Secciones
Referencias
Resumen
Servicios
Descargas
HTML
ePub
PDF
Buscar
Fuente


Presentación: Semióticas cognitivas
Introduction: cognitive semiotics
deSignis, vol. 35, pp. 17-23, 2021
Federación Latinoamericana de Semiótica

ESCENARIOS



Recepción: 01 Julio 2021

Aprobación: 01 Diciembre 2021

DOI: https://doi.org/10.35659/designis.i35p17-23

El término cognición comprende redes muy complejas de procesos y acciones que engloban percepción y manipulación de objetos, mecanismos de memoria, formación de conocimiento a través de la propia experiencia y del aprendizaje, elementos evaluativos de juicio y, finalmente, conocimiento que se vuelve operativo en la toma de decisiones. Envista de esta complejidad, muchas disciplinas diferentes se ven involucradas en el estudio de la cognición. Podemos nombrar algunas de ellas, como la neurociencia, la antropología, la psicología, la sociología, la filosofía, la lingüística y, desde hace algunos años, las ciencias computacionales que incluyen, por ejemplo, formas de procesamiento de información y redes neuronales utilizadas en el aprendizaje automático. La semiótica cognitiva permite explicar aspectos comunes dentro de esta complejidad, puesto que los modelos científicos operan mediante relaciones sígnicas y metafóricas. El semiólogo sueco Jordan Zlatev ha definido la semiótica cognitiva (cognitive semiotics [Cogsem]) como un campo transdisciplinario que integra:

métodos y teorías desarrolladas en las disciplinas de la ciencia cognitiva con métodos y teorías desarrolladas en la semiótica y las humanidades, con el objetivo final de proporcionar nuevos conocimientos sobre el ámbito de la significación humana y su manifestación en las prácticas culturales (2015: 1043*1).

Zlatev explica que, como toda búsqueda transdisciplinaria, el estudio de la semiótica se ocupa de “la unidad general del conocimiento” (2015: 1062). Como consecuencia, la delimitación y definición del campo de estudio de la semiótica cognitiva supone tanto una problemática como una oportunidad.

En esta colección, se ha optado por un título en plural, debido a la diversidad de enfoques de los artículos que la integran. La presente introducción ofrece una panorámica ordenada sobre las distintas aportaciones.

Uno de los primeros artículos, el de Winfried Nöth, debate sobre la propuesta de Zlatev de contemplar a la semiótica cognitiva como un área interdisciplinaria. Para Nöth, áreas como la biosemiótica, la semiótica visual, la semiótica de la música, de los medios, de la arquitectura, de la cultura o de la comunicación son todas ramas de la semiótica. El afamado semiólogo alemán se pregunta por qué la semiótica cognitiva habría de ser una excepción.

La Cogsem se ha asociado principalmente al Centro de Semiótica CfS creado por Per Åage Brandt, en 1995, en Aarhus (Dinamarca). Este centro reúne a investigadores como Frederik Stjernfelt, Peer Bundgaard, Svend Østergaard, Riccardo Fusaroli, entre otros. No obstante, en Latinoamérica, el académico hispanoargentino Juan Magariños de Morentín creó, en 1998, la primera web sobre semiótica cognitiva, como parte del Centro Virtual de Investigación Semiótica. También se creó el Centro de Semiótica Cognitiva (CCS) de la Universidad de Lund (Suecia), en 2009, integrado por investigadores como Göran Sonesson y el propio Zlatev. Y, finalmente, se estableció, en 2011, la Asociación Internacional de Semiótica Cognitiva (IACS).

