Artículos

La conflictividad rural en la región nordeste de la Argentina. La experiencia de las Ligas Agrarias bajo la óptica del maoísmo argentino

The rural conflict in the northeast region of Argentina. The experience of the agricultural leagues from the perspective of argentine Maoism

Guido Lissandrello
Universidad de Buenos Aires, Argentina

La conflictividad rural en la región nordeste de la Argentina. La experiencia de las Ligas Agrarias bajo la óptica del maoísmo argentino

Revista Territorios y Regionalismos, núm. 2, pp. 63-76, 2020

Universidad de Concepción

Recepción: 15 Marzo 2020

Aprobación: 18 Mayo 2020

Resumen: América Latina asistió en las décadas del ’60 y ’70 a una etapa convulsiva, signada por el ascenso de la amenaza revolucionaria en un número importante de países, el crecimiento de la conflictividad en las fábricas y universidades y las manifestaciones de fuerzas callejeras. La Argentina no escapó a esta realidad. Incluso, fue uno de los territorios donde estos conflictos se desplegaron con mayor intensidad. En el ámbito rural, una región particularmente movilizada fue la del Nordeste, donde se localizaban producciones que, en el marco de la crisis capitalista que atravesaba el sector, sufrieron importantes procesos de concentración y centralización de capital. En esas regiones emergieron con fuerza las llamadas Ligas Agrarias. Un vasto y complejo conglomerados de clases sociales y capas dieron origen a un movimiento heterogéneo, cuyo reclamos iban desde la exigencia de precios sostén para su producción, hasta la disputa por la propiedad de la tierra. En este artículo nos proponemos abordar el fenómeno de la conflictividad rural y territorial en la región nordeste de la Argentina. En particular, enfocamos el problema desde el examen de los partidos políticos de izquierda, filiados en la tradición maoísta. Seleccionamos, como estudio de caso, al mencionado PCR. Para ello, utilizamos fuentes primarias, en particular documentos congresales y la revista teórica del partido (Teoría y Política), que nos permiten reconstruir como entendía el agro argentino y a los sujetos sociales que allí existían, esta organización. A su vez, el estudio de su prensa periódica (Nueva Hora), nos permite recomponer la intervención concreta de este partido sobre el movimiento de las Ligas Agrarias. Nos interesa ahondar en un terreno inexplorado, como es el de los objetivos políticos y el accionar de las organizaciones que apostaban a transformaciones sociales profundas, en un escenario tan conflictivo como poco abordado: el rural. De este modo, creemos colaborar a complejizar el conocimiento disponible sobre la conflictividad social en una etapa donde esta se tornó central. Creemos poder contribuir a complejizar lo conocido acerca de sujetos sociales, repertorios de acción, tipos de conflicto y desarrollo de la izquierda en una territorialidad agraria.

Palabras clave: Conflictividad Rural, Nordeste argentino, Ligas Agrarias, Maoismo.

Abstract: Latin America attended a convulsive stage in the '60s and' 70s, marked by the rise of the revolutionary threat in a significant number of countries, the growth of conflict in factories and universities and the manifestations of street forces. Argentina did not escape this reality. It was even one of the territories where these conflicts were deployed with greater intensity. In the rural area, a particularly mobilized region was that of the Northeast, where productions were located that, in the framework of the capitalist crisis that the sector was going through, underwent important processes of concentration and centralization of capital. In these regions the so-called Agrarian Leagues emerged strongly. A vast and complex conglomerate of social classes and layers gave rise to a heterogeneous movement, whose claims ranged from the demand for support prices for its production, to the dispute over land ownership. In this article we propose to address the phenomenon of rural and territorial conflict in the northeast region of Argentina. In particular, we approach the problem from the examination of the leftist political parties, affiliated with the Maoist tradition. We selected, as a case study, the Revolutionary Communist Party. To do this, we use primary sources, in particular congressional documents and the theoretical magazine of the party (Theory and Politics), which allow us to reconstruct as I understood the Argentine agriculture and the social subjects that existed there, this organization. In turn, the study of its periodic press (New Hour), allows us to recompose the concrete intervention of this party on the movement of the Agricultural Leagues. We are interested in delving into unexplored terrain, such as that of political objectives and the actions of organizations that were committed to profound social transformations, in a scenario as conflictive as little addressed: rural. In this way, we believe to collaborate to complex the available knowledge about social conflict at a stage where it became central. We believe we can contribute to the complexity of what is known about social subjects, repertoires of action, types of conflict and development of the left in an agrarian territoriality.

Keywords: Rural Conflict, Northeast Argentina, Agricultural Leagues, Maoism.

Introducción

Toda América Latina asistió en las décadas del ’60 y ’70 a una etapa convulsiva, signada por el ascenso de la amenaza revolucionaria en un número importante de países, el crecimiento de la conflictividad en las fábricas y universidades y las manifestaciones de fuerzas callejeras. En algunos casos, eso derivó en la instalación de dictaduras militares que se hicieron cargo del gobierno. Menos presente en los estudios académicos, mas no ausentes en aquella crítica coyuntura, fueron los conflictos que tuvieron un escenario eminentemente rural. En efecto, en ese espacio se registró una marcada intranquilidad que derivó en movilizaciones protagonizadas, en la mayoría de las ocasiones, por sectores de productores que se veían desalojados del mercado por su incapacidad para alcanzar los nuevos estándares productivos y tecnológicos. No faltaron tampoco los conflictos protagonizados por sectores obreros en el ámbito rural, pero fueron, en los hechos, opacados por los movimientos de cooperativistas, productores o incluso corporaciones rurales más tradicionales.

La Argentina no escapó a esta realidad. Incluso, fue uno de los territorios donde estos conflictos se desplegaron con mayor intensidad. En el ámbito rural, una región particularmente movilizada fue la del Nordeste, donde se localizaban producciones que, en el marco de la crisis capitalista que atravesaba el sector, sufrieron importantes procesos de concentración y centralización de capital, crecimiento de las escalas y de la productividad y la incorporación de nuevas técnicas y tecnologías, que fueron dejando un tendal de productores incapaces de adaptarse a las nuevas transformaciones. Nos referimos en concreto, a la producción de algodón en las provincias de Chaco y Formosa, la producción tabacalera en Corrientes, el té y la yerba mate y el té en Misiones, entre las principales. En efecto, en esas regiones emergieron con fuerza las llamadas Ligas Agrarias. Un vasto y complejo conglomerados de clases sociales y capas dieron origen a un movimiento heterogéneo, cuyo reclamos iban desde la exigencia de precios sostén para su producción, con facilidades crediticias, hasta la disputa por la propiedad de la tierra. La misma variedad se visualizó en los métodos de lucha, que se extendieron desde las peticiones pacíficas al gobierno hasta la ocupación de tierras, pasando por las movilizaciones y cortes de ruta.

