente en la lengua, las fiestas y las costumbres, la oposición al PROCEDE y las acciones de no verter aguas negras en el lago de Pátzcuaro, pero en otros aspectos la falta de acuerdos no demarca el rumbo, esto se hace evidente en la expansión del aguacate: “no hay proyecto, la juventud ni quiere trabajar el campo. En vez de sembrar maíz siembran aguacate, sí está bien, pero ya hay muchos. El aguacate jala mucha agua, no trae aire fresco como otros árboles, luego se preguntan por qué ya no hay agua, pero esos árboles cuando crecen le dan dinero a la gente” (EG58, 24/11/2017).
En Pichátaro la resistencia se expresa en las tradiciones y costumbres, en el rechazo de las semillas no nativas y de la tala ilegal, en la oposición a la papa y el aguacate. También hay una oposición a los partidos políticos, a la discriminación y a las imposiciones del gobierno, lo que conllevó a la obtención de la autonomía como una forma de romper el yugo de las representaciones espaciales gubernamentales indeseadas y de mantener la soberanía territorial: “ […] la idea de la autonomía es exigir nuestros derechos de que se pudiera ejercer el recurso de la comunidad […] lo que le inspira a uno es la situación en la que uno vive, nos llevó a pelear primero no ser discriminados, no depender del municipio” (SFP52, 14/11/2017). Se muestran las siguientes fotografías que evidencian la resistencia (figura 7).
Esta escala de resistencia es crucial para la producción del espacio, requiere una claridad de los aspectos deseados e indeseados, una visión conjunta, de la mano de la organización y los ejes de comunicación efectiva. También requiere que los proyectos territoriales atiendan la multidimensionalidad y multiterritorialidad, y para ser exitosa necesita que las otras escalas territoriales también resistan, desde el individuo hasta el barrio.
La resistencia desde el consejo supremo indígena. El consejo está conformado por las comunidades P'urhépecha que defienden su territorio y cuidan su cultura, se oponen a la discriminación, a las imposiciones y al abandono del gobierno, y buscan que sus espacios sean una manifestación de sus anhelos y aspiraciones.[vii] Desde esta unión de pueblos se han inspirado las luchas por la autonomía, fiebre de resistencia que se ha expandido en el territorio P'urhépecha, donde pueblos como Cherán, Santa Fe de la Laguna y Pichátaro han emprendido proyectos autonómicos.
Otras escalas de resistencia. Los territorios comparten sus historias de resistencia y se pueden convertir en fuentes de inspiración a lo largo del país y del mundo. Un ejemplo es la comunidad de Pichátaro que firma con el lema de los zapatistas “Mandar obedeciendo” y con una frase que han adoptado los grupos indígenas de México “Nunca más un México sin nosotros”. Las resistencias en las diferentes escalas se entrelazan y llegan a configurar frentes más amplios; estatales, nacionales y entre países. A continuación, se presenta una breve síntesis de las resistencias (Cuadro 2).
4.1.3 Las conexiones entre escalas de resistencia
Las escalas se conectan unas con otras, pero al mismo tiempo su atributo de soberanía les da la cualidad de repelerse. Por ejemplo, un hogar se compone de individuos, y unos pueden expresar resistencia por continuar con la agricultura y otros optar por otras actividades ante la falta de oportunidades, algunos pueden conservar la comida tradicional y otros cambiar sus patrones alimenticios, o pueden darse diferentes procesos al


mismo tiempo, puesto que el espacio se produce de forma dinámica entre lo viejo y lo nuevo. Además, las personas pueden estar vinculadas a otras escalas de resistencia y luchas colectivas.
De la misma forma, la parcela tiene una fuerte carga sensorial y de significados –para quienes la trabajan– y su defensa es también la defensa del territorio. Esta puede vincularse con procesos de resistencia y de dominación presentes en otras escalas. La parcela tiene soberanía así que las
personas pueden decidir que sembrar, pero al mismo tiempo está expuesta a las presiones por parte de las intencionalidades de otras escalas como la expansión de cultivos para los mercados globales.