Pero ¿qué escribió el fundador de la semiótica, Charles Sanders Peirce, sobre la cognición? Tanto el artículo de la prestigiosa semióloga brasileña Lucia Santaella como el de Winfried Nöth abren esta colección con acercamientos a las publicaciones del científico estadounidense Peirce, realizadas entre 1868 y 1869 en el Journal of Speculative Philosophy, sobre los procesos sígnicos en relación con la cognición. Uno de los debates que se plantean es la articulación de las representaciones mentales en ausencia de la interacción con el mundo externo. Según Nöth, Peirce reconoce que los signos constituyen una realidad, aunque el pensamiento pueda desarrollarse también en procesos de ensimismamiento, en ausencia del mundo exterior, lo que viene suponiendo un problema para las nuevas teorías de arqueología cognitiva (Material Engagement Theory). El artículo de Nöth propone, además, una interesante discusión en torno a la noción de texto como unidad semiótica, en lugar de signo, siguiendo la perspectiva de Yuri Lotman. La influencia de Lotman se deja sentir, también, en el estudio de Olga Lavrenova que aparece en esta colección.

Junto con estas aportaciones, la investigación de Julio Horta aporta luz sobre la consideración de la semiótica como un metalenguaje o fundamento común, conceptual, para el entendimiento transdisciplinario. Para ello, el semiólogo de la Universidad Nacional Autónoma de México aborda la cuestión de si es posible, en la representación científica, establecer un vínculo de conocimiento con las cualidades existenciales de un objeto, en particular con aquellas denominadas inobservables como, por ejemplo, el ADN. Esto es así porque una parte importante de la semiótica no depende de conceptos que se correspondan con entidades de la experiencia. En efecto, como ya ha afirmado Tarja Knuuttila (2005), los modelos son, de alguna manera, habitantes materializados del campo intersubjetivo de la actividad humana.

En este sentido, el trabajo de Priscila Borges y Lethícia Angelim, de la Universidad de Brasilia, también analiza la relación entre semiótica y cognición en los estudios de Peirce. La lógica triádica crea una cadena semiótica que funciona como modelo para describir la mente. La propuesta investiga las clases de signos (10, 28 y 66) e intenta delimitar la cantidad mínima de dichas clases, así como su continuidad en los procesos cognitivos.

En diálogo con los artículos precedentes, el estudio de Juan Carlos MendozaCollazos, de la Universidad Nacional de Colombia, amplía uno de los temas fundamentales de este número de la revista, que tiene que ver con los procesos semióticos de la cultura material. Tras analizar las contribuciones más importantes de la escuela de Lund, plantea una ontología relacional entre artefactos y lenguaje, que avanza sobre la temática de otros artículos al final de este volumen.

Por su parte, Claudio Paolucci, profesor de la Universidad de Bolonia, aborda la problemática de si la narratividad representa una estructura de cognición en sí misma o si se trata de la forma de sentido que estructura el pensamiento. Para ello, ahonda en las tradiciones de las ciencias cognitivas hasta explicar la reintegración de los aspectos culturales en la denominada cognición distribuida (distributed cognition [DCog]), formulada a fines dela década de los noventa por Edwin Hutchins. Esta perspectiva procuraba “reconstruir la ciencia cognitiva del exterior al interior, comenzando con el entorno social y material de la actividad cognitiva, de modo que la cultura, el contexto y la historia pudieran vincularse con los conceptos centrales de la cognición” (Hutchins, 2001: 2072*). La DCog —como se suele denominar a esta corriente— plantea que el pensamiento sobre las acciones del mundo viene definido en términos de funcionalidad, en un marco coordinado entre los agentes implicados, los componentes mentales, las formas de comunicación y los artefactos empleados. Paolucci explica que la narratividad asume así una función cognitiva en la organización de experiencias y procesos socioculturales. Su artículo se adentra también en la controversia sobre la teoría de la mente (ToM), planteada, por primera vez, en la publicación de Dan Dennett: “Beliefs about beliefs” (1978). Allí, Dennett utilizó la denominada prueba de la falsa creencia para averiguar si los animales inteligentes —en este caso, los chimpancés— eran capaces de reconocer las intenciones de un actor humano. Si lo eran, probaría que estos tienen una teoría de la mente y, por tanto, autoconciencia. Tiempo después, se descubrió que los humanos la desarrollan, poco a poco, en la infancia y eso les permite, posteriormente, interpretar las intenciones de los demás. Sin embargo, estos enfoques se consideraban limitados porque contemplaban la cognición como un proceso únicamente mental, sin tener en cuenta aspectos de la experiencia física, mediada por el cuerpo y la cultura, como se hace desde la DCog.