Al mismo tiempo que creció la insurgencia tanto rural como urbana, esta última expresada en los conflictos callejeros de gran envergadura que se popularizaron en la etapa con el sufijo –azo (en particular, el Cordobazo protagonizado por el movimiento obrero de la provincia mediterránea de Córdoba), fueron engrosándose las filas de las organizaciones de izquierda, aquellas que apostaban a una transformación social profunda. En ese espectro político, la reflexión y el intento de incidir en el movimiento de lucha radicado en el escenario rural, no estuvo ausente. Por el contrario, esa fue la base para la emergencia de proyectos políticos que contemplaban como sujeto de la estrategia revolucionaria a un sector social de productores, a los que se visualizó como expresión del campesinado movilizado. En particular, esta concepción actualizó una variante específica del marxismo, el llamado maoísmo. La Argentina vio desarrollarse organizaciones filiadas en aquella tradicional, siendo una de las más importantes la que surgiera del seno del Partido Comunista, el Partido Comunista Revolucionario (PCR).

En este artículo nos proponemos abordar el fenómeno de la conflictividad rural y territorial en la región nordeste de la Argentina. En particular, enfocamos el problema desde el examen de los partidos políticos de izquierda, filiados en la tradición maoísta. Seleccionamos, como estudio de caso, al mencionado PCR. Para ello, utilizamos fuentes primarias, en particular documentos congresales y la revista teórica del partido (Teoría y Política), que nos permiten reconstruir como entendía el agro argentino y a los sujetos sociales que allí existían, esta organización. A su vez, el estudio de su prensa periódica (Nueva Hora), nos permite recomponer la intervención concreta de este partido sobre el movimiento de las Ligas Agrarias. Nos interesa ahondar en un terreno inexplorado, como es el de los objetivos políticos y el accionar de las organizaciones que apostaban a transformaciones sociales profundas, en un escenario tan conflictivo como poco abordado: el rural. De este modo, creemos colaborar a complejizar el conocimiento disponible sobre la conflictividad social en una etapa donde esta se tornó central. Creemos poder contribuir a complejizar lo conocido acerca de sujetos sociales, repertorios de acción, tipos de conflicto y desarrollo de la izquierda en una territorialidad agraria.

La crisis agraria del nordeste argentino

La década del ’60 y ’70 en la Argentina, fue una etapa signada por las grandes transformaciones en el agro. En la región pampeana, corazón productivo del campo, se registró un notable avance en la mecanización, utilización de herbicidas, fertilizantes y semillas híbridas, que dieron como resultado un notable despegue de la producción y la productividad. Junto con ello, se dieron cambios en la estructura agropecuaria, con una desconcentración de la tierra y una concentración en la producción (Barsky y Gelman, 2009, p. 389-382). Los cambios en la estructura agraria no fueron privativos de la región pampeana. Las llamadas producciones regionales estuvieron atravesadas por procesos de transformación. Durante la etapa en estudio, estas economías estuvieron permanentemente al borde de la crisis, sobre todo porque allí se encontraba una serie de pequeños productores, poco mecanizados, amenazados por los procesos de concentración y centralización. Estos reclamaban la intervención estatal para evitar la sobreoferta y sostener precios que evitaran la quiebra.

Un caso paradigmático fue la producción algodonera en las provincias de Chaco y Formosa, que concentraban el 70% de la actividad. En esa década se produjo una importante caída de la demanda, lo que se tradujo en el desplome del precio. Esto se debió a múltiples factores, entre ellos una crisis de sobreproducción con una oferta de fibra un 30/40% superior a la demanda, la difusión de tejidos sintéticos de menor costo que competían con el algodón y la baja calidad del producto en las provincias del norte argentino que tornaba inviable su exportación (Dal Pont y Ordoqui, 2005; Di Paola, 2005). El escenario resultante estuvo signado por la mecanización y concentración de los productores más eficientes, progresiva reconversión hacia la ganadería bovina y el cultivo de soja, quiebra de los pequeños productores incapaces de llevar adelante estos dos últimos cambios, y expulsión de población rural (en Chaco, por ejemplo, entre 1947 y 1970 cayó un 25%).

Otro caso similar fue el de la yerba mate, producción con asiento en las provincias del nordeste, centralmente Misiones. Como otras producciones regionales, la yerba mate se encontraba regulada por el Estado, que intervenía para mantener precios y controlar la producción. Esa intervención, sin embargo, no evitó las recurrentes crisis. Una de las que tuvo mayor profundidad aconteció a comienzos de los ‘60, lo que llevó a la limitación de las cosechas del 1964 y 1965 e incluso a la prohibición de la zafra en 1966. Recién con un encauzamiento de la oferta, se redujeron gradualmente las restricciones entre 1972 y 1976 pero los precios por debajo de los costos, la inflación y fuertes heladas en 1975 llevaron a un creciente desaliento de la producción (Magán, 2008, 117-119).

En síntesis, lo que se observa en las llamadas producciones regionales es un escenario de crisis, marcado por la concentración y centralización de la producción y la quiebra de los productores más ineficientes cuya reproducción se garantizaba, con dificultades, por la intervención del Estado. Ello conllevó al desalojo de la producción de los capitales más chicos que no pudieron adaptarse a las nuevas condiciones. Sobre esta base el campo en los ‘70 será un espacio de una importante conflictividad.

La emergencia de las Ligas Agrarias

Uno de los emergentes de esas crisis regionales fueron las llamadas Ligas Agrarias del norte y nordeste del país. Una experiencia de organización corporativa protagonizada por diferentes capas de la burguesía rural, pequeña burguesía y proletariado con tierras de Chaco, Formosa, Misiones, Entre Ríos, Corrientes y del norte de Santa Fe. La influencia del movimiento liguista se puede dividir en tres zonas por sus características económicas.

En primer término, la región algodonera, comprendida por los territorios de Chaco, Formosa y el norte de Santa Fe. Mientras que en el norte santafesino predominaban los productores más grandes - explotadores de fuerza de trabajo estacional y permanente, y con una producción diversificada con graníferas-, en Chaco se agrupaban productores medios, que empleaban asalariados solo para tareas estacionales y con unidades productivas de menor cantidad de hectáreas. En Formosa las producciones eran más chicas y estaban en manos de semiproletarios o productores de subsistencia, siempre bajo la amenaza de la expropiación y proletarización. De este modo, la región algodonera comprendió socialmente desde fracciones de burguesía media hasta proletarios con tierra, pasando por una pequeña burguesía no explotadora. La caída del precio del algodón significó la ruina de los más pequeños, con la consecuente pauperización, proletarización y expulsión de la tierra, mientras que para los medianos y grandes la crisis se manifestó como imposibilidad de capitalización y endeudamiento.

