I. ESCENARIOS

La campaña presidencial de 2017 en medio de la tormenta populista.

The 2017 presidential campaign amid the populist storm

Patrick Charaudeau
Université de Paris XIII, Francia

La campaña presidencial de 2017 en medio de la tormenta populista.

deSignis, vol. 31, pp. 103-110, 2019

Federación Latinoamericana de Semiótica

Recepción: 21 Mayo 2018

Aprobación: 01 Junio 2018

Resumen: Se postulará que el populismo no es una causa, sino un efecto, que no es un antecedente, sino una consecuencia, no es un origen, sino un resultado, en resumen, que es un síntoma de otra cosa: el estado de la sociedad. Por lo tanto, se propondrá abordar esta cuestión tratando de responder cuatro preguntas: (i) el populismo es antidemocrático; (ii) el populismo es de derecha e izquierda (iii) cómo el populismo produce un efecto de desorientación ideológica; (iv) cómo, en esta campaña de 2017, es síntoma de una crisis identitaria.

Palabras clave: populismo, síntoma, discurso, campana, identidad.

Abstract: It will be postulated that populism is not a cause, but an effect, which is not an antecedent, but a consequence, it is not an origin, but a result, in short, which is a symptom of something else: the state of society. Therefore, it will be proposed to address this question by trying to answer four questions: (i) populism is undemocratic; (ii) populism is right and left (iii) how populism produces an ideological disorientation effect; (iv) how, in this 2017 campaign, it is a symptom of an identity crisis.

Keywords: populism, symptom, speech, campaign, identity.

Es difícil hablar de populismo, porque hay una proliferación de escritos de todo tipo (artículos científicos, ensayos, columnas de periódicos, foros), sobre todo críticos de esta forma de expresión política, hasta el punto de que uno se pregunta si todavía hay algo nuevo que decir. Y, sin embargo, sí, todavía hay algo que decir si queremos analizar este fenómeno sin apriorismos, sin querer denunciarlo a toda costa, y tratar de comprenderlo mediante un análisis, que será aquí un análisis del discurso. Esta campaña estuvo marcada, entre otras cosas, por discursos de estigmatización del populismo, tanto de derecha como de izquierda, como si el populista fuera siempre el otro. Frente a esta estigmatización, hay quienes rechazan la calificación, principalmente aquellos que se identifican como partidos de gobierno --mientras coquetean con ella, como lo hizo Nicolás Sarkozy en el pasado--, y hay quienes la reclaman, como esta declaración de Le Pen: “Si ser populista es reconocer a la gente la facultad de opinión, el derecho a expresarla y escucharla, entonces sí, porque al mismo tiempo, es ser democrático”.

No entraremos en estas polémicas (una controversia es siempre un ataque ad hominem), y nos libraremos de los análisis y comentarios que ven en el populismo las razones del aumento de las intenciones de voto del Frente Nacional. Se postulará que el populismo no es una causa, sino un efecto, que no es un antecedente, sino una consecuencia, no es un origen, sino un resultado, en resumen, que es un síntoma de otra cosa: el estado de la sociedad. Por lo tanto, se propondrá abordar esta cuestión tratando de responder cuatro preguntas: (i) el populismo es antidemocrático; (ii) el populismo es de derecha e izquierda (iii) cómo el populismo produce un efecto de desorientación ideológica; (iv) cómo, en esta campaña de 2017, es síntoma de una crisis identitaria.

¿ES DEMOCRATICO EL POPULISMO?

Tres puntos de vista se disputan en torno a esta pregunta, puntos de vista que resumiremos brevemente. Para los juristas y psicólogos neodarwinistas del siglo XIX, es un nacionalismo desnaturalizado, antesala del totalitarismo. Para los analistas contemporáneos, como los argentinos Ernesto Laclau (1978) y Alexandre Dorna (2006), así como Pierre-André Taguieff (2002), el populismo se inscribe dentro del juego democrático como síntoma del abandono de las clases trabajadoras. “Cuando las masas populares quedan excluidas de la arena política durante mucho tiempo, el [...] populismo, lejos de ser un obstáculo, es una garantía de democracia, porque evita que ésta se convierta en pura gestión (Dorna.2006:5)” [Traducción del autor]. A lo que podemos agregar que el discurso populista tiene el derecho de Citar en nombre de la libertad de expresión y del contrapoder. Para Pierre Rosanvallon: “La actualidad del populismo, es la actualidad de una fatiga democrática; es la sombra oscura de las disfunciones democráticas” ( L’Obs n°2735, 06/04/2017. ) [Traducción del autor].