El volumen incluye, también, un par de artículos sobre los enfoques comprendidos bajo la denominada cognición corporeizada (Embodied Cognition), que se origina en la década de los ochenta tras la publicación de los trabajos de George Lakoff y Mark Johnson (1980). La cognición corporeizada se centra, principalmente, en el ser humano; contempla factores biológicos, como la simetría corporal, la percepción o la interacción motora implicada en la manipulación física de objetos, y estudia sus efectos en la formación de estructuras mentales denominadas esquemas imagen (Johnson, 1987: 23). Desde la semiótica, los esquemas imagen son ejemplos de signos diagramáticos (Stjernfelt, 2007). Se contemplan como experiencias preconceptuales simplificadas, convertidas en estructuras mentales —de orden superior— que muestran cómo los humanos damos sentido al mundo en el marco de dominios perceptivos y cognitivos específicos. Dado que tienen bases biológicas funcionales, algunos esquemas son básicos: irreductibles a algo más fundamental. Este es el caso de la percepción espacial, sujeta a limitaciones físicas como la fuerza de la gravedad, la orientación, la simetría corporal, entre otras; tal como enuncia la semióloga rusa Olga Lavrenova en su artículo sobre las metáforas espaciales y el paisaje, recogido en esta colección. En última instancia, los esquemas parecerían basarse en la capacidad —consciente e inconsciente— de detectar y reconocer patrones recurrentes. El neurocientífico Antonio Damasio identificó que los mapeos fundamentales que tienen lugar en nuestro cerebro son los que registran el estado y las condiciones internas del cuerpo, en relación con el entorno externo (2010: 70).

En línea con la DCog, los estudios de la metáfora conceptual evolucionaron, también, desde la perspectiva de los iconogramas –imágenes-esquema– universales, basados en aspectos físicos, hasta incorporar factores contextuales y usos particulares del discurso humano que dan forma a las metáforas y metonimias conceptuales, y dificultan la transferencia de inferencias entre dominios. Lionel Wee (2014) da cuenta de un cambio a partir de los modelos de correspondencia (Lakoff y Johnson, 1980) inclusión de clases (Glucksberg y McGlone, 1999). Los primeros modelos asumen relaciones horizontales o laterales consistentes, del tipo origendestino, de modo que conservan las relaciones particulares entre los objetos y sus propiedades. En cambio, el segundo modelo opera verticalmente, como un fractal, incluyendo desplazamientos metonímicos, por lo que el dominio de origen se entiende como una instanciación prototípica de una categoría superior que abarca tanto el dominio de origen como el de destino. Wee señala que, en la modernidad pos-capitalista, las experiencias se mercantilizan y contemplan como recursos funcionales, y esto determina la forma en que se construyen las metáforas. En la conceptualización de las experiencias como recursos, las habilidades particulares sirven como indicadores de valor dentro de las propias experiencias (Wee 2014: 246). De este modo, la metáfora de las experiencias como recursos señala la creciente influencia de las pequeñas historias y de los relatos infrarrepresentados en la posmodernidad. Esto se evidencia, también, en el debate que propone Paolucci sobre la importancia de la narratividad (storytelling).

Desde esta perspectiva, la revista incluye el trabajo de Marta SilveraRoig sobre las metáforas conceptuales que se emplean en la prensa española, en relación con el tema del envejecimiento y la jubilación, y pone de manifiesto cómo los aspectos emocionales, y no solo culturales, integran toda conceptualización. El trabajo de esta investigadora, de la Universidad Complutense de Madrid, interroga sobre el andamiaje conceptual que constituye lo que denomina narrativa del malestar y proporciona un ejemplo concreto que contribuye a subrayar la importancia —planteada por Paolucci— de la narratividad y las pequeñas historias.