La primera experiencia de organización fueron las Ligas Agrarias Chaqueñas (LACH), cuyo principal reclamo fue el precio de sus productos, disputando con las comercializadoras (Galafassi, 2007). Las cooperativas de comercialización ya no podían afrontar el pago de las cosechas a los productores, lo que las llevaba a atrasos y pagos en cuotas. Los productores tuvieron que recurrir entonces a acopiadores privados, que pagaban al contado, pero a un precio sensiblemente menor. De allí que el reclamo corporativo por excelencia fueran los precios y el pedido de intervención del Estado, todo ello sostenido en un discurso antimonopolista, en el que se acusaba a los comercializadores privados.

En Formosa se conformó la Unión de las Ligas Campesinas Formoseñas (ULICAF), que aglutinó centralmente a productores chicos o de subsistencia (Rozé, 2011). Muchos de ellos incluso eran propietarios precarios de tierras fiscales. De allí que a la reivindicación de precios sostén, se le sumara el reclamo por tierra y la denuncia de desalojos (Galafassi, 2006). Esto, a su vez, se tradujo en acciones como la toma de tierras en pos de su adjudicación.

Menos radical fue la intervención de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe (ULAS), hecho que se explica por su composición. Se trataba de productores de mayores recursos, con 80 hectáreas en promedio, tamaño muy superior al de las 15 hectáreas que detentaba un productor promedio formoseño. Su capacidad económica les permitía diversificarse, campear así la caída del precio del algodón, y sortear con mayores posibilidades la crisis.

La segunda subzona productiva corresponde a la del cultivo de yerba mate, cuyo epicentro se ubicaba en Misiones. Allí la crisis del sector conllevó a una reestructuración productiva: se diversificó la producción hacia cultivos de alto rendimiento (como el té y el tung) y se dio lugar a un proceso de concentración, que fue desalojando a capas de la pequeña burguesía y de la burguesía. Se inició así un proceso de movilización en el que se constituyó el Movimiento Agrario Misionero (MAM). Muchos pequeños productores pudieron reorientarse hacia los cultivos de altos rendimientos, no obstante lo cual hubo un proceso de desaparición de pequeñas explotaciones e incremento de las grandes. Con todo, el protagonismo dentro del MAM lo detentó la burguesía mediana y grande, en defensa de los precios y los créditos, y en lucha contra la descapitalización (Rozé, 2011; Galafassi, 2008).

La tercera subzona, comprendida por las provincias de Corrientes y Entre Ríos, vio nacer un movimiento liguista de menor envergadura (Rozé, 2011). Las Ligas Agrarias Correntinas (LAC), agruparon a los productores tabacaleros que se organizaban contra los propietarios de las tierras que arrendaban y contra las comercializadoras, defendiendo precios sostén. Por su parte, las Ligas Agraria Entrerrianas nuclearon a los productores graníferos y avícolas, también con motivo de la mejora en la comercialización.

Resumiendo, las Ligas Agrarias fueron el resultado organizativo del impacto que tuvieron las transformaciones agrarias en curso sobre un amplio y complejo espectro de clases, capas y fracciones (Rozé, 2011). En su interior, y dependiendo de la zona, se nuclearon desde burguesía chica y mediana hasta productores pequeños en vía de proletarización. Todos ellos sufrieron con desigual intensidad los efectos de la crisis de sobreproducción de los cultivos comerciales característicos de cada región. Un agudo proceso de concentración y centralización, expulsó a los más chicos e ineficientes, y obligó a la reconversión a los productores capaces de asumirla. Imposibilidad de capitalización, endeudamiento, reconversión o expulsión fueron todos efectos de la crisis. La heterogeneidad de los afectados explica las diferentes líneas y formas de intervención, que fueron desde la demanda de tierras y ocupaciones en enfrentamiento a los desalojos -accionar propio de la pequeña burguesía -, hasta las movilizaciones por mejoras en los precios, intervención estatal y créditos baratos -demandas propias de las capas chicas y medias.

Las Ligas fueron un espacio privilegiado de la intervención de la izquierda en el agro. Sin embargo, es común que en sus caracterizaciones se desdibujen las distinciones respecto a los sujetos sociales que actúan bajo este paraguas común de las Ligas. Influye en ello una característica del tipo de producciones que entran en crisis y ven surgir, producto de ella, a este nuevo actor: al tratarse mayormente de producciones intensivas, los tamaños de las unidades productivas son significativamente menores a los imperantes en la región pampeana. Al tratarse de producciones que requieren menores dotaciones de tierras, se tiende a englobar a todos los integrantes de las Ligas bajo la categoría de “campesinos”, sin prestar atención a las distinciones sociales en su interior y si se trataba de sectores que contrataban o no fuerza de trabajo.

El auge del maoísmo

El maoísmo fue, dentro del marxismo, la corriente que más énfasis puso sobre el campesinado. Combatiendo lo que llamó oportunismo de izquierda dentro del Partido Comunista Chino (PCCH) - posición que privilegiaba la inserción exclusiva en el proletariado industrial-, Mao Tse Tung elevó al grado de teoría la formulación según la cual, en países donde la población rural tenía un peso significativo y se perpetuaban relaciones feudales, el campesinado no sólo era un aliado posible, sino principal e imprescindible. De allí su insistencia en que el partido proletario fuera al campo a buscar a su aliado y que sus intelectuales se abocaran al estudio agrario para ofrecer una solución correcta al “problema campesino”. En materia estratégica, el maoísmo implicó la radicalización de la forma típica de resistencia campesina, la guerrilla rural, apostando a ella como puntapié para la construcción de un ejército capaz de librar una guerra popular y prolongada.

Las décadas del ‘60 y ‘70 fueron la etapa dorada del maoísmo, programa que cobraba fuerza en un momento caracterizado por un auge revolucionario a escala mundial. Buena parte de la influencia de las ideas de Mao en ese contexto se deben a la reactualización de la “cuestión agraria” que cobró centralidad en el momento de expansión de la producción y la productividad agraria. La contracara necesaria de ese proceso fue la concentración y centralización de la producción, lo que condujo al desalojo de los productores más chicos. La movilización de esas capas, que buscaban resistir el proceso, fue leída en muchos casos como una “resistencia campesina” para la cual el maoísmo ofrecía una estrategia: la guerra de guerrillas rural.

Estos planteos tuvieron una gran acogida, en particular tras la Revolución Cubana y la resistencia vietnamita. En América Latina, el maoísmo parecía ofrecer una alternativa para una realidad continental que se asumía como atrasada y predominantemente agraria. En algunos casos el atractivo fue estratégico y alimentó estrategias como la guerra popular prolongada. En otros casos, el influjo fue programático, encontrando en las formulaciones de Mao un sustento teórico para la alianza obrero-campesina, la comprensión de los fundamentos del “atraso” nacional y la delimitación de tareas y carácter de la revolución para nuestro país. Ese fue el caso del PCR.