En lo que a mí respecta, comparto el punto de vista de Laclau y Dorna, en que el populismo se inscribe dentro de la democracia, partiendo del principio (y de la observación) de que el discurso populista es una variante del discurso político, sin considerar que sea deseable. También comparto la opinión de Rosanvallon de que, si el populismo se basa en la democracia, es el síntoma, no de su disfunción, como dice, sino de sus contradicciones. Me gustaría mostrar, entonces, cómo el populismo es democrático y problemático, y para hacer esto, trataré de distinguir entre la retórica discursiva y los valores de estos discursos, para mostrar cómo esta retórica es una variante del discurso político, y para indicar los efectos de desorientación ideológica que el discurso populista produce.

EL DISCURSO POPULISTA UNA VARIANTE DEL DISCURSO POLITICO

Si el populismo es: “actitud política que consiste en reivindicar al pueblo, sus aspiraciones más profundas, su defensa contra los diversos males que se le han hecho” [Traducción del autor], como se define en el diccionario Larousse, podemos preguntarnos cómo difiere del discurso político que también pretende satisfacer las aspiraciones de la gente. Porque el discurso político obedece a una puesta en escena que trata de responder a cuatro preguntas: (i) ¿Qué es lo que está mal en la sociedad? (ii) ¿De quién es la culpa? (iii) ¿Qué clase de líder soy? (iv) ¿Qué valores defiendo? La primera pregunta lleva a la denuncia del desorden social; la segunda a denunciar a los responsables de este desorden; la tercera a construir una cierta imagen del líder; la cuarta a exaltar valores.

El discurso populista se inscribe dentro de la misma puesta en escena radicalizada, llevándola al extremo: (i) la denuncia del desorden social es una excusa para exacerbar la situación de víctima del pueblo en un discurso de victimización; (ii) la crítica a los responsables es empujada hasta la satanización de los culpables en un discurso que promueve la eliminación del enemigo; (iii) el líder se presenta como el salvador providencial que lleva la voz de la gente; (iv) los valores se defienden de forma paroxística. Desde un punto de vista discursivo, el discurso populista no es más que un discurso político en exceso. Sin embargo, se ha observado que durante la campaña, esta retórica discursiva ha sido manejada tanto por la extrema derecha como por la extrema izquierda y, a veces, incluso por algunos líderes de los partidos gobernantes.

El discurso de victimización ha consistido en jugar con los miedos: miedo a la disolución de la identidad nacional bajo la presión de la inmigración, cuyo efecto genera un aumento de la xenofobia (principalmente en la derecha); miedo a la pérdida de trabajo debido a la posibilidad de que los trabajadores europeos vengan a trabajar a Francia, lo que causaría desempleo (en la derecha y en la izquierda); temor a la desapropiación de la religión al insistir en los asuntos del uso del velo islámico, la construcción de minaretes, la expansión de las oraciones en la calle (principalmente en la derecha); miedo a la decadencia moral de la escuela republicana (en la derecha y en la izquierda).

La satanización de los culpables ha consistido en estigmatizar a las élites políticas, generalizando el fenómeno de la corrupción a toda la clase dirigente, produciendo el efecto de desacreditarla al poner a todos los partidos en la misma bolsa (UMPS) y, en consecuencia, justificar el rechazo de todos los líderes de los partidos políticos, expresado de manera emblemática por la fórmula del “dégagisme”, particularmente defendida por Jean-Luc Mélenchon, pero también exigida por Marine Le Pen. El Estado también ha sido objeto de esta satanización. Se lo ha criticado por su falta de autoridad, la ineficiencia de sus instituciones (entre otras cosas, un Juez consideró demasiado laxo liberar a los reincidentes), su burocracia, cuyo efecto habría sido confiscar el poder en beneficio de un establishment confinado a su torre de marfil, razón por la cual algunos proyectos políticos exigieron la redacción de una nueva Constitución, o incluso una sexta República.