Asimismo, el volumen incluye tres artículos centrados en la actividad cognitiva construida a partir de espacios estéticos compartidos, como los que se generan al leer una novela, un relato o un poema, o al ver una serie, una película o una obra de teatro. A partir de esas incursiones en los mundos de la ficción, se infieren recuerdos propios, deseos, temores o anhelos. MaríaÁngeles Martínez, de la Universidad de Alcalá de Henares, los denomina autoesquemas posibles de ficción (storyworld possible selves) y los define como el resultado de la integración conceptual de dos espacios de origen: por una parte, el de la representación mental que cada lector individual desarrolla a través del narrador o del personaje focalizador, y, por otra, el del autoconcepto o representación mental de sí mismo (2014, 2018). El proceso se basa en principios de coordinación cognitiva intersubjetiva, como los que plantean Fauconnier y Turner (2002), y Ronald Langacker (2008). Según la autora, este proceso permite dar respuesta a muchos de los interrogantes que rodean el fenómeno de la inmersión narrativa, como la naturaleza selectiva e idiosincrática del interés y la atención, la construcción de los personajes o la respuesta emocional en la interacción cognitiva a través de los personajes y narradores de la ficción.

Los artículos de SilveraRoig y de Martínez se entroncan también con la investigación sobre procesos mimético-cognitivos, iniciada por Merlin Donald (1991) y continuada por Jordan Zlatev (2008), en relación con la comunicación intersubjetiva. Pero, sobre todo, con la perspectiva de la Dcog sobre el papel de las actividades cognitivas de nivel superior —como las prácticas humanas de contar y leer historias (Sutton, 2006)— y, más recientemente, con la denominada hipótesis del cerebro interactivo (Interactive Brain Hypothesis) que proponen Ezequiel Di Paolo y Hanne De Jaegher (2012). Investigadoras como Yanna Popova han argumentado que las narrativas modulan las experiencias intersubjetivas por medio de posibilidades u ofrecimientos (affordances) modelados en la complementariedad que existe entre un entorno determinado y la cooperación social. Las investigaciones de Popova se centran en la función mediadora de la narración escrita e intentan demostrar que incluso situaciones que parecen menos interactivas —como la lectura y la escritura— tienen orígenes interactivos y enactivos. Su análisis va más allá de las nociones de inferencia —suposiciones hechas por remitente y receptor—, implicatura o señales de contextualización (Gumperz y Levinson, 1996: 379), para explorar la creación de sentido participativo enactivista.

Esta es también la línea que exploran dos investigadores de la Universidad Complutense de Madrid, autores de dos artículos que componen este número. Por un lado, Rocío Badía Fumaz conecta la poética cognitiva con propuestas de la denominada estética de la recepción. Y, por otro lado, Luis MartínezFalero plantea relaciones intermediales en la construcción poética: en un diálogo entre imagen y enunciado, entre ritmo y significación. El artículo de MartínezFalero es una propuesta interdisciplinaria que toma elementos de las ciencias cognitivas, la semiótica, la antropología y la poética generativa.

Son varios los trabajos que añaden interdisciplinariedad a esta colección. El artículo de Fernando Gabriel Rodríguez, de la Universidad Argentina de la Empresa, recorre la evolución de las metáforas asociadas a las ciencias cognitivas en relación con la multimodalidad y la corporeidad que, según el autor, convierten los significados en emanaciones de acción e interacción. El artículo muestra la convergencia entre los estudios sobre metáfora conceptual, psicología del desarrollo, configuraciones gestálticas y filosofía de la mente. Además, hace un breve recorrido por las denominadas 4E (embodied, embedded, enacting, extended o ‘cognición corporeizada, contextuada o distribuida, enactista y extendida’) hacia los medios materiales que operan como apéndices del pensamiento.