El Partido Comunista Revolucionario, una vertiente del maoísmo argentino

Los orígenes del PCR se remontan a una ruptura del Partido Comunista, nacido en la tradición del marxismo-leninismo. Hacia 1967 comenzaba a hacerse visible una creciente disconformidad dentro de las filas del partido, fundamentalmente en la Federación Juvenil Comunista. Se criticaba cada vez más abiertamente la línea estratégica oficial del Partido, siendo la cuestión central que dividía las aguas el carácter pacífico o armado de la revolución en la Argentina.

Esta discusión esta íntimamente relacionada con la línea adoptada en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), celebrado en febrero de 1956, bajo la dirección de Nikita Kruschev. Aquel Congreso planteó dos tesis: la “coexistencia pacífica” entre socialismo y capitalismo, y la “vía pacífica” para la transición de un sistema a otro. Ello conducía al rechazo a cualquier tipo de estrategia armada, en favor de reformas graduales impuestas por la vía parlamentaria. En este escenario, impactó con fuerza la Revolución Cubana, que tensionó la línea del PCUS. En efecto, el caso cubano parecía mostrar la viabilidad de una solución armada, a kilómetros de Estados Unidos y en la propia América latina.

Los jóvenes militantes nucleados en la FJC del PC hicieron cada vez más explícita su disconformidad con la línea estratégica oficial. La naturaleza del problema se encontraba en el creciente “revisionismo” del PCUS, que habría exigido un “replanteo” o “adecuación” de la táctica de la revolución proletaria mundial. En un artículo de la revista Teoría y Política -revista teórica del futuro PCR-, escrito a posteriori de la ruptura, se señalaba que el principal eje de la discusión era la llamada vía pacífica (Petri, 1969, p. 57). Allí se argumentaba que, si bien podía excepcionalmente producirse un acceso pacífico al poder, los revolucionarios deberían guiarse por la norma: la conquista del poder político requeriría la destrucción del Estado de la clase dominante. Como en el control del Estado se jugaba la continuidad de una sociedad construía a imagen y semejanza de la burguesía, difícilmente esta se entregaría sin combatir.

Entre los elementos que empujaron a la ruptura, también se contaba la acusación a la dirección de Victorio Codovilla de colocar al partido detrás de fracciones de la burguesía, apostan en diversas elecciones a apoyar partidos de la clase dominante (Brega, 2008, pp. 19-21). En suma, la corriente interna del PC caracterizaba que el partido había adoptado crecientemente una postura reformista, que se expresaba con claridad en la defensa del pacifismo. Sin embargo, la voluntad de esta corriente no fue generar una ruptura sino intentar una modificación en la línea estratégica.

El partido no fue receptivo a la crítica y terminó expulsando en 1967-68 a cerca de 4.000 militantes, parte de los cuales terminaron por fundar el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria del Partido Comunista (CNRR-PC) en febrero de 1968. Como se puede apreciar, el nombre elegido evidenciaba que la voluntad no era constituir un nuevo partido, sino operar sobre el ya existente. La realidad finalmente terminaría por disuadir a los militantes de esa idea, y ya para diciembre de 1969 se celebraría el Primer Congreso del flamante Partido Comunista Revolucionario. La ruptura era entonces total y debía comenzar a delinearse un nuevo partido.

La oposición a la vía pacífica al socialismo había logrado aglutinar a un número importante de militantes del PC, que se sumaron a la CNRR. Sin embargo, esa unidad por oposición generó un debate importante al momento de elaborar una estrategia por la positiva. Detrás de la defensa de la “vía armada” se escondía una multiplicidad de formas de lucha. Tras un profundo debate interno, el partido rechazó la estrategia de lucha armada y se pronunció por una de tipo insurreccionalista, siguiendo la experiencia de la Revolución Rusa.

Entrado el año 1972, más precisamente en el mes de abril, tuvo lugar el Segundo Congreso del PCR. Allí comenzaron a esbozarse algunas reivindicaciones de la experiencia china. En concreto, se reconoció la Revolución Cultural, el apoyo de la República Popular China a las diferentes luchas de liberación en el mundo, se avanzó en la teorización de que en la URSS había habido un cambio de “naturaleza social” y se caracterizó a China como el destacamento más avanzado de las fuerzas enfrentadas al imperialismo y el revisionismo.

El PCR frente a las Ligas Agrarias y la conflictividad rural

El análisis del PCR sobre la estructura del campo argentino se organizó a partir de dos grandes elementos explicativos. Por un lado, lo que fue considerado como una aguda concentración de la tierra, bajo la forma del latifundio. Por el otro, el desarrollo del capitalismo perpetuando esa estructura, en lo que se dio en llamar “vía prusiana”. De resultas de ello, la clase terrateniente fue caracterizada como “profundamente reaccionaria por las características de la explotación rural de la mayoría de ellos, por sus vínculos con los monopolios imperialistas y con los grandes capitalistas argentinos asociados al imperialismo.” (PCR, 2005, p. 95) Ese carácter regresivo se observaría en las trabas al desarrollo de una “fuerte burguesía rural” que impidió el aprovechamiento de la inmigración europea. Esta, impedida de acceder a la tierra, terminó constituyendo una capa de “campesinos pobres y medios, medieros y aparceros que debían pagar renta en dinero, especie o trabajo” (PCR, 2005, p. 96). Esa fuerza, junto a los trabajadores rurales, serían el sujeto a organizar por el partido, en una alianza obrero-campesina que resolviera el problema agrario.

Los mayores esfuerzos del trabajo partidario estuvieran abocados al “movimiento campesino” que mostraba disposición a la lucha. Con solo revisar la prensa oficial resulta clara la importancia atribuida al trabajo en ese espacio. Allí la consigna que ordenaba la tarea partidaria era: “nos apoyamos en los campesinos pobres, tratamos de aliarnos a los campesinos medios y neutralizamos a los campesinos ricos.” (Nueva Hora, 12/11/1975)

El PCR había diagnosticado desde 1970, un ingreso al combate de “clases y capas sociales oprimidas por el imperialismo y la oligarquía burguesa terrateniente” (PCR, 2005, p. 207), producto de lo que se caracterizaba como un agravamiento de la concentración y centralización monopolista y el estímulo dado al latifundio por la dictadura militar. En efecto, en aquel año habían hecho su aparición las Ligas Agrarias. Dentro del movimiento campesino distinguía a aquellos sectores hegemonizados por el campesinado rico, donde primarían reclamos en torno a rebajas impositivas, créditos, freno a la usura, precios compensatorios, forraje a precio de fomento y mejoras en las leyes jubilatorias. Mientras que en las provincias del nordeste (Chaco, Misiones) y Tucumán se denotaría un componente más empobrecido, que reclamaba por la anulación de la ley de desalojo rural, por contratos de arrendamiento de cinco años, acceso a la tierra y la derogación de las “clausulas semifeudales” del estatuto del tambero mediero. En estos casos, las movilizaciones habrían escapado al control de los campesinos ricos, levantando “las reivindicaciones antiterratenientes y antimonopolistas del campesinado pobre y medio” (PCR, 2005, p. 126). De todo ello, el rasgo más sobresaliente sería la constitución del movimiento liguista chaqueño.

