Resumen: En este artículo, comparo desde un punto de vista epistemológico las teorías semióticas de la narratividad elaboradas en el marco semiótico con las que han surgido en el de las ciencias cognitivas. Al examinar el lugar cada vez más central que la narratividad ha tomado en estas últimas, demuestro que la noción misma de narratividad tiene un impacto espectacular sobre ellas, en tanto que esta noción es susceptible de modificar sus posiciones epistemológicas.
Palabras clave: Narratividad, cognición, prácticas, semiótica.
Abstract: In this article, I compare from an epistemological point of view the semiotic theories of narrativity elaborated in the semiotic framework with those that have emerged in the cognitive sciences. By examining the increasingly central place that narrativity has taken in the latter, I show that the introduction of the very notion of narrativity has a spectacular impact on them, likely to modify their epistemological positions.
Keywords: Narrativity, Cognition, Practices, Semiotics.
ESCENARIOS
Sentido y cognición: la narratividad entre semiótica y ciencias cognitivas 1
Sense and cognition: narrativity between semiotics and cognitive science.
Recepción: 07 Octubre 2020
Aprobación: 12 Octubre 2020
En este trabajo intentaré confrontar, desde el punto de vista epistemológico. La teoría semiótica de la narratividad, incluyendo la teoría de la narratividad formulada por Greimas y por Eco, con las diferentes teorías de la narratividad que han sido formuladas en las ciencias cognitivas. Para empezar, querría subrayar que “narratividad”, “cognición” y “ciencias cognitivas” son términos que remiten a una gran cantidad de temas, de problemas y de enfoques diferentes los unos de los otros. Por esta razón, voy a precisar desde el principio qué encaja o no en el marco de este trabajo.
La noción de narratividad se aborda en el dominio de las ciencias cognitivas en, al menos, tres niveles de pertinencia diferentes. Más específicamente, se refieren a i) el resultado de la aplicación de los instrumentos de análisis elaborados por las ciencias cognitivas en la lógica de la narración y, más particularmente, en el storytelling; ii) la concepción de las historias como instrumento para el pensamiento o, mejor, su función de problem-solving y de organización de la experiencia; iii) el cambio radical que se opera sobre los principios de base de las ciencias cognitivas, una vez que la noción de narratividad está incluida en ellas. Más particularmente, lo que se pretende aquí es comprender cómo la narratividad es susceptible de influenciar, de modular y de transformar la manera en que pensamos la cognición.
En cada uno de estos tres niveles, la narratividad es i) el objeto de análisis de una teoría cognitiva; ii) el instrumento de análisis para una teoría cognitiva; iii) el medio a través del cual se modifica y transforma la teoría cognitiva.
En la primera parte del presente artículo intentaré dar cuenta de los puntos i) y ii), para, seguidamente, abordar con mayor amplitud el punto iii). Este punto iii) trata, en efecto, de un giro relativamente reciente en la tradición de las ciencias cognitivas, que contrasta en ciertos puntos con las posiciones que eran las del cognitivismo en su nacimiento: es por lo que es interesante, desde mi punto de vista, investigar a este nivel con el fin de comprender cómo loas ciencias cognitivas están a punto de transformarse y de acercarse a una epistemología que parece completamente compatible con la de la tradición semiótica. Esto puede conducir a confrontaciones y a sinergias muy fructíferas.
Con respecto al punto i), existe una tradición importante, que podríamos llamar “narratología cognitiva”, cuyo propósito es el de poder insertar los objetos teóricos desarrollados en el seno de las ciencias cognitivas en el marco del storytelling. El representante más significativo de esta corriente, David Herman, define la narratividad como un “predicado escalar”; es decir, que algo se percibe de un modo “más o menos prototípicamente como una historia” (Herman 2002: 90-91). Claramente se trata aquí de una aplicación de la teoría de los prototipos. En efecto, Herman afirma que es imposible definir la narratividad a partir de un conjunto de condiciones necesarias y suficientes. Utiliza, por tanto, el término “narrativehood” para designar un “predicado binario” que puede establecer si “algo puede ser percibido como una historia”, y “narrativity” para designar esta variable cualitativa definible solo en términos prototípicosy escalares. Herman entonces asocia esta distinción a la dupla narrativa “intensional / extensional”, tal como ha sido abordada en la teoría de la narratividad, y ello a partir de las teorías de los mundos posibles de Doležel (1979) y de Pavel (1986). Se encontrarán posiciones similares en las investigaciones de Marie-Laure Ryan (1991) y de Gerald Prince (1999).
Esta corriente de estudios se concentra, pues, en la noción de storytelling intentando “desenredar la lógica de las historias”. Asume el término “narratividad” como una serie de propiedades que permiten caracterizar algo como una “historia”, de tal modo que es posible definir lo que no puede verse reconocido con el estatus de “historia”. Según Gerald Prince (2008: 387):
La narratividad designa la cualidad del ser narrativo, la unión de las propiedades que caracterizan las narraciones y que permiten distinguirlas de las no-narraciones. El término designa igualmente la unión de las características opcionales que permiten tratar e interpretar bajo la forma de una narración las narraciones más proto-típicamente simili-narrativas [narrative-like], y, por tanto, identificadas inmediatamente. Según la primera acepción, la narratividad es llamada a veces (narrativehood y, en este caso, se concibe como una cuestión de género (los textos son narrativos o no), incluso si las diferencias de grado pueden entrar en juego igualmente (los textos pueden satisfacer las condiciones necesarias a la narrativehood por ciertos rasgos, o en absoluto). Según la segunda acepción, la narratividad es una cuestión de grado: ciertas narraciones son más narrativas que otras.