Los lobbies (grupos de presión) también han sido el objeto de esta satanización: los lobbies financieros de los grupos de interés (de derecha y de izquierda), los lobbies comunitarios de varias minorías (más bien de derecha), los lobbies ‘de los derechos del hombre’ (exclusivamente de la extrema derecha). Todos estos grupos de presión son tratados como oligarquías. Finalmente, Europa [“l’Europe”], se describe como un monstruo, una máquina fría y despiadada, tratada de “ídolo brutal e insaciable” por Marine Le Pen, y quien “abolió nuestra historia republicana y [¡] nos la hace pagar en contantes y sonantes!” según Jean-Luc Mélenchon, que se hace eco del miedo a la ‘desidentificación’ nacional expresada en las encuestas de opinión.

El ‘Salvador providencial’ se llama a sí mismo el único representante legítimo del pueblo, en contacto directo con ‘el verdadero pueblo’ hasta el punto de fusionarse con él en un alma colectiva. Cuando habla, es ‘en nombre del pueblo’. Se erige como un guía para la gente, y si tiene carisma, asume la figura de profeta: “Quiero devolverle a la gente su orgullo (...) para romper las cadenas del pueblo francés”, dice Marine Le Pen. Debe tener (o construirse) una ética de persona inspirada en una voz interior, que lleve valores idealizados para el bien del pueblo, una especie de apóstol. Como mínimo debe adoptar un espíritu de poder y combate (“Nada puede oponerse a mi voluntad”) mostrándose capaz de derrocar al mundo, en cualquier caso de vencer al enemigo y erradicar el mal que está carcomiendo a la sociedad, como Jean-Luc Mélenchon proclama: “Todos los que me ladran me sirven”; “Les mostraremos que hay algo más grande que ellos” (Discurso de Marsella, 2017. El líder populista asume el papel de imprecador. Asimismo, debe ser verosímil en su intento de construir un espíritu de autenticidad: “Soy como me ves”, “Hago lo que digo”, “No tengo nada que ocultar”, convirtiéndose en un caballero blanco.

En cuanto a la defensa de los valores, se han abordado varios temas. El tema de la “soberanía popular” y la nación. Desde la derecha, en nombre del mito de la nación orgánica contra una “Europa liberal (...) que mantiene a todos los pueblos bajo el yugo del eje Sarkozy-Merkel (que) debe romperse en Francia; y la líder de la extrema derecha llama a un referéndum sobre el tratado de la UE porque, sostiene, “para renegociar un tratado, hay que votar primero” (Discurso en Montpellier, 2017) . Aquí vemos un retorno del nacionalismo que probablemente sea favorecido por varias clases sociales, una especie de “populismo patrimonial”, como lo expresó Dominique Reynié (2011). A la izquierda, la soberanía se declara en nombre del pueblo-ciudadano [peuple-citoyen]: “Seamos el pueblo soberano en todas partes, ciudadanos en la ciudad y en el trabajo”, dice la extrema izquierda en su declaración de principios de la campaña presidencial de 2012; y uno de sus líderes, Jean-Luc Mélenchon, agrega que quiere “fortalecer y amplificar la soberanía directa del pueblo”.

El tema de la ‘economía soberana’ contra la globalización económica se reivindica en la derecha al exaltar el proteccionismo que implica el cierre de las fronteras: “Pondré fin a la dictadura de los mercados financieros al establecer un estado fuerte, estratega y protector”. (Marine Le Pen Profesión de fe). Desde la izquierda, se aboga por una economía nacional reubicando actividades de modo que “el poder [sea] para el pueblo, no para las finanzas”. Y a la derecha como a la izquierda se exalta un “patriotismo económico” cuyo antifiscalismo (demasiadas tasas, demasiados impuestos) une los dos extremos. Al mismo tiempo, una identidad nacional se exalta en nombre del patriotismo. A la derecha, un patriotismo a nivel nacional, Marine Le Pen apela a “una gran reunión de patriotas de izquierda y derecha” como lo hizo el Consejo Nacional de Resistencia. A la izquierda, un patriotismo nacional igualitario de los derechos sociales: “Creo que la Europa que se ha construido es una Europa de violencia social, como vemos en todos los países cada vez que llega un trabajador desplazado, quien roba su pan a los trabajadores que están allí” declara Jean-Luc Mélenchon, quien se autoproclama “patriota populista” (L’Obs, 18/06/2015).