La investigación sobre semiótica y medios tecnológicos adquiere importancia en la década de los noventa, como consecuencia del rápido desarrollo de la World Wide Web y la digitalización. En este volumen, se incorporan varios artículos que dan cuenta de la relación entre intermedialidad y cognición. Lars Elleström, de la Universidad de Linnaeus, se interroga por la iconicidad intermodal como fenómeno que tiene lugar en múltiples áreas sensoriales y dominios cognitivos. Su estudio interdisciplinario —que incluye aspectos de investigación psicológica, cognitiva y neurológica— explora cómo la iconicidad traspasa las fronteras de diferentes tipos de modos materiales, espaciotemporales y sensoriales, además de la frontera entre estructuras sensoriales y configuraciones cognitivas. Su objetivo final es conceptualizar la iconicidad intermodal, así como relacionar los diferentes tipos de iconicidad monomodal e intermodal entre sí. El argumento principal es que la percepción y la concepción de imágenes y metáforas deben entenderse como los extremos de un continuo de representaciones icónicas. El trabajo incluye una serie de ejemplos que ilustran la continuidad de la iconicidad, desde la imagen a la metáfora, y, también, una breve discusión sobre la noción de los esquemas imagen como factor explicativo de la iconicidad intermodal.

Joaquín SuárezRuíz abre, incluso más, el espectro interdisciplinario de esta edición para incluir a la zoosemiótica en el diálogo entre las ciencias cognitivas. El autor señala la influencia de los trabajos de Thomas Sebeok en investigaciones posteriores, como las de Jonathan Haidt o Frans de Waal, con el fin de revelar el enfoque antropocéntrico de los estudios en comunicación. Según él, la zoosemiótica puede realizar importantes aportes a la reflexión sobre la ética normativa, los aspectos de la ética animal y el impacto humano en el mundo que nos rodea. En este sentido, es cierto que la aportación revolucionaria de la zoosemiótica perdió vigencia durante algunos años, pero, afortunadamente, las investigaciones que muestran la complejidad y la extensa filogénesis de la semiótica están regresando con fuerza, como se puede ver en los últimos dos artículos de esta revista.

Pedro Atã y João Queiroz plantean la noción denominada nicho de artefactos semióticos. Argumentan que todo proceso semióticocognitivo es emergente y enactivo, que tiene lugar en “nichos” que incorporan aspectos situacionales y distribuidos, e incluyen artefactos que funcionan como extensiones materiales a la cognición. Según estos autores, agentes y entornos son codependientes y participan en una dinámica que oscila entre el hábito y la sorpresa. Interesados en fundamentar la externalización cognitiva, desde una perspectiva semiótica, hablan de los artefactos entendidos no como objetos, sino como procesos semióticos, como signos en acción, situados en nichos que colocalizan la actividad semiótica.

Finalmente, el artículo de Asun LópezVarela, que cierra esta colección, da cuenta, también, del impacto de la semiótica de Peirce en la corriente enactista y en la cognición extendida; en particular, en la teoría del acoplamiento material (Material Engagement Theory [MET]). La autora considera que esta teoría abre camino a consideraciones poshumanistas que plantean un debate sobre las formas de agencia no antropocéntricas, vinculadas a fenómenos enactivos emergentes de las interacciones humanas y no humanas. De esta manera, el impacto del cambio climático o la proliferación de los virus emerge como una reacción a las acciones humanas que dañan los ecosistemas y los hábitats —que pueden entenderse como nichos—. El artículo muestra, además, cómo la teoría del acoplamiento material — que habla de una anatomía biocultural dinámica sujeta a transformaciones ontogenéticas y filogenéticas continuas— puede contemplarse desde la perspectiva del sinejismo o teoría de la continuidad de Peirce (CP: 7.565, 1893).