En efecto, para el PCR la constitución de las Ligas como órganos de agrupamiento era un avance saludable, una organización “independiente de la burguesía agraria y los terratenientes”, cuyo siguiente paso necesario sería la estructuración de una organización nacional que represente al conjunto del “campesinado” (Nueva Hora, 03/11/1972). En las organizaciones existentes, los militantes comunistas deberían tensar las relaciones con el campesinado rico, para desalojarlo de la dirección de los órganos corporativos. El más apto para llevar a fondo la lucha sería la capa pobre, pero su lugar en general tendería a ocuparlo el medio, por tener más disposición de tiempo y dinero para la organización y la lucha. No obstante ello, sería el más “vacilante” y “temeroso”, más propenso a buscar una salida individual en tiempos de dificultades (Nueva Hora, 01/10/1975).

En este sentido, se establecía una diferenciación entre las Ligas y la Federación Agraria Argentina, corporación tradicional esta última que aparecía definida con una dirección burguesa que, frente a la actividad liguista, se vería obligada a pronunciarse en contra de los “monopolios exportadores” (Nueva Hora, 09/02/1973).

Dentro del movimiento campesino, uno de los elementos a los que se debía prestar particular atención era el de la juventud. A estos se los consignaba como jóvenes de entre 14 y 20 años, acostumbrados a los rigores del campo que sufrían la falta de tierras, lo que los obligaba a abandonar las parcelas de sus padres y marchar a buscar ocupación en otros lugares. Algunos lo hacían transitoriamente, una parte del año, otros definitivamente, engrosando las villas miserias de las urbes. Su malestar, resultado de la estructura latifundista, en el clima pos Cordobazo los habría sumado a la “lucha antiimperialista y antioligárquica” (Nueva Hora, 19/11/1974). El partido entonces estaba en la obligación de abrirles las puertas y sumarlos a la alianza obrero-campesina.

Naturalmente, el movimiento campesino debía enlazarse con el movimiento obrero rural, puesto que eran, ya lo vimos, “aliados naturales” en la estrategia del PCR. Incluso, ambos serían igualmente productores de valor:

“Los colonos, generalmente campesinos pobres y medios, son junto a los obreros quienes producen la mayor parte de las riquezas del país. Ellos son también productores directos, pero relacionan al mercado capitalista a través de la venta de sus productos, distintamente que los obreros, quienes lo hacen a través de la venta de su fuerza de trabajo. Por esto, y en el contexto de alta monopolización de la tierra y de otros sectores de la economía, donde los campesinos se encuentran extremadamente limitados en sus posibilidades de expandir la producción y menos aún de decidir sobre los precios, es que su lucha por el precio de los productos agrícolas adquiere similitudes con la lucha de los obreros por el precio del salario, es decir el precio de la fuerza de trabajo […] la lucha de los campesinos por el aumento de precios para sus productos no entra en contradicción inmediata con los intereses de los obreros, principales consumidores de dichos productos, en cuanto lo que determina que sean caros para éstos y, al mismo tiempo, que cobren poco los productores agrarios, es la existencia del monopolio, que se constituye así en enemigo común” (Nueva Hora, 19/11/1974).

El partido siguió de cerca las actividades de las Ligas. Cuando en agosto de 1973 se realizó el Parlamento Agrario, que convocó a un nutrido abanico de organismos agrarios liguistas, el PCR le dedicó una nota en su prensa. Allí celebró el hecho, en tanto reflejaría “lo nuevo que está surgiendo en el campesinado” y podría ser la base para la apertura de una nueva etapa en la lucha de clases del agro signada por la disputa por transformaciones de fondo, que liquiden a la “oligarquía latifundista” y los monopolios (Nueva Hora, 19/11/1974). Coincidente con este hecho fue el inicio de una breve sección dentro de Nueva Hora titulada “Despertar Agrario” donde se informaban novedades en la lucha campesina. Aproximadamente un año después, cuando se celebró el Segundo Parlamento Nacional de las Ligas Agrarias el tono del PCR fue más crítico y denunció la falta de democracia y de deliberación desde las bases, lo que habría llevado a las direcciones a distanciarse de las bases y apoyar iniciativas de gobierno como la Ley Agraria (Nueva Hora, 21/08/1974).

Ligas Agrarias de Corrientes y productores tabacaleros

El partido siguió de cerca la actividad de las Ligas Agrarias de Corrientes, publicando en su prensa nacional y su prensa provincial -El sapucay rojo- comunicados y extractos de los boletines de aquella o entrevistas a sus representantes. La base de estas Ligas eran los productores tabacaleros, que denunciaban los problemas de la aparcería, la falta de maquinaria y las dificultades en el acceso a ella por la ausencia de bienes y la ineficiencia del Instituto Provincial del Tabaco que nada haría por mejorar esta situación. Para reclamar por ello, organizaron huelgas, actos y movilizaciones.

En líneas generales, el PCR reivindicó esta experiencia y prestó atención a los conflictos que se suscitaron entre las Ligas y las compañías tabacaleras. Para el partido, las empresas acopiadoras -LM, Philip Morris y Lucky Strike- eran expresión del “mismísimo imperialismo yanqui que controla el paquete accionario mayoritario de empresas que eran argentinas hasta mediados de la década del ‘60, a quienes con sus típicas maniobras monopólicas doblegó y obligó a venderles la mayoría del capital” (Nueva Hora, 05/02/1975). Simulando dificultades en la colocación de los cigarrillos, estas firmas no se encontrarían en dificultades financieras sino que buscarían la ruina del “campesinado tabacalero”, acopiando a su gusto para incrementar sus ganancias con la especulación comercial. Entrado el año 1975, estas maniobras se agudizarían persiguiendo “bastardos planes golpistas”.

Frente a este escenario, el PCR propuso ocupar los galpones de acopio y plantas procesadoras, poniéndolos bajo control de los campesinos y normalizando la entrega de producción. En cuanto a las industrializadoras, sostuvo que el Estado debía hacerse cargo de todo el proceso, desde la compra de la producción del tabaco hasta la industrialización del cigarrillo. La consigna central en este sentido fue la nacionalización de la industria del tabaco. Es interesante advertir que en la nota de Nueva Hora donde se realiza esta propuesta, se transcribe una solicitada de los productores tabacaleros de Jujuy, Salta, Tucumán y Chaco donde, entre el conjunto de reclamos se señala:

“4. La postergación del inicio del acopio, como así también la nueva modalidad en el pago, provocan una alarmante crisis financiera entre los productores, muchos de los cuales han tenido serios inconvenientes en abonar sueldos y aguinaldos del mes de diciembre y que, presumiblemente, se encontrarán ante la imposibilidad práctica de abonar los sueldos y salarios del corriente mes.