EFECTOS DE LA DESORIENTACION IDEOLOGICA

Como hemos visto, a la derecha y a la izquierda se han escuchado discursos populistas, cuyos objetivos son: la indiferencia de los políticos encerrados en su torre de marfil frente a quienes se les ha predicado el “degagismo” (de degage, limpiar, retirar, liberar) ; las élites cosmopolitas que como hemos mencionado constituyen una casta global de lucro ejerciendo un lobby frenético y traicionero; la especulación financiera como resultado de la globalización de la economía, fuente de una política ultraliberal; el peso excesivo de las instituciones constitucionales y europeas, instituciones que se opondrían a las aspiraciones soberanas del pueblo. Estos estigmas se construyen en nombre de valores republicanos, como la neutralidad de las opiniones religiosas según el principio del secularismo, los valores identitarios que exigen la asimilación o integración de poblaciones extranjeras y / o inmigrantes en beneficio del patriotismo soberano, mejor dicho, en nombre de valores democráticos que requieren la participación del pueblo soberano.

Estos discursos armados con la misma retórica crean efectos de desorientación, como lo demuestran las frases pronunciadas por diferentes candidatos contra lo que sería la causa de los males de nuestra sociedad, a saber: ‘el sistema’. Insto a los lectores a que intenten adivinar quién es el autor de cada una de ellas antes de remitirse a las notas: Emanuel Macron “(...) una clase política y mediática (que) forma un pueblo sonámbulo (...) vemos siempre las mismas caras (...)”; Jean-Luc Melenchón “El sistema, es una casta. Saldrá mal (...) si no escuchamos la rabia de la gente”; François Fillon “Una casta gobernante arrogante e ineficiente se ha reconstituido en nuestro país bajo la apariencia de valores republicanos equivocados”; Marine Le Pen “El sistema es un grupo de personas que defienden sus propios intereses sin el pueblo, o contra él (...), especialmente los intereses financieros”; Benoît Hamon “Macron es una criatura del sistema”. Una prueba para diversos públicos mostró la dificultad de efectuar una asignación correcta.

Esto genera un populismo transversal que opera sobre los imaginarios de miedo. Miedo a ‘la invasión migratoria’: sobre el conjunto de una población encuestada que estima que hay “Demasiados extranjeros en Francia”, el 91% pertenece a la extrema derecha (FN), el 50% a los partidos LR, LO, NPA y Greens, y un 35-40% al PS, PC, UDI, suficientes para alimentar la imagen de un chivo expiatorio y mantener un espíritu de xenofobia pero no necesariamente de racismo.

Miedo a la ‘degradación de clase’ frente a la globalización que conduce a reacciones de refugio en un proteccionismo económico. Miedo a la ‘desidentificación’ nacional contra una Europa descrita como un monstruo frío, una máquina para estandarizar identidades, de ahí las reacciones del patriotismo nacional contra la idea de una supra nacionalidad1. La representación de las fuerzas que estructuran la sociedad cambia: ya no se trata de la lucha de clases, de las divisiones entre una clase trabajadora y una clase burguesa, sino de una nueva división social entre verdaderos y pseudo franceses (puros o extranjeros), ricos y pobres, los de arriba y los de abajo, en otras palabras, un Nosotros legítimo, contra un Ellos, ilegítimo, que incita a ‘no ser el otro’. Un populismo transversal que crea desconfianza hacia las élites (el rechazo del ‘sistema’ es el síntoma), incluso resentimiento: “Los políticos nos usan con astucia y engaño, y esperan que no veamos nada”. Al contrario de lo que uno podría pensar, estas observaciones son del centrista pro europeo Jean-Louis Bourlanges. Cabe destacar hasta qué punto este populismo es transversal.