Como se puede ver en esta introducción, el estudio de la cognición incluye no solo una plétora de disciplinas, sino que también involucra aspectos contextuales y culturales, como las instituciones dentro de las cuales se producen las teorías, las herramientas y las tecnologías utilizadas en la praxis analítica. A su vez, incluye el continuo evolutivo más amplio de cambios biológicos, tecnológicos y culturales en todos los niveles. Cada uno de los capítulos incluidos en este número, da cuenta de varios de estos aspectos, en un recorrido que se fundamenta en los estudios de semiótica como metateoría que busca lugares comunes, sin dejar de lado las idiosincrasias particulares.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BRANDT, P. Å. (2004). Spaces, domains and meanings: Essays in cognitive semiotics.Berna: Peter Lang.

DAMASIO, A. (1999). The Feeling of What Happens: Body and Emotion in the Making of Consciousness. Harcout Brace.

DENNETT, D. C. (1978). “Beliefs about beliefs”. Behavioural Brain Science, 1, 568570. .

DI PAOLO, E. y DE JAEGHER, H. (2012). “The Interactive Brain Hypothesis”. Frontiers in Human Neuroscience, 7 (6), 163. .

DONALD, M. (1991). Origins of the Modern Mind: Three Stages in the Evolution of Culture and Cognition. Cambridge: Harvard University Press.

GLUCKSBERG, S. y MCGLONE, M. (1999). “When Love Is Not a Journey: What Metaphors Mean”. Journal of Pragmatics, 31, 15411558.

GUMPERZ, J. y LEVINSON, S. C. (Eds.). (1996). Rethinking Linguistic Relativity. Cambridge: Cambridge University Press.

HUTCHINS, E. (1995). Cognition in the Wild. Cambridge: MIT Press.

––– (2001). “Distributed Cognition”. En Smelser, N. J. y Baltes, P. B. (Eds.), International encyclopedia of the social and behavioural sciences, 20682071. Nueva York: Elsevier Science.

JOHNSON, M. (1987). The Body in the Mind: The Bodily Basis of Meaning, Imagination, and Reason. Chicago: Chicago University Press.

KNUUTTILA, T. (2005). “Models, Representation, and Mediation”. Philosophy of Science, 72 (5), 12601271. .

LAKOFF, G. y JOHNSON, M. (1980). Metaphors We Live By. Chicago: Chicago University Press.

LANGACKER, R. W. (1987). Foundations of Cognitive Linguistics. Stanford University Press.

PEIRCE, C. S. (19311935 y 1958). The Collected Papers of Charles Sanders Peirce. En Hartshorne, C. y Weiss, P. (Eds.), 16. En Burks, A.W. (Ed.), 78. Cambridge: Harvard University Press.

STOCKWELL, P. (2002). Cognitive Poetics: An Introduction. Londres: Routledge.

STJERNFELT, F. (2007). Diagrammatology. Dordrecht: Springer.

SUTTON, J. (2006). “Distributed cognition: Domains and dimensions”. Pragmatics & Cognition, 14 (2), 235247.

WEE, L. (2014). “Experiences as Resources: Metaphor and Life in Late Modernity”. En Yamaguchi, M., Tay, D. y Blount, B. (Eds.), Approaches to Language, Culture, and Cognition. The Intersection of Cognitive Linguistics and Linguistic Anthropology, 234-250. Palgrave Macmillan.

ZLATEV, J. (2008). “Intersubjectivity: What Makes us Human?”. En Zlatev, J., Racine, T. P., Sinha, C. y Itkonen, E. (Eds), The Shared Mind: Perspectives on Intersubjectivity, 114. Amsterdam: John Benjamins.

––– (2015). “Cognitive semiotics”. En Trifonas, P. P. (Ed.), International Handbook of Semiotics, 10431067. Dordrecht: Springer.

Notas

1. Todas las citas marcadas con un asterisco (*) son traducciones de LópezVarela.


Buscar:
Ir a la Página
IR
Visor de artículos científicos generados a partir de XML-JATS4R por