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La Genealogía como método histórico-filosófico para el estudio de la cultura organizacional pública.
Genealogy as a historical-philosophical method for the study of public organizational culture
Encuentros. Revista de Ciencias Humanas, Teoría Social y Pensamiento Crítico, núm. 7, pp. 91-114, 2018
Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt


Recepción: 29 Mayo 2017

Aprobación: 23 Junio 2017

Resumen: Presentamos una propuesta de método histórico-filosófica desde la perspectiva del pensador francés Michel Foucault -pensamiento que relacionamos con Nietzsche, de quien se apropia y reelabora la genealogía-, como una historia del presente, cuya actividad no puede ser labrada por la “conciencia espontánea” sino por un trabajo de reconstrucción intelectual que piensa el pasado como la historia de la construcción de la cultura del mundo organizacional público actual

Palabras clave: Genealogía, Focault, Organizacional.

Abstract: We present a proposal of historical-philosophical method from the perspective of the French thinker Michel Foucault -thought we relate to Nietzsche, who appropriates and re-elaborates the genealogy-, as a history of the present, whose activity can not be shaped by “spontaneous awareness” “But for a work of intellectual reconstruction that thinks about the past as the history of the construction of the culture of the current public organizational world

Keywords: Genealogy, Focault, Organizational.

En el curso de 1976, Foucault establece tres registros: 1. La historia, 2. La filosofía, 3. La toma de partido, lo que podemos caracterizar como una especie de militantismo. Estos tres registros de discurso convergen hacia una nueva forma de entender y escribir la historia.

Yves Charles Zarka.

Mira, difícilmente se puede decir eso. ¿Tienes documentos?

Michel Foucault.

A manera de introducción*.

Al hacer genealogía desde la figura foucaultiana estamos construyendo una arqueología del saber, porque nos estamos preguntando cómo se constituye un saber, lo cual tiene doble implicación, por una parte, mostrar el funcionamiento de los razonamientos en el interior de una cultura (en este caso una organizacional pública), y por la otra, una interrogación a los saberes de una época.

Ante tan interesante afirmación y ante esta intención, unas palabras de Deleuze que consideramos condensa el propósito teórico:

Una teoría es exactamente como una caja de herramientas (…) es preciso que sirva, que funcione, y que funcione para otros, no para uno mismo. Si no hay personas que se sirvan de ella, comenzando por el propio teórico, que deja entonces de ser teórico, es que la teoría no vale nada, o que aún no llegó su momento (…) Es curioso que un autor que pasa por un puro intelectual, Proust, quien lo haya dicho tan claramente: tratad mi libro como un par de lentes dirigidos hacia el exterior, y bien, si no os sirven, tomad otros, encontrad vosotros mismos vuestro aparato que es necesariamente un aparato de combate. Negrillas nuestras. (Deleuze y Foucault, 1972:107-108).

Este planteamiento en clave foucaultiana tiene que ver con: las prácticas o discursos que han llegado a considerarse “normales”, la constitución del sujeto y las sujeciones, la historia con sus intensidades, discontinuidades, sus desfallecimientos, sus furores secretos, sus grandes agitaciones febriles tanto como sus síncopes, es el cuerpo mismo del devenir.

Siguiendo a Foucault para hacer genealogía nos preguntaremos por las condiciones de posibilidad de los asuntos públicos intentando mostrar cuándo, por qué y en qué circunstancias aparecen como acontecimiento organizacional en el contexto venezolano, mostrar los mecanismos que han posibilitado que sea como es y quién o qué y por qué (se) decidió eso y no otra cualquiera de las posibles. En otras palabras, ¿Cómo funciona esto?, ¿Cómo y qué es lo que lo hace posible (poder)?, ¿Cómo se fundamenta?, ¿Qué es lo que la legitima?, ¿Qué enunciados han funcionado con efectos de verdad (saber)?.

De allí que realizar una investigación histórico-filosófica apoyada en el planteamiento de Foucault como historiador, quien estaba particularmente interesado en el cambio de la cosas a través del tiempo, es efectuarla distinto al sentido de la disciplina histórica, historia monumental y a la historia reliquia. De allí que con firmeza señala que Paul Ree

… se equivoca, como los ingleses, al describir génesis lineales, al ordenar, por ejemplo, solo en función de lo útil… como si las palabras hubiesen guardado su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, astucias. De ahí la necesidad, para la genealogía, de una indispensable cautela: localizar la singularidad de los acontecimientos, fuera de toda finalidad monótona; atisbarlos donde menos se los espera, y en lo que pasa por no tener historia –los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos-; captar su retorno, no para trazar la curva lenta de una evolución sino para reconocer las diferentes escenas en las que han representado distintos papeles; definir incluso el punto de su ausencia, el momento en que no han sucedido… (Foucault, 2004:11-12).

Dejando visible que la crítica de Foucault es a la historia concebida como lineal, como progresiva, como totalizante, se convierte en una crítica a la comprensión de la historia monumental y “suprahistórica”, que mostramos para inspirar el diseño y desarrollo de nuevos estudios en Ciencias Administrativas y Gerencia Pública, con el desafío de mirar de otro modo, encontrar un tono nuevo o distinto con otro modo de hacer las mismas cosas.

Para Foucault construir una historia efectiva implica una desgarradura que nos permita el desligamiento de los procesos de continuidad y la instalación definitiva en el campo de fuerzas de la historia donde se presencia el quiebre, el choque y las tensiones que produce las erupciones del acontecimiento. Una historia de múltiples rostros, una historia sin protagonistas, una historia sin sujeto. El reto es salir de la “prisión” de la forma de pensar la historia desde la perspectiva de la evolución y la linealidad para situarse en el terreno de la discontinuidad y la ruptura como en un campo de batalla, como señala Foucault en La arqueología del saber:

La ruptura no es un tiempo muerto e indiferenciado que se intercale – siquiera fuese por un instante- entre dos fases manifiestas; no es el lapso sin duración que separe dos épocas y desplegase de una y otra parte de una fisura, dos tiempos heterogéneos; es siempre entre unas positividades definidas, una discontinuidad especificada por cierto número de transformaciones distintas. (Foucault, 2007:293).

Para atrapar esta discontinuidad y poder problematizarla, Michel Foucault construye una red de conceptos: umbral, ruptura, corte, mutación, transformación, a la vez que configura un universo lingüístico para el abordaje de la historia. El objetivo para Foucault es hacer de la historia una contramemoria y hacer desplegar otra forma de tiempo. Una historia sin universales antropológicos, una historia sin el peso de gravedad de la causalidad, pero con el rigor de una “desmultiplicación causal”, una historia de los bordes.

Arqueología y genealogía foucaultiana.

Genealogía y arqueología no son sinónimas. Arqueología y genealogía no se oponen, sino por el contrario, se complementan. La arqueología se concentra en las formaciones discursivas y en los procesos de construcción de enunciados, la genealogía se centra en el análisis del movimiento y las formas de configuración de las relaciones de fuerzas y sus estrategias de poder.

Fernando Bereñak (2011) señala que la noción de arqueología fue tomada por Foucault de Kant, mientras que la noción de genealogía fue reelaborada a partir de Nietzsche. Michael Foucault denomina arqueología a su método en función de la idea de estratos superpuestos de civilización y plantea que la estabilidad en sistemas de pensamiento y discurso puede existir durante períodos relativamente extensos y luego, de manera repentina puede acaecer el cambio. De allí que Nietzsche con La genealogía de la moral fue una profunda y permanente influencia. El rechazo a las nociones de hombre racional y verdad absoluta, y la fundamentación de la historia sobre la irracionalidad y la contingencia fueron motivo de especial interés para él.

Del modelo basado en estratos, sugerido por el término “arqueología”, Foucault pasó al cual llamaría “genealogía” concebido como una multiplicidad de series provistas de ramas de proliferación ilimitada. Comenzó por demostrar que algunas de estas ramas conducen a callejones sin salida, y que era inadecuado buscar una lógica en esa progresión.

En el texto Nietzsche, la genealogía, la historia, Foucault (2004) conceptualizará la noción de origen en un sentido más histórico. Los términos alemanes Ursprungy Erfindung Foucault los contrapone y al primero lo concibe como “origen” y al segundo como “invención”, y los acoge para desarrollar su metodología histórica. Esta concepción de origen como invención, como artificio, es la que permite a Foucault ubicar la genealogía en una posición donde queda atrapada en su propia perspectiva y desde allí pueda realizar una operación sobre sí misma, bajo este enfoque, la “emergencia” y la “procedencia” serán el objeto de búsqueda de la genealogía foucaultiana. La visibilidad de “comienzo” y “procedencia” se construye a través de las distancias que conforman las diferencias. En este sentido, la genealogía buscará la dispersión del accidente mostrando la heterogeneidad y las diferencias que conforman la historia. La idea es rastrear y comprobar que en la historia, detrás de las cosas, hay “otra cosa bien distinta”.

Al decir de Márquez (2014: 236-237), Foucault juega con dos operaciones en su metodología: una arqueológica y otra genealógica. El entramado epistemológico foucaultiano tiene un eje que es la relación saber-poder y con relación a él, Foucault construyó una metodología de interconexión profunda. Esta metodología es la arqueología-genealogía: mientras la primera es aplica para develar los intríngulis propios de las configuraciones del saber, la segunda lo será para descubrir los armazones del poder y sus prácticas sociales.

Por eso que seguir el complejo curso del origen, o mejor dicho el comienzo histórico entendido como invención dispersa de la cosa, es identificar los accidentes, los errores, las falsas apariencias y los cálculos fallidos que dieron nacimiento a aquellas cosas que continúan existiendo y tienen valor para nosotros: es descubrir que la verdad o el ser no corresponden a la raíz que sabemos y somos, sino a la exterioridad de los accidentes. No hay absolutos, no hay verdad absoluta, porque todo está sometido a la mirada desintegradora de la historia (genealógica).

Es decir, lo interesante para la genealogía será interrogar a la historia en sus puntos de inflexión, en sus márgenes, en sus puntos marginales. En palabras de Manuel Cruz (2006:16-17) en el prólogo Escrutando el presente, expresa que es la necesidad de examinar la historia desde la perspectiva de la actualidad. Pero no desde esta o aquella particular actualidad, sino desde la actualidad en cuanto tal, esto es, desde la perspectiva de lo que ha terminado siendo real. Pero no para ensalzarlo, ni para cargar de razón, con efectos retroactivos, el proceso que nos trajo hasta aquí (reeditando, por enésima vez, el engaño de contar la historia desde el punto de vista de los vencedores) sino, justo a la inversa, para mostrar su fragilidad, para destacar precisamente que lo que algunos se empeñan en considerar universal y necesario –por el solo hecho de haber terminado ocurriendo- es en realidad histórico y contingente. He aquí el gesto más consecuentemente histórico posible. En contra de lo que a menudo los propios historiadores acostumbran a hacer.

Prosigue Manuel Cruz exponiendo que a los intentos de sancionar lo real presentándolo como la desembocadura inevitable del pasado, hay que oponer una historia crítica y eficaz. Crítica para demoler esas construcciones narrativas, obsoletas y complacientes, que obturan realmente la posibilidad de entender la fragilidad de lo que pasa, y eficaz porque no se olvide que, a fin de cuentas, lo que está en juego es la posibilidad (o no) de contribuir a que el mundo sea diferente.

En este sentido, considera Foucault que la genealogía exige del saber minucia, gran número de materiales acumulados y paciencia; las construcciones se realizan de pequeñas verdades sin apariencia, establecidas según un método riguroso… la genealogía no se opone a la historia, pero si se opone a la búsqueda del “origen”, porque buscar tal origen es tratar de encontrar “lo que ya existía”, el “eso mismo” de una imagen exactamente adecuada a sí misma… comprometerse a quitar todas las máscaras, para desvelar al fin una identidad primera. Es decir, como dice Foucault (2004:11) “la genealogía es gris, meticulosa y pacientemente documental. Trabaja con pergaminos embrollados, borrosos, varias veces reescritos”.

La genealogía no pretende remontar el tiempo para restablecer una gran continuidad más allá de la dispersión del olvido; su tarea no es mostrar que el pasado aún está ahí, bien vivo en el presente, animándolo todavía en secreto. Pero si, pretende conservar lo que ha sucedido en su propia dispersión: localizar los accidentes, las mínimas desviaciones –o al contrario, los giros completos-, los errores, las faltas de apreciación, los malos cálculos que han dado nacimiento a lo que existe y es válido para nosotros; es descubrir que en la raíz de lo que conocemos y de lo que somos no hay ni el ser ni la verdad, sino la exterioridad del accidente.

Igualmente, el genealogista se toma la molestia de escuchar la historia y descubrir que detrás de las cosas hay “otra cosa bien distinta” como lo señalamos anteriormente, que fue construida pieza a pieza a partir de figuras extrañas a ella; y “ya no cree que la verdad siga siendo verdad cuando se le arranca el velo”. En efecto, el genealogista parte a la búsqueda del comienzo, -de los innumerables comienzos que dejan esa sospecha…, esa marca casi borrada que no podrían engañar a un ojo un poco histórico-. Pero Foucault nos dice que no nos engañemos, toda vez que

Esa herencia no es una adquisición, un haber que se acumule y se solidifique; más bien es un conjunto de fallas, de fisuras, de capas heterogéneas que la vuelven inestable y que, desde el interior o desde abajo, amenazan al frágil heredero: “la injusticia y la inestabilidad en el espíritu de ciertos hombres, su desorden y su falta de medida son las últimas consecuencias de innumerables inexactitudes lógicas, de falta de profundidad, de conclusiones precoces, de las que son culpables sus antepasados”. La búsqueda de la procedencia no fundamenta, al contrario: agita lo que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido; muestra la heterogeneidad de lo que imaginábamos conforme a sí mismo… la procedencia atañe al cuerpo… es el cuerpo el que lleva en su vida y su muerte, en su fuerza y en su debilidad, la sanción de toda verdad y de todo error… (Foucault, 2004: 28-31).

Es decir, para Foucault el cuerpo es superficie de inscripción de los acontecimientos (mientras que el lenguaje los marca y las ideas los disuelven), lugar de disociación del Yo (al que trata de prestar la quimera de una unidad substancial); voluntad en perpetuo desmoronamiento. La genealogía, como análisis de la procedencia, del surgimiento, de la invención para no decir origen, está, pues, en la articulación del cuerpo y la historia. Debe mostrar el cuerpo totalmente impregnado de historia, y la historia arruinando al cuerpo.

Acompañados de Romero-Pérez (2014) queremos hacer notar que no estamos en contra del conocimiento metódico como tal (tradicionalmente llamado científico) y le reconocemos toda la legitimidad de su sistema (positivismo empírico y el método de las ciencias naturales), pero si estimamos que su imposición en las Ciencias Administrativas y en la Gerencia (como ciencia, arte y técnica), tiende a dejarnos ciegos ante otros modos de mostrar, de saber, de crear una nueva forma de ser (Heidegger), de nuevas formas de vida (Wittgenstein), que proporcionan una nueva capacidad para conocer/comprender los acontecimientos que suceden en las organizaciones públicas, las cuales no sólo son cuestión de espacio físico, nómina, tecnologías, estructura, tiempo, tareas y roles que pueden ser combinados en determinadas formas, sino que van más allá, porque se trata del bien común y se interesa por el hombre en sociedad, los modos de organización, de gestión, de control, de puesta en práctica y de regulación que producen la realidad social, y que para analizarlos Foucault estableció el concepto de Gubernamentalidad (arte de gobernar).

En la búsqueda de otro modelo de saber distinto al de la ciencia metódica a través del método científico, Michel Foucault quiere hacer aparecer las discontinuidades, las formaciones discursivas, las formaciones de los conceptos, lo original y lo regular, las contradicciones y las transformaciones, por lo que: 1) Se cuestiona el surgimiento comúnmente entendido, mostrando historias alternativas de su desarrollo. 2) No solo preguntando por el origen de las ideas, valores o identidades sociales, sino mostrando cómo estas surgen como producto de relaciones de fuerza, y 3) No es la construcción de un desarrollo lineal sino que pretende mostrar el pasado plural y a veces contradictorio que revela las huellas de la influencia que ha tenido el poder sobre la verdad.

El camino metodológico del modo de pensar y hacer genealógico.

Narrar la ruta singular que se recorre acompañados de Foucault en un intento de “pensar de otro modo” o pensar “diferente” la investigación en administración o gerencia pública que pudiéramos llamar “un modo de pensar genealógico” que se funda en la idea de una exploración del conjunto de discursos que constituyen “el archivo” de origen en cuanto fondo (Ground), en una incesante vuelta a las fuentes, pero no para hacer con ella una historia, ni tampoco para complacerse en revivir el pasado, sino para hacer el pasado “presente” y “transparente”, no es una mera reconstrucción sino una refundación de lo fundamentado.

En esta forma de investigación foucaultina la genealogía es inseparable de la arqueología, porque para hacer el análisis de una cuestión presente necesitamos de una arqueología y del arqueólogo.

El arqueólogo no es otra cosa que el archivista, el cartógrafo que constituye nuestra memoria mostrando a viejos testimonios como síntomas del presente. (Goncalvez, S/F:1-2).

En esta manera de abordar, se puede elaborar una cuadrícula, una retícula, una rejilla de especificaciones como modo de representación gráfica, imagen en analogía a los modos arqueológicos para reconstruir la mirada del genealogista, quien se enfrenta a la tarea de configurar y entender las fracturas en la historia, como acontecimiento, a partir de una compleja malla de discursos en movimiento al decirlo con Martínez-Novillo.

El método o la forma concreta de acercarse a la singularidad de los acontecimientos que tiene por objeto, Foucault encuentra en Nietzsche las pistas necesarias para desarrollar los principios metodológicos de la genealogía:

  • El color “gris” de la genealogía. El gris, lo fundado en documentos, lo realmente comprobable, lo efectivamente existido. Frente al azul del cielo, del metafísico que mira siempre arriba, a las alturas, a lo bello, la genealogía se dirige abajo, al gris de los documentos, los sótanos y los archivos.

  • El método genealógico exige un trabajo paciente de documentación, de búsqueda, acumulación y examen de materiales escritos o dichos, los cuales busca el genealogista allí donde menos se los espera, en “bajos fondos”, en márgenes, en lo dicho cotidianamente. Lo busca en ámbitos heterogéneos y dispersos, es decir, en los múltiples y diferentes escenarios posibles de aparición del acontecimiento al decir de Martínez-Novillo.

  • Foucault desplaza el centro de atención de la genealogía de la evolución del sentido de las palabras a los discursos (y su serie), entendidos como síntoma –y parte constitutiva y constituyente- de la irrupción del acontecimiento.

  • En el método de análisis de la historia propuesto por Foucault, se abordan los documentos como restos arqueológicos, deteniéndose en el estudio de las reglas de formación de los discursos y de sus discontinuidades.

  • Se construye un archivo audio-visual de una época determinada. Nos basamos en un tipo de investigación con fuentes documentales con una materialidad documental diversa: libros, publicaciones, crónicas, registros, instituciones, edificios, ordenanzas, leyes, informes de gestión, revistas especializadas, pero además técnicas, costumbres, necesidades, objetos.

  • Para narrar una historia de los márgenes: prácticas mudas, conductas de los costados, discursos heterogéneos. Con Veyne (1984 y 2009) lo que llamamos fuente o documento es también y ante todo un acontecimiento, grande o pequeño.

  • Lo anterior entrecruzado con entrevistas a personas que al relatar lo acontecido, sus discursos se convierten y se constituyen también en “el archivo”. (Técnica de la revelación en la confesión). Discurso-documento. Esto nos obliga a redefinir lo que entiende Foucault por fuente: no debe haber fuente privilegiada, hay que leerlo todo, conocer todas las instituciones y todas las prácticas (y las prácticas discursivas), teniendo en cuenta que hasta los elementos inconscientes hacen parte del discurso histórico. Recordando que los acontecimientos burocráticos se perciben a través de vestigios, de documentos y testimonios.

  • Se rechaza el a priori universal sustituyéndolo por una red de a priori históricos.

Convencidos de que un texto no es su propia interpretación, el método fundamental de Foucault consiste en comprender con la máxima precisión lo que el autor del texto quiso decir en su tiempo. Una buena comprensión supone estar inscrito en cierta tradición o estar impregnado de una tradición extranjera nos lo recuerda Paul Veyne, quien añade que

El método de esta hermenéutica es el que sigue: en lugar de partir de los universales como esquema de inteligibilidad de las “prácticas concretas”, que son pensadas y comprendidas, aun cuando se practiquen en silencio, se partirá de estas prácticas y del discurso singular y extraño que suponen, “para pasar en cierto modo a los universales por la trama de las conductas”; descubrimos entonces la verdad verdadera del pasado y la “inexistencia de universales”. Para citar sus propias palabras, “parto de la decisión a la vez teórica y metodológica que consiste en decir: supongamos que los universales no existen”; por ejemplo, supongamos que la locura no existe, o más bien que sólo sea un falso concepto (aunque le corresponda una realidad). “Desde ese momento, ¿Qué historia cabe hacer de esos diferentes acontecimientos, de esas diferentes prácticas que, en apariencia, se atienen a ese supuesto que es la locura?” Y que consiguen que termine existiendo como locura verdadera a nuestros ojos (…) la locura y todas las cosas humanas no tienen más elección que ser singularidades (…) pues los discursos de los fenómenos son singularidades en los dos sentidos de la palabra: son extraños y no entran en una generalidad, siendo cada uno de ellos único en su especie. Por lo tanto, para aislarlos, partamos de los detalles y procedamos a aplicar una regresión a partir de las prácticas concretas de poder, de sus procedimientos, de sus instrumentos. (Veyne, 2009:24-25).

Si en algo son incómodos Nietzsche y Foucault es por su actitud hacia cuestiones como la verdad, toda vez que su forma particular de problematizarla, relativizándola, despojándola de su carácter universal, esencial e indiscutible es determinante para el planteamiento teórico-metodológico de la genealogía, por lo que Martínez-Novillo agrega

En Nietzsche y Foucault, la verdad es despojada de su supuesta esencia objetiva e inmutable, de su status superior y transcendental, de su carácter sagrado, de su bondad y moralidad supremas, del “orgullo” cegador que inspira a los hombres y les llena de “vanidad” (Nietzsche) y es rebajada al nivel de la humanidad real, mediocre, falsa, embustera, cruel, a los “bajos fondos” (Foucault) de esa humanidad de la que reniega y que oculta, al nivel de lo contingente, “irrisorio”, “disparatado”, “irónico” (Foucault). La verdad se reinserta en el devenir, es un “invento”, un producto histórico, fruto de avatares, luchas, azares, errores, embustes. Es su historia -olvidada- lo que la constituye como verdad. (Martínez-Novillo, 2010:3).

A lo que prosigue Martínez-Novillo que no se trata únicamente de “verdades oficiales” o ideológicas frente a “verdades profundas” que habría que descubrir tras las primeras. Tampoco se trata únicamente de arrancar el velo de las apariencias que oculta las esencias. Nietzsche y Foucault van más allá de esas sospechas. Ese “impulso hacia la verdad” (Nietzsche), esa “voluntad de verdad” que caracteriza a la “voluntad de saber” (Foucault). Ese querer-saber y ese querer-saber-la-verdad ocultan en su arbitrariedad la injusticia, la maldad, lo diferente, lo irracional, lo azaroso, lo intuitivo en el hombre. No hay verdad sino en la historia y por la historia. Es esto lo que permite a ambos autores tomar la necesaria distancia crítica para fundar el proyecto genealógico, y lo que les impulsa a iniciar una historia de la moral (Nietzsche) y una historia de la verdad (Foucault).

El discurso sería entonces la parte invisible, el pensamiento impensado donde se singulariza cada acontecimiento burocrático de la historia, al decirlo con Foucault nos permitirá entender esa apercepción del discurso:

El enunciado puede no estar oculto, y pese a ello no es visible; no se ofrece a la percepción como el portador manifiesto de sus límites y de sus caracteres. Se requiere cierta conversión de la mirada y de la actitud para poder reconocerlo y considerarlo a sí mismo. Tal vez sea eso demasiado conocido que se escabulle sin cesar, tal vez sea [una] transparencia demasiado familiar. (Foucault, 2007:145).

Estamos de acuerdo con Veyne (2009), que se requiere una mirada más penetrante para percibirlo, y por eso el progreso metodológico que supone la escritura histórica de Foucault y la hermenéutica de los discursos lleva entonces hasta su término una de las vías que tomó la investigación histórica hace ya dos siglos largos: no borrar el color local o más bien temporal.

De allí que Veyne indica que Foucault continúa lo que fue desde el romanticismo el gran trabajo de los historiadores: poner de manifiesto en qué consistió la originalidad de una formación histórica, sin buscar lo natural o lo razonable, prescindiendo de nuestra inclinación, demasiado humana, a la banalización al preciso de caer en el anacronismo. De modo que los libros de Foucault constituyen una crítica que no se dirige contra el método de los historiadores, sino sobre todo contra la filosofía misma, cuyos grandes problemas se disuelven, según decía, en cuestiones de historia, pues “todos los conceptos son evoluciones”.

Al respecto Morín y Kern citado por Romero-Pérez (2014) nos recuerdan que a pesar de las resistencias académicas, es desde el presente donde hay que preparar la reforma del pensamiento que permitirá responder a los desafíos de la complejidad que nos impone lo real, en otras palabras, es una inversión en la tarea de repensar, la cual exige una verdadera refundación, que precisa de una reforma del pensamiento.

De lo anterior, en el diseño que equivale al momento más artesanal de la ejecución de la metódica de la investigación genealógica, es cuando, quizás, surgen más preguntas en virtud que se asume la interpretación como ejercicio, el proceso es iterativo (un ir y venir entre lo teórico, los documentos y el análisis crítico), no lineal ni secuencial, con lo cual no se quiere decir que pierde su sistematicidad y rigurosidad académica, intelectual o científica.

Estrategias heterogéneas para la investigación genealógica.

Nos apoyamos en los planteamientos desde el capítulo Nietzsche, la genealogía, la historia que integra su libro Microfísica del Poder, que realiza nuestro referente teórico epistémico, Michel Foucault (1979), por lo que nos permitimos señalar las siguientes estrategias que orientan una investigación de este tipo pero sin llegar a convertirse en “un paso a paso”, sino en un proceso recursivo/reflexivo/crítico:

  1. 1. Una investigación realizada con rigurosidad, sistematicidad, coherencia, meticulosidad y pacientemente documentalista. Se trabaja sobre sendas o caminos algunas veces reescritas, en formas de dispositivos que en palabras de Michel Foucault citado por García Fanlo (2011) es el conjunto decididamente heterogéneo que comprende discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones, en resumen, los elementos del dispositivo pertenecen a lo dicho como a lo no dicho. Por ende, el dispositivo es una red que puede establecerse entre estos elementos y también se presentan como un conjunto capaz de ser transformado y reordenado.
  2. 2. No se elabora con la única intención de lo útil, de su utilidad muy propia del método científico que no pretendemos maleficar ni desconocer los importantes logros, avances y aportes a todas las áreas del conocimiento, sino desde la perspectiva transdisciplinaria (entendida como “en – a través, y más allá de las disciplinas”), toda vez que otras disciplinas también se ocupan de ésta, o concurren en un tema común, o porque un concepto demanda la colaboración de más campos del saber para construir objetos de estudios o problematizar asuntos de las Ciencias Administrativas y en especial de la Gerencia Pública, en virtud de los diversos ámbitos de que se ocupa.
  3. 3. Es con el deseo de conocer las luchas, para percibir la singularidad del suceso en la cultura organizacional pública. Encontrar esa particularidad allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibida por no tener nada o poca historia (como la que nos ocupa, que están allí en las administraciones públicas pero no nos preguntamos cómo se erigió, sino que por uso y costumbre lo hacemos). Es captar su retorno, pero no su evolución, sino para reencontrar las diferentes escenas en las que se han jugado diferentes papeles; definir incluso el momento de su ausencia, el momento en que no han tenido lugar (si es que los hay).

Lo anterior, teniendo presente que la genealogía no se opone a la historia como la visión de águila y profunda del filósofo en relación de la mirada profunda del sabio; se opone por el contrario al despliegue meta-histórico de las significaciones ideales y de los indefinidos teleológicos. Se opone a la búsqueda del origen, porque no es intentar encontrar “lo que estaba ya dado” lo “aquello mismo”, sino tener por adventicias algunas de las pericias (destrezas) que han podido tener lugar. Es un intento de levantar las máscaras, para desvelar una identidad, y que detrás de esa cosa existe otro algo distinto y que su esencia fue construida pieza por pieza a partir de figuras que le eran extrañas, pero que nació de un modo perfectamente razonable, del azar o de “armas” lentamente forjadas a lo largo de luchas personales para en nuestro caso, pensar en el bien común, en las necesidades propias de las organizaciones de oficina en la Gerencia Pública para ofrecer respuesta oportuna en los asuntos que le son de su competencia.

Ante la pregunta: ¿Por qué no buscamos el origen como algo precioso y esencial?, nos permitimos señalar el siguiente conjunto heterogéneo de elementos:

  • Michel Foucault nos recuerda que creemos que en sus comienzos las cosas estaban en su perfección y que salieron rutilantes de las manos del creador, o de la luz sin sombra del primer amanecer. Y esta historia nos muestra las luchas, lo difícil, lo irónico, las relaciones de saber/poder. Saber que se acumula y se solidifica.

  • En la genealogía a las organizaciones pública nos proponemos no partir a la búsqueda del “origen”, ni minusvalorar los episodios de la historia de esta, sino por el contrario nos ocupamos en las meticulosidades y en los azares de los comienzos por ejemplo, prestamos una escrupulosa atención a la intención de los demás, para verlas surgir quitadas las máscaras, con el rostro del otro (que también es la constitución histórica de uno mismo como funcionario público) que se ha venido construyendo de mil modos diferentes. Búsqueda sin pudor para ir a buscarlas allí donde están “revolviendo los archivos”.

  • Como genealogista se necesita de la historia para requerir la quimera de la fuente, la procedencia (pertenencia a un grupo, el de la tradición) o la emergencia como punto de surgimiento, es el principio y la ley singular de una aparición, la emergencia se produce siempre en un determinado estado de fuerzas, la emergencia designa un lugar de enfrentamiento. En un poco como el buen filósofo político tiene necesidad del médico para conjurar la sombra del alma del político y del gerente público. De allí que es preciso saber reconocer los sucesos de la historia, sus sacudidas, sus sorpresas, las victorias afortunadas, las derrotas mal digeridas, que dan cuenta de los comienzos, de los afinidades y de las herencias en cuanto a nuestro interés investigativo. En palabras de Foucault la historia, con sus intensidades, sus debilidades, sus furores secretos, sus grandes agitaciones inquietas y sus desfallecimientos, es el cuerpo mismo del devenir de lo que deseamos mostrar.

  • No es buscar la procedencia en una continuidad sin interrupción, lo cual sería un error. Como si los dispositivos burocráticos hubiesen aparecido desde el principio de los tiempos para el fin que tienen hoy día en las administraciones públicas.

  • No se trata de encontrar en una idea, los caracteres que permitan asimilarlos a todos, sino de percibir las marcas sutiles singulares que pueden entrecruzarse y formar una raíz difícil de desenredar. Aunque se utilicen categorías de semejanza, la procedencia nos permite desembrollar para poner aparte las marcas diferentes.

  • Allí donde posturas epistémicas pretenden unificar o generalizarlo todo, la genealogía parte a la búsqueda del comienzo o de los comienzos innombrables que dejan una sospecha (no en vano Michel Foucault es uno de los pensadores de la sospecha), sospecha de una marca casi borrada que no sabría engañar a un ojo poco histórico, de allí que el análisis de la procedencia permite descomponer “mil” sucesos perdidos hasta ahora. La procedencia permite también encontrar bajo el aspecto único de un carácter, o de un concepto, la proliferación de sucesos a través de los cuales (gracias a los que, contra los que) se han formado.

  • En todo caso, esta genealogía no pretende remontar el tiempo para restablecer una gran continuidad por encima de la dispersión del olvido. Su objetivo no es mostrar que el pasado está todavía ahí bien vivo en el presente, animándolo aún en secreto después de haber impuesto en todas las etapas del recorrido una forma dibujada desde el comienzo. Nada que se asemeje a la evolución. Fue seguir la filial compleja de la procedencia, es al contrario mantener lo que pasó en la dispersión que le es propia: es percibir, los accidentes, las desviaciones ínfimas –o al contrario los retornos completos-, los errores, los fallos de apreciación, los malos cálculos que han producido aquello que existe y es válido para nosotros en las burocracias necesarias al decirlo con Romero o administraciones públicas de la República Bolivariana de Venezuela, que supone descubrir que en la raíz que conocemos y de lo que somos no están en absoluto la verdad ni el ser, sino la exterioridad del accidente.

  • Como no se trata de un saber que se acumula y se solidifica, aunque también se sistematiza el conocimiento, se trata más bien de un conjunto de pliegues, de fisuras, de capas heterogéneas que lo hacen inestable y, desde el interior o por debajo, amenazan al frágil heredero (al asumirlo como una procedencia, que no funda, sino que al contrario: remueve aquello que se percibía inmóvil, fragmenta lo que se pensaba unido; muestra la heterogeneidad de aquello que se imaginaba conforme a sí mismo). Y eso es justamente lo que pretendemos mostrar en este puesta en escena, entre cuyos aportes está en no seguir coleccionando hechos y registrarlos cuidadosamente, ni el caso de quienes demuestran y refutan, ni es “puro” aferramiento a la objetividad. Sino precisamente, profundizar en teóricos epistémicos como Michel Foucault y su Maestro Nietzsche, además de asumir una perspectiva transdisciplinaria para mostrar otros modos que investigadores en la Ciencia Administrativa y Gerencia Pública, pueden tomar desde otra forma de conocer la realidad y sus implicaciones (políticas, sociales, económicas y culturales) distanciada de lógicas matemáticas o de las ciencias naturales de explicación de principios causas y efectos, variables o verificación de hipótesis. Que no dejamos de reconocer su valor, sus aportes y brindamos el justo mérito que se merecen, pero nos atrevemos a producir conocimiento desde otra perspectiva que contempla la búsqueda en archivo, el análisis crítico de los documentos, la observación atenta, la conversación con escucha interesada. Es una mirada que sabe dónde mira e igualmente lo que mira.

  • Cada momento de la historia se convierte en un ritual; impone obligaciones y derechos; constituye cuidados procedimientos. Establece marcas, graba recuerdos en las cosas e incluso en los cuerpos de los funcionarios públicos; se hace contabilizadora de deudas.

  • Análisis que nos permite mostrar el estado de fuerzas, la manera como luchan unas contra otras, o el combate que realizan contra las circunstancias adversas, o aún más, la tentativa que hacen –dividiéndose entre ellas mismas- para escapar de la degeneración y revigorizarse a partir de su propio debilitamiento.

Dispositivo y acontecimiento: términos claves en la estrategia discursiva de Foucault para crear genealogía.

Son varios los conceptos que permiten la arquitectura de toda una red de exploración histórica con Foucault, tales como: archivo, episteme, enunciado, discurso, acontecimiento, dispositivo; y para efecto de la presente mostración nos detendremos en dos: dispositivo y acontecimiento, toda vez que la genealogía se da por objeto la “singularidad de los acontecimientos”, el modo de específico en que su irrupción o emergencia en un determinado campo de fuerzas y posibilidades, modifican y reconfiguran dicho estado de cosas.

Al decir de Agamben (2011), dispositivo es un término decisivo en la estrategia del pensamiento de Foucault, quien lo utiliza a partir de los años setenta, cuando comienza a ocuparse de la “gubernamentalidad” o “gobierno de hombres”. Si bien es cierto que no ofrece una definición en sentido propio, Foucault sí se acerca en una entrevista de 1977, al señalar lo siguiente sobre los elementos del dispositivo:

Aquello sobre lo que trato de reparar con este nombre es […] un conjunto resueltamente heterogéneo que compone los discursos, las instituciones, las habilitaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias, las leyes, las medidas administrativas, los enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas. En fin, entre lo dicho y lo no dicho, he aquí los elementos del dispositivo. El dispositivo mismo es la red que tendemos entre estos elementos. […] Por dispositivo entiendo una suerte, diríamos, de formación que, en un momento dado, ha tenido por función mayoritaria responder a una urgencia. De este modo, el dispositivo tiene una función estratégica dominante […]. He dicho que el dispositivo tendría una naturaleza esencialmente estratégica; esto supone que allí se efectúa una cierta manipulación de relaciones de fuerza, ya sea para desarrollarlas en tal o cual dirección, ya sea para bloquearlas, o para estabilizarlas, Así, el dispositivo siempre está inscrito en un juego de poder, pero también ligado a un límite o a los límites del saber, que le dan nacimiento pero, ante todo, lo condicionan. Esto es el dispositivo: estrategias de relaciones de fuerza sosteniendo tipos de saber, y [son] sostenidas por ellos. (negrillas nuestras). (Agamben, 2011: 249-264).

Giorgio Agamben (2011:250) lo resume brevemente en tres puntos:

  1. 1. [El dispositivo] se trata de un conjunto heterogéneo que incluye virtualmente cada cosa, sea discursiva o no: discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas policíacas, proposiciones filosóficas. El dispositivo, tomado en sí mismo, es la red que se tiende entre estos elementos.
  2. 2. El dispositivo siempre tiene una función estratégica concreta, que siempre está inscrita en una relación de poder.
  3. 3. Como tal, el dispositivo resulta del cruzamiento de relaciones de poder y de saber.

Por otra parte, tenemos el concepto de acontecimiento en Michel Foucault, el cual señala que para entender la historia, no en el sentido plano, lineal, totalizante, progresiva y de períodos largos como lo planteaba la historia tradicional con Descartes, sino en un sentido ruptural, es decir, en el sentido donde lo que importa son los pliegues, las fisuras, los cortes, los quiebres, la ruptura y para ello replanteó el concepto que permita entender las fracturas en la historia y ese concepto es precisamente el de acontecimiento.

El acontecimiento como una instancia singular y práctica para el análisis de la(s) historia(s), en palabras de Díaz (2010:1) éste se inscribe en una mirada de concurrencia sobre las conexiones, estrategias, apoyos, bloqueos y juegos de fuerzas que han dado una emergencia singular en la historia y que se ha constituido legítimamente en una evidencia universal y necesaria. Existe detrás de cada acontecimiento una red policausal o al decir de Foucault una suerte de desmultiplicación causal del acontecimiento, aflora en un terreno intenso de fuerzas y contra-fuerzas donde lo múltiple se entrelaza, se acerca, se distancia, se mezcla, se superpone, cede y se despliega sobre sí. Al decir de Nietzsche en Así hablo Zaratrusta, los acontecimientos más grandes no son nuestras horas más estruendosas, sino las más silenciosas.

Lo importante para Foucault es detener la mirada en la rareza del evento, en la singularidad del evento, en la originalidad del acaecer, porque deja de ser un hecho absolutamente pasado como en la concepción de la historia tradicional. Esta nueva mirada del acontecimiento en Foucault tiene encuentros con las críticas antipositivistas de la francesa Escuela de los Annales, quienes fueron los pioneros en construir una mirada innovadora del acontecimiento no como un ente sino como construcción del historiador, lejos de la visión positivista del acontecimiento como hecho absoluto.

Foucault propone entonces una nueva mirada, una mirada arqueológica que se sumerja en las profundidades del acontecimiento para penetrar las capas subterráneas que subyacen bajo la superficie de los mismos, para desentramar las relaciones de saber, de poder y de verdad que los soportan. Con Foucault asistimos a un giro epistemológico revolucionario en la historiografía occidental, un giro marcado por la problematización de los pequeños trozos de la historia, donde el desequilibrio y la inestabilidad son los elementos comunes del acontecer cotidiano. No es una recuperación de lo no visto, es una nueva mirada a las objetivaciones/subjetivaciones: lo decible y lo enunciable.

En palabras de Márquez (2014:224-225), la noción de acontecimiento se encuentra ligada a la noción de “irrupción” en el sentido de un quiebre de la continuidad y en un todo opuesta a ésta. El acontecimiento se debe entender como la emergencia de lo singular que se opone a la regularidad discursiva construida por los operadores de la continuidad. Al respecto Albano (2006) opina que el rasgo fundamental del acontecimiento es la singularidad y su carácter irrepetible.

La emergencia del acontecimiento se origina en un cierto estado de fuerzas, donde no hay protagonistas ni responsables, que debe ser entendida como efecto de sustituciones, emplazamientos y desvíos sistemáticos. Es decir, el acontecimiento es lo que cambia el rumbo de una cosa. En tanto procedimiento de indagación histórica, el acontecimiento en su forma foucaultiana, toma una nominación específica: acontecimientalización. Este elaborado término se intenta referir, por un lado, no a una historia cronológica, lineal, progresiva y continua de hechos procedentes, sino a la toma de conciencia de las rupturas de evidencia inducidas por ciertos acontecimientos singulares. Al decir de Veyne (1984:15) el acontecimiento no es aprehendido en ningún caso directa y plenamente. Sólo se percibe de forma incompleta, lateral, a través de tekmeria, de vestigios, de documentos y testimonios. Por lo que es necesario preguntarse qué los individualiza, ya que suceden en un momento dado.

A modo de cierre.

Podríamos preguntarnos ¿cuál sería la diferencia entre la genealogía y lo que tradicionalmente se llama historia? Que la historia de los historiadores se procura un punto de apoyo fuera del tiempo; pretende juzgarlo todo según una objetividad de apocalipsis; porque ha supuesto una verdad eterna y una conciencia idéntica a sí misma. Hay toda una tradición de la historia (teológica o racionalista) que tiende a disolver el suceso singular en una continuidad ideal al movimiento teleológico o encadenamiento natural. Por su parte la genealogía no se posa sobre ningún absoluto. No debe ser más que la agudeza de una mirada que distingue, reparte, dispersa, deja jugar las separaciones y los márgenes –una especie de mirada disociante capaz de disociarse a sí misma y de borrar la unidad que se supone conducirla soberanamente hacia su pasado.

Al decir de Foucault el verdadero sentido histórico reconoce que vivimos sin referencias ni coordenadas originarias, en miríadas de sucesos perdidos; y existe también el poder de subvertir la relación de lo próximo y lo lejano tal como son entendidos en la historia tradicional, es decir, en su fidelidad a la obediencia, que mira las lejanías y las alturas: las épocas más nobles, las formas más elevadas, las ideas más abstractas, las individualidades más pura. Afirmaciones que nos inquietan y de la cuales nos apoyamos para buscar la procedencia de acontecimientos burocráticos, no solo para ubicarlos sino para comprenderlos en el actual contexto administrativo, público, político y social, para ir acompañados de una historia otra, una historia nueva al decir de Foucault, alejada de las historias monumentales, de las que son reliquias y que no se tocan o de las que simplemente son críticas sin mostrarnos la otra, que miró más cerca pero para separarse bruscamente y retomado a distancia (mirada parecida a la del médico que se sumerge para diagnosticar y decir la diferencia), revolvió en las decadencias; afrontando las viejas épocas con la sospecha (no rencorosa sino divertida) de un murmullo bárbaro e inconfesable. La historia puede ser el conocimiento diferencial de las energías y los desfallecimientos, de las alturas y de los hundimientos, de los venenos y los contravenenos. Puede ser la ciencia de los remedios al decir de Nietzsche citado por Foucault en Microfísica del Poder.

Es importante que se documenten los pasos que realiza el/la investigador/a durante el desarrollo de la investigación, a fin de evidenciar la transparencia y claridad en los procedimientos, de tal forma que se logre reconstruir el proceso en el informe final, valga decir, un informe académico que da razón de la forma cómo se desarrolla, el enfoque de la investigación en el que se fundamentó, los hallazgos, la ubicación de las piezas arqueológicas y el análisis crítico.

Para finalizar este acápite, es oportuno señalar dos cosas, por una parte, hacer genealogía no será jamás partir a la búsqueda de su “origen”, despreciando como inaccesibles todos los episodios de la historia; será al contrario, insistir en las meticulosidades y azares de los comienzos, prestar una atención escrupulosa a su irrisoria mezquindad; prepararse a verlos surgir, al fin sin máscaras, con la cara de lo otro, no tener pudor en ir a buscarlos allí donde están –“registrando los bajos fondos”-; darles tiempo para ascender del laberinto en el que jamás verdad alguna los ha tenido bajo custodia.

El método de la genealogía huye de las recetas prescritas y de las normas rígidas. No tiene fórmulas de aplicación mecánica sin embrago, no por ello renuncia al riguroso y obcecado estudio de materiales disponibles. La genealogía se distingue de la especulación “metafísica” y del empirismo positivista de la ciencia moderna, combinando una mirada orientada y particular (una perspectiva) – que desecha los principios objetivistas y realistas del positivismo- con una actitud positivista a la hora de buscar y rebuscar documentos, analizar discursos, por lo cual acompañados de Martínez-Novillo pudiéramos decir que, solo conserva del positivismo una actitud metodológica.

Por tanto, es importante estar atento/a para reconocer los acontecimientos de la historia, sus sacudidas, sus sorpresas, las vacilantes victorias, las derrotas mal digeridas, que explican los comienzos, los atavismos, las huellas y las herencias; como también hay que saber diagnosticar las enfermedades del cuerpo, los estados de debilidad y de energía, sus resistencias y sus fisuras en el mundo organizacional público latinoamericano.

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Notas

* Agradecemos a la Dra. Julissa Rubio Álvarez y al maestro Prof. Dr. Gregorio Valera-Villegas, por sus inspiradoras orientaciones sobre genealogía, cuyo texto pertenece a uno mayor como parte de la investigación que desarrollamos y que con ampliaciones viene siendo mostrado en otras publicaciones.


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