Es sabido que la corriente dominante en la tradición semiótica ha tomado una vía muy distinta. En el marco de esta disciplina, la definición de un elemento a través de un conjunto de propiedades entra en contradicción con la noción de identidad diferencial y relacional tal como ella ha sido atribuida a los “sistemas semiológicos” según Saussure. Por otra parte, por “narratividad” se designa, en el marco de esta corriente dominante, la forma procesual del sentido que opera en las transformaciones de valores y por los encadenamientos de acciones y de pasiones, y no por un conjunto de rasgos más o menos prototípicos. Esta teoría semiótica de la narratividad, sin duda, procede del storytelling, aunque con el propósito de extraer de él una forma profunda ciertamente reconocible en las historias propiamente dichas, pero que, al final, las excede constitutivamente. Según los términos de Greimas y de Courtés (1979), la narratividad se asume como el principio organizador de cualquier forma de discurso y no se reduce a un conjunto de propiedades presentes o no en el discurso.
Nos es necesario ahora salir de este marco, porque es a partir de otras problemáticas cómo la reflexión sobre la narratividad se vuelve central en el marco de las ciencias cognitivas y se muestra extremadamente interesante para la tradición semiótica.
En lo que concierne al punto ii), en lugar de centrarnos en cómo dar sentido a las historias o cómo se construye una lógica de las historias, una rama particular de las ha venido interesándose en la narratividad como instrumento cognitivo, al abordar con más específicamente la cuestión de saber cómo las historias, y la capacidad que tenemos de crearlas, pueden proporcionar apoyo a la inteligencia y a la cognición. Según este campo de estudios, las historias proporcionan una serie de instrumentos susceptibles de ayudar a la cognición humana cuando ella organiza la experiencia y los conocimientos, caracterizándose cada uno de estos dominios de organización por un conjunto específico de creencias, de prácticas y de procedimientos. Por ejemplo, señalemos la interesante posición de Danto (1985). Este afirma que la capacidad de informar narrativamente de los hechos y de los acontecimientos corresponde a la capacidad que tenemos para cerrar el gap cognitivo que separa nuestros conocimientos generales sobre el mundo (por ejemplo, que el agua se congela a 0 grados) y la disminución de estas en situaciones particulares (ayer me resbalé en el hielo). Incluso, Mink (1978: 132) diferencia entre la experiencia particular y la comprensión teorética de ciertos elementos = x en calidad de ocurrencias de esquemas abstractos. Sitúa precisamente la narratividad entre esos dos extremos; es decir, en una posición de mediación entre dos formas de pensamiento irreductibles la una de la otra.
Desde un punto de vista semiótico, se trata de una dupla de proposiciones teóricas extremadamente interesantes, en la medida en que confían a la narratividad un papel de esquematismo (en el sentido kantiano) entre type y token (Danto), y entre la experiencia fenomenológica y la capacidad que tenemos para interpretar esta experiencia en términos de ocurrencia de un type (Mink). La posición de Mink nos debería resultar particularmente interesante, porque este autor ha investido la narratividad con una función cognitiva que se diferencia tanto del análisis fenomenológico de la experiencia como de la lógica del type-token. Aquí la narratividad opera como un factor de mediación capaz de gestionar nuestros conocimientos enciclopédicos seleccionándolos en función de la situación. La narratividad transformaría así el sistema en proceso, conjugaría nuestros esquemas abstractos con los repertorios enciclopédicos regularizados gracias a la utilización iterada y, por esa razón, se la llama a ejercer un papel que es cercano al que se atribuye al musement en la teoría semiótica de Peirce (cfr. Paolucci 2010, capítulo 1).
Así, desde esta perspectiva, la narratividad representa una forma particular de pensamiento que posee su lógica específica, su estructura y su sintaxis, distinguiéndose por ello de otras formas posibles de pensamiento (type-token, fenomenología de la experiencia, etc.). Corresponde a un modo particular de organizar el tiempo, los procesos, los acontecimientos y las conexiones entre el antes y el después. Se diferencia, por ejemplo, de las formas de organización del tipo causa-efecto, o del modelo “regla y aplicación de la regla”. Desde este punto de vista, los cruces con la tradición semiótica resultan bastante evidentes, desde el momento que la epistemología semiótica asume la narratividad como la forma que permite dar sentido a los acontecimientos organizándolos como transformaciones sintagmáticas no reducibles a una lógica de causa-efecto.