5. Tanto las Asociaciones de productores como los Sindicatos Agrarios se mantienen en estrecho contacto, realizando todas las gestiones pertinentes, tanto a nivel provincial como nacional, en procura de adecuadas soluciones ante la inminencia de lo que podría ser una recesión de imprevisibles consecuencias”. (Nueva Hora, 05/02/1975)

La cita resulta interesante por dos motivos. El primero, vinculado al punto 4, da cuenta de cómo los productores agrarios utilizaban el problema de los precios como un elemento de presión contra el proletariado rural, al que quieren arrastrar a sus reclamos por la vía de hacerles pagar el costo de la caída de sus ganancias. El PCR no advierte la maniobra o, al menos, no la denuncia en la misma nota en la que reproduce aquello. El segundo, vinculado al punto 5, muestra en los hechos una alianza entre los productores y los sindicatos de trabajadores que, en relación con lo anterior, persigue los intereses de los primeros. De nuevo, el partido sobre ello no expresa ninguna crítica. Por el contrario, en varias ocasiones se refiere a asambleas de este tipo en un tono reivindicatorio. Por ejemplo, en abril de 1973 se constituyó una Comisión de Apoyo a los Campesinos en Huelga que celebró una asamblea entre el Sindicato de Obreros Tabacaleros, dirigentes de las Ligas Agrarias de Corrientes y la Asociación Correntina de Plantadores de Tabaco, a la que adhieren también trabajadores judiciales, telefónicos, viales, de correo y telecomunicaciones, mosaístas, construcción, etc. (Nueva Hora, 11/5/1973)

Ligas Agrarias de Chaco

La formación de las Ligas Agrarias de Chaco fue celebrada como un agrupamiento creado al margen de la Federación Agraria Argentina, para nuclear a los “campesinos combativos”. Su lucha fue reivindicada tanto en su disputa con los acopiadores por mejores precios, como contra el gobierno nacional cuando este abría las importaciones a la fibra proveniente de Brasil, que llegaba a mejores precios que la que podían ofrecer los productores liguistas locales. El conjunto de demandas de estas ligas, que no se diferenciaban notoriamente de las que acabamos de examinar para el caso correntino y tabacalero, también fue apoyado por el partido a propósito de una concentración protagonizada por la Unión de Ligas Agrarias del Chaco:

“se manifestaron en forma categórica solicitando una política agraria que sirva al desarrollo del campo chaqueño; que la tierra esté en manos de los auténticos productores y no de los monopolios; que el crédito esté también al servicio de los verdaderos trabajadores del campo y no de la intermediación parasitaria, y finalmente, que en el directorio del Instituto de Colonización estén representados mayoritariamente los auténticos productores”. (Nueva Hora, 11/5/1973)

La provincia de Chaco ocupó un papel destacado en la línea del partido, toda vez que tenía un comité zonal constituido allí y la firma Bunge & Born, que también estaba en la provincia, fue uno de los arquetipos de “monopolio” que frecuentemente denunciaba. Su expropiación fue una consigna largamente agitada, ya que se lo caracterizaba como un explotador de obreros y campesinos en el rubro del algodón, y se llamaba entonces a ponerla en manos de obreros, campesinos y empresarios nacionales. El enfrentamiento con Bunge & Born aparecía, así como un factor de aglutinamiento del frente obrero- campesino en tanto se constituía como el “enemigo principal” al cual debía combatirse para “eliminar de cuajo la opresión a las que nos someten los monopolios y la oligarquía y defender nuestra Patria y al gobierno constitucional de Isabel Perón” (Nueva Hora, 24/09/1975)

El campesinado formoseño

A diferencia de casos como los de Chaco, Misiones y Corrientes, en Formosa no se registra ningún tipo de relación del partido con la Unión de las Ligas Campesinas Formoseñas (ULICAF). No obstante ello, en las páginas de Nueva Hora se observa una preocupación por las iniciativas de ocupación de tierras emprendidas por el campesinado formoseño. Se siguió, en particular, el caso de una veintena de familias que hacia mediados de 1974 decidieron asentarse en tierras (que serían de entre 500 y 1.000 hectáreas aproximadamente) que estaban hacía una década en manos de inmigrantes franco-argelinos. Ocupadas las tierras, procedieron a dividirlas en parcelas de entre 30 y 40 hectáreas y las dedicaron al cultivo de algodón, poroto, maíz y mandioca. El semanario del PCR logró entrevistar a protagonistas de esta experiencia y ofreció como salida la pelea por conseguir que las tierras que el Estado tenía en sus manos no fueran entregadas a los “grandes propietarios” sino a los “chicos y medianos” a los efectos de evitar su proletarización. Para ello “la dirección de las Ligas Agrarias debe encabezar esta lucha y estar presente en todo momento.” (Nueva Hora, 4/12/1974)

El Movimiento Agrario Misionero

En el año ‘75 el partido publicó un estudio sobre la experiencia del MAM, en el cual se realizaba un balance sobre la misma y una radiografía de su composición social, del llamado “gran aliado” de la revolución (Montes, 1975, pp. 5-11). Este estudio buscaba comprender aquello que el partido pretendía organizar.

El informe caracterizaba a la región misionera como productora de yerba mate y madera, crecientemente diversificada hacia el té, túng, tabaco, citrus y soja. En el balance del partido, los productores eran esencialmente inmigrantes europeos, con un bajo peso del arrendamiento, aunque con una importante cuota de ocupación precaria. Los productores eran clasificados en cuatro grupos. “Pobres y semiproletarios”, los cuales producirían con mano de obra familiar, no contrataban fuerza de trabajo e incluso debían trabajar para otros a los efectos de garantizar su reproducción completa; “medianos- bajos”, que contrataban mano de obra y solían tener un tractor; “medianos-altos”, con “contratación numerosa” de mano de obra e instrumentos complejos de producción (sembradoras, cosechadoras, medios de transporte); y “ricos” quienes producían en grandes extensiones de tierra con abundante explotación de mano de obra. Estos últimos se hallarían vinculados directamente o mediante cooperativas a los “monopolios comercializadores”, tendrían acceso a créditos para renovar tecnología y buscarían hegemonizar a los “colonos medios” para frenar el movimiento agrario. Un artículo aparecido en Nueva Hora intentó cuantificar las explotaciones y nos permite completar este panorama. Misiones reproduciría la estructura latifundista del país: mientras que 18 explotaciones superaban las 5.000 hectáreas, unas 5.885 poseían entre 25 y 200 y más de 13.100 menos de 25.