UNA CONFUSION IDEOLOGICA

Este populismo transversal, que se caracteriza por un discurso de ruptura con las élites e instituciones políticas, o incluso de rechazo y destrucción de lo que representa un mundo nuevo, no tiene ningún proyecto futuro. Juega, como hemos visto, con los miedos, creando una sensación de malestar, vacío existencial, exacerbando una demanda social de autoridad, seguridad y cierre sobre uno mismo. Sabemos por medio de encuestas como el Barómetro Político de Viavoice, que la demanda social está del lado de una demanda de autoridad: sobre el 87% de una población encuestada que considera que el Estado carece de autoridad, el 56% se declara del Frente de Izquierda, el 76% del Partido Socialista, el 99% de los Republicanos. Al mismo tiempo, el 65% del conjunto quiere más poder para la policía, el 70% juzga a la justicia laxa y el 87% reclama a un verdadero líder para restablecer el orden. Esta demanda de autoridad va acompañada de una demanda de seguridad: los encuestados amalgaman la delincuencia, el terrorismo y el islamismo, considerándolas como amenazas: el 66% dice que ya no se siente como en casa, y el 83% cree que el integrismo religioso es peligroso. Como dice Antoine Garapon: “Compensamos la desterritorialización económica mediante la reterritorialización de la seguridad y la identidad” (Le Monde 7-8/9/2017). Otras encuestas toman el pulso al estado de ánimo de la opinión francesa, expresando su deseo de renovación de las instituciones y la clase política, y pidiendo una moralización de la vida política. Exigen también más igualdad --pero no igualitarismo--, aceptando la idea de equidad por mérito, reclamando el derecho a ser reivindicados, a ser escuchados --más que a participar2--, y el deseo de volver a los valores tradicionales (el 73% cree que no defendemos estos valores lo suficiente).

Esta hipótesis de la pulseada identitaria lleva a explicar la situación de contradicción ideológica en que se encontraban los partidos tradicionales. Si consideramos que el cuerpo doctrinario de la derecha francesa se basa en una visión del mundo que establece que es “la naturaleza la que se impone al hombre”, y que debe someterse a ella, y por lo tanto aceptar las desigualdades, las relaciones de fuerza y dominación que son propias de la naturaleza, se deduce que hay que defender: el valor del grupo familiar organizado según un orden piramidal, en la parte superior de la cual está la figura del patriarca, el poder tutelar y protector; el valor del trabajo como una actividad que depende de un orden vertical, de superior a inferior, y si es posible sin disputa (de ahí la desconfianza de los empleadores con respecto a los sindicatos); el valor de la nación, fundador del cuerpo social, formado por los hijos de la Patria, que constituye el patrimonio identitario del pueblo. Pero esta derecha tradicional está dividida en varias corrientes: una derecha social gaullista (Jacques Chaban-Delmas, Philippe Séguin, Jacques Chirac), una derecha radical, extremista y neoliberal (Jean-Marie y Marine Le Pen, Nicolás Sarkozy). Estas divisiones son una fuente de contradicciones: el liberalismo económico se enfrenta al liberalismo social3; el conservadurismo choca con el progresismo moderno; el orden jerárquico choca con la demanda igualitaria; y la libertad de mercado con el deseo de regulación.

Si consideramos que el cuerpo doctrinario de la izquierda francesa se basa en una visión del mundo que postula que es “el hombre quien se impone a la naturaleza”, visión que define el progreso como garante de la igualdad entre los hombres, se sigue una concepción del grupo social, al mismo tiempo, dividido en clases, pero en lucha por un orden igualitario en los derechos y una neutralidad de las creencias religiosas (laicidad). Asimismo se defiende el valor del trabajo, pero en un orden horizontal, con redistribución y socialización de la riqueza, lo que hace que el principio de mando se oponga al principio contestatario, en nombre del interés general. En cuanto a la idea de nación, se concibe una soberanía popular no discriminatoria marcada por el espíritu de solidaridad social. Pero esta izquierda está dividida entre dos fuerzas desde el principio: la de un socialismo reformista, más o menos socialdemócrata (Jean Jaurès, Michel Rocard), y la de un comunismo revolucionario, más o menos libertario (Jules Guesde, y los movimientos de extrema izquierda). Por lo tanto, la izquierda también conoce de contradicciones: sus valores, que quieren ser internacionales (‘internacionalismo político’), se enfrentan a la globalización económica; el progresismo se enfrenta a desarrollos tecnológicos que distraen y dan miedo (robotización y pérdida de empleos); el espíritu de apertura y solidaridad se enfrenta a la invasión migratoria y la demanda del cierre de fronteras, y el secularismo a la libertad de expresión.