Dentro de la tradición cognitiva, es ejemplar la distinción introducida por Bruner (1991) entre una forma narrativa y una lógica paradigmática (lógica clasificatoria) del pensamiento. Según Bruner, se trata de dos modos alternativos, a menudo co-presentes pero no verdaderamente asimilables, dos posibilidades de dar sentido a las cosas y de pensar sus conexiones recíprocas. Según Bruner (1991: 6), la narratividad “opera en calidad de un instrumento de la mente a través del cual se construye la realidad”, y el pensamiento narrativo constituye una tipología de cognición que no es en absoluto inferior a la lógica clasificatoria mencionada anteriormente, porque interviene en el proceso que da sentido a la experiencia.
A este respecto, es necesario formular un comentario importante: si para la tradición cognitiva la narratividad representa siempre una forma del pensamiento que desempeña el papel de estructurar la cognición, para la tradición semiótica la narratividad es la forma de sentido que estructura el pensamiento (énfasis en el original). En la problemática que desarrollo aquí, esta distinción se nos presenta como crucial. En efecto, nos conduce al punto iii), que consiste en investigar las relaciones entre el sentido y la cognición y, sobre ese punto específico, observamos el modo en que la semiótica y las ciencias cognitivas han cuestionado y explicado, respectivamente, esa relación.
Como hemos dicho, para la tradición semiótica que se cuestiona aquí, la narratividad es la forma del sentido, identificable con una transformación procesual de valores. Esta tiene, al menos en la teoría generativa, la forma de una sintaxis actancial que opera a través de uniones. Por lo tanto, la definición del “programa narrativo” como una transformación conjuntiva/disyuntiva entre un actante sujeto y un actante objeto. Estos dos últimos se inter-definen por el sistema de valores sometido a la transformación sintagmática, y adquieren en esta transformación una función de “apoyo”, porque su identidad no puede ser definida más que a partir de esos valores (cfr. Greimas, 1983).
Desde esta óptica, la narratividad en semiótica no está conectada de ninguna manera a los objetos culturales y a la práctica que nuestra cultura designa como “narraciones”, sino que representa un modelo más general –por tanto, un nivel de un recorrido más profundo– susceptible de explicar toda forma de transformación procesual de valores. Este modelo, sin duda, está bien ilustrado por los textos llamados “narrativos”, que, históricamente, han permitido desarrollarla (análisis de los mitos y de los cuentos), pero trasciende esos objetos en la medida en que se convierten en un modelo repetible en cualquier forma discursiva. Así comprendemos el papel fundamental –también desde un punto de vista cognitivo– asumido por la narratividad por la epistemología semiótica: si el pensamiento resulta ser la masa amorfa todavía no articulada ni segmentada por las estructuras semióticas, la forma sintagmática de esta articulación es de naturaleza narrativa para la semiótica. Esto significa que la narratividad se comporta como la forma semiótica capaz de dar sentido al pensamiento.
Subrayemos aquí claramente la genealogía interna a esta epistemología semiótica: ya que es imposible explicar la cognición independientemente de las estructuras semánticas y culturales que la articulan (porque el pensamiento se propone como una pura masa amorfa antes de la aparición de estas últimas), si queremos estudiar esas estructuras, es necesario hacerlo a partir de las manifestaciones empíricas (textos), a fin de que podamos encontrar en ellos formas constantes de la estructuración del sentido. De este modo, esas formas, entre las cuales se encuentra la narratividad, se encuentran prototípicamente en los textos narrativos strictu sensu, pero son en realidad modelos heurísticos más generales.
Es otro desafío que se plantea a las ciencias cognitivas. De hecho, no es posible comprender lo que el término narratividad puede significar en esta tradición, a menos que clarifiquemos las premisas epistemológicas constitutivas de ese contexto de estudio y también el momento en que la idea de la narratividad misma surge en la discusión.
Ya hemos dicho que las ciencias cognitivas constituían una familia bastante heterogénea. Sin embargo, al menos históricamente, convergen en su concepción de la cognición como expresión de una serie de dispositivos internos de orden mental-conceptual, cuyas dimensiones socioculturales no son más que variaciones superficiales. Howard Gardner (1987), en su importante reconstrucción de los orígenes del planteamiento cognitivo, mostraba, en efecto, que, al menos en el plano metodológico, la apuesta epistemológica de las ciencias cognitivas consistía en estudiar el nivel mental de la cognición más allá de sus dimensiones biológicas y neuronales, así como más allá de sus dimensiones sociales y culturales. Para las posiciones “cognitivistas” que vamos a discutir aquí, existiría, pues, un nivel interno de la cognición que debe ser estudiado en tanto que dimensión autónoma. Este nivel –dicen– organiza el flujo de nuestra experiencia y de nuestra percepción, y el modo en que conocemos nuestra propia actividad y nuestras maniobras de problem-solving. Y es aquí donde se puede señalar la diferencia principal con el planteamiento semiótico: allí donde la semiótica es el significado –cuya naturaleza es cultural– que organiza el pensamiento, para las ciencias cognitivas es el pensamiento el que organiza la experiencia y le da sentido. Esta organización es, por tanto, constitutivamente cognitiva, es decir, ni social ni cultural, porque estas dos últimas dimensiones no son más que variaciones superficiales de una estructura subyacente de un tipo distinto.