La resistencia en la localidad es crucial para la producción del espacio deseado, para esto debe existir una visión conjunta o acuerdos que demarquen a qué se aspira en un territorio determinado. Al mismo tiempo las resistencias se inspiran las unas a las otras, Pichátaro se inspiró en Cherán y a su vez estas comunidades se conectan con las luchas de la meseta P’urhépecha que se oponen a la visión capitalista del territorio. Un ejemplo de ello es la declaración de la Unión de Comunidades Indígenas Forestales de Michoacán por el Planeta, entre ellas Pichátaro:
[…]Después vino el cambio de uso de suelo con el “oro verde”, es decir, el aguacate y últimamente las frutillas […] Nuestro bosque hogar […] y se encuentra amenazado por un modelo de desarrollo que considera al dinero su máximo valor. […]Nosotros no le apostamos al desarrollo del modelo capitalista; nosotros le apostamos a la vida. Le otorgamos más valor a un árbol que a un tren; a un águila que a un avión; a un bosque que a una huerta; a un río que a una autopista […] (La Unión de Comunidades Indígenas Forestales de Michoacán por el Planeta, 2019).
5. Consideraciones finales
Si bien es cierto que no hay territorio en donde la mano del capitalismo no esté presente, en muchos lugares se configuran procesos de resistencia. Toda actividad humana tiene una carga ideológica, campesinos y capitalistas tienen aspiraciones que difieren y se espacializan de manera simultánea. Aunque las representaciones espaciales de las empresas y el gobierno han favorecido al agronegocio, en Pichátaro y Puácuaro las resistencias están presentes y son parte fundamental del proceso de producción del espacio, por ejemplo, sin ellas el maíz nativo y bosque estarían más desplazados por el aguacate, y no habría freno a los procesos de expansión del capital que devastan sociedad y naturaleza. Aún en medio de la globalización se puede hablar de resistencias y de espacios diferenciados, lo que muestra cómo el espacio también es producto del anhelo de aspectos inmateriales como la cultura, la tranquilidad, la seguridad, la memoria histórica/geográfica y la cosmovisión.
No obstante, el espacio vivido puede no ser el espacio deseado cuando se ejerce presión hacia ciertos usos, atentando contra la soberanía que cada grupo social posee y desea para trazar desde su propio contexto el rumbo de sus territorios. El espacio es un sistema de valores, por ende, esto hace evidente cómo lo material es producto de lo inmaterial. La lucha por la espacio es una pelea entre intencionalidades, por lo tanto, es necesario entender las contradicciones y conflictos existentes.
Cada territorio tiene su propia concepción de espacio deseado –desde sus espacios de representación–, la cual es el filtro para decidir que permanece, cambia, se adapta, se acepta o se rechaza. En cada escala territorial son diferentes las medidas para proteger el territorio y para resistir a lo indeseado, todas las resistencias son ideológicas y de ahí pasan a la práctica, es decir, del ser al hacer. Todas las formas y escalas de resistencia son cruciales para las luchas, pero es desde la unidad social que estas cobran fuerza. Las resistencias se espacializan, se nutren de la memoria histórica/geográfica, son un anhelo de cambio o de permanencia de ciertos aspectos y también son una expresión ante el cansancio y la injusticia.
Las reflexiones teóricas permitieron el análisis de los procesos de resistencia, pero el trabajo de campo fue lo que permitió la construcción de las tipologías de las resistencias. Las resistencias también cambian con el tiempo, así que es importante analizar este tema en su dimensión temporal y espacial. A lo largo del trabajo se muestra cómo la resistencia contribuye a la producción de los espacios deseados, y también se observa cómo se desean o se cuidan aspectos inmateriales, esto evidencia que el espacio es más que una geometría, y que los territorios son más que la infraestructura. Es necesario mirar aquello que no se ve pero que es parte de la producción del espacio deseado.
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Notas