CONCLUSION

Es este populismo transversal el que, por sus efectos de desorientación ideológica, altera las divisiones clásicas, de derecha y de izquierda, entre conservadurismo y progresismo, universalismo y relativismo, interés general e intereses particulares, llegando a contradecir los sistemas de pensamiento de los partidos tradicionales mezclando liberalismo político, liberalismo social y liberalismo económico. Un buen ejemplo son las diversas actitudes hacia lo que se conoce como multiculturalismo. Para la derecha es el espantapájaros porque va en contra del cuento de hadas nacional; para la izquierda es aceptado y se expresa en la defensa de los indocumentados e inmigrantes. Pero la derecha, que generalmente aboga por el reconocimiento de las diferencias, enfrenta una demanda para tener en cuenta la desgracia de esta población en nombre de una organización benéfica cristiana, y la izquierda, que generalmente aboga por la eliminación de las diferencias, se enfrenta a una demanda --no siempre manifiesta en la izquierda-- de diferenciación de grupos sociales a favor de un “ser francés” [être français]. Sin mencionar a los grupos minoritarios (mujeres, homosexuales, trabajadores migrantes, creyentes), que exigen derechos específicos para su comunidad, y en contra del interés general, borrando cualquier proyecto social para el bien común, que es precisamente lo que promete el populismo. He aquí, una de las tantas contradicciones de la democracia.

Para Pierre Rosanvallon, paradójicamente, “pasamos a un sistema de oferta y ya no de demanda”, debido a la actitud del líder populista que adopta una postura de ruptura deliberada, y se presenta como la voz del pueblo que se rebela. Una oferta que responde a “una comunidad de sentimientos [que] ahora triunfa sobre las comunidades de interés” ( L’Obs n°2735, 06/04/2017). Al mismo tiempo, los partidos pierden el poder que tenían cuando dirigían proyectos políticos. Esto refuerza nuestra hipótesis de la pulseada identitaria, porque la oferta responde a una pérdida de identidad cuya reacción es sumarse a una comunidad emocional a través de la figura carismática de un líder que promete “dar vuelta la realidad”.

Traducción del original francés de Lucia Stubrin (UNER,UNL, RA)

Referencias

CHARAUDEAU, P. (2008) Entre populisme et peopolisme. Comment Sarkozy a gagné. Paris : Vuibert.

––– (2013) La Conquête du pouvoir. Opinion, persuasion, valeurs. Les discours d’une nouvelle donne politique. Paris : Le Harmattan.

––– (2015) « Le charisme comme condition du leadership politique », Revue Française des Sciences de l’Information et de la Communication, n°7.

DORNA,A. (2006) Médiatiques 38, Bulletin d’information de l’Observatoire du récit médiatique, Louvain-la-Neuve.

JUILLIARD, J. (2012) Les Gauches françaises. 1762-2012: histoire politique et imaginaire Paris: Flammarion.

LACLAU,E. (1978) Política e ideología en la teoría marxista. México: Siglo XXI.

LE BRAS,H., TODD, E. (1981) L’invention de la France. Paris: Gallimard.

REYNIE, D. (2011) Populisme: la pente fatale. Paris : Plon.

TAGUIEFF,P-A (2002) L’illusion populiste. Paris : Berg International.

Notas

1. Recordemos el rechazo del Tratado Constitucional Europeo en 2005, y el rechazo de la integración de Turquía a Europa por el 60-80% de la población.
2. Como lo demuestran los movimientos sociales no partidarios de Nuit Debout y Veilleurs, que paradójicamente aseguraron el éxito de En marche, el movimiento de Emmanuel Macron.
3. Si el 74% de la población francesa encuestada está en contra de la derogación del matrimonio igualitario, el 56% pertenece a los republicanos (LR).
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