Sobre este escenario, el MAM se habría constituido por “pequeños y medianos productores” -lo incluiría desde “pobres” hasta “medios-altos”, es decir, lo que el propio partido reconocía como explotadores de fuerza de trabajo- que confluían en sus denuncias a los “monopolios comercializadores” como culpables de la baja del precio del té. En sus filas habrían intervenido también miembros de los productores ricos, para disputar su hegemonía y desvirtuarlo “hacia apacibles remansos economicistas”, sin cuestionar “el poder de los grandes del agro” y subordinando el movimiento a la “oligarquía yerbatera”. Los pequeños productores serían los responsables de la tónica más combativa del movimiento, pero al menos desde 1972 incorporaría a sectores medios. Ese mismo año es cuando el partido comenzó a dedicarle más esfuerzos a la inserción en el seno de los productores, participando de todas las acciones de lucha -particularmente en las llamadas “huelgas del té”-, recogiendo contactos en los mismos y publicando en su propia prensa comunicados emitidos por el movimiento. Realizando una autocrítica, el documento señalaba que aún no se había logrado articular consignas claras que expresaran el programa del partido para el agro.

El ascenso del peronismo al poder tras 18 años de proscripción marcaría un límite al movimiento, según el PCR. En la evaluación del comunismo revolucionario ello no se debía a que el gobierno hubiera recogido parcialmente sus demandas, sino a la conducción peronista del MAM, que habría ido imponiendo un programa “desde arriba” y minó la confianza de los agricultores en sí mismos, llevándolo luego a una ruptura (las Ligas Agrarias Misioneras). El artículo entonces realiza una autocrítica para relanzar el movimiento y la actividad del partido en su seno. Básicamente, se señala el déficit de no haber caracterizado correctamente el accionar de las capas productoras que en él intervenían. Mientras que los medianos, ya hegemónicos, tendían hacia una mayor vacilación producto de su posición y, por tanto, a ceder ante las “fuertes presiones” de los ricos; los pequeños, serían más consecuentes. Por tanto, para relanzar el movimiento, el PCR tenía que sentar base en los agricultores pobres y unirlos a los productores medianos para confluir en la lucha. De modo que “los mejores hombres de las pequeñas chacras encuentren en el Partido la escuela y el instrumento para la revolución que ellos reclaman” (Montes, 1975, p. 11).

Vale insistir en que, en toda su intervención en el MAM, el partido llamó a la confluencia con los peones y celebró la adhesión del Movimiento de Obreros Rurales de Misiones (MORIM) a sus acciones. Incluso cuando esa alianza mostraba sus contradicciones en los propios comunicados del MAM que el PCR reproducía en su prensa. El siguiente extracto de una nota titulada “Los agricultores quieren justicia para los obreros rurales”, es significativo al respecto:

“los pequeños y medianos agricultores se encuentran en un grave problema. Los últimos aumentos salariales, con retroactividad al mes de mayo, exigen un gasto que no todos pueden enfrentar. El MAM aclara al gobierno: los agricultores quieren cumplir con las leyes sociales y laborales. No quieren ser cómplices de la explotación. ¿Pero qué pueden hacer si no se les paga por el producto lo que éste vale? […] Si se cumplen estos reclamos se les podrá pagar a los obreros sus justos aumentos. Si el gobierno no lo hace obligará a los agricultores a ponerse fuera de la ley, ya que no podrán pagar”. (Nueva Hora, 10/01/1973)

No parece, como reza el título de la nota, que los productores “quieran justicia” para los obreros. Más bien parece que los extorsionan abiertamente anticipando que no van a cobrar sus salarios, si las comercializadoras no les pagan a ellos. Lo que trasluce con claridad aquel comunicado es que la clase obrera es utilizada como fuerza de choque para conquistar intereses ajenos.

Hacia finales de 1973, frente a la crisis yerbatera, el PCR zonal de Misiones emitió una declaración. Allí, primero, establecía quiénes eran los culpables de la situación. Se achacaba la crisis de la producción a los monopolios comercializadores de yerba paraguaya y brasilera que llegaron al país gracias a acuerdos internacionales firmados durante la presidencia de Arturo Frondizi. En segundo lugar, se atacaba a otros monopolios, aquellos que concentraban en sus manos la molienda, ubicados en Rosario y Buenos Aires, y arruinaban a los “chicos y mal equipados” de Misiones. Luego se cargaba las tintas sobre los grandes propietarios que “pueden cosechar íntegros sus yerbales”, la Comisión Reguladora de 74 la Yerba, defensora de los intereses de aquellos, y en el sistema bancario que ofrece préstamos en desventaja para los productores más chicos. Frente a este cuadro, la solución pasaría por poner a la Comisión al servicio de los pequeños y medianos productores y los trabajadores, con la expropiación de los grandes yerbatales y molinos, y protegiendo la industria nacional con precios compensatorios, créditos y prohibición de importaciones.

Párrafo aparte merece la producción tabacalera en Misiones, a la que el PCR también le dedica un análisis. Allí, partía de caracterizar que “como todos los productos de importancia económica, el tabaco se encuentra monopolizado, y no precisamente en su producción, sino en la comercialización, que es el proceso que menos riesgos ofrece” (Nueva Hora, 01/06/1974). El análisis se inicia con un estudio de la distribución de la tierra, según la cual la producción de tabaco se realizaba generalmente a partir de la colonización espontánea del monte virgen en agricultura de subsistencia, en superficies de dos a tres hectáreas mediante rozado con fuego, que luego se abandonaba agotada la fertilidad. Dato interesante, porque mostraría que los productores más chicos eran responsables también del agotamiento del suelo y no solo los latifundistas, como señalaba el partido. Seguidamente calcula que la producción promedio es de 1,5 hectáreas y que existen 16.000 productores. Esta producción (tabaco oscuro fuerte), no se utilizaba en los cigarrillos argentinos con lo cual el 70% se exportaba, mayoritariamente a Francia, el principal mercado. La producción anual alcanzaría 18 millones de kilos que se acopiaban en doce empresas, cuatro de las cuales concentraban el 70%. La cantidad de empresas tampoco parece habilitar la caracterización de “monopolio” que el partido defiende para este caso.

En la cadena de comercialización, siguiendo el análisis del PCR, el productor recibía del acopiador un 34% del valor al contado y luego el 55% se lo pagaba el Estado por medio del Fondo Nacional del Tabaco. La nota ofrece un ejemplo de esto a los efectos de demostrar que el Estado financiaba a los monopolios. Para la compra de tabaco de calidad segunda, el acopiador pagaba $2,97 el kilo, el Fondo Nacional $5,37, por lo que el productor recibía $8,34. El promedio de precio obtenido por exportación para el 1973 fue de $6 por kilo. El PCR destacaba aquí el negocio del acopiador, que obtuvo más de $3 sobre el costo de cada kilo (“los gastos de fermentación y comercialización no son extremadamente caros”), de modo que recibió “ganancias más que aceptables”. Lo que parece no advertir aquí el PCR es que el productor recibió del Estado 2,34$ más en relación a lo fue el precio de mercado. De manera que el “campesino” estaría siendo subsidiado por los consumidores, pues el Fondo Nacional del Tabaco se financiaría con gravámenes a los paquetes de cigarrillos. El costo de un paquete sería de $1,5 por impuesto, $0,28 de tabaco, $0,87 para el fabricante, lo que da $2,6 que es el precio de kiosco. Nuevamente, los datos ofrecidos por el partido más que confirmar sus posiciones, las refutan toda vez que los subsidios estaban lejos de ser un beneficio exclusivo de la comercializadora. Como hemos visto, el campesino del PCR era el que recibía el grueso del aporte realizado por el Estado, que no era más que dinero que salía de los consumidores vía impuestos.

Palabras finales

Como hemos visto, las llamadas producciones regionales, aquellas que se desarrollaban en terreno extrapampeano, no quedaron al margen del proceso de transformaciones operados en las décadas del ’60 y ‘70. Fundamentalmente, ellas atravesaron un proceso de crisis capitalista, como consecuencia de la sobreproducción y la caída de los precios. Un proceso que redundó en una mayor concentración y centralización del capital, que tuvo sus ganadores (los productores más eficientes) y sus perdedores (los más chicos). Este escenario de quiebra de fracciones de la burguesía es el que explica la emergencia de un fenómeno corporativo nuevo: las Ligas Agrarias. Su importancia no es menor, fueron un sector notablemente dinámico en la disputa territorial del Nordeste, y los partidos de izquierda encontraron en ellos la expresión organizativa de un campesino argentino en proceso de activación y movilización.

Llegado a este punto, podemos realizar un balance la intervención del PCR en el movimiento de productores agropecuarios. Como se ha podido constatar, la defensa del “campesinado pobre y medio” llevó al partido a privilegiar el desarrollo de las Ligas Agrarias, a las cuales buscó ligarse propagandizando sus acciones, defendiendo sus reclamos e intentando orientarlas hacia lo que consideraba serían las transformaciones de fondo, revolucionarias, en un frente único con el proletariado rural. La intervención, sin embargo, no se limitó a ese sector, sino que se buscó actuar y/o sentar posición sobre buena parte de los problemas de los productores agropecuarios de las diferentes ramas y provincias donde esas actividades eran centrales.

En el conjunto de los casos, las reivindicaciones inmediatas que se apoyaron tenían que ver con los precios de mercado y el acceso al crédito, es decir, a la posición de estos sectores como defensores de su ganancia y de sus necesidades de capitalización. Estos debían tejer alianza con la clase obrera, contra los “grandes productores monopolistas”, que se asentaban tanto en la producción (los terratenientes y la oligarquía ganadera), como en la intermediación comercial. Sin embargo, los propios documentos del partido mostraban que en reiteradas oportunidades no se estaba ante un campesinado entendido como productor directo, sino frente a un sujeto que empleaba fuerza de trabajo. En este sentido, la estrategia de alianza obrero-campesina mostraba crecientes tensiones. Un movimiento complejo en su conformación social, como fueron las Ligas Agrarias de la región del Nordeste argentino, presentaba serias dificultades para ser encorsetado en las definiciones maoístas que habían sido pensadas para la realidad china. Este punto nos devuelve una de las claves interpretativas para pensar la intervención de la izquierda en una etapa signada por la conflictividad social: el de la adecuación de sus propuestas políticas a la realidad social que pretendían revolucionar.

Bibliografía

Barsky, O. y Gelman, J. (2009). Historia del agro argentino. Buenos Aires: Sudamericana.

Brega, J. (2008). ¿Ha muerto el comunismo? El maoísmo en la Argentina. Conversaciones con Otto Vargas. Buenos Aires: Ágora.

Dal Pont, S. y Ordoqui, M. (2005). “Caracterización económica de la provincia de Chaco”, Apuntes Agroeconómicos, 4, s/p.

Di Paola, M. (2005). “Expansión de la frontera agropecuaria”, Apuntes Agroeconómicos, 4, s/p

Galafassi, G. (2006). “Conflicto por la tierra y movimientos agrarios en el nordeste argentino en los años setenta: la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas”, Perfiles latinoamericanos, 28, 159-183.

Galafassi, G. (2007). “Economía regional y emergencia de movimientos agrarios. La región Chaqueña de los años setenta”, Nera, 10, 11-36.

Galafassi, G. (2008). “El movimiento agrario misionero en los años setenta. Protesta, movilización y alternativas de desarrollo rural”, Herramienta, 38, s/p.

Magán, M. (2008). “¿Regulación o crisis? La influencia de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate en los ciclos yerbateros (1924-2002)”, en Pasado y presente en el agro argentino. Buenos Aires: Lumiere.

Montes, R. (1975). “La lucha del gran aliado. La experiencia del movimiento campesino en Misiones”. Teoría y Política, 13, 5-11.

Partido Comunista Revolucionario (2005). Documentos aprobados por el PCR a partir de su 2º Congreso, abril de 1972, hasta su 3º Congreso, marzo de 1974, Buenos Aires: Comité Central del PCR.

Petri, J. (1969). “Problemática insurreccional”, Teoría y Política, 2, 57-64.

Rozé, J. (2011). Conflictos agrarios en la Argentina. El proceso liguista (1970-1976). Buenos Aires: Ediciones ryr.

“Organizar a los pobres”. Nueva Hora, 12/11/1975.

“Paro activo en el noreste”. Nueva Hora, 03/11/1972.

“Algunas conclusiones”. Nueva Hora, 1/10/1975.

“Se extiende la organización campesina”. Nueva Hora, 09/02/1973.

“La juventud campesina se incorpora a la lucha”. Nueva Hora, 19/11/1974.

“Lincoln: Gran parlamento agrario”. Nueva Hora, 01/09/1973;

“Parlamento agrario: una discusión a puertas cerradas”. Nueva Hora, 21/8/1974

“Nacionalizar la industria del tabaco”. Nueva Hora, 5/2/1975.

“Obrero y campesinos”. Nueva Hora, 11/5/1973.

“Del Chaco”. Nueva Hora, 11/5/1973.

“‘Nosotros estuvimos en Quitilipi’”. Nueva Hora, 24/9/1975.

“‘Mejor morir que dejar la tierra’”. Nueva Hora, 4/12/1974.

“Los agricultores quieren justicia para los obreros rurales”. Nueva Hora, 10/01/1973.

“Se lo fuman los monopolios”. Nueva Hora, 01/06/1974.

Notas de autor

Doctor en Historia. Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Becario Posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). g.lissandrello@hotmail.com
HTML generado a partir de XML-JATS4R por