Así, en esta epistemología “clásica” del cognitivismo, la narratividad consiste esencialmente en una forma de pensamiento, en un sistema cognitivo que tiene por tarea estructurar el flujo de la experiencia segmentándola. Por ejemplo, para Talmy (2000), la palabra “narrativo” se refiere a un pattern de base, capaz de organizar cognitivamente las secuencias de lo que se tiene experiencia en el tiempo. Según Talmy, la narratividad puede ser, por tanto, pensamiento como un sistema capaz de estructurar todo proceso temporal de acontecimientos dentro de una estructura secuencial dotada de su propia organización y de su coherencia. De este modo, está claro que, para Talmy, lo narrativo es abordado en tanto que forma de estructuración esencialmente cognitiva. Por eso no le importa tratar los componentes intersubjetivos, enciclopédicos y sociales que, para la semiótica, están relacionados con la idea misma de narratividad.
Talmy repite, por tanto, en el nivel de la teoría de la narratividad, el principio constitutivo de las ciencias cognitivas según el cual la cognición estructura la experiencia: el poder de la narratividad está unido, entonces, a ese papel que consiste en segmentar la realidad fenoménica en unidades, es decir, en dimensiones que podemos clasificar, reconocer y utilizar.
Pero ¿qué sucede cuando la narratividad ya no se considera como un sistema cognitivo en el sentido clásico, sino al contrario, como un sistema de cognición distribuida, capaz de reintegrar la cultura, los repertorios enciclopédicos sedimentados con el uso, la intersubjetividad, la sociabilidad y el mundo-entorno?
El primero en explorar ese cambio de orientación dentro de las ciencias cognitivas es David Herman (2003), inspirado por los trabajos de Edwin Hutchins sobre la “cognición distribuida”. Se trata de una teoría en la que los artefactos materiales, los sistemas semióticos y la intersubjetividad organizan la actividad de problem-solving en el interior de sistemas funcionales situados más allá de las dicotomías “objeto-representación” y “objeto-sujeto”. En efecto, según Hutchins (1996), es posible apreciar la cognición sin reintroducir los componentes sociales (intersubjetividad) y culturales (artefactos, sistemas semióticos, etc.) que la estructuran. Según él, la cognición no es algo que podamos localizar en el nivel del individuo, sino un proceso que debe ser distribuido en una multiplicidad de instancias, de las que el individuo y su actividad mental no son más que una de las dimensiones constitutivas. Por ejemplo, según Hutchins (1996: 154-155), los instrumentos de una cabina de mando no son simplemente herramientas para representar el mundo entre los usuarios y sus tareas, y que permitirían a los primeros ejercer las segundas. Más bien hay que pensar esas instancias –usuarios y tareas– como dos nudos de un sistema funcional enteramente supraindividual, en el que la actividad cognitiva tiene lugar porque está distribuida entre instancias coparticipantes en la actividad en curso.
En este tipo de perspectiva, evidenciamos que los elementos aquí puestos en juego son del orden de las Gestalten funcionales, es decir, sistemas donde la inteligencia está distribuida entre dos o muchos agentes (humanos, computacionales o de otro tipo), los cuales ejercen un esfuerzo coordinado entre ellos, con el fin de proporcionar la solución a un problema interno en el entorno al que se pertenece. Esto tiene lugar a través de un proceso complejo de superposiciones, de representaciones, individuales y colectivas a la vez. (Herman 2003: 168)
Según Hutchins, la cognición no se refiere ni a la mente ni al individuo, sino que está distribuida en sistemas de Gestalten [forma]. El individuo es el nudo de una red compleja y no su único centro organizador.
El centro de la atención se desplaza: los contenidos mentales de los individuos, va a atañer ya a la cognición en tanto que “acción mediada”. De este modo, el pensamiento se encuentra redefinido en términos de utilización particular de los útiles culturales (sistemas semióticos, componentes computacionales, etc.) por parte de todos los agentes implicados en los componentes mentales, de comunicación, etc., que manifiestan una serie de sinergias con un entorno en el interior del cual tienen lugar esos componentes. En esta visión, la noción de “función mental” puede ser aplicada a las actividades de naturaleza social en la misma línea que puede ser aplicada a actividades de naturaleza individual. (Herman 2003: 168)
A título de ejemplo, la capacidad de un equipo de cirujanos para resolver problemas no se sitúa en sus representaciones ni en las acciones de los miembros individuales del equipo. Por el contrario, se distribuye más globalmente en la intersubjetividad del equipo, en los artefactos materiales del laboratorio que determina las percepciones de cada individuo, en los repertorios de procedimientos y de protocolos que reglan el buen hacer del equipo y, finalmente, en las inferencias que el dicho equipo produce en el curso de la operación a partir de las experiencias precedentes. La cognición y el pensamiento no son en absoluto considerados como una parte de la mente y no dependen en absoluto de las inferencias de un individuo específico, sino que están distribuidas en el interior de sistemas más complejos que debemos, por tanto, analizar en tanto que Gestalten irreductibles a una suma de partes. Al hablar de la narratividad como instrumento del pensamiento, una especie de “revolución cognitiva” se encuentra así impulsada por los estudios de Herman:
Si se analizan las historias, asumiéndolas como útiles que permiten distribuir la inteligencia en grupos, me posiciono en un tránsito, en particular el que me hace pasar de la mente individual a unidades de análisis más amplias, llamadas situaciones narrativas […] La narratividad ayuda a distribuir la inteligencia construyendo puentes entre el sí y el otro, creando una red de relaciones entre quienes cuentan historias, los participantes que pueden evocar sus experiencias y el mundo-entorno que incorpora esas experiencias […] En resumen, el proceso que consiste en contar y en interpretar historias me inscribe en un mundo-entorno que quiero conocer, enseñándome con ello que no conozco el mundo si me considero sí mismo fuera o más allá de ese mundo. (Herman 2003, 169 y 184-185)
Como se puede ver, esta concepción de la narratividad se diferencia claramente de la de Talmy y más en general de la de las ciencias cognitivas clásicas. La narratividad asume siempre una función cognitiva de organización de la experiencia, pero esta organización no se sitúa en absoluto en el nivel del pensamiento. Al contrario, se distribuye en el interior de sistemas complejos donde los procesos cognitivos dependen de la intersubjetividad, de la socialización y de la cultura. Ahora bien, ¿qué sucede a la narratividad y a las ciencias cognitivas cuando i) la narratividad no es en modo alguno pensamiento en términos de un sistema exclusivamente cognitivo y ii) cuando es pensamiento entendido como un sistema capaz de reintegrar la cultura y los repertorios enciclopédicos sedimentados por el uso, la socialización, la intersubjetividad y todo lo que constituye nuestro entorno?
En las ciencias cognitivas, una buena parte de la discusión en torno a la cognición social y cultural ha tenido lugar en el marco del debate que concierne a lo que se llama la “teoría de la mente”.
La expresión “teoría de la mente” se utiliza generalmente como un atajo para evocar nuestra capacidad de atribuir estados mentales a nosotros mismos y a otros, y también para interpretar, prever y explicar el comportamiento en términos de estados mentales, es decir, las intenciones, las creencias y los deseos. (Gallagher y Zahavi 2008: 260)
Es precisamente en el interior de una teoría de la mente donde una concepción “cultural” y “social” de la narratividad se manifiesta en las ciencias cognitivas. Esta se propone como una tercera vía que hace cambiar las dos teorías de la mente que estaban destinadas a explicarnos cómo se da sentido a nuestras acciones apelando a un conjunto de intenciones, de deseos y de creencias.
La idea de que las creencias, los deseos y las sensaciones que guían nuestras acciones dependen de un corpus específico de conocimientos que explican el modo en el que nuestros estados mentales se interconectan e interactúan entre ellos ha sido llamado “Teoría de la Teoría” (Theory Theory). Este nombre significa que este corpus particular de conocimientos representa una especie de teoría sobre la cual se apoya la acción. Por tanto, está en la base de nuestra acción. Pero constituye también la base del proceso completo de “lectura” de las acciones, de las creencias, de los deseos y de las intenciones que provienen de los demás. Utilizamos, entonces, una teoría a fin de leer el modo en el que los demás se comportan (Folk Psychology), el modo de poder inferir (Mind-Reading) las creencias, los deseos y las intenciones que dan sentido a las acciones de los demás. La Teoría de la Teoría nos dice que el hecho de que comprenderse entre sí criaturas dotadas de una mente (nosotros o los demás) es una operación de naturaleza teórica, inferencial y quasi-científica. La utilización de esas “teorías” no es siempre consciente y explícita, sino que la atribución de estados mentales es efectivamente vista como una inferencia que se aplica a los datos comportamentales a fin de explicarlos y de preverlos.
En las ciencias cognitivas, esta teoría ha mantenido una posición dominante hasta la aparición de la “Teoría de la simulación” (Simulation Theory, cfr. Gordon 1986; Heal 1998; Goldman 1989, 2006). Esta última propone un modelo completamente diferente. Se afirma que se comprende a los demás utilizando nuestra mente como modelo para simular las creencias, los deseos y otros estados intencionales que luego proyectaremos en la mente del otro con el fin de explicar o prever sus comportamientos.
La teoría de la simulación (ST) […] afirma que la comprensión del otro se basa en una auto-simulación de sus creencias, de sus deseos y de sus emociones. Me pongo en su lugar, me pregunto qué pensaría yo y qué sentiría yo si fuera él, por lo que proyecto en él los resultados de esta simulación. Según esta perspectiva, no tenemos necesidad de una teoría o de una psicología del sentido común, porque es nuestra mente la que ofrece el modelo a partir del cual se puede explicar cómo funciona la mente del otro. (Gallagher y Zahavi 2008: 260)
Esta teoría, surgida hacia finales de los años 80’, ha encontrado una nueva fuerza a partir de las investigaciones neuropsicológicas realizadas recientemente en torno a las neuronas-espejo.
El principio teorético-explicativo de esta teoría pone en juego de hecho, pero en un nivel distinto, una teoría de la simulación. Estas investigaciones (cfr. Rizzolatti y Craighero 2004, Gallese 2007) han demostrado que un principio de simulación está ya activo en el nivel neuronal: se ha constatado que las neuronas activadas por el ejecutor durante la acción son las mismas que las que se activan en el observador de esta acción. Así, la existencia de esas neuronas-espejo parece confirmar la hipótesis de un proceso de simulación inconsciente, repetido en el nivel neuronal.
Cada vez que miramos ejecutar una acción por parte de alguien, además de la activación de diferentes zonas visuales, asistimos a una activación paralela de los dispositivos motores que entran en juego cuando somos nosotros mismos los que ejecutamos una acción […] Nuestro sistema motor se activa del mismo modo que si éramos nosotros quienes estábamos a punto de ejecutar la acción que observamos […] Por tanto, observar una acción significa simularla […] Nuestro sistema motor comienza a simular la acción del actante observado. (Gallese 2001: 37-38)
Durante los años en que las ciencias cognitivas comenzaron a hablar de corporeidad (embodiment) de la cognición, las investigaciones del grupo de Parma representaron un verdadero giro para la teoría de la simulación. El investigador italiano Gallese (2007) trató de evaluar, además, el desafío de esa teoría tanto en la Teoría de la mente como en la cognición social (cfr. Igualmente los estudios de Rizzolatti y Sinigaglia 2006).
La idea de la narratividad irrumpe entonces en el paradigma cognitivo para superar esas dos teorías. La hipótesis de la práctica narrativa se propone justamente explicar la construcción de un conjunto de competencias que presiden las acciones, y esto a través de la superación tanto de la Teoría de la Teoría (TT) como de la Teoría de la Simulación (TS).
The Narrative Pratice Hypothesis provides a different story about the basis of this competence than that of TT, ST or their various combos. Without distracting refinements, its central claim is that specific kinds of narrative encounters are responsible for establishing folk psychology-competence. It denies that its acquisition depends on the existence of any kind of dedicated mindreading mechanisms. Nor is it forged by theorizing activity. (Hutto 2008: 177).
¿Cuál es, entonces, la teoría de la narratividad implícita en esta hipótesis que asigna a la narratividad un poder tan importante en el nivel de la cognición? Según Hutto, nuestra competencia cognitiva está desarrollada a partir de un conjunto compartido socialmente de prácticas narrativas (story-telling activities, narrative practices). La irrupción de la narratividad en las ciencias cognitivas corresponde, por tanto, a la irrupción de lo social, de la intersubjetividad y de la cultura en de la cognición. Nuestra mente está forjada por un grupo estereotípico de narraciones y no por la lectura de la mente del otro a través de su simulación o a través de un corpus de teorías.
La hipótesis de la Práctica Narrativa (Narrative Practice Hypothesis, NHP) nos dice que los niños obtienen una folk psychology al practicar el proceso consistente en “contar historias” gracias a la ayuda de otros. Las historias de aquellos que actúan sobre la base de razones y de motivaciones, es decir, las narrativas psicológicas del sentido común desempeñan un papel crucial. Son justamente estas historias particulares las que nos ofrecen este aprendizaje crucial necesario cuando se quiere comprender las razones de los demás. (Hutto 2007: 53)
Según esta hipótesis, no solo la competencia narrativa no depende de una teoría-guía o de un conjunto de principios situados en nuestra mente, sino es la propia competencia cognitiva la que depende de la estructura de la narratividad. A este respecto, Hutto afirma que diferentes competencias cognitivas y, aún más radicalmente, de diferentes tipos de Folk Psychology van a depender de diferentes stocks de historias inscritas en la enciclopedia de una cultura particular.
En el marco de las ciencias cognitivas que aquí nos ocupan, la teoría de la narratividad sirve, por tanto, para realizar un vuelco idéntico al que ha sido provocado por la epistemología semiótica desde sus orígenes. No es por casualidad que Hutto (2008: 178) subraye que:
The central claim of the Narrative Practise Hypothesis is not compatible with TT, ST or TT-ST combos where these theories seek to explain the basis of our core FP-competence. If the NPH is true, FP-competence does not equate to or derive from having a Theory of Mind. (Hutto 2008: 178) Our minds do not literally contain the basic FP principles. The NPH eschews any crude internalizing stories that claim that whenever we learn a competence we must store it as a set of propositional rules in our ‘heads’. (Hutto 2008: 181)
Es evidente que una postura de este tipo pone radicalmente todo internalismo en cuestión. Para las teorías cognitivas que precedieron al acontecimiento de las teorías de la narratividad, lo que se situaba en la base de las acciones y de su sentido era una teoría de la mente. Más aún: la teoría de la mente era la propia condición de posibilidad de intersubjetividad y de la construcción del mundo social.
Mind-reading appears to be a prerequisite for normal social interaction: in everyday life we make sense of each other’s behaviour by appeal to a belief-desire psychology. (Frith y Happé 1999: 2)
It is hard for us to make sense of behaviour in any other way than via the mentalistic (or “intentional”) framework. […] Attribution of mental states is to humans as echolocation is to the bat. It is our natural way of understanding the social environment. (Baron-Cohen 1995: 3–4)
Mind-reading and the capacity to negotiate the social world are not the same thing, but the former seems to be necessary for the latter. […] Our basic grip on the social world depends on our being able to see our fellows as motivated by beliefs and desires we sometimes share and sometimes do not. (Currie y Sterelny 2000: 145)
En las ciencias cognitivas, la introducción de la idea de narratividad sirve precisamente para invertir este tipo de relaciones situadas bajo el primado de la mente. Una vez que el concepto de narratividad hace su aparición en el paisaje cognitivista, lo que cambia es la idea misma de cognición, porque ya no concierne necesariamente a la mente y los procesos que intervienen “bajo la piel” del individuo. Por el contrario, la cognición comienza ahora a depender constitutivamente de la construcción de un mundo social y de la intersubjetividad que definen las propias condiciones de posibilidad. Por ejemplo, en autores como Shaun Gallagher, donde la atención a la narratividad pertenece a una teoría más general de la interacción, se refutan precisamente esos principios que han caracterizado las teorías cognitivas precedentes. La teoría de la interacción formulada por Gallagher sacude todos los principios que han constituido la teoría cognitiva de la acción y de la intersubjetividad sobre la base de una teoría de la mente. En efecto, Gallagher (2009: 4):
i) rechaza el principio cartesiano según el cual las mentes de los demás permanecen ocultas e inalcanzables e, inspirándose en ello –por una parte– en la fenomenología y –por otra– en la psicología evolutiva, afirma que las intenciones, los deseos y las creencias que guían las acciones de los demás dándoles sentido se expresan perfectamente en su comportamiento corporizado (embodied).
ii) afirma que el modo en el que comprendemos a los demás no se funda en un mecanismo de lectura mental (Mind-reading), que es una habilidad muy específica que hemos desarrollado a partir de la interacción pragmática con los demás, sino más bien a partir de una interacción en la que el sujeto no se sitúa como simple observador de la acción ajena, sino más bien como coprotagonista en una escena en la que interactúa con los demás en una práctica. La intersubjetividad y la sociabilidad de la comunidad preceden, por tanto, lógicamente a los procesos cognitivos que tienen lugar “bajo la piel” del individuo y contribuyen a formarlos.
Es la acción con su lógica narrativa la que forja la capacidad cognitiva de Mind-reading y la teoría de la mente, y no al contrario. La cognición resulta una función de la acción, y la acción es desde el principio una inter-acción (Interactive Theory).
Las consonancias con la semiótica y el pragmatismo de Peirce, que se funda precisamente en esos principios anticartesianos, son notables. Según Peirce,
i) no solo los estados internos ajenos, sino también nuestros propios estados internos se infieren a partir de nuestros conocimientos de los estados externos (lo que Peirce llama “incapacidad de introspección”);
ii) la significación de las creencias que guían la acción está expresada por completo bajo la forma de un comportamiento encarnado en los efectos prácticos suscitados por las creencias (lo que Peirce denomina “máxima pragmática”);
iii) las creencias y los hábitos que presiden nuestras acciones y definen el sentido están fijadas en el nivel de la comunidad y no en el nivel del individuo (cfr. Paolucci 2010, § 2.5):
iv) finalmente, la única función del pensamiento y de la cognición consiste en establecer creencias, es decir, en establecer un hábito de acción que queda fijado en la comunidad (la cognición resulta ser una función de la acción y la acción se piensa en términos de inter-acción).
Es evidente que la introducción de esta idea de narratividad dentro de las ciencias cognitivas produce un conjunto de giros y de cambios dentro de su epistemología inicial, hasta el punto de que comienza a aparecer un acercamiento a los principios constitutivos de la semiótica. Por esta razón, hemos visto promover recientemente encuentros entre la epistemología semiótica y las nuevas teorías cognitivas que rechazan radicalmente el internalismo cognitivo: cognición distribuida, mente extendida, enactivismo y teoría de la interacción (cfr. Fusaroli, Granelli y Paolucci 2011).
Sin embargo, no se puede decir todavía que, en estas últimas corrientes de las ciencias cognitivas, la noción de narratividad sea verdaderamente equivalente a la de la semiótica, porque sabemos que en esta última tradición, la narratividad está asociada a una transformación sintagmática de los valores que define la forma procesual del sentido. Paradójicamente, la idea de narratividad elaborada por Talmy, es decir, una forma procesual profunda responsable de la estructuración de la experiencia, parece estar mucho más próxima del modelo general que la semiótica ha extraído de las “narraciones” haciendo de ello el principio de estructuración del sentido; mientras que la idea elaborada por autores tales como Gallagher y Hutto parece estar mucho más próxima al sentido común. Cuando Gallagher emplea el concepto de “competencia narrativa”, está pensando en todo ese conjunto de interacciones intersubjetivas que desempeñan el papel de formar la competencia cultural del niño entre los dos y los cuatro años, y, ciertamente, no le importa para lo que la semiótica haya utilizado tradicionalmente esta definición. Para un semiótico, la competencia narrativa estaría ya presente antes de los dos años, porque la competencia narrativa se puede asociar a todo lo que tiene sentido y a todo proceso de transformación de valores. Por tanto, cuando un bebé de once o doce meses comienza a percibir movimientos corporales significativos para él y a los que responde a través de una interacción, para un semiólogo, lo que está en juego es una evidente competencia narrativa que puede transformar los valores y encadenar un conjunto de acciones/pasiones que les corresponden. Por el contrario, para autores como Gallagher y Hatto, la competencia narrativa está estrictamente unida a historias “propiamente dichas” y no se puede manifestar antes de los dos años. Más en concreto, la competencia narrativa se forma en correspondencia con la adquisición del lenguaje, a través del desarrollo de una memoria autobiográfica y a través de la formación de la conciencia del sí-mismo.
En la teoría de la interacción de Gallagher, por ejemplo, la narratividad es un medio que proporciona un frame en el que se da sentido a las acciones del otro (cfr. Gallagher 2006, 2009; Gallagher y Hutto 2008):
Como propone Alasdair McIntyre, una acción se dice que es comprensible para otro observador o para un participante cuando encuentra un lugar en el interior de una narración […] Comprendo cualquier forma de historia por medio de otras formas de narración, las cuales tienen por objeto las prácticas sociales, los contextos y los rasgos pertinentes. Esas narraciones pueden influenciar igualmente mis juicios, mi manera de evaluar las acciones del otro.
El ejemplo de Sartre es muy oportuno: si te sorprendo de rodillas espiando a alguien por el ojo de la cerradura en una habitación cercana, puedo deducir inmediatamente que tu comportamiento representa una violación culpable de la privacidad. Eres un espía y, por lo tanto, debes ser denunciado. Pero mi comprensión de ese comportamiento no se basa en una teoría de los espías ni en inferencias hechas sobre ti, o eventualmente sobre tus creencias o tus deseos. Como te he pillado en flagrante delito, mi juicio sobre ese episodio está influenciado evidentemente por las diversas formas de narración que he escuchado sobre el tema de los espías. Y visto que tú también las conoces, te avergüenzas inmediatamente y sientes el peso de mi juicio. (Gallagher y Zahavi 2008: 297)
Comprendemos entonces que, incluso si tenemos en cuenta las numerosas diferencias que se han ilustrado aquí, la idea de narratividad produce en las “ciencias cognitivas” un cambio crucial en el modo en que se concibe la cognición. Cuando la noción de narratividad se introduce, la cognición normalmente no está ya asociada a los mecanismos internos situados “en la cabeza” o en el interior del individuo. Ello marca un verdadero cambio en la epistemología de las ciencias cognitivas, porque ya no es posible explicar la cognición sin apelar a principios de tipo social y cultural (cfr. Gardner 1987).
Todo ello da lugar a un transición fundamental, que se encontraba ya en el fundamento de la epistemología semiótica: una vez dado el continuo de la experiencia, es necesario que algo lo segmente y le dé forma; pero este principio constitutivo de formación no parece presentar una naturaleza exclusivamente cognitiva, que provocaría que las dimensiones socioculturales solo fueran variables superficiales. Por el contrario, es la cognición misma la que resulta estar constituida por la intersubjetividad y la cultura. Como decía Peirce, la naturaleza de la cognición es semiótica, porque cada cognición actualmente presente en la mente se infiere a partir de nuestros conocimientos precedentes, circulando en la intersubjetividad de la comunidad interpretante.
Para concluir: la historia de las ciencias cognitivas es la historia de una expansión progresiva. Si al principio la idea de base era que podemos estudiar la cognición sin tener en cuenta las variables biológico-neuronales o las variables socioculturales, las ciencias cognitivas se han ido alejando progresivamente de esta idea, hasta el punto de abandonarla. La primera etapa de este distanciamiento ha tenido lugar con la revolución ligada a la noción de corporeidad (embodiment), a través de la cual se ha comenzado a dar entrada a las variables biológico-neuronales, inicialmente consideradas como no pertinentes para el estudio de la cognición.
La segunda etapa de este distanciamiento ha tenido lugar con la identificación deuna imposibilidad para localizar la cognición. Estas tendencias contemporáneas internas en las ciencias cognitivas que llama “mente amplia” o “cognición distribuida” consideran el pensamiento y la cognición no como localizables en la mente (cognition) o en el cuerpo (embodied cognition), sino como distribuidas en las Gestalten funcionales de humanos y de no humanos, a partir de las cuales el pensamiento emerge en tanto que proceso mediado, fruto de una pluralidad de instancias que hacen del individuo el nudo de una red y no su centro organizador. De modo que la intersubjetividad y la cultura se piensan como dimensiones fundamentales y constitutivas de la cognición, y no como variables superficiales. Las ciencias cognitivas reintroducen de este modo las variables sociales y culturales anteriormente dejadas de lado, porque se consideraban irrelevantes para un estudio sobre la cognición.
Esperamos haber podido demostrar que la idea de narratividad ha desempeñado un papel fundamental y crucial en esta